Sutil seducción - Susan Stephens - E-Book

Sutil seducción E-Book

Susan Stephens

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Beschreibung

Luca Tebaldi se había pasado toda la vida tratando de distanciarse del imperio familiar. Por ello, se sintió furioso cuando una cazafortunas se hizo con todas las propiedades de su fallecido hermano y le obligó a regresar. Decidido a conseguir que Jen Sanderson confesara cómo había logrado engañar a su hermano, y renunciara a todo lo que este le había dejado, se la llevó a su isla siciliana. Sin embargo, Luca descubrió que Jen era inocente en más de un aspecto. La sensual mujer lo desafiaba y enardecía sus sentidos.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Susan Stephens

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sutil seducción, n.º 2633 - julio 2018

Título original: The Sicilian’s Defiant Virgin

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-666-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

-CHE? BUON Dio!

Luca Tebaldi creía que nada podría ser peor que tener que asistir al entierro de su hermano, pero su padre acababa de sorprenderle con un nuevo desastre.

Lanzó una maldición y cerró la puerta del despacho de su padre ante los que habían acudido a Sicilia para darle el pésame y mostrarle su lealtad al clan de los Tebaldi más que para lamentar la pérdida del hermano pequeño de Luca en un accidente sin sentido. Los Tebaldi eran los reyes sin corona de Sicilia, pero, en días como aquel, el sentimiento de culpabilidad de Luca por haber dejado su tierra muy joven era más profundo y desagradable.

El entierro se iba a celebrar en la isla privada de los Tebaldi, frente a la costa de Sicilia, donde la familia había gobernado sin que nadie los cuestionara durante mucho tiempo. De joven, Luca se había rebelado contra el estilo de vida de su padre y de su hermano porque creía que su manera de comportarse pertenecía a otra época.

El éxito de Luca se basaba en astutas operaciones en los negocios y absorciones legítimas de otras empresas. En numerosas ocasiones, les había suplicado a su padre y a su hermano que cambiaran su manera de actuar antes de que fuera demasiado tarde. No obtuvo satisfacción alguna cuando se demostró que tenía razón.

–Si lo único sobre lo que tuviera que preocuparme fueran las deudas de juego de Raoul… –dijo el hombre al que el mundo entero aún llamaba Don Tebaldi mientras se desmoronaba sobre su butaca de cuero. Tenía un aspecto agotado y derrotado.

–Sea lo que sea lo que haya ocurrido, yo lo arreglaré –respondió Luca para tranquilizar a su padre–. No tienes nada de lo que preocuparte. Después de todo, la sangre era más espesa que el agua.

–Esto no lo puedes arreglar, Luca –le aseguró su padre.

–Claro que lo arreglaré –afirmó Luca con firmeza. Nunca antes había visto a su padre tan derrotado.

–Como si no tuviera bastante con las deudas de juego de tu hermano, a Raoul le pareció que sería divertido dejarle todo lo que tenía a una chica que conoció en un casino de Londres.

Luca no cambió la expresión de su rostro, pero la mente no dejaba de pensar en el asunto. Su hermano había sido un adicto al juego, que se había ido distanciando progresivamente de Luca. La última vez que se vieron, Raoul le había dicho a su hermano mayor que nunca le comprendería.

–Yo me marcho pronto a Florida –le recordó su padre–, así que tú tendrás que ir a Londres a solucionar este lío de Raoul. Quién mejor que tú para hacerlo, con tu visión tan moral sobre la vida.

El gesto de ira y burla que se reflejó en el rostro de Don Tebaldi revelaba el nivel de desprecio de un padre por sus hijos. Uno demasiado débil y el otro demasiado fuerte, solía decir.

A Luca le resultaba incomprensible que un padre odiara tanto a sus hijos. Lo observó y vio que, mientras movía sus artríticas extremidades detrás del escritorio, tenía el aspecto de un hombre que se había vuelto viejo de repente. Una vida de excesos parecía estar pasándole por fin factura. Luca sintió compasión, aunque nunca habían estado muy unidos. Dado que tenía tanto éxito en sus negocios, podría tomarse un descanso sin ningún problema. Tenía que hacerlo. Su padre lo necesitaba.

