Dulce escándalo - Ann Major - E-Book

Dulce escándalo E-Book

Ann Major

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Beschreibung

Todo podía cambiar en un instante La vida de Zach Torr cambió en cuanto vio a Summer Wallace. Nunca había podido olvidar cómo se había burlado de él cuando se amaron de adolescentes. El rico magnate había estado esperando la oportunidad perfecta para hacer que su antigua amante pagara por su traición. Así que cuando la vio afectada por un escándalo, aprovechó la ocasión. Su plan era sencillo: Summer sería suya cada fin de semana hasta que él decidiera que se había acabado. Sus reglas no le permitían tener una relación sentimental ni fantasear con un final feliz. Pero el descubrimiento de un viejo secreto podía hacer que todo cambiara.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Ann Major. Todos los derechos reservados.

DULCE ESCÁNDALO, N.º 1881 - noviembre 2012

Título original: A Scandal So Sweet

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1153-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

Houston, Texas

La vida de un hombre podía cambiar en un instante.

Siete días antes, Zach Torr estaba en las Bahamas, eufórico de cerrar el mayor acuerdo de su carrera profesional. De repente, había recibido una llamada inesperada en relación a su tío. Era la única persona que había estado respaldando a Zach en los últimos quince años y había muerto.

En ese momento, vestido todavía con el traje que había llevado en el funeral de su tío, estaba en la misma viga estrecha desde la que su tío se había caído. Se quedó mirando fijamente hacia abajo a los contratistas, las máquinas, los generadores, las grúas y los hombres que, desde una altura de sesenta y cinco pisos, parecían hormigas con cascos amarillos.

Zach era un hombre alto, de pelo negro y anchos hombros, de quien sus competidores opinaban que era despiadado.

Normalmente, sus ojos eran fríos como el hielo. Aquel día estaban húmedos y le escocían. ¿Cómo se había caído desde allí el tío Zachery?

Zach sintió un escalofrío. La brisa gélida hizo que la corbata volara contra su cara, obligándolo casi a dar un paso atrás. Se quedó inmóvil, recuperó el equilibrio y soltó un silbido. Un estornudo, un resbalón, ¿sería así como había pasado?

¿Habría saltado el tío Zachery? ¿Lo habría sobresaltado un pájaro? ¿Lo habrían empujado? ¿Habría sufrido un ataque? ¿O simplemente se había caído como había dicho el capataz? Zach nunca lo sabría con seguridad.

Como único heredero, Zach había sido sometido a exhaustivos interrogatorios por la policía.

La prensa había sido más dura con él que de costumbre porque se había quedado en Bahamas para cerrar el acuerdo antes de volver a casa. Odiaba verse en primera plana y que un puñado de idiotas escribiera sobre él y se tiraran a su yugular sin tener datos.

Porque lo cierto era que el mundo se le había venido abajo después de aquella llamada.

A los diecinueve años, cuando se había visto en apuros con la ley por algo que no había hecho, el tío Zachery había vuelto a Luisiana desde el Oriente Medio, en donde estaba construyendo una ciudad para un jeque árabe. El tío Zachery lo había salvado. Si no hubiera sido por él, todavía estaría cumpliendo condena.

Zach había nacido en Houston, pero su guapa madrastra lo había sacado de la ciudad después de la muerte de su padre. El motivo, que lo había querido tener todo. Su padre había creído ingenuamente que sería generosa con su hijo de dieciséis años y le había dejado toda su fortuna.

Si no hubiera sido por Nick Landry, un pescador de gambas que había encontrado a Zach en la cuneta después de que los matones de su madrastra le dieran una paliza, no habría sobrevivido. Nick había llevado a Zach a su casa en Bonne Terre, Luisiana, en donde Zach había pasado tres años.

Había sido en Bonne Terre donde había conocido a la chica a la que le había entregado su corazón y en donde había sido acusado de estupro, y donde aquella chica a la que amaba había permanecido en silencio mientras él era juzgado y condenado.

