Solamente suya - Ann Major - E-Book

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Ann Major

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Beschreibung

Los secretos de una chica mala Hacía años, cuando Maddie Grey había huido de Yella, Texas, embarazada y sola, había dejado atrás una fama inmerecida y a su joven amante, John Coleman, ranchero y heredero de una explotación petrolífera. Pero habían vuelto a encontrarse, y ella estaba decidida a no revelarle ninguno de sus secretos. Maddie era más hermosa, apasionada y desconcertante que antes, por lo que John no se detendría ante nada para saber la verdad sobre ella. Aunque eso supusiera hacerla su esposa.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Ann Major

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Solamente suya, n.º 1957 - enero 2014

Título original: His for the Taking

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2014

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4034-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

 

Lo último que pensaba hacer al despertarse con el olor a petróleo y el rugido del pozo era buscar a Maddie Grey.

Pegándose el teléfono a la oreja, Cole, como todos le llamaban en Yella, un pueblo de Texas, se reclinó en la silla de la oficina y se masajeó la sien.

–¿Cómo que Maddie ha vuelto a Texas y está cuidando a la señorita Jennie?

La señorita Jennie había sido su profesora de inglés en secundaria.

Cole trató de mostrarse suave y carente de interés al hablar con Adam, su hermanastro mayor, pero distaba mucho de estar tranquilo.

Durante su matrimonio con Lizzie, que había acabado al morir ella casi un año antes, le asustaba pensar que su novia de la adolescencia volviera al pueblo, porque temía su reacción al volver a verla. Pero se había quedado viudo y había estado pensando en Maddie y en ir a Austin a hacerle una visita. Hasta entonces había conseguido no llevarlo a cabo.

Había que ser idiota para tener una aventura secreta en la adolescencia con la chica mala del pueblo y no ser capaz de superarlo, después de que ella lo hubiera tratado como a un perro.

Habían pasado seis años, pero seguía recordando el rostro de Maddie, sus labios en forma de corazón, sus ojos de color violeta, su pelo negro como el ébano y sus grandes pechos. ¿Por qué no podía olvidar su radiante rostro debajo de él? Porque era más que hermosa: era inteligente y tenía talento, sobre todo con los caballos difíciles.

Pero tenía malos genes. Su madre había robado maridos y padres; en realidad, se había entregado a cualquier hombre que quisiera poseerla. Y, al final, su propia hija le había acabado robando el novio y marchándose con él, después de abandonar a Cole.

–La señorita Jennie se ha roto la pelvis al caerse en el jardín –dijo Adam interrumpiendo los pensamientos de Cole–. Maddie está aquí para cuidarla hasta que su sobrina, que vive en Canadá, pueda venir. En el pueblo, todos hablan de Maddie y de lo bien educada que se ha vuelto. Hasta ha hecho una carrera. Está tan guapa, Cole, que te quedas sin aliento al mirarla.

–¿La has visto?

Adam no se había mudado a Yella hasta después de morir su padre, lo que había ocurrido poco después de que Maddie se marchara, por lo que Adam no la había conocido cuando estaba con Cole.

–Lo primero que he hecho esta mañana ha sido pasarme por casa de la señorita Jennie para hacerle una visita. Todo el pueblo lo está haciendo. Para asegurarnos de que está bien cuidada. Y Maddie está preciosa. Es toda curvas. Tiene una voz suave y la más dulce de las sonrisas.

–Basta. No vayas allí solo para ver a Maddie, ¿me oyes? –le espetó, molesto–. Apártate de ella. No me importa que haya pulido sus modales, no es una buena persona.

–¿Qué mosca te ha picado esta mañana?

–Son los problemas del pozo de los que ya te he hablado. Y ahora me distraes con chismes sobre Maddie.

–Es la presidenta interina de una ONG de Austin que se llama La Casa de mi Hermana. Está muy preocupada porque tiene la fiesta para recaudar fondos dentro de dos semanas. Parece que trata de hacer el bien, ¿no?

–Es pura fachada.

