Una jugada perfecta - Karen Booth - E-Book

Una jugada perfecta E-Book

Karen Booth

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Beschreibung

Estaban separados por intereses contrapuestos… Y unidos por el deseo Paige Moss estaba abriéndose camino en el mundo del deporte con su agencia para deportistas femeninas de élite, pero el guapísimo Zach Armstrong, su rival más destacado, estaba dispuesto a robarle la clientela. Cuando se encontraron en una feria deportiva en Las Vegas para aclarar las cosas, la atracción que nació entre ellos condujo a una noche de pasión. Y, a pesar de la rivalidad, no pudieron resistirse a mezclar los negocios con el placer...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Karen Booth

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una jugada perfecta, n.º 2187 - septiembre 2024

Título original: Their After Hours Playbook

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410740280

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

La propuesta de Zach Armstrong estaba casi completa. Cincuenta y siete páginas, junto con veinticuatro gráficos y diagramas. Era una hoja de ruta para impulsar a su agencia, Armstrong Sports, hacia el siglo XXI y adelantarse a la competencia. No iba a ser fácil, pero ahora era el director ejecutivo, el jefe. Había estado esperando esa oportunidad durante toda su vida.

Con más de ochenta empleados, incluidos treinta agentes deportivos, cientos de clientes, muchos de ellos famosos, y una lujosa oficina en Manhattan, era una responsabilidad enorme. Todos dependían de él, pero Zach aceptó el desafío. El hecho de que su trabajo reuniese las tres cosas que más amaba en el mundo, los deportes, ser agente y su familia, era la inspiración y el aliento que necesitaba para triunfar.

Su ayudante, Teri, entró en el despacho en ese momento. Alta y esbelta, llevaba el pelo castaño en una melena corta y parecía vestir siempre de gris. Habían trabajado juntos desde sus primeros días en el Departamento de marketing y Teri le enseñó los entresijos de la empresa hasta que pasó a ser agente, de modo que era justo que la llevase con él cuando se mudó a la planta de los ejecutivos.

–¿Hay algo más que pueda hacer por ti antes del Draft?

Teri se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho.

Zach miró la hora en la pantalla de su ordenador. El Draft de la Liga Profesional de Baloncesto Femenino, LPBF, el proceso de selección por el que las mejores jugadoras eran asignadas a los diversos equipos, tendría lugar en poco más de una hora.

–El día ha pasado volando. Tengo que irme.

–Aún no puedo creer que estés haciendo esto, pero me alegro de que quieras sacar a la agencia de la Edad de Piedra.

Teri había trabajado para Armstrong Sports durante casi veinte años y era consciente de que allí las cosas nunca parecían cambiar. Un ejemplo: en toda la historia de la empresa, menos del uno por ciento de los clientes habían sido mujeres deportistas.

–Para crecer hay que hacer cambios y yo estoy decidido a convertir a Armstrong Sports en la agencia de representación deportiva más importante del país. Se lo debo a mi padre.

El padre de Zach era, en realidad, su padrastro, Tom Armstrong, que había sido el director ejecutivo de la empresa hasta tres semanas antes, cuando sufrió un infarto.

Teri entró en el despacho y señaló una de las sillas frente al escritorio.

–¿Puedo?

–Por supuesto.

–¿Es así como planeas venderle esto a Tom, como una estrategia de crecimiento? –preguntó, dejándose caer sobre la silla y cruzando las piernas.

–¿El hecho de que vaya al Draft de la LPBF?

–Nadie ha asistido nunca a ese evento. Tom no sabe que vas a ir, ¿verdad?

Zach sacudió la cabeza y apagó el ordenador.

–No, no lo sabe.

–El Draft se televisa a nivel nacional. ¿Qué pasaría si aparecieses en pantalla?

Era ridículo que esa parte del plan fuese controvertida, pero así era. Según su padre, solo tenía sentido centrarse en los deportistas masculinos, ya que ganaban más dinero, pero los tiempos estaban cambiando y Zach tenía intención de crear una lista de clientes mucho más diversa. Si no lo hacían, Armstrong podría quedarse atrás.

–Con un poco de suerte, nadie me verá. Y si lo hacen, me encargaré de dar las explicaciones oportunas. Mañana por la noche cenaré con Tom y le presentaré mi plan.

