Tenemos que hablar de Putin - Mark Galeotti - E-Book

Tenemos que hablar de Putin E-Book

Mark Galeotti

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Beschreibung

¿Quién es el verdadero Vladímir Putin? ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué hará a continuación? A pesar de los millones de palabras que se han escrito sobre la Rusia de Putin, Occidente sigue sin comprender realmente a uno de los políticos más poderosos del mundo, cuya influencia se extiende por todo el planeta y cuyas redes de poder llegan al corazón mismo de nuestra vida cotidiana.   En este manual esencial, el profesor Mark Galeotti descubre al hombre detrás del mito, abordando las principales percepciones erróneas sobre Putin y explicando cómo podemos descifrar sus motivaciones y sus próximos movimientos. Desde sus inicios en el KGB y su verdadera relación con Estados Unidos hasta su visión del futuro de Rusia —y del resto del mundo—, Galeotti se basa en nuevas fuentes rusas y en explosivos relatos inéditos para ofrecer una visión sin precedentes del hombre que está en el centro de la política mundial.

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INTRODUCCIÓN

¿Por qué es necesario

hablar de Putin?

El White Rabbit de Moscú es el restaurante «neorruso» por excelencia. Situado bajo una cúpula acristalada en lo alto de un imponente centro comercial próximo a la torre de estilo gótico estalinista del Ministerio de Asuntos Exteriores, es el tipo de local en el que colocan pequeñas sillas extra junto a las comensales para que dejen sus bolsos, en el que la abultada cuenta se presenta dentro de una matrioska y en el que la fusión de cocina rusa tradicional e internacional se extiende hasta los helados con aromas de pino. Personalmente no me entusiasma —soy demasiado pobre y mis gustos, demasiado sencillos—, pero es un local vistoso y de prestigio donde conviene que te vean. No debería haberme extrañado, por tanto, que un antiguo funcionario de la Administración Presidencial (el Departamento de Presidencia de Vladímir Putin y la institución más poderosa de Rusia) escogiera el White Rabbit cuando lo invité a elegir un restaurante para ir a comer. Ni siquiera una comida de precio desorbitado y con abundante vino —de Crimea, naturalmente— bastó para tirarle realmente de la lengua, pero una de las partes más reveladoras de la conversación fue su larga y moderadamente grosera diatriba sobre la continua torpeza de Occidente a la hora de interpretar las intenciones del «jefe».

—En serio, cuando leo la mierda que publican sus periódicos, lo que dicen sus políticos y escriben sus «expertos», francamente no sé de dónde sacan todo eso. No me extraña que hayamos acabado metidos en este berenjenal. Y ¿sabe qué? —dijo blandiendo la copa de vino casi vacía y fulminándome con la mirada como si viera en mí a un representante de toda la clase periodística, política y de expertos de Occidente—. Eso dificultaba mi trabajo.

—¿En qué sentido? —pregunté.

—¿Qué tipo de relación podremos mantener con todos ustedes mientras sigan sin vernos realmente tal como somos, mientras sigan sin escucharnos e interpreten como les venga en gana todas y cada una de las palabras del presidente y hasta su último pedo? Mi tarea consistía en intentar comunicar, pero, dijéramos lo que dijéramos, pusiéramos lo que pusiéramos en los discursos del jefe, todo el mundo daba simplemente por sentado que ya sabía cuál era el verdadero significado, qué era lo que en verdad estábamos diciendo. Todos creen conocer ya a Vladímir Vladímirovich.

Tenemos que hablar sobre Putin. Es verdaderamente necesario. No solo porque, nos guste o no, es una de las personas más importantes del planeta, ni tampoco por el impacto de la batalla geopolítica que está librando con Occidente con fanfarronadas y engaños, con memes y dinero, sino también porque se ha convertido en un símbolo planetario que cada cual define a su gusto. Como me insinuó el airado funcionario, ya completamente borracho, es como la mancha de tinta de Rorschach que utilizan los psicólogos en sus test: nuestra interpretación dice más sobre lo que tenemos en la cabeza que sobre la forma que aparece en el papel.

