Tras los besos perdidos - Helena Nieto - E-Book

Tras los besos perdidos E-Book

Helena Nieto

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Beschreibung

Lilian Marcos, vive una vida idílica al lado de un marido tocado por el éxito. Lo que nadie sabe, es que tras esa apariencia de hombre perfecto, se encuentra otro que engaña, controla y domina en todos los aspectos la vida de su mujer. El maltrato, no es menos destructivo por no ser físico y Lilian se siente desesperada, y ve cómo se va anulando su personalidad, día tras día. Ella es solo una posesión más, un trofeo para lucir de cara a la galería. Pero el destino la sorprende el día que trae su pasado al presente. Un reencuentro con Andrés Salgado, un antiguo amigo de la universidad, le abrirá los ojos a otra realidad que hará que se plantee muchas cosas sobre su existencia. Lo peor, es que su marido aún tiene otros planes para ella… Cuando en una vida que te atenaza, te oprime, llega el momento de darse cuenta que en toda tu vida no has sido feliz cómo mereces. Solo hay un camino. Vamos a ver qué hay, Tras los besos perdidos, con Helena Nieto.

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Carta de la autora
Agradecimientos
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Título:Tras los besos perdidos

© 2013 Helena Nieto Clemares

© Diseño Gráfico:nowevolution

Colección:Volution.

Primera Edición Enero 2014

Derechos exclusivos de la edición.

©nowevolution2014

ISBN: 978-84-942848-9-2

Edición digital Octubre 2014

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

www.nowevolution.net/ Web

[email protected]/ Correo

nowevolution.blogspot.com

A mis abuelos, Juana Valadés, y Antonio Clemares, que donde quiera que estén, se sentirán muy orgullosos de mí.

A mis padres por estar a mi lado cada uno de los días de mi vida, brindándome su apoyo, cariño y comprensión.

A toda mi familia por su comprensión y apoyo,

especialmente a mi hermano.

A mis incondicionales amigas que siempre están cuando las necesito: Belén, Carmen, Celia, Esther, Marisa y Yolanda.

A mi marido, Jose, y a mis hijos, Natalia y David, que son el motor de mi vida.

Prólogo

Estamos ante una novela de libertad, de búsqueda de la misma, de la falta de ella, y de la oposición de algunas personas por dejarse arrastrar por lo socialmente correcto. Esta es la historia de Lilian, una persona que no se conforma, que no se deja llevar por lo que otros quieren para ella.

Helena, la autora, nos indica casi al principio de este relato, que los protagonistas de esta novela son ficticios, sin embargo, recorriendo sus palabras, puedo deciros que ves personas de tu entorno como alguno de ellos, a nuestro alrededor tenemos muchos ejemplos de personas que sufren la infelicidad, otras que la crean, todos inmersos en roles sociales que se deben respetar, ¿o no?, sin duda es más cotidiano de lo que debería ser. Siempre hemos visto cómo muchas personas han aguantado toda clase de infelicidad, toda clase dedesamor, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué no luchamos por ser felices de verdad?Es una pregunta que muchos nos hacemos, sin embargo lo que me fascina en esta sociedad es que muchos otros no lo piensan, ni de forma remota, en esta última pregunta.

Estás, querido lector, ante la historia de una mujer, que sí se planteó esta pregunta, que quiere reencontrar el amor, la pasión, la felicidad en definitiva. Una historia transparente,a las claras, bien llevada por la batuta de nuestra querida Helena, y que nos va a hacer emocionarnos en muchas ocasiones durante su relato.

Todos tenemos derecho a tener felicidad, y a evitar aquello que nos hace infelices, permítete recordarlo con nosotros, y si al final te das cuenta de ello, y algo en tu interior ha cambiado, será que esta novela te sirve de inspiración, y nos alegraremos contigo por ello. Como nos enseña Helena con esta novelaTras los besos perdidos, siempre hay mucho más, no te conformes, y busca la pasión y la vida, allá donde te encuentres. Acompaña a Lilian por su resolución, por su lucha, yenamóratede nuevo con esta historia. Porque al fin y al cabo, esta novela habla sobre tener romance, una pasión y un renovado amor por la vida.

J. J. Weber

«I wish were Blind when I see with your man»

(Desearía ser ciego cuando te veo con tu hombre)

Bruce Springsteen en la canción

I wish I were Blind

Los personajes y hechos que suceden de esta novela son ficticios.

01

Antes de tomar el tren, Lilian telefoneó a casa de su madre después de haber intentado contactar con Alfonso sin conseguirlo. Tenía el móvil apagado. Fue su hermana pequeña quien contestó.

—Hola, Lilian.

Luego respondió a sus preguntas con monosílabos como si le costara coordinar las palabras para formar una frase, excepto cuando habló para criticar la actitud de su cuñado.

—No, no está. No ha venido a comer, y eso que mamá había preparado su comida favorita, pero ya sabes cómo es tu marido.

Lilian suspiró. Sabía muy bien que Claudia no tragaba a Alfonso y cualquier cosa que dijera o hiciera serviría de excusa para hablar mal de él.

—Entonces lo llamaré más tarde al trabajo.

—Vale, hermanita.

—Claudia…

La chica colgó sin dejar que terminara de hablar. Lilian movió la cabeza de un lado a otro mientras guardaba el teléfono en el bolso. Esperaría media hora para darle tiempo a llegar al despacho. No sabía de qué humor lo encontraría. El día anterior a su marcha habían discutido. A él no le agradó que se ofreciera voluntaria a asistir a una feria de arte y antigüedades. Incluso las veces que habían hablado en esos tres días parecía seguir molesto.

Hacía menos de un año que había aceptado la proposición de volver de nuevo a la vida laboral después de haberse instalado definitivamente en la ciudad. Eva, con quien tenía un lejano parentesco, ya que sus madres eran primas entre sí, regentaba una tienda de antigüedades y le había propuesto trabajar con ella. Lilian aceptó de inmediato.

Alfonso no se opuso pero tampoco mostró gran entusiasmo al conocer la noticia. La aportación económica no era gran cosa y no les hacía ninguna falta. Su nuevo empleo en una prestigiosa empresa y la apertura de un despacho propio, les hacía vivir sin problemas. No les faltaba de nada.

Estaba ensimismada en esos pensamientos cuando una señora de cierta edad le preguntó si el asiento que ocupaba era el número trece A. Lilian levantó la vista y afirmó con la cabeza.

—Sí —contestó sonriendo en un gesto de amabilidad.

—Pues creo que soy su compañera de viaje —afirmó mostrándole el billete que llevaba en la mano para asegurarse de que no se equivocaba.

Lilian se levantó para ayudarla a colocar su pequeña maleta en la repisa situada en la parte superior.

—Muchas gracias. Muy amable —dijo la mujer— ¿Le importaría dejarme el sitio de la ventana? Me gusta ir contemplando el paisaje.

A mí también me gusta, pensó Lilian, pero volvió a sonreír. No, claro que no, no hay problema.

Cogió su bolso, el libro que había dejado sobre el asiento y se cambió colocándose junto al pasillo. Aunque no le agradaba mucho volar, tal vez hubiera sido mejor hacer el viaje en avión, al menos ya estaría llegando a casa, pensó por un momento.

