Revelaciones - Joan Fontcuberta - E-Book

Revelaciones E-Book

Joan Fontcuberta

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Beschreibung

El 11 de julio de 1897, el científico Salomon August Andrée, el ingeniero Knut Frænkel y el fotógrafo Nils Strindberg se embarcaron en el Örnen, un globo aerostático con el que pretendían explorar el Polo Norte. La increíble expedición, seguida con apasionado interés por la sociedad sueca de la época, tuvo un desenlace fatal: después de tres días de vuelo, el globo descendió hasta caer en un banco de hielo y los tres intrépidos aventureros subsistieron unos meses hasta fallecer. Probablemente, la aventura del Örnen se habría ido desvaneciendo en la memoria escrita y oral europea si no fuera porque, 33 años después, en una nueva expedición ártica, se halló el último campamento de los exploradores suecos. Entre sus pertenencias se encontraba todo el material fotográfico que había ido elaborando Nils Strindberg y, de repente, la cuasi leyenda del Örnen se hizo imagen. Esta historia es la que da origen al presente coloquio en dos ensayos entre el fotógrafo y crítico Joan Fontcuberta y el filósofo Xavier Antich. El viaje del Örnen y el legado de negativos fotográficos de Strindberg -deteriorados como un cuerpo herido- sirven a Fontcuberta para reflexionar sobre la humanidad de la fotografía y la perdurabilidad de las imágenes en una época en la que parecen haber perdido precisamente su carácter material esencial. Para el pensador, las fotografías pueden llegar a ser tan enigmáticas como la vida: nacen en un instante, fijan un momento y, a medida que pasa el tiempo, adquieren nuevas dimensiones vinculadas a la memoria. Todo ello lleva a Antich a reflexionar sobre la propia construcción de la mirada y la memoria visual no solo a través de la fotografía sino también a través del arte y la literatura. Dos ensayos incisivos que aportan una inteligente revisión del papel de la fotografía en nuestra saturada cultura audiovisual actual y, más allá de los límites del análisis fotográfico, nos regalan una estimulante exploración de "lo humano" en tiempos de algoritmos e inteligencia artificial.

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Editorial Gustavo Gili, SL

Via Laietana 47, 2.º, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 93 322 81 61

Valle de Bravo 21, 53050 Naucalpan, México. Tel. (+52) 55 55 60 60 11

Título original: Revelacions. Dos assaigs sobre fotografia

Publicado originalmente por Arcàdia en 2019

Traducción: Cristina Zelich

Diseño gráfico y de cubierta: Toni Cabré/Editorial Gustavo Gili, SL

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

La Editorial no se pronuncia, ni expresa ni implícitamente, respecto a la exactitud de la información contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsabilidad en caso de error u omisión.

© de su texto: Joan Fontcuberta Villà, 2019

© de su texto: Xavier Antich Valero, 2019

© de sus fotografías: Joan Fontcuberta Villà / VEGAP, Barcelona, 2019

© de la traducción: Cristina Zelich

para la edición castellana:

© Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2020

Las imágenes iniciales del proyecto Trauma y las de la serie Arstusia fueron realizadas en el contexto de la iniciativa “Miradas de Asturias” de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson.

Joan Fontcuberta es el autor de todas las obras reproducidas, excepto de las que se indica el nombre del fotógrafo o su procedencia (las cuales se incluyen en el libro amparándose en el derecho de cita recogido en el artículo 32 de la Ley de Propiedad Intelectual vigente, aprobada por el Real Decreto Legislativo I/1996, del 13 de abril).

ISBN: 978-84-252-3297-8 (epub)

www.ggili.com

Producción del ebook: booqlab.com

 

Índice

FOTOGRAFÍA: LOS TIEMPOS Y LAS SUSTANCIASJoan Fontcuberta

LOS PLIEGUES DE LA MIRADAA PROPÓSITO DE JOAN FONTCUBERTAXavier Antich

FOTOGRAFÍA:LOS TIEMPOS Y LAS SUSTANCIAS

Joan Fontcuberta

IMÁGENES QUE SUFREN

Stories happen only to those who are able to tell them, someone once said. In the same way, perhaps, experiences present themselves only to those who are able to have them.