–Esto no habría ocurrido si tú me hubieras seguido en el negocio familiar –se quejó el padre mientras se ocultaba el rostro entre las manos.

–Unirme al negocio familiar nunca fue una opción para mí ni nunca lo será –replicó Luca.

Su padre se apartó las manos del rostro. La expresión de su rostro se endureció y se transformó en la máscara implacable que Luca recordaba tan bien de su infancia.

–No te mereces mi amor –le espetó–. No mereces ser mi hijo. Raoul era débil, pero tú eres peor porque podrías haberme sucedido y haber hecho que el apellido Tebaldi volviera a ser grande de nuevo.

–Yo haría cualquier cosa para ayudarte, pero eso no –replicó Luca con voz tranquila. No podía dejar de pensar en su viaje a Londres.

Su padre, por el contrario, seguía mirándolo con desdén. Cuando Raoul y Luca eran niños, Don Tebaldi les decía que ninguno de los dos se había visto bendecido con el instinto asesino de su progenitor, como si aquella fuera una cualidad a la que los dos debieran aspirar.

–Eres un necio testarudo, Luca. Siempre lo has sido.

–¿Porque no hago lo que tú dices?

–Correcto. En cuanto a Raoul…

Su padre hizo un sonido de desaprobación.

–Raoul siempre hizo todo lo posible por agradarte, padre…

–¡Pues fracasó! –exclamó con ira su padre mientras golpeaba la mesa con el puño para reafirmar sus palabras.

Luca guardó silencio. Había estado lejos durante mucho tiempo, trabajando en sus numerosos proyectos. Deseó haber estado por su hermano. Deseó que su padre pudiera mostrar sentimientos que no fueran el odio. Hasta el despacho apestaba a amargura y desilusión hacia sus hijos. A pesar de todo, Luca se sentía obligado a darle ánimo a su padre y lo habría hecho si la fría mirada del anciano no hubiera impedido todo contacto humano entre ellos. Era una expresión que carecía por completo de la calidez que debería existir entre un padre y su hijo.

–Déjame –le ordenó su padre–. Si no tienes nada positivo que ofrecer, ¡fuera de aquí!

–Nunca –dijo Luca con voz tranquila–. La familia es lo primero, tanto si me ocupo del negocio familiar como si no.

–¿Qué negocio familiar? –gritó su padre amargamente–. Gracias a tu hermano, no queda nada.

–Tenemos que proteger a los isleños –afirmó Luca con voz tranquila.

–¡Pues protégelos tú! –rugió su padre–. Yo ya he terminado aquí.

El hombre que había sido un gran líder, volvió a ocultarse el rostro entre las manos y comenzó a sollozar como un niño. Como gesto de respeto, Luca se dio la vuelta y esperó a que la tormenta pasara. No iba a ir a ninguna parte. Ni su padre ni Raoul habían podido aceptar nunca que él los amaría de todos modos, pasara lo que pasara.

Luca Tebaldi podría haber sido un digno sucesor del hombre que había gobernado en su feudo con mano de hierro durante más de cincuenta años. Con más de metro ochenta de estatura y el cuerpo musculado de un gladiador romano, Luca era un hombre muy atractivo. Con el intelecto de un erudito y la firme mirada de un guerrero, Luca poseía la actitud y la personalidad de un hombre nacido para gobernar. Sin embargo, era su inteligencia lo que le había reportado todo su éxito. Sus intereses empresariales eran totalmente legítimos y se habían creado muy lejos del imperio de su padre. Su atractivo sexual lo hacía irresistible para las mujeres, pero Luca no tenía tiempo para ese tipo de influencias en su vida, aunque su apasionada madre, ya fallecida, le había inculcado la apreciación por el sexo opuesto. Luca había aprendido a controlar férreamente su libido.

Su padre levantó por fin la mirada.

–¿Cómo es posible que no supieras lo que le estaba ocurriendo a Raoul? Los dos teníais casa en Londres.

–Nuestros caminos raramente se cruzaban –admitió Luca. Su vida era muy diferente de la de su hermano–. ¿Hay algo que deba saber antes de marcharme a Londres?

