Solamente suya - Entre el recelo y el deseo - Ann Major - E-Book

Solamente suya - Entre el recelo y el deseo E-Book

Ann Major

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Beschreibung

Solamente suya Hacía años, cuando Maddie Grey había huido de Yella, Texas, embarazada y sola, había dejado atrás una fama inmerecida y a su joven amante, John Coleman, ranchero y heredero de una explotación petrolífera. Pero habían vuelto a encontrarse, y ella estaba decidida a no revelarle ninguno de sus secretos. Maddie era más hermosa, apasionada y desconcertante que antes, por lo que John no se detendría ante nada para saber la verdad sobre ella. Aunque eso supusiera hacerla su esposa. Entre el recelo y el deseo Michael North sabía que Bree Oliver era una cazafortunas en busca del dinero de su hermano, así que decidió seducirla, diciéndose que después la dejaría marchar. Sin embargo, tras un trágico accidente, tuvo que protegerla para cumplir la promesa que le había hecho a su hermano en el lecho de muerte. Cuidando de Bree, Michael se vio obligado a poner a prueba su autocontrol. ¿Era ella tan inocente como proclamaba? ¿O él era tan ingenuo como para creerla? Dividido entre el deseo y la desconfianza, Michael no era consciente del asombroso secreto que ella ocultaba.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 468 - abril 2021

© 2013 Ann Major

Solamente suya

Título original: His for the Taking

© 2014 Ann Major

Entre el recelo y el deseo

Título original: Her Pregnancy Secret

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014 y 2015

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-406-2

Table of Content

Créditos

Solamente suya

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Epílogo

Entre el recelo y el deseo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

Lo último que pensaba hacer al despertarse con el olor a petróleo y el rugido del pozo era buscar a Maddie Grey.

Pegándose el teléfono a la oreja, Cole, como todos le llamaban en Yella, un pueblo de Texas, se reclinó en la silla de la oficina y se masajeó la sien.

–¿Cómo que Maddie ha vuelto a Texas y está cuidando a la señorita Jennie?

La señorita Jennie había sido su profesora de inglés en secundaria.

Cole trató de mostrarse suave y carente de interés al hablar con Adam, su hermanastro mayor, pero distaba mucho de estar tranquilo.

Durante su matrimonio con Lizzie, que había acabado al morir ella casi un año antes, le asustaba pensar que su novia de la adolescencia volviera al pueblo, porque temía su reacción al volver a verla. Pero se había quedado viudo y había estado pensando en Maddie y en ir a Austin a hacerle una visita. Hasta entonces había conseguido no llevarlo a cabo.

Había que ser idiota para tener una aventura secreta en la adolescencia con la chica mala del pueblo y no ser capaz de superarlo, después de que ella lo hubiera tratado como a un perro.

Habían pasado seis años, pero seguía recordando el rostro de Maddie, sus labios en forma de corazón, sus ojos de color violeta, su pelo negro como el ébano y sus grandes pechos. ¿Por qué no podía olvidar su radiante rostro debajo de él? Porque era más que hermosa: era inteligente y tenía talento, sobre todo con los caballos difíciles.

Pero tenía malos genes. Su madre había robado maridos y padres; en realidad, se había entregado a cualquier hombre que quisiera poseerla. Y, al final, su propia hija le había acabado robando el novio y marchándose con él, después de abandonar a Cole.

–La señorita Jennie se ha roto la pelvis al caerse en el jardín –dijo Adam interrumpiendo los pensamientos de Cole–. Maddie está aquí para cuidarla hasta que su sobrina, que vive en Canadá, pueda venir. En el pueblo, todos hablan de Maddie y de lo bien educada que se ha vuelto. Hasta ha hecho una carrera. Está tan guapa, Cole, que te quedas sin aliento al mirarla.

–¿La has visto?

Adam no se había mudado a Yella hasta después de morir su padre, lo que había ocurrido poco después de que Maddie se marchara, por lo que Adam no la había conocido cuando estaba con Cole.

–Lo primero que he hecho esta mañana ha sido pasarme por casa de la señorita Jennie para hacerle una visita. Todo el pueblo lo está haciendo. Para asegurarnos de que está bien cuidada. Y Maddie está preciosa. Es toda curvas. Tiene una voz suave y la más dulce de las sonrisas.

–Basta. No vayas allí solo para ver a Maddie, ¿me oyes? –le espetó, molesto–. Apártate de ella. No me importa que haya pulido sus modales, no es una buena persona.

–¿Qué mosca te ha picado esta mañana?

–Son los problemas del pozo de los que ya te he hablado. Y ahora me distraes con chismes sobre Maddie.

–Es la presidenta interina de una ONG de Austin que se llama La Casa de mi Hermana. Está muy preocupada porque tiene la fiesta para recaudar fondos dentro de dos semanas. Parece que trata de hacer el bien, ¿no?

–Es pura fachada.

–Pues me cae bien. Y tiene un hijo pequeño, de seis años, que se llama Noah y al que ha dejado en un campamento en Austin. La señorita Jennie tiene muchas fotos de él. Es muy guapo, con el pelo negro y los ojos verdes. Me recuerda a alguien. En resumen, Maddie no me parece mala. No es como su madre.

