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Entre los intelectuales de izquierda, Noam Chomsky se distingue por su especial relación con el activismo, y por ser él mismo un activista político de larguísimo recorrido, además de un crítico implacable y clarividente. En este libro, que puede leerse como el legado de Chomsky a los activistas de hoy y de mañana, el intelectual estadounidense repasa por primera vez toda una vida de compromiso político, analizando con la agudeza acostumbrada los desafíos a los que se enfrentan los movimientos progresistas en todo el mundo occidental, así como el sentido del activismo frente a los complicados escenarios geopolíticos y socioeconómicos de la actualidad. Universalizar la resistencia es una guía que marca nuevas directivas para los activistas de hoy y que reflexiona sobre el significado y el valor del compromiso político en un mundo condicionado y transformado por acontecimientos como la pandemia y la crisis económica. Pero, alejándose del pesimismo apocalíptico de muchos politólogos contemporáneos, Chomsky deja filtrar en su análisis un reconfortarte destello de esperanza que pasa por la firme convicción de que el activismo puede ser ―como lo ha sido en el pasado― una poderosa herramienta para cambiar a mejor el curso de la historia.
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El periodista especializado en política Alexander Cockburn observó que los dos mayores desastres que sufrió Estados Unidos en el siglo xx ocurrieron un 7 de diciembre. Uno fue el bombardeo de Pearl Harbor en 1941; el otro fue el nacimiento de Noam Chomsky en Filadelfia en 1928.1 Los detalles que rodearon al primero son objeto de un continuo debate. La importancia del segundo, sin embargo, es indiscutible para la mayoría de la izquierda.
Rara vez un intelectual vivo ha obtenido un reconocimiento tan generalizado, sea como intelectual, sea como ciudadano. De hecho, George Scialabba ha descrito a Chomsky como «el ciudadano más útil de Estados Unidos».2 Si ponemos a conversar a Cockburn y a Scialabba, llegamos a la formulación que hizo Chomsky sobre el deber, no solo de los ciudadanos, sino específicamente de los intelectuales y de su «posesión» del Estado que actúa en su nombre y habilita su trabajo. Como Chomsky concluye en una edición reciente de su clásico The Responsibility of Intellectuals (La responsabilidad de los intelectuales): «El privilegio otorga la oportunidad; y la oportunidad confiere responsabilidades. Un individuo tiene entonces opciones entre las que elegir».3 En el ejercicio de elegir entre esas opciones, se exige al intelectual que desafíe las prerrogativas del Estado y la línea del partido, pero también tiene que avanzar junto a otros individuos comprometidos en la creación de nuevas realidades más emancipadoras.
Es quizás esta función «activista» la que ha diferenciado a Chomsky de otros intelectuales. Se sabe que es un intelectual público que se dirige a miles de personas. Pero a diferencia de otros intelectuales convertidos en celebridades —piénsese en Niall Ferguson, Yuval Noah Harari o Camille Paglia—, lo que hace diferente a Chomsky, además de su orientación política, es que ha sido en gran parte excomulgado por los principales medios de comunicación. Entre los intelectuales de izquierda igualmente afectados, Chomsky, sin embargo, se distingue por una relación especial con el activismo. Es fácil verlo en la faceta de activista, pero nunca se le trata como tal.
Con este libro, esperamos poner en primer plano al activista Noam Chomsky, el que no se ve a primera vista. Para hacerlo, nos basamos en un volumen misceláneo, Internationalism or Extinction, que evocó el estado de ánimo y la «textura» de las actividades públicas de Chomsky para transmitir la importancia de las amenazas existenciales a las que se enfrenta la humanidad y para apuntar en qué debe consistir el activismo político. En este sentido, queremos ir más allá de la imagen incompleta de Chomsky en cuanto crítico implacable del poder estadounidense para descubrir al Chomsky que también ofrece una visión positiva del cambio social y que es un ejemplo de activismo en muchos campos simultáneos.
