Sobre la vocación política de la filosofía - Donatella Di Cesare - E-Book

Sobre la vocación política de la filosofía E-Book

Donatella Di Cesare

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Es hora de que la filosofía vuelva a la ciudad, a la polis socrática que se ha convertido en una metrópolis global. Pero ¿qué margen tiene el pensamiento en el mundo globalizado, cerrado sobre sí mismo, incapaz de mirar hacia fuera y más allá? En un momento en que la filosofía corre el riesgo de ser esclava no solo de la ciencia, sino también de una democracia vacía, que la confina a un rol normativo, es hora de reclamar su vocación política y su potencial para cuestionar los cimientos de un sistema que día tras día nos revela su fragilidad. En este libro, Donatella Di Cesare, una de las voces más relevantes del panorama filosófico italiano y europeo contemporáneo, traza las líneas de su pensamiento, entre el existencialismo radical y el nuevo anarquismo. Para Di Cesare, la crítica y el disenso no son suficientes. Conscientes de la derrota, el exilio, la emigración interna, los filósofos regresan para forjar una alianza con los vencidos y despertar sus sueños.

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Título original en italiano:

Sulla vocazione politica della filosofia,

© 2018 Bollati Boringhieri editore, Torino

© De la traducción: Francisco Amella Vela

Corrección: Marta Beltrán Bahón

© De la imagen de cubierta: Carlos Azañedo Terceño, City Sounds, 2021. Óleo sobre lienzo, 65 × 92 cm.

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: mayo de 2021, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

http://www.gedisa.com

Preimpresión:

Editor Service, S.L.

http://www.editorservice.net

ISBN: 978-84-18525-25-4

Depósito legal: B 5240-2021

La traducción de esta obra ha sido financiada por el SEPS

Segretariato Europeo per le Pubblicazioni Scientifiche

Via Val d’Aposa 7 - 40123 Bologna - Italia

[email protected] - www.seps.it

Impreso por Ulzama

Impreso en España

Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versióncastellana de la obra.

Índice

La inmanencia saturada del globo

Heráclito, la vigilia y el comunismo originario

Narcosis de luz. Sobre la noche del capital

Llamada a la pólis

Estupor: una pasión inquieta

Entre cielos y abismos

La atopía de Sócrates

Una muerte política

Platón: cuando la filosofía se exilió en la ciudad

Los migrantes del pensamiento

«¿Qué es la filosofía?»

Preguntas radicales

El fuera-de-lugar de la metafísica

Discrepancia y crítica

El siglo XX. Hiatos y traumas

Después de Heidegger

Contra negociadores y filósofos normativos

Ancilla democratiae. Un retorno contrito

Poética de la claridad

Poderosas profecías del salto. Marx y Kierkegaard

El éxtasis de la existencia

Por una exofilia

Filosofía del despertar

Ángeles caídos y traperos

Post scriptum anárquico

Bibliografía

La filosofía no debe profetizar, pero tampoco debe dormir.

Martin Heidegger

La ciudad será gobernada, por nosotros y por vosotros, en la vigilia, y no en el sueño.

Platón

No nos sentimos nunca realizados. Somos dos abismos: un pozo con la mirada fija en el cielo.

Fernando Pessoa

La inmanencia saturada del globo

Ya no hay un afuera. Así se muestra el estadio último de la globalización. Hasta la edad moderna, los habitantes del astro terrestre meditaban sobre el cosmos admirados, estupefactos, desalentados, con los ojos vueltos al cielo abierto. Aquella desmesurada bóveda representaba, no obstante, un amparo, porque los protegía de la exterioridad absoluta, a la que se sentían expuestos. Pero cuando el planeta quedó explorado a lo largo y a lo ancho, circunnavegado, ocupado, conectado, representado, el cielo cósmico se rasgó y el abismo se abrió sobre ellos. La mirada se perdió en el gélido afuera. El desafío no tenía precedentes. La invención del globo fue «la historia de una enajenación político-espacial».1 Lo exterior ejercía una fuerza magnética, atraía a la par que repelía: era la alteridad que había que reducir, dominar, controlar. No faltaron, ya en aquella época, modelos filosóficos. A la esfera cósmico-especulativa, que tanto tiempo inspirara conjeturas, intuiciones e ideas, le sucedió la revolución copernicana, gracias a la cual —mientras, uno tras otro, caían también los confines extremos— se proclamaba enfáticamente el antropocentrismo. El astro errante siguió durante siglos este curso, entre complicados movimientos de rotación y oscilación, sin que pudiera eludir su destino.