Lo que le faltaba a Cole era que alabaran a Maddie, o a su hijo. Y, sobre todo, que lo hiciera su hermanastro, que lo solía culpar de los errores de su padre. Así que le dijo que era estúpido por creerse lo que Maddie Grey dijera y puso fin a la llamada.

Así que Maddie había vuelto y había deslumbrado al pueblo entero, incluyendo a Adam. Y tenía un hijo. ¿Quién era el padre? ¿Vernon? Cole siempre había tomado precauciones, por lo que sabía que el niño no era suyo.

Miró por la ventana. Levantó las piernas, enfundadas en unos vaqueros, y puso los pies, calzados con botas vaqueras, en el escritorio. A pesar de lo temprano que era, el sol ya brillaba sobre el desolado paisaje de Texas. Gracias al aire acondicionado, en la caravana en la que se hallaba había una temperatura gélida. Era lo único que a Cole le gustaba de vivir durante semanas en el lugar donde se perforaba. Pero ni siquiera el aire helado consiguió hacerle olvidar los recuerdos de Maddie.

Se acordaba perfectamente de la primera vez que había hablado con ella, que era más joven y pobre que él y no se movía en su círculo social.

Era viernes, y él había vuelto a casa de la Universidad de Texas y había ido a buscar a su novia, Lizzie Collier, al rancho de su padre.

Cuando Cole entró en los establos y llamó a gritos a Lizzie, uno de los caballos, Wild Thing, se volvió loco y comenzó a relinchar y a cocear. Cole creía que el animal era muy peligroso, pero Lizzie tenía un gran corazón, y, al enterarse de que el dueño del caballo lo mataba de hambre y lo maltrataba, convenció a su padre de que lo comprara. El padre había contratado a más de una docena de hombres que susurraban a los caballos para salvar al animal. Todos fracasaron, por lo que decidió sacrificarlo. Pero Lizzie se negó en redondo.

Cole oyó una voz melodiosa que procedía de donde se hallaba Wild Thing. Creyendo que Lizzie estaba atrapada, corrió hacia la cuadra.

–¿Lizzie?

–Shhh.

Como Cole no veía con claridad debido a las sombras, pensó que la delgada figura con vaqueros y gorra de béisbol era el mozo de cuadra que trabajaba para el padre de Lizzie.

–¡Sal de la cuadra, chico! –le ordenó.

El caballo volvió a patear la puerta de la cuadra haciendo saltar astillas.

El chico saltó hacia atrás y se pegó a la pared.

–¿Quieres matarme? –en la confusión, la gorra se le había caído, y una lustrosa melena negra le cayó por los hombros. Y por los senos.

–¿Maddie Grey?

¿Qué hombre no hubiera reconocido sus maravillosos y exóticos rasgos: la piel blanca, la boca voluptuosa y los ojos de color violeta? Era clavada a su madre, Jesse Ray Grey, la prostituta más famosa del pueblo.

Cole le miró los grandes senos, que subían y bajaban tras la camisa de trabajo. Había engordado desde la última vez que la había visto. Probablemente ya hubiera aprendido los trucos de su madre.

–Eres Maddie Grey –repitió, al tiempo que notaba que le desagradaba por haberlo excitado

–¿Y qué si lo soy? –ella apretó la hermosa boca en actitud desafiante.

El caballo puso los ojos en blanco y relinchó.

–Baja la voz y retrocede –le ordenó ella.

Al menos no era boba, pues se daba cuenta de la locura de estar encerrada en un espacio tan reducido con aquel monstruo.

–Te he dicho que retrocedas. ¿No te das cuenta de que lo estás asustando?

Comenzó a hablar al caballo en dulces murmullos que Cole hubiera envidiado de no haber estado tan furioso con ella por culparlo de su propia estupidez.

–No te preocupes, nadie va a hacerte daño.

Una oreja gris se alzó, aunque la otra continuó agachada al tiempo que el animal miraba a Cole con recelo.

–Tienes que irte.

–No lo haré hasta que no salgas de la cuadra.

–Lo haré, pedazo de idiota, en cuanto te calles y te vayas –le espetó ella en voz baja.

Sus ojos implorantes lo convencieron. Salió, y, un par de minutos después, el caballo se calmó. Al oír los leves pasos de Maddie dirigiéndose a la puerta trasera de los establos para evitarlo, Cole fue corriendo hasta ella. Al verlo, ella dio un grito de alarma.

Él la agarró por los brazos y la empujó contra la pared.

–No tienes derecho a estar en esta propiedad ni en la cuadra de ese monstruo –le gritó–. Me has dado un susto de muerte.

–Estaba haciendo mi trabajo.

–¿Tu trabajo?

–Para que lo sepas, Liam Rodgers me ha contratado.

Liam, el capataz del padre de Lizzie, no era tonto.

–¿Por qué a ti cuando puede contratar a los mejores?

Ella frunció el ceño.

