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Tendría que irse mucho más lejos que a la Gran Manzana si pretendía olvidar aquella noche. Anthony Duke supo que se había metido en un lío en cuanto se dio cuenta de que había hecho el amor con la mujer de sus sueños. Zoe era todo frescura y descaro, y estaba acostumbrada a cometer disparates, pero ninguno como el que había hecho al casarse con el tío moribundo de Anthony. Algo así era un verdadero escándalo para aquella pequeña ciudad texana, así que Zoe decidió marcharse a Nueva York para huir de los recuerdos de aquella noche. Algunos años después, cuando se encontraron en Grecia,Anthony supo enseguida que había sido cosa de su entrometida madre. El caso era que el tiempo no había podido apagar lo que surgía cada vez que estaban juntos y todo empezó de nuevo... Pero esa vez Anthony estaba dispuesto a que su pasión enloquecedora los condujera al matrimonio.
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Seitenzahl: 166
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Ann Major
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pregúntale a Cupido, n.º 1216 - marzo 2016
Título original: A Cowboy & a Gentleman
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8058-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–¿Qué podía hacer una chica cuando se despertaba en la cama casada con un hombre al que no quería?
–¡No puedo ver a Tony! ¡No puedo!
Zoe Creighton subió al pajar. El corazón le latía con fuerza. Se agachó y miró por la rendija de la ventana del establo. Vio el bajo tejado de la casa de rancho de su tía Patty y el molino de viento brillante bajo el sol del mediodía.
La camioneta de Anthony estaba aparcada delante de la casa. El aire contenía el familiar olor del establo.
–Si pudiera volver atrás… si pudiera volver atrás en el tiempo, solo veinticuatro horas…
Zoe cerró los ojos deseando que todo fuera igual que antes. Pero no lo era. Nada volvería a ser como antes.
–¡Dios mío! ¿Qué has hecho, Zoe Creighton? –se preguntó a sí misma en voz alta–. Ahora, ni siquiera te apellidas Creighton.
Zoe se miró el enorme brillante que llevaba en la mano izquierda. Parpadeó con incredulidad.
Sí, el anillo era real, pero el hombre que se lo había dado no era el adecuado.
Rápidamente, cerró las manos en dos puños, que se llevó a la espalda.
La tía Patty no dejaba de decirle que era demasiado impulsiva.
Zoe solo tenía veinte años y era estudiante de una de las escuelas superiores dependientes de la Universidad de Texas; sin embargo, tenía la impresión de que su vida había acabado.
–Soy una estúpida, eso es lo que pasa.
La puerta del establo se abrió y, tal y como había temido, Tony Duke entró y la llamó en voz alta; los caballos, inmediatamente, se agitaron.
Zoe se puso tensa.
–¿Por qué no me dejas en paz? –se preguntó a sí misma en un susurro–. He venido aquí para esconderme, para evitarte.
Hasta el día anterior, al contrario que en ese momento, cada vez que veía su furgoneta por el polvoriento camino acercándose al rancho, salía corriendo a verlo.
–No puedo mirarte a la cara. No puedo decírtelo… y menos después de lo que hicimos ayer aquí, en el pajar.
El cuerpo se le encendió al pensar en su cuerpo virginal, desnudo, bajo el de él.
–Tienes que decírselo.
¿Cómo sabía Tony el momento en el que Duncan la había llevado al rancho de vuelta de su viaje a Las Vegas?
Con miedo, Zoe se acercó al borde del pajar y al mirar hacia abajo vio la negra y brillante cabeza de Tony.
Llevaba una camisa roja estilo vaquero y unos pantalones vaqueros; sin duda, por el rodeo. Sus anchas espaldas le conferían un aspecto duro. La forma como ladeaba la cabeza y echaba la barbilla hacia delante lo hacían parecer arrogante. Era tan guapo que no había chica por aquella zona que no estuviera enamorada de él. ¿Por qué la había elegido a ella? Tenía tan pobre opinión sobre sí misma que le había resultado imposible creer del todo que Tony la amara.
