Tyler - Diana Palmer - E-Book
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Diana Palmer

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Beschreibung

Unos texanos altos y guapos... Eran duros y fuertes... y los hombres más guapos y dulces de Texas. Diana Palmer nos presenta a estos cowboys de leyenda que cautivarán tu corazón. TYLER- Con sus dulces palabras, el encantador Tyler conquistaba a todas las mujeres que se cruzaban en su camino... hasta que conoció a la sincera e irresistible Nell.

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 1988 Diana Palmer

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Tyler, n.º 1399 - agosto 2014

Título original: Tyler

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4630-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

Tyler Jacobs llevaba ya seis semanas trabajando en el rancho para turistas Doble R, cerca de Tombstone, pero el árido paisaje del sureste de Arizona le seguía pareciendo tan poco acogedor como el de Marte.

Acababa de regresar hacía un par de días de Jacobsville, donde había ido para asistir a la boda de su hermana Shelby con Justin Ballenger. Era desde luego un enlace bien extraño y repentino, sobre todo teniendo en cuenta que durante los últimos seis años, Justin se había negado incluso a dirigirle la palabra a Shelby después de que ella hubiera roto su compromiso, pero, en cualquier caso, no era asunto suyo. Por el modo en que Shelby miraba a Justin resultaba obvio que aún lo amaba, y estaba seguro de que él tampoco había dejado de quererla, así que tenía confianza en que fueran felices y se reconciliaran definitivamente.

Abby y Calhoun también habían ido a la boda, naturalmente, y a Tyler le había aliviado ver que su atracción por la joven había pasado. Se había sentido algo deprimido cuando ella admitió que estaba enamorada de Calhoun, pero de algún modo siempre lo había intuido, así que el golpe no fue tan grande como podía haberlo sido, y lo había encajado con bastante dignidad.

Sin embargo, aquello lo había hecho reflexionar respecto a sus relaciones con el género femenino. Se preguntaba si alguna vez llegaría a saber lo que era el amor, lo que era sentir algo más que pura atracción física. Claro que, cuando uno menos se lo esperaba, aparecía la mujer que ponía el mundo del hombre patas arriba, aun contra su voluntad, y, en el caso de Tyler, el nombre de esa mujer era Nell Regan: tan vulnerable, tan solícita...

En ese momento, vio en la lejanía acercarse a un jinete. Tyler entornó los ojos, tratando de distinguir de quién se trataba. Mentían quienes decían que el calor seco era más soportable que el húmedo: el sudor le caía a raudales por el moreno rostro, y tenía empapada la camisa. Se quitó el sombrero un momento para secarse la frente con el dorso del brazo, y se quedó mirando la vasta extensión, con las montañas en el horizonte.

Había salido en busca de unos terneros extraviados, y estaba cabalgando desde hacía rato entre las chollas y las chumberas, donde la vegetación de chapotes no era tan espesa. Nada crecía en torno a los chapotes y, por cómo olían, sobre todo cuando llovía, no era de extrañar.

La persona que se acercaba era Nell. Debía querer algo de él, porque en las últimas semanas solía evitarlo si podía. Era una pena que su relación se hubiera vuelto de pronto tan tirante. Al principio, nada más conocerla, le había parecido que se llevarían muy bien, pero, por alguna razón que no comprendía, ella había empezado a mostrarse distante.

En fin, se dijo, tal vez fuera lo mejor. Después de todo, con lo que ganaba apenas sí le daba para vivir, y la riqueza de su familia se había esfumado. No tenía nada que ofrecer a una mujer. En cualquier caso, se sentía mal porque le daba la impresión de que la había herido sin querer. Nell nunca hablaba de su pasado, pero Tyler intuía que debía haberle ocurrido algo que la había vuelto muy desconfiada y cuidadosa en lo que se refería a los hombres. Era obvio, porque de un modo deliberado disimulaba los pocos atractivos que tenía, como si estuviera decidida a no captar la atención de los hombres.

