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Una conversación íntima entre destacados intelectuales públicos que examina la polémica interacción entre la Revolución Cubana y el imperio estadounidense. Cuba, un audaz experimento revolucionario en el patio trasero del imperio, ha desempeñado un papel controvertido en el orden internacional durante décadas. Aunque sus médicos (y combatientes) -y la enorme influencia de su ejemplo- han recorrido todo el mundo, desde Venezuela hasta Angola, su futuro político y económico sigue siendo incierto a medida que la era de los Castro toca a su fin y el embargo estadounidense no cesa. A través de una conversación íntima entre dos de los observadores más sagaces de la política internacional del país, Noam Chomsky y Vijay Prashad, 'Sobre Cuba' recorre la historia cubana desde los primeros días de la revolución de 1950 hasta el presente, interrogando las intervenciones estadounidenses y extrayendo lecciones sobre el poder y la influencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental. Ni una condena patriotera ni una celebración acrítica, el enfoque heterodoxo de Chomsky sobre los asuntos mundiales se muestra en todo su esplendor cuando él y Prashad se enfrentan al lugar único que ocupa Cuba en la escena internacional. En un panorama mediático saturado de medias verdades y noticias falsas, Chomsky y Prashad - "nuestro propio Frantz Fanon. . . (Amitava Kumar, autor de Inmigrante, Montana)- pretenden arrojar luz sobre la verdad de una nación compleja y siempre controvertida, al tiempo que examinan los límites del discurso de los principales medios de comunicación.
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Este ensayo no trata de Cuba en sí misma, sino de la asfixia mediante la cual Estados Unidos ha querido someter a Cuba. Esta asfixia se basa, desde luego, en los intereses materiales, pero especialmente en la necesidad del Gobierno de Estados Unidos de destruir cualquier desafío a su papel en el mundo y en una cultura de crueldad que se ha fraguado entre los altos funcionaros del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba. El término desafío se repite a menudo en los documentos sobre la política de Estados Unidos y en declaraciones de funcionarios estadounidenses cuando hablan sobre Cuba, unos documentos y declaraciones que citamos extensamente a lo largo de este libro. La ira ante este desafío ha creado una cultura de crueldad hacia la Revolución cubana y, como consecuencia, contra las personas que viven en Cuba. Esta crueldad está representada en las declaraciones informales de estos funcionarios, como cuando el secretario de Estado de Estados Unidos Alexander Haig le dijo al presidente Ronald Reagan en marzo de 1981: «Deme la orden y convertiré esa maldita isla en un aparcamiento». Los registros reflejan que Reagan estuvo «tentado».[1]
A pesar de la intensidad de la campaña de Estados Unidos para derrocar la Revolución cubana y de los graves inconvenientes para construir cualquier proyecto en una isla que ha sufrido desde 1960 el embargo del país más poderoso del mundo, el pueblo cubano ha resistido. No sabemos de ningún otro caso similar en la historia mundial en el que un país pequeño, prácticamente sepultado por el Estado más poderoso del mundo, que intenta destruirlo, consigue sobrevivir; y no solo sobrevivir, sino lograr tener éxito en muchos aspectos. Las estadísticas sobre la salud en Cuba son mejores que las de Estados Unidos; un hecho comentado únicamente en las publicaciones profesionales, en el mejor de los casos, y no entre el público general. En su documental de 2007 Sicko, Michael Moore escenificó la diferencia en la sanidad entre Estados Unidos y Cuba. Moore viajó a Cuba con los trabajadores de emergencias del 11 de Septiembre. Fueron a Guantánamo y llegaron hasta la entrada del centro de detención de Estados Unidos, donde el Gobierno estadounidense tenía a los detenidos de su guerra global contra el terror. Moore, a través de un megáfono, pide a los funcionarios del centro (que en sí mismo es una increíble violación de los derechos humanos) que permita que los trabajadores de emergencias del 11 de Septiembre reciban la misma atención sanitaria que los detenidos. Se trata de un enorme teatro político. En La Habana, los trabajadores de emergencias del 11 de Septiembre compran medicamentos asequibles y tratamientos médicos en el hospital Hermanos Ameijeiras, cuyo edificio albergó un banco antes de la Revolución, y luego esos trabajadores son recibidos como héroes en el centro de bomberos de La Habana. En lugar de intentar asimilar las implicaciones del documental, los medios estadounidenses (con John Stossel, de NBC News, a la cabeza) persiguieron a Michael Moore e intentaron demostrar que la parte de Cuba de la cinta era errónea. En lugar de investigar las implicaciones del documental de Moore, los medios estadounidenses intentaron desmentirlo.