–Tal vez porque sé lo que hago. Mientras has estado en la universidad conduciendo coches caros y persiguiendo a las chicas, he estado limpiando cuadras a cambio de clases de equitación. Y he aprendido mucho. Cuando Liam vio que Wild Thing se quedaba quiero y me dejaba ponerle la silla, estuvo a punto de desmayarse. Cuando lo monté sin ninguna dificultad, me contrató.

–No puedes saber lo suficiente para trabajar con ese monstruo.

–He hecho lo que no han podido hacer doce hombres.

–Has tenido suerte. Ahora, escúchame. Un caballo normal pesa media tonelada y tiene el cerebro del tamaño de un tomate. Está genéticamente programado para defenderse de los depredadores, entre ellos lo seres humanos y las chicas insignificantes como tú.

–Todo eso ya lo sé.

–Ese animal está loco. No te acerques a él ni en el corral, ni en la cuadra ni en ningún sitio.

Ella entrecerró los ojos en actitud rebelde.

Su mirada aumentó la furia de Cole.

–¿No lo entiendes? ¡La próxima vez te matará!

–¡No lo hará si te mantienes alejado de las cuadras y me dejas hacer mi trabajo!

–¡Vaya! Así que tengo yo la culpa. Estoy tentado de ir a contárselo al señor Collier.

–¡No! Si no consigo salvar al caballo, el señor Collier lo sacrificará

–Muy bien.

–No, por favor. El animal está mejor. Se sigue sobresaltando con facilidad, pero mejorará. Necesita tiempo y paciencia. Ha sufrido mucho.

–Es un asesino.

–No hay muchos seres vivos que comiencen su vida de la manera fácil y consentida en que tú lo has hecho. Por eso no entiendes por lo que tenemos que pasar todos los demás. Sé que no te importa lo que yo piense, pero Lizzie quiere a ese caballo. Déjalo vivir, por ella.

La chica era apasionada y compasiva... y preciosa, a pesar de los vaqueros rotos y la camisa descolorida.

Y sus malditos ojos... Esos ojos, unido a que llevaba un rato muy cerca de ella en un establo oscuro, lo habían excitado hasta endurecer su masculinidad. Consciente de su cuerpo delgado y suave, que se apretaba contra el suyo, ni siquiera intentó defenderse del deseo que sus curvas le producían.

Sería fácil poseerla allí mismo.

Sintió un repentino deseo de besarla y de introducirle la lengua para saborearla. ¿Abriría ella la boca y le dejaría hacerlo?

Tal vez ella sintiera lo mismo.

–¿Qué? –Maddie se había quedado quieta y no dejaba de mirarlo a la cara–. Suéltame.

–No quieres que lo haga –dijo él con voz ronca.

Su mirada, llena de deseo, descendió desde su cara. Tenía los pechos suaves y exuberantes. Cole no se conformaría con un beso. Quería mucho más. Y como ella era la hija de Jesse Ray, probablemente también lo deseara.

Se sintió justificado para poner a prueba a una chica fácil. La agarró por los hombros y la atrajo hacia sí. Antes de que ella pudiera reaccionar, la besó con fuerza y exigencia porque esperaba que se aviniera fácilmente a sus deseos. Y, durante unos instantes, ella respondió tan favorablemente como se había imaginado, suspirando y aferrándose a él. Separó los labios y él sintió su lengua, pero solo unos segundos. Entonces, se puso rígida. Retrocedió, cerró los puños y comenzó a golpearle el pecho.

Como él no la soltó inmediatamente, se puso roja de ira.

–¡A Lizzie no la tratarías así! ¡No intentarías poseerla en un establo como si fuera una chica fácil, sin siquiera haber hablado con ella!

–No eres Lizzie Collier, sino la hija de Jesse Ray.

–¿Y eso hace que no tenga sentimientos como tú y los de tu clase? ¡Pues los tengo! Y no soy como mi madre, ¿me oyes? Así que ve a buscar a tu querida y santa Lizzie y déjame en paz. Es ella tu novia, no yo. Y no querría serlo.

Eso último era mentira, como le indicaban a Cole las lágrimas de vergüenza y desolación y el dolor en la voz de Maddie. Ella lo deseaba, pero en términos de igualdad. Su orgullo y su deseo de él lo conmovieron y multiplicaron por mil el deseo de poseerla.

No se había equivocado. Ella lo deseaba, pero la hija de Jesse Ray se respetaba a sí misma tanto como Lizzie.

Maddie lanzó un grito, se libró de él y salió corriendo del establo. Mientras Cole la veía marchar, se quedó asombrado ante su belleza y su gracia. La deseaba mucho más de lo que nunca había deseado a Lizzie. Se sintió avergonzado, ya que era la hija de Jesse Ray.

Las semanas posteriores trató de borrarla de su mente, pero soñaba con ella y con que le hacía el amor.

Sus amigos comenzaron a contarle historias sobre ella, que él escuchaba con avidez: que Maddie echaba carreras a los chicos en los prados de fuera del pueblo; que siempre conseguía montar a Wild Thing, que lo había domado, que lo montaba a pelo y que, juntos, saltaban lo que fuera, que, un día, después de clase, Lyle, un amigo de Cole, estaba fumando en su descapotable cuando Wild Thing y ella le saltaron por encima.