Se distrajo en observar a los pasajeros que recién subidos al tren buscaban su lugar correspondiente para acomodarse. Fue entonces cuando reparó en él. Aunque no lo había vuelto a ver desde años atrás, lo hubiera reconocido entre un millón. No, entre un millón, no, entre mil millones… era Andrés. Se quedó atónita observándolo. Solo unos pasos les separaban pero fue incapaz de moverse e ir a saludarlo.¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que se habían visto y mantenido una conversación?Ni lo recordaba. Mentalmente hizo memoria. Si no se equivocaba hacíaya casi diez años. Entonces tenía veinticuatro y él, dos más. Por un segundo le asaltó la duda. Quizás estaba confundida. Puede que solo se le pareciera.

Él permanecía de pie apoyado en el asiento y hablaba por el móvil. El tren iba a iniciar su salida. Escuchó a la mujer que tenía al lado murmurar algo que no consiguió entender. Seguía con la vista clavada en Andrés cuando el tren comenzó a moverse. Vio cómo guardaba el teléfono en el bolso de la camisa y se giraba en su dirección. Sintió cómo el corazón se le aceleraba al observar que caminaba hacia ella, sin embargo, no pareció reconocerla porque pasó a su lado sin fijarse. Seguro que se dirigía a la cafetería. Tardó unos minutos en reaccionar. Dejó el libro sobre el asiento y caminó por el pasillo. No sabía de qué iba a hablarle, ni siquiera si se atrevería a hacerlo, solo deseaba asegurarse de que no había sido un espejismo ni fruto de su imaginación. Abrió la puerta y se dirigió a la barra.

Varias personas esperaban por sus consumiciones y algunas charlaban entre ellas. Esperaba su turno detrás de un chico que tenía más aspecto de estar colgado que de otra cosa, mientras miraba a su alrededor sin conseguir ver a Andrés por ningún lado. Tal vez había ido al baño y no a la cafetería. Le desilusionó la idea. Cuando llegó a la barra, pidió unaCoca-colafría con hielo y limón. Después se apartó para dejar sitio a otro pasajero. Alguien se puso a su lado. Movió la cabeza y lo miró. Una expresión de total asombro se dibujó en el rostro que estaba contemplando.

—Lilian... —escuchó casi en un susurro.

Ella sonrió, y lo hizo de tal modo, que pareció concentrar toda la felicidad del mundo en el mejor de sus gestos.

♡

Alfonso y Lilian hablaron por primera vez en una fiesta organizada por amigos comunes, aunque se conocían de vista. Frecuentaban los mismos pubs de moda y aunque ella era consciente de lo mucho que la miraba, no se sentía atraída hacia él ni le gustaba gran cosa. Por eso nunca se habían dirigido la palabra.

Aparte de guapo, tenía toda la pinta de ser un cerebrito, seguro que demasiado aplicado, el primero de su promoción y sin duda, un creído de mucho cuidado. Lo había visto casi siempre acompañado con mujeres muy diferentes a ella; por lo general chicas exuberantes, pintadas como puertas, con cortas o ceñidas ropas y montadas en altos tacones.

Por eso no comprendía que un tipo como Alfonso Torres pudiera sentir interés por una joven de constitución delgada, de largos huesos finos, de pelo más bien rubio y ojos claros, a la que le gustaba vestir de forma cómoda y era incapaz de subirse a aquellos enormes tacones que algunas de sus amigas sí usaban.

En aquella fiesta, no dejó de mirar a Lilian aunque no parecía darse por aludida.

No tardó en tomar la iniciativa y emprendió una charla con ella.Al principio la joven no mostró demasiado interés, pero según fue avanzando la conversación, Alfonso la envolvió de tal manera, que no se separaron el resto de la velada. Él sabía de arte, de historia, de matemáticas, de economía… parecía una enciclopedia andante. Le resultó simpático y tuvo que reconocer que era bastante guapo: alto y fuerte, con ojos castaños, lo mismo que su cabello.

Hablaba con tal apasionamiento de todos los temas que la contagió de su entusiasmo. También valoró que ella se hubiera licenciado en Historia del Arte, algo que le hizo sentirse muy orgullosa, después de que tuviera a toda su familia en contra por considerar que había hecho una carrera sin futuro laboral alguno. Lilian hizo oídos sordos a todos los consejos familiares de que sería una gran equivocación estudiar algo sin expectativas.

Durante ese tiempo había dejado de pensar en Andrés, o al menos de compararlo con todos los que se acercaban buscando una relación y con los que había llegado a salir.

Él no volvería a ella, se decía, como si alguna vez le hubiera pertenecido. No, nunca había sido así. Lilian lo sabía. Era consciente de que a pesar del gran cariño que se profesaban, jamás había existido nada entre ellos. Por eso decidió desterrarlo de su mente. Conservaba unas cuantas fotografías pero se deshizo de los recuerdos, a excepción del peluche que le había regalado en uno de sus cumpleaños. Esos serían los únicos detalles que le uniríana Andrés por el resto de su vida porque Alfonso ya empezaba a formar parte de ella.

Por su trabajo como arquitecto responsable de la implantación de proyectos internacionales mantuvieron durante un tiempo una relación a distancia, y después decidieron pasar por el altar, meses después de que él volviera definitivamente de Londres.

La empresa de arquitectura e ingeniería donde trabajaba su marido tenía diversas filiales en Europa, por lo que en los cinco años de matrimonio tuvieron varias residencias familiares.

Ahora hacía diez meses que habían vuelto a su ciudad de origen, en el norte, al lado del mar, cuando a Alfonso le ofrecieron el puesto de gerente, algo que anhelaba y que fue incapaz de rechazar.

Durante ese tiempo Lilian sufrió dos abortos y no había conseguido quedarse embarazada. Consultaron a un especialista pero este aseguró que ninguno de los dos tenía problemas de fertilidad.

Su ginecólogo le advirtió que muchas veces los factores psíquicos y emocionales podían influir de manera importante en la capacidad de fecundar. Estaba demostrado que muchas de las parejas que cansadas de intentar tener descendencia optaban por la adopción, conseguían tener un hijo propio tiempo después, gracias a la tranquilidad que les proporcionaba el hijo adoptado.

No se habían decidido por esa posibilidad. Lilian esperaba con ansia ser madre.

♡

—¡Lilian! —dijo Andrés observándola—. No puedo creerlo. ¿Eres tú?

Le dio dos besos que ella aceptó sin perder la sonrisa.

—Pero… ¿Qué haces aquí? ¿Cómo va tu vida?

Eran tantas las preguntas que deseaban hacerse que cuando el tren llegó a su destino, horas después, ninguno de los dos había vuelto a su asiento, sinoque habían permanecido de pie, apoyados a veces en la mini barra del bar y otras en la ventana.

Fue así como ambos se enteraron de la vida del otro. Él descubrió que Lilian tenía un marido y ella que él permanecía soltero. Aunque había convivido en pareja en más de una ocasión, ahora afirmaba estar solo.

—Siempre creí que acabarías casado con una inglesa remilgada —dijo Lilian después de beber un sorbo del refresco, recordando que una de las últimas veces que habían coincidido, él estaba dispuesto a irse a vivir a Londres.

—Estuve a punto de hacerlo —afirmó sonriendo—. Pero me arrepentí a tiempo…

Puso una mueca divertida que la hizo reír. Luego los dos se quedaron en silencio observándose. Fue un momento difícil. Ella sintió una necesidad inexplicable de hacerlo su confidente. Hubiera podido decirle: «Qué feliz me hace verte, Andrés. No te imaginas cuánto…». Sin embargo hizo un gran esfuerzo por no dejarse vencer por la conmoción que estaba sintiendo bajo su mirada y volvió a sonreír.

