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Oscura pasiónAnn MajorCici Bellefleur había amado a uno de los hermanos Claiborne y había sido seducida por el otro. Ingenuamente, había entregado su inocencia a Logan para descubrir que su seducción había tenido un solo fin. Fue una traición que no olvidaría ni perdonaría nunca.A Logan le sorprendió descubrir que Cici había vuelto y comprender que su deseo por ella no había disminuido con el tiempo. Años antes la había seducido para apartarla de su hermano gemelo; sin embargo, esa vez el magnate se propuso conquistarla de nuevo…Dulce escándaloAnn MajorLa vida de Zach Torr cambió en cuanto vio a Summer Wallace. Nunca había podido olvidar cómo se había burlado de él cuando se amaron de adolescentes. El rico magnate había estado esperando la oportunidad perfecta para hacer que su antigua amante pagara por su traición. Así que cuando la vio afectada por un escándalo, aprovechó la ocasión.
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Seitenzahl: 377
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 208 - marzo 2019
© 2009 Ann Major
Oscura pasión
Título original: To Tame Her Tycoon Lover
© 2012 Ann Major
Dulce escándalo
Título original: A Scandal So Sweet
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010 y 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-1307-909-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Oscura pasión
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Dulce escándalo
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
«Algunas mujeres son imposibles de olvidar, por mucho que un hombre lo intente».
Logan Claiborne tenía el ceño fruncido, y no porque el sol le diera en los ojos mientras conducía a toda velocidad por la estrecha y sinuosa carretera que llevaba a la mansión sureña en la que había crecido.
Tendría que estar concentrándose en Mitchell Butler y en la fusión de Astilleros Butler y Energía Claiborne, o en cómo iba a tratar de manera compasiva con Grandpère cuando llegara a Belle Rose.
Sin embargo, sus manos se tensaban sobre el volante mientras recordaba los ojos oscuros, grandes y confiados de la voluptuosa chiquilla a la que había seducido y abandonado, nueve años antes, para salvar a su hermano gemelo, Jake.
Hasta esa mañana, Logan se había dicho que su abuelo había tenido razón al decir que Cici Bellefleur no encajaba en su mundo; que tenía que salvar a Jake de un matrimonio tan desastroso como el que había realizado su padre al unirse a una chica pobre, su madre, cuyos extravagantes sueños de grandeza y ostentación casi habían acabado con la fortuna familiar. Había seguido diciéndose que había hecho lo correcto incluso después de hacerse cargo del imperio familiar y de que Cici se creara un nombre con su cámara fotográfica, demostrando su talento y valía.
Pero su abuelo lo había llamado esa mañana y lo había dejado atónito al contarle, con el entusiasmo de un niño con zapatos nuevos, que Cici había regresado y que estaban ofreciendo juntos las visitas guiadas de la plantación.
Se preguntó por qué la famosa fotógrafa y escritora había vuelto a casa en realidad. ¿Qué buscaba?
–Hace nueve años te oponías radicalmente a ella por culpa de su tío –le había recordado Logan. Grandpère siempre había desconfiado del tío de Cici.
–A lo largo de su vida, un hombre comete errores. Recuérdalo. Yo cometí bastantes. Si alguna vez sufres una apoplejía, tendrás tiempo de sobra para reflexionar sobre el pasado y arrepentirte de algunas cosas. Yo me arrepiento de haber culpado a Cici por los actos de su tío Bos. No era ella quien montaba peleas de gallos, se relacionaba con mala gente y dirigía un bar.
–¿Recuerdas que hace nueve años no querías que se acercara a Jake o a mí? Sobre todo a Jake, que era bastante rebelde en aquella época.
–Si lo hice, me arrepiento de ello.
–¿Si lo hiciste? –a Logan le costaba reconciliar la actitud de su abuelo con la del individuo dominante que lo había criado.
–De acuerdo, me equivoqué respecto a ella. Y también al ser tan duro contigo. Es culpa mía que ahora seas tan inflexible.
Logan, sintiendo un pinchazo de culpabilidad, se había revuelto el cabello castaño oscuro.
–También fui demasiado duro con Jake.
–Tal vez ahora estés siendo demasiado duro contigo mismo –lo consoló Logan.
–Me gustaría volver a ver a Jake antes de morir.
–No te vas a morir… al menos de momento.
–Cici dice lo mismo. Opina que mejoro día a día. Cree que tal vez podría quedarme aquí en vez de… –su voz se desvaneció.
La mención de Cici y la esperanza que captó en la voz de su abuelo, convencieron a Logan de que tenía que ir a visitarlo de inmediato. Desde que había sufrido una apoplejía, su abuelo había dejado de ser un hombre fuerte y dominante para transformarse en una persona necesitada y deprimida a la que Logan apenas reconocía. Por eso había decidido que su abuelo no podía seguir viviendo de forma independiente en Belle Rose y tenía que trasladarse a Nueva Orleans, más cerca de él. El anciano necesitaba que lo cuidaran.
Por desgracia, el bosque, lleno de lianas y vegetación salvaje, era tan frondoso y exuberante, que Logan casi se pasó el desvío que conducía a la casa de su infancia. En el último segundo, giró el volante del Lexus a la derecha demasiado deprisa y el coche patinó. Acababa de enderezarlo cuando vio la casa al final del camino bordeado de robles. Como siempre, la mansión, con su gráciles columnas y galerías iluminadas por el sol, le pareció la más bella del mundo, la que llenaba su corazón como ninguna.
No podía culpar a Grandpère, que se había vuelto más infantil y emocional desde su enfermedad, por querer quedarse allí. Logan recordó la primera vez que había mencionado la posibilidad de trasladarlo a la ciudad. Grandpère había desaparecido durante varias horas, dándole un susto mortal.