En los albores del tercer milenio la globalización puede declararse cumplida. Y se revela como el resultado de un monólogo sustentado sin interrupción por la fuerza propulsora del mundo, fuerza mayor, imposible de detener, cual si fuera un principio de razón. Toda instancia crítica se revelaría, así pues, superflua. La situación global se analiza. Pero nada más. Por primera vez la filosofía se diría puesta en jaque por el axioma de la actualidad.

¿Cómo podría haber filosofía en un mundo sin afuera? Examinado con atención, el régimen ontológico del globo resulta ser el de una inmanencia saturada. La inmanencia debe tomarse en el sentido etimológico de aquello que subsiste, que permanece en sí, siempre dentro, sin afuera, sin exterioridad. Inmanencia estática y compacta: ni discontinuidades, ni vacíos, ni líneas de fuga, ni vías de escape. La saturación es espacio-temporal. Lo cual podría sorprender. ¿Acaso no es éste el mundo de los flujos absolutos del capital, de la técnica, de los media? Información, fusión, densidad siguen el latir convulso de una aceleración vertiginosa. Bajo el signo, claro está, del infaltable progreso. Pero no es más que la apariencia de un mundo atrapado en la vertiginosa economía del tiempo, cuya esencia descansa, de manera paradójica, en la velocidad.2 Los flujos de la red global describen las mismas órbitas, siguen un movimiento repetitivo que se mantiene idéntico. No es que falten espirales caóticas ni remolinos tumultuosos, pero no perturban el ritmo constante de dichos flujos absolutos, inflexiblemente cerrados, secretamente inmóviles. La rapidez desemboca en la estasis. Como en una cinta transportadora, donde se corre para no quedar atrás. Todo cambia, pero en el fondo nada cambia de verdad. El sello del globo sincronizado es el cambio inercial.

La inmanencia saturada señala el presente asfixiante de un mundo que, sostenido en su creencia en lo indemne, ha pretendido inmunizarse contra el «afuera».3 De suerte que ha fagocitado, expulsado, destruido todo cuanto no es sí mismo, empujado por una imperiosa pulsión inmunológica: permanecer intacto, persistir íntegro e incólume. Todas las potencias negativas han sido llamadas a oponerse a la negatividad vital para prevenir todo cambio, conjurar toda alteración y neutralizar toda pérdida. Por más que la pulsión inmunológica no faltara en el pasado, hoy, gracias a la técnica, ha encontrado formas inéditas.4 Con su inmanencia saturada, el globo de los flujos absolutos es el resultado monumental de dicha pulsión.

¿Con qué fin adentrarse en el allende glacial y muerto? Prevalece, así, la exofobia, un miedo abismal, un frío pánico, el horror ante lo exterior. Semejante angustia atenaza el pensamiento, lo refrena. ¿Cómo imaginar una alternativa? Todo distanciamiento, toda interrupción, antes incluso de que sean denunciados como desafío terrorista, se hacen pasar por vana imposibilidad. Soñar es posible sólo estando dentro, en el régimen de la inmanencia saturada, donde a menudo los sueños se transforman en pesadillas. «Ya no hay un “afuera”» es la amarga constatación que atraviesa el pensamiento más radical de los últimos años.5 Así, ese estribillo hiperrealista del There is no alternative!, compendio burlón y luctuoso de la época actual, ha acabado por ser una profecía despiadada que se cumple sin cesar.

A nadie se le oculta que lo que se dice sobre el «fin del mundo» se toma en serio.6 Son sobre todo las ciencias empíricas —climatología, geofísica, oceanografía, bioquímica, ecología— las que dan pie a ello. El viraje de la humanidad hacia la catástrofe parece inminente. El futuro cercano, imprevisible en cuanto enteramente «otro», queda a cargo de los escenarios de la ficción o a las visiones mesiánicas. El grito prometeico amenaza con sofocarse en un estertor apocalíptico. Por lo menos esto es claro: el mundo del capitalismo tardío es el del colapso ecológico del planeta. La fusión entre tecnoeconomía y bioesfera está a la vista de todos.7 Se llama Antropoceno a la edad de la Tierra en la que los humanos observan, casi impotentes, los efectos devastadores y mortíferos de esta fusión asimétrica en la que la naturaleza ha sido erosionada hasta hacerla desaparecer. Pero la violencia de la intromisión no habría sido posible sin la implacable e incandescente soberanía del capital. Y, aun así, al imaginario contemporáneo le resulta más fácil figurarse el fin del mundo que representarse el final del capitalismo. Ésta es la enorme brecha que media entre el conocimiento científico y la impotencia política. Hasta tal punto ha ocupado el capitalismo el horizonte entero de lo pensable. Y lo ha hecho absorbiendo todo foco de resistencia imaginativa, borrando toda exterioridad anterior o posterior a su historia: antes, habría sólo un oscuro arcaísmo; después, sólo las tinieblas del apocalipsis.