–¿Cómo crees que se lo va a tomar?

En realidad, Zach no estaba seguro. Tom analizaría los aspectos económicos de sus nuevas ideas, pero tenía órdenes estrictas de no enfadarlo para que su presión arterial no se alterase.

–Voy armado de números, montones de números. Tom me escuchará.

–¿Vas a decirle que quieres contratar más mujeres como agentes?

–Por supuesto, pero será mucho más fácil si puedo mencionarte a ti como una de ellas.

–No, nada de eso. Me encanta apoyarte en la oficina, pero yo no soy un tiburón como tú.

–Yo no soy un tiburón, Teri. Soy más bien un castor, siempre trabajando.

–Suave y tierno por fuera, ya lo sé. ¿Pero harás cualquier cosa para conseguir lo que quieres?

Zach rio.

–Nada se interpondrá en mi camino.

–Seguro que eso es lo que más le gusta a Tom –comentó Teri.

Zach esperaba que fuese cierto. Aunque Tom no era su padre biológico, pensaba en él de esa manera porque era el único padre que había conocido. Su madre se había casado con Tom cuando él solo tenía dos años.

–Supongo que ya veremos, ¿no?

–Seguro que sí –Teri se enderezó en el asiento–. Te desearía buena suerte, pero no creo que la necesites. Algo me dice que te irá muy bien en una sala llena de mujeres.

Zach rio de nuevo. Tenía fama de utilizar su encanto, pero nunca de modo intencionado. No era culpa suya que las mujeres se sintiesen atraídas por él. Y nadie podría criticarlo por aprovecharse de eso.

–A algunas no les hará gracia verme allí.

–Déjame adivinar. ¿Paige Moss?

–A Tom nunca le ha gustado y, al parecer, el sentimiento es mutuo.

Zach recordó lo que su padre solía decir: «Cuidado con Paige Moss, es una víbora».

Nunca había entendido por qué le desagradaban tanto Paige y su agencia. Claro que Tom siempre tenía mala opinión de otros agentes. Todos ellos eran el enemigo para su padre, pero Zach no lo veía de ese modo. Sí, eran la competencia, pero en su opinión era mejor llevarse bien con todo el mundo. Ser amable podía generar dividendos. Y si alguna vez tenías que jugársela a alguien, con suerte recordaría que no eras del todo malo.

–Tengo que irme.

–Buena suerte –dijo Teri–. Espero un informe completo mañana.

Zach salió del despacho y se dirigió al ascensor, saludando a varios empleados. Su nuevo agente, Derek James, estaba hablando por teléfono y, al verlo, sonrió de oreja a oreja. Derek, que estaba ansioso por ascender en la empresa, le caía bien, aunque a veces pudiera ser un poco excesivo. En cambio, otros empleados no fueron tan atentos porque no todos estaban entusiasmados con su ascenso. De hecho, algunos estaban resentidos con él, y era lógico. Después de todo, solo tenía treinta años y algunos agentes habían trabajado en Armstrong durante toda la vida. Pero Zach no podía permitir que su fría actitud lo disuadiera. Tarde o temprano se ganaría la confianza de todos, estaba seguro.

Tomó el ascensor hasta la planta baja del edificio y se dirigió al hotel donde se llevaría a cabo el Draft. Era un bonito día de abril y agradeció la oportunidad de salir de la oficina. Había estado encerrado allí todo el día, e incluso él podía admitir que trabajaba demasiado. Se abrió paso entre la gente en Times Square y cruzó Broadway para llegar al hotel, recordándose a sí mismo que estaba a punto de hacer grandes cambios y eso era bueno.

Colgándose al cuello el pase de acceso que había obtenido gracias a un amigo, entró en el salón de baile donde se llevaría a cabo el Draft. La música sonaba por los altavoces y el salón estaba lleno de gente y de globos. Parecía una fiesta de Nochevieja más que un evento profesional.

En un extremo había un gran escenario adornado con un telón de fondo y un podio de la liga de baloncesto. Frente al escenario, docenas de mesas redondas para las principales candidatas, así como para sus familiares y agentes. El perímetro de la sala estaba rodeado de gradas repletas de fans y los reporteros deambulaban de un lado a otro, hablando con las candidatas mientras esperaban que empezase el proceso.