Por suerte, había sido entonces cuando el tío Zachery había vuelto. Se había enterado de la deslealtad de su cuñada, había seguido la pista de Zach hasta Luisiana y había ganado en su enfrentamiento con la ciudad de Bonne Terre. Había llevado de vuelta a Zach a Houston, le había dado educación y lo había puesto a trabajar. Con el respaldo de su poderoso tío, Zach se había convertido en uno de los hombres más ricos de América.

Le vibró el teléfono. Se bajó de la viga y se dirigió al ascensor, en donde atendió la llamada. Para su sorpresa, era Nick Landry.

–Zach, siento lo de tu tío. Te llamo para darte el pésame. Me he enterado por los periódicos. Estoy muy orgulloso de ti por todo lo que has conseguido.

Mucha gente lo había llamado durante la semana pasada, pero aquella llamada tenía un gran significado. Durante años, había evitado a Nick y a todo lo que tuviera que ver con Bonne Terre, pero la calidez en la ronca voz de Nick lo animó.

–Me alegro de oírte.

–Te he echado de menos. Ya no salgo en el barco tan a menudo. A la gente le digo que la pesca ya no es tan buena como solía ser, pero es que tanto mi barco como yo estamos viejos.

Zach sintió que los ojos le ardían al recordar las aguas marrones del pantano y lo mucho que le gustaba observar a las garzas volando bajo a última hora de la tarde, cuando la bruma se levantaba.

–Sí, yo también te he echado de menos. No me había dado cuenta de cuánto hasta que he oído tu voz. Me devuelve a tiempos pasados.

No todos sus recuerdos de Bonne Terre eran malos.

–¿Por qué no vuelves a Bonne Terre a ver a este viejo antes de que se caiga de su barco y los cangrejos se lo coman?

–Lo haré.

–Iremos a pescar gambas como en los viejos tiempos.

Después de despedirse, Zach colgó el teléfono sintiéndose mejor. Quizá había llegado el momento de volver a Bonne Terre.

Entonces se acordó de la chica a la que una vez había amado, rubia, de mirada inocente y grandes sueños, y la que le había roto el corazón. Ahora vivía en Nueva York y era actriz en Broadway. A diferencia de él, la prensa la adoraba. Sus fotos estaban en todas partes.

¿Alguna vez volvía a Bonne Terre? Quizá había llegado el momento de averiguarlo.

Capítulo Uno

Ocho meses más tarde

Bonne Terre, Luisiana

Zach Torr había vuelto a la ciudad, lo que le provocaba un torbellino de emociones.

Summer Wallace aparcó el coche de alquiler frente a la vieja casa de dos pisos de su abuela. Suspiró ante el temor de tener que hablar con ella y con su hermano de Zach, y se tomó su tiempo para recoger la maleta, el bolso y el maletín. Luego, al ver en el suelo las hojas de un guion y la Biblia que siempre llevaba con ella, las recogió y las guardó en el maletín.

Cuando por fin cerró la puerta del coche y se dirigió a la casa, vio a Silas, el gato blanco y negro de su abuela, durmiendo bajo la sombra de un árbol.

Una suave brisa sopló, trayendo el olor del bosque de pinos que bordeaba la propiedad. Summer no estaba de humor para disfrutar de la belleza de finales de agosto de la casa en la que había pasado su infancia. No, se dirigía a una conversación con su abuela que seguramente versaría sobre Zach.

Quince años antes, al marcharse tras la muerte de su madre, se había ido convencida de que él había salido de su vida para siempre. Hasta que su abuela había llamado una semana antes. Ese día, Summer estaba cansada después de ensayar para una nueva obra.

–Nunca adivinarás quién ha venido a Bonne Terre y ha comprado un terreno para construir un casino –le había dicho.

Su abuela tenía la manía de lanzar bombas de manera inocente.

–¿Y quién crees que ha comprado la vieja casa de los Thibodeaux y ha contratado a tu hermano Tuck para que se ocupe del mantenimiento del jardín y la piscina? –había continuado.