Para la humanidad atrapada en la inmanencia saturada, dentro del globo sin ventanas del capitalismo avanzado, donde queda bien poca humanidad, siempre resulta posible concebir el transhumanismo, el último sueño tecno-gnóstico de inmortalidad —se lo lleve a cabo mediante hibernación criogénica o transfiriendo la identidad a un software—, sueño anhelado por una especie que podría desaparecer repentinamente. ¡Que sobreviva por lo menos lo posthumano!

Dentro, todo sería posible; fuera, en cambio, nada. Habría que preguntarse entonces qué es lo que significan «posible» e «imposible», si hasta en el contexto tecnocientífico más futurista no hay límite que resista, mientras que en el contexto político toda perspectiva de cambio queda excluida a priori por el «no» del mercado.8 Volverse inmortal es posible; salir del capitalismo, no.

El mundo de la inmanencia saturada es el del régimen capitalista global, el espacio claustrofóbico donde se oscila entre el no-acontecimiento del fluir liberal-democrático y el colapso planetario. Los frentes se reparten entre quienes contemplan una aceleración hiperbólica que lleve el capitalismo a autodestruirse y quienes aspiran a interrumpir la marcha de la locomotora tirando del freno de emergencia.9 Tras el Apocalipsis, el Reino.

El realismo capitalista reafirma la inmanencia, refuerza la cerrazón.10 Sólo una lógica de lo imposible podría diferirla y dislocarla. Prevenir el futuro para evitarlo: el régimen de inmanencia saturada es el mundo cerrado de una policía preventiva, una prisión temporal donde la previsión desemboca en una clarividencia que trata de exorcizar toda alteración de lo nuevo. Un mundo, éste, que ha perdido ya su sombra. Está condenado al imperativo del día, al embotamiento extenuado de la alarma prolongada, al inexhausto duermevela de la luz nunca apagada, en una virtualidad diurna que no conoce la noche.

1. Véase Sloterdijk, P., Esferas II: Globos. Macrosferología, Siruela, Madrid, 2017, pág. 713.

2. Rosa, H., Accelerazione e alienazione. Per una teoria critica del tempo nella tarda modernità, Einaudi, Turín, 2015 [trad. cast.: Alienación y aceleración. Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, Katz Editores, Buenos Aires, 2016].

3. Esposito, R., Immunitas. Protezione e negazione della vita, Einaudi, Turín, nueva edición 2015 [trad. cast.: Immunitas. Protección y negación de la vida, Amorrortu, Buenos Aires, 2005].

4. Véase Neyrat, F., Atopies. Manifeste pour la philosophie, Nous, París, 2014, pág. 24.

5. Negri, A. y Hardt, M., Impero. Il nuovo ordine della globalizzazione, Rizzoli, Milán, 2001 [trad. cast.: Imperio, Paidós, Buenos Aires, 2002].

6. Danowski, D. y Viveiros de Castro, E., Esiste un mondo a venire? Saggio sulle paure della fine, Milán, 2017 [trad. cast.: ¿Hay un mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, CajaNegra Editora, Buenos Aires, 2019].

7. Stengers, I., Au temps des catastrophes. Résister à la barbarie qui vient, La Découverte, París, 2013 [trad. cast.: En tiempos de catástrofes. Cómo resistir a la barbarie que viene, NED Ediciones, Barcelona, 2017].

8. Žižek, S., Chiedere l’impossibile, Ombre Corte, Verona, 2013 [trad. cast.: Pedir lo imposible, Akal, Madrid, 2014].