Al principio, Tyler había sentido simpatía hacia ella, porque la veía como a una chiquilla adorable, ansiosa por asegurarse de que estuviera cómodo, llevándole una almohada de plumas y otras cosas de la casa para que se sintiera como en su hogar. Había flirteado un poco con ella, encantado con su dulce timidez, pero pronto la gobernanta le había hecho ver que no era una niña, sino una joven de veinticuatro años que podía acabar malinterpretando sus bromas y coqueteos. Desde ese momento, Nell y él se habían tratado prácticamente como si fueran extraños el uno para el otro. De hecho, ella siempre evitaba su compañía, excepto en el baile de cuadrillas que celebraban cada quince días para los huéspedes.

Parecía que para lo único que lo quería Nell era para esconderse detrás de él en esos bailes y evitar así tener que bailar con algún hombre. Debería agradarle que se le pegara, porque eso demostraba que aún tenía confianza en él, pero en cierta forma también le resultaba algo insultante, porque implicaba que no lo veía como a un hombre.

En el cóctel después de la boda, le había hecho a su hermana Shelby algunos comentarios un poco duros acerca de Nell, pero lo cierto era que solo la había criticado porque no quería que se diese cuenta de hasta qué punto lo tenía obsesionado.

Suspiró con pesadez viéndola aproximarse. Desde luego no podía decirse que su forma de vestir fuera provocativa en absoluto, ya que siempre llevaba pantalones y blusa que le quedaban bastante amplios, pero sin duda era lo mejor. Ya lo incomodaba bastante cómo lo afectaban la timidez de Nell y la empatía entre ambos sin que tuviera también una figura enloquecedora. Frunció el entrecejo, preguntándose cómo sería el cuerpo que se escondía tras esa ropa de camuflaje. ¡Como si fuera a averiguarlo alguna vez, habiéndola ahuyentado con su inocente flirteo!, se dijo riéndose con ironía para sus adentros.

La elevada posición social de que había gozado Tyler hasta la muerte de su padre había hecho que estuviera siempre rodeado de mujeres hermosas, y el que aquella chica tan poco femenina lo desdeñase de aquel modo lo había herido en su orgullo.

—¿Has encontrado esos terneros? —le preguntó Nell, haciendo que su caballo se detuviera cerca de él.

—No, supongo que con este calor lo más probable es que se hayan ido a buscar una charca donde poder saciar su sed. Claro que para mí es un misterio cómo podrían haber dado con una, porque en este desierto haría falta un zahorí para encontrar siquiera una gota.

Nell se quedó mirándolo un buen rato.

—¿No te gusta Arizona, verdad?

—No es mi hogar —respondió él girando la cabeza hacia el horizonte—, y me costará hacerme a esto. De todos modos solo llevo aquí unas semanas.

—Yo crecí aquí —dijo ella—. Adoro este lugar. Solo es desolado en apariencia. Si te fijaras con detenimiento te sorprendería ver la cantidad de formas de vida que hay.

—Oh, sí... —murmuró él burlón—: sapos cornudos, serpientes de cascabel, monstruos de Gila...

—Yo me refería más bien a los mirlos alirrojos, las matracas del desierto, los correcaminos, los búhos, los ciervos... —lo corrigió ella—. Por no mencionar la cantidad de flores silvestres que hay, contando con las de los cactus —añadió.

La mirada en sus ojos se había dulcificado de repente, y en su voz había una calidez que Tyler no recordaba haber oído antes.

—Pues a mí me parece que es un desierto —murmuró inclinando la cabeza para encender un cigarrillo—. ¿Qué hay de esa excursión a caballo que habías organizado?

—Los huéspedes que se habían apuntado salieron hace un rato con Chappy —respondió ella con un suspiro—. Pero estoy algo preocupada, porque no estoy segura de que el señor Howes esté en forma para esas cosas. Espero que regresen bien al rancho.

Tyler esbozó una leve sonrisa.

—Eso espero yo también. Si se cae del caballo, necesitaremos una grúa para levantarlo.

Nell no pudo evitar sonreír también. Tyler no lo sabía, pero era el primer hombre que había logrado hacerla sonreír en años. Sí, excepto cuando estaba con él, era una mujer seria y callada.

—Marguerite y los chicos vienen a pasar el fin de semana al rancho, y tengo que ir a Tucson a recogerlos. ¿Te importaría encargarte de la acampada al aire libre de esta noche?