(Las historias les suceden solo a aquellos que son capaces de contarlas, dijo alguien una vez. Del mismo modo, quizá, las experiencias se presentan solo a aquellos que son capaces de tenerlas.)

PAUL AUSTER, The Locked Room, 1986

El 8 de septiembre de 2011, el barco M/S Stockholm, considerado una joya del patrimonio naval sueco, zarpó del puerto de Longyearbyen, en Svalbard. A bordo viajaba un grupo de doce personas que éramos artistas, escritores o científicos, invitados por la Universidad de Gotemburgo. El propósito de la expedición era establecer un diálogo entre creación y conocimiento científico en torno a cuestiones de medio ambiente y narrativas de historia en relación con el paisaje ártico. La idea de esta iniciativa fue de Tyrone Martinsson y Hans Hedberg,1 dos fotógrafos e investigadores, ambos profesores de la Valand Academy, que, entre otras cosas, querían grabar material para un documental que recuperara los pasos de la mítica expedición al Polo Norte de 1897 llevada a cabo por el ingeniero Salomon August Andrée.

Nunca había oído hablar de aquella aventura, pero desde entonces me siento cautivado por la épica del relato. En el siglo XIX, la conquista del Ártico constituía un reto parecido al que, ya en el siglo XX, afrontarían soviéticos y norteamericanos para llegar los primeros a la Luna. En aquel caso competían canadienses, británicos, escandinavos y rusos, pero las motivaciones eran las mismas: demostrar una supremacía nacional que movilizara al mismo tiempo el valor humano y el ingenio tecnológico para vencer los límites de la naturaleza más adversa.

De espíritu aventurero, Andrée planteó una expedición que, teniendo en cuenta los parámetros de la época, conjugaba a partes iguales heroicidad e insensatez: circunnavegar el Polo Norte con un globo aerostático de hidrógeno. El 13 de febrero de 1895 llevó a cabo una entusiasta presentación en una sesión conjunta de la Real Academia de Ciencias de Suecia y la Sociedad Sueca de Antropología y Geografía, que persuadió a los expertos de la viabilidad de la proeza y despertó gran fervor patriótico entre la opinión pública. El principal escollo técnico era cómo garantizar la conducción del aerostato bajo la acción de los furiosos vientos polares, pero Andrée estaba convencido de haberlo resuelto gracias a unas pesadas sogas de arrastre que reducirían la velocidad, evitarían una elevación excesiva y funcionarían como una especie de timón. El proyecto, que parecía sacado talmente de la fantasía de Julio Verne, despertó un gran interés internacional. Andrée vendió la exclusiva del reportaje al periódico Aftonbladet, con el que se comunicaría a través de palomas mensajeras y unas boyas que se lanzaban al agua con una pequeña nota en su interior. El magnate Alfred Nobel fue uno de los patrocinadores de la expedición, que sería despedida por una muchedumbre enfervorizada y con desfiles militares presididos por el rey Óscar II.

Andrée pudo elegir entre numerosos voluntarios para formar su equipo de viaje. Después de un intento fallido en verano de 1896, su brazo derecho, el experimentado meteorólogo ártico Nils Gustaf Ekholm, concluyó que se trataba de una misión descabellada y renunció a ella, siendo sustituido por el joven ingeniero Knut Frænkel. Y ya que el propósito científico de la expedición era cartografiar la región polar con fotografías aéreas, Andrée completó el equipo con un estudiante de Física y Química que era también un avezado fotógrafo, Nils Strindberg (sobrino de un primo del dramaturgo August Strindberg). Andrée, Frænkel y Strindberg, los tres, murieron en la empresa.