–Ese caballo loco me pasó tan cerca de la cabeza que se me cayó el cigarrillo en la bragueta y quemé mis mejores vaqueros –se quejó Lyle.

Tales historias impresionaban a Lizzie, pero a Cole le demostraban que Maddie era estúpida, pero también obstinada, valiente y resuelta. Aunque los mayores del pueblo no cambiaran de opinión sobre ella a causa de su madre, los más jóvenes comenzaban a pensar que no era tan mala como les habían dicho. En la escuela, era lista, y la señorita Jennie, que no era fácil de contentar, la consideraba tan buena como los demás.

Pero Cole sabía que su madre no aprobaría que Maddie fuese su novia. Como su madre había pasado a formar parte de la familia Coleman gracias a su matrimonio, creía que sus hijos debían conservar la posición social. Sin embargo, a Cole lo consumía la fascinación que sentía por Maddie. Por eso, para verla, pronto comenzó a volver a casa desde la universidad todos los fines de semana.

Iba al establo a verla adiestrar los caballos de Lizzie, sobre todo Wild Thing, que se comportaba como una dócil mascota para complacerla. Cuando Cole reconoció que se había equivocado con su capacidad de adiestramiento, ella aceptó sus elogios. También fue muy dulce cuando él se disculpó por haberla besado.

Cole rompió con Lizzie y comenzó a cortejar a Maddie, pero en secreto.

Decidió que las habladurías que circulaban sobre ella eran falsas. Aunque se parecía físicamente a su madre, su carácter era muy distinto.

Pero Maddie dejó a Cole por Vernon Turner y se fue del pueblo, lo que le demostró a Cole que la había juzgado mal: era tan irresponsable y promiscua como su madre.

Entonces, ¿por qué no podía olvidarla? ¿Por qué se le aceleraba el corazón ante la posibilidad de volver a verla?

Cole tenía mil cosas que hacer en pozo, por lo que no tenía tiempo de ir a Yella. De todos modos, agarró la chaqueta, el sombrero, el móvil y las llaves de la camioneta y salió de la caravana.

Llamó a gritos a Juan y le dijo que había un problema en el rancho de su familia, por lo que debía marcharse, pero que volvería pronto.

Se montó en la camioneta y se dirigió a Yella. Condujo como un loco al tiempo que se maldecía por estar tan entusiasmado por ver a Maddie. Le había arruinado la vida, o al menos varios años de ella, y también había hecho daño a Lizzie.

Lizzie lo quería con toda su alma, pero como él no podía dejar de pensar en Maddie, no había podido quererla como se merecía. O al menos nunca la había deseado como a Maddie.

Incluso las últimas palabras de Lizzie antes de morir habían sido sobre ella.

Pero tenia que volver a verla. No entendía la forma en que lo había dejado, seis años antes, sin siquiera despedirse.

Tenía que saber cómo era posible que hubiera sido tan amable y sensata durante su romance veraniego, que lo hubiera amado con tanta dulzura la última tarde en que estuvieron juntos y que, después, hubiera huido con Vernon Turner.

¿Era Maddie la chica mala que la madre de Cole, y todo el pueblo, decían que era, o la chica buena y sincera de la que se había enamorado?

Capítulo Dos

 

Maddie estaba nerviosa por haber vuelto a Yella, y se puso aún más al ir detrás del perro de la señorita Jennie, que había entrado en el terreno boscoso propiedad de Cole. ¿Y si Adam se equivocaba y Cole volvía a la ciudad antes de lo esperado?

Temía volver a verlo, lo que era ridículo. ¿Por qué le seguían doliendo, al cabo de seis años, su rechazo y su desprecio, cuando se había repetido miles de veces que el pasado no importaba?

No había vuelto antes a Yella porque le traía demasiados recuerdos, buenos y malos. Llevaba años centrándose en el futuro, y raras veces recordaba el pasado. Volver le había supuesto inscribir a Noah en un campamento de verano. Lo echaba de menos, pero no quería que la gente del pueblo lo juzgara por su culpa, o que se diera cuenta de lo mucho que se parecía a Cole y atara cabos.

Había vuelto porque le debía a la señorita Jennie todo lo bueno que le había sucedido en la vida.

El sol caía a plomo, el calor era intenso, y solo era mediodía. La camiseta y los vaqueros se le habían pegado a la piel sudada.

De todos modos, a pesar del calor y la humedad, le encantaban los olores y los sonidos del bosque, que le recordaban su adolescencia, cuando cabalgaba por allí. Sobre todo recordaba cuando cabalgaba con Cole.

Más le valía preocuparse por la fiesta para recaudar fondos para la ONG. Aunque temía la llegada del evento anual y el estrés de tener que tratar con donantes ricos, prefería pensar en eso que en Cole.

Este la había rechazado y había hecho que se sintiera indigna. ¿Por qué no lo olvidaba? Incluso cuando, la primavera anterior, Greg había aparecido en su vida, Greg, que no conocía sus secretos, que la aceptaba tal como era y que quería casarse con ella, Maddie había seguido obsesionada con Cole, que nunca la había considerado su igual.