La reacción del Gobierno de Estados Unidos al documental de Moore fue aún más cruda. El 31 de enero de 2008, la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana envió un telegrama al Departamento de Estado de Estados Unidos en el que decía que el Gobierno cubano había censurado el documental Sicko de Moore porque sabían que «la película era un mito y no querían arriesgarse a sufrir una revuelta popular por enseñar instalaciones cubanas que no eran accesibles para la mayoría del pueblo». Cuando WikiLeaks filtró este mensaje, Moore respondió en su blog que el telegrama era «una muestra deslumbrante de la naturaleza orwelliana presente en la forma en que los burócratas estatales retuercen sus mentiras e intentan recrear la realidad (para aplacar a sus jefes y decirles lo que quieren oír, supongo)». En vez de retirar el documental, Moore prosiguió: «El documental se emitió en la televisión nacional para toda la nación cubana el 28 de abril ¡de 2008! A los cubanos les gustó tanto el documental que se ha convertido en una de las escasas películas norteamericanas que se han difundido en los cines de Cuba. Yo, personalmente, me aseguré de que una copia en treinta y cinco milímetros llegase al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos de La Habana. Hubo proyecciones de Sicko en los municipios de todo el país».
En Estados Unidos los servicios sanitarios son catastróficos. También es así en las ciudades grandes, pero sobre todo en las zonas rurales son un completo desastre. Los hospitales colapsan. En muchos lugares no hay atención sanitaria. Si hubiera un mínimo de cordura, Estados Unidos invitaría a los médicos cubanos a trabajar en las zonas rurales de Estados Unidos.[2]
El público estadounidense ha interiorizado una y otra vez gracias al Gobierno y los medios de masas que Cuba es un Estado autoritario, que las personas que viven allí lo hacen esclavizadas por el comunismo y que Cuba es una amenaza para Estados Unidos. Ninguna de estas afirmaciones es cierta, pero, aun así, estas falsedades definen el concepto que tiene el público general estadounidense sobre Cuba. Debido a la situación generalizada contra Cuba, los medios estadounidenses fabrican despreocupadamente lo que les place para socavar a Cuba ante la opinión pública de Estados Unidos. Por ejemplo, en 2017, el Gobierno estadounidense acusó a Cuba de efectuar un «ataque sónico» contra sus diplomáticos, unas declaraciones repetidas textual y ampliamente por la prensa estadounidense. Seis años después, un informe de la inteligencia gubernamental estadounidense concluyó que era poco probable que los «adversarios extranjeros» hubieran creado el «síndrome de La Habana», lo que desmintió el Gobierno cubano en 2017, pero esto fue descartado y apenas se informó de ello.[3] La mancha de la historia original perdura y abona el terreno para la siguiente historia ridícula, como es la construcción de una base militar china en Cuba, lo que negaron inmediatamente tanto el Gobierno cubano como el chino.[4] Un reportero de BreakThrough News viajó hasta Bejucal, donde TheWall Street Journal decía que se encontraba la base, y preguntó a los locales si sabían algo de esta base o si habían visto a personas chinas en el municipio. Los habitantes de esta pequeña localidad dijeron que no habían presenciado actividad militar china, pero, como dijo uno de ellos, «en la calle 22 hay una familia china, pero lleva viviendo allí desde mi infancia». Otra persona dijo que sí había algunos descendientes de chinos en el municipio, uno de ellos era masajista en el gimnasio. «Son chinos cubanos», dijo, nacidos en Cuba, uno de ellos tenía ochenta años y el otro tenía cien.[5] Ninguno de estos hechos, y menos aún las declaraciones de los cubanos, se tuvieron en cuenta en todo aquel peligroso frenesí. Cuando un país poderoso con el control de los canales de información globales crea una mentira, esta permanece, y es muy difícil demostrar que esa mentira lo es, aunque sea evidente que los hechos son ridículos.
Este libro tiene su origen en una tarde en La Habana, cuando Vijay acudió a ver al cantante Silvio Rodríguez en sus Estudios Ojalá para entregarle una copia de La retirada, la edición en castellano de nuestro libro The Withdrawal. Resulta que Silvio es un gran seguidor de Noam, así que le dio a Vijay un libro que había editado sobre música cubana como regalo para Noam. Este encuentro dio lugar a una conversación entre Noam y Vijay sobre Cuba que se convirtió en una serie de debates grabados que hemos adaptado al formato ensayo para esta breve obra.