Su padre se encogió de hombros.

–Raoul debía dinero a muchas personas. Tenía varias propiedades, aunque todas hipotecadas. ¡Es el fondo de inversión lo que me preocupa! ¡Eso se lo queda esa mujer!

Un fondo de inversión que valía millones y una de las pocas fuentes de dinero que Raoul no había podido malgastar. La razón era que no podía tocar el fondo hasta que cumpliera los treinta años, una fecha para la que aún le hubieran faltado seis meses.

–Ese fondo hará que la novia de Raoul sea realmente una mujer muy rica –murmuró–. ¿Sabemos algo sobre ella?

–Suficiente para destruirla –dijo su padre con gran placer.

–Eso no será necesario –repuso Luca–. Raoul no esperaba morir tan pronto. Probablemente redactó ese testamento bajo un impulso repentino, probablemente después de que tuvierais una discusión o algo así. Con toda seguridad, mi hermano habría cambiado sus intenciones a tiempo.

–Muy reconfortante –se mofó su padre–. Lo que necesito saber es lo que vas a hacer al respecto ahora.

–Preferiría que Raoul siguiera con vida –le recriminó Luca a su padre.

–¿Para que hubiera vivido a tu manera? –replicó su padre con gesto airado–. Trabajo duro y confianza en tus semejantes, a quien por cierto no les importas ni un comido. ¡Yo preferiría estar muerto que vivir así!

–Raoul ha pagado el precio más alto.

Se había cansado de tratar de hablar con un anciano egoísta. Él lamentaba la muerte de su hermano y ansiaba estar solo para poder recordar momentos más felices. Raoul no siempre había sido débil o un delincuente. De niño, con el mundo a sus pies, Raoul era confiado, divertido y travieso. Luca lo recordaba como un pilluelo de cabello revuelto al que le gustaba seguir a Luca y a sus amigos para demostrar a los chicos mayores lo osado que podía ser. Raoul nadaba tan rápido como ellos y bucear a la misma profundidad. En ocasiones, permanecía sumergido durante tanto tiempo que Luca tenía que ir a buscarlo. Aquella actitud molestaba mucho a Luca, pero la osadía de Raoul le había abierto las puertas del grupo. Luca y sus amigos fueron desprendiéndose poco a poco de aquella rebeldía a medida que fueron adquiriendo responsabilidades, pero Raoul jamás perdió su amor por el peligro y, en un último acto de rebelión, terminó por unirse a una banda que realizaba carreras ilegales. Murió en el acto en una colisión frontal entre dos coches. Milagrosamente, no hubo que lamentar más bajas, pero la muerte de Raoul supuso el horrible desperdicio de una vida.

–¡Qué tragedia! –murmuró Luca mientras recordaba los detalles que le relataron los oficiales de policía que acudieron al lugar del accidente.

–Qué lío, más bien –comentó su padre–. A veces creo que la única intención de tu hermano era hacerme daño.

«Siempre compadeciéndose de sí mismo», pensó Luca. Sin embargo, cuando vio que el puño de su padre agarraba un abrecartas y parecía estar a punto de clavarlo en el documento que tenía delante de él, que tan solo podía ser el testamento de Raoul, tuvo que intervenir.

–¿Podría verlo antes de que lo destruyas?

–Por supuesto –respondió su padre mientras empujaba los papeles a través del escritorio–. El abogado de Raoul estuvo aquí antes del entierro. Como cortesía para conmigo, me dijo… –añadió el anciano mientras hacía un gesto de desprecio–. Cuando los dos sabemos que solo le interesaban sus honorarios.

–No creo que se le pueda culpar por eso –comentó Luca mientras se sentaba para comenzar a leer–. Raoul no era muy rápido a la hora de pagar sus deudas. Y mucho menos ahora –añadió levantando brevemente la cabeza.

La expresión de su padre se endureció.

–No lo estás entendiendo, Luca. La visita del abogado fue una advertencia. Me vino a decir a mí, a mí, a Don Tebaldi, que no debía traspapelar accidentalmente ni destruir el testamento de Raoul dado que él ya le había puesto encima esos ojillos de comadreja que tiene.