¿Tuck tenía un trabajo? Aquello deberían haber sido buenas noticias. Su abuela había estado muy preocupada por él después de su último encuentro con el sheriff Arcenaux. Pero por alguna razón, a Summer no le habían parecido buenas noticias.

–Está bien. ¿Quién?

–Zach Torr.

Entonces, Summer se había quedado de piedra. Su hermano no podía trabajar para Zach. Sus intenciones no podían ser buenas. Sus apellidos habían quedado vinculados de por vida ante la prensa y, por tanto, ante el mundo.

Ella se había hecho muy famosa y él demasiado rico, y su trágica historia de amor adolescente era demasiado jugosa. Cada vez que su historia era recordada, le sorprendía lo mucho que aún le dolía, aunque ella fuera vista como la víctima inocente y él el villano.

Había leído que se había convertido en una persona insensible y fría. No había podido olvidar cómo se había vengado despiadadamente de su madrastra.

Cualquier relación entre Zach y su familia sería un desastre.

–No eres la única persona de Bonne Terre que se ha hecho famosa.

Summer había contenido el aliento para asumir la noticia.

–Ahora, Zach es multimillonario.

Summer ya sabía eso. Todo el mundo lo sabía.

–Aun así, no está tan ocupado como para no poder echar una partida con una vieja dama cuando viene a la ciudad. Dime si no cómo iba a conseguir Tuck ese trabajo.

¿Zach se había dedicado a jugar a las cartas con su abuela? Aquello no era bueno.

–Abuela, está intentando dar conmigo.

–Quizá no tenga nada que ver contigo. Lo vuestro terminó hace quince años.

Sí, habían pasado quince años, pero estaba segura de que aquello tenía que ver con ella.

Summer había intentado hacerle entender a su abuela por qué Tuck tenía que dejar el trabajo. Pero se había negado a oír nada en contra de Zach, a quien veía como a su caballero de reluciente armadura. Entonces, había conseguido hacer que Summer se sintiera culpable.

–Tú nunca vienes a casa y las visitas de Zach son muy divertidas. Es muy amable con Tuck. La otra noche se llevó a Tuck y a Nick a pescar gambas.

–¿Un multimillonario en un barco de gambas?

–Sí, le compró un barco nuevo a Nick y sus hombres están reformando la casa de Nick. Y deberías ver a Zach. Está alto y esbelto, más guapo que nunca.

Alto y esbelto, rico y guapo. Había visto sus fotos en la prensa y sabía lo guapo que estaba. ¿Por qué no era el muerto de hambre que su padrastro había pronosticado que sería?

–Siendo tan rico, una vieja como yo, con una nieta guapa y soltera, no puede dejar de preguntarse por qué alguien que es tan buen partido como él, sigue estando libre.

–¡Abuela! Tuvimos una relación complicada que estoy segura de que le gustaría olvidar tanto como a mí. Aunque eso es imposible teniendo alrededor periodistas dispuestos a rebuscar en la vida de los famosos. ¿No te das cuenta? No puedo tener nada con él.

–Eso no es cierto. Vuestras vidas han cambiado. Los dos tenéis mucho éxito. Tu carrera asustaría a la mayoría de los hombres, pero no a Zach. Lo pasado, pasado está.

–¡Eso no es posible! Me odia.

«Y con motivo».

–Nunca ha mencionado ningún escándalo ni ha dicho una palabra en contra tuya. No serías tan tajante si lo vieras. La gente de la ciudad ha cambiado su opinión sobre él. Bueno, todos a excepción de Thurman, el padrastro intolerante de Summer.

Era imposible discutir con su abuela. Así que allí estaba Summer, de vuelta a Bonne Terre, para sacar a Tuck de aquel trabajo y, de paso, sacar a Zach de sus vidas. No quería enfrentarse a Zach y tal vez, si lograba convencer a Tuck y a su abuela, no tendría que hacerlo. Lo único que le hacía mantener vivos los secretos y el dolor que había sufrido en el pasado, además del recuerdo del hombre que lo había causado, era visitar a su abuela.