9. Sobre las posiciones aceleracionistas, véase por ejemplo Noys, B., Malign Velocities. Acceleration and Capitalism, Zero Books, Winchester, 2014 [trad. cast.: Velocidades malignas. Aceleracionismo y capitalismo, Materia Oscura, Segovia, 2018].

10. Fisher, M., Realismo capitalista, Nero, Roma, 2018 [trad. cast.: Realismo capitalista, CajaNegra Editora, Buenos Aires, 2016].

Heráclito, la vigilia y el comunismo originario

La vigilia ha sido, desde el principio, tema peculiar de la filosofía. Hasta el punto de convertirse en su representación simbólica, la metáfora manifiesta que la precede, antes incluso de que la filosofía tenga nombre. Surgimiento misterioso de la luz interior que señala el resurgir desde la noche, atracción de la llamada, estupor de la vida que se despierta, retorno en sí: esto es, ante todo, la filosofía.

Quien liberó del mito a la claridad diurna, elevándola a categoría metafísica, fue Heráclito, conocido como «el oscuro» por su estilo enigmático y oracular. Es así como da comienzo la aventura del pensamiento, el cual, guiado por la luz del lógos, le da su articulación al mundo, que se convierte en cosmos y se despliega ampliando sin cesar la estrechez y pequeñez de su radio en pos de una esfera cada vez más vasta, elevada y común.

Poco es lo que se sabe de la vida de Heráclito. Los biógrafos de la Antigüedad le atribuyeron estirpe real. Diógenes Laercio dice que fue «más orgulloso que nadie y soberbio».11 Esa actitud suya casi despreciativa se debía a una discordia con sus conciudadanos, a quienes reprochaba el exilio impuesto a su amigo Hermodoro tras la fallida revolución democrática. Éfeso, ciudad jonia en el confín entre la costa turca y el mar europeo, no era Atenas todavía. Aun así, las tensiones no faltaban. Heráclito, resentido, se alejó de la vida política y rechazó la petición de dar leyes a la pólis, que para entonces se le antojaba gobernada por una mala Constitución. Se retiró al templo de Ártemis, donde la leyenda quiere que depositara su gran libro, dividido en tres discursos: el primero sobre el Todo, el segundo, político, y el tercero, teológico. Alguien, más tarde, le dio a la obra un título recurrente: Perí physeos. Como si Heráclito hubiera escrito un tratado sobre la physis, la naturaleza entendida como principio y sustancia de todas las cosas. Aristóteles contribuyó a consolidar esta visión, engañosa y reductiva. Existe, sin embargo, una antigua tradición, encarnada a su vez por el estoico Diodoto, según la cual el libro de Heráclito, al margen de algunos ejemplos, nada tenía que ver con la naturaleza, sino que abordaba asuntos políticos: perí politeías.

Por lo demás, en los más de ciento veinte fragmentos que han quedado de la obra de Heráclito no resulta difícil reconocer, sobre un trasfondo numinoso, la inspiración político-trágica de su pensamiento. Quien habla no es tanto el indagador del cosmos, sino el severo guardián de la ciudad, el intérprete del pólemos, de ese conflicto que es «padre» de todas las cosas y que sobre todas ellas reina.12 La pugna de la pólis es proyectada sobre la realidad para indagar a fondo la ley que la gobierna, para reunir en su unidad lo que se presenta múltiple y diseminado, para captar la palíntropos harmoníe, la «armonía discorde» de los contrarios. Es la ciudad la que ofrece el paradigma hermenéutico del mundo.13

Percibir lo uno en la diferencia, tal es el mérito de Heráclito, precursor reconocido de la dialéctica. Así lo escribió Hegel: «Aquí se divisa, por fin, tierra; no hay frase en Heráclito que no haya recogido yo en mi Lógica».14 Es necesario, con todo, evitar forzamientos de perspectiva histórica. La concordia de los contrarios, ese enigmático vínculo del que habla Heráclito, no es la unidad especulativa, sino más bien el pasaje repentino por el cual lo uno se muda sin cesar en lo otro: vida y muerte, día y noche, vigilia y descanso, verano e invierno, paz y guerra. Erróneamente, esta visión ha sido anquilosada en una doctrina del devenir perenne, del fluir, ese pánta rhei del que no hay rastro en los fragmentos de Heráclito, quien trae, sí, a la memoria el río —en el cual «entramos y no entramos, estamos y no estamos»—,15 pero para insistir en el sucederse de las aguas, siempre distintas. No sorprende que lo que da la imagen de la armonía concorde de los contrarios sea, en particular, el fuego, que vive transformándose, que cambia según las esencias con las que se mezcla.

