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Miniserie Deseo 206 Había pagado mucho dinero para poder hablar con él y tenía la intención de hacer que mereciera la pena… Taylor Klein no pensaba en citas románticas cuando pujó por el atractivo Roman Scott en una subasta para solteros. Comprar su tiempo era la única manera que tenía de conocer al famoso y reservado hotelero y conseguir que le diera ideas para crear el hotel boutique con el que ella soñaba. Además, Taylor se había jurado que no volvería a tener relación alguna con un hombre. Sin embargo, cuando comenzaron a saltar chispas de pasión entre ellos, centrarse en el proyecto empresarial empezó a resultar difícil. La situación se complicó aún más cuando Little Black Book, la infame cuenta de chismes y cotilleos, amenazó con dejar al descubierto sus más tórridos secretos…
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Seitenzahl: 226
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Karen Booth
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Soltero a subasta, n.º 206 - noviembre 2022
Título original: Black Tie Bachelor Bid
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-241-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
–De ninguna manera. Es demasiado sexy.
Taylor Klein negó con la cabeza y descartó el escotado y exiguo vestido negro que su amiga Alexandra Gold le estaba mostrando. Junto con Chloe Burnett, las tres amigas estaba rebuscando en el elegante contenido del amplio vestidor que Taylor tenía en su apartamento de Manhattan. Buscaban un vestido apropiado para la subasta de solteros a la que Taylor iba a acudir aquella noche.
–¿Y por qué no quieres ser sexy? –le preguntó Chloe mientras se lanzaba los mechones de su hermoso cabello rojizo por encima del hombro.
–Porque quiero tener un aspecto profesional –replicó Taylor mientras examinaba más vestidos. No. No. No. Ninguno le parecía adecuado. Era su ropa, pero la seguridad que sentía en sí misma ya no era lo que había sido en el pasado. Había mucho en juego en aquella subasta. Su aspecto debía ser perfecto.
–Estás a punto de pagar para tener una cita con un apuesto multimillonario –repuso Chloe levantando las manos para indicar que no iba a buscar más–. Yo diría que cualquier esperanza de resultar profesional se ha esfumado hace ya mucho tiempo.
Roman Scott, el apuesto multimillonario en cuestión, era uno de los hoteleros de más éxito en el mundo entero. Compraba edificios y los reformaba de arriba abajo, convirtiéndolos en establecimientos elegantes y modernos.
–No me sirvió de nada acercarme a él de una manera más profesional, por lo que ahora tengo que ir a una subasta de solteros.
Taylor no se podía creer que aquello fuera lo que le deparaba la vida, pero estaba dispuesta a hacerlo funcionar. Después de muchos años en los que trató de abrirse camino en diferentes perfiles profesionales, se le había ocurrido una nueva idea: iba a convertir la casa de verano que su familia tenía en Connecticut en un hotel boutique. Taylor podría aplicar en aquella nueva empresa sus puntos fuertes: el gusto por el diseño, el deseo de hacer que los demás fueran felices y su atención a los detalles. Además, sabía que debía prepararse muy bien y eso significaba conseguir los mejores consejos. Y, en su opinión, solo Roman Scott podía dárselos. Solo él y nadie más.
–No me puedo creer que no te haya devuelto la llamada. Yo me sentiría furiosa. E insultada.
Alexandra, o Alex, como todos la llamaban, era una diseñadora floral muy cotizada, amable y optimista hasta el exceso. Le costaba mucho expresar cualquier sentimiento negativo.
–¿Cuántos mensajes le dejaste? ¿Te aseguraste de que supiera que eres una Klein? Tu familia es una institución, especialmente en el noreste, y él es de esta zona. Es imposible que no sepa quién eres tú o quién es tu familia.
La reacción de Chloe, como dueña de una empresa de relaciones públicas que gestionaba las crisis de imagen de los famosos, era previsible. Ella siempre buscaba contactos, sobre todo porque se le daba muy bien gestionarlos.
Desgraciadamente, aquella conversación no estaba ayudando en absoluto a cimentar la confianza que Taylor tenía en sí misma.
