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En este libro, Noam Chomsky expone las causas de la invasión de Ucrania iniciada por Rusia en febrero de 2022, partiendo de dos premisas fundamentales: por un lado, estamos ante «un grave crimen de guerra por el que hay que buscar explicaciones, pero que no tiene ni justificaciones ni atenuantes»; por el otro, estamos asistiendo a un movimiento expansivo de la OTAN hacia el este, que merece ser destacado y analizado. A lo largo de ocho entrevistas que citan documentos confidenciales y explican las dinámicas más complejas de las relaciones entre Rusia, Estados Unidos, la Alianza Atlántica, la UE y China, Chomsky ofrece al lector lo que los medios de comunicación raramente logran proporcionar: la posibilidad de comprender las razones más profundas del conflicto y lo que en ello está en juego, reflexionando a la vez sobre las consecuencias y las reacciones a nivel económico, político y militar en el resto del mundo. Acompañan las entrevistas unos textos del politólogo Pablo Bustinduy, cuyo foco analítico se centra en el papel de Europa ante la guerra ruso-ucraniana y en la necesidad de la UE de encontrar su lugar dentro del nuevo orden internacional del siglo XXI.
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En las ocho entrevistas que componen la primera parte de este libro, Noam Chomsky indaga en las razones profundas que hay detrás de la guerra de Ucrania.
Hemos querido recoger algunas de sus opiniones porque pueden ilustrar lo que está pasando en aquel país y las razones históricas, económicas y políticas que han llevado a la invasión rusa. Por eso hemos titulado el libro Por qué Ucrania Se trata de la crónica razonada de una crisis anunciada, según se veía en una entrevista que Chomsky concedió a la editora en Tucson en 2018.
Un punto fundamental de la reflexión de Chomsky es la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este, que se hizo más intensa después de la desintegración de la Unión Soviética y las recientes propuestas que la Alianza hizo a Ucrania. En este contexto, es relevante la reflexión sobre el papel de Europa, que se retoma y amplía en la segunda parte del libro, sea en lo que se refiere a la cuestión ucrania, sea en la búsqueda, a nivel global, de un papel protagonista e independiente.
Hoy por hoy, afirma Chomsky, la única solución es trabajar para que Ucrania mantenga una posición neutral al estilo austriaco. Esto implica que Estados Unidos renuncie a un estilo de hacer política, consolidado desde los años cincuenta, y se siente a la mesa en la que se negocia la paz.
Chomsky analiza lo que pasa en Rusia y Ucrania, pero va más allá y reflexiona sobre lo que ocurre en el mundo a nivel económico, político y militar.
La crisis ucrania es, pues, el punto de partida de una reflexión que puede ayudarnos a comprender lo que sucede en Europa y en el mundo.
VALENTINA NICOLÌ,
editora de las entrevistas a Noam Chomsky
Profesor Chomsky, me gustaría hacerle algunas preguntas acerca de Europa para conocer el parecer de un reconocido intelectual desde un punto de vista no europeo. Sobre todo, da la impresión de que cuanto en su día fue la fuerza de Europa, es decir, la complejidad y la multiplicidad de sus tradiciones históricas y culturales, sea hoy su debilidad. ¿Qué opina?
Europa, en otros tiempos, era un conjunto de países independientes. El proceso de construcción de la Unión Europea a partir de la Segunda Guerra Mundial ha tenido, por un lado, consecuencias positivas y constructivas. Por el otro —y sobre todo después del tratado de Maastricht—, sucede que no son coherentes con el desarrollo y el progreso. Así, sucede sencillamente que la Eurozona no da a los Estados-naciones la posibilidad de actuar fuera del control de fuerzas con las que no pueden competir. Por ejemplo, Italia no puede llevar a cabo las políticas que podría ejecutar si no tuviera determinados vínculos económicos, del mismo modo que no pudo hacerlo Grecia por culpa de las condiciones generales impuestas automáticamente, sobre todo por orden del poder alemán, pero ejecutadas a través de Bruselas. Son contradicciones internas evidentes. Yo creo que hay forma de superarlas. Uno de los intentos más sensatos que conozco es el propuesto por Yanis Varoufakis y por el movimiento DIEM25, que intenta preservar lo que tiene de positivo y de progresista la Unión Europea tras superar las contradicciones internas que le impiden desarrollarse plenamente. El intento de DIEM25 podría desarrollarse, ser apoyado y convertirse en una vía de escape que permitiera a Europa salir de los serios problemas a los que hoy se enfrenta, que son de varios tipos. Ante todo, existe una diferencia muy grande entre los países. Hay una fractura entre el norte y el sur, pero también entre Europa occidental y Europa oriental. Para unir estas fallas sería necesaria la voluntad concreta de llegar a un acuerdo, de dejar de lado los nacionalismos. Y no es fácil.