«Cici no debería decirle que está mejorando y que tal vez no tenga que mudarse».
La idea de que su abuelo pudiera empeorar lo inquietaba. Era Logan, no Cici, quien quería lo mejor para Grandpère. No necesitaba en absoluto que Cici interfiriera y lo hiciera sentirse culpable por una decisión que se había visto obligado a tomar. No quería hacer infeliz a Grandpère, pero no podía dirigir Energía Claiborne y estar con él en Belle Rose al mismo tiempo.
Con la mente hecha un lío, Logan frenó con demasiada brusquedad. Las ruedas giraron en la gravilla húmeda cuando se detuvo bajo la sombra del ancho paseo de robles que algún francés anónimo había plantado cien años antes de que la mansión estuviera allí. Tras el edificio, los campos se extendían hasta una hilera de cipreses cubiertos de musgo, que bordeaban el inicio de las salvajes tierras pantanosas.
Logan abrió la puerta de su lujoso Lexus de último modelo y salió. Tras pasar dos horas tras el volante, conduciendo por malas carreteras, fue un gusto ponerse en pie y estirarse.
A pesar de la sombra que ofrecían los frondosos robles, hacía mucho calor para principios de marzo. Inhaló el aire pesado, húmedo y dulzón, que para él olía a hogar.
Las ranas mugidoras croaban, las abejas zumbaban en las azaleas y se oían los patos en el bosque. Sonrió.
A Cici, de niña, le había encantado la zona salvaje, oscura y musgosa que rodeaba la plantación. Siempre que él estaba en casa de visita, lo seguía a todas partes con la devoción de un perrito faldero. Su relación había sido muy sencilla entonces. Ella era ocho años menor que Jake y él, así que Logan no se había tomado en serio su encandilamiento con su hermano hasta el verano que regresó a casa, tras finalizar sus estudios de Derecho, y descubrió que su abuelo tenía razón al decir que Cici ya no era una niña.
Apartó de su mente esos agradables recuerdos de Cici y empezó a echar en falta el aire acondicionado del coche.
Tal vez porque lo angustiaba ver a Cici, Logan se entretuvo quitándose la corbata y desabrochando los botones del cuello de la camisa. Abrió el coche, se quitó la chaqueta y la dejó, con la corbata, en el asiento de cuero.
Deseó que Alicia Butler, su novia desde hacía cuatro meses, hubiera podido acompañarlo. Tal vez entonces no se sentiría tan hechizado por el pasado. Ni tendría la tentación de pensar en Cici.
A diferencia de Cici, Alicia era educada y elegante. La había conocido cuando la ambición lo llevó a fusionar su empresa con la del padre de ella. Era morena, con melena lisa que le caía hasta los hombros y rostro de rasgos delicados. Sabía vestirse y tenía buen porte. La gente se volvía para mirarla cuando iban juntos a actos benéficos; no sólo por su belleza y estilo, también por su cuantiosa fortuna.
Otros hombres, también ambiciosos, lo envidiaban. Eso hacía que Logan se enorgulleciera aún más de que pronto fuera a ser suya.
Siempre compuesta, se enfrentaba a la vida con determinación, como él. Era civilizada, culta y, por tanto, una esposa tan adecuada para él como lo había sido Noelle hasta que falleció.
Alicia hablaba francés e italiano. Era una anfitriona perfecta. Nunca comía ni bebía de más ni utilizaba ropa inapropiada. No alzaba la voz ni siquiera cuando se enfadaba.
Era igualmente controlada en la cama.
Algo que Cici no había sido. Durante un instante, le hirvió la sangre al recordar a Cici retorciéndose de placer bajo él, como una salvaje.
Pero Alicia se volvería más ardiente cuando se casaran; aún no tenía la confianza suficiente para dejarse llevar. Sería paciente. Juntos construirían una vida que todos envidiarían, igual que la que había tenido con Noelle, su recientemente fallecida esposa. No se pelearían y destrozarían el uno al otro llevados por pasiones enfrentadas.
Recordó los ojos tristes de Noelle la semana antes de su muerte. De inmediato, borró la imagen prohibida de su mente. Haría feliz a Alicia; la historia no se repetiría.
–Siento no poder ir contigo y conocer a tu abuelo, cariño –había dicho Alicia esa mañana–. Papá me necesita en la oficina.
–De acuerdo. Lo entiendo.
Mitchell Butler, el padre de Alicia, era un tiburón dominante, al menos en los negocios, pero dado que Logan y él tenían entre manos la fusión de sus empresas, no quería disgustarlo por causa de un asunto personal. Vería a Alicia esa noche.
–Cariño, estoy segura de que sabrás qué hacer y decir para conseguir que tu abuelo entienda que tal vez no pueda quedarse en Belle Rose –había dicho Alicia–. Al fin y al cabo, es familia tuya. Lo quieres y deseas lo mejor para él.
Logan pensó, con amargura, que Alicia no sabía hasta qué punto había liado él las cosas. Había hecho infelices a todos y, en consecuencia, su familia seguía dividida.
No quería dar vueltas a sus errores ni pensar en su brutal comportamiento con Cici y en los nueve años que llevaba distanciado de su hermano gemelo.
Logan había ido hasta allí, a pesar de su apretada agenda, pensando en el bien de su abuelo y para impedir males mayores. Quería enfrentarse a Cici antes de que le diera la esperanza de que podía conseguir lo imposible.