Durante la primera mitad de 2023 tuvimos unas videollamadas por Zoom en las que hablamos sobre la política exterior de Estados Unidos y Cuba. A pesar de la ajetreada agenda de Noam, estas llamadas se desarrollaban a lo largo de varias horas para tratar un rango amplio de temas —desde la invasión de bahía de Cochinos a la inclusión de Cuba en la lista estadounidense de Estados patrocinadores del terrorismo—, lo que hizo que algunas de estas conversaciones se convirtieran en artículos breves y declaraciones que hemos ido publicando desde entonces. Al principio pensamos escribir un libro basado por completo en una versión editada de estas conversaciones, es decir, un libro de entrevistas. Vijay preparó una transcripción apenas editada, se la envió a Noam y, en otra conversación, nos dimos cuenta de que este libro no era exactamente lo que queríamos. Decidimos que las conversaciones habían creado las condiciones para que escribiéramos otro tipo de libro: un texto escrito conjuntamente que se basara en estas conversaciones, así como en los artículos breves y las declaraciones. Un libro breve y escrito en conjunto era la única manera de respetar nuestra idea original. Estuvimos debatiendo sobre cómo estructurar el libro empleando las transcripciones de las conversaciones y textos sin publicar que Noam le envió a Vijay. Después, Vijay utilizó estos materiales para crear un borrador del texto sobre el que trabajaron Noam y Vijay hasta que tuvimos un proyecto aceptable que presentar para su publicación. En cada sección del libro, el lector encontrará una cita breve de los comentarios de Noam durante nuestras numerosas horas de conversaciones. Pasamos un mes hablando sobre el manuscrito, intentando hallar la forma de introducir nuestras valoraciones combinadas de las complejidades de la Revolución cubana. A pesar de tener distintos puntos de partida, descubrimos una unanimidad en la visión de que el Gobierno de Estados Unidos se ha mostrado vengativo hacia la Revolución cubana porque esta logró desafiar con éxito a Washington y ha mostrado un modelo socialista para el resto de los países del tercer mundo. Esa es la idea principal de este libro. El texto que ofrecemos a continuación es una versión más elaborada de ese primer borrador, editado por Marc Favreau e Ishan Desai-Geller. Queremos dar las gracias a Manolo de los Santos, quien nos acompañó en nuestro recorrido de producción de este libro, por la introducción que ha escrito para nosotros. Estamos muy contentos de que el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, haya escrito el prólogo de este libro. Díaz-Canel tomó el relevo a Raúl Castro, quien siguió al excepcional Fidel Castro en la enorme tarea de liderar Cuba. Era difícil estar a su altura y aún más hacerlo cuando las ansias de venganza de Estados Unidos eran tan elevadas. No obstante, Díaz-Canel logra hacerlo y desenvolverse por la isla para explicar al pueblo el origen de su crisis y mantener la esperanza para continuar con su lucha.
[1]William M. LeoGrande, Our Own Backyard: The United States in Central America, 1977–1992, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1998, p. 82.
[2]Como se menciona más adelante en esta sección, todas las citas destacadas en el libro provienen de los comentarios de Noam durante nuestras largas conversaciones.
[3]Gardiner Harris, «16 Americans Sickened after Attack on Embassy Staff in Havana», TheNew York Times, 24 de agosto de 2017; Julian E. Barnes y Adam Entous, «Foreign Adversaries “Very Unlikely” to Blame for Havana Syndrome, Intelligence Review Finds», TheNew York Times, 1 de marzo de 2023. Consultar en el Ministerio de Asuntos Exteriores cubano el artículo: «Expertos señalan incongruencias en la hipótesis de los ataques acústicos», 16 de noviembre de 2017.
[4]Warren P. Strobel y Gordon Lubold, «Cuba to Host Secret Chinese Spy Base Focusing on US», TheWall Street Journal, 8 de junio de 2023, una noticia después ampliada por la dirección editorial: «China’s New Military Footprint in Cuba», The Wall Street Journal, 20 de junio de 2023.
[5]«Residents of Bejucal, Cuba, Respond to US Allegations of Chinese Spy Base», BreakThrough News, 16 de junio de 2023.