Porque la paradoja es que, a pesar de sus ya casi veinte años de presencia permanente en la política mundial, a pesar de las abundantes biografías que narran su vida y de los calendarios que reproducen sus gestas a pecho descubierto, y a pesar de haberse convertido en tema habitual para los humoristas y los expertos, seguimos sin saber realmente quién es él. ¿Un autócrata despiadado o el salvador de una nación asediada? ¿Un veterano del KGB o un cristiano piadoso? ¿Un inquietante gran maestro de la geopolítica global o un cleptócrata autoindulgente? Tiene algo de todos ellos, pero ninguna de esas etiquetas lo representa realmente en su totalidad, y ese es en parte el quid de la cuestión. Putin es empecinadamente celoso de su privacidad —no solo la personal, sino también la familiar—, tanto por inclinación personal como por cálculo político: su reserva permite que cada cual se construya su propio Putin particular.

Parte de la motivación que me ha impulsado a escribir este libro nace de la frustración ante las caricaturas simplistas a las que tan a menudo se recurre —y no solo en Occidente— para intentar entenderlo. Recuerdo haber oído afirmar alegremente a un embajador europeo recién acreditado en Moscú que «para entender a Putin, basta estar al corriente de su formación como agente del KGB». Si la cosa es tan sencilla, ¿por qué seguimos equivocándonos al interpretarlo? Las principales causas impulsoras del actual proceso de distanciamiento de Rusia tal vez hayan sido otras, pero no deja de ser deprimente que la diplomacia occidental haya fallado con tanta frecuencia, dejando que un potencial aliado a principios de la década de 2000 llegara a irritarse hasta tal punto que en 2007 Putin empezara a prepararse para una confrontación. La tibia reacción de Occidente ante la invasión rusa de Georgia en 2008 se esgrimió en 2014 en Moscú como prueba de que su injerencia en Ucrania suscitaría tan solo una breve protesta simbólica. Incluso llegó a convencer a Putin, y a muchos integrantes de su clase dirigente, de que Occidente era demasiado débil para temerlo y demasiado peligroso para ignorarlo. Sobre todo, no hemos logrado convencerles de que no les odiamos a ellos, de que no odiamos ni a su país ni a su cultura. Todo lo que ha ocurrido no se debe únicamente —ni siquiera principalmente— a nuestra torpeza a la hora de tratar con Putin y con Rusia, pero lo cierto es que hemos conseguido tratar mal a ambos, y en gran parte por incomprensión.

En el presente libro intento perfilar una imagen de las complejidades de Vladímir Putin —y, a través de su figura, de la Rusia actual— a partir de mi experiencia de más décadas de contacto con Rusia de las que me gustaría reconocer, del mucho tiempo que he pasado viajando por el país charlando con todo el mundo, desde policías de provincias hasta funcionarios moscovitas, emborrachándome con ellos y pagando algún que otro soborno. No se me ocurriría presuponer ni por un instante que lo he entendido todo a la perfección, ni tampoco que todos los demás no han entendido nada. Este no es un texto destinado principalmente a mis colegas académicos, a los que pido indulgencia por su tono, su brevedad y la evidente ausencia de notas a pie de página. Va dirigido más bien a cualquier persona que sienta curiosidad por saber quién puede ser ese personaje enigmático y por qué suscita tanta alharaca y tanta histeria. Confío en que, al desenmascarar algunos de los mitos más comunes y problemáticos sobre Putin —que «todo el mundo conoce»—, consiga echar por tierra los que resultan menos útiles para su comprensión. Evidentemente, no todos los responsables políticos, estudiosos y expertos dan por válidas estas falacias o simplificaciones exageradas. Pero, dicho esto, lo cierto es que el reciente empobrecimiento de gran parte del discurso público sobre Putin y sobre Rusia, con una creciente movilización de clichés y caricaturas por ambas partes, resulta deprimente. Mientras la complejidad del mundo va en aumento, nuestra manera de presentarlo y explicarlo parece tender con excesiva frecuencia a la simplificación y la pérdida de matices. También es necesario hablar de ello, pero antes tenemos que acabar de hablar de Putin.