Recordó lo pequeña y perdida que había parecido Cici de pie en el muelle, después de que le dijera que no la amaba. Había mentido para protegerla a ella y a sí mismo. Pero, extrañamente, la mentira también lo había entristecido a él.
«No pienses en el pasado. Ni en lo que sentiste. Limítate a tratar con Cici ahora».
A pesar de su intención de no revivir el pasado, recordó a la joven y vivaz Cici intentando aparentar que era fuerte, dura y tan buena como los ricos y poderosos Claiborne. La había herido. Había herido a Jake. Había herido a todo el mundo, él incluido. Se dijo que no eran sino daños colaterales, porque la familia era más rica y poderosa que nunca.
Logan cerró el coche y tomó el camino de gravilla que llevaba a la casa. Se detuvo ante la escalera que conducía a la galería inferior y a la enorme puerta delantera.
Recorrió la mansión y el jardín con la mirada. Una rampa de madera, recién construida, zigzagueaba hasta la puerta, evitando la escalera y permitiendo el acceso en silla de ruedas.
Miró la casa de invitados que Jake y él habían compartido siendo adolescentes, antes de discutir por causa de Cici. Se preguntó de quién sería el Miata de dos plazas que había aparcado delante.
Frunció el ceño y subió la escalera. Llevaba la mano al pomo de la puerta cuando alguien abrió desde dentro.
–Vaya, hola, señor Logan –dijo la familiar voz suave, con acento francés, de su antigua niñera.
Noonoon, en la actualidad ama de llaves de su abuelo, lo miró desde el umbral. Su rostro oscuro se iluminó como una tarta de cumpleaños.
Él sintió una oleada de calidez. Esa mujer generosa y de gran corazón lo había querido siempre, y también a Jake. Cuando la madre de ambos falleció, Noonoon se había hecho cargo de Belle Rose prácticamente sola.
–Ay, Dios, sí que hace calor hoy.
Él asintió y le dio un abrazo rápido.
–Entra, antes de que te derritas. Si hace este calor ahora, ¿qué nos espera en agosto?
–No me hagas pensar en agosto –dijo él. Como el golfo se calentaba mucho en verano, agosto era un mes con peligro de huracanes.
–¿Puedo prepararte algo? ¿Una bebida, tal vez? ¿Té helado con una ramita de menta?
–Estoy bien, gracias –negó con la cabeza.
–Ya lo veo. Treinta y cinco años y sigues tan alto y guapo como siempre.
–¿Por qué me recuerdas mi edad cada vez que tienes oportunidad?
–Tal vez porque ya es hora de que dejes de llorar a la preciosa señorita Noelle.
Él se tensó.
–La vida es corta –dijo ella, consciente de que no era hombre que agradeciera la compasión.
–Hay alguien nuevo en mi vida –dijo él entrando en el fresco vestíbulo central–. Se llama Alicia Butler. Pronto la conocerás. Es una auténtica dama, alguien de quien la familia se enorgullecerá.
–Me alegro mucho –Noonoon cerró la puerta–. ¿Qué te trae hasta aquí desde Nueva Orleans?
–Mi abuelo. Está tan sordo que resulta difícil hablar con él por teléfono. Creía que todo estaba acordado, pero esta mañana me dijo que se encontraba mejor y quería quedarse aquí solo –Logan, a propósito, se abstuvo de nombrar a Cici.
–El señor Pierre está arriba, echando una siesta. Pero se alegrará mucho de que estés aquí. Apenas te vemos, ahora que eres un hombre tan importante y ocupado y vives en Nueva Orleans.
–¿Una siesta? ¿Y dónde está ella? –inquirió Logan.
–¿La señorita Cici? –preguntó Noonoon con aire demasiado inocente.
–¿Quién si no?
–Sabía que no tardarías mucho… en cuanto supieras lo de la señorita Cici. No hay nada como que un anciano rico se interese por una mujer joven y bella para que al resto de la familia se le erice el vello, ¿verdad?
–Ésa no es la razón de que…
Noonoon lo escrutó con sus inteligentes ojos negros y se puso las manos en las anchas caderas. Por lo visto, Cici ya se la había ganado.
–En cuanto oyes mencionar a la señorita Cici, vienes corriendo como la liebre de ese cuento que os leía de pequeños, que intentaba alcanzar a la tortuga en el último segundo. Nunca olvidaré el último verano que la señorita Cici estuvo aquí. Tenía dieciocho años y era la cosita más linda que he visto en mi vida.
Logan deseó no recordar el modo en que el sol había creado un juego de luces y sombras en los senos de Cici, cuando la vio de pie en su piragua el día que él regresó a casa. Al verlo, había saltado de la barca y corrido hacia el bosque, grácil como una gacela. Él la siguió y ella lo saludó con los ojos oscuros tan chispeantes de júbilo que lo habían embrujado. Después de eso, la timidez la había silenciado y, diablos, a él también.
–Sólo lleva aquí una semana, la señorita Cici, y el señor Pierre ya está loco por ella.
–Me lo ha dicho –aseveró Logan con frialdad. Se imaginó a Cici acosando al vulnerable anciano.
–Ha mejorado mucho. Sé que quieres que se mude a Nueva Orleans…
–A un complejo residencial, cerca de mi casa, con fabulosa asistencia médica que podré supervisar personalmente.
–Pero esos sitios no son como el hogar, y ya sabemos lo ocupado que estás. ¿Con cuánta frecuencia podrías ir a verlo? El señor Pierre es feliz aquí. En esas residencias los ancianos se pasan el día sentados mirando al vacío.
–Tú no puedes cuidarlo día y noche. Tienes tu propia familia.
Desde que la mansión estaba abierta al público, la tarea principal de Noonoon era la de ama de llaves, no la de cuidadora de su abuelo. Había accedido a ayudarlo temporalmente.