–Raoul era libre para hacer lo que quisiera –comentó Luca–. Este documento está muy detallado. Esa mujer debió de haber significado mucho para él.

–Es poco probable que esa mujer estuviera enamorada de él –replicó su padre–. Más probablemente, era una mentirosa. Gracias a la mala gestión de Raoul, la familia Tebaldi ha perdido la mayoría de su poder e influencia, pero seguimos teniendo enemigos. ¿Y si uno de ellos envió a esa mujer para aprovecharse de él? Me lo estoy imaginando perfectamente…

–¿Se le ha comunicado a esa mujer la muerte de Raoul? –lo interrumpió Luca.

–Le he pedido al abogado que espere. Le he compensado generosamente por ello. Y esa mujer no se enterará por los medios de comunicación. La muerte de tu hermano no se ha hecho eco en la prensa internacional, dado que Raoul habría tenido que destacar en algo para que así hubiera sido. Así que no, no lo sabe todavía. En ese sentido, aún le llevas ventaja. Ve a Londres. Cómprala. Haz lo que haga falta…

Mientras su padre seguía hablando, Luca se enfrentó de nuevo al dolor por la pérdida de un hermano al que había amado de niño y con el que había perdido el contacto de adulto. En las pocas ocasiones en las que se habían visto antes del accidente, Raoul se había burlado del modo en el que Luca vivía su vida y Luca, por su parte, se había sentido muy frustrado por el hecho de que Raoul pareciera incapaz de escapar del círculo vicioso de apuestas y deudas. La última vez que se vieron, sintió que Raoul quería decirle algo, pero que no parecía capaz de confiar en él. No servía de nada preguntarle a su padre de qué se podría haber tratado, pero tal vez la mujer podría aclararle algo. Iría a Londres para averiguar quién era y lo que quería.

–¿Qué es lo que sabemos de esa mujer?

–Es una mosquita muerta –afirmó su padre con confianza–. No te supondrá problema alguno. Vive modestamente sin dinero, sin familia y sin medios para enfrentarse a nosotros.

–¿Eso te lo ha dicho el abogado? –quiso saber Luca frunciendo el ceño.

–Aún tengo mis contactos –dijo el padre colocándose un dedo junto a la nariz para demostrar lo astuto que era–. Trabaja en Smithers & Worseley, la casa de subastas que comercia con las finas gemas que yo colecciono. Prepara el té, limpia el polvo… pero por lo que me han dicho está estudiando algo de relumbrón –añadió con tono burlón–. Llamé a Londres esta misma mañana para averiguar todo lo que he podido sobre ella.

El hecho de que su padre pusiera el interés económico por encima de la mujer de su hijo el día mismo del entierro podría haber escandalizado a Luca. Desgraciadamente, conocía muy bien a su padre.

–Utilicé mi encanto con el director de la casa de subastas –prosiguió en tono jocoso el anciano–. Él estuvo encantado de cotillear con Don Tebaldi, uno de sus mejores clientes…

Luca pensó que probablemente también el cliente más ingenuo. Su padre era como una urraca. Le encantaba coleccionar relucientes piedras preciosas.

Se le empezó a formar una idea en la cabeza. Recordaba haber leído algo sobre una fabulosa gema con una maldición que se iba a subastar en breve en Smithers & Worseley. Cuando una piedra tenía una maldición, su padre pagaba lo que fuera para conseguirla. La colección secreta de Don Tebaldi no tenía rival. Mantenía sus tesoros ocultos en la isla, donde solo él podía admirarlos.

–La mujer tiene otro trabajo. Es camarera del bar del casino al que tu hermano solía ir a jugar –continuó su padre mientras dejaba evidente el desprecio que sentía por aquella mujer con una sonrisa de desprecio–, Me imagino que aceptó el trabajo para poder relacionarse con hombres con dinero.

–Eso no lo sabemos –dijo Luca. Dudaba que una mujer con sentido común se fijara en un jugador compulsivo como lo había sido Raoul–. La encontraré. Dices que es una mosquita muerta, pero no tenemos pruebas de eso. Sea como sea, va a ser una mosquita muerta muy rica, lo que significa que podrá ir picoteando para abrirse paso a través de la seguridad que he levantado para protegerte del pasado.