El plan de Zach era simple: hablar con tantas jugadoras como fuera posible y felicitarlas a ellas y a sus familias. Reconocería su arduo trabajo y su dedicación y les aseguraría que Armstrong Sports estaba lista para lanzarse de cabeza a los deportes femeninos.

Estaba a punto de hacerlo cuando vio a Paige Moss charlando con Alexis Simmons, su cliente estrella, quien, según todas las proyecciones, sería la número uno en el Draft. Supuestamente, debía temer a Paige, pero no la temía. Sobre todo porque sus peligrosas curvas, envueltas en un ajustado vestido negro, eran irresistibles. Su brillante pelo rubio estaba recogido en una coleta alta que se movía adelante y atrás mientras hablaba, como si fuera un látigo.

No se conocían personalmente, pero la había visto en muchas fotografías y era aún más guapa en persona. Sexy, tentadora. Otro hombre la habría evitado, pero Zach no tenía intención de hacerlo. Se enfrentaría a la competencia de frente y disfrutaría de esas deliciosas curvas mientras lo hacía.

Paige Moss tenía muchos motivos para sentirse en la cima del mundo esa noche. Su cliente, Alexis Simmons, una de las bases más talentosas del mundo del baloncesto, probablemente sería la número uno en el Draft. Era el «probablemente» lo que la tenía tan nerviosa. No todo le había ido bien en los últimos años, ni personal ni profesionalmente; su divorcio, su enemistad con Tom Armstrong y, más recientemente, el fallecimiento de la persona que la inspiraba, su madre.

Desearía poder tener alguna garantía esa noche. Desafortunadamente, no había garantías en el mundo de las agencias deportivas.

–¿Por qué no te sientas, Paige? Debería ser yo quien estuviera nerviosa.

Alexis estaba tecleando en el móvil con sus largas uñas acrílicas. No las usaba durante la temporada de baloncesto por razones obvias, pero se las ponía cuando llegaba el momento de vestir de modo elegante. Y Paige lo entendía. Alexis parecía una modelo, altísima y esbelta, con largas trenzas negras, altos pómulos y una tez oscura absolutamente impecable. Las largas uñas eran el toque perfecto.

Paige pasó un brazo por los hombros de su cliente.

–No estoy nerviosa sino emocionada por ti. Este es el resultado de tantos años de trabajo. Espero que sepas que, aunque este es tu gran momento, solo es el primero de muchos.

Alexis sonrió.

–Gracias, Paige. Gracias por estar siempre ahí para mí. Nunca lo olvidaré.

–No tienes nada que agradecer, solo estoy haciendo mi trabajo.

Aunque ser agente deportivo era mucho más que un simple trabajo para ella. Era una carrera que lo consumía todo y no podía imaginarse haciendo otra cosa. Adoraba los deportes y, sobre todo, a las deportistas profesionales. Y todo eso se lo debía a su madre.

Suspirando, se giró para inspeccionar la sala y fue entonces cuando vio a un hombre que la hizo contener el aliento. Y no solo porque fuese irrazonablemente guapo. O sus ojos la engañaban o era Zach Armstrong.

–¿Qué está haciendo aquí? No tiene ninguna razón para venir a este evento.

Alexis levantó la mirada de su móvil.

–¿Quién?

Paige sacudió la cabeza. Debería apartar la mirada, pero no podía hacerlo. En parte porque era muy agradable mirarlo, pero sobre todo porque estaba desconcertada. La agencia de Zach no fichaba a mujeres deportistas.

–Un agente que no tendría por qué estar aquí, Zach Armstrong. Ahora es el director de Armstrong Sports, la agencia más misógina en la historia del deporte.

–¿Zach Armstrong? Me ha enviado un ramo de flores.

Paige giró la cabeza de golpe.

–¿Perdona? ¿Zach ha hecho qué?

Alexis se encogió de hombros.

–Me envió flores con una tarjeta deseándome lo mejor para el futuro. Pero mucha gente me ha enviado flores.

–¿Otros agentes?

Alexis lo pensó un momento.

–No.

Paige sintió que le hervía la sangre.

«Respira, no pasa nada».

–Vuelvo enseguida.

–No tardes. Hemos trabajado demasiado como para que te pierdas mi selección.

–Prometo no perdérmela. Vuelvo en cinco minutos.