Nada cambiaba en Bonne Terre. Allí, bajo los viejos cipreses que bordeaban el pantano, mientras escuchaba un coro de cigarras y soportaba el calor sofocante, sentía las heridas de su corazón tan recientes como quince años atrás.

A diferencia de Tuck, Summer había sido una joven ambiciosa que había decidido que si no podía tener a Zach Torr, tenía que olvidarlo y perseguir sus sueños. Aquello había sido lo mejor para todos.

Había trabajado mucho para conseguir que su carrera como actriz llegara hasta donde había llegado. Era independiente e incluso famosa. Y era feliz, muy feliz. Tan feliz como para volver a Bonne Terre por primera vez en dos años.

Summer abrió la puerta mosquitera y dejó que se cerrara bruscamente al entrar.

–¡Ya estoy en casa!

Arriba oyó unas pisadas.

–Abuela, ya ha llegado.

Tuck se quitó los auriculares y se deslizó por el pasamanos. Summer estuvo a punto de gritar al pensar que se estrellaría con el poste, pero en el último momento dio un salto y cayó de pie como un gato.

–Ven aquí y dame un abrazo –le dijo a su hermano.

Con expresión inocente y el pelo cayéndole sobre los ojos, Tuck obedeció tímidamente. Pero enseguida se apartó.

–Parece que estás más alto.

–No, tú estás más baja.

–¡Qué va! –gritó ella.

–Este sitio está tranquilo sin tenerte aquí para discutir.

–Tengo una carrera.

–Mi famosa hermana.

–Estoy haciendo lo que me gusta y es fantástico –dijo con demasiado entusiasmo–. He venido aquí para enseñarte a tener ambición.

–He conseguido un trabajo. ¿No te lo ha dicho la abuela?

Su abuela entró en la habitación y abrazó a Summer antes de que esta pudiera replicar.

–Me preguntaba qué haría falta para que mi niña volviera a casa.

–No me llames así –dijo Summer sonriendo, recordando la vergüenza que sentía cuando la llamaba así de adolescente.

–Deja la maleta y ve a sentarte al porche. Tuck, ve con ella. Te llevaré algo que no tienes en esa gran ciudad en la que vives: una taza de mi delicioso té con menta.

Summer suspiró.

–Abuela, no quiero que te canses mientras nosotros esperamos. Tuck, vamos a ayudarla.

Tuck, que era vago por naturaleza, frunció el ceño, pero puesto que adoraba a su hermana mayor, no protestó. Siguió a las mujeres hasta la cocina y se quedó apoyado en la pared mientras observaba lo que hacían.

–Al menos vas a llevar la bandeja –le ordenó Summer al servir el último de los vasos.

De pronto sonó el teléfono y el muchacho se encogió de hombros antes de desaparecer para contestar la llamada.

Summer llevó la bandeja al porche y la dejó sobre la mesa. Luego se sentó en su mecedora favorita, tomándose su tiempo para disfrutar de la tranquilidad de los árboles que rodeaban la enorme y vieja casa de su abuela. En Nueva York y en Los Ángeles, los teléfonos de Summer sonaban constantemente con llamadas de su representante, de productores, directores… y especialmente, de periodistas.

Ahora estaba en la lista de las actrices más deseadas, y los directores de ambas costas se la rifaban. Se había esforzado mucho y estaba viviendo su sueño. Lo tenía todo.

O eso había creído. Su compañero y en ocasiones amante, Edward, la había dejado. La noche de su última función, le había dicho al resto del reparto que había acabado con ella. De eso hacía un mes. Desde entonces, los periodistas habían estado acosándola para conseguir la historia completa, que ella no quería compartir. Aquella noche, de vuelta en su apartamento después de la fiesta de despedida, había intentado convencerse de que la marcha de Edward no tenía nada que ver con el hecho de que su vida privada estuviera vacía.