Cuando, seis años antes, había huido del pueblo, estaba tan traumatizada que no pensó que fuera a volver. En Austin había tratado de mejorar como persona, de olvidar a la madre que no la había querido, la triste caravana en Yella donde se había criado, la terrible noche que la había obligado a huir. Se había esforzado, sobre todo, en ser mejor madre para Noah de lo que lo había sido su madre con ella.

Ser madre soltera, trabajar e ir a la universidad no había sido fácil, cuando, además, tenía que luchar contra el miedo de ser lo que la gente de Yella creía: una mala persona.

Entonces, cinco días antes, cuando estaba a punto de fijar la fecha de la boda, la señorita Jennie la había llamado desde el hospital para decirle que se había caído. La señorita era la única persona del pueblo que había creído en ella, la que había estado a su lado cuando estaba aterrorizada y desesperada. Así que, cuando le había pedido que fuera unos días hasta que llegara su sobrina de Canadá, Maddie había accedido.

Aunque sus vecinos se habían ofrecido a cuidarla, ella había dejado claro que prefería que fuera Maddie.

Oyó al perro delante de ella, y cuando estaba a punto de llamarlo, Cinnamon comenzó a ladrar. Se dio cuenta de que el animal se había dirigido a la poza del río Guadalupe, donde Cole y ella se veían en secreto, donde habían hecho el amor innumerables veces. Era uno de los sitios que más hubiera querido evitar.

Allí recordaría a Cole y su breve relación. Entonces, ella era muy joven y estaba enamorada. Y estaba segura de que él la quería y de que la querría eternamente, y que el amor que él le profesaba, cuando saliera a la luz, cambiaría la opinión de la gente sobre ella y podría obtener la respetabilidad que tanto había deseado.

Fue preciso que se produjera una crisis para darse cuenta de lo que era realmente Cole: el típico chico lujurioso en busca de emociones con la chica mala del pueblo, un chico que no la respetaba y en quien no podía confiar su salvación. Tendría que salvarse por sí misma.

Maddie había tenido seis años para enfrentarse a los traumas del pasado. Se había convertido en una mujer que sabía que la vida no era un cuento de hadas y que tenía que superar el daño que su madre y Cole le habían hecho.

No quería verlo de nuevo y que se le volvieran a abrir las heridas. Con un poco de suerte, Cole se quedaría en el yacimiento petrolífero mientras ella estaba con la señorita Jennie.

Tal vez pudiera salir de Yella ilesa.

 

 

Dos horas después de marcharse de la zona de perforación, Cole aparcó frente a la casa de la señorita Jennie, que tocaba con una esquina de su rancho. La casa estaba en mal estado, aunque no fue en eso en lo que pensó al bajarse de la camioneta y encaminarse hacia ella.

Se sorprendió de que el idiota del perro de la señorita no saliera a su encuentro ladrando. Cuando cabalgaba por esa zona del rancho, solía encontrárselo. En verano, a Cinnamon le encantaba tumbarse a la sombra en la orilla del río, al lado de la poza que había sido el lugar de encuentro secreto de Maddie y él.

No podía dejar de pensar en ella.

Llamó a la puerta con impaciencia, pero no le abrió Maddie, sino Bessie Mueller, la vecina de la señorita.

–Tu madre ha dicho a todo el mundo que no vendrías hasta mañana, así que, ¿qué haces aquí plantado con tus polvorientas botas?

–Tengo que solucionar un asunto del rancho –mintió él–. ¿Cómo está la señorita Jennie?

–Bien. Ahora está descansando. Ha tenido mucha compañía esta mañana, toda masculina. Está agotada.

–¿Y Maddie Grey?

Bessie sonrió con malicia.

–¿Así que es a ella a quien has venido a ver, como todos los hombres del pueblo? –el brillo cómplice de sus ojos puso furioso a Cole–. Pues está buscando a Cinnamon. Por eso estoy yo aquí. Le dije que era inútil salir a buscar a ese chucho. Cuando no se dedica a ladrar como un poseso, persigue a mis pollos o escarba entre mis flores. Siempre acaba volviendo a casa, pero cuando le apetece.

–Dígale a la señorita que me pasaré después.

Si Maddie había salido a buscar a Cinnamon, sabía dónde encontrarla.

 

 

Cuando Cole dio un suave tirón de las riendas, Raider resopló, levantó la cabeza y se detuvo cerca del arroyo que desembocaba en el río, donde había tal profusión de árboles añosos que el bosque era prácticamente impenetrable.

–Tienes que quedarte aquí –dijo Cole al animal– porque es difícil seguir adelante.

Cole había ensillado su caballo y había salido a buscar a Maddie.

Desmontó, ató las riendas a un tronco caído y dejó al caballo pastando a la sombra. Después, mientras se dirigía entre hierbas y arbustos al río, comenzó a recordar.