Me siento muy agradecido por la invitación a escribir unas líneas para este libro acerca de la dolorosa historia de la agresión de Estados Unidos a Cuba. Es un honor prologar la obra de Vijay Prashad y Noam Chomsky, escritores de distintas generaciones que ennoblecen la misión de los intelectuales de nuestra época mediante su unión de convicciones políticas y análisis rigurosos.
Mi buen amigo Vijay Prashad y yo hemos tenido el placer de compartir ideas y foros en los últimos tiempos y soy un gran admirador de su trabajo teórico en Tricontinental: Institute for Social Research. También, por supuesto, hace años que conozco y admiro el trabajo de Noam Chomsky. Su impresionante contribución a la teoría de la lingüística y la comunicación y sus trabajos atemporales sobre crítica social, como Los guardianes de la libertad, son asignatura obligatoria en las universidades de todo el mundo y no necesitan presentación alguna. Sin embargo, lo que destaca para mí es la pasión política que ha inspirado en sus lectores de todos los rincones del planeta.
Recuerdo leer, hace por lo menos veinte años, una lección que Chomsky dio en el Foro Social Mundial en Porto Alegre, Brasil. Me sorprendió averiguar que la lección no tuvo lugar en un aula o en un salón de conferencias, sino en un estadio de fútbol atestado de jóvenes, todos atentos a sus palabras y vitoreándolo con la pasión de los auténticos aficionados o, por explicarlo de otra manera, con la pasión que genera el conocimiento.
En Sobre Cuba, Chomsky y Prashad han unido sus fuerzas para documentar y analizar la agresión imperialista de Estados Unidos contra nuestra heroica nación. Es evidente que han desarrollado este proyecto con el espíritu de respeto y solidaridad que siempre ha definido sus relaciones con Cuba y que aportan su característica valentía, sinceridad y erudición a la hora de tratar este tema.
Nosotros, los cubanos, siempre le estaremos agradecidos a Chomsky por algunas de las opiniones más comprensivas y acertadas del bloqueo de Estados Unidos a Cuba. Hace algunos años, durante una visita inolvidable a nuestro país, le pidieron que hiciese una declaración sobre el bloqueo. Sorprendentemente, no se contentó con una simple condena, sino que en tan solo unas pocas palabras formuló un análisis que es tan válido ahora como lo era entonces. Más recientemente, Chomsky y Prashad publicaron un artículo retomando el punto en el que terminó el análisis de entonces de Chomsky para denunciar con términos muy concretos la inclusión de nuestro país en la espuria lista estadounidense de Estados patrocinadores del terrorismo. En ese valioso texto, le recuerdan al presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, que, a pesar de los más de sesenta años de bloqueo económico, Cuba ha sido capaz de «superar la humillación de la hambruna, la mala sanidad y el analfabetismo, las tres plagas sociales que siguen azotando a gran parte del mundo».
Precisamente por este motivo me honra situar mi nombre, como hijo del pueblo cubano, como apasionado seguidor de la primera Revolución socialista del hemisferio norte y como estudiante de las ideas de José Martí y Fidel Castro, junto a los de estos dos autores, activistas y pensadores radicales que se encuentran entre los intelectuales de izquierda más importantes del mundo. Chomsky y Prashad siempre han defendido nuestro derecho a existir, desarrollarnos y demostrar que las luchas de la humanidad por su emancipación no han sido en vano. Un mundo mejor es posible. Y lo demostraría una Cuba libre del bloqueo, del acoso y de las agresiones de todo tipo.
MIGUEL MARIO DÍAZ-CANEL BERMÚDEZ,
primer secretario del Comité Central
del Partido Comunista de Cuba
y presidente de la República de Cuba
En 1959, la Revolución cubana saltó al escenario global y sorprendió a todo el mundo con la guardia baja. La nación isleña pronto se transformó en un foco de periodistas extranjeros, estudiantes entusiastas e intelectuales, todos decididos a presenciar con sus propios ojos el experimento social que estaba teniendo lugar. Fueron atraídos a este crisol caribeño de cambio como polillas a la luz y todos planteaban la misma pregunta: y después ¿qué?
Los inicios de la década de 1960 fueron testigos de una generación de intelectuales que se inclinaba hacia la izquierda, con la mirada fija en la floreciente revolución de Cuba. En medio del tumultuoso vórtice de la Guerra Fría, intentaron descifrar la trayectoria política de esta pequeña nación que se liberaba de los grilletes del imperialismo. Entre los intelectuales estadounidenses, muchos intentaron defender la Revolución de la agresión de su propio país e insistieron en que la Revolución cubana no era el vástago del comunismo, como alegaban sus críticos. Simultáneamente, a mediados de los años sesenta, algunos observadores extranjeros, como Leo Huberman y Paul Sweezy, editores de Monthly Review, habían empezado a catalogar la Revolución cubana de «socialista» incluso antes de que Fidel pronunciase este término en público.