–Bueno, ahora que la señorita Cici está aquí…
–No va a quedarse.
–Pues canta y toca el piano para él a diario. Le habla. Cenan juntos la mayoría de las noches. Y guisa. Recordarás cuánto le gustaba cocinar.
–Con su tendencia a viajar por el mundo, no estará aquí mucho tiempo.
–¿Tú crees? Parece muy asentada. Dice que está cansada de correr por ahí, que ha visto suficiente dolor para toda una vida. Y tiene que escribir un libro.
–¡Otro libro no! Espero que esta vez se centre en algo que no tenga nada que ver conmigo.
–No te ha mencionado.
Eso no lo tranquilizó. El libro de Cici sobre la industria petrolera en Louisiana, después del Katrina, había dejado muy mal a Energía Claiborne. No había mencionado ni una vez cuánta gente tenía empleo gracias a ellos. El libro estaba lleno de fotografías de tuberías oxidadas, fauna cubierta de crudo y barcos navegando en agua robada a la tierra. Los pies de foto culpaban a empresas como Energía Claiborne de la desaparición de las zonas pantanosas del estado.
–Y quiere ocuparse de su tío Bos –estaba diciendo Noonoon–. Está bastante débil tras su tratamiento, pero es testarudo como una mula. Lo llama a menudo, pero sigue negándose a hablar con ella. Después de tantos años, cabría esperar que la perdonara. Al fin y al cabo, lo único que hizo fue hacerse amiga de Jake y de ti.
El remordimiento le tensó la mandíbula. Cici seguía distanciada de su tío. Igual que Jake y él…, por culpa de aquel verano. Aunque la gente decente de la zona opinaba que no merecía la pena conocer a Bos, seguía siendo su tío y la había acogido cuando se quedó huérfana.
La enemistad entre Bos y Grandpère se había agudizado por culpa de las peleas de gallos que organizaba Bos. Cuando por fin las ilegalizaron, habían tenido menos cosas sobre las que pelear.
–Cici dijo que quería vivir en un sitio tranquilo y tú sabes bien lo tranquila que es la casa de invitados.
–¿La has instalado en la casa de invitados? ¿En mis antiguas habitaciones? –Logan estaba gritando, y nunca gritaba. Ni siquiera cuando alguien tan duro como Mitchell Butler intentaba arrancar millones de dólares de beneficios a Energía Claiborne.
–El señor Pierre ha sido quien decidió alquilársela –se defendió ella.
Logan recordó el llamativo Miata rojo que había visto aparcado junto al edificio octogonal de dos plantas y se le aceleró el pulso. Así que el peligroso deportivo era de ella. No tendría que haberlo sorprendido. A Cici siempre le había atraído el riesgo. Nada raro, tras vivir con esa rata de su tío, que organizaba peleas de gallos y la había criado, en general, a base de ignorarla.
Si su abuelo estuviera en condiciones, habría sabido que Cici no podía estar ocupándose de él de forma sincera. Debía de tener un plan oculto.
–Siento haber alzado la voz –susurró Logan, intentando recuperar el control–. Esto no es culpa tuya. Ni de ella. Es mía, por no haber trasladado a Grandpère antes. Hablaré con ella ahora mismo.
–A la señorita Cici no le gusta que la molesten por la mañana, si no es una emergencia. Escribe mientras el señor Pierre duerme. A las cuatro, el señor Pierre y ella hacen juntos la última visita guiada de la plantación. Estará libre para hablar alrededor de las cinco.
–¿Cómo puede andar él tanto, en su estado?
La mirada cortante de Noonoon le recordó que hacía un mes que no veía a su abuelo.
–La señorita Cici le hizo dejar el andador. Le compró un bastón y una silla de ruedas nueva, más ligera. Contrató al señor Buzz para que construyera rampas por todas partes. Empuja a Pierre cuando él se cansa. Con las rampas, ahora puede llegar hasta las antiguas cabañas de los esclavos.
Logan se tensó aún más. No se creía que Cici hubiera vuelto a casa para cuidar de su abuelo, ni siquiera sabía cuidar de sí misma. Era impensable que pudiera ocuparse de Pierre. No a largo plazo.
Su abuelo necesitaba enfermeras profesionales y los mejores y modernos cuidados, y los tendría.
Además: su abuelo era responsabilidad suya.
Cuanto antes se enfrentara a Cici y la echara de allí, mejor.
Cici cerró el agua caliente y suspiró. Por primera vez en mucho tiempo se sentía bien, sorprendentemente bien. Casi en paz consigo misma.
Tal vez tomarse un respiro de sus cámaras y de la muerte que había visto en zonas de guerra, y volver a casa, había sido la decisión correcta.
Salió de la ducha, agarró una toalla y la tiró en el suelo. Plantó encima los pies descalzos, con sus uñas color rosa brillante, tomó aire y saboreó la sensual sensación del agua templada deslizándose por sus senos, estómago y muslos hacia la toalla.
Curvó los dedos con deleite. Ella, que había vivido durante meses en tiendas de campaña, sin acceso a agua corriente, valoraba una ducha caliente en un entorno familiar y seguro como el lujo que era. Agarró otra toalla, la enrolló alrededor de su cabello húmedo y rizado y empezó a frotar.
Las ventanas estaban abiertas. Sintió un escalofrío al captar la dulzura de la suave brisa perfumada con aromas de magnolia, mirto y pino.
Las ranas mugidoras cantaban. Más bien, bramaban a coro con los caimanes macho, excitados por la lluvia de la noche anterior, cuando Cici había salido al pantano en la piragua de Pierre, para observar a las garzas, garcetas y buitres volar de vuelta a sus nidos.