Hace muchos años, la intelectual activista Cynthia Peters añadió al debate sobre la relevancia que tiene Chomsky para el activismo una crítica concisa, formulada desde la camaradería, en el artículo «Talking back to Chomsky» [«Replicando a Chomsky»].4 Sin dejar de afirmar que «los movimientos que buscan el cambio social se han beneficiado enormemente del trabajo de Noam Chomsky», Peters argumenta que los consejos de Chomsky a los aspirantes a activistas tienen tres problemas, pues tienen una elección casi ilimitada de temas y organizaciones a las que unirse: 1) Chomsky descuida el problema de la «proporcionalidad»: las organizaciones a las que podemos unirnos son pequeñas y débiles en comparación con la escala de los problemas que deben abordarse; 2) «estrategia» a seguir: no tenemos una idea clara de hacia dónde dirigir nuestras energías, es decir, las proclamas de Chomsky no identifican las debilidades del imperio; 3) falta de «visión»: ¿qué debemos exigir?
En cuanto a la proporcionalidad, en este libro y en muchas otras conversaciones, Chomsky reconoce la importancia de los pequeños grupos que abordan los desafíos de la manera adecuada a sus circunstancias. A menudo, se basa en la experiencia de los revolucionarios zapatistas —de origen campesino— de México y en su capacidad para trabajar en red en un escenario mundial y poder mantener a raya al Estado mexicano. Otro ejemplo frecuentemente citado proviene de los movimientos sociales en Cochabamba, Bolivia, que trabajan en red a nivel mundial para derrotar a la Bechtel Corporation. Curiosamente, Arundhati Roy adoptó una postura similar a la de Chomsky en el Foro Social Mundial en 2003 al declarar que «cada uno a su manera» hemos «sitiado al imperio».5 La reivindicación aquí parece ser que las organizaciones modestas pueden lograr reconocimiento y capacidad a través de la creación de redes de asociaciones.
Se puede hacer una objeción semejante en lo que se refiere a la estrategia. En este libro, se ve a Noam aliarse con grupos activistas, pero se abstiene de criticar sus estrategias. En cambio, él es un compañero fiel y suma su voz a la de aquellos, cuando era un niño de diez años que escribió sobre la toma de Barcelona por las tropas franquistas, o un hombre de cuarenta que sitió el Pentágono, o un hombre de noventa años que expresa su opinión sobre el encarcelamiento de Lula da Silva. Sin embargo, esto no significa que guarde silencio sobre la estrategia a seguir. Uno puede adivinar la relación que tiene con la estrategia de esos grupos si estudia el comportamiento de Chomsky. Por ejemplo, sabemos que dedica de cuatro a cinco horas al día a responder correos electrónicos. Al compartir generosamente sus investigaciones y puntos de vista, como demuestran las muchas reflexiones personales de este libro, Noam es bastante ecuménico a la hora trabajar con activistas. Podrían aparecer, de manera impredecible en las muchas batallas que apoya, ideas y mejoras estratégicas que ayudaran a descubrir dónde el imperio es débil o qué tema o situación merece mayor atención. Lo que es fundamental es que las acciones que aportan soluciones se den a conocer y se pongan a disposición del resto de la humanidad. Y es ahí donde Noam, como comunicador diligente, ayuda estratégicamente a los movimientos de protesta. Para los activistas de su ciudad natal, los de la zona de Boston, Noam ha supuesto durante décadas un valioso depósito de información sobre los activistas de otras partes del planeta, a los que a su vez ha dado a conocer las acciones emprendidas en Boston.
Como nodo crítico en las bien estructuradas o informales redes globales del activismo, Noam tiene una visión panorámica del mundo, lo que le permite identificar situaciones y formas de resistencia estratégicamente valiosas y con posibilidades de éxito. Por supuesto, esta no acalla del todo la preocupación de Peters por la relación de Chomsky con la estrategia. No se adecúa fácilmente lo que se ve a diez mil metros de altura con cómo se debe actuar a ras de suelo. Pero esto no refleja los límites de Chomsky, es más una realidad existencial. No se puede esperar que Chomsky sepa mejor que las personas, las comunidades y las organizaciones qué modo de actuar se adapta mejor a sus necesidades. Comunicarse, confrontarse dentro de una comunidad o a través de una red es probablemente la mejor manera para que aparezcan buenas estrategias de acción. En la medida en que la comunicación es importante para que las comunidades y los activistas le den sentido a lo que quieren conseguir, el trabajo que hace Chomsky a la hora de criticar los monopolios de los medios de comunicación como entidades empresariales proporciona a los activistas otra perspectiva estratégica. Él trata a estos gigantes como instituciones con prácticas e intereses materiales, por lo que son reconocibles desde un punto de vista estratégico.6 Armados con este objetivo, solo el activista y su organización pueden determinar cuál es el mejor punto partida, de acuerdo con sus recursos y capacidades para la protesta.