Maddie y él habían recorrido juntos aquellos senderos. Cuando desmontaban de los caballos, solían jugar al escondite. Y cómo le gustaba atraparla y ponerse encima de su delgado cuerpo. Ella le sonreía, sofocada y excitada.

Después de que ella se hubiera marchado, Cole había puesto carteles prohibiendo el paso y bañarse en el río.

Al oír los ladridos del perro, se le aceleró el corazón. Y al reconocer la voz grave y aterciopelada de Maddie, se quedó petrificado.

–No debiéramos estar aquí. Estamos en terreno privado, pero a ti te da igual –dijo Maddie al animal.

Cole avanzó lentamente hasta distinguirla entre los árboles.

Estaba sentada a la orilla del río con las piernas colgando. Solo llevaba puesto un tanga. Su exótico rostro seguía siendo muy hermoso. Aunque Cole no se detuvo en él. Se quedó sin respiración al observar sus senos desnudos, su estrecha cintura y sus largas piernas.

Tragó saliva mientras el corazón le golpeaba en el pecho. Podía dar la vuelta y marcharse, pero...

Ella metió la camiseta en el agua y se la escurrió por la garganta y los senos.

–Nada como el agua helada cuando hace calor –dijo mientras volvía a introducir la camiseta en el agua–. Estaba sudando.

El perro jadeaba. Cole también sudaba, pero no a causa del calor.

Contempló a Maddie hechizado. Su sexo, caliente y duro, se hinchaba contra la tela de lo vaqueros.

Cole la maldijo por ser tan hermosa y tan sexy. También parecía dulce, siempre lo había parecido, la esencia de la femineidad.

Pero las apariencias podían engañar.

Lo asaltó el recuerdo de la primera vez que habían hecho el amor. Ella estaba sofocada y desnuda, le susurró que lo quería y le rogó que la hiciera suya.

Él la besó en la garganta y le acarició el pelo.

–¿Estás segura?

–Pase lo que pase, quiero que seas tú el primero.

Resuelto a no hacerle daño, había actuado con suavidad y paciencia, aunque tenía las hormonas desatadas. Hasta le dijo que la quería, y era sincero.

¿Cómo olvidar lo tensa que se había puesto y que había contenido la respiración tanto tiempo, después de que él la hubiera penetrado, que lo había asustado?

–¿Estás bien? –le había susurrado él.

–Mejor que bien.

Cuando ella apretó la boca contra su garganta, él se endureció en su interior instantáneamente.

–Me gustas desde hace años, pero no creí que alguien como yo pudiera importarte.

–Pues me importas.

–A veces me pellizco para saber que no estoy soñando.

Resuelto a librarse de los recuerdos agridulces y a recuperar el control, contó lentamente hacia atrás de cien a cero, pero mucho antes de acabar lo asaltaron nuevos recuerdos, a cual más dulce. Y no pudo seguir contando, ni pensar, ni hacer nada.

Quería volver a acariciar la piel cálida y aterciopelada de Maddie, volver a saborear sus dulces labios. Tal vez cuando se hubiera saciado, volviera a comportarse racionalmente y a recordar lo mal que lo había tratado.

Ella se metió en el agua gritando por lo fría que estaba y comenzó a nadar.

En lugar de hacer caso a la voz de la razón que le decía que no jugara con fuego, él se acercó a la orilla y miró cómo nadaba, deseando que se volviera y lo viera.

Cuando lo hizo, Maddie palideció del susto.

–¡Cole! ¿Qué haces aquí?

Su mirada de alarma lo hirió en lo más hondo.

–Me han dicho que estabas buscando a Cinnamon en mis tierras, así que he venido a buscarte.

Sin decir nada, ella se sumergió y nadó lo más lejos posible de él. Cuando salió a la superficie, se cubrió los senos con las manos y trepó a la roca más cercana, ocultándose detrás de ella.

–No era mi intención molestarte –dijo ella al tiempo que se ruborizaba–. Si hubiera sabido que estabas en el pueblo, no habría venido. Tu hermano Adam me dijo que tardarías en volver.

–¿No has visto las señales de prohibido nadar? Hace dos años, un niño estuvo a punto de ahogarse, tras una riada. Cinnamon no se merece que arriesgues tu bonito cuello nadando aquí sola.

–Muy bien. Si te marchas, me vestiré y me iré.

–No quiero que te vistas ni que te vayas.

Ella lo miró aterrada.

–No empieces, por favor –susurró.

A Cole, la vergüenza y el miedo que había en sus ojos le partieron el corazón Recordó lo tímida que era en cuestiones sexuales, sobre todo al principio. Pero nunca había sido tan asustadiza.

–Me han dicho que tienes un hijo pequeño.

Los ojos de ella se abrieron aún más a causa del miedo.

–Lo que quiero decir es que, puesto que eres madre, no debieras correr riesgos innecesarios, como nadar aquí sola.

–Mi hijo no es asunto tuyo. Me lo dejaste muy claro.

–¿Cuándo hemos hablado de tu hijo?

–¿Qué? Tienes razón. He visto las señales. No debería haberme metido en el agua sin un acompañante. Como te he dicho, si te vas, me vestiré y me marcharé –había empezado a tiritar.