Ninguna actriz conocida de Broadway estaba nunca sola, especialmente cuando tenía un contrato para una película en Hollywood. Incluso cuando estaba entre películas y funciones, no había día en que no se encontrara a la salida de su apartamento con alguien dispuesto a hacerle una foto o a pedirle un autógrafo. Siempre estaba ocupada con ensayos, fiestas y toda clase de eventos. ¿Quién tenía tiempo de tener una vida privada?

Tenía treinta y un años. Los cuarenta, la edad que suponía el fin de la carrera de actriz, ya no parecían tan lejanos. Su abuela le había empezado a recordar constantemente acerca de su reloj biológico. Últimamente no hacía más que enviarle fotos por correo electrónico de los hijos de sus amigas de la infancia.

–Recuerda mis palabras: te arrepentirás si te haces vieja y te quedas sola.

Los deseos de su abuela eran uno de los motivos por los que había permitido que Hugh Jones, el actor más de moda de la costa oeste, la convenciera para iniciar una relación con él apenas dos semanas después de que Edward la dejara. ¿Tan desesperada se había sentido al darse cuenta de lo sola que estaba?

Summer tomó su vaso y dio un sorbo al té helado.

¿Dónde estaba su abuela? ¿Y por qué estaba Tuck tardando tanto en el teléfono? ¿Estaría hablando con Zach?

Tomó otro sorbo de té. Los periodistas no dejaban de preguntarle si estaba enamorada de Hugh. Pero para su desgracia, no era en Hugh en quien pensaba cuando oía la palabra amor. No, para ella, el amor y Zach estaban para siempre unidos.

Ella tenía dieciséis años y él diecinueve cuando su romance había terminado. Recordó Nueva Orleans y la terrible pérdida que había sufrido allí, una pérdida que había truncado sus ilusiones de por vida y que le había enseñado que algunos errores no podían enmendarse.

Zach era la razón por la que apenas volvía a casa. Bonne Terre era una pequeña y chismosa ciudad. Si ella no había podido olvidar su pasado, la ciudad tampoco. Aunque los vecinos no le preguntaran por él, lo sentía por todas partes cada vez que estaba en casa. Tenía demasiados recuerdos dolorosos, además de secretos.

En aquel mismo porche la había besado por primera vez. Justo cuando se estaba recreando en la sensación de sus labios junto a los suyos, la voz de su abuela interrumpió sus pensamientos.

–No eres la única al que le gusta sentarse en esa mecedora.

–¡Vaya! –exclamó.

–Zach siempre se sienta ahí.

Summer se puso tensa.

–No puedo creer que le permitas venir y mucho menos sentarse en mi sitio. ¿Y si alguien acude a la prensa y les cuenta que visita a mi abuela? Acabarán inventándose otra historia sobre nosotros. Además, ¿para qué quiere construir nada en Bonne Terre? En todos estos años no ha vuelto, hasta ahora.

–Cuando su tío murió en otoño, vino a visitar a Nick. Cuando vio el precio de las tierras empezó a hablar con la gente. Ya tiene un casino en Las Vegas. Una cosa llevó a la otra y la ciudad decidió apoyarlo.

Al oír el tintineo de los hielos en su vaso, lo dejó en la mesa bruscamente.

–Ten cuidado, cariño, es la cristalería de tu madre.

Ambas se quedaron inmóviles, recordando la dulzura de Anna, la querida madre de Summer.

–Zach ha comprado los terrenos que hay al otro lado de nuestra casa –concluyó su abuela.

–No puedo creer que con su pasado, con tanta gente en contra suya, Zach se haya atrevido a volver.

–Dice que ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio. Lo cierto es que se está ganando a la gente.

¿Cómo iba a poner las cosas en su sitio? Summer recordó el secreto que le había ocultado y se estremeció.

–Ha hecho una fortuna en Houston. ¿No es eso suficiente? ¿Por qué iba a importarle lo que la gente pensara de él?

–Estuvieron a punto de mandarlo a la cárcel.