—No hay problema... siempre y cuando seas tú quien convenza a Crowbait para que cocine —le advirtió.

—Crowbait no es tan malo —lo defendió ella—. De hecho es... —entornó los ojos buscando el adjetivo apropiado—... único.

—Tiene el mal carácter de un puma, la lengua de una cobra y los modales de un toro en celo —replicó Tyler.

—¡Ahí lo tienes, es único! —asintió ella divertida.

Tyler se rio suavemente y dio una calada al cigarrillo.

—Bueno, jefa, será mejor que siga buscando esos terneros antes de que alguien con el gatillo a punto los cocine para cenar. No tardaré.

—Los chicos me dijeron que querían buscar puntas de flecha apaches mientras estuvieran aquí —murmuró Nell vacilante—. Les prometí que te preguntaría.

—Tus sobrinos son buenos chicos, pero necesitan más mano dura —dijo él.

—La verdad es que Marguerite nunca ha sido la madre ideal —repuso Nell—, y desde que Ted murió la cosa ha empeorado. Tal vez si buscara una niñera...

Tyler meneó la cabeza.

—Lo que Marguerite necesita es volverse a casar —dijo sonriendo.

Marguerite era la clase de mujer a las que estaba acostumbrado por su vida anterior: sofisticada, hermosa, y nada complicada. Le gustaba porque le traía recuerdos muy dulces de esa existencia sin apenas problemas que había llevado hasta que su padre muriera.

—En fin, de todos modos, una preciosidad como ella no debería tener demasiadas dificultades para encontrar un marido...

Era cierto que Margie era muy atractiva, pero Nell no pudo evitar sentir una punzada de celos al oírlo de labios de Tyler. Sabía que ella, en comparación, ni siquiera era bonita, con su cara redonda y los ojos tan grandes que le daban un aspecto de niña huérfana. A pesar de todo, asintió con la cabeza sin mirarlo y obligó a sus labios sin pintar a esbozar una sonrisa. Nunca se maquillaba. Nunca había hecho nada para llamar la atención de un hombre... nunca, hasta unas semanas atrás. Había querido atraer a Tyler, pero los comentarios que le había oído hacerle semanas atrás a Bella, la gobernanta, la habían herido tanto que se le habían quitado todas las ganas de intentar agradarlo de nuevo, y el comportamiento de Tyler a partir de entonces la había reafirmado en su decisión.

Sí, desde aquel día había logrado hacer acopio del suficiente sentido común para recordarse que no debía mirarlo con ojos de cordero degollado. Además, se dijo en ese momento con amargura, Margie era muy de su estilo, y también parecía interesada en él.

—Bueno, entonces, si no te importa hacerte cargo de la acampada, creo que me marcharé. Si no has encontrado esos terneros antes de las cinco, vuelve a la casa y le diremos a tus amigos que sigan buscándolos por la mañana —añadió.

Se refería a dos peones mayores, que como Tyler también eran de Texas, y con los que este había trabado una buena amistad durante las seis semanas que llevaba allí.

—No hará falta —replicó—. Todo lo que tengo que hacer es buscar un charco de agua... y allí estarán, con la cabeza metida en él.

—Ten cuidado de no adentrarte en ninguna hondonada —le dijo Nell—, el cielo sobre tu cabeza puede estar totalmente azul en un momento, y al instante siguiente echarse sobre ti una tormenta que estaba a treinta kilómetros, y antes de que te des cuenta, te encuentras atrapado en medio de una riada.

—También tenemos riadas relámpago en Texas —repuso él.

—Solo quería recordártelo —dijo Nell. Se odiaba por mostrar preocupación por él incluso de un modo inconsciente.

Tyler entornó los ojos y torció el gesto. No le gustaba que lo trataran con condescendencia.

—Gracias, pero cuando necesite una niñera ya pondré un anuncio.

Nell ignoró ese comentario.

—Si tienes oportunidad mañana, quisiera que hablaras con Marlowe acerca de su lenguaje. Una de nuestras huéspedes ha venido a mí a quejarse de que está harta de oírlo jurar en arameo cada vez que le ensilla un caballo.

—¿Y por qué no se lo dices tú misma?