El «problema de la visión» también puede tener una solución similar. Por ejemplo, poco después de la victoria presidencial de Evo Morales en Bolivia, Chomsky elogió el plan de reformas del primero. De manera similar, Chomsky a veces abraza aspectos del nacionalismo secular que Estados Unidos reprime en el sur. A menudo, narra y repite historias de los experimentos de resistencia y cambio que resultan familiares a la gente de esos países. Estas son visiones que Chomsky puede no proponer para los Estados Unidos, pero que tienen gran importancia para los partidarios de esas luchas nacionalistas. La visión es profundamente histórica y contextual, y no se puede trasladar fácilmente de una experiencia a otra. De hecho, se le hacen reproches similares a los que se hacen a Karl Marx, que propuso el socialismo como una solución pero que, excepto en contadas ocasiones, se negó a especular sobre su contenido. Esta es la paradoja inherente a la «visión» en el cambio social: se supone que es trascendental para una situación particular, pero está íntimamente ligada a las peculiaridades de dicha situación. No existe una única visión para todos.
Si habernos detenido a dialogar con las dudas que tiene Peters fomenta la idea de que Chomsky es un recurso valioso para los activistas, esperamos que este modesto compendio de entrevistas y reflexiones lo corrobore. En la primera parte, al hablar de la infancia con Paul Shannon, Chomsky revela las circunstancias personales de su niñez en el norte de Filadelfia, circunstancias que influyeron seguramente en su compromiso con la causa de los oprimidos. Niño judío en un vecindario predominantemente alemán e irlandés, sintonizó enseguida con las luchas globales en un mundo que hablaba, con frenesí y entusiasmo, de la entrada en Barcelona de las tropas de Franco o de la toma de París por el ejército alemán.
También viajamos con el Chomsky joven a través del viejo Boston Common, donde decenas de miles de personas se reunían para escuchar su crítica a la intromisión de Estados Unidos en Vietnam. Pero también daremos un paseo con él a través de la entrevista de Shannon, y nos remontaremos a la época en la que todavía no se tenía conciencia de los crímenes de guerra americanos y no se criticaban. Fueron momentos solitarios en los que Chomsky habló con todos los que querían escuchar, ya fuera en los cuartos de estar de los vecinos o en los fríos sótanos de las iglesias. El orador que hoy reúne grandes multitudes no solo comenzó como un agitador solitario, sino que hizo más sólidos los argumentos y aumentó su autoridad gracias al diálogo con los activistas. Comenzó como «activista pretérito», pues lo fue antes de convertirse en un destacado intérprete de los movimientos de protesta. Lo que es aún más destacable es que décadas de aclamación por este activismo han mantenido intacto su compromiso a la hora de trabajar de igual a igual con otros activistas, como lo atestiguan muchos de los libros que ha publicado, un punto que se hace explícito en las reflexiones finales de los activistas, que aparecen como colaboraciones en la última parte de este libro.
Después de estudiar episodios del activismo de Chomsky, la segunda parte del volumen se centra en reflexiones más amplias sobre muchos de los problemas que afectan a nuestros movimientos sociales. Se incluyen algunos de los más divisivos o polémicos: cómo mejorar el sistema electoral, por ejemplo. Recientemente, además, Chomsky ha pedido a algunos partidos que se retiren de las elecciones presidenciales de Estados Unidos para que no sea reelegido Trump.7 Esto es coherente con su posición en elecciones anteriores, en las que Chomsky defendía una estrategia de «Estado seguro» en la que la gente votaba por terceros partidos en Estados donde tales votos no iban a ser determinantes en la asignación de los votos electorales de dicho Estado. La justificación de esta postura se analiza en la segunda parte, no solo en relación con el marco electoral, sino también con otras propuestas políticas para el conjunto de la izquierda. Su base «no» está en el ámbito electoral, sino que tiene sus raíces en los movimientos sociales. Aquí también aparece el Chomsky activista visionario, como alguien que imagina una izquierda que puede comprometerse con los evangélicos, una hipótesis firmemente arraigada en la historia. Del mismo modo, Chomsky se niega a priorizar entre los movimientos sociales y sus diversas reivindicaciones. En cambio, al denunciar las amenazas, más que creíbles e inminentes, para la supervivencia de la humanidad, pide a los movimientos sociales que integren el activismo sobre las preocupaciones globales con su lucha particular en lugar de dedicarse solo a problemas singulares. Un enfoque nítido en los problemas de la clase trabajadora y la organización laboral proporciona el «pegamento» universal que puede ayudar a estos movimientos a cohesionarse, especialmente en una era en la que la mujer forma buena parte de la clase trabajadora estadounidense y la gente de otras razas ejerce cada vez más el liderazgo dentro de las filas sindicales.