–Pues me cae bien. Y tiene un hijo pequeño, de seis años, que se llama Noah y al que ha dejado en un campamento en Austin. La señorita Jennie tiene muchas fotos de él. Es muy guapo, con el pelo negro y los ojos verdes. Me recuerda a alguien. En resumen, Maddie no me parece mala. No es como su madre.

Lo que le faltaba a Cole era que alabaran a Maddie, o a su hijo. Y, sobre todo, que lo hiciera su hermanastro, que lo solía culpar de los errores de su padre. Así que le dijo que era estúpido por creerse lo que Maddie Grey dijera y puso fin a la llamada.

Así que Maddie había vuelto y había deslumbrado al pueblo entero, incluyendo a Adam. Y tenía un hijo. ¿Quién era el padre? ¿Vernon? Cole siempre había tomado precauciones, por lo que sabía que el niño no era suyo.

Miró por la ventana. Levantó las piernas, enfundadas en unos vaqueros, y puso los pies, calzados con botas vaqueras, en el escritorio. A pesar de lo temprano que era, el sol ya brillaba sobre el desolado paisaje de Texas. Gracias al aire acondicionado, en la caravana en la que se hallaba había una temperatura gélida. Era lo único que a Cole le gustaba de vivir durante semanas en el lugar donde se perforaba. Pero ni siquiera el aire helado consiguió hacerle olvidar los recuerdos de Maddie.

Se acordaba perfectamente de la primera vez que había hablado con ella, que era más joven y pobre que él y no se movía en su círculo social.

Era viernes, y él había vuelto a casa de la Universidad de Texas y había ido a buscar a su novia, Lizzie Collier, al rancho de su padre.

Cuando Cole entró en los establos y llamó a gritos a Lizzie, uno de los caballos, Wild Thing, se volvió loco y comenzó a relinchar y a cocear. Cole creía que el animal era muy peligroso, pero Lizzie tenía un gran corazón, y, al enterarse de que el dueño del caballo lo mataba de hambre y lo maltrataba, convenció a su padre de que lo comprara. El padre había contratado a más de una docena de hombres que susurraban a los caballos para salvar al animal. Todos fracasaron, por lo que decidió sacrificarlo. Pero Lizzie se negó en redondo.

Cole oyó una voz melodiosa que procedía de donde se hallaba Wild Thing. Creyendo que Lizzie estaba atrapada, corrió hacia la cuadra.

–¿Lizzie?

–Shhh.

Como Cole no veía con claridad debido a las sombras, pensó que la delgada figura con vaqueros y gorra de béisbol era el mozo de cuadra que trabajaba para el padre de Lizzie.

–¡Sal de la cuadra, chico! –le ordenó.

El caballo volvió a patear la puerta de la cuadra haciendo saltar astillas.

El chico saltó hacia atrás y se pegó a la pared.

–¿Quieres matarme? –en la confusión, la gorra se le había caído, y una lustrosa melena negra le cayó por los hombros. Y por los senos.

–¿Maddie Grey?

¿Qué hombre no hubiera reconocido sus maravillosos y exóticos rasgos: la piel blanca, la boca voluptuosa y los ojos de color violeta? Era clavada a su madre, Jesse Ray Grey, la prostituta más famosa del pueblo.

Cole le miró los grandes senos, que subían y bajaban tras la camisa de trabajo. Había engordado desde la última vez que la había visto. Probablemente ya hubiera aprendido los trucos de su madre.

–Eres Maddie Grey –repitió, al tiempo que notaba que le desagradaba por haberlo excitado

–¿Y qué si lo soy? –ella apretó la hermosa boca en actitud desafiante.

El caballo puso los ojos en blanco y relinchó.

–Baja la voz y retrocede –le ordenó ella.

Al menos no era boba, pues se daba cuenta de la locura de estar encerrada en un espacio tan reducido con aquel monstruo.

–Te he dicho que retrocedas. ¿No te das cuenta de que lo estás asustando?

Comenzó a hablar al caballo en dulces murmullos que Cole hubiera envidiado de no haber estado tan furioso con ella por culparlo de su propia estupidez.