—¿Así que ahora te dedicas a la hostelería? —preguntó sin dejar de mover el vaso vacío que tenía en la mano.

—Sí, ya ves. Al final regresé de Londres hace más de un año, y me incorporé a la empresa familiar cuando falleció mi padre.

—No lo sabía. Lo siento.

—No te preocupes. Estaba mal del corazón y no se cuidaba nada.

Nunca había querido dedicarse a los negocios hoteleros de su familia. Los Salgado eran dueños de uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad y acababan de inaugurar uno nuevo en la montaña, muy cerca de la estación de esquí, que sin duda se abarrotaría de montañeros y amantes de este deporte en la temporada de nieve.

Le explicó que sus dos hermanos habían invertido mucho en ese nuevo proyecto pero que a él no le interesaba.

—Ya sabes que a mí me gustan las ciudades, el asfalto —afirmó sonriendo—. Es mi hermano Luis quien se quedará allí. Yo seguiré con Juan en el hotel Princesa del Norte.

—Quién lo iba a decir —exclamó Lilian—, el chico más bohemio de la facultad ahora es un alto ejecutivo de la hostelería.

Él suspiró.

—Suele pasar, Lilian. Tarde o temprano todos caemos bajo las zarpas de esta sociedad consumista. Todos somos prisioneros del dinero, nos guste o no reconocerlo.

Ella se rió.

—¿Te arrepientes?

Andrés sonrió.

—A veces. No te niego que en alguna ocasión me ha apetecido largarme de nuevo a Londres y volver a montar mi propio negocio. Supongo que con el tiempo, cuando me canse de todo esto, lo haré. Me gusta ir por libre.

Recordó cómo al terminar la carrera de Historia, su padre le había dado un ultimátum; o se buscaba un empleo decente o se incorporaba a la nómina familiar. Le dijo que no estaba dispuesto a mantener a vagos con la cabeza llena de pájaros, como era su caso.

Aquellas palabras hicieron mella en él. Y por orgullo más que por otra cosa, prefirió alejarse de los negocios familiares y del lado de su progenitor.

No se lo pensó dos veces. Decidió irse a Londres. Tuvo que trabajar como camarero durante largo tiempo hasta que abrió su propio negocio con un bar más típico de su tierra natal que de los pubs londinenses.Le fue tan bien que no tardó en prosperar. Después de varios años, en los que solo aparecía en Navidad, decidió regresar y hacerse cargo junto a sus hermanos de la herencia paterna. No le iba nada mal. En realidad vivía más que bien, pero le gustaba tomarse la vida como el bohemio que siempre había sido.

Lilian lo había conocido disfrutando de las charlas, de las Artes, de la música, de vivir la vida sin preocuparse por el mañana, de ser independiente y libre… sin ataduras de ningún tipo. En aquellos tiempos de estudiantes, le gustaba la idea de creer que no pertenecía a nada ni a nadie, y hacer fortuna no le interesaba lo más mínimo. Había sido siempre el rebelde de la familia. Lilian se preguntaba si aún seguiría siéndolo. No lo parecía. Su aspecto nada tenía que ver con aquel joven que ella había conocido. Desde su cabello castaño oscuro, mucho más corto, pasando por la camisa de rayas de marca, lo mismo que el resto de su ropa, hasta el clásico reloj de su muñeca, la corbata… todo un ejecutivo.

Él podría decir lo mismo de ella. Tampoco tenía nada en común con la muchacha que soñaba exponer sus obras de arte en París o vivir rodeada de artistas con los que compartiría una vieja buhardilla frente al Sena. Ella también había cambiado. Nadie podía negarlo.

Pero si algo permanecía intacto en Andrés era su mirada tierna de color claro y su perfecta sonrisa acabada en dos graciosos hoyuelos. Su expresión era la misma, y a pesar de que se le había acentuado la barba y parecía más maduro, seguía siendo enormemente atractivo. Estaba convencida de que todo él seguía conservando aquel encanto especial por el que tantas veces había suspirado.

—Y tu madre, ¿cómo está? —preguntó ella interesada.

—Lo lleva bien. Demasiado bien, en realidad. Pero ya sabes cómo es, se toma la vida con un optimismo asombroso. Además, nunca fue muy feliz con mi padre. Creo que en el fondo, aunque suene muy cruel decirlo, ha sido una liberación para ella. Y los tuyos, ¿cómo están?

—Bien. Siguen juntos. Se pasan el día discutiendo pero se soportan —respondió bromeando— No creen en el divorcio.

Él sonrió y se quedó observándola. Estaba guapísima, seguía tan encantadora como siempre.

—Estás preciosa —le dijo casi sin pensarlo.

Ella sonrió.

—Y tú… hummm… Estás mucho mejor que cuando tenías veinte años.

—Soy como el vino —contestó riéndose.

Ella no dijo nada. Siguió sonriendo. Sin duda era cierto. Había mejorado con los años, pensó que ya no se podía ser más atractivo, dulce y fascinante como lo era Andrés Salgado, el único hombre del que realmente había estado enamorada en sus casi treinta y cinco años de vida, aunque todavía no fuera capaz de asimilar que lo que había sentido por él, jamás lo sintió por nadie, ni siquiera por su marido.

Caminaron despacio por el pasillo hacia los asientos, interrumpiendo en varias ocasiones al resto de los pasajeros que caminaban en dirección contraria hacia la salida. Gracias a que era la última parada, tenían tiempo suficiente de coger sus cosas y bajar del tren.

Él iba detrás de ella y le agradó poder observarla. Mantenía el mismo tipo delgado, con figura esbelta que acentuaba con aquella falda blanca ajustada. El largo cabello castaño claro que recordaba, era ahora algo más corto, y tenía diversos reflejos dorados que le hacía parecer más rubia de lo que realmente era. Creía conocerla mejor que nadie… o tal vez no. Seguro que solo era la extraña nostalgia que sentía en ese momento.

No quiso pensar en ello.¿Cómo sería su marido? ¿Qué clase de hombre la había enamorado? ¿Sería un amante de las Artes como ellos? ¿Escucharían la misma música que tanto les gustaba a ambos? ¿Mirarían las estrellas? ¿Leerían en voz alta las obras de teatro interpretando sus personajes? ¿Disfrutarían contemplando el amanecer, tumbados sobre la arena de la playa? ¡Tantas veces habían hecho todo eso juntos!

Llegaron a sus respectivos sitios. Ambos cogieron el pequeño equipaje y bajaron al andén.

Lilian miró con atención. No veía rastro de Alfonso, y lo agradeció. Recordó que no lo había llamado para avisarle de la hora de su llegada. Mejor así.

A Andrés tampoco lo esperaban. Él afirmó que tomaría un taxi y ella se dispuso a hacer lo mismo.

—¿Puedo llamarte algún día? —preguntó él antes de despedirse.

—¿Eh? Claro —respondió contrariada.

Buscó una tarjeta en la cartera y se la dio.

Él sonrió. Luego la besó en la mejilla. Ella entró en el taxi y dictó la dirección al chófer. Volvió la mirada y lo observó. Todavía era incapaz de creérselo. Después tantos años, se habían encontrado en un tren. Podía haber sido una escena de una película, pero no lo era. Andrés Salgado, su mejor amigo y compañero de años juveniles había vuelto a aparecer. No estaba segura de sidebería de agradecérselo al destino o reprochárselo. Aún no tenía argumentos para hacerlo. Esperaba no tenerlos nunca. Solo había sido un encuentro casual y él nunca la llamaría. Era una mujer casada, enamorada de su marido. Andrés seguía soltero y sin duda que con una lista interminable de parejas. Ya no tenían nada en común, seguro que no.