Paige atravesó el salón, pensando en su pésima relación con Tom Armstrong. Ahora que Tom había sido marginado, ¿pensaba Zach que podría robarle a Alexis? ¿Creía que podía aparecer en el Draft con la engreída sonrisa del heredero de Armstrong Sports y robar clientes a otros agentes? ¿Qué diablos estaba haciendo allí?

–Eres Zach Armstrong –le espetó cuando llegó a su lado.

No era una pregunta.

–Lo soy –dijo él–. Y tú eres Paige Moss.

Tenía una voz ronca, cálida y varonil.

–Mentiría si dijera que no me sorprende verte aquí.

–Y yo mentiría si dijera que no estoy encantado de verte.

Entre sus anchos hombros y su considerable estatura parecía bloquear la luz, pero Paige se dio cuenta de que estaba mirando el escote de su vestido.

«Da igual, que mire». No sería el primer hombre que se enamoraba de sus pechos.

–No me vengas con eso. No estás encantado de verme. ¿Por qué estás aquí? ¿Tan mal van las cosas en Armstrong que has venido por la barra libre?

Zach soltó una carcajada que le pareció irresistiblemente masculina. Cuando volvió a mirarla, sus ojos azul grisáceo parecían estar mirando directamente en su alma. Era curioso, pero se había sentido mucho menos expuesta cuando le miraba el pecho.

–He venido porque quiero ampliar la cartera de clientes de Armstrong Sports.

–Sabes que las deportistas que están aquí esta noche son mujeres, ¿verdad? Tu agencia no se aventura en esas aguas. Tu padrastro se encargó de eso.

–Ahora estoy yo a cargo de la agencia.

–¿Y has decidido empezar robándome a una de mis clientes?

Zach dejó de sonreír.

–No sé de qué estás hablando.

Respirando hondo, Paige se acercó un poco más para mirarlo de frente.

–No le envíes flores a mis clientes. Conozco a Alexis Simmons desde que iba al instituto. Acudí a todos sus partidos, conozco a sus abuelos, a sus hermanos…

Zach se encogió de hombros.

–Le envié flores y una nota de felicitación, nada más. Era una especie de carta de presentación porque quiero que las mujeres importantes del mundo del deporte sepan quién soy. No hay nada siniestro en ello.

–Si tu agencia se tomase esto en serio las habría apoyado desde el principio.

Paige hablaba con verdadera pasión porque a menudo dedicaba años a sus clientes antes de ficharlas para su agencia.

–Sé que no aprecias la actitud miope de mi padre sobre las mujeres deportistas. ¿Por qué te molesta que intente cambiar las cosas?

Paige estaba resentida con Tom, que la había saboteado en más de un sentido a lo largo de los años, y no se fiaba nada de su hijo.

–Todo esto es inesperado.

–¿Te preocupa la competencia? ¿Temes no estar a la altura ahora que hay un nuevo competidor?

Paige no podía creer que aquello estuviera pasando. Detestaba la visión de Tom Armstrong sobre las mujeres en el mundo del deporte, pero la realidad era que no tener que competir con su agencia la había ayudado.

–No te tengo ningún miedo. Te asfixiaré.

Por un instante, se preguntó si él disfrutaría de estar privado de aire enterrando la cara en su escote. Pero no. No debería pensar esas cosas.

–Me alegra saber que no vas a ponérmelo fácil.

Paige torció el gesto.

–Debo irme. El proceso de selección empezará pronto y tengo que estar con Alexis.

Paige se dio la vuelta, pero Zach la tomó del brazo y ver esos dedos largos y fuertes apretando su carne hizo que sintiera un escalofrío.

–Paige, espera. ¿Te veré en Las Vegas?

–¿En Las Vegas?

–En la feria del deporte de Las Vegas, el mayor evento del año para los agentes deportivos. Es la mejor oportunidad para conseguir los grandes contratos publicitarios que buscan todos los deportistas de élite.

Paige sabía perfectamente lo que era, pero estaba despistada por el roce de sus dedos. La mano de Zach le estaba haciendo cosas raras y eso no podía ser. Zach Armstrong no era solo el enemigo sino un hombre al menos diez años más joven que ella.

–Por supuesto que iré a Las Vegas.

–Estupendo. Quizá podríamos tomar una copa o cenar juntos.