Lo proyectos de estos movimientos se exploran en la tercera parte y se centran temporalmente en el año 2020, con motivo de las elecciones presidenciales en el «Estado más poderoso de la historia mundial». Al declarar que la de 2020 podía ser «la elección más importante en la historia de la humanidad», Chomsky ofrece un análisis de lo que estaba en juego a la luz de la combinación del destino de Trump con el de los principales intereses empresariales, «los amos del universo». Si Trump iba a ser reelegido o si los intereses comerciales iban a decidir deshacerse del mortal circo de Trump fue durante mucho tiempo una pregunta abierta.
Por supuesto, Chomsky investiga los orígenes y el impacto de la pandemia de la covid-19, que asola a la humanidad a la vez que desenmascara la «patología de la lógica capitalista». Contra el virus mortal, la profunda crisis económica, el autoritarismo creciente y las amenazas existenciales, Chomsky, sin embargo, encuentra inspiración en los movimientos juveniles y en la izquierda global, y llega a recordar el requerimiento de Gramsci cuando animaba a trabajar con el «pesimismo de la inteligencia, y el optimismo de la voluntad».
Chomsky analiza la voluntad de la humanidad —la capacidad que tiene para comprender y cambiar el mundo— a través de varias vías de investigación. De hecho, uno de los mejores lugares para que los lectores comprendan el fundamento filosófico de las investigaciones lingüísticas, filosóficas y políticas de Chomsky es un libro breve y accesible: What Kind of Creatures Are We? 8 En la cuarta parte de este libro, sin embargo, aprenderemos «qué clase de persona es Noam Chomsky». Los autores entrevistaron a una docena de activistas e intelectuales que han trabajado con Chomsky durante varios años para saber qué huella dejó este en su forma de entender el activismo político. Algunos respondieron con breves anécdotas, otros ofrecieron homenajes. Todos tienen un punto en común: Noam ha estado siempre a disposición de los movimientos sociales con una generosidad asombrosa. Aunque este es un Chomsky que rara vez aparece en las entrevistas, uno que Noam parece tratar como una distracción de los asuntos de interés global, se deja ver cuando trabaja con otros para cambiar el mundo. Con una persona así y con este tipo de colaboraciones con el activismo político, podemos comprender por qué el 7 de diciembre de 1928 fue un día desastroso para el Estado imperialista estadounidense.
No cabía duda de que 2020 iba a ser un año fatídico, especialmente para aquellos que se preocupan lo suficiente por el mundo como para tratar de determinar su destino, para los activistas, en resumen.
Una de las razones es que 2020 nos trae elecciones en el Estado más poderoso de la historia mundial. Su resultado tendrá un gran impacto no solo en los Estados Unidos, sino también, por razón del poder de los Estados Unidos, en los peligros que afronta el mundo entero.
La naturaleza y la escala de estos peligros se pusieron de relieve al comienzo del año, cuando se colocaron las manecillas del famoso Reloj del Juicio Final, lo que proporcionó una evaluación tan buena como sucinta del estado del mundo. Desde la elección de Donald Trump, el minutero se ha movido constantemente hacia la medianoche, lo que significa que «se acabó». Al llegar el 2020, los analistas abandonaron los minutos y pasaron a los segundos: cien segundos para la medianoche, lo más cercano a un desastre terminal tras los ataques con bombas atómicas y desde la primera puesta en marcha del reloj. Las razones fueron las habituales: la grave y creciente amenaza de una guerra nuclear y de una catástrofe ambiental (con la Casa Blanca orgullosamente liderando la carrera hacia el abismo) y el deterioro del funcionamiento de la democracia, la única esperanza para hacer frente al desastre inminente.
Hay tiempo para salvar la sociedad humana (y muchas otras especies) del cataclismo, pero no mucho. La cantidad de tiempo que queda depende, en gran medida, de las elecciones de Estados Unidos en noviembre de 2020, que pueden convertirse en las elecciones más importantes en la historia de la humanidad, quizás incluso en aquellas que sellen el destino de la sociedad humana.