Apretó los ojos y escuchó. Casi podía oír el crujido del musgo moviéndose en los cipreses.
–Ah –emitió un suspiro profundo y feliz. Sabía que estaba vagueando y tendría que estar ante el ordenador, pero no podía resistirse a dedicar un momento a disfrutar del éxtasis que suponía estar en casa tras años de exilio.
Los escritores tenían miles de excusas para no escribir. Una, y grande, era enfrentar vida y trabajo. Era imposible escribir si uno no se permitía experimentar la vida.
Inspiró profundamente un par de veces. Hasta ese concreto y milagroso momento, de auténtica percepción, nunca se había permitido admitir cuánto anhelaba volver a casa y ver Belle Rose otra vez. Desde que se había quedado huérfana a los ocho años e ido a vivir en la cabaña de su tío Bos, en la tierra pantanosa que bordeaba la plantación de los Claiborne, Belle Rose había sido para ella la imagen del paraíso.
Ella no tenía cabida en Belle Rose, pero siempre había deseado tenerla. Lo más que se había aproximado fue cuando su tío Bos trabajó para los Claiborne como jardinero a tiempo parcial, y ella había sido libre para correr por toda la propiedad. Fue entonces cuando adquirió el hábito de seguir a Logan siempre que él estaba en casa.
–¿Qué diablos? –la profunda y familiar voz del actual propietario de Belle Rose resonó con tanta fuerza como el bramido de un caimán.
Durante un par de segundos, sintió la misma descarga de adrenalina que la vez que, en Afganistán, había sentido el silbido de una bala pasar a pocos centímetros de su rostro.
«Hay que acercarse a la muerte para filmarla».
Abrió los ojos y, al ver al hombre alto y de anchas espaldas que había en su dormitorio, gritó.
Llevaba nueve años imaginando lo que diría y haría si volvía a ver a Logan Claiborne. Para empezar, le cantaría las cuarenta. Pero en ese largo momento, de pura pesadilla, se quedó parada y muda como una idiota. Vagamente, percibió que los ojos de él estaban tan abiertos y cargados de emociones conflictivas como debían de estar los de ella.
Si él hubiera dado un solo paso, o dicho algo inteligente o insultante, habría gritado de nuevo. Pero como estaba tan paralizado como ella, no hizo nada. Absolutamente nada.
Siguió allí, completamente desnuda, dejando que la mirara. Pero, siendo periodista como era, la asaltaron un torbellino de ideas, sensaciones e imágenes visuales. Al principio, con tanta fuerza y rapidez que no pudo aferrarse a ninguna. Aun así, durante un segundo o dos se sintió en contacto con su yo personal más joven y vulnerable: la ingenua e inocente chica de dieciocho años que lo había amado, confiado en él y quedado destrozada por su brutal forma de tratarla.
No entendía cómo podía haberle hecho eso. Habían crecido juntos. Ella siempre había estado enamoriscada de Jake, el gemelo rebelde. Logan había sido más como un hermano para ella, un hermano que la ignoraba pero con quien se sentía cómoda y segura; al no estar encaprichada de él, la timidez no se interponía entre ellos.
Había jugado en la ciénaga con ella cuando era niña. Le había enseñado a fastidiar a los caimanes, recoger plumas de garceta y pescar cangrejos de río. Crecieron y ella superó su atracción infantil por Jake para enamorarse de Logan que, en realidad, siempre había sido su héroe. Entonces él la había seducido; poco después su mundo de fantasía se derrumbó sobre ella.
En esa misma habitación, había yacido desnuda bajo Logan, calentada por su enorme cuerpo, sin adivinar que le había hecho el amor para salvar a su hermano. Durante un instante, los preciados momentos que siguieron a la pérdida de su virginidad fueron tan vívidos que la aguijonearon con un intenso dolor de corazón. Durante todas aquellas largas noches de verano, él le había hecho el amor una y otra vez.
Cada noche, había esperado a que Bos se fuera al bar. Entonces corría por el bosque hacia la casa de invitados. Se había sentido totalmente viva en brazos de Logan. Y cada noche, su pasión crecía.
Había creído que la amaba hasta la noche en que Jake los encontró juntos y Logan le dijo que se había acostado con ella para salvarlo de una relación inconveniente. Después, Logan se había ido, poniendo fin a su cuento de hadas.
Durante días, había creído que volvería, le diría que lo sentía y que la amaba. Entonces había sabido muy poco de los hombres.
Cuando lo llamó dos meses después, en otoño, él la silenció fríamente, diciéndole que se había casado con Noelle, antes de que pudiera darle la noticia.
Ella había necesitado hablar con él. Cuando colgó, se había sentido abandonada, sabiendo que tendría que enfrentarse sola a una situación difícil. Por culpa suya, había odiado a los hombres durante años.
Aunque en algún momento de su vida había dejado de culpar a los hombres en general por sus crímenes, él seguía desagradándole intensamente.
Pero el impacto de verlo así, taladrando con sus fríos ojos azules cada centímetro de su cuerpo, desde los pezones erectos a los rizos húmedos y dorados de su entrepierna, fue tan fuerte que ni siquiera su odio le permitió reaccionar.
Finalmente, recuperó la presencia de ánimo suficiente para recordar la toalla. Con el ceño fruncido, se agachó para recogerla y se envolvió en ella, asegurándose de cubrir cuanto antes la cicatriz con forma de media luna de su abdomen.