♡

Andrés miró la tarjeta una y otra vez.

Eva’s Antigüedades y Arte

En ella se mostraba la dirección del lugar de trabajo con el logotipo de la tienda y el número de teléfono. Estaba situada en una céntrica calle que conocía muy bien. Antes de volver a salir de viaje buscaría un momento para ir a visitarla. Estaba deseando verla de nuevo y recordar viejos tiempos.

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Eva, su prima, también lo conocía, pero Lilian se abstuvo de hacer comentario alguno sobre su encuentro con Andrés. Tampoco se lo dijo a Alfonso. Estaba segura de que no hubiera puesto mayor interés en escucharla. Seguro que no recordaría las veces que le había hablado de su gran amigo y confidente, con el que había compartido muchas horas en sus años de estudiante.

Pero su marido nunca se interesó demasiado por su vida pasada. Para él, Lilian era importante desde el momento en que se conocieron y pasó a formar parte de su mundo, el resto no le importaba.

Sin embargo no había sido con él con quien había perdido la virginidad, sino con su primer novio, Felipe. Estaban juntos desde los diecisiete, pero al empezar la carrera universitaria, él se fue a Madrid a estudiar Periodismo, y ella se matriculó en Historia en la facultad de su provincia.

Allí se encontró con Andrés, que después de haber pasado dos años sin saber qué hacer, mientras se ganaba un poco de dinero extra en el negocio familiar, había decidió retomar los estudios universitarios matriculándose en la misma carrera.

Él se sentó junto a ella en la biblioteca. Se miraron y sonrieron. Luego salieron juntos y la invitó a tomar un café. Aceptó. También aceptó el cigarrillo que le ofreció. Se pasaron el resto de la mañana hablando de sus vidas. Cuando quisieron darse cuenta se habían fumado el paquete entero de tabaco y no habían asistido ni a una sola clase.

♡

Ya iban a cerrar cuando escuchó el tintineo de la puerta que se abría.¿Quién será ahora?, se dijo.Seguro que algún cliente rezagado. ¿No sabrán leer el cartel de la puerta con el horario de cierre?No podía ser su madre que había llegado cinco minutos antes acompañada de una amiga y hablaban en la parte de atrás con Eva.

Abrió la puerta sin mirar a la figura que se veía tras el cristal. Andrés Salgado dio un paso atrás con expresión risueña.

—Hola —afirmó sonriendo— ¿Ya está cerrado?

Se puso nerviosa. No pudo evitarlo. A quien menos pensaba encontrar al otro lado de la puerta era a Andrés.

—Pasa —acertó a decir.

—He estado pensando en ti y he decidido venir a visitarte. Espero que no te importe.

—¿Eh? No, claro que no…

Unos pasos se acercaron. Eva fue la primera en asomar.

—¿Ha venido alguien? —preguntó irrumpiendo en la estancia.

Los dos se miraron y se reconocieron.

—¿Andrés? —afirmó a modo de pregunta.

—Hola, Eva. Cuánto tiempo.

Ninguno de los dos se acercó. Solo se miraron. Lilian también los observó. Se produjo un incómodo silencio. Fue entonces cuando apareció Ángela, la madre de Lilian con su amiga Teresa. Si Eva se había sorprendido al ver Andrés, Ángela se quedó de piedra.

—¿Te acuerdas de Andrés? ¿Verdad, mamá?

Lo miró boquiabierta primero, para contestar después con una sonrisa.

—Claro que me acuerdo. ¿Có… cómo estás? Encantada de verte.

Él le tendió la mano. No hubo ninguna familiaridad en aquel saludo. Lilian tuvo la certeza de que su madre fingía. Era evidente que no se alegraba de ver de nuevo a su antiguo amigo. Lilian vio cómo su madre clavaba la mirada en ella.

—Nos encontramos en el tren —afirmó—, el otro día…

Nadie dijo nada. Notó nerviosismo en Andrés que se volvió para mirarla. Parecía desconcertado sin saber muy bien qué hacer. Lilian decidió por él.

—Ven, Andrés. Te enseñaré la tienda.

Se acercó a la escalera para subir al piso de arriba y él la siguió. Fue lo único que se le ocurrió para escaparse de las miradas inquisidoras de su madre. No tardó en oír cómo se cerraba la puerta. Se asomó por la barandilla y vio que los habían dejado solos. Respiró aliviada.

—Lo siento —dijo él—. No pretendía causarte problemas.

Ella negó con la cabeza.

—No hay ningún problema, Andrés. Ninguno.

♡

Hacía tiempo que las cosas no iban demasiado bien entre el matrimonio, pero desde que había empezado a trabajar con Eva, todo iba a peor. Y en las últimas semanas la distancia entre su marido y ella parecía insalvable.

Alfonso era un hombre serio, formal, a veces hasta demasiado púdico para el gusto de Lilian. Cada vez estaba más entregado al trabajo y desde que se había puesto como proyecto escribir sobre técnicas de arquitecturase encerraba durante horas en su estudio ensimismado de tal manera, que parecía estar en otra galaxia, sin acordarse de que ella vivía en la misma casa.

Una de esas noches en que permanecía absorto ante la pantalla del ordenador, le abordó sin reparo y se desabotonó la blusa mientras intentaba sentarse en sus rodillas. Él se enfadó, se sintió incómodo y le dijo que se fuera porque tenía que seguir trabajando.

—Iré cuando termine. Ahora, vete.

Lilian se enfureció y salió dando un fuerte portazo sin decir nada. Más tarde se dirigió al salón y encendió la tele. Se entretuvo viendo una película antigua. Cuando llegó a la cama casi dos horas después, fue consciente de lo sola que se encontraba.

Ni siquiera se enteró cuando cerca de la dos de la madrugada, él entró en la habitación. Estaba profundamente dormida como casi todas las últimas noches en que cada vez Alfonsose acostaba más tarde.

♡

Después de visitar toda la planta de arriba hicieron lo mismo con la de abajo. Andrés mostró interés por muchos de los artículos expuestos a la venta, sobre todo por un antiguo reloj de bolsillo que aún funcionaba y que databa de mil novecientos catorce.

—Es precioso —comentó—. Pero demasiado caro.

—Si te interesa, puedes hablarlo con Eva. Ella es la jefa.

—Lo pensaré.

Antes de salir de la tienda, Andrés pensó en proponerle una comida juntos, pero desconocía los planes de Lilian. Estaba dudando si decírselo cuando ella lo hizo por él.

—¿Nos vamos a comer? Alfonso tiene uno de sus innumerables compromisos de trabajo y no lo veré hasta la tarde.

—Invito yo —dijo como respuesta.

—Por supuesto que esperaba que lo hicieras —bromeó Lilian—. Además, me debes una…

Él la miró sorprendido.

—La última vez que nos vimos hace, creo recordar, diez años, prometiste que me llamarías para invitarme a cenar y ya es hora de que cumplas tus promesas.

—Hum… No lo recuerdo. Pero si tú lo dices, estaré encantado de invitarte. Aunque no sea una cena ¿vale una comida? —preguntó él acercándose e inclinándose hacia ella.

—Claro… —contestó ella al tiempo que dejaba escapar una risita nerviosa—. Vale una comida.