Tampoco los nombres se sustraen a esta ley; al contrario, sacan a la luz las oposiciones. Heráclito encabeza el número de los pensadores que miran al lenguaje para comprender la realidad. La armonía oculta que gobierna el mundo está contenida en el lógos, de conformidad con el cual acaece todo, ley eterna y universal capaz de regular el devenir, que no es un precipitarse a ciegas, sino un sapiente discurrir de un contrario al otro.

Pero ¿quién querrá escuchar al lógos? ¿Quién querrá probar a entenderlo en su sibilina ambigüedad? Tal es la pregunta de Heráclito, en la que se contiene ya una admonición. Sordos, ausentes, casi adormecidos, presa de flujos oníricos y opiniones particulares, alejados de cuanto es «sabio», sóphon, los mortales se sustraen a la escucha. Viven replegados en sí mismos, como si durmieran, prisioneros de su propia intimidad, de su asfixiante mezquindad. Se denuncia, así, la idiocia, que en griego remite, por etimología —idiótes deriva de ídios, «propio»—, a la propiedad. Imposible, pues, acceder a lo que es «común», koinón. Heráclito emplea la forma jónica xunón, que, mediante un retruécano, hace llegar a xùn nôi, es decir, «con el noús», «con la razón».16 No es sólo que la inteligencia es común, es que en la inteligencia se basa lo común. No se trata de intuición inmediata, sino de conocimiento ordenador del cosmos, que queda articulado y recogido en el lógos. Idiota es aquel que rechaza la escucha, quien permanece en el aislamiento de la noche, excluyéndose de la participación en el día común y en el mundo común. Así suena la sentencia de Heráclito: «Para quienes están despiertos, el mundo es único y común, mientras que quienes duermen se encierran, cada uno, en su mundo propio y particular».17

En su sucesión, noche y día ritman el tiempo, pero a diferencia de lo que había imaginado Hesíodo, no están separados. Son, más bien, un todo, sólo que se alternan como hacen los contrarios. No desembocan el uno en el otro, sino que se mantienen bien diferenciados. Noche y día remiten más allá de sí mismos, son indicios o, mejor, símbolos. Las oposiciones se multiplican. Mientras sobre el fondo se recorta enigmática la polaridad extrema de la vida y la muerte —¿habrá, desde la muerte, un retorno a la vida?—, oscuridad y luz evocan el dormir y la vigilia. Heráclito, el primer metafísico de la luz, convierte el día en la sabiduría difundida por el lógos, que mancomuna en la claridad. La vigilia es el preludio de la filosofía.

La llamada a la vigilia se repite incesante en los fragmentos.18 En adelante, la filosofía hará suya esta exhortación. Pensar es participar en la vigilancia del lógos que mancomuna. La «sabiduría privada», idía phrónesis, es un oxímoron, porque lo que aflora en el individuo —sueños, imágenes, opiniones, ideas— no es más que ilusión muerta y vacua. Y tal está destinada a permanecer mientras no halle el camino de la comunión. ¡Conque no, no durmáis! ¡No os abandonéis al sueño de la idiocia privada! Es lo que repite Heráclito, dirigiéndose a los más, que viven en el sopor. «No hay que actuar y hablar como si se estuviera durmiendo», intima con perentoriedad.19 Pero no todo el dormir es igual. Es adecuado el dormir beneficioso y reparador. Pero es un error tomar al día por la noche, confundir la vigilia con el dormir, cuando lo que los distingue es esa inmediatez que, como los arabescos del fuego, confirma el misterioso tránsito de los contrarios.