–No te preocupes, nadie va a hacerte daño.

Una oreja gris se alzó, aunque la otra continuó agachada al tiempo que el animal miraba a Cole con recelo.

–Tienes que irte.

–No lo haré hasta que no salgas de la cuadra.

–Lo haré, pedazo de idiota, en cuanto te calles y te vayas –le espetó ella en voz baja.

Sus ojos implorantes lo convencieron. Salió, y, un par de minutos después, el caballo se calmó. Al oír los leves pasos de Maddie dirigiéndose a la puerta trasera de los establos para evitarlo, Cole fue corriendo hasta ella. Al verlo, ella dio un grito de alarma.

Él la agarró por los brazos y la empujó contra la pared.

–No tienes derecho a estar en esta propiedad ni en la cuadra de ese monstruo –le gritó–. Me has dado un susto de muerte.

–Estaba haciendo mi trabajo.

–¿Tu trabajo?

–Para que lo sepas, Liam Rodgers me ha contratado.

Liam, el capataz del padre de Lizzie, no era tonto.

–¿Por qué a ti cuando puede contratar a los mejores?

Ella frunció el ceño.

–Tal vez porque sé lo que hago. Mientras has estado en la universidad conduciendo coches caros y persiguiendo a las chicas, he estado limpiando cuadras a cambio de clases de equitación. Y he aprendido mucho. Cuando Liam vio que Wild Thing se quedaba quiero y me dejaba ponerle la silla, estuvo a punto de desmayarse. Cuando lo monté sin ninguna dificultad, me contrató.

–No puedes saber lo suficiente para trabajar con ese monstruo.

–He hecho lo que no han podido hacer doce hombres.

–Has tenido suerte. Ahora, escúchame. Un caballo normal pesa media tonelada y tiene el cerebro del tamaño de un tomate. Está genéticamente programado para defenderse de los depredadores, entre ellos lo seres humanos y las chicas insignificantes como tú.

–Todo eso ya lo sé.

–Ese animal está loco. No te acerques a él ni en el corral, ni en la cuadra ni en ningún sitio.

Ella entrecerró los ojos en actitud rebelde.

Su mirada aumentó la furia de Cole.

–¿No lo entiendes? ¡La próxima vez te matará!

–¡No lo hará si te mantienes alejado de las cuadras y me dejas hacer mi trabajo!

–¡Vaya! Así que tengo yo la culpa. Estoy tentado de ir a contárselo al señor Collier.

–¡No! Si no consigo salvar al caballo, el señor Collier lo sacrificará

–Muy bien.

–No, por favor. El animal está mejor. Se sigue sobresaltando con facilidad, pero mejorará. Necesita tiempo y paciencia. Ha sufrido mucho.

–Es un asesino.

–No hay muchos seres vivos que comiencen su vida de la manera fácil y consentida en que tú lo has hecho. Por eso no entiendes por lo que tenemos que pasar todos los demás. Sé que no te importa lo que yo piense, pero Lizzie quiere a ese caballo. Déjalo vivir, por ella.

La chica era apasionada y compasiva... y preciosa, a pesar de los vaqueros rotos y la camisa descolorida.

Y sus malditos ojos... Esos ojos, unido a que llevaba un rato muy cerca de ella en un establo oscuro, lo habían excitado hasta endurecer su masculinidad. Consciente de su cuerpo delgado y suave, que se apretaba contra el suyo, ni siquiera intentó defenderse del deseo que sus curvas le producían.

Sería fácil poseerla allí mismo.

Sintió un repentino deseo de besarla y de introducirle la lengua para saborearla. ¿Abriría ella la boca y le dejaría hacerlo?

Tal vez ella sintiera lo mismo.

–¿Qué? –Maddie se había quedado quieta y no dejaba de mirarlo a la cara–. Suéltame.

–No quieres que lo haga –dijo él con voz ronca.

Su mirada, llena de deseo, descendió desde su cara. Tenía los pechos suaves y exuberantes. Cole no se conformaría con un beso. Quería mucho más. Y como ella era la hija de Jesse Ray, probablemente también lo deseara.