Nell tragó saliva.

—Pues.. porque tú eres el capataz, y mantener a los peones del rancho a raya es tu trabajo.

—Como usted diga, señorita —murmuró él tocándose el ala del sombrero con insolencia.

Nell resopló, hizo a su montura dar media vuelta, y la espoleó en dirección al rancho. Tyler se quedó pensativo, observando como desaparecía en la lejanía. Aquella chica era un verdadero enigma para él, distinta a todas las mujeres a las que había conocido, y con unas rarezas que lo tenían intrigado. Le sabía mal que hubiera acabado surgiendo antagonismo entre ambos. Incluso cuando ella lo trataba con cordialidad, se advertía en el fondo una cierta reserva, como si quisiera ocultarle algo. De hecho, cada vez que tenía que hablar con él, le daba la sensación de que se ponía muy tensa.

En fin, se dijo Tyler suspirando, no podía perder el tiempo tratando de comprender las peculiaridades de su jefa. Tenía que encontrar a aquellos terneros antes de que empezara a oscurecer. Hizo que su caballo se diese la vuelta, y continuase avanzando por entre las chollas.

Nell, entretanto, estaba llegando ya a la casa de adobe del rancho. No le hacía demasiada gracia la idea de que unas horas después fuera a tener a su cuñada Margie mariposeando por el lugar, pero no había encontrado ninguna excusa para disuadirla de que los visitara.

En ese momento recordó el comentario que acababa de hacerle Tyler sobre la belleza de Margie, y de pronto le pareció que todo encajaba: Marguerite no iba al rancho para visitarla, ni tampoco por sus hijos... ¡quería a Tyler para ella! Sí, era obvio, no había hecho más que flirtear con él durante su anterior visita.

No podía negarse que era atractiva: pelirroja, de ojos verdes... y había sido bendecida con una figura a la que le sentaba bien cualquier cosa. Nell no se llevaba demasiado mal con ella... siempre y cuando lograra ahogar el recuerdo de lo ocurrido nueve años atrás, porque, aunque indirectamente, Marguerite era responsable de las heridas que Nell llevaba en el alma desde su adolescencia.

Por otra parte, desde la llegada de Tyler, Nell había sido más consciente que nunca de la frecuencia con que Marguerite la utilizaba. Era una aprovechada y, sin importarle las molestias y gastos que pudiera ocasionarle a Nell, se iba allí e invitaba a sus amigos a excursiones a caballo, mientras que dejaba a sus dos pequeños hijos al cuidado de su cuñada.

Al principio, Nell lo había aceptado con resignación, porque era demasiado educada y no se atrevía a decirle nada, pero cada vez la desfachatez de Margie era mayor, y en esa ocasión ya eran dos los fines de semana que iba a pasar en el rancho durante el mismo mes. Estaba harta. Había tratado de hacerle entrever que no le gustaba su comportamiento, pero si no se daba por aludida, tendría que asegurarse de que se enterase de que no iba a dejarse pisotear nunca más.

Su cuñada y sus sobrinos Jess y Curt estaban esperando ya con el equipaje en las escaleras del bloque donde vivían cuando Nell aparcó su Ford Tempo junto a la acera. Los chicos, pelirrojos y de ojos verdes como su madre, salieron corriendo hacia ella ametrallándola con su verborrea infantil. Jess, el mayor, tenía siete años, y Curt solo cinco.

—¡Hola, tía Nell! —la saludó el segundo—. ¿Podremos ir a cazar lagartijas? —dijo entrando en la parte trasera del vehículo.

—Tonto, ¿quién quiere cazar lagartijas? —masculló su hermano Jess sentándose a su lado—. Lo que yo quiero es buscar puntas de flecha indias. La otra vez, Tyler me dijo que me enseñaría dónde encontrarlas. ¿Le has preguntado, tía Nell?

—Sí, sí, le pregunté —lo tranquilizó Nell—. No te preocupes, Curt, yo iré contigo a cazar lagartijas.

—¡Puaj!, yo no podría —intervino la delicada Marguerite ocupando su sitio junto a Nell—, esos bichos me dan repelús.