–Ahora puedes nadar todo lo que quieras, ya que estoy aquí para vigilarte.

–No quiero que me vigiles –le castañeteaban los dientes.

–Muy bien –la miró con insolencia.

–Cole, me estoy helando. Si no quieres irte, ¿puedes, por favor darte la vuelta para que me vista?

–De acuerdo –se dio la vuelta de mala gana.

Ella vaciló, porque no se fiaba de él. Unos segundos después, Cole oyó el sonido de sus pies corriendo por la hierba para recoger la ropa. La oyó maldecir en voz baja y se volvió, lo que le permitió volver a contemplar sus senos y sus muslos. Contuvo la respiración al verla esforzándose por introducir los brazos en las mangas de la camiseta mojada. Después se puso los vaqueros, y fue entonces cuando ella alzó la vista y vio que la miraba.

–Has hecho trampa.

–Lo siento.

–Supongo que no debería extrañarme, ya que siempre creerás que soy una mujer que no merece que la respeten –se inclinó y le puso la correa a Cinnamon.

–Maldita sea –masculló Cole sintiéndose culpable y enfadado a la vez.

Era injusto que ella se atreviera a recriminarle, cuando lo había abandonado por Turner.

–No te preocupes. No volveré a pisar tus tierras.

–Puedes nadar aquí cuando quieras –replicó él con frialdad–. Pero preferiría que trajeras a un amigo la próxima vez.

–¿A quién? Salvo a la señorita Jennie, al resto del pueblo no le caemos bien ni mi madre ni yo. Recuerda que nunca he tenido un verdadero amigo aquí.

––Me han dicho que esta mañana han pasado a ver a la señorita ocho hombres.

–Para que lo sepas, nunca he sido lo que creías que era ni lo que esos hombres piensan que soy. He tardado mucho en creer en mí misma después del modo en que me tratasteis la gente del pueblo y tú.

–¿En serio? Me sorprende. Para ser alguien tan sensible y romántico, te acostaste conmigo y después te largaste con Turner sin siquiera despedirte.

Ella se puso pálida y comenzó a temblar.

–Cree lo que quieras de mí –susurró.

–Dime por qué te fuiste con él. Me debes una explicación.

–Pensé que te la debía y, por eso, te llamé por teléfono antes de marcharme, ¿te acuerdas?

–¡De eso nada! Me llamaste año y medio después, cuando ya estaba casado con Lizzie.

–¡No! Te llamé la noche en que me fui. Pero fue tu madre la que contestó, y me dijo exactamente lo que le habías dicho que me dijera, que no querías a alguien de mi clase en tu vida. Así que, perdona por no haberte llamado otra vez. Tenía muchas cosas en que pensar. Pero mis problemas de entonces no son asunto tuyo.

–¿Hablaste con mi madre esa noche? No me lo creo.

–Me da igual lo que creas. Y cuando te llamé año y medio después, me dijiste que no querías volver a hablar conmigo. Y me colgaste. Al menos tu madre tuvo la decencia de no hacerlo.

Su madre tenía una concepción muy rígida del orden social, y le hubiera arrancado a su hijo la piel a tiras si se hubiera enterado de que tenía algo que ver con la hija de Jesse Ray.

–Lo cierto es que esperaste un año y medio para llamarme. Y ya era tarde.

–Dejémoslo estar. Te casaste con una chica respetable. Y yo seguí adelante.

–Eso me dije, que había que dejarlo estar, y lo hice mientras Lizzie vivió. Pero ahora ella ya no está, y tú sí, y quiero saber por qué me dejaste por Vernon sin ninguna explicación. Solo sé lo que dijo tu madre: que huiste con Vernon para herirla.

Ella palideció. Las manos comenzaron a temblarle. ¿De qué tenía tanto miedo?

Pero apretó los labios como si hubiera hallado en su interior la fuerza de hacerle frente.

–Estaba fuera de mí cuando me marché. Después de hablar con tu madre, creí que te sentirías aliviado al librarte de mí.

¿Aliviado? Pensó que iba a morirse.

–Debí haber sentido alivio. Cualquiera en su sano juicio lo hubiera hecho. Eras hija de tu madre.

–Mira, tuviste suerte de escapar de mis garras.

Ese comentario lo sacó de sus casillas.

–Pues no me sentí aliviado, sino que estuve muerto de preocupación por ti.

–¿De verdad? –lo miró, confusa.

–No dejaba de pensar en ti. Todas las noches venía aquí y me preguntaba cómo habías podido desaparecer sin más. Te echaba de menos y quería saber que estabas bien, aunque fuera con Turner.

–¿Intentaste buscarme?

–Quise hacerlo, pero mi padre enfermó una semana después de tu marcha y me vi obligado a hacerme cargo del negocio familiar. En su lecho de muerte confesó que tenía otro hijo, Adam. Mi madre se negó a aceptarlo. Ya ves que yo también tuve muchos problemas.

–Siento lo de tu padre, no lo sabía. Al marcharme, estaba enfadada y avergonzada después del rechazo de tu madre. Tardé un tiempo en recuperarme. Y cuando volví a llamarte, no quisiste hablar conmigo.