–Le he dejado más de una docena de mensajes y, además, le he enviado varios correos electrónicos. No me ha servido de nada. No se digna a llamarme.
–Puede que sea un imbécil –dijo Chloe–. De hecho, ¿no es eso lo que se dice de él?
–En ciertos círculos, sí –admitió Taylor.
Efectivamente, Roman Scott tenía fama de ser un hombre bastante taciturno y solitario. Sin embargo, Taylor sabía que, a menudo, la gente más desagradable era la que más talento tenía. Además, el físico de Roman y la posibilidad de conocerlo hacían que Taylor se sintiera muy emocionada.
–No importa. Quiero que esto funcione. Quiero encontrar algo que se me dé bien. Lo necesito. Creo que Roman Scott puede ayudarme, así que tengo que intentarlo. Aunque sea un imbécil.
Alex extendió la mano para tocar suavemente el brazo de Taylor.
–¿Puedo serte sincera?
–Siempre.
Las tres llevaban siendo amigas desde que se conocieron en la elitista Escuela Baldwell para chicas. Las tres provenían de familias ricas y poderosas, pero su amistad las ayudó a tener los pies en el suelo. Cada una era un ancla para las demás en los continuos altibajos de la vida, entre los que se incluían el interminable drama de Chloe con su madre, la boda multimillonaria que Alex canceló y la larga lista de rupturas amorosas de Taylor. Las tres amigas se lo contaban todo. Absolutamente todo.
–Estás tratando de impresionar a un hombre muy poderoso y enigmático. Él ha dado la vuelta al mundo cien veces y, probablemente, ha estado con muchas mujeres. Y eso significa que tendrás que ponerte un vestido sexy.
Taylor suspiró. Sabía que Alex y Chloe tenían razón. Sencillamente no habían tenido en cuenta el mayor problema de Taylor: los hombres más el hecho de que ella fuera tan sexy suponía una ecuación desastrosa para ella. Ya no recordaba las veces que le habían roto el corazón. Su situación era tan mala que, al principio del Año Nuevo, había decidido darle tolerancia cero al amor. Los hombres y el romance estaban descartados para ella y, hasta aquel momento, lo había conseguido. Ya era el mes de mayo y no solo había mantenido su promesa, sino que parecía estar mucho más tranquila. No quería que aquella situación cambiara. Además, una reunión con Roman Scott resultaría mucho más fácil si se aseguraba que él no la veía como un objeto sexual. Quería sacar aquel proyecto adelante y necesitaba la ayuda del señor Scott. Por eso necesitaba que él se fijara en ella.
–Está bien. Dime qué te pondrías si fueras yo.
Chloe se levantó de la otomana y se dirigió directamente al vestido negro que le había sugerido a Taylor minutos antes.
–Este. No hay duda.
Taylor sintió que se le hacía un nudo en el estómago al recordar la última vez que se había puesto aquel carísimo vestido. Había sido una noche horrible.
–Me dejaron con ese vestido. Debería haberlo quemado.
–¿Quién te dejó? –preguntó Chloe incrédula.
–Ian.
–Ah, bueno. Ian no es lo suficiente inteligente como para saber lo maravillosa que eres. Me apuesto algo a que estabas guapísima.
–Sí, pero eso no cambia el hecho de que él ya estaba con otra mujer.
Alex le quitó el vestido de la mano a Chloe y se dirigió hacia la puerta del vestidor. Lo colgó.
–Pues tienes que donarlo. Inmediatamente –afirmó. Entonces, fue a buscar un vestido muy diferente–. ¿Qué te parece este? Es precioso. Impecable. Y aún tiene la etiqueta puesta, por lo que espero que no haya ningún mal recuerdo asociado a él.
Alex lo sacó de la percha y se lo ofreció. Era un vestido dorado, sin tirantes, con un cuerpo muy estructurado y unas pailletes metálicas cosidas a la falda, que era de gasa con mucho vuelo.
–Vaya, se me había olvidado que lo tenía. Lo compré en un impulso. Estaba rebajado y pensé que era demasiado bonito como para dejarlo en la tienda.