Tony continuó buscándola por todo el establo. Ella se movió y unas briznas de paja le cayeron a Tony en el hombro y en la cabeza.
–Oh, Dios mío.
Tony se sacudió la paja de la cabeza y de los hombros.
–Así que estás en el granero, ¿eh? –dijo él en tono de enfado, pero también insinuante.
–¡Ni se te ocurra subir aquí! No quiero volver a verte –gritó ella.
–Te equivocas, cielo –respondió Tony acercándose a la escalerilla que subía al granero–. Vamos, no seas tan tímida.
La idea de enfrentarse a él la hizo temblar.
Lo primero que vio fueron sus manos; después, el resto. Tony se la quedó mirando. Como siempre, su rostro era moreno y hermoso, su dulce sonrisa atrevida y blanca.
–Me encanta ese vestido.
Su vestido azul.
–Aún lo llevas puesto –dijo Tony con voz suave.
A Zoe le dio un vuelco el corazón al recordar lo que él le había dicho el día anterior al verla con ese vestido.
Se ruborizó. Ahora todo era diferente.
–Vete, por favor –susurró Zoe retrocediendo hacia la pared.
–Tu tía me ha dicho que estabas aquí. Me ha dado la impresión de que estaba disgustada.
Zoe no podía explicarle el motivo.
–Te eché de menos ayer por la tarde, cielo. En el rodeo, te busqué por todas partes. Lo siento, sé lo que piensas, pero te aseguro que no se trata de eso –dijo Tony con voz aterciopelada.
¿Podía estar diciendo la verdad? ¡No!
–Ya es tarde para arrepentimientos –murmuró ella, recordando lo que había hecho–. Yo también tengo motivos para ello.
–Rene no significa nada para mí –le susurró Tony.
–No es lo que dijo ella.
Tony lanzó una carcajada.
–Se cree especial. Tiene tendencia a exagerar.
La mejor amiga de ella, Rene, llevaba años detrás de Tony.
Tony se aproximó a ella. El miedo le hizo verlo más alto y más imponente que el día anterior, cuando su ternura la derritió.
–No me importa lo que Rene haya dicho y tampoco te importará a ti después de que nos hayamos besado –le susurró él.
–No vamos a besarnos. Ya es suficiente con lo que pasó ayer.
–¿Por qué saliste corriendo después de que hiciéramos el amor? –le preguntó Tony en voz baja.
–Estaba asustada. No podía creer lo que había hecho.
–Pero luego volviste y me sorprendiste con Rene.
–¿Cómo pudiste ir con ella después de estar conmigo?
–No pude y no lo hice. Te amo.
–Una cosa es lo que dices y otra cosa muy distinta es lo que yo vi con mis propios ojos. Estaba abrazada a ti.
–Cielo, no voy a negar que Rene lo intentara.
–¿Quieres decir que tú no…?
Tony esbozó esa típica sonrisa suya ladeada que a ella le resultaba irresistible. Era alto y moreno, e increíblemente guapo. Recordó el día anterior, cuando el cuerpo de Tony cubría el suyo…
–Sí, eso es lo que quiero decir. Yo nada –respondió Tony.
Zoe estaba a punto de creerlo. A pesar de todo, seguía amándolo.
–Hasta ayer era virgen.
–Y no puedes imaginar lo que eso significa para mí.
No podía decirle lo que había hecho. No podía.
–Vete, por favor –susurró Zoe.
–Cariño…
De repente, la boca de Tony estaba muy cerca de la suya. Él bajó la cabeza y la besó tiernamente.
Sin pensar, Zoe abrió la boca. Él le acarició la cabeza, la nuca y todo el cuerpo, igual que el día anterior. Un siglo atrás.
–Esta vez iré más despacio –le susurró él acariciándole el rostro con el aliento.
Durante unos segundos, la ternura y la pasión de los labios y las manos de Tony la hicieron olvidarse de todo. Le pareció que lo ocurrido había sido solo una pesadilla de la que se había despertado en los brazos de él.