La ley de Murphy se cumplió inexorablemente y todo terminó en un desastre descomunal. El 11 de julio de 1897 el globo Örnen (‘el águila’), construido en los prestigiosos talleres Lachambre de París, despegó desde Danskøya, en el archipiélago de Svalbard, aprovechando que soplaba viento moderado del sudoeste. Muy pronto se detectaron más pérdidas de gas de las previsibles. Las sogas de arrastre producían tanta fricción con el agua que inclinaban peligrosamente la cesta-habitáculo y Andrée decidió desprenderse de ellas; entonces el globo se elevó y empezó a ir a la deriva. Después de tres días de vuelo accidentado, el aerostato se precipitó contra una capa de hielo. Las pertenencias no sufrieron daños considerables, pero, en aquellas circunstancias, los expedicionarios se dieron cuenta de que su viaje se había organizado con demasiada precipitación y ahora se encontraban insuficientemente equipados (por ejemplo, llevaban botellas de champán y oporto para su prevista celebración, pero poca ropa impermeable de abrigo). Entonces empezó una trágica odisea esforzándose por llegar a los depósitos en puntos del trayecto en los que se había previsto dejar provisiones por si se producía un accidente y desde donde podrían ser rescatados, pero las dificultades del terreno desviaban constantemente su rumbo. Disponían de fusiles, raquetas de nieve, trineos, esquís, una tienda de campaña y una pequeña embarcación. Aparte de la poca comida que decidieron llevar por cuestiones de peso, se alimentaban de focas, morsas y osos polares que cazaban sobre la marcha. Strindberg iba haciendo fotografías del inhóspito paisaje y de las vicisitudes cotidianas, y los tres exploradores escribían cada uno su diario (Strindberg, que utilizaba la taquigrafía, incluso tenía ánimos para redactar cartas para su prometida, Anna). Durante semanas sobrevivieron vagando por el desierto de hielo. El 13 de septiembre, extenuados, se resignaron a pasar allí el invierno y acamparon sobre una gran placa de hielo a la deriva que, aunque se iba fragmentando, el 2 de octubre recaló en la isla de Kvitøya (‘isla blanca’). En esta isla realizarían su última acampada. Mientras tanto, y durante años, se pusieron en marcha sucesivas expediciones de rescate, todas ellas infructuosas, y, finalmente, con gran consternación, se les dio por desaparecidos, hecho que contribuyó a agigantar su dimensión mítica.

Nils Gustaf Ekholm (que sería sustituido por Knut Frænkel), Nils Strindberg y Salomon August Andrée. Foto: Gösta Florman (1896).

Despegue del globo Örnen el 11 de julio de 1897. Fotógrafo desconocido.

El 5 de agosto de 1930 —treinta y tres años después—, un barco de pesca, el Bratvaag, que también tenía que estudiar los glaciares de Svalbard, aprovechó que las temperaturas excepcionalmente altas habían fundido parte del hielo eterno, que en condiciones habituales hacía que Kvitøya fuera inaccesible, para desembarcar e inspeccionar la isla. Entonces, casualmente, descubrieron los restos del campamento y los esqueletos de Andrée y Strindberg. Un mes más tarde, el 5 de septiembre, otro barco, el Isbjørn, en el que viajaban periodistas e investigadores, localizó el cadáver congelado de Frænkel y el resto del equipo de los expedicionarios. Entre otras cosas, los restos encontrados incluían la cámara de Strindberg y una caja de estaño con los carretes de película impresionada.

Con la perspectiva del tiempo, los historiadores piensan que Andrée se obsesionó con una iniciativa suicida, sin duda cegado por la convicción de que la ciencia y el progreso requerían aquel tipo de sacrificio. Últimamente se han escrito muchos libros y novelas; documentales y películas de ficción han llevado los hechos a la pantalla; se les ha dedicado un museo entero (Grenna Museum / Polar Center), situado entre Estocolmo y Gotemburgo; el músico Dominick Argento ha compuesto un ciclo de canciones para piano y barítono sobre el tema; Klas Torstensson creó una ópera y el artista danés Joachim Koester concibió una obra homenaje presentada en la Bienal de Venecia de 2005… En definitiva, se trata de una gesta que ha capturado nuestra imaginación y nos sigue inspirando.