Taylor se acercó y tocó suavemente la tela. Tenía un hermoso drapeado y relucía bajo la luz. Además, recordó lo bien que hacía destacar su no excesivo busto.
–Creo que podría funcionar.
Chloe sacó un par de sandalias doradas.
–Estas te van a la perfección.
–Está bien. Supongo que ya tenemos vestido.
–Gracias a Dios –dijo Chloe–. Ahora, vamos a prepararte.
Chloe y Alex ayudaron a Taylor a vestirse y luego empezaron a escoger los accesorios. Se decantaron por lo sencillo y eterno, es decir, el oro con diamantes. Se decidieron por un collar con pendientes a juego que había pertenecido a la abuela de Taylor. Cuando Taylor se miró en el espejo, se sintió fuerte y segura de sí misma, pero eso no la tranquilizó. Se había sentido segura de muchas cosas en el pasado y siempre se había equivocado.
–Tengo un buen presentimiento sobre esta noche –dijo Alex–. Roman Scott se va a quedar anonadado por tu belleza.
–Y por tu idea de negocio –añadió Chloe.
Taylor tensó los hombros.
–Lo último es precisamente lo que me preocupa.
–¿Estás segura de que no quieres que te acompañemos ninguna de las dos? –le preguntó Alex.
–Yo no puedo –anunció Chloe–. Tengo planes con Parker –añadió. Sacó el teléfono y lo consultó, seguramente para ver si tenía algún mensaje de su prometido, Parker Sullivan.
Taylor y Alex intercambiaron miradas muy significativas. Para ser dos personas que habían jurado que no creían en el amor ni en el compromiso, Chloe y Parker eran inseparables y estaban completamente enamorados. Alex esperaba encontrar lo mismo para sí algún día, pero Taylor ya estaba del todo convencida de que había gastado ya todas sus oportunidades en el amor.
–¿Algo romántico? –le preguntó Taylor.
–No –respondió Chloe–. Vamos a cenar en nuestra casa con Jessica, la investigadora privada de Parker. Él quiere que siga investigando lo de Little Black Book. Está totalmente obsesionado. Dice que son la maldad en estado puro y espera poder detenerlos.
Little Black Book era una cuenta de redes sociales que contaba con millones de seguidores. Se especializaba en destapar escándalos secretos de los ricos y poderosos. Al principio, había parecido que Little Black Book se centraba en temas que no estaban relacionados los unos con los otros. Sin embargo, últimamente habían descubierto que sus ataques tenían algo en común, un algo que resultaba bastante preocupante para Taylor, Chloe y Alex. Parecía que todas las personas que se convertían en blanco de sus ataques tenían algo que les relacionara con la Escuela Baldwell o la Academia Sedgefield, una escuela para chicos que estaba a poca distancia de Baldwell. Parker y la madre de Chloe habían sido los primeros en darse cuenta.
–No puedo decir que no esté de acuerdo con él… –dijo Alex.
–Es cotilleo nada más. No se le puede dar demasiada importancia porque solo les das más oxígeno. Tarde o temprano siempre se centran en algo nuevo. Siempre –comentó Taylor.
–No. Te equivocas. El cotilleo puede destruir la vida de una persona –afirmó Alex frunciendo el ceño.
Taylor se dio cuenta de lo insensible que había sido. Los tabloides habían convertido a Alex en su objetivo cuando ella canceló su boda. Taylor no iba a mencionar que Alex lo había sobrevivido a todo y que, en aquellos momentos, la vida le sonreía.
–Tienes razón. Lo siento.
–Bueno, sea como sea, debería marcharme –anunció Chloe–. A Parker no le gusta que llegue tarde.
–No pasa nada. Gracias por ofrecerte a venir conmigo esta noche, Alex, pero tengo que hacer esto sola –afirmó Taylor–. Espero que las dos sepáis lo mucho que os agradezco vuestra ayuda y apoyo. Os quiero mucho –añadió, mientras les daba a ambas un fuerte abrazo.
–Nosotras también te queremos –dijo Chloe.
–Siempre –apostilló Alex mientras las dos se dirigían hacia la puerta–. Buena suerte. Sabemos que podrás conseguirlo.
–Gracias. Ya os contaré.