No era una chica sencilla y tímida que se pasaba el tiempo leyendo. No le parecía mentira estar saliendo con el chico más guapo y la zona de Shady Lomas. Rene no se lo había quitado después de hacer el amor por primera vez. Ella no había ido a las carreras de cerdos y se había tropezado accidentalmente con el ciudadano de peor reputación de la ciudad, el tío de Tony, Duncan Duke.
El tío Duncan. Ojalá no se hubiera mostrado tan amistoso y comprensivo con ella.
Anthony le estaba acariciando los hombros y la espalda mientras continuaba besándola. Pero a ella la asaltaron imágenes de Duncan conduciendo su Cadillac rojo con ella en el asiento contiguo.
¿Realmente se había despertado aquella mañana al lado de ese hombre en Las Vegas? Adormilada, se había abrazado a él, pronunciando el nombre de Tony; sin embargo, al abrir los ojos, horrorizada, había gritado mientras Duncan Duke se reía de ella.
–Señora Duke, que ni siquiera reconozcas mi nombre significa que ha sido una magnífica noche de bodas.
¿Una buena noche de bodas? ¿Cómo podía decir ese hombre semejante barbaridad? ¿De qué estaba hablando?
–No es posible que estemos casados. Tienes edad de ser mi padre.
Él le había alzado la mano izquierda.
–Eso no te preocupaba anoche. ¿No te acuerdas? Tenías el corazón destrozado, me hablaste de Rene… Dios mío, cómo querías vengarte.
Duncan rio otra vez.
¿Vengarse? ¡No! No recordaba ninguna boda ni ninguna noche de bodas. En realidad, no recordaba casi nada, excepto aquellas estúpidas carreras de cerdos. Había bebido unas cervezas mientras le hablaba a Duncan de su sobrino Tony entre carrera y carrera. Después de las carreras, Duncan la había llevado a dar un paseo en coche y luego se habían montado en la avioneta de él. Pero no recordaba nada más.
–¿Hemos venido en avioneta a Las Vegas?
–Eso… y mucho más –Duncan le había besado la mano izquierda y el obsceno brillante relució–. Me hiciste proposiciones matrimoniales; según tú, eso escandalizaría al pueblo y le daría una lección al arrogante de mi sobrino.
–Creía que estabas enamorado de mi tía Patty.
–¡Nada mejor que matar dos pájaros de un tiro!
–¡Llévame a casa! ¡No te creo, no eres mi marido!
Duncan se había levantado, completamente desnudo, y le había enseñado los documentos y también unas fotografías de la ceremonia.
Ella se había quedado mirando las fotos en las que salía abrazada a Duncan.
–¿Te he besado? ¿Y qué más…? –pero asqueada, se interrumpió–. No, no me digas nada.
–Te daré todo tipo de detalles cuando quieras.
Ahora estaba de vuelta en casa, pero eso no cambiaba que estuviera casada con Duncan Duke.
Y lo peor era que se encontraba en el establo de su tía besando al sobrino de su marido y gimiendo de placer. ¡Era una pesadilla… de la que no se iba a despertar! Era la realidad.
Puso las manos en el poderoso pecho de Anthony y lo empujó. Por fin, él la soltó.
Zoe alzó la mano en la que llevaba el brillante.
–He hecho algo de lo que no puedo echarme atrás –susurró ella con voz quebrada–. Es como una pesadilla. No puedo creer lo que he hecho. Estaba tan dolida contigo… supongo que quería vengarme de ti.
–Cielo, te quiero tanto que estoy dispuesto a perdonarte lo que sea. Siempre te he querido. Desde que eras pequeña y te veía con esas coletas rojas. ¿Por qué te resulta tan difícil creerme?
–Porque yo soy yo y tú eres tú. Porque no tengo montones de amigas ni soy guapa.
–Te he dicho una y mil veces que eso es una manía tuya. Puedes conseguir lo que te propongas y estar con quien quieras.
–Estaba tan disgustada por lo de Rene y tú que me fui y… bueno, me he casado. Aunque la verdad es que no me acuerdo de nada.
–¿Que te has casado? –Tony le agarró la mano y se quedó mirando el anillo. Hizo ademán de hablar, pero ningún sonido salió de su garganta.