Aun así, cuando alzó la vista, inquieta, descubrió que los ojos masculinos seguían ardiendo con el recuerdo de su cuerpo desnudo. Cubrirse parecía haber intensificado la cruda e indeseada intimidad que vibraba entre ellos.
Sonrojándose y luchando por no recordar las apasionadas noches de verano que habían compartido en ese mismo dormitorio, tragó saliva.
–Tendrías que haber llamado antes de entrar, maldito seas –dijo, con voz fiera y desafiante.
–Lo hice.
–Entonces tendrías que haber esperado a que contestara.
–Sí –aceptó él. Por fin tuvo la decencia de desviar la vista. Miró el escritorio, cubierto de papeles, tarjetas índice y fotografías, algunas de él–. Tienes razón.
Su expresión se ensombreció cuando vio un recorte de periódico que mostraba su rostro desolado. Le habían sacado esa fotografía poco después de la muerte de Noelle.
«Ay, ay, ¿por qué habré dejado fuera esa fotografía en concreto?», pensó ella.
–Ha sido una descortesía –dijo él–. No se me ocurrió que estarías…
–¿Desnuda?
–¿Por qué no echaste el cerrojo? –los ojos azules la miraron con ira–. ¿Y cómo has podido quedarte ahí parada… exhibiéndote, como si te gustara que te viera?
–¡Calla ahora mismo! –sintió una oleada de calor que la devoraba. Pura furia–. ¡Maldito seas! ¡Esto no es culpa mía! ¡Tú has irrumpido aquí! Por eso me has encontrado saliendo de la ducha, cosa que tengo todo el derecho a hacer.
–Sí, vale. ¡Tienes razón!
–No he acabado. Para que lo sepas, llevo duchándome nueve años, desde la última vez que te vi. Y nadie más, ni siquiera en zona de guerra, ha invadido mi privacidad así. Tú eres el culpable aquí, no yo.
–Vale. Ya lo has dicho. Con eso basta.
–No. No basta. Fuiste horrible conmigo en el pasado. Eres horrible ahora. Siempre actúas con altanería porque, en tu opinión, seré una basura hasta el día en que me muera. No era lo bastante buena para Jake ni para ti… y nada de lo que haga cambiará eso.
Él tragó saliva. Un músculo de su mandíbula se tensó violentamente.
–De acuerdo. Te he oído. Lo has dejado claro.
Eso era indudable, pero como él aún no se había molestado en disculparse, sintió que la consumían las llamas de la indignación, y otras horribles emociones que no quería nombrar. Se preguntó cómo podía seguir afectándola así.
A pesar de todo, notó los cambios en su apariencia. Había visto fotos de él en revistas, periódicos e Internet de cuando en cuando, claro. Era un hombre rico e importante. El trágico accidente de su esposa y su entierro habían recibido una vasta cobertura el año anterior, y Cici había devorado toda la información con ansia.
Sin embargo, era distinto verlo de cerca, sabiendo que su ira se debía, en parte, a que quería olvidarla, igual que ella a él.
Lo evaluó con frialdad. Ya no era el chico delgado que había amado, ni el hombre de rostro grisáceo de la fotografía del escritorio, cuyo obvio dolor casi le había hecho sentir lástima por él. Había ensanchado y la madurez le había dado un aspecto más viril y atractivo que nunca.
Estaba bien afeitado. Lucía una cara camisa blanca arremangada, tan húmeda por el calor que se pegaba a su musculoso cuerpo, demostrando que seguía en forma. Sus fuertes antebrazos estaban muy bronceados. Llevaba el cabello castaño oscuro más corto, pero parecía tan abundante y revuelto como siempre.
Cualquier desconocido vería en Logan a un hombre de negocios rico y respetable. Pero ella, que lo conocía a su pesar, sabía que bajo ese aspecto educado y atractivo acechaba una oscuridad peligrosa y salvaje. A Logan, igual que a ella, no le molestaba la excitación del riesgo.
Hizo un esfuerzo para recordarse que Logan Claiborne era egoísta y despiadado, y que una mujer inteligente lo evitaría. Sin embargo, estaba guapo. Demasiado guapo. Y no sólo porque hiciera tiempo que ella no salía con nadie.
Su tío Bos había tenido razón en algunas cosas. Había dicho que la gente rica podía ser más cruel y fría que nadie, y que haría bien alejándose de los Claiborne y su ralea. «Para ellos sólo eres basura de la ciénaga. Un juguete. Echan a las chicas como tú a los tiburones cuando se hartan de ellas», había aseverado.
–Vete –dijo con voz queda pero imperiosa.
Él cruzó los brazos sobre el ancho pecho y afianzó las piernas con testarudez masculina.
–No hasta que hablemos –respondió.
–Si crees que voy a quedarme aquí envuelta en una toalla y conversar contigo como si no hubiera ocurrido nada… después de cómo has entrado, me has mirado y me has acusado, estás loco.
–Entonces, vístete –le dio la espalda. Como no oyó movimiento, insistió–. No miraré. Te lo prometo.
–¡Como si pudiera volver a confiar en alguien como tú!
–La confianza no entra en juego –se giró en redondo y clavó en ella los tormentosos ojos azules–. No vas a quedarte en Belle Rose. Ni una noche más. Vas a dejar a mi abuelo en paz. Es viejo y vulnerable, presa fácil…
–¡Calla ahora mismo! Para tu información, tengo un contrato de alquiler de tres meses y una fecha editorial de entrega que cumplir. Y tu abuelo, que parece que tanto te importa, estaba hambriento de afecto. Anhelante. Y creo que conozco esa sensación, sobre todo en lo que respecta a ti –hizo una pausa–. El que me necesitara y me acogiera cuando volví a casa sintiéndome sola y vulnerable, en busca de mis raíces, es una de las razones por las que no pienso mudarme.