–¿Del pasado? ¡Bah! Cuando me haya marchado a vivir en Florida, ninguna de esas sombras podrá alcanzarme ya. Yo soy parte del pasado. Estoy acabado –añadió con autocompasión–. Haz lo que tengas que hacer. Seducirla incluso, si es preciso.

Luca apartó la mirada. Tenía cosas más importantes que hacer que cumplir las fantasías de su padre.

–Se me ocurre una idea mejor.

–¿Cuál?

–Nos quedan seis meses hasta que se libere el fondo de inversión de Raoul. Ella no puede tocar el dinero hasta entonces. Y, por si acaso al abogado le da un ataque de conciencia, la mantendré alejada de él.

–¿Piensas traerla aquí a la isla?

–A mí me parece la solución evidente.

–¿Y cómo vas a convencerla para que haga algo así? –quiso saber su padre, muy interesado.

–Tú comprarás otra piedra.

–Ah… –dijo Don Tebaldi al comprender por fin a lo que se refería su hijo–. Es una solución brillante, Luca. Adelante. Pero diviértete también un poco. La vida no tiene que ser solo sobre principios y moralidad. Podría ser una chica muy guapa y está en deuda con nosotros por el estrés que me ha causado.

Luca se sentía asqueado, pero prefirió no comentar nada al respecto. Había llegado la hora de cazar a la mosquita muerta.

 

 

–¡Es la Noche de la Nostalgia en el club! –anunció en voz muy alta Jay-Dee. Normalmente, era camarero como Jen en el casino, pero, por una noche, iba a ser el maestro de ceremonias de la fiesta benéfica anual.

Jen pensó que Jay-Dee estaba en su elemento. Él tenía una manera de ser muy cálida y teatral, junto con tanta energía vital que todo el mundo lo adoraba.

Jen consideraba a sus amigos del club como gloriosas y coloridas señales de exclamación en su tranquila y ordenada vida. Cuando no trabajaba en la casa de subastas, estaba estudiando con los pies tan cerca del calefactor eléctrico de tres barras de su estudio que corría el peligro de que le salieran sabañones. Su objetivo era terminar sus estudios de Gemología. Su madre fue una afamada gemóloga, que les había transmitido a sus hijas la fascinación por los tesoros que escondía la tierra. Cuando eran niñas, les contaba historias sobre tesoros ocultos, por lo que no era de extrañar que Lyddie hubiera crecido deseando ponérselas en joyas, mientras que Jen ansiaba desesperadamente aprender todo lo que pudiera sobre ellas. Sin embargo, era el trabajo en el casino lo que, de algún modo, le daba un poco de picante a su vida y la ayudaba a reemplazar a la familia que había perdido. Sus padres murieron cuando Jen solo tenía dieciocho años en un accidente de coche. Los Servicios Sociales habían querido hacerse cargo de Lyddie, pero, en cuanto Jen se recuperó del duro golpe, decidió que trataría de hacer lo posible para que la vida de su hermana pequeña cambiara lo menos posible. Los trabajadores sociales insistieron que Jen era demasiado joven para hacerse cargo de una niña adolescente, pero la obstinación de Jen pronto consiguió que se saliera con la suya. No iba a permitir que se llevaran a Lyddie a una familia de acogida. Había oído lo que les podría ocurrir a las niñas de trece años y, mientras a ella le quedara aliento en el cuerpo, nadie iba a apartar a su hermana de su lado. Tan solo el destino podría hacerlo.

–¡Rascaos los bolsillos! –exclamó Jay-Dee, sobresaltando a Jen–. Sabéis que lo estáis deseando. ¡La ONG necesita vuestra ayuda! Tal vez nosotros podríamos necesitar que nos echen una mano algún día… ¡Buscad bien, amigos míos! Nuestro primer lote… –añadió mientras le indicó frenéticamente a Jen que se uniera con él en el escenario–. ¿Qué me dais por esta conejita regordeta, lista para la cazuela?