–Me he casado con tu tío Duncan –murmuró ella mirando al suelo.
–¿Qué?
Anthony le puso los dedos en la barbilla y le hizo levantar el rostro para mirarla a los ojos.
–Yo…
–¡Ese sinvergüenza sería mayor que tu padre si tu padre estuviera vivo! Es un degenerado.
–¡Lo sé!
–Creía que estaba haciéndole la corte a tu tía Patty. No hace más que pasearse en ese Cadillac que no habría podido comprar de no habernos robado las tierras.
–Se ha casado conmigo. No sé por qué lo ha hecho, pero lo ha hecho.
–Porque es un sinvergüenza.
No era un simple insulto, era la verdad. Y Duncan Duke se enorgullecía de ello.
El abuelo de Tony, Harry Duke, tenía dos familias: la oficial y la extraoficial. Y se entregaba a ambas por igual, con amor y pasión.
Henrietta Duke, la hija legítima de Harry, era la madre de Tony. Harry no se casó con la bonita y atrevida Eva, la madre de Duncan. Y cuando Harry murió, dejó la mejor parte del rancho familiar a su hija legítima, la obstinada Henrietta, su legítima heredera.
Sin embargo, el petróleo jugó su parte en el destino de la familia cuando se descubrió en las pobres tierras que Duncan había heredado. De la noche a la mañana, Duncan se convirtió en el hombre más rico de los tres condados vecinos, tres de los mayores condados de Texas. Desde entonces, compraba tantas tierras como le era posible y despilfarraba dinero a su antojo. Se había casado varias veces, cada esposa más guapa y más joven que la anterior. Su comportamiento disgustaba a la mayoría de la gente de la pequeña ciudad y más aún a sus dos hijas.
Henrietta, tras la crisis provocada en su negocio de cría de ganado debido a una tremenda sequía, se vio obligada a vender la casa del rancho a Duncan. También le vendió la mayor parte de sus tierras, que luego se las arrendó para poder mantenerse a sí misma y a su hijo Tony criando ganado.
–¡Las tierras de tu marido deberían ser mías; sobre todo, la casa!
–¿Es eso lo único que te preocupa, la casa del rancho y las tierras?
–¿Y qué te preocupaba a ti ayer cuando te casaste con Duncan? –preguntó Anthony con el rostro lívido.
–Te acostaste con Rene, así que eres el responsable de que hiciera la locura de casarme. Aunque… no logro acordarme de nada.
–¿Que no te acuerdas? ¡Ya! Y dejemos las cosas claras, yo no me he acostado con Rene. Sin embargo, tú has hecho algo que jamás te perdonaré. Ni yo ni nadie de la ciudad. Y tampoco te lo van a perdonar las hijas de Duncan, mis encantadoras primas Lana y Sue Ellen. Te van a sacar los ojos. ¿Por qué crees que Duncan se ha casado contigo? ¡Para vengarse de todos nosotros, para eso!
De repente, Anthony la agarró por los hombros.
–¿Qué haces?
Con sorpresa, se sintió rodeada por sus brazos.
–Voy a besar a la novia.
De repente, Anthony la aprisionó entre su cuerpo y la pared y la besó con dureza. Ella no pudo evitar gemir de placer y recordar el día anterior, cuando sus cuerpos se unieron.
Tony se apartó de ella y se echó a reír.
–¡Felicidades, señora Duke!
–Lo siento –dijo Zoe sollozando–. Por favor, hazme el amor.
–¿Sabiendo que mi tío Duncan ha pasado la noche contigo? No, ni hablar. Puede que a él no le importen los segundos platos que yo dejo, pero a mí sí.
–¿Cómo te atreves a…?
Zoe, sin poder negar la verdad de las palabras de Tony, cerró los ojos avergonzada.
Él le lanzó una última y burlona mirada. Después, giró sobre sus talones, se dirigió a la escalerilla y empezó a bajar.
Zoe se dejó caer encima de la paja.
–Tony… lo siento… –dijo Zoe sollozando.