–Sólo lo estás utilizando.
–¿Y lo dices tú, que podrías escribir un libro sobre el tema? –inhaló profundamente–. Sal de mi apartamento, o llamaré a las autoridades.
–Esto es Louisiana. La ley me pertenece. Y dado que yo no firmé el contrato, no vale ni el papel en el que está escrito. Vístete para que arreglemos esto de una vez. Esperaré abajo.
–No soy la chica tonta que era hace nueve años. No puedes entrar aquí e intimidarme.
–Te reembolsaré cada penique que le hayas pagado a mi abuelo y más.
–Dinero. Crees que puedes librarte de cualquier problema pagando.
–Eso es injusto y tú lo sabes.
–¿Quién acaba de decir «Esto es Louisiana. La ley me pertenece»?
El rostro moreno adquirió un tono violáceo que no era tan favorecedor en él como en los jacintos de agua que crecían en el bayou, al borde de la hierba, detrás de Belle Rose.
–Te esperaré en la galería de Belle Rose –consiguió decir con voz helada y el cuerpo rígido.
–¿No vas a dejar que entre en la casa?
–Eso lo has dicho tú, no yo –contestó él.
–«La ley me pertenece» –se burló ella.
Cuando él salió, sin molestarse en contestar, se resistió al impulso de dar un portazo. Dejó que la puerta se cerrara suavemente y se apoyó en ella un largo momento, recuperando el aliento.
Le parecía increíble haber sido tan grosera. Incluso tratándose de él. Pero se lo había buscado.
No sabía por qué las mujeres con una gota de sangre sureña en las venas se sentían en la obligación de ser amables. Incluso con auténticos sinvergüenzas; y él lo era, aunque fuese rico, guapo y tuviera una casa como Belle Rose, que era pura poesía arquitectónica.
Fue hacia el escritorio. Lentamente, alzó la foto que lo mostraba tan perdido y triste. Había sacado tantas fotos de gente dolida, que reconocía el sufrimiento real cuando lo veía.
Como no quería pensar en eso, ni sentir lástima por él, guardó la foto en un cajón.
De repente, se dio cuenta de que no lo había oído bajar las escaleras. Se preguntó si estaría al otro lado de la puerta. O si se sentía tan afectado y confuso como ella tras el reencuentro.
Tal vez, al fin y al cabo, fuera humano.
Cuando se planteó la posibilidad de haberlo herido, aunque fuera un poco, sintió un pinchazo en el corazón, igual que la primera vez que había visto esa foto de él tras la muerte de Noelle.
Cerró los ojos y volvió a ver su rostro oscuro y tenso de dolor después de decirle que hacer el amor con ella no había significado nada… que nunca la había querido y que sólo lo había hecho para salvar a su gemelo. Nunca había sabido qué creer: si sus brutales palabras o el dolor que mostraban sus ojos.
Tomó aire y se dijo que lo único que importaba era que la había abandonado. Igual que las buenas fotografías, las acciones reflejaban las auténticas verdades.
Cuando se quitó la toalla para vestirse, captó su reflejo en el largo espejo de la pared.
Encendió la luz y estudió la cicatriz con forma de media luna que tenía en el estómago. Igual que le ocurría siempre que se permitía recordar la terrible noche en la que, tras una cesárea de urgencia, había perdido a su bebé, el hijo engendrado por un hombre que se había negado a escucharla cuando intentó comunicarle su embarazo, se quedó paralizada.
En ninguna circunstancia podía permitirse que su corazón se ablandara respecto a Logan Claiborne.
Agarró una blusa y se apartó del espejo. Lo último que necesitaba era un recordatorio de lo profundamente involucrada que había estado con el hombre airado que acababa de marcharse.
Había terminado con él para siempre.
Logan estaba furioso consigo mismo por haber irrumpido en la casa de invitados, impaciente al ver que Cici no abría de inmediato.
También estaba furioso con ella. Por haberse quedado parada en el baño, desnuda, oliendo a jazmín, con el delicado rostro tan desconcertado, dorado y glorioso; los labios y el cuerpo húmedos, tentándolo mientras se frotaba el cabello rizado con la toalla.
Pero, como ella había dicho, tenía todo el derecho a estar allí.
Ver las brillantes gotas de agua deslizarse por sus pezones oscuros, lo había excitado. Su sangre se había convertido en lava. Se había sentido como una bestia. Aún en ese momento, seguía queriendo lanzarse contra ella, apretarla contra la pared y tomarla allí mismo. Quería volver a saborear esos labios, lamer esos pezones y otros lugares secretos hasta que ella gimiera de éxtasis, quería enredar los dedos en sus espesos rizos. Sí, había deseado ahogarse en Cici Bellefleur.
No sabía cómo podía seguir deseándola con cada célula de su cuerpo, a pesar del pasado. Se preguntó por qué seguía recordando los rizos dorados desparramados sobre su almohada cada noche, después de hacer el amor. Le había encantado trazar el contorno de sus labios blandos e hinchados con la punta del dedo, lamentando más, cada noche que pasaba, que su obsesión por ella creciera con cada beso y cada caricia; había llegado a desearla para sí más de lo que Jake la había deseado nunca. Entonces había empezado a angustiarse con lo doloroso que sería renunciar a algo tan bello e infinitamente preciado para él.
Pero Grandpère había opinado que Cici era igual que la madre de los gemelos: una chica pobre que pretendía mejorar de vida a costa de ellos, que dominaría su vida como su madre había dominado a su padre, que gastaría cada céntimo de su fortuna hasta arruinarlos a todos.