Para Heráclito, esto es más válido aún para la vigilia y el dormir. Quien duerme, aun siendo el mismo, parece otro, ergátas, «artífice» de un mundo suyo.20 Se parece a un muerto, ahí yacente, inerte y lejano. En un fragmento abstruso, transmitido por Clemente Alejandrino, se dice: «En la noche, el hombre enciende una luz para sí, cuando su vista está apagada; aun estando vivo, roza al muerto en el dormir, roza al durmiente en la vigilia».21 Quien cede al dormir abandona el koinón, el mundo compartido, para hundirse en el suyo propio, donde yace con los muertos. El dormir es como un breve descenso al Hades, al tenebroso subsuelo de la ciudad. Y, así, el ciudadano que duerme no sólo es apático y alógico, sino apolítico y anómico. Es más, deja de ser ciudadano; se une a sus muertos en su celdilla privada, que es, al mismo tiempo, el sepulcro de lo público. Se revuelve en sus encandilamientos, en sus pesadillas, en las ansias, en las alucinaciones. Cada cual es para sí. Quizás no haya nadie en vela en la pólis precisamente cuando, en la noche de la ciudad, el mundo parece irse a pique. Pero no, hay una excepción o, mejor dicho, dos: el sabio que vela en lo alto de las murallas y el filósofo, su adepto vicario que, atento, vigila en el interior, de manera que aquel luminoso espacio abierto no se cierre para siempre en la idiocia privada.

¿Será la política hija de la filosofía? Es el filósofo quien se enfrenta a la tendencia aniquiladora de la noche. Y si un día todos hubieran de ceder, la ciudad seguiría custodiada en el pensamiento de aquel atento y extraordinario ciudadano suyo.

Guardián de la ciudad antes incluso de Platón y su politeía, Heráclito denuncia la noche política. Señala con el dedo ese sonambulismo tan extendido entre sus conciudadanos, quienes ni aun de día quieren despertarse. «Noctámbulos», nuktipóloi, que, en lugar de llevar la vida exigida por el día común de la ciudad, frecuentan la noche. Sarcasmo, desdén y decepción inspiran las palabras de Heráclito, cuyo lógos diurno inaugura el espacio de la pólis griega y, más en general, el ámbito de la política europea. La ciudad puede existir sólo gracias al kóinon, a lo común, que se recoge en el lógos. Ésta es la inteligencia ordenadora que garantiza el nómos en el que se basa la ciudad. El lógos diurno pone al descubierto la existencia de la pólis, anuncia la ontología política. «Es necesario que quienes hablan usando la inteligencia se basen en aquello que es común a todos, tal como la ciudad se basa en la ley, y de manera incluso más sólida».22

En suma: sin el kóinon del lógos no hay pólis. Sin ese vínculo del lógos, que es común y mancomuna, no podría darse la ciudad. Lo que mantiene unidos a los ciudadanos es el kóinon, la participación en el día, más allá del aislamiento nocturno, por lo cual retornar en sí es entrar de nuevo en el espacio público. El comunismo originario de la vigilancia, del que la filosofía se hace custodia, es la condición de la existencia política.

11. Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, IX, i-Ai. Para todas las citas de textos de la Antigüedad, se indicará, además de su título en castellano, sólo la referencia numérica de los fragmentos y pasajes de los textos originales; las ediciones italianas que la autora ha tomado como referencia para las citas, que en ocasiones modifica levemente, están consignadas en la bibliografía general (N. del T.).

12. Los filósofos presocráticos, B 53.

13. Ibidem, B 51.

14. Hegel, G. W. F., Lezioni sulla storia della filosofia, La Nuova Italia, Florencia, 1964, I, pág. 307 [trad. cast.: Lecciones sobre la historia de la filosofía, trad. W. Roces, Fondo de Cultura Económica, México D. F., 1995].

15. Los filósofos presocráticos, B 49a.

16. Ibid., B 114.

17. Ibid., B 89.

18. Ibid., B 1, B 26, B 73, B 75, B 87 y B 89. Sobre este tema, véase el original ensayo de Buber, M., «Dem Gemeinschaftlichen folgen», en id., Logos. Zwei Reden, Lambert Schneider, Heidelberg, 1962, págs. 31-72; véase también Sloterdijk, P., Weltfremdheit, Suhrkamp, Fráncfort, 1993, pág. 344 y siguientes [trad. cast.: Extrañamiento del mundo, Pre-Textos, Valencia, 1998].