—Entonces no puedo negarme. Las promesas hay que cumplirlas.

Caminaron despacio hasta un restaurante italiano que estaba dos calles más abajo. ¿Por qué le alteraba tanto estar a su lado? Cuando por fin se sentaron a la mesa, Lilian notó que le temblaban las rodillas. Andrés Salgado seguía perturbándola muy agradablemente. No sabía si eso significaba algo bueno o malo, pero estaba encantada con la situación, más cuando levantó la vista de la carta del menú y lo encontró observándola.

—¿Ya sabes lo que vas a pedir? —preguntó Lilian.

Él sonrió. Veía en ella los rasgos tiernos y dulces de siempre. Sintió una infinita ternura. Podría cerrar los ojos e imaginarse cada uno de sus gestos al hablar, al reírse, al mirarlo… era Lilian,su Lilian…

02

Ángela estaba terminando de recoger la cocina cuando pensó en llamar a Lilian para invitarla a cenar al día siguiente, viernes, junto a Alfonso. También invitaría a su otra hija, Claudia, que aunque no se había casado aún, vivía con su novio. Tanto ella como su marido esperaban que decidieran formalizar la situación de una vez, ya que llevaban varios años de relación. Su otro hijo, el segundo de los tres, Nicolás, residía desde hacía años en Tenerife.

Todavía no le habían dado nietos y estaba deseando que alguno de sus vástagos tuviera descendencia.

Pero Nicolás no parecía estar por la labor pues solo llevaba casado un año y medio. Y tanto él como su nuera, Andrea, no tenían ninguna prisa. A Claudia, la más pequeña, sin trabajo estable, pues aunque había estudiado enfermería, solo la llamaban para sustituciones, y con veintitrés años, ni se le pasaba por la cabeza la idea de ser madre aún, así que su única esperanza era Lilian, pero no había conseguido quedarse embarazada. Sabía que tanto ella como Alfonso deseaban niños, y lamentaba que no hubieran podido ser padres todavía. Puede que ahora que ya estaban establecidos y habían dejado de viajar de un lado a otro, tuvieran más suerte.

Se dirigió al salón donde su marido, Santiago, dormitaba en una de las butacas. Tenía tres años más que ella y se había jubilado hacía unos meses. Ahora le daba por hacer maquetas de barcos, y leer toda clase de periódicos, aparte de entretenerse durante horas con el canal de deportes de la televisión.

Santiago abrió los ojos al escuchar a Ángela descolgar el teléfono.

—Voy a llamar a las chicas para que vengan a cenar mañana. Eso si no tienen planes —exclamó en voz alta.

Su marido no dijo nada, lo que significaba que estaba de acuerdo. Ángela se puso las gafas de cerca para mirar la agenda, aunque sabía los números de memoria.

—¡Vaya! Liliana no contesta…

A su marido le resultó extraño que la llamara por su nombre completo. Para ellos siempre había sido Lilian. Dedujo que su mujer estaba molesta o preocupada por su hija mayor, ya que solo en esas ocasiones utilizaba todas las sílabas para nombrarla.

Después de unos minutos consiguió hablar con Claudia, que se mostró encantada con la invitación de su madre. Luego marcó de nuevo el número de Lilian pero siguió sin dar respuesta.

—¿Por qué no la llamas al móvil? —preguntó su marido.

Así lo hizo. Ángela ya iba a colgar cuando por fin escuchó la voz de su hija.

—¿Mamá?

—Te he estado llamando a casa. Pensé que comerías allí…

Lilian pareció titubear al responder. No se oía bien. Había mucho ruido a su alrededor. Ángela no pudo distinguir con claridad sus primeras palabras pero lo último que entendió casi hubiera preferido no escucharlo.

—Es… estoy comiendo… sí… estoy… con… con Andrés.

El silencio de su madre no dejó a Lilian la menor duda de que su respuesta no le había gustado.

—¿Mamá?

—Te llamaré más tarde. Cuando estés en la tienda…

Colgó molesta, dejándola sin palabras.

Santiago la conocía tan bien como para percibir por la expresión de su rostro que estaba enfadada.

—¿Qué pasa? —preguntó— ¿Hay algún problema?

Se levantó airada del sofá y lo miró con cara de disgusto.

—Espero que no, Santiago —suspiró mientras él la miraba sin comprender por encima de las gafas.

—Se trata de Andrés.

—¿Qué Andrés? —inquirió sin dejar de mirarla.

—Aquel muchacho que fue medio novio de Lilian, creo, porque nunca llegué a saber qué había entre ellos.

Él se quedó pensando.

—Ah, sí. Lo recuerdo. Se pasaba el día aquí.

—Pues ha vuelto, y no me gusta. No me gusta —exclamó mientras recogía la taza vacía que su marido había dejado sobre la mesa.

Santiago ahora sí puso cara de no entender nada.

—¿Ha vuelto a dónde?

Su mujer movió la cabeza con indignación.

—Aquí, y ahora está comiendo con tu hija. ¿Qué te parece? —preguntó cruzando los brazos sobre el pecho.

Se encogió de hombros.

—¿Qué me tiene que parecer?

—Hoy lo he visto en la tienda, y no me gustó cómo se miraban. Los dos… Lilian está casada. No tiene por qué ir con él a comer ni a ningún sitio.

Su marido refunfuñó algo que ella no logró entender, pero viendo su gesto de desaprobación fue capaz de intuir que estaba de acuerdo con ella.

—Hablaré muy seriamente con Lilian. En cuanto pueda —dijo Ángela en tono amenazante—. No me gusta nada este asunto, pero nada.

Salió del salón y volvió a la cocina a terminar de recoger.

Ángela había visto con muy buenos ojos a Alfonso desde el momento en que su hija se lo presentó. Le gustó como novio y ahora mucho más como marido. Era un hombre culto, educado, inteligente, con futuro prometedor y sin duda, un buen esposo. También estaba segura de que sería un buen padre. Puede que fuera reservado, eso no podía discutirlo, a veces demasiado serio, pero era decente y digno de admiración. Era muy atractivo. Claro que Andrés también lo era… y sabía que Lilian había estado muy enamorada de él. Recordaba perfectamente cómo en aquellos años de universidad, el chico era el centro de su universo, y no daba un paso sin su amigo del alma. La había visto ilusionada, feliz, pero también derramando alguna que otra lágrima, y sufriendo por él. Más, cuando el joven decidió irse a Londres y fueron perdiendo el contacto.

Le conoció alguna que otra pareja, pero nada serio, aparte de Felipe. Como madre le aconsejó que se olvidara de Andrés para siempre y aunque Lilian intentaba convencerla de que ya no pensaba en él, nunca pudo engañarla. Pero era ley de vida. Pocas veces un amor tan fuerte como el que su hija había sentido por Andrés era correspondido. Ella lo sabía muy bien. Al final cuando empezó a salir con Alfonso, intuyó que había encontrado al hombre perfecto. Se había casado por propia voluntad. Nadie la había persuadido para hacerlo. Su yerno era lo que toda madre aspiraba para una hija. Además hacían una estupenda pareja. En el momento que Dios les concediera el anhelo de su primer niño, formarían una familia perfecta.

03

Lilian no recordaba haberse reído tanto como lo estaba haciendo con Andrés cuando él empezó a hacer memoria y a hablar de las viejas anécdotas que habían vivido juntos. Había olvidado muchos detalles que él seguía relatando, consiguiendo que llorara de risa. Pero cuando le tocó a ella el turno de hablar del pasado, a él le ocurrió lo mismo.