Tomemos como ejemplo Estados Unidos, repasemos su historia. Hasta la guerra civil, hasta 1865, el nombre «United States» se escribía en plural, como se sigue escribiendo en muchos otros idiomas. Después de la guerra civil, pasó a ser singular, lo que significa que, en Estados Unidos, en aquellos tiempos, fueron necesarios ochenta años y una de las guerras más devastadoras de la historia para superar conflictos profundos, y que no han quedado resueltos del todo. Estudios recientes sobre el comportamiento político nos presentan una fractura neta entre los Estados esclavistas y los no esclavistas. Está tan afianzada que, si un Estado de la Unión defendió un tiempo el esclavismo, hoy tiende a defender posiciones conservadoras o reaccionarias en muchas cuestiones, no solo en las conectadas directamente con la esclavitud. Son fallas que no se han soldado en doscientos cincuenta años de historia. Por tanto, esperar que la Unión Europea las elimine en apenas setenta años y, además, sabiendo que son fallas mucho más profundas… es poco realista. En el fondo, como es sabido, el nuestro llegó a ser un país homogéneo solo después del exterminio de las demás naciones. Es como si, en Europa, Alemania hubiese aniquilado a todos los demás países; sí, la unificación hubiera sido más fácil, pero… No obstante este factor que he mencionado, Estados Unidos no es un país unido por completo. Las cosas son muy diferentes de una región a otra. Es suficiente con mirar el mapa de la red eléctrica estadounidense para darse cuenta, por ejemplo, de que el noreste y el extremo oeste son lugares más que alejados.
El prestigioso historiador italiano Luciano Canfora ha afirmado que no fue el proceso de unificación lo que acabó con las guerras europeas, sino la Alianza Atlántica, pero que hoy, Europa debería no depender tanto de la OTAN y acercarse más a Rusia y a África. ¿Está de acuerdo?
Bueno, lo cierto es que, en todo el mundo, el final de las guerras globales lo determinó la invención de la bomba atómica, porque —llegados a ese punto— no hubiera quedado títere con cabeza…, es más, no solo la bomba atómica, sino también las termonucleares de 1953. Una vez inventadas las armas termonucleares no podía haber guerra entre las grandes potencias, porque hubiéramos muerto todos. Sencillamente: no había elección, nada de guerras. Sirvan de ejemplo Alemania y Francia, que durante siglos se han masacrado entre ellas, pero que ahora no pueden hacerlo. Así pues, la única cuestión pendiente era cómo poner orden en estas fricciones, pero este es un proceso largo y todavía en curso. Las dos mayores potencias nucleares, Estados Unidos y Rusia, eran muy diferentes por lo que respecta a poder económico y radio de acción —e incluso a nivel de desarrollo—, pero después de los años sesenta estaban más o menos equilibradas en capacidad de destruir el planeta. Y es casi milagroso que hayamos sobrevivido.
En efecto, nos acercamos a un nuevo conflicto, pero en el interior de Europa una guerra era, sencillamente, inimaginable. Así, la única pregunta era: ¿cómo hacer que avance Europa en un mundo con estas características? Y sí, es cierto, una de las opciones era unirse a la Alianza Atlántica, sustancialmente controlada por Estados Unidos. Pero había otros caminos, los hubo siempre. Desde el principio, los expertos de los Estados Unidos en planificación estratégica temían seriamente que Europa pudiera llegar a ser una «tercera fuerza», un actor independiente en los asuntos internacionales, quizá según los principios gaullistas. Se pusieron en marcha algunas iniciativas, como la Europa de De Gaulle, que iba del Atlántico a los Urales, como la Ostpolitik de Willy Brandt, y otros intentos de construir algo nuevo, una Europa más independiente.
El poder asfixiante de Estados Unidos obstaculizó todos estos proyectos y, por fuerza, la elección, la decisión de los políticos europeos debía aceptar aquel poder. Quedó muy claro en 1990. Por aquellos años, Gorbachov tenía una idea muy diferente de cómo podía ser el mundo posterior a la Guerra Fría. De hecho, rumiaba la idea de que se podía construir una Eurasia unificada con centros neurálgicos en Bruselas, Moscú y Vladivostok, Ankara y así sucesivamente, que se podían suprimir todas las alianzas militares. La idea tenía una base teórica socialdemócrata, quería unificar los bloques militares y llevar a cabo políticas sociales socialdemócratas.
Por otro lado, estaba la opinión de Estados Unidos, que era muy diferente. Y se hizo patente cuanto tocó decidir el destino de la Alemania unida: esa era la cuestión principal. Los estudiosos han aclarado con gran precisión lo que sucedió. Hubo un acuerdo, un acuerdo verbal entre George Bush padre, James Baker y otros políticos estadounidenses por un lado y, por el otro, Mijaíl Gorbachov.