Llevaba puesto un vestido a rayas blanco y verde que parecía tan caro como los pendientes de diamantes que lucía en las orejas y el anillo de rubíes en su mano derecha. Nell observó que no llevaba el anillo de casada... de hecho, si no recordaba mal, hacía bastante que no lo veía en su dedo, concretamente desde la llegada de Tyler.

—Pues si cazo una lagartija me la llevaré a casa y dormirá en mi cuarto —anunció Curt beligerante a su madre.

Nell se rio, viendo en los rasgos del pequeño a su hermano Ted. A veces la ponía triste que le recordara tanto a él, pero hacía ya dos años que había fallecido, y gran parte del dolor se había disipado.

—No a mi casa, jovencito —replicó Margie con firmeza.

Tras la muerte de Ted, Margie le había vendido al tío de Nell la parte que le correspondía del rancho, y se había mudado con sus hijos a la ciudad. No, nunca le había gustado el rancho.

—Pues me da igual, se la dejaré a la tía Nell para que viva con ella.

—Basta ya de responderme, pequeño diablo —lo calló su madre con un gran bostezo—. Espero que ya tengáis funcionando el aire acondicionado, Nell —dijo a su cuñada—, odio el calor. Y supongo que le habrás dicho a Bella que comprara varias botellas de agua mineral, porque no pienso volver a beber agua de ese pozo.

Nell tuvo que hacer un gran esfuerzo para no responderle una grosería. ¿Por qué Marguerite siempre hablaba como si fuera ella quien mandase? Era muy irritante y embarazoso que le dijera lo que tenía que hacer y que diera por hecho que se merecía ciertos privilegios. Nell había sido paciente con ella durante mucho tiempo solo por consideración a su hermano y a los niños, pero ya se había cansado. Los chicos estaban discutiendo en el asiento de atrás, así que Nell le lanzó una mirada fría a Margie y le espetó con voz calmada:

—El rancho es mío. El tío Ted es únicamente el albacea, y por eso está a cargo de él hasta que yo cumpla los veinticinco, pero después pasará a ser de mi propiedad exclusiva, ¿o es que no recuerdas las condiciones del testamento de mi padre? Mi hermano habría tenido la mitad, y yo la otra mitad. Yo te pagué lo que te habría correspondido por la mitad de él, así que no pienso dejar que sigas dándome órdenes, ni obtendrás un trato preferente sobre los demás huéspedes solo porque seas mi cuñada.

Marguerite se había quedado de piedra. Nell nunca le había hablado de aquella manera.

—Yo no quería decir que... —empezó en un tono vacilante.

—Y no he olvidado lo que ocurrió hace nueve años, aunque a veces creas que sí solo porque no te lo he vuelto a echar en cara —añadió Nell interrumpiéndola sin alzar la voz.

Margie enrojeció y apartó la vista hacia la ventanilla.

—Yo... siento mucho aquello. Sé que no me crees, pero de verdad que lo siento. Además, sé que Ted me despreciaba por ello, y he tenido que vivir con la culpa desde entonces. Las cosas nunca volvieron a ser iguales entre nosotros después de aquella fiesta, y todavía lo echo mucho, muchísimo de menos —le dijo en un tono conciliador, lanzando una mirada rápida de reojo a su cuñada.

—Seguro que sí —masculló Nell entre dientes—. Y supongo que esa es la razón por la que vistes tan recatada.

Marguerite aspiró sorprendida, pero Nell la ignoró y arrancó el coche, poniéndose a hablar a los chicos de los nuevos terneros que habían nacido en el rancho, y cortando así una posible réplica de la viuda de su hermano.

En el instante en el que Bella vio entrar a Marguerite, se dirigió a la puerta de atrás con la excusa de que iba a llevar una tarta de manzana a la casa-dormitorio de los trabajadores de la hacienda, y de camino allí se encontró con Tyler, que parecía cansado y harto.

—Oh, hola, Bella, ¿qué haces por aquí? —preguntó sonriendo a la mujer.

—Esconderme, ¿qué voy a hacer? —gruñó ella apartándose del rostro mechones de cabello plateado—. Ha vuelto —explicó en un tono frío.

—¿Quién ha vuelto?