Se sintió justificado para poner a prueba a una chica fácil. La agarró por los hombros y la atrajo hacia sí. Antes de que ella pudiera reaccionar, la besó con fuerza y exigencia porque esperaba que se aviniera fácilmente a sus deseos. Y, durante unos instantes, ella respondió tan favorablemente como se había imaginado, suspirando y aferrándose a él. Separó los labios y él sintió su lengua, pero solo unos segundos. Entonces, se puso rígida. Retrocedió, cerró los puños y comenzó a golpearle el pecho.

Como él no la soltó inmediatamente, se puso roja de ira.

–¡A Lizzie no la tratarías así! ¡No intentarías poseerla en un establo como si fuera una chica fácil, sin siquiera haber hablado con ella!

–No eres Lizzie Collier, sino la hija de Jesse Ray.

–¿Y eso hace que no tenga sentimientos como tú y los de tu clase? ¡Pues los tengo! Y no soy como mi madre, ¿me oyes? Así que ve a buscar a tu querida y santa Lizzie y déjame en paz. Es ella tu novia, no yo. Y no querría serlo.

Eso último era mentira, como le indicaban a Cole las lágrimas de vergüenza y desolación y el dolor en la voz de Maddie. Ella lo deseaba, pero en términos de igualdad. Su orgullo y su deseo de él lo conmovieron y multiplicaron por mil el deseo de poseerla.

No se había equivocado. Ella lo deseaba, pero la hija de Jesse Ray se respetaba a sí misma tanto como Lizzie.

Maddie lanzó un grito, se libró de él y salió corriendo del establo. Mientras Cole la veía marchar, se quedó asombrado ante su belleza y su gracia. La deseaba mucho más de lo que nunca había deseado a Lizzie. Se sintió avergonzado, ya que era la hija de Jesse Ray.

Las semanas posteriores trató de borrarla de su mente, pero soñaba con ella y con que le hacía el amor.

Sus amigos comenzaron a contarle historias sobre ella, que él escuchaba con avidez: que Maddie echaba carreras a los chicos en los prados de fuera del pueblo; que siempre conseguía montar a Wild Thing, que lo había domado, que lo montaba a pelo y que, juntos, saltaban lo que fuera, que, un día, después de clase, Lyle, un amigo de Cole, estaba fumando en su descapotable cuando Wild Thing y ella le saltaron por encima.

–Ese caballo loco me pasó tan cerca de la cabeza que se me cayó el cigarrillo en la bragueta y quemé mis mejores vaqueros –se quejó Lyle.

Tales historias impresionaban a Lizzie, pero a Cole le demostraban que Maddie era estúpida, pero también obstinada, valiente y resuelta. Aunque los mayores del pueblo no cambiaran de opinión sobre ella a causa de su madre, los más jóvenes comenzaban a pensar que no era tan mala como les habían dicho. En la escuela, era lista, y la señorita Jennie, que no era fácil de contentar, la consideraba tan buena como los demás.

Pero Cole sabía que su madre no aprobaría que Maddie fuese su novia. Como su madre había pasado a formar parte de la familia Coleman gracias a su matrimonio, creía que sus hijos debían conservar la posición social. Sin embargo, a Cole lo consumía la fascinación que sentía por Maddie. Por eso, para verla, pronto comenzó a volver a casa desde la universidad todos los fines de semana.

Iba al establo a verla adiestrar los caballos de Lizzie, sobre todo Wild Thing, que se comportaba como una dócil mascota para complacerla. Cuando Cole reconoció que se había equivocado con su capacidad de adiestramiento, ella aceptó sus elogios. También fue muy dulce cuando él se disculpó por haberla besado.

Cole rompió con Lizzie y comenzó a cortejar a Maddie, pero en secreto.

Decidió que las habladurías que circulaban sobre ella eran falsas. Aunque se parecía físicamente a su madre, su carácter era muy distinto.

Pero Maddie dejó a Cole por Vernon Turner y se fue del pueblo, lo que le demostró a Cole que la había juzgado mal: era tan irresponsable y promiscua como su madre.