Grandpère no dejaba de repetir que había tenido que ser duro con él porque había sido demasiado blando con su padre y con Jake. Y como consecuencia de esa debilidad suya, la empresa familiar estaba al borde de la ruina y Jake era rebelde y estaba fuera de control. Su abuelo le había advertido que todo dependía de que Logan realizara un matrimonio prudente y se centrara en salvar Energía Claiborne.
La opinión de Grandpère sobre el matrimonio de los padres de Logan y el declive de la fortuna familiar era correcta. Familia y empresa se iban a pique. Según su abuelo, eran necesarios algunos sacrificios y nadie excepto Logan podía hacerlos.
–No me decepciones tú también, como siempre hicieron tu padre y tu hermano –había dicho su abuelo cuando Logan se resistió a interponerse entre Jake y Cici. La noche siguiente, Logan la había seducido para salvar a su hermano. Días después, Jake los había pillado en la cama juntos y había abandonado la familia asqueado, sin llegar a saber por qué Logan había actuado así, y sin saber que Logan había caído, cruelmente, en su propia trampa.
Logan había obedecido a su abuelo y se había acostado con Cici para salvar a su hermano y a la familia de la ruina, pero de inmediato entraron en acción otras fuerzas y comprendió que siempre la había querido para sí.
Sin embargo, pronto supo que él también tendría que romper con Cici, pues no era mejor compañera para él que para Jake. No había pretendido herirla amándola y haciendo que ella lo amara. Había tenido la esperanza de que con el tiempo la olvidaría, y ella a él.
Cuando se casó con Noelle, se había dicho que el hombre que había amado a Cici había muerto. Pero en ese momento, todos los anhelos del joven que había sido clamaban dentro del hombre que era. Ella lo atraía más que nunca.
Se preguntó por qué Cici había guardado la foto que le sacaron en uno de los peores momentos de su vida, el día del entierro de Noelle, cuando él admitía para sí que se había portado como un bastardo, y no sólo con Cici.
La muerte de Noelle lo había devastado, pero por las razones erróneas. Supo que nunca la había amado, que sólo la había deseado la mitad de lo que deseaba a Cici. Y se había odiado por ello.
Nueve años antes había creído hacer lo correcto al rechazar a Cici y casarse con Noelle. Pero su matrimonio no había funcionado. Nada en su vida personal había ido bien desde Cici.
Logan se obligó a aflojar la mano que aferraba el segundo vaso de té helado con menta y limón. Deseó que su ardor por Cici se enfriara.
Alicia lo estaría esperando esa noche en Nueva Orleans. Un hombre cuerdo y maduro dejaría de desear el voluptuoso cuerpo desnudo de Cici. Pero él no estaba cuerdo. La imagen de su piel húmeda y su expresión vulnerable no lo abandonaba.
Tal vez la gramática de Cici hubiera mejorado, era una excelente escritora, aunque irritante, pero nada indicaba que fuera más adecuada para él que antes. Siempre había ido en contra del sistema; era rebelde y aventurera, él era conservador hasta la médula. Además, su tío era casi un proscrito.
Se preguntó si esas diferencias importaban en el siglo xxi, o si era más importante el deseo crudo, primitivo y real que sentía por Cici.
Le habían enseñado que dinero, clase y poder y la voluntad de aceptar las responsabilidades que conllevaban, separaban a gente como él y ella. Él seguía las reglas; ella y su tío las pisoteaban todas. Nada era sagrado para Cici. Ni siquiera la muerte. Sus libros y fotos lo probaban.
Por dinero, había sacado la foto de un niño perseguido por buitres, para horrorizar a una audiencia de rapaces humanos, ávidos de escenas de miseria. En algunos momentos esa foto lo perseguía. No podía sentir empatía por una mujer que había vivido del sufrimiento de otros.
Sus sentimientos por ella se limitaban a la lujuria. Ya lo había obsesionado en el pasado. No permitiría que sus instintos animales lo dominaran y arruinaran su vida, o la de ella, otra vez.
Lo peligroso era que estuviese tan preciosa como siempre, o incluso más. Sólo con verla, su corazón se había abierto y rasgado de añoranza. Se había sentido como si les hubieran arrebatado, cruelmente, años cruciales de su vida.
Estaba preguntándose cuál sería la cura de una lujuria tan grave, si una boda rápida con la refinada Alicia o seducir a Cici una vez más para sacársela del cuerpo, cuando se abrió la puerta y salió su abuelo agarrado del brazo de Noonoon.
Dio un respingo al verlo mucho más fuerte y vigoroso. Ya no era la sombra frágil y fantasmal que, yaciendo en la cama hacía menos de un mes, le había confiado a Logan que desearía estar muerto. Entonces fue cuando Logan se había desvivido para encontrar la residencia ideal en Nueva Orleans para su abuelo enfermo.
–¡Grandpère! –Logan se puso en pie–. ¿Dónde está tu andador?
–No hacía más que tropezar con el estúpido cacharro –farfulló Pierre, casi enfadado, casi tan autoritario como antes–. Cici me consiguió este bastón –soltó a Noonoon y lo agitó en el aire.
«Cici». Aunque Logan se alegraba de que su abuelo hubiera mejorado tanto, lo irritó acalorarse con sólo oír su nombre.
–Pero Cici sugirió que utilizara una silla de ruedas durante nuestra visita guiada de la tarde –volvió a agitar el bastón–. No me gusta, porque me hace parecer viejo.
–Tienes casi ochenta años.
–Cici dice que la edad es sólo una actitud.
–Tendría que haberte visto en el hospital.
–¡Me alegro de que no me viera!