Fijémonos ahora en los doscientos cuarenta negativos impresionados por Strindberg que fueron recuperados. Después de que el reputado fotógrafo documental y docente John Hertzberg (1871-1935) los revelara en el Real Instituto de Tecnología de Estocolmo (KTH), noventa y tres fotogramas resultaron milagrosamente aprovechables, a pesar de encontrarse sensiblemente dañados.2 El frío suele preservar la imagen latente de las emulsiones fotosensibles, por ese motivo museos y conservadores estiman conveniente guardar los negativos impresionados, pero todavía no procesados, en frigoríficos. Sin embargo, a pesar del frío protector, los frangibles negativos de nitrato se dañaron debido a un cúmulo de contingencias hostiles: la humedad provocó que la película enrollada se pegara, diversos agentes químicos produjeron reacciones y originaron manchas, las dificultades en la manipulación ocasionaron veladuras y rayas… El soporte físico de aquellas imágenes mostraba el resultado de las agresiones sufridas y, por lo tanto, el documento superponía una doble voz testimonial: la que evocaba el sufrimiento de los hombres y la que evocaba el sufrimiento de las imágenes. Lo habitual es que el fotoperiodismo nos familiarice con la imagen que muestra el sufrimiento y con la imagen que nos hace sufrir, pero aquí hay que hablar de cuando la imagen no es mensajera ni estímulo del dolor, sino el propio sujeto sufriente.

Cámara utilizada por Strindberg durante la expedición y los carretes recuperados de película expuesta. Foto: John Hertzberg (1930).

Las imágenes que sufren, las imágenes “enfermas”, representan la oportunidad que nos concede la propia alquimia del procedimiento fotográfico para mostrar su materialidad íntima. A muchos observadores, las imágenes extraídas de los negativos originales les parecían casi abstractas y requerían un esfuerzo para descifrar en ellas una representación figurativa con sentido. El citado Koester, en su pieza A Message from Andrée, se lamenta de que la mayoría de historiadores que se han ocupado de la expedición hayan menospreciado esta capa de “ruido visual”. Él, al contrario, la reivindica como un elemento que permite invocar el misterio. Su película proyecta el flujo de rayaduras y manchas reproducidas de las fotografías, con un resultado entre abstracto y minimalista, casi psicodélico, que anticiparía otra de sus piezas, My Frontier Is an Endless Wall of Points (2007), una película de animación en la que quiso captar los gestos cinemáticos de la mezcalina en los dibujos que Henri Michaux hizo entre 1955 y 1956, transcribiendo los efectos de experiencias lisérgicas.3 “Si el lenguaje define nuestro mundo —escribe Koester—, las manchas oscuras y las salpicaduras de claridad se pueden leer como los márgenes de lo visible, o como unas marcas que delimitan lo desconocido. Me interesa señalar la zona crepuscular entre aquello que se puede decir y aquello que no se puede decir, entre el documento y el error”.4

Andrée posa con un rifle, seguramente el 19 de julio de 1897. Foto: Nils Strindberg (negativo recortado III.86).

Koester censuraba que Hertzberg, después de revelar los negativos de Strindberg encontrados, hiciera duplicados y los retocara para disimular sus defectos.5 Como si se tratara de cauterizar unas heridas. Dicho de una manera más técnica: como si fuera necesario pronunciarse sobre la justificación y los límites de la restauración de una obra original. Actualmente esto no nos sorprende, incluso soportamos que se coloreen películas clásicas del cine en blanco y negro. Con la aparición de la fotografía digital y de los programas de tratamiento de la imagen, es difícil resistirse a un impulso corrector como el de Hertzberg. En definitiva, esto hace que dispongamos de dos versiones de las instantáneas de Strindberg: las genuinas y las embellecidas. Las genuinas son carne de archivo; las embellecidas señorean la mayoría de las publicaciones tanto impresas como online con su prístina calidad.

Nils Strindberg, 1897 (negativo I.17).

Por lo que a mí respecta, cuando veo las fotos retocadas de aquella dramática proeza, no puedo sustraerme a su apariencia teatral y acartonada, como si fuéramos espectadores de la cuidada puesta en escena de un tableau-vivant.6 Pero cuando miro las imágenes originales, sucias y violentas, comparto la fascinación y el horror profundo de quienes se adentraron en lo sublime más terrible.