—Todavía tengo el peluche —dijo Lilian sonriendo.

—¿Qué peluche?

—Aquel gatito de color rosa chicle que me regalaste en un cumpleaños junto a una pulsera plateada. La pulsera la perdí. No sé ni dónde ni cuándo… —añadió con gesto compungido—. Pero me quedé con el detalle tierno. También tengo un perro, que se llama Andy.

Andrés sabía que Lilian siempre había querido tener un perro pero nunca logró convencer a sus padres a que cedieran a sus deseos.

—¿Tienes un perro? ¡Lo conseguiste!

Ella asintió con la cabeza.

—Un setter irlandés. El que es pelirrojo, como mi madre. Quiero decir que mi madre es pelirroja de verdad. No teñida —añadió riéndose y preguntándose al mismo tiempo por qué había dicho tal tontería. Andrés sabía muy bien que su madre era pelirroja.

—Por cierto, creo que a la señora «Ángela Soriano» —dijo con tono burlón—, no le gustó mucho verme en la tienda. Nunca le caí muy bien, todavía no sé por qué. Siempre me miraba muy seria cuando aparecíamos por tu casa y no me esperaba.

Lilian se rió al recordarlo. Cuando llegaba con Andrés y se encerraban en la habitación, su madre buscaba miles de pretextos para que él no permaneciera mucho tiempo en la casa. Y cuando Lilian se enfrentaba a ella por tener tan poca consideración hacia su amigo, le respondía que no eran horas de visitas, que tenía que ayudar a su hermana con los deberes, o miles de excusas que nadie lograba entender. En cambio, cuando ella era la que iba a casa de los Salgado, todos se desvivían por atenderla.

En más de una ocasión lo comentó en un afán de comparar los dos comportamientos y solo consiguió que su madre se enfadara mucho más.

—A la madre de ese chico se lo dan todo hecho o casi todo. Sus hijos son mayores y no tiene que atender a una niña pequeña como yo —solía chillar enfadada.

—Y tú qué sabes, si ni siquiera la conoces —replicaba su hija.

—Me lo imagino. ¿No vive en un hotel?

—No, mamá. Vive en un piso como nosotros. Eso sí, mucho más grande que este —añadía complacida.

—Y tienen chica de servicio, que tú misma me lo dijiste más de una vez.

Ahí Lilian optó por callarse. Pero también pensaba que Andrés no tenía la culpa de que sus padres vivieran en un piso más modesto o que hubieran tenido una hija a destiempo que se llevaba doce años con ella.

Casi siempre que salía el nombre de Andrés a relucir, madre e hija acababan discutiendo. Luego se lo contaba a él que lejos de molestarse, se reía afirmando que lo mejor era no hacerle caso.

—¿Para qué vas a discutir, Lilian? —preguntaba—. Pasa del tema.

—No puedo. Es superior a mí —afirmaba convencida.

De eso habían pasado ya años,pensó mientras lo observaba con detalle.¡Qué guapo estaba!Tal y como había pensado en su encuentro en el tren, Andrés había mejorado con la edad.

—Así que tu perro se llama Andy… —dijo él soltando una risita.

—¿No te gusta el nombre?

—No, quiero decir, sí, me encanta.

Ella sonrió.

—A mí también. —Bajó los ojos y luego volvió a mirarlo— A mi marido no le entusiasmó mucho la idea de que tuviéramos un perro, aunque con la excusa de que tiene un pequeño jardín por donde trotar, conseguí convencerlo. No le gustan mucho los animales, por no decir nada —aclaró.

Le explicó que vivía en un chalé de una moderna urbanización construido por la empresa de Alfonso, que él había adquirido poco antes de casarse. Afirmó que estaba situado en un lugar muy tranquilo, en el campo, pero que odiaba tener que desplazarse en coche a todos los sitios. Hubiera preferido vivir en la ciudad, donde tenía tiendas, cafeterías o restaurantes por todos lados, y en pleno centro puestos ya a elegir.

Se quedaron callados unos segundos. Él la observó con detenimiento hasta que Lilian acabó por desviar la mirada.

—Hablando de Alfonso, tengo que llamarlo. Perdona un momento. Saldré para poder coger cobertura. Aquí no se oye nada.

—Bien. Mientras pagaré la cuenta.

Se levantó y salió del restaurante. Su marido no tardó en contestar. Ella le preguntó si pasaría a recogerla por la tienda cuando terminara de trabajar.

—Imposible, Lilian. Tengo una reunión. No sé a qué hora terminaré.

—Está bien. Te espero en casa —respondió desilusionada.

—Perfecto. Y ahora tengo que dejarte. Hasta luego.

Lilian no contestó. Guardaba el móvil en el bolso cuando Andrés se acercó.

—¿Todo bien? —preguntó él.

Ella trató de sonreír.

—Sí, todo bien, Andrés.

Pero no, no era cierto. Nada iba bien. Alfonso no tenía nunca tiempo para ella. Cuando no eran reuniones, eran entrevistas con clientes o estudios de proyectos, revisiones de su libro, partidas de golf que según él, eran compromisos inevitables… pero ella no tenía ningún interés en jugar al golf ni a ninguna otra cosa. Solo quería un marido con el que salir y alternar, con el que pasar el tiempo. No le parecía que fuera pedir demasiado. Y el único juego que le apetecía era el de la cama, algo que él también había ido dejando cada vez más a un lado. En el último mes habían tenido tan poco sexo, que Lilian estaba convencida de que su marido empezaba a evitarla o tenía a otra con quien desahogarse. Eso, muchas veces la inquietaba. Sabía que Alfonso gustaba a las mujeres y durante su estancia en Alemania, llegó a sospechar que tenía un lío con una compañera de trabajo. Nunca pudo averiguarlo y cuando una vez se lo insinuó, se puso como un loco, acusándola de estar chiflada y de ver fantasmas donde no los había. Nunca se quedó muy conforme con las explicaciones que él daba cuando llegaba demasiado tarde de la empresa. Siempre había estado con la mosca detrás de la oreja. Todavía ahora lo estaba…

♡

Se despidieron en la esquina de la calle donde estaba la tienda.

Andrés le dijo que estaría unos días de viaje. No ocultó que deseaba volver a verla, y hasta se interesó por conocer a Alfonso.

—Vale —dijo ella—. Lo hablaré con él. Estoy segura de que le encantará conocerte —añadió no muy convencida.

—Bien. Entonces te llamaré. Me siguen encantado tus pecas —bromeó él pellizcándole con suavidad la mejilla.

Ella sonrió.

—Hasta pronto, Andrés.

Lo vio alejarse. Todavía sonreía cuando abrió la puerta y entró. Iba pensando en él. No estaba segura de querer volver a verlo. Se había alejado de su vida cuando más lo necesitaba. Pero había sido una velada estupenda. Extraña, después de todo. Había pasado tanto tiempo…

Su prima Eva había llegado unos minutos antes y desde lejos pudo observar a la pareja hablando en la esquina. Colgaba el teléfono cuando Lilian saludó sonriente.

—Tu madre acaba de llamar y no parecía muy contenta.

—Ya la llamaré más tarde —respondió cambiando su sonrisa por gesto de fastidio.

—¿Qué tal con Andrés Salgado? —preguntó con tono irónico—.Os acabo de ver… —añadió con gesto suspicaz.