Otras lecturas recomendadas

Como he dicho, este libro no pretende decir la última palabra sobre Putin, ni tampoco es su propósito insinuar que nadie más lo haya sabido interpretar. Mr. Putin: Operative in the Kremlin (El señor Putin. Un agente secreto en el Kremlin), de Fiona Hill y Clifford Gaddy (Brookings Institution Press, 2013), desarrolla con agudeza la idea de que hay «varios Putin», y también me ha cautivado su recurso a la figura de mister Benn (quienes crecieron con los programas infantiles de la televisión británica de la década de 1970 lo recordarán).[1]The Code of Putinism (El código del putinismo), de Brian Taylor (Oxford University Press, 2018), se apoya sobre todo en las declaraciones oficiales para ofrecer una acertada descripción del tipo de concepción del mundo que suscriben Putin y sus aliados más próximos. The Putin Mystique: Inside Russia’s Power Cult (La mística putinista. El culto al poder en Rusia visto por dentro), de Anna Arutunyan (Skyscraper Publications, 2014), se centra en la población rusa y analiza hasta qué punto sus sueños y temores contribuyeron a dar forma a Putin y su régimen en la práctica. All The Kremlin’s Men: Inside the Court of Vladimir Putin (Los hombres del Kremlin. En el interior de la corte de Vladímir Putin), de Mijaíl Zigar (Public Affairs, 2016), es un estudio brillante, no tanto sobre Putin mismo como sobre los personajes más significativos de su entorno. En efecto, también parece importante subrayar que Rusia es más que Putin, y así lo hace con especial acierto Tony Wood en Russia Without Putin: Money, Power and the Myths of the New Cold War (Rusia sin Putin. Dinero, poder y los mitos de la nueva guerra fría; Verso, 2018).

[1]Mister Benn era el protagonista de una serie infantil de dibujos animados emitida inicialmente por la BBC a principios de la década de 1970. En cada episodio, mister Benn salía de su casa vestido con un traje negro y bombín y se dirigía a una tienda de disfraces, de donde volvía a salir por una puerta mágica, cada vez con un disfraz distinto, para adentrarse en un mundo adecuado al personaje que representaba ese disfraz, donde tendría una aventura que acababa cuando el dueño de la tienda lo rescataba para trasladarlo de nuevo al vestidor y devolverlo al mundo corriente. (Todas las notas de esta edición son de la traductora).

Cronología

de Vladímir Putin

7 de octubre de 1952

Nace en Leningrado (actualmente, San Petersburgo)

1964

Comienza a aprender yudo

1970-1975

Estudia Derecho en la Universidad Estatal de Leningrado

1975

Ingresa en el KGB

1983

Contrae matrimonio con Liudmila Pútina (de soltera, Shkrébneva)

1985-1990

Presta servicio en Dresde, en la República Democrática Alemana

1990

Regresa a Leningrado y pasa a formar parte de la reserva activa del KGB

Ocupa un puesto en la Universidad Estatal de Leningrado

1991-1994

Trabaja en la oficina del alcalde de Leningrado (ciudad a la cual se le restituirá en octubre de 1991 el nombre de San Petersburgo)

1991

Abandona formalmente el KGB

1994-1996

Primer teniente de alcalde de San Petersburgo

1996

Se traslada a Moscú tras la derrota electoral del alcalde Anatoli Sobchak

1996-1997

Subdirector ejecutivo de la Dirección de Administración de Propiedades Presidenciales

1997-1998

Subdirector adjunto y luego primer subdirector ejecutivo de la Administración Presidencial

1998-1999

Jefe del Servicio Federal de Seguridad

1999

Primer ministro

1999

Comienza la segunda guerra chechena

2000-2004

Primer mandato presidencial

2003

Detención de Mijaíl Jodorkovski

2004-2008

Segundo mandato presidencial

2008-2012

Ocupa el puesto de primer ministro bajo la presidencia de Dmitri Medvédev

2008

Invasión de Georgia

2011

Medvédev designa a Putin como candidato a la presidencia

2012-2018

Tercer mandato presidencial

2011-2012

Protestas en la plaza Bolótnaya contra el fraude electoral

2014

Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi

Anexión de Crimea

Intervención en el Donbás

2014

Se divorcia de Liudmila

2015

Intervención en Siria

2018-2024?

Cuarto mandato presidencial

2022

Invasión de Ucrania

Reparto

0dministración Presidencial

La institución más poderosa en la Rusia de Putin; en la práctica, un Gobierno por encima del Gobierno.

Andropov, Yuri

El imponente jefe del KGB y posteriormente máximo mandatario soviético a quien Putin parece idolatrar aunque sin entenderlo.

FSB

Servicio Federal de Seguridad, el principal organismo de contrainteligencia y seguridad internas, sucesor del KGB.

FSO

Servicio Federal de Protección, el pequeño ejército de guardaespaldas, fusileros del Kremlin, catadores de alimentos e interceptores de teléfonos encargados de velar por la seguridad y satisfacción de Putin y el resto del Gobierno.

Gorbachov, Mijaíl

El último mandatario soviético, impulsor de la reforma que culminó con la extinción de la URSS, quien parece personificar en muchos aspectos exactamente todo lo que Putin no es.

GRU

Departamento Central de Inteligencia, el servicio de inteligencia militar.