19. Los filósofos presocráticos, B 73.

20. Ibid., B 75.

21. Ibid., B 26.

22. Ibid., B 114.

Narcosis de luz. Sobre la noche del capital

En Occidente, la metafísica de la luz sigue un largo camino que de la vigilia común lleva al saber exclusivo y sistemático. Es una reforma imparable del día que se expande, que se dilata para ser mucho más que un simple intervalo entre dos noches. Se hacen menguar las zonas oscuras al tiempo que el continuum de la certeza no deja cosa alguna sin esclarecer en el todo de una evidencia cristalina. No hay nada, o casi, que la Razón universal no desvele, que no ponga al descubierto. Así lo decreta el triunfo de lo explícito sobre lo oculto, de lo presente sobre lo ausente; aquello que ya no es, o que aún no es, gracias a la obtusa ontología que exorciza la alteridad decae a mero no-ente.23

Mediante una renovada empresa prometeica se intenta arrebatar la luz perpetua del más allá para traducirla, acá, en una iluminación constante que, sin prender ni extinguirse, mantenga la misma, uniforme intensidad. Es una réplica decidida, que se querría definitiva, al pavor nocturnus que a lo largo de los siglos ha agitado la historia del mundo. Contra el apocalipsis inminente, mejor una narcosis de luz como medida preventiva. En el Apocalipsis se dice: «la ciudad no necesitará ni del sol ni de la luna que la alumbren […] Por el día sus puertas no estarán cerradas porque no habrá noche alguna» (Apocalipsis 21, 23-25). La lucha contra las potencias nocturnas alcanza su culmen en la modernidad de las Luces. Atraviesa después por una pausa cuando, en lugar de incriminar a la noche, los primeros románticos denuncian su pérdida. En sus Himnos, Novalis la proclama «sagrada, inefable, misteriosa».24 La noche es la firme aliada de una interioridad que, en otras condiciones, amenaza con desvanecerse. Pero la marcha se reanuda, ahora con ritmo acelerado, con la guía de la ciencia y el sostén de la técnica, que prometen guerra a ultranza contra la oscuridad. Las luces metafísicas adoptan forma concreta, se convierten en instalaciones eléctricas. La ciudad, iluminada como en pleno día por el pensamiento positivo, que garantiza un estilo de vida pragmático, puede olvidarse de la noche o, mejor, recordando la advertencia romántica puede recuperarla para confiar sus remanentes al psicoanálisis. La superación de la noche decreta y ratifica la victoria del día, que aspira a hacerse permanente expandiéndose en un continuum circadiano.

¿Qué habría dicho Heráclito de este ilusionismo metafísico que transforma la noche en día, que elimina los contrarios y anula pulso y ritmo del antiguo ciclo descanso-vigilia? Desde luego, no lo habría aplaudido. Si bien temía la noche política, capaz de desintegrar el comunismo de la vigilancia, no se habría inclinado por aprobar esa luz narcótica que, en lugar de mantener alta la atención, provoca sonambulismo. Desde luego, no habría podido imaginar que cientos de millones de individuos, sentados de madrugada ante pantallas luminosas, magnéticas como imanes, pondrían para siempre en peligro su imaginación, esa excelsa facultad humana de soñar con los ojos abiertos, de perderse en los propios pensamientos.

Se llama 24/7, y es el concepto de tiempo sometido a una producción y un consumo sin límites, impuesto por el sistema de mercado. Indica el non-stop de una operatividad incesante que se prolonga las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Sólo por mantener un equívoco intencionado y mordaz se alude a la semana. Bien mirado, el 24/7 reniega de todo ritmo, borra cualquier medida.25 Si el globo apunta a estar siempre operativo, ¿por qué la existencia humana no habría de adaptarse?

Sería un error confundir el 24/7 con el desolado curso homogéneo de la modernidad, criticado por Lukács, Benjamin y otros a comienzos del siglo XX. Porque aquel entonces se medía aún por la agenda del progreso, que iba ligado a la ilusión del crecimiento. El 24/7 es el tiempo sin devenir de la posthistoria, el día permanente, el último encandilamiento del capitalismo. Tal efecto entraba, a fin de cuentas, en los planes. Desde la primera iluminación eléctrica de la ciudad, que garantizaba seguridad y hacía prever éxito. La alta intensidad del resplandor que se extiende por sobre el supermercado del universo parece cumplir aquella promesa inicial. La lucha contra la oscuridad, contra la tiniebla, las sombras, los fantasmas, el misterio, lo ignoto, es el resultado paroxístico de una Ilustración pertinaz y prolongada que ha abierto las puertas de un nuevo cielo: el del desastre. Blanchot ha insistido sobre su etimología.26 Es la bóveda sin astros, sin puntos cardinales. Porque las estrellas, aun de haberlas, habrían dejado de verse, ocultas por la luz artificial que no se apaga nunca. Bajo ese cielo vacío opera, industrioso, sin descanso, el centro comercial planetario que permite una variedad infinita de ofertas.