LA IMAGEN COMO UN LAMENTO

—[…] J’ai aussi grâce à la photographie le sentiment de me fondre silencieusement dans le monde. Je me prépare en douceur à disparaître.

—À mourir?

—En quelque sorte. Mais rien de grave, je t’assure.

(—[…] También tengo, gracias a la fotografía, el sentimiento de fundirme silenciosamente en el mundo. Me preparo suavemente para desaparecer.

—¿Para morir?

—En cierta forma. Pero no es grave, te lo aseguro.)

AMAURY DA CUNHA, Fond de l’œil, 2015

Transcripción de la carta escrita por Nils Strindberg a su prometida, Anna Charlier, el 3 de octubre de 1897 en Kvitøya. En 1930, Tore Strindberg, hermano de Nils, entregó la original a su destinataria, pero se conserva un facsímil en el archivo Andrée Expedition del Grenna Museum, número de catálogo AE-NS-0089L:

Anna queridísima,

A Knut le admira la energía que me queda para escribirte y no entiende que, gracias a que pienso en ti, sigo esforzándome por sobrevivir, y que, sin el apoyo de tu recuerdo, nada tendría sentido.

Hemos hecho todo lo que hemos podido, incluso más allá de los límites que creíamos humanos, pero hay momentos en los que pienso que todo será en vano. También hay momentos en los que preferiría cerrar los ojos y acabar con esta agonía, reconocer que he agotado el orgullo y me declaro vencido. Pero entonces vislumbro tu sonrisa y siento tu calor, como si me pidieras que aguantase un poco más. Y así lo hago, aguanto un poco más, escribo otra carta, a pesar de que todo esto solo sirva para ordenar el pensamiento y evitar la desesperación o la locura.

Me duele no haber podido celebrar juntos tu fiesta de cumpleaños, la primera desde que nos prometimos. Me debes una repetición del concierto de piano que debo haberme perdido y la degustación de los hallonpaj7 con grädde de la tía, regados con vaniljsås. ¡Qué envidia me da al pensarlo! Llevo días mal del estómago y tengo descomposición, comemos cruda la carne del oso que cazamos y, como puedes imaginar, no es una delikatessen, pero el hambre no nos permite tener manías. No sabes cuánto añoro los… [tres líneas de texto ilegibles].

Pero no quiero que te aflijas cuando me leas. Las palabras que escribo, así como las fotos que hago, son formas de mantener los vínculos con el mundo que hemos dejado atrás para ponernos a prueba y aportar gloria a nuestro país. Palabras e imágenes son identificaciones entre maneras de decir y ver, marcas que perdurarán como testimonio de los retos que estamos viviendo. El Ártico nos absorbe en una especie de vértigo espiritual, condenándonos a vagar por un espacio sin tiempo. Por eso me parece insensato obsesionarme con el legado que dejaremos.

Me gustaría tener las fotos reveladas, cada negativo que impresiono no es más que una memoria en potencia, pero me preocupa no tener certeza alguna de mi éxito, me pregunto qué saldrá de cada encuadre y de cada instante capturado. Puedo revisar lo que escribo y, si es necesario, corregirlo, pero con las fotos solo puedo encomendarme a mi pericia y a la fortuna, con la esperanza de que no surjan imponderables que desvirtúen mi intención ni perturben un resultado plausible. Conservo grabada en el cerebro la huella de cada instantánea que he hecho, como un doble mental de la imagen traspasada sobre la película, pero en estado embrionario y aún invisible. No sé cuánto tiempo pasará hasta que estas fotos sean visibles para todos, como tampoco sé cuánto tiempo perdurará su doble en mi memoria. En esto, el tiempo juega en direcciones opuestas: mientras la fuerza de la figura recordada disminuye hasta desaparecer, la imagen latente de los negativos impresionados espera su oportunidad para materializarse y afirmarse. Desconozco la gestación paciente que espera a estas imágenes y las incertidumbres que deberán soportar hasta ver la luz. ¿Se resignarán a esperar pasivamente el día en que tus ojos las hagan suyas?