—Bien —respondió sin más.

Si deseaba sonsacarle algo, ella no estaba por la labor de hablar. Se dirigió a la trastienda donde dejó el bolso. Luego fue al baño y se contempló en el espejo. Sonrió al verse las cuatro pecas que bailaban en su nariz. Estaban casi en verano y todos los años le ocurría lo mismo. Recordó cómo le fastidiaba verlas en la adolescencia. Solo cuando Andrés declaró estar enamorado de ellas, empezó a quererlas. Era la única de sus hermanos que las tenía. Las había heredado de su madre, que tenía la piel blanca y pecosa. De ella también eran los ojos de color claro entre azul y verde. El resto de los genes no pertenecían a los Soriano, su familia materna, sino a los Marcos, la de su de padre.

Ángela volvió a telefonear un poco más tarde. Con la excusa de que había demasiada gente en la tienda, Lilian aseguró que la llamaría en cuanto llegara a casa.

Su madre colgó ofendida. Nunca había demasiados compradores en el establecimiento. Le sonó a disculpa.No se quedó tranquila. Todo lo contrario.

En efecto, no había nada más que un señor mayor que charlaba con Eva sobre un cuadro en el que estaba interesado, pero Lilian no deseaba hablar por teléfono en ese momento. Sabía muy bien qué iba a decir su madre, algo con referencia a Andrés que no le causaría ninguna gracia, más bien le molestaría.

—¿Qué me cuentas de Andrés? —inquirió su prima en cuanto se quedaron solas.

Eva había conocido a Andrés como el amigo inseparable de Lilian. Nunca llegó a entender lo que había entre ellos. Aunque solo eran compañeros de clase, se pasaban el día juntos. Muchos incluso creían que eran pareja.

A pesar de ser familia porque sus madres eran primas, y llevarse pocos meses de diferencia, nunca habían tenido demasiada confianza entre sí, y mucho menos cuando llegaron a la adolescencia. Lilian recordaba que cuando decía estar interesada en un chico, Eva no tardaba ni una semana en meterse en medio y quitárselo.

Cuando tuvo su primer novio, Felipe, temió que intentara entrometerse entre ellos, pero esta vez no mostró interés en el chico. Lilian no podía entender que tuviera tal poder de seducción para que la mayoría de los muchachos cayeran rendidos a sus pies. No era especialmente guapa, ni tenía un cuerpo espectacular, pero tenía que reconocer que no era nada tímida, todo lo contrario, quizás pecaba de atrevida.

Por ese motivo, cuando Lilian le presentó a Andrés y le dejó bien claro que el joven tenía pareja, pensó lo peor. Eva coquetearía con él como había hecho con casi todos sus amigos, comprometidos o no. Eso no le suponía problema alguno. No se equivocó, solo que esta vez no dio resultado. Andrés no sintió el más mínimo interés y a Lilian la llenó de orgullo. Puede que no fuera su novio y que solo les uniera una relación de amistad, pero si con alguien no quería verlo era de pareja con su prima.

Ahora, Eva estaba divorciada. Después de haber tenido numerosos novios terminó casándose con un apuesto anticuario mucho mayor que ella. Él había abierto el negocio que regentaba. El matrimonio solo duró un par de años. Gerardo se quedó con la casa y ella con el comercio. Lo último que sabía de su ex era que había cambiado de lugar de residencia y formado una nueva familia.

Eva no tenía pareja estable ni la deseaba, pero algo se despertó en ella al volver a ver a Andrés, uno de los pocos hombres que la habían rechazado en sus treinta y cinco años de vida, por eso volvió a mirar a Lilian con recelo. Viendo que no estaba dispuesta a decir ni una palabra sobre su amigo, no tardó en preguntarle otra vez por él.

—Nos encontramos el otro día en el tren —aclaró Lilian— Quedó en pasar a visitarme para conocer la tienda. Hemos comido juntos y nada más.

—¿Cuánto tiempo llevabas sin verlo?

—Unos diez años más o menos —contestó mirándola.

—¿Y qué has sentido al estar con él de nuevo? —inquirió.

Lilian sonrió.

—Siempre es agradable encontrar a viejos amigos. ¿No crees?

—Sí… supongo…

No volvieron a mencionar el tema. Eva dio por supuesto que le incomodaba hablar de él, así que no insistió.

No habían pasado ni diez minutos de su llegada a casa cuando sonó el teléfono. Lilian descolgó sabiendo muy bien que sería su madre. Se llevó el inalámbrico a la cocina y se sentó en una de las sillas, mientras saludaba con desgana.

—Hola, mamá —dijo mientras tamborileaba con los dedos sobre la madera de la mesa.

Su madre se saltó el saludo y le habló de la cena del día siguiente.

—Me gustaría que vinierais a cenar mañana. Tu hermana y Enrique también van a venir.

—Bien. Si Alfonso no tiene ningún compromiso —contestó.

—Hablando de otra cosa ¿Has vuelto a retomar tu amistad con ese muchacho?

Lilian suspiró.

—Mamá, ya te lo dije. Lo encontré en el tren el otro día. Hacía diez años que no nos veíamos. Hablamos. Fue a visitarme a la tienda y ya está. ¿Qué tiene de malo?

—También fuiste a comer con él.

A Lilian le apeteció colgar el auricular pero se contuvo. Apoyó la cabeza sobre la mesa y no dijo nada.

—No creo que esté bien. No sé qué va a decir tu marido.

Ahora sí que no estaba dispuesta a seguir escuchando.

—Nos vemos mañana, mamá.

—Lilian…, pero… Lilian…

No pudo decir más porque su hija le había colgado el teléfono.

A veces Lilian deseaba vivir a mil kilómetros de distancia de su madre. Aunque la había echado mucho de menos en los años que había estado fuera, añoraba a veces ese alejamiento. No le gustaba que se metiera en su vida o se preocupara tanto por lo que hacía o dejaba de hacer.

Suponía que todas las madres serían iguales, solía decirse a sí misma para controlarse y no responderle mal.

♡

Alfonso no estaba muy conforme con ir a cenar a casa de sus suegros pero no se atrevió a negarse. Ya lo había hecho más de una vez y era su mujer la que tenía que buscar una excusa ante sus padres.

No es que no apreciara a los padres de su esposa. Eran buenas personas, y siempre se habían comportado bien con él, pero le aburrían y no tenían muchos temas de conversación. Y qué decir de la hermana de Lilian y su novio con los que nunca simpatizó y a los que solo soportaba. No tenía nada en común con ellos. Sus ideas partidarias de laantiglobalizacióny detractoras del capitalismo no comulgaban con él ni con su estilo de vida. Con el único que congeniaba algo más era con Nicolás, el hermano de Lilian, pero se veían en Navidad y poco más. Por supuesto, la misma antipatía que él demostraba a su cuñada, y el novio de esta, era totalmente correspondida. Solo se toleraban. Evitaban hablar de temas que les hacía enfrentarse, porque él no estaba por la labor de callarse y Claudia mucho menos. A pesar de tener solo veintitrés años era muy decidida y le gustaba decir las cosas claras sin importarle si ofendía o no al resto. Alfonso siempre consideró que por la diferencia de edad con sus hermanos, toda la familia había sido y seguía siendo demasiado permisiva con la joven. Le habían consentido en exceso y por eso no tenía respeto alguno a las personas que no compartían sus ideales.

—A su edad, yo tenía que estar a las diez y media en casa —se quejó Lilian una vez cuando a los diecisiete años Claudia ya regresaba de madrugada.