—Su alteza, la reina de la pereza —se burló Bella cambiando la tarta de mano—. Era lo que le faltaba a la pobre Nell... más gente de la que ocuparse. Esa vaga pelirroja no ha levantado un dedo desde que el pobre Ted muriera. Y si supieras lo que esa modelo caprichosa le hizo a Nell... —se sonrojó al darse cuenta de que había hablado de más, y se aclaró la garganta incómoda—. Bueno, en realidad venía porque os he hecho una tarta, a ti y a los demás hombres.

—De eso nada —masculló Nell mirando furibunda a la gobernanta mientras avanzaba hacia ellos a zancadas—. Yo te pedí que hicieras esa tarta, y ahora vas a dársela a los hombres solo porque ha venido mi cuñada. Vamos, Bella, a los chicos les encanta la tarta de manzana, y además, dudo que Margie la pruebe, no querrá estropear su figura comiendo dulces.

—En cualquier caso nos estropeará el día —repuso Bella—. Quiero esto; quiero lo otro... —dijo remedándola—. Hazme la cama, Bella; tráeme una toalla; hazme unos huevos pasados por agua... No se molestaría ni en agacharse a recoger un zapato del suelo, no se vaya a herniar. No, ella no, ella es demasiado frágil para trabajar...

—No airees los trapos sucios aquí fuera, ¿quieres? —la reprendió Nell mirando de reojo a Tyler.

—No está ciego —dijo Bella alzando la barbilla—. Sabe tan bien como tú y como yo lo que pasa aquí.

—Bella, ya basta, vuelve dentro con «mi» tarta.

—No pienso dejar que ella se coma ni un pedazo —insistió la mujer obstinada.

—Muy bien, pues díselo —le contestó Nell.

—No creas que no lo haré —replicó la gobernanta. Se volvió hacia Tyler con una sonrisa—. Pero a ti, si quieres, te daremos un trozo.

Tyler se quitó el sombrero e hizo una pequeña reverencia.

—Muy agradecido, Bella.

La mujer prorrumpió en risitas y volvió dentro.

—¿No tenías que estar ya con el grupo que se había apuntado para la acampada? —le preguntó Nell a Tyler, extrañada, cuando se quedaron solos.

—Hemos tenido que cancelarlo —le explicó él—. El señor Curtis se cayó encima de un cactus, y a la señora Sims le entró dolor de estómago por el chili que llevaba la comida del almuerzo, y... Bueno, los demás decidieron que preferían quedarse a ver la televisión.

—Bueno, supongo que es la fatalidad... —suspiró Nell—. Lo pospondremos para el fin de semana.

Tyler se quedó mirándola en silencio con los ojos entornados, pensativo.

—Oye, Nell... antes, cuando...

Pero no pudo terminar la frase, porque en ese momento la puerta trasera de la casa se abrió y apareció Margie.

—¡Vaya, Tyler, qué alegría volver a verte! —lo saludó dejando escapar su cantarina risa.

—Yo también me alegro de verla, señora Regan —contestó él divertido. Y sus ojos verdes recorrieron despacio el esbelto cuerpo de Marguerite con una mirada apreciativa.

Nell quería tirarse al suelo y llorar, pero no iba a darle a su cuñada esa satisfacción, y tampoco iba a permitir que Tyler supiera lo loca que estaba por él, así que optó por una rendición silenciosa y volvió a entrar en la vivienda sin decir una palabra.

Marguerite le lanzó una mirada curiosa, pero Nell ni siquiera se dignó a volverse a mirarla. Si quería a Tyler que se lo quedara, se dijo deprimida. Después de todo, para él era solo una chiquilla sin atractivo...

—Tyler me va a llevar mañana a dar un paseo a caballo —le dijo Margie a Nell durante la cena—. ¿No te importa encargarte de los niños, verdad?

Nell alzó la vista del plato indignada. ¿Qué se había creído?

—Pues... de hecho, eso no va a ser posible —le respondió con una sonrisa forzada—. Llévalos contigo. Tyler me dijo que los acompañaría a buscar esas puntas de flecha.

—¡Eso, eso! —exclamó Jess tan emocionado que casi volcó su vaso de leche.

—Yo también quiero ir —se apuntó Curt.