Taylor tomó unos cuantos objetos esenciales, los metió en el bolso de noche que iba a llevar a juego con el vestido y bajó para encontrarse con su chófer. Mientras el coche avanzaba, decidió ignorar su nerviosismo. Roman Scott era solo un hombre. Iba a pujar por él en una rifa benéfica e iba a ganar costara lo que le costara.
Cuando llegó al hotel en el que se iba a celebrar la subasta, no dudó. Tomó la escalera mecánica que llevaba a la primera planta, en la que se encontraba el salón de baile, recogió su paleta para pujar y tomó asiento en la primera fila. La actividad en la sala era frenética. Los asientos se iban llenando poco a poco con personas ricas y poderosas, la mayoría de las cuales eran mujeres.
En el momento en el que Fiona Scott, la maestra de ceremonias, ocupó su lugar en el escenario, Taylor se quedó totalmente pendiente de ella. Taylor, tan diligente como siempre, había averiguado que Fiona era la cuñada de Roman Scott, dado que estaba casada con Derrick Scott, el hermano mayor de este. Estaban a punto de aumentar la familia, Fiona estaba embarazada de siete meses.
–Señoras y señores, estoy encantada de que esta noche se encuentren aquí para apoyar mi fundación, cuyas donaciones van dirigidas a varias enfermedades raras –dijo Fiona–. Les prometo que no se sentirán desilusionados con lo que vamos a ofrecerles esta noche, una selección increíble de los hombres más generosos que puedan imaginar. Ahora, antes de que empecemos con la subasta, me encantaría abrirles el apetito para lo que va a ocurrir. Caballeros, ¿les importaría salir?
El telón de terciopelo se abrió y, uno a uno, empezaron a salir al escenario varios hombres muy atractivos vestidos de esmoquin. Todos los presentes se pusieron de pie y empezaron a aplaudir mientras que los flashes disparaban para tomar las instantáneas que inmortalizarían aquel momento. Muchos de los hombres respondieron con una sonrisa e incluso saludando con la mano. Otros, se limitaron a guiñar un ojo o a dedicar una mirada arrebatadora a los presentes. Todos eran muy conocidos. Actores de Hollywood, peces gordos de Wall Street y grandes empresarios. Incluso había algunos modelos, lo que no supuso una gran sorpresa, dado que las pujas empezaban a partir de la considerable suma de veinticinco mil dólares. Fiona Scott tenía la intención de conseguir mucho dinero para sus obras benéficas.
El corazón de Taylor se aceleró cuando vio a su objetivo. Se irguió un poco más cuando Roman Scott apareció en el escenario. Era mucho más alto en persona de lo que había imaginado, aunque sabía que medía casi un metro noventa de altura. Además, parecía que las fotografías no le hacían justicia, como si las cámaras no pudieran captar la magia de su fuerte mandíbula, de su recta nariz y de sus maravillosos ojos. En el cabello oscuro, muy espeso, habían empezado ya a aparecer unas canas muy atractivas e incluso desde la distancia se apreciaba perfectamente que sus ojos eran del azul más profundo que ella pudiera imaginar. Tenía una deliciosa mezcla de masculinidad y de misterio que ella esperaba que fuera la clave para su futuro.
Roman desapareció por el otro lado del telón con la misma rapidez que había entrado en el escenario. Taylor volvió a sentarse y se dio cuenta de que la respiración se le había acelerado. Una parte de ella se moría de ganas de que empezara la subasta para poder estar por fin a solas con Roman Scott, pero otra se sentía totalmente aterrorizada.
Roman Scott, en persona, era mucho más tentador de lo que había creído posible.
La palabra humillación no alcanzaba a describir lo que Roman Scott estaba sintiendo. Al bajar del escenario, se dirigió directamente al lugar en el que estaba Derrick, su hermano.
–¿Me harías el favor de recordarme en el futuro que nunca nunca os haga un favor a tu esposa o a ti?
Roman se tiró de la pajarita que parecía estar asfixiándolo. Se había vestido de gala en muchos eventos, pero había algo en aquel esmoquin en particular que le hacía sentirse como si se estuviera ahogando vivo.