—Ya, hija, pero son otros tiempos —solía decir su madre—. No es que me guste pero todas lo hacen.

Era cierto. Todo lo que Lilian no pudo hacer de adolescente se le fue permitido a su hermana y con menos edad.

—Ya. Yo por ser la mayor me llevé la peor parte.

—No exageres. Solo te imponíamos un horario, Lilian. Cualquiera que te oiga pensará que estuviste en un campo de concentración —protestaba su madre.

—Poco menos… —replicaba ella riéndose y abrazándola—. Por eso me quejo.

—Anda, anda… —contestaba su madre entre risas.

Lilian se alegró de ver a su hermana. Le dio un gran abrazo y un par de besos al tiempo que le reprochaba la escasez de visitas a su casa.

—Pues ahora menos te voy a visitar, Lilian. Empiezo el lunes a trabajar —afirmó sonriendo—. He firmado contrato por dos meses, algo es algo.

—Oh, eso es estupendo —respondió Lilian.

—¿No te lo ha dicho, mamá? —preguntó extrañada de que no estuviera enterada aún.

—No…

Miró a su madre que no se dio por aludida y por su gesto adivinó que seguía ofendida porque le hubiera colgado el teléfono el día anterior.

—¡Qué raro! Si mamá no puede tener nada callado… —dijo la chica.

Lilian se rió por el comentario.

—¿Va a tardar mucho la cena? —preguntó Santiago entrando en la cocina.

—Enseguida… —respondió su mujer mientras abría el armario para sacar unas copas que colocó sobre la mesa.

—Vamos, chicas. Ayudadme y llevadlas al comedor.

—Claro, mamá —respondió Lilian.

La cena transcurrió tranquila sin altercado alguno por ningún miembro de la familia. Claudia se limitó a hablar de trabajo, los hombres de fútbol, y tanto Ángela como su hija mayor estuvieron bastante calladas.

Cuando Lilian ayudó a recoger la mesa junto a su hermana y entró en la cocina para depositar los platos en el lavavajillas, su madre no dudo en sacar el tema de Andrés.

—Claudia ¿Quieres servir el café? —preguntó dándole la bandeja.

—Por supuesto.

Ángela cerró la puerta en cuanto su hija menor salió.

—No quiero meterme en tu vida pero no creo que sea prudente lo que estás haciendo.

Su hija la miró atónita.

—¿Hacer? ¿Qué se supone que estoy haciendo? —contestó molesta.

—Verte con Andrés. No sabía que siguieras siendo su amiga.

Lilian torció el gesto y luego volvió a mirar a su madre.

—¿Y por qué no íbamos a ser amigos? Nunca nos enfadamos, solo dejamos de vernos. Él se fue a Londres y yo seguí con mi vida.

—¿Y a Alfonso le parece bien? —preguntó Ángela cruzándose de brazos y mirándola con severidad.

—Pero… ¿Qué quieres decir? —respondió poniendo gesto de hastío.

—Ya sabes a qué me refiero.

—No, no lo sé —dijo molesta—. Si lo supiera no te preguntaría ¿No crees?

—Vamos, Lilian. Siempre estuviste enamorada de Andrés. No lo niegues.

Lilian no dijo nada pero miró para otro lado. Le fastidió mucho que su madre se lo recordara. No deseaba hablar de eso y menos cuando ya habían pasado tantos años.

—¿Vas a decirme que no? —inquirió su madre—. Sabes muy bien que no me estoy inventando nada.

—Nunca hubo nada entre nosotros. Solo fuimos amigos —respondió mirándola—. ¿Es que a estas alturas todavía no lo sabes?

—A mí no puedes engañarme. El otro día vi cómo lo mirabas.

—Ah, qué bien —respondió sarcástica—. Y según tú, ¿cómo lo miraba? ¿Con amor? ¿Con deseo? ¿Como una gata en celo o algo así?

—Lilian —la reprendió su madre—. No te burles. Estoy hablando en serio. Y tengo que decir que a pesar de todo, me alegré de verlo después de tantísimo tiempo.

Lilian la miró incrédula.¡Qué gran mentira!Pensó. Durante diez años estaba segura de que su madre se había alegrado y mucho, de no ver a Andrés Salgado en sus vidas.

—Ya… —susurró por lo bajo.

En ese momento Claudia volvió a entrar y dejaron de hablar.

—¿Pasa algo? —preguntó.

Ninguna de las dos contestó.

Lilian aprovechó para coger el bote de sacarina que su padre acababa de pedir en voz alta desde el comedor y salió.

Después del café, Alfonso afirmó que estaba cansado y deseaba irse a casa. Por primera vez, Lilian no insistió en quedarse un poco más. También alegó estar cansada. Besó a su hermana y sonrió a los demás al despedirse.

Sí, había hablado a su marido de Andrés. La noche anterior le había explicado lo de su encuentro en el tren y que habían comido juntos. Alfonso no le dio mayor importancia. A diferencia de Andrés, no mostró ningún deseo de conocerlo. Él también había tenido muchas amigas antes de casarse y nunca hablaba de ellas. Su falta de interés por las cosas que no le tocaban directamente y que eran según él, de los demás, le traían sin cuidado. Andrés no era de su círculo de amigos ni de su ambiente, por lo tanto, no le interesaba lo más mínimo. A ella le molestó cuando lo dijo.

—Es amigo tuyo, Lilian y no te lo tomes a mal, pero yo no tengo tiempo ni de ver a los míos. No me importa que quedes con él para comer o tomar algo alguna vez. Pero yo no tengo interés en conocerlo.

—Mira que eres antipático —le reprochó—.Parece que lo único que te importa en la vida es el trabajo yya te he dicho muchas veces que no hace falta que trabajes tantas horas. No lo necesitamos, Alfonso.

Él no contestó. Ignoró su comentario.

Quizás porque estaba pensando en la actitud de su marido o porque había salido bastante indignada de la casa de sus padres, Lilian inició una discusión durante el camino a casa.

—¿Mañana vas a tener una de tus largas y aburridas partidas de golf? —preguntó aun sabiendo la respuesta.

Sin apartar la vista de la carretera, su marido contestó.

—Ya te he dicho que tenemos que ir. Nos quedaremos allí a comer.

—¡Ja! Y mientras tú juegas, yo me paso la mañana tomando café con la estirada de Carolina y compañía. Olvídalo. Si ese es tu plan, no cuentes conmigo.

—Tengo que hacer vida social, Lilian —protestó—. Forma parte de mi trabajo. Y tú, como mi esposa, deberías de acompañarme.

—No, no pienso ir —casi le gritó—. ¿Crees que soy un objeto para exhibir ante tus estupendos amigos? Ni hablar. No me gusta el golf, me aburre ese prestigioso club y mucho más la gente que hay dentro. Te lo recuerdo por si todavía no te has enterado. ¡Odio ese maldito club!

Alfonso soltó un bufido pero se calló. Lilian tampoco dijo nada más. Estaba furiosa, él no tenía interés en sus amigos, le costaba un triunfo conseguir que fuera a pasar una velada con sus padres, no le gustaba Eva, no le gustaba la tienda, no le gustaba su hermana, no le gustaba ni el perro que los recibió dando saltos de alegría cuando llegaron a casa, y que él apartó con brusquedad para que no posara las patas en su pantalón claro. Lilian lo miró con rabia y por un momento pensó que por no gustarle, ya no le gustaba ni ella.