El pacto era que Alemania podía ser unificada e incluso militarizada, lo que desde el punto de vista de Rusia era una concesión increíble. Vayamos a la historia moderna: en los últimos siglos, Alemania, ella sola, devastó más de una vez Rusia, que sobrevivió con dificultad. Llega Gorbachov y permite la reunificación alemana y, por si fuera poco, que entre en la OTAN, una alianza militar hostil a Rusia… Pero era un «te doy para que me des», un pacto de do ut des. La condición era que las fuerzas de la OTAN no se movieran «ni un centímetro hacia el este» («one inch to the East»). Aquella fue la promesa del secretario de Estado, James Baker, a Gorbachov, esto es, que no se iba a acercar a Berlín Este, a la Alemania del Este. No tenían la más mínima intención de ir más allá.
Era una promesa verbal, nunca se puso nada por escrito. Y, de hecho, la OTAN se expandió inmediatamente hacia la Alemania del Este. Gorbachov no quedó, por supuesto, satisfecho, pero no había ningún acuerdo formal, solo un pacto verbal, entre caballeros, que fue violado de inmediato.
Luego, con Clinton, la OTAN se expandió, poco a poco, hasta las fronteras rusas. En 2008, la cosa siguió adelante con Bush hijo y, luego, con Obama. Se propuso a Ucrania y a Georgia que entraran en la OTAN.
Esto es una amenaza para Rusia, casi inconcebible para quienquiera que mande en Rusia: nadie, no importa quién, podría aceptarla. Ucrania, aunque no tuviéramos en cuenta las relaciones históricas, culturales, lingüísticas o de otro tipo, es un punto estratégico para los intereses geopolíticos y de seguridad de Rusia. Ucrania estaba destinada a causar graves problemas, que están ahora encima de la mesa y que, obviamente, explican lo que pasa hoy en aquella zona.
Mientras tanto, quedaba el problema de qué hacer con la OTAN. Desde que se fundó, la justificación teórica de la Organización era poder defender Europa occidental de un ataque ruso. Si queremos, podemos preguntarnos cuán realista era, cuán sincera era. Creo que no lo era del todo. Mucho de lo que se decía era inventado. Sea como sea lo que pensemos, esa era la justificación oficial. En cualquier caso, en 1991, aquella justificación dejó de tener sentido: era inconcebible un ataque ruso a Europa occidental. Hoy nos lo planteamos, pero es la consecuencia de la expansión de la OTAN hasta la frontera rusa. Incluso un estadista como George Kennan advirtió siempre de los peligros de estas ampliaciones, y con razón. En la práctica, equivale a revivir aquel tipo de guerras que habían quedado enterradas con el paso del tiempo.
Sea como sea, en 1991 quedaba por resolver la cuestión de qué hacer con la OTAN. La respuesta lógica debería haber sido que se debía disolver: la justificación oficial carecía de sentido. En cambio, se amplió, y no solo a nivel territorial, sino en el tipo de misiones que debía cumplir. La misión oficial de la OTAN acabó modificada para que tuviera alcance global, para que no tuviera relación solo con la cuestión rusa. Así, el papel de la OTAN fue defender el sistema energético global, convertirse en un instrumento para asegurar que siguiera bajo control occidental: eso exactamente significa «protección». El sistema energético global incluye las vías marítimas, los gasoductos y los oleoductos; en una palabra, el mundo entero. De este modo, la OTAN se ha convertido, sustancialmente, en una fuerza de asalto comandada por Estados Unidos. Y se puede confirmar fácilmente: basta con pensar en los Balcanes en 1999, cuando la OTAN bombardeó Serbia por la cuestión kosovar. Esto es un indicio serio de que la OTAN es, sencillamente, una fuerza de intervención estadounidense que no respeta lo más mínimo el derecho internacional. En el caso de la reacción occidental a la invasión iraquí de Kuwait, al menos se podían aducir algunas justificaciones, que no creo que fueran válidas, pero que, quizá sí, se podía pensar que se trataba de una reacción defensiva.
En el caso de Kosovo no había ningún pretexto plausible y, además, existían claras opciones para utilizar la vía diplomática: ambas partes tenían propuestas que podrían haberse acercado. De hecho, después de setenta y ocho días de bombardeo, se llegó a un acuerdo que era una especie de compromiso entre las dos partes, formalmente por lo menos. Pero, una vez más, sucedió que la OTAN se expandió aún más hacia la frontera rusa, incluso llegó a ofrecer englobar áreas de importancia crucial para la seguridad rusa: Ucrania y Georgia.
En síntesis: llegó un momento en el que la OTAN cambió su función, que pasó de ser la defensa, en teoría, de Europa occidental al control del sistema energético mundial, además de ser la fuerza de intervención militar de Estados Unidos.