Ivánov, Serguéi

El veterano y cosmopolita agente del KGB que estuvo al frente del gabinete de Putin, considerado su posible sucesor pero semijubilado desde 2016.

Kabáyeva, Alina

Gimnasta rítmica, medallista de oro olímpica y, según los rumores, actual amante de Putin.

Kadírov, Ramzán

Hombre violento e impredecible que profesa lealtad a Putin mientras gobierna la república de Chechenia como un feudo prácticamente independiente.

KGB

Comité para la Seguridad del Estado, el servicio soviético omnicomprensivo de seguridad interior e inteligencia exterior.

Kudrin, Alexéi

Colaborador de Putin durante largo tiempo; antes amigo y símbolo del liberalismo económico dentro de su Gobierno, actualmente está algo distanciado.

Medvédev, Dmitri

El sufrido primer ministro de Putin, «chico para todo» más que colega.

Navalni, Alexéi

Principal figura de la oposición en la actualidad y activista contra la corrupción, utiliza internet para eludir los intentos del Kremlin de mantenerlo apartado de las pantallas de televisión. En 2020, durante una visita a Siberia, sufrió un intento de envenenamiento con el agente nervioso Novichok, del cual se recuperó después de permanecer un mes hospitalizado en Berlín. Tras su regreso a Rusia, fue detenido y desde el 22 de marzo de 2022 cumple una condena de nueve años por «fraude y desacato a los tribunales rusos».

Pátrushev, Nikolái

Secretario del Consejo de Seguridad, antiguo jefe del FSB y un hombre que hace que Putin parezca moderado.

Prigózin, Yevgueni

Un hombre que ha prosperado haciendo bien cualquier cosa que Putin necesite. Conocido como «el chef de Putin» porque este lo conoció cuando estaba al frente de un restaurante de San Petersburgo, sus empresas todavía suministran comida al Kremlin y a muchos organismos gubernamentales.

Rolduguin, Serguéi

Violoncelista y amigo de infancia de Putin cuya fortuna se estima actualmente en centenares de millones de euros.

Rotenberg, Arkadi

y Boris

Amigos de infancia y contrincantes de yudo de Putin que han prosperado mucho en el mundo de los negocios bajo su gobierno.

Sechin, Ígor

Director ejecutivo de la petrolera Rosneft y antiguo adjunto de Putin, los medios de comunicación occidentales le han apodado el «Darth Vader ruso», pero nadie en Rusia osaría llamarle así.

Shoigú, Serguéi

Ministro de Defensa desde 2012 y tal vez la persona más poderosa e influyente entre quienes forman el Gobierno sin haber accedido a ese puesto por ser amigo de Putin.

Sobchak, Anatoli

Antiguo profesor de Putin en la Facultad de Derecho y el primer alcalde de San Petersburgo elegido democráticamente, que le designó como asesor.

Surkov, Vladislav

Antiguo asesor político de Putin y el artífice de su sistema político de cartón piedra. Extraoficialmente, estuvo al mando de la zona suroriental de Ucrania desde 2013 hasta febrero de 2020.

SVR

Servicio de Inteligencia Exterior, el principal servicio de espionaje ruso.

Zolotov, Víktor

Antiguo jefe de guardaespaldas de Putin, actualmente al frente de la Guardia Nacional, leal hasta la médula al estilo mafioso.

01

Putin es un yudoca,

no un jugador de ajedrez

Después de la nieve, los osos y el vodka, el ajedrez ocupa uno de los primeros lugares entre los clichés irritantemente perdurables que utilizamos para describir a Rusia y los rusos. Piensen en los típicos malvados rusos de las películas: entre ellos encontramos al bruto matón, como es lógico, pero también al jugador de ajedrez impasible, capaz de anticiparse diez jugadas a su rival. Los políticos estadounidenses parecen apreciar especialmente esta metáfora. Durante la presidencia de Barack Obama, el presidente de la Comisión de Inteligencia del Congreso, Mike Rogers, se lamentó de que «Putin juega al ajedrez y tengo la impresión de que nosotros estamos jugando a las canicas». Y, más recientemente, Hillary Clinton declaró que Donald Trump «juega a las damas mientras Putin está jugando una partida tridimensional de ajedrez».