Entonces, ¿por qué no podía olvidarla? ¿Por qué se le aceleraba el corazón ante la posibilidad de volver a verla?

Cole tenía mil cosas que hacer en pozo, por lo que no tenía tiempo de ir a Yella. De todos modos, agarró la chaqueta, el sombrero, el móvil y las llaves de la camioneta y salió de la caravana.

Llamó a gritos a Juan y le dijo que había un problema en el rancho de su familia, por lo que debía marcharse, pero que volvería pronto.

Se montó en la camioneta y se dirigió a Yella. Condujo como un loco al tiempo que se maldecía por estar tan entusiasmado por ver a Maddie. Le había arruinado la vida, o al menos varios años de ella, y también había hecho daño a Lizzie.

Lizzie lo quería con toda su alma, pero como él no podía dejar de pensar en Maddie, no había podido quererla como se merecía. O al menos nunca la había deseado como a Maddie.

Incluso las últimas palabras de Lizzie antes de morir habían sido sobre ella.

Pero tenia que volver a verla. No entendía la forma en que lo había dejado, seis años antes, sin siquiera despedirse.

Tenía que saber cómo era posible que hubiera sido tan amable y sensata durante su romance veraniego, que lo hubiera amado con tanta dulzura la última tarde en que estuvieron juntos y que, después, hubiera huido con Vernon Turner.

¿Era Maddie la chica mala que la madre de Cole, y todo el pueblo, decían que era, o la chica buena y sincera de la que se había enamorado?

Capítulo Dos

 

Maddie estaba nerviosa por haber vuelto a Yella, y se puso aún más al ir detrás del perro de la señorita Jennie, que había entrado en el terreno boscoso propiedad de Cole. ¿Y si Adam se equivocaba y Cole volvía a la ciudad antes de lo esperado?

Temía volver a verlo, lo que era ridículo. ¿Por qué le seguían doliendo, al cabo de seis años, su rechazo y su desprecio, cuando se había repetido miles de veces que el pasado no importaba?

No había vuelto antes a Yella porque le traía demasiados recuerdos, buenos y malos. Llevaba años centrándose en el futuro, y raras veces recordaba el pasado. Volver le había supuesto inscribir a Noah en un campamento de verano. Lo echaba de menos, pero no quería que la gente del pueblo lo juzgara por su culpa, o que se diera cuenta de lo mucho que se parecía a Cole y atara cabos.

Había vuelto porque le debía a la señorita Jennie todo lo bueno que le había sucedido en la vida.

El sol caía a plomo, el calor era intenso, y solo era mediodía. La camiseta y los vaqueros se le habían pegado a la piel sudada.

De todos modos, a pesar del calor y la humedad, le encantaban los olores y los sonidos del bosque, que le recordaban su adolescencia, cuando cabalgaba por allí. Sobre todo recordaba cuando cabalgaba con Cole.

Más le valía preocuparse por la fiesta para recaudar fondos para la ONG. Aunque temía la llegada del evento anual y el estrés de tener que tratar con donantes ricos, prefería pensar en eso que en Cole.

Este la había rechazado y había hecho que se sintiera indigna. ¿Por qué no lo olvidaba? Incluso cuando, la primavera anterior, Greg había aparecido en su vida, Greg, que no conocía sus secretos, que la aceptaba tal como era y que quería casarse con ella, Maddie había seguido obsesionada con Cole, que nunca la había considerado su igual.

Cuando, seis años antes, había huido del pueblo, estaba tan traumatizada que no pensó que fuera a volver. En Austin había tratado de mejorar como persona, de olvidar a la madre que no la había querido, la triste caravana en Yella donde se había criado, la terrible noche que la había obligado a huir. Se había esforzado, sobre todo, en ser mejor madre para Noah de lo que lo había sido su madre con ella.

Ser madre soltera, trabajar e ir a la universidad no había sido fácil, cuando, además, tenía que luchar contra el miedo de ser lo que la gente de Yella creía: una mala persona.