–¡Por el amor de Dios! –explotó Jen entre risas mientras comprobaba que llevaba las largas orejas de conejo en su sitio–. ¿Cómo se supone que voy a poder salir al escenario después de esa introducción?

–Con actitud –le dijo Tess, la jefa del casino y que, además, era una de las mejores amigas de Jen.

–¿Y tiene Jay-Dee que poner a los invitados presas de tal frenesí? Si esta Noche para la Nostalgia no fuera para recaudar dinero para una ONG tan merecedora de ello, jamás conseguiríais que me subiera ahí arriba.

Jen tenía una especial simpatía por aquella ONG. Sus voluntarios la habían ayudado mucho cuando su hermana murió. Uno de ellos había estado a su lado desde el momento en el que vio a Lyddie en coma en la UCI hasta el emotivo funeral por su hermana.

–Recaudar dinero para esta ONG es el único motivo por el que os he permitido que me vistáis con este corsé tan apretado y que me pongáis una colita de conejo en el trasero –dijo Jen mientras, en silencio, dedicaba la próxima hora a la hermana a la que tanto le habría gustado estar allí para animarla.

–Cuanto más interés generes, más pagarán –declaró Tess mientras se colocaba la pajarita que se había puesto, a juego con el traje estilo años cuarenta–. Lo disfrutarás más cuando tengas las luces sobre ti.

–¿Me das tu palabra de eso? –le preguntó Jen.

–¡Salta, conejita, salta! –le ordenó Tess haciendo como que blandía un látigo.

–Me siento como un conejo cegado por los faros de un coche mientras que los perros ladran desde el otro lado de la carretera…

–No me pareces menos de un tigre… aunque algo pequeño, eso sí –bromeó Tess–. Deberías estar orgullosa de tus atributos –añadió mirando con apreciación la redondeada figura de Jen.

–Con esas luces, al menos no veré a ninguno de los que estén pujando por cenar conmigo… es decir, si puja alguien, que lo dudo.

–Claro que pujarán –le aseguró Tess–. Ahora, ¡sal ahí y menea bien el trasero, señorita!

–¿Qué me dais por esta regordeta conejita lista para la cazuela? –volvió a decir Jay-Dee con un tono algo histérico mientras miraba repetidamente a su alrededor.

–¡Pues nada! –declaró Jen sabiendo que ya no podía demorar más su salida al escenario.

Se sintió expuesta bajo los potentes focos. El traje de raso tenía la forma de un traje de baño especialmente sugerente. Iba acompañado por unas medias de red color carne y unos zapatos con un tacón estratosférico. Hasta la propia Jen tenía que admitir que con su largo cabello rojizo suelto detrás de las orejas de conejo el efecto era asombroso, aunque muy diferente de su normal apariencia.

–Va por ti, Lyddie –murmuró.

Jay-Dee, que estaba vestido con unos llamativos pantalones de campana y botas de plataforma de los años setenta, respiró aliviado al verla aparecer por fin y la condujo al centro del escenario.

–¡Estás preciosísima! –exclamó mientras todos los presentes aplaudían con mucho entusiasmo.

–Estoy ridícula –repuso Jen entre risas. Entonces, decidió comportarse acorde el espíritu de la fiesta e hizo una pose.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

MIENTRAS DETENÍA su vehículo frente al exclusivo club de Londres, Luca reflexionó que su padre solo confiaba en él cuando quería algo. Nunca habían estado unidos ni nunca lo estarían. Luca se había construido su vida lejos del hogar familiar, donde había crecido tras alambres de espino y guardas armados patrullando por los jardines.

Le dio al mozo una propina para que le aparcara el coche, se puso la americana, se alisó el cabello y se tiró de los puños de la camisa, adornados por gemelos de diamantes negros. Aquella era su imagen de Londres, la que le franqueaba el acceso incluso a los clubes más exclusivos, en los que solo se admitían socios. Aún no había llegado a la puerta cuando esta se abrió para darle la bienvenida. La primera impresión que le causó aquel elegante garito fue que era tan sombrío como el despacho de su padre. Tenues luces para crear ambiente y, aunque dudaba que los cristales fueran blindados, las sombras que lo rodearon le recordaron al hogar que prefería más bien olvidar.