Evidentemente, en el fondo esto no va de ajedrez. La tendencia imperante a ver a Putin como un gran cerebro maquiavélico conecta con el temor occidental que lo identifica como responsable de todo lo que va mal e interpreta cualquier contratiempo como parte de una compleja estrategia rusa. La elección de Donald Trump, el brexit, el auge del populismo en Europa, la crisis migratoria e incluso la violencia en los campos de fútbol se han atribuido todos, en algún momento, a la acción de Moscú; como resultado, corremos el riesgo de otorgarle demasiado poder. Como examinaremos en otro capítulo, buena parte del aventurerismo internacional de Putin es un bluf, al estilo de la reacción de un animal que al topar con un predador hincha el cuerpo o eriza el pelaje para adquirir una apariencia lo más voluminosa e intimidante posible. Tenemos tendencia a no mirar qué hay debajo del pelo erizado.

Es innegable que Moscú a menudo intenta manipular las elecciones y ensanchar la brecha social en Occidente, aunque —como veremos más adelante— raras veces con consecuencias ni siquiera remotamente próximas a lo que solemos temer. Pero lo más importante es que todo ello presupone implícitamente la existencia de algún plan hostil y sigiloso a largo plazo para irse apropiando poco a poco del mundo; un plan que Putin querría llevar a cabo a la manera del villano arquetípico de James Bond, aunque sin una guarida en un volcán extinguido.

De hecho, carecemos de pruebas que indiquen que Putin juega al ajedrez y, en cualquier caso, es un juego que no le va. El ajedrez es una competición intelectual transparente con unas normas inflexibles y donde las posibles alternativas están rigurosamente acotadas. Todo el mundo comienza la partida con las mismas piezas y todo el mundo sabe qué puede hacer un peón y cuándo le toca mover pieza. Putin no quiere tener tan restringidas sus alternativas. En cambio, domina el yudo. Cinturón negro, ha estado perfeccionando su técnica desde que empezó a practicarlo en la adolescencia, y su actuación como estadista parece reflejar ese dominio. Un yudoca seguramente se habrá preparado para anticipar los movimientos habituales de un rival y habrá practicado con antelación su respuesta, pero buena parte de la técnica consiste en utilizar la fuerza del oponente en su contra y aprovechar la oportunidad cuando se presenta. En este sentido, tanto en geopolítica como en el yudo, Putin es un oportunista. Sabe captar la ocasión favorable, pero carece de una ruta predeterminada para llegar hasta ella. Más que en una estrategia cuidadosamente estudiada, confía en su capacidad para aprovechar con rapidez cualquier ventaja que detecte.

Como resultado, a menudo resulta impredecible, como también lo es el Estado ruso que ha configurado; uno y otro incluso actúan a veces de manera contradictoria, sobre todo en política exterior. Muchos «éxitos» aparentes a corto plazo se acaban convirtiendo a la larga en un lastre por la ausencia de un atento análisis previo o de un posterior seguimiento. Esto contribuye a explicar, no obstante, por qué tantas veces somos incapaces de anticipar los movimientos de Putin: ni él mismo sabe cuál será su siguiente paso. En cambio, se dedica a acosarnos moviéndose en círculos por el ring. Es consciente de que, en conjunto y si permanece unido, Occidente es mucho más poderoso que Rusia, con un producto interior bruto veinte veces superior, una población seis veces mayor y tropas que triplican las suyas. Pero se mantiene al acecho a la espera de que cometamos un error que le brinde una oportunidad aparentemente favorable para atacar.

En el capítulo 3 examinaré con mayor detalle cuáles son exactamente los objetivos de Putin. De momento, bastará con decir que anhela tener poder, estabilidad en casa y reconocimiento fuera. Para conseguirlo necesita tranquilidad en el país, manteniendo en silencio o amordazado cualquier tipo de oposición, pero también que la economía rusa funcione, al menos a su manera. Lo cual requiere mantener relaciones comerciales con Occidente, que le proporciona mercados insustituibles para su petróleo y su gas natural, además de las inversiones y la tecnología que necesita para la modernización de su país. Pero a la vez también somos el principal obstáculo que le impide lograr sus objetivos geopolíticos, negándonos a otorgar a Rusia la consideración que él reclama e interponiéndonos cuando intenta reafirmar su dominio sobre países vecinos, como Georgia y Ucrania. Putin es consciente de que Occidente, cuando se mantiene unido, es más poderoso que Rusia en casi todos los aspectos, pero considera, al mismo tiempo, que nuestra debilidad reside en el hecho de ser una constelación de democracias, a menudo díscolas. Quiere vernos divididos, desmoralizados y desconcertados hasta el extremo de estar dispuestos a llegar a un trato con él o, cosa más probable, reducidos a un estado de ánimo poco idóneo para desafiarlo.