Paige sintió una desconcertante ola de calor entre las piernas. Necesitaba alejarse de aquel hombre lo antes posible.

–Siempre estoy muy ocupada en Las Vegas.

Era mentira. A menudo, la feria era un desastre.

–Me alegro por ti.

Las luces del salón se oscurecieron y Paige miró su mano.

–Tengo que irme. La selección está a punto de empezar.

Zach soltó su brazo por fin.

–Buena suerte para tu cliente. Te veré en Las Vegas.

«Señor, ayúdame».

–Sí, tal vez.

Paige se alejó corriendo y se dirigió a la mesa de Alexis.

–Te dije que volvería a tiempo.

Tenía que hacer un esfuerzo para respirar y todo por culpa de Zach.

–He estado leyendo algo sobre Zach Armstrong mientras te esperaba. Al parecer, su agencia consigue muchos contratos publicitarios importantes –dijo Alexis–. ¿Por qué nunca hemos hablado de eso?

–Porque hemos estado concentradas en llegar hasta aquí. Esta es la noche, Alexis.

–Yo creo que ya me toca conseguir un buen contrato, ¿no? Especialmente si me reclutan con el número uno.

Paige tragó saliva. Los contratos publicitarios para las deportistas eran siempre un problema, pero estaba dispuesta a hacer un esfuerzo adicional por Alexis ya que era su cliente más importante.

–No podría estar más de acuerdo. Esa será mi prioridad en la feria de Las Vegas, dentro de dos semanas.

–Estupendo. Estoy deseando saber qué contratos puedes negociar para mí.

Cuando el comisionado de la liga de baloncesto subió al escenario, Paige tenía el corazón en la garganta. Entre Zach Armstrong invadiendo su territorio, excitándola al mismo tiempo, y el trabajo que debía hacer para conseguir el mejor contrato posible para Alexis, la presión era tremenda.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Al parecer, a Zach Armstrong le encantaba enviar flores. Sentada en su despacho, con los ojos enrojecidos después de la fiesta de la noche anterior, Paige admiraba las impresionantes orquídeas blancas de la floristería más lujosa de Manhattan. Flora era propiedad de la socialité Alexandra Gold, quien no solo tenía un talento incomparable para el diseño floral sino también un gusto impecable. Todo lo que salía de su tienda era de la mejor calidad, incluido el papel con textura de lino de la tarjeta. El mensaje de Zach era simple, directo.

 

Felicidades. Te deseo muchos más números uno en el Draft.

Zach.

 

Paige refunfuñó mientras tomaba un sorbo de su café. Zach está tramando algo, seguro. No había escatimado en gastos cuando envió cinco orquídeas de tallo alto, elegantemente colocadas en un recipiente blanco de cerámica. Paige no podía quitarle los ojos de encima y no solo porque le gustasen las flores sino porque eran exactamente las que ella hubiera elegido. Coordinaban perfectamente con su despacho, decorado en una relajante combinación de blanco y marfil, con detalles en oro mate.

¿Había logrado descifrarla a partir de una simple conversación? En cualquier caso, y aunque sospechaba de sus motivos, debería llamarlo para darle las gracias. Y para conseguir un poco más de información.

–¿Henry? ¿Tienes un segundo?

Henry, su ayudante, entró en el despacho empujando las gafas de montura negra por su nariz. Tenía veintiséis años y estaba ansioso por dejar su huella en la agencia, lo cual era estupendo.

–Por supuesto. Cualquier cosa que necesites.

–¿Puedes buscar el número de Zach Armstrong? Lo haría yo misma, pero tengo un dolor de cabeza espantoso.

Debería haber sabido que no era buena idea tomar chupitos de tequila con Alexis y sus amigos para celebrar el éxito.

–Ningún problema. Mirar fijamente la pantalla del ordenador no es bueno cuando a uno le duele la cabeza –Henry sacó el móvil del bolsillo y buscó la información–. Lo tengo. Dame tu móvil.

Paige iba a dárselo, pero el dispositivo empezó a sonar en ese momento. El nombre de su mejor amiga, April Chapman, corresponsal en una importante cadena de deportes, apareció en la pantalla.

–Espera un momento. Llamaré a Zach más tarde.

–Te mando un mensaje con el número.

Henry salió del despacho y cerró la puerta.