Palabras terribles, pero ¿son una exageración? Cuatro años más de trumpismo podrían llevar el calentamiento global a un punto de inflexión irreversible. Como mínimo, aumentaría considerablemente los costes de lograr algún grado de supervivencia decente. El desmantelamiento que ha hecho Trump de la delgada barrera que nos protegía de la destrucción nuclear bien podría tener éxito y desencadenar una guerra final; y aunque no la desencadene, acercará aún más al mundo al borde del precipicio. Que Trump repita como presidente le dará a Mitch McConnell más tiempo para proseguir con su asalto a la democracia, pues se dedica a llenar el poder judicial de jueces jóvenes de extrema derecha que garanticen la continuidad de políticas profundamente reaccionarias y destructivas, sin importar lo que prefiera el electorado. Las tres terribles amenazas que llevan el segundero hacia la medianoche son objetivos de Trump y del partido que ahora bebe de su mano, y que está dedicado a intensificarlas.
Solo por estas razones —hay muchas otras— se debe hacer todo lo posible para evitar esta tragedia; y, si ocurre, redoblar los esfuerzos para limitar el daño y abrir el camino a un mundo habitable.
Los analistas del Reloj del Juicio Final podrían haber agregado una cuarta razón para adelantar la manecilla hacia la medianoche: la tibia respuesta a la creciente amenaza a «la supervivencia de la humanidad». La expresión se lee en un memorándum de JPMorgan Chase, el banco más grande de Estados Unidos, advirtiendo de lo que se avecina si seguimos así.9 Las crecientes amenazas de Trump sobre una guerra nuclear total apenas recibieron un pequeño comentario durante la campaña de 2019-2020. Ha habido alguna mención a la entusiasta carrera de Trump hacia la catástrofe ambiental que, aunque no ocupa un lugar destacado entre sus disparates, supera ampliamente a los que suscitan un enorme rencor. Mientras tanto, los republicanos continúan por el alegre rumbo de minimizar la amenaza, tal y como lo vienen haciendo desde hace una década, desde que los sobornos y la intimidación por parte del gigante empresarial de los hermanos Koch detuvieron abruptamente el pequeño paso que habían dado para demostrar preocupación por el destino del país y de la sociedad humana en general. El impacto sobre el público es claro en las encuestas: apenas una cuarta parte de los republicanos consideran la amenaza ambiental un problema inminente para la supervivencia de la humanidad, aunque están de acuerdo en que los humanos tenemos alguna responsabilidad en el «cambio climático» (el eufemismo preferido para referirse al calentamiento global en el discurso público, interpretable como una inundación en el patio de atrás en lugar de tratarse, como se trata, de la supervivencia de la humanidad).10
Trump, que se jacta de su poder personal, parece estar disfrutando con el espectáculo. Se burla abiertamente de las víctimas en cuya destrucción está trabajando, seguramente con los ojos abiertos y las manos extendidas hacia las arcas de su electorado, principalmente compuesto por los defensores de la riqueza en manos de particulares y del poder empresarial. Un ejemplo sórdido es el anuncio de la Casa Blanca de que el presidente se está interesando por el cambio climático y está leyendo un libro para estar mejor informado. Incluso dejaron caer el título: «Donald J. Trump: un héroe medioambiental».11
Es difícil dudar de que ese sea un gesto de desprecio por parte del autoproclamado «elegido» (los ojos levantados al cielo ante una multitud que lo adora, que lo cataloga como el mayor presidente de la historia, su salvador).
Tengo edad suficiente como para recordar las transmisiones de radio de los mítines que daba Hitler en Núremberg; aun sin entender las palabras, el estado de ánimo y el sentido eran inconfundibles. Los mítines de Trump me reavivan esos recuerdos de la infancia. Sin embargo, debemos tener cuidado con la tentación de hablar de fascismo. El nazismo tenía una ideología horrible, que incluía la matanza masiva de judíos y otras conquistas militares indeseables, y también decía que el Partido debía controlarlo todo, incluso el mundo empresarial, que es casi lo contrario de la realidad neoliberal de la que Trump es el actual líder. Donald J. tiene una ideología mucho más sencilla: ¡¡¡yo!!!