–Venga ya, hombre. Es para una buena causa –replicó Derrick antes de tomar un sorbo de bourbon. Para él resultaba fácil sentir que la subasta era para una buena causa; no tenía que participar.
–Dame –dijo Roman de repente. Extendió la mano y agarró el vaso de la mano de su hermano. Se tomó de un trago lo que quedaba. La sensación de quemazón fue exactamente la que esperaba, pero no sirvió de nada para calmar sus nervios–. ¿Hay más en algún sitio? Me vendría muy bien tomarme otro.
Derrick rodeó los hombros de su hermano con un brazo.
–No te preocupes. Prácticamente ha terminado. Solo tienes que salir una vez más a ese escenario, dejar que unas cuantas mujeres pujen por ti, decir hola, charlar un rato y luego organizar una cena. Creo que hay cosas mucho peores.
Roman aspiró profundamente. Sabía que lo que su hermano estaba diciendo era cierto, pero, aun así, no le ayudaba.
–No me gusta ser el centro de atención. Ya lo sabes. Y hay tanta prensa en esa sala… Solo pensarlo me pone enfermo.
Derrick suspiro y le dio a su hermano una palmada en el hombro.
–Lo sé y lo entiendo, pero también hay actores y modelos, de los que sin duda los fotógrafos también estarán pendientes. Dudo que se fijen demasiado en ti.
La historia que Roman tenía con los medios de comunicación era larga y no totalmente agradable. Había descubierto que el único modo de mantenerse al margen era permanecer en las sombras y proteger con fiereza su intimidad. Solo había accedido a la subasta por amor y compromiso con su hermano y su cuñada.
–Espero que tengas razón…
–Voy a ir a sentarme. Buena suerte –le dijo Derrick mientras le daba un fuerte abrazo.
–Ni siquiera sé cómo sería tener buena suerte en esto, pero gracias.
Derrick se marchó y Roman comenzó a pasear de arriba abajo entre bastidoresmientras esperaba su turno. Sus propios pensamientos lo mantenían tan preocupado que le impedían oír lo que estaba ocurriendo al otro lado del telón. Tenía mucho trabajo que podría estar haciendo en aquellos momentos, como su nuevo hotel, un proyecto en el que Derrick y él estaban trabajando juntos allí en Manhattan y que estaba resultando ser profundamente satisfactorio. Los dos hermanos eran muy buenos amigos y estaban muy unidos. Derrick había ayudado a Roman a superar sus momentos más difíciles cuando este, con poco más de veinte años, sintió que su vida se desmoronaba por completo. Perdió a la única mujer a la que había amado en toda su vida en un trágico accidente y, después de su muerte, descubrió que ella lo había traicionado. Para empeorar aún más las cosas, un periodista sin escrúpulos descubrió todos los detalles e hizo todo lo posible para que la vida de Roman se convirtiera en un infierno. Derrick estuvo siempre a su lado para defenderlo de los ataques de la prensa mientras él lograba asimilar lo que había ocurrido.
En aquel momento, una tramoyista se acercó a Roman.
–Señor Scott –le dijo–. Es usted el siguiente.
–Genial –respondió él, deseando que acabara todo aquello lo antes posible–. ¿Hay algo que deba saber?
–¿Sonreír y estar guapo?
Roman sonrió.
–Haré todo lo posible.
Se dirigió hacia la apertura que había en el telón y esperó hasta que escuchó su nombre. Entonces, la tramoyista apartó el telón para que pudiera salir. Con grandes zancadas, llegó hasta el centro del escenario. La presencia de Fiona sirvió para ayudarle a calmar sus nervios.
–Ahora, señoras, tenemos un candidato muy especial. Se trata de mi guapo, exitoso y soltero cuñado, Roman Scott.
Roman sonrió y saludó. Deseó que el tiempo corriera más rápido.
–Al igual que con el resto de los caballeros, empezaremos por veinticinco mil dólares.
Una mujer rubia de la primera fila levantó su paleta.
–Veinticinco mil –anunció.
–Veintiséis –replicó una mujer morena, algo más atrás.