«Por mi culpa», pensó Summer.

–A veces las viejas heridas son profundas y necesitan sanar. Ha conseguido que todo el mundo por aquí se emocione. Su casino va a ser un lujoso barco. El juego creará empleos y con los empleos comprará el perdón. Últimamente, Bonne Terre está pasando una mala época.

–Abuela, parece que te hayan lavado el cerebro. Me preguntó cada cuánto viene Zach.

–Bueno, vino a verme la primera vez porque quería saber si estaba dispuesta a venderle mi casa. Desde entonces, ha venido una vez por semana. Tomamos café y galletas. Sus favoritas son las de chocolate.

Summer colocó el vaso en el posavasos.

–Espero que no le hayas dicho a Zach que se la vendes o que iba a venir a verte.

–Le he dicho que me haga una oferta. Y ya sabes que no puedo resistirme a hablar de ti. Le he enseñado mi álbum de recortes.

Summer frunció el ceño.

–No creo que sea su tema de conversación favorito.

–Bueno, ya te he dicho que es siempre muy correcto. Se ha mostrado muy interesado por tu relación con Hugh –dijo su abuela sonriendo–. Incluso me ha preguntado quién me parecía más divertido, si Hugh o él. Le he dicho que Hugh es una estrella de cine y que dudo que quisiera pasar tiempo con una vieja.

Summer cerró los ojos y contó hasta diez.

–¿Le contaste que iba a venir a casa porque estaba molesta por el nuevo empleo de Tuck?

–Últimamente me cuesta recordar lo que hago o digo, pero creo que sí se lo conté. ¿Qué importa? Dijiste que lo que había entre vosotros se terminó hace mucho tiempo.

Summer frunció el ceño. Sí, claro que había terminado, aunque no sabía por qué seguía obsesionada con él.

–Creo que Thurman se equivocó con él. Le dije a tu padrastro que fue demasiado duro con el muchacho, por entonces erais tan solo dos jóvenes enamorados. Pero Thurman nunca ha escuchado a nadie.

Tampoco había escuchado a Summer y a su madre cuando le habían suplicado que retirara los cargos contra Zach y la tensión había provocado que la salud de su madre empeorara. Su muerte era una de las razones por las que Summer lo evitaba. La otra, tenía que ver con una pequeña tumba en Nueva Orleans.

Pero Summer no quería pensar en aquello.

–Bueno, volviendo al tema de la venta de la casa a Zach, eso no puede ser.

–No puedo evitar que me agrade la idea de mudarme a un apartamento, si Zach hace una buena oferta.

–¡Me gusta esta casa! –protestó Summer–. No puedo creer que no me lo hayas contado hasta ahora. ¿Cuál será su siguiente paso?

–Me dijo que me presentaría una oferta, pero ha estado demasiado ocupado.

–Quizá tengamos suerte y siga ocupado –murmuró Summer y cerró los ojos.

Lo cierto era que sabía que Zach, que podía ser incansable, no dejaría a su abuela hasta que consiguiera lo que quería. ¿Habría contratado a Tuck para ganarse a su abuela? ¿Sería capaz de venderle la casa que había pertenecido a su familia más de cien años?

–Corre el rumor de que ayer cerró esa senda que hay enfrente. Ahí es donde quiere construir –dijo su abuela–. Así que quiere hacerse con esta propiedad. Desde luego que no quiere que se la venda a nadie.

De repente se sintió inspirada.

–Abuela, te compraré la casa. Puedes vivir aquí o en un apartamento, donde tú elijas.

–¿Cómo?

–Quiero que llames a Zach y le digas que no vendes. Con un poco de suerte, en cuanto sepa que yo estoy detrás, reculará.

Su abuela se quedó mirándola durante largos segundos.

–Nunca miraste a Edward de la manera en que mirarías a Zach. Quince años es demasiado tiempo para que te siga importando el mismo hombre –sentenció su abuela–. ¿Te has preguntado alguna vez por qué?