Una de esas mentes curiosas que emprendieron este viaje fue C. Wright Mills, el reverenciado sociólogo de la Universidad de Columbia. Conocido por sus estudios acerca de la estructura de clases norteamericana tras la Segunda Guerra Mundial, sus obras Las clases medias en Norteamérica y La élite del poder ya lo habían situado como un observador sagaz de los cambios sociales. Durante dos semanas de agosto de 1960, Mills se sumergió en la experiencia cubana, e incluso pasó tres días viajando con el propio Fidel Castro. Su misión estaba clara: escribir un libro que capturase las voces de los revolucionarios cubanos y expresara sus aspiraciones al mundo. Al contrario que sus colegas, Mills veía a los revolucionarios a través de una lente diferente. Los consideraba marxistas, involucrados en la inmensa tarea de construir un «socialismo con corazón» en una isla que llevaba mucho tiempo siendo víctima del subdesarrollo.
El triunfo de la Revolución cubana en 1959 se encontró con una actitud beligerante por parte del Gobierno de Estados Unidos. A pesar de haber reconocido inicialmente el Gobierno del recién nombrado presidente Manuel Urrutia, apenas una semana después de que los revolucionarios hubieran derrocado el régimen opresor de Fulgencio Batista, Estados Unidos procedió a sabotear la Revolución cubana, sobre todo después de que Fidel Castro ascendiera al puesto de primer ministro en febrero de 1959. Cuando Castro quiso visitar Estados Unidos en abril, el presidente Dwight Eisenhower se negó a reunirse con él. Esto marcó el inicio de un firme declive en las relaciones, que culminó cuando Estados Unidos rompió lazos con Cuba en 1961 y puso en marcha una serie de tácticas de desestabilización coordinadas por la CIA: desde los más de seiscientos intentos de asesinato a Castro hasta actividades terroristas dentro de la Operación Mangosta en la isla y la invasión de bahía de Cochinos por parte de los exiliados cubanos de derecha. En 1962, la administración de Kennedy inició un bloqueo contra Cuba, lo que comenzó una campaña despiadada de hambruna y carencias contra los once millones de habitantes de la isla que aún ahora sigue asfixiando al país. Sin embargo, el pueblo de Estados Unidos no fue quien condenó a Cuba, a pesar de las acciones de su Gobierno. Justo después del triunfo de la Revolución, dos poderosas fuerzas sociopolíticas de Estados Unidos, el Movimiento Black Power y las organizaciones socialistas, se situaron detrás de la Revolución cubana inmediatamente.
Cuando Castro viajó a Nueva York para participar en la reunión de la Asamblea General de la ONU de 1960, antes de que Estados Unidos cortase oficialmente sus relaciones con Cuba, él y su delegación fueron expulsados de su alojamiento, por lo que no tenían un lugar donde quedarse. Malcolm X intervino y logró que la delegación cubana se alojase en el Hotel Theresa, en Harlem. Este gesto mostró las profundas conexiones entre el Movimiento Black Power y los revolucionarios cubanos de la orilla contraria. Cuando Eisenhower le negó a Castro la entrada a su almuerzo con otros líderes latinoamericanos, Castro respondió organizando su propio encuentro en una cafetería de Harlem con los empleados del Hotel Theresa, a quienes se refirió como «las personas pobres y humildes de Harlem». En una reunión entre Castro y Malcolm X, este último afirmó que «somos veinte millones y siempre lo entendemos», resaltando la solidaridad hacia el proceso revolucionario.
En marzo de 1960, Leo Huberman y Paul Sweezy viajaron a Cuba para presenciar en primera persona la Revolución. Se relacionaron con líderes revolucionarios (Fidel Castro y el Che Guevara), funcionarios estatales, nuevos organismos civiles y cubanos de a pie. A su regreso a Nueva York, Huberman y Sweezy presentaron sus observaciones en un número especial de su publicación socialista titulado «Cuba: Anatomy of a Revolution». Más adelante, ese mismo año, lanzaron su reportaje en formato libro con Monthly Review Press. Este libro fue uno de los primeros en argumentar que la Revolución cubana, impulsada por su fiel compromiso con la soberanía, se dirigía de una forma natural hacia el socialismo. Huberman y Sweezy volvieron a tratar la Revolución varias veces y El socialismo en Cuba, de Huberman (1960), tuvo una buena recepción en la isla debido a su crítica empática hacia el proceso cubano. La relación entre Monthly Review (la editorial y la revista) y la Revolución cubana ha sido duradera y significativa.