La rubia cruzó las piernas y volvió a levantar la paleta. La raja del vestido se abrió un poco más, revelando un atractivo y contorneado muslo.
–Treinta.
Por primera vez aquella noche, Roman descubrió que estaba disfrutando de la atención. La mujer de la primera fila, que tenía una larga melena rubia y llevaba un vestido dorado, era muy hermosa. Además, tenía un cierto aire que indicaba que no aceptaba tonterías. Y eso le gustaba. Mucho.
–Treinta y cinco –contraatacó la segunda mujer.
–Cincuenta –dijo la rubia inmediatamente.
Todos los presentes quedaron en silencio.
–Dios mío, Roman –comentó Fiona–. Parece que se han enzarzado en una batalla de pujas –añadió asombrada.
–Cincuenta y cinco.
Una tercera mujer se unió a la pelea desde la parte trasera de la salsa. Y se vio inmediatamente secundada por una cuarta.
–Sesenta.
Roman sentía que la cabeza le daba vueltas. Ciertamente, se había desatado una batalla. Fiona le había dicho que ocurría en ciertas ocasiones, cuando los que pujan se centran más en derrotar a su oponente que en el dinero que van a pagar. Había estado totalmente seguro de que él no se convertiría en el objeto de una situación así.
La segunda mujer volvió a la carga. Ofreció setenta y cinco mil. Una vez más, la sala quedó en silencio.
–La puja es de setenta y cinco mil dólares, que es la más alta en nuestra historia. ¿Tengo alguna otra interesada? –preguntó Fiona mientras miraba a su alrededor–. Entonces, setenta y cinco mil dólares a la una… a las dos…
–Doscientos –anunció la rubia.
Todos los presentes contuvieron la respiración.
–Oh… vaya… –dijo Fiona.
Roman sintió que el corazón le latía en la garganta. Aparentemente, la mujer del vestido dorado iba en serio y quería una cita con él. En realidad, le habían ocurrido cosas mucho peores. Lo que le preocupaba era la expectación que se estaba creando entre los fotógrafos y periodistas que cubrían el acto. Una puja que fuera el doble del récord podría significar que aquella noche no tuviera el final que había deseado.
–Eso es absolutamente maravilloso –exclamó Fiona–. ¿Tengo alguna otra puja? –quiso saber mirando de nuevo a su alrededor. Entonces, se volvió a mirar a la rubia del vestido dorado–. A la una… a las dos… Vendido por doscientos mil dólares –añadió. Entonces, besó a Roman en la mejilla y lo miró con admiración–. A partir de ahora, vas a hacer esta subasta todos los años, ¿de acuerdo?
Roman negó con la cabeza.
–El año que viene prefiero extenderte un cheque.
Fiona sonrió.
–En serio. Muchas gracias. Ahora, ve a conocer a la ganadora.
Roman descendió las escaleras sumido en un estado de asombro absoluto. Se dirigió a la mujer y, con cada paso que daba, era más consciente de su belleza ¿Por qué iba a querer una mujer tan hermosa gastarse tanto dinero para salir con él? Desgraciadamente, no tenía tiempo para pensar en las posibles respuestas. Los fotógrafos los rodearon inmediatamente, haciéndoles fotografías frenéticamente.
–Vamos –dijo. Agarró la mano de la mujer y se dirigió rápidamente a la parte trasera del salón.
–¿Adónde vamos? –quiso saber ella.
Roman no tenía tiempo para conversar. Necesitaba alejarse de la prensa. Su cuerpo le decía que corriera. Avanzaba entre los presentes, tirando de la mujer y apartando las sillas o zigzagueando entre ellas para hacer que resultara más difícil que los siguieran.
–Tenemos que alejarnos de los buitres, ¿te parece bien?
–Si les permites que te hagan algunas fotografías, se marcharán.
La mujer se detuvo en seco. Estuvo a punto de descoyuntarle el brazo a Roman. Él vio que los fotógrafos iban ganando terreno. Un pánico familiar se apoderó de él y le quemó la garganta.
–No. Tenemos que marcharnos ahora.
Echó a correr por una puerta lateral y dejó que ella decidiera si iba detrás o no.