Porque temía que si le hablaba se vendría abajo; porque trataba de ser fiel a Lizzie.

–No sé por qué remueves todo esto ahora, Cole.

Porque hacía un año que Lizzie había muerto, y se sentía libre, y porque Maddie estaba allí, más hermosa y vulnerable que nunca. Sabía que su reacción no era lógica. Pero su relación con Maddie no había terminado. Y volver a verla lo convenció de ello.

–¿Qué había en las cartas que me escribiste después de que me negara a hablar contigo? –las había metido en un cajón sin abrirlas.

–¿No las leíste?

–No, por la misma razón que me negué a hablarte: por Lizzie. Me hubiera parecido que la engañaba si algo de lo que me decías en ellas me hubiera tentado. Cuando murió no las leí por lealtad a ella.

–Lo que había en esas cartas ya no importa. No te debo nada, ni tú a mí.

–Empiezo a creer que son la pieza de un rompecabezas que he de resolver.

–No, el pasado ya no importa –a Maddie le tembló la voz–. Yo no era nada para ti.

–¿Cómo puedes decir eso y actuar como si te hubiera tratado mal cuando fuiste tú la que se marchó?

–Deberías estarme agradecido, ya que te dejé libre para que te casaras con tu querida Lizzie.

–¿Qué decías en las cartas?

–Nada que ya importe.

–Creo que ya es hora de que las lea.

–¿Todavía las tienes?

–Las metí en un cajón del escritorio de mi despacho. Deberían estar allí, si Lizzie las volvió a poner en su sitio.

–¿Lizzie?

–En su lecho de muerte me confesó que se las había encontrado mientras limpiaba, las había abierto con vapor y las había leído. Me hizo prometerle que las leería cuando hubiera muerto. Y me pidió disculpas por no habérmelo dicho antes, pero estaba celosa y tenía miedo de perderme. Por respeto a ella no las leí.

–Me marcho –dijo ella con la vista clavada en Cinnamon.

–Aún no he terminado. Le dije a Lizzie que las cartas no importaban, porque me había casado con ella, y que había sido una esposa maravillosa.

–Tuviste suerte –afirmó Maddie con tristeza–. Y yo espero tenerla algún día. Ella siempre te quiso.

–Sí.

A Lizzie, Cole le había partido el corazón al seguir viendo a Maddie en secreto después de aquel primer beso en las cuadras. Y Maddie había vuelto, y seguía deseándola.

–Puede que esté bien que nos hayamos visto hoy para reconocer que el pasado está olvidado. Siento haberme marchado sin despedirme. Era joven e inmadura. Me alegro de que tu matrimonio fuera maravilloso y siento mucho la muerte de tu esposa. Te deseo lo mejor, Cole. Espero que seas feliz.

–Gracias.

–Encontrarás a otra mujer, y tal vez te recuerde a Lizzie. Tendréis hijos y formareis una familia.

Cole no quería recordar a Lizzie. Ambos habían sido desgraciados en su matrimonio, y él se había sentido muy solo.

–Adiós, Cole.

Al verla perderse entre los árboles, deseó abrazarla y besarla. Deseó tenerla desnuda debajo de él, con las piernas enlazadas en su cintura.

Se volvería loco si la perdía por segunda vez. Y ella, como mínimo, le debía algunas respuestas.

Capítulo Tres

 

El pasado, con todos sus secretos, debería estar muerto y enterrado. Pero Cole tenía las cartas y no las había leído. No sabía nada de Noah.

Cole no había rechazado a Noah, como ella creía. Durante años, todo lo que había creído sobre él había sido un error.

Le había hecho daño al abandonarlo. ¡Quién lo hubiera dicho! Jamás se le ocurrió que él pudiera sentirse tan desgarrado como ella al marcharse. Y no se le había ocurrido porque, entonces, carecía de autoestima.

De todos modos, había intentado hablar con él antes de irse. Había llamado a su casa sin importarle que su relación saliera a la luz. Las crueles palabras de su madre seguían grabadas en su corazón.

–¿De qué conoce a mi hijo, señorita Grey?

–Estamos saliendo desde este verano. Tengo que hablar con él.

–¿Que están saliendo? No la creo. Tal vez sienta atracción sexual por usted, pero, si la respetara, la hubiera traído a casa para que conociera a su familia. Mi hijo quiere a Lizzie. A John le importa usted lo mismo que a los hombres que se han acostado con su madre. Está muy por debajo de él. Se lo advierto, si no se aparta de él, mi esposo y yo haremos todo lo que esté en nuestra mano para acabar con usted.

–No será necesario. Ya lo han hecho.

No quería recordar. Daba igual que Cole no supiera lo que le había hecho Vernon ni supiera nada de Noah. Era tarde para que formara parte de la vida del niño, porque todo contacto con el padre de su hijo era peligroso para el bienestar de ella.

No podía compadecerse de Cole ni preocuparse por el joven al que había plantado seis años antes, ni por el hombre herido en que se había convertido, sobre todo cuando le asaltaba el miedo pensando en su hijo.