Casi treinta años después, en contraste con el telón de fondo del bloqueo continuo, la crisis de deuda del tercer mundo y la disolución de la Unión Soviética, Cuba se vio embarcada en un amplio programa de reformas, aunque sin flaquear en su compromiso con la educación, la sanidad y el bienestar colectivo. El tercer congreso del Partido Comunista de Cuba de 1986 aprobó un nuevo sistema de gestión económica y planificación que incorporaba una reforma salarial, la integración de un sistema de mercado en la agricultura, la liberalización de los sectores de producción y la venta de las empresas públicas. Estas reformas transmitían un trasfondo de emergencia debido al declive de la productividad en Cuba y el desafío de diversificar las exportaciones tras una cosecha de azúcar decepcionante en 1970. La caída de la Unión Soviética en 1991 llevó a Cuba a un «Periodo Especial» que, a pesar de la creencia popular de que terminó en la década de los años dos mil, aún persiste. Lo peor del Periodo Especial se palió después del inicio de la Revolución bolivariana de Venezuela en 1999, aunque la guerra híbrida contra Venezuela llevada a cabo por Estados Unidos ha entorpecido su capacidad para proporcionar apoyo material suficiente y solidaridad a la población cubana.
La desintegración de la Unión Soviética también hizo que se desvaneciera rápidamente cualquier esperanza de cambio en Washington, ya que los legisladores promulgaron una serie de duras leyes destinadas a aumentar el control sobre Cuba. De hecho, la agenda de hegemonía global de Estados Unidos ha chocado constantemente con la búsqueda de independencia y soberanía de Cuba, y estos choques no han hecho más que intensificarse desde el triunfo de la Revolución en 1959. La Ley para la Democracia en Cuba de 1992 (Ley Torricelli) y la Ley de Libertad y Solidaridad Democrática Cubana de 1996 (Ley Helms-Burton) reforzaron el marco para el bloqueo de Cuba por parte de Estados Unidos. Incluso las aperturas ocasionales, sobre todo para beneficiar al lobby agrícola estadounidense y a algunas empresas de Estados Unidos que buscaban mercados, se cerraron velozmente cada vez que llegaba a los legisladores del Capitolio un viento amargo desde los exiliados cubanos en Miami. El presidente Barack Obama intentó restaurar una apariencia de equilibrio mediante el inicio de un diálogo acerca de la normalización con el Gobierno cubano en 2009 y, más tarde, con su visita a Cuba en 2016. La instalación de redes de transporte y el funcionamiento de empresas extranjeras en Cuba representaban unas pequeñas aperturas frente al bloqueo.
Sin embargo, Estados Unidos ha intensificado su bloqueo a Cuba durante los últimos seis años, y esto empezó con la llegada del anterior presidente, Donald Trump. Después de asumir el cargo, Trump cerró repentinamente estas aperturas y prometió acabar con la Revolución cubana, todo eso añadido a su promesa de derrocar la Revolución bolivariana en Venezuela y la Revolución nicaragüense. La administración Trump les concedió el título de «troika de tiranía» y se comprometió a destruirlas mediante una campaña de «presión máxima» liderada por Estados Unidos. En 2017, Estados Unidos acusó al Gobierno cubano de llevar a cabo ataques sónicos contra empleados de su embajada; una declaración que fue desmentida más tarde. Sin embargo, esta acusación sirvió como pretexto para congelar las relaciones con Cuba, provocando una caída del turismo y dando lugar a una importante pérdida de ingresos, puesto que más de seiscientos mil visitantes estadounidenses dejaron de viajar a la isla cada año. Trump también implementó 243 sanciones nuevas, lo que invirtió el proceso de normalización iniciado por el anterior presidente, Obama, en 2014. Con las sanciones de Trump, Western Union cesó sus operaciones en Cuba en 2020, interrumpiendo los giros. La embajada de Estados Unidos en La Habana suspendió la emisión de visados en 2017 provocando la mayor ola de migración ilegal desde 1980.