–Has conseguido lo que querías, el rancho. El rancho Duke.
–No, no es lo que yo quería, sino lo que tú querías.
–Cazafortunas.
–Tony, déjame que te lo explique. No me importa lo que los demás piensen de mí, ni siquiera mi tía Patty. Pero tú… tengo que explicártelo.
–No hay nada qué explicar. Hicimos el amor y luego te casaste con un hombre rico, que odia a su propia familia, por dinero. Se lo has quitado a tu tía. No comprendo cómo pude enamorarme de una mujer tan superficial como tú.
–¿Enamorarte? ¿Estabas enamorado de mí?
–Ya no, tía Zoe –respondió Tony con dañina ternura.
Zoe se acercó al borde del granero y empezó a llorar con amargura.
–¡Felicidades! –dijo él en tono burlón antes de salir del establo.
Zoe se quedó sola en la oscuridad del pajar. Oyó el motor de la camioneta de Tony y el ruido del coche alejándose. Ella permaneció allí, abrazándose a sí misma.
Después de un tiempo, Zoe bajó la escalerilla y salió del establo. El sol se veía rosado y bajo en el horizonte.
Impulsivamente, se quitó el anillo. Con los ojos cerrados, empezó a dar vueltas frenéticamente y, cuando casi no podía sostenerse, lanzó el anillo a los pastos con toda la fuerza de la que fue capaz antes de dejarse caer en el suelo, mareada y vomitando.
Cuando oscureció, ya se sentía un poco mejor. De repente, le pareció de vital importancia encontrar el anillo. Se levantó y comenzó a examinar los pastos, pero no encontró el anillo.
No quería estar casada con Duncan Duke, quería devolverle su anillo. Pero lo había tirado.
Además, ¿qué importancia tenía? Lo único que realmente le importaba era lo que Tony pensara de ella, y Tony la odiaba.
¿Qué iba a hacer?
Anthony Duke tembló de frío y de soledad mientras cruzaba con la camioneta las puertas de hierro forjado de la verja del cementerio Memory Lane.
–Ve más despacio, hijo –le ordenó su madre.
Anthony pisó el pedal del freno.
Quizá se sintiera solo, pero no lo estaba. Henrietta Duke, su baja y corpulenta madre, que tenía una voluntad de hierro, estaba sentada a su lado, frotándose las rodillas con movimientos circulares. Noah, su activo hijo de ocho años, estaba en el asiento posterior haciendo un ruido enervante con su aparato electrónico de juegos.
La sensación de soledad no le era extraña, era su compañera desde hacía años, tanto si estaba con Rene y con Noah como si estaba solo en los pastos con el ganado vacuno, o como si estaba en los establos de cría donde trabajaba en la mejora de las especies de venado para vender a otros rancheros.
El calor y la luz habían desaparecido de su vida mucho antes del fallecimiento de Rene.
–¡Papá! ¿Cuántos niños pequeños tienen una madre nueva?
Anthony maldijo para sí. Otra vez la misma pregunta.
Rene había fallecido hacía una año. Sus empleados en el rancho, su madre y su hijo no dejaban de presionarlo para que volviera a casarse.
El silencio invadió la cabina de la camioneta. ¿Por qué los cementerios le parecían los lugares más silenciosos del mundo? ¿O solo era su impresión debido al sentimiento de culpa? No tenía derecho a estar allí.
–Papá, ¿a los niños pequeños no se les da una madre nueva?
Anthony sintió un enorme peso en el pecho.
–Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones. La respuesta es «no».
–Si te casaras otra vez, ¿no tendría yo una nueva madre?
Anthony apretó el volante con las manos y continuó conduciendo hacia la tumba de Rene.
–Hemos venido por ser hoy el aniversario de tu madre, no podemos sustituirla. No voy a volverme a casar. Punto.
–¿Por qué pondrá la gente en las tumbas esas horribles flores de plástico? –comentó su madre en voz baja–. ¿Es que no se dan cuenta de que con este sol que tenemos en Texas se estropean enseguida?
–Porque las flores naturales mueren.