Las payasadas de Trump las toleran aquellos a quienes Adam Smith llamó «los amos de la humanidad», que en sus tiempos eran los comerciantes y los industriales ingleses; en los nuestros, las multinacionales y las empresas financieras, llamados «los amos del universo» en una época más global. Los «amos» toleran el espectáculo de monstruos que hay en la Casa Blanca siempre que el principal manipulador sea al menos lo suficientemente disciplinado como para meter más dólares en sus bolsillos, ya de por sí repletos, y cumpla así el objetivo principal de sus políticas «populistas».
Revitalizar la carrera armamentista también parece ser una experiencia gratificante para el elegido, al que no afectarán las consecuencias de la escalada. Seguramente, es un regalo de bienvenida para la industria militar, que se regocija abiertamente por el generoso regalo de los contribuyentes para crear armas aún más asombrosas para destruirnos a todos; y también, más adelante, más regalos para idear algún medio (sin esperanza) de defensa contra los nuevos medios de destrucción que animamos a desarrollar a los enemigos. Volver a los días de Eisenhower y Reagan ofrecería al menos un respiro, tal vez tiempo para poner fin a este horror.
Estos no son asuntos triviales. La supervivencia de la humanidad depende en gran medida de cómo se resuelvan.
El año 2020 comenzó con nuevas advertencias. La especialista en salud Helen Epstein escribió que «Estados Unidos sufre una crisis de sanidad colosal», y decía que por culpa de la mala gestión sanitaria se pierden «aproximadamente ciento noventa mil vidas al año». La principal revista médica británica, The Lancet, añadió a la cifra sesenta y ocho mil muertes adicionales en los Estados Unidos. A esto podemos agregar el número considerablemente mayor de muertes innecesarias en las fallidas residencias privadas de ancianos, que son otro de los placeres de Trump, dirigidas por ejecutivos que son una importante fuente de ingresos para su campaña electoral, ya que reduce drásticamente las normas que los obligan a proporcionar algunos cuidados indispensables.12
Epstein y los científicos de The Lancet escribieron el artículo antes del estallido de la pandemia de covid-19. La desregulación de las residencias de ancianos llevaba tiempo en marcha, pero progresó a medida que los pacientes morían por culpa del virus. Epstein se refería a la enfermedad estadounidense denominada «muertes por desesperación», que estudiaron en profundidad las economistas Anne Case y Angus Deaton, «concentradas en ciudades industriales en decadencia y en las áreas rurales deprimidas que quedaron abandonadas por la globalización, la automatización y la reducción de personal». El estudio de The Lancet se refería a otra tragedia exclusiva de los Estados Unidos, única entre las sociedades desarrolladas: las muertes por ausencia de seguros sanitarios dignos, o de cualquier tipo. Sucede así en la sociedad más rica del mundo, que tiene maravillas incomparables, pero que sufre bajo un sistema de salud privado con fines de lucro con el doble del gasto per cápita del que tienen sociedades comparables, y con peores resultados sanitarios.
El sistema de salud ha sido un objetivo principal para Trump-McConnell y su partido, comprometidos en hacer que la tragedia sea aún más amarga derogando la Affordable Care Act (Ley de Asistencia Sanitaria a Bajo Precio) de Obama y retrocediendo a una situación anterior considerablemente peor (retórica aparte). No lo lograron, pero sí consiguieron modificar la aca al ofrecer planes de cuotas bajas y copago alto con coberturas limitadas, lo que hace imposible que muchos puedan pagar el coste de la visita o de la prueba y el tratamiento en nuestro disfuncional sistema de atención médica, lo que permitió la propagación de la pandemia. Volvemos a otras contribuciones de Trump en este campo.
La poca atención que se le había concedido hasta el momento a los peligros existenciales llegó a convertirse en una invisibilidad virtual, más cuando apareció la nueva emergencia sanitaria, que ocupó casi por completo la información. Comprensible, pues es realmente grave. Prácticamente ha reducido la sociedad global, lo que ha causado un daño inmenso. En los Estados Unidos, golpeó a una sociedad que ya sufría «una colosal crisis sanitaria»; no una crisis por causas naturales, sino socioeconómica y política, una crisis con un alcance considerablemente más amplio.
Estos son asuntos que deben analizarse y comprenderse cuidadosamente si se quieren evitar catástrofes posteriores. A medida que la crisis se desvanece, la cuestión de cómo reconstruir las sociedades maltratadas adquirirá una importancia cada vez mayor. Para los activistas, la tarea la organizó sucintamente el escritor y periodista Vijay Prashad, la voz habitual de los miserables de la tierra: «No volveremos a la normalidad, porque la normalidad es el problema».13