Para justificar todo eso se organizaron algunas estratagemas, tanto a nivel ideológico como propagandístico. Es instructivo analizarlas. Una de ellas, muy interesante, es la doctrina del llamado «deber de proteger» (RTOP, Responsability to Protect), que prevé dos posibilidades. Una fue reconocida por la ONU en la Asamblea General de 2005, una versión más restringida del RTOP que ya existía…
Es decir, que debe aplicarse solo a los países no occidentales…
Bueno, no lo dijeron exactamente así. Afirmaron una cosa algo diferente. La idea que tiene la OTAN del RTOP es que, si un país reprime a la población, deberían tomarse medidas usando todos los resortes a disposición en base al derecho internacional vigente. Afirma explícitamente que los principios de la ONU deben respetarse, o sea, nada de intervención militar a no ser que lo haya autorizado el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; esta es una versión del RTOP.
Luego, está la otra, que se reescribió más o menos en el tiempo en el que bombardearon Serbia en 1999. La comisión internacional que lo redactó la presidía el exministro de Exteriores australiano, Gareth Evans. La versión de Evans es sustancialmente idéntica a la aceptada por la ONU poquísimos años después, pero con una diferencia crucial. En un par de párrafos se dice, en el fondo, que «cuando no haya un consenso unánime internacional, ni acuerdo en el seno del Consejo de Seguridad a la hora de autorizar la intervención militar, las organizaciones regionales, en sus áreas de jurisdicción, pueden llevar a cabo la intervención militar, que debe ser sometida a la posterior autorización del Consejo de Seguridad». Podemos traducir esto a términos geopolíticos: significa que la OTAN puede intervenir militarmente en la que ella define su área de jurisdicción —que puede ser el mundo entero—, sin la autorización del Consejo de Seguridad. Y si analizamos los recursos que se han hecho al RTOP, ver lo que ha pasado es desconcertante. La versión de la ONU intentaba demostrar la legitimidad de las intervenciones, mientras que la aplicación efectiva sigue la versión de la comisión Evans. Así, en sustancia, significa que los EE. UU.-OTAN pueden utilizar la fuerza militar sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Luego, para justificarla, se dice que son las Naciones Unidas las que han autorizado el RTOP, pero, insisto, en una versión completamente diferente.
Y es así desde hace veinte años y, de hecho, es fundamentalmente un instrumento propagandístico para justificar intervenciones militares estadounidenses, bajo el paraguas de la OTAN, donde le parezca. Ha sucedido muchas veces y sigue pasando. Sí, como usted dice, acaba por perjudicar al tercer mundo, naturalmente, porque no se aplica a las grandes potencias. Y eso mina las pocas leyes del derecho internacional que todavía seguían en pie.
Pero las cosas no tienen que ser así por fuerza. En 1991 se podían haber dado pasos en la dirección que propuso Gorbachov, que hubieran llevado a un mundo muy diferente. No hubiéramos tenido las fricciones en las fronteras rusas, que son gravísimas, no hubiéramos visto a Estados Unidos abandonar el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, lo que puede dar paso a la fabricación de misiles nucleares muy peligrosos, misiles de corto alcance, como sucedió a comienzos de los años ochenta, cuando estuvimos muy cerca de una guerra nuclear.
Es un escenario extraordinariamente peligroso, pero evoluciona así, fundamentalmente, por el rechazo estadounidense a aceptar un tratado de paz generalizado en el que se desmantelaran los bloques militares y Europa —es más, Eurasia— fuese libre para seguir su propio camino.
Pero estas son opciones que Europa puede estudiar. Europa todavía puede… En suma, Europa es más grande, tiene mucha más población que Estados Unidos, en muchos aspectos está culturalmente más avanzada, mucho más avanzada socialmente, tiene políticas socialdemócratas, un sistema de sociedad del bienestar que funciona bien…
Hoy, más de uno pondría objeciones a esto.
Quiero decir, obviamente, no son todos perfectos, pero respecto a Estados Unidos están muy avanzados. Esos sistemas se pueden mejorar y, sin duda, se están echando a perder por culpa de los programas neoliberales de austeridad, pero esta ha sido una elección, no una necesidad; las cosas pueden hacerse de otra manera.
Es decir, pienso que Europa tiene la posibilidad de moverse en una dirección independiente, pero no la ha elegido nunca y hoy, que hay consistentes fallas internas, le resulta mucho más difícil hacerlo…
En Europa faltan organismos políticos capaces de gestionar esta nueva dirección política. A propósito, por ejemplo, Thomas Piketty ha propuesto mecanismos más rápidos para democratizar, al menos, la Eurozona. Como ha constatado, existen instituciones opacas y no oficiales —el Eurogrupo, el Consejo Europeo…— que toman decisiones a nivel centralizado sin consenso popular, sin que los ciudadanos europeos puedan aprobarlas, sin ningún tipo de proceso democrático…