–¿Puedes ir más despacio? –gritó ella tras echar a correr detrás de él.
–No hay tiempo. Tenemos que alejarnos de ellos.
Roman volvió a tomarle la mano y juntos echaron a correr por el vestíbulo. Salieron por la entrada del hotel y luego siguieron corriendo por la acera.
–Son solo tabloides. Yo estoy acostumbrada a ellos –dijo la mujer–. Siempre nos están acosando a mis amigas y a mí.
Roman dobló rápidamente una esquina. Se preguntó quién era aquella mujer. Se lo preguntaría a ella en cuanto tuviera oportunidad.
–Te ruego que no le excuses.
Vio a su chófer de pie junto a su limusina. Entonces, miró por encima del hombro y comprobó que aún los seguían.
–Mi chófer me está esperando un poco más adelante. Creo que es mejor si simplemente nos largamos de aquí.
–¿Por qué me da la sensación de que no tengo elección? Me temo que, si te dejo escapar, no volveré a verte.
Roman se sintió mal. Decidió que tendría que explicarle su reacción. En algún momento.
–Te prometo que haré que merezca la pena.
Le agarró la mano y apretaron la carrera hasta llegar a la limusina. El chófer ya tenía la puerta abierta. Roman la ayudó a entrar plantándole la mano firmemente en el trasero y empujándola. Ella aterrizó con un golpe seco sobre el asiento. El vestido se le había enredado entre las piernas. Roman se sentó junto a ella y cerró la puerta.
–¿A esto era a lo que te referías con lo de que harías que me mereciera la pena? –le espetó ella mientras se apartaba el cabello del rostro con un soplido y trataba de colocar la voluminosa falda del vestido.
–No, lo siento. Eso ha sido un accidente –respondió Roman. Justo en aquel momento, el coche arrancó a toda velocidad.
–No me puedo creer que he pagado casi un cuarto de millón de dólares para salir corriendo por un callejón a pesar de llevar tacones y para que luego me agarres el culo –replicó ella
–Exactamente. ¿Por qué pujaste tan alto? Esa esa la razón real de que esos fotógrafos hayan decidido seguirnos.
–Algunos hombres se sentirían muy halagados –repuso ella mirándole de una manera que sugería que su comportamiento era ridículo.
Roman contuvo el aliento. Respiro profundamente y consiguió que el corazón le volviera a su velocidad normal.
–Lo siento. Sí que me siento halagado. De verdad que lo estoy. Sin embargo, también me siento perplejo. No sé quién eres, pero no creo que tengas problema alguno para conocer hombres o conseguir que alguien quiera salir contigo.
–¿Perdona? Te recuerdo que no me conoces en absoluto.
–Solo tienes que mirarte –dijo Roman. La miró a los ojos y sintió como si ella pudiera ver a través de él–. Eres muy hermosa.
Ella apretó los labios con fuerza, pero no parecía estar sonriendo. Más bien era como si estuviera tratando de contener un gesto de dolor.
–Gracias, pero no necesito que me digas esa clase de cosas, ¿de acuerdo?
–De acuerdo…
–Y, para que conste, ser hermosa, bonita o simplemente mona no significa que se tenga una vida amorosa decente.
Roman sintió que había mucho más que eso, pero tan solo acababan de conocerse y no quería husmear.
–Entendido.
–Mira, he pagado mucho dinero para poder hablar contigo y tengo la intención de hacer que me merezca la pena.
–¿Qué es lo significa eso exactamente?
Ella se volvió para mirarle y extendió la mano.
–Me llamo Taylor Klein y me he pasado las últimas semanas tratando de ponerme en contacto contigo.
–¿Conmigo? No lo comprendo.
–Te necesito por tu cerebro. Y por tu creatividad.
–Entonces, ¿no quieres salir a cenar conmigo?
–No especialmente, sobre todo si en lo que tú estás pensando es en vino, velas y todo eso.
Roman se sintió totalmente confundido. E intrigado. ¿Aquella mujer tan exquisita no buscaba romance? ¿Solo quería su cerebro?
–Está bien. Cuéntame. Soy todo oídos.