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El guapísimo Dylan Barrows hizo que tener amnesia se convirtiera en algo mucho más sencillo para Alisa Jennings. Recordaba muy pocas cosas de ella misma, pero aquel increíble seductor conseguía que se volviera a sentir una mujer completa. Por mucho que Dylan afirmara que solo eran amigos, algo le decía que esa no era toda la verdad. El único deseo de Dylan era recuperar el amor de Alisa, ahora que se le presentaba la oportunidad de arreglar el daño que le había hecho en el pasado. Pero, cuando Alisa recuperara la memoria, ¿sería el corazón de Dylan el que estaría en peligro?
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Seitenzahl: 168
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Leanne Banks
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un deseo secreto, n.º 1102 - marzo 2018
Título original: The Millionaire’s Secret Wish
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-757-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
–Algún día cobrarás por esto, y quizá no te guste cómo te pagan.
–Lo sé –le dijo Dylan Barrow a Michael Hawkins, uno de sus mejores amigos–. Pero tengo que hacerlo.
–Cuando ella recupere la memoria y recuerde quién eres y que no le dijiste la verdad, estarás perdido –le advirtió Michael. Después le pidió otra ronda al camarero del O’Malley’s, en St. Albans, Virginia.
–En realidad, no le está mintiendo –dijo Justin Langdon, otro amigo de Dylan.
–Está omitiendo información –dijo Michael–. Justin, no llevas suficiente tiempo casado como para saber qué de problemas te puedes buscar por omitir información.
Dylan sintió un nudo en la garganta y bebió un poco de cerveza.
–Alisa me necesita. Su madre está viajando por Europa. En estos momentos no tiene a nadie más que a mí.
Michael suspiró y dijo:
–Es difícil creer que Alisa Jennings es la misma chica que solía darnos galletas a escondidas cuando vivíamos en el hogar infantil Granger y su madre trabajaba en la cafetería. ¿Qué es lo que recuerda?
–Cosas sueltas –dijo Dylan–. A veces la miro y noto que se siente totalmente perdida, pero últimamente está cada vez más frustrada y enfadada. El doctor dice que la frustración es normal, y que prefieren verla así que deprimida.
–Siempre fue una mujer luchadora, a su manera –murmuró Justin.
–¿Luchadora? Quizá como una mariposa. Siempre fue muy sensible, nunca quería herir los sentimientos de nadie.
–Pero siempre luchó para seguir a tu lado –dijo Justin–. Recuerdas lo mucho que practicó para vencer el miedo de agarrar la pelota. Un día salió con un ojo morado.
Dylan recordaba el mismo incidente. Cuando vivía en Granger’s Alisa siempre había estado a su lado. Amable, tranquilizadora, constante. Había sido su perdición. Sin darse cuenta, había confiado en ella y daba por hecho que siempre estaría allí. La amistad de la infancia floreció y terminaron siendo un par de adolescentes enamorados. Justo después, la madre de Alisa se casó de nuevo y se mudaron a otro estado.
Cuando ella se marchó, el vacío que sentía Dylan era tan grande que prometió no confiar en nadie de esa manera nunca más.
–Nunca nos has contado la historia completa de lo que pasó cuando los dos os encontrasteis en la universidad –le dijo Justin.
–Terminó muy mal –dijo Dylan, y recordó la expresión de traición que había en los ojos llorosos de Alisa. Ella lo había echado de su vida y nunca volvió a mirar atrás. Con el tiempo, Dylan se percató de que una mujer como Alisa solo aparecía una vez en la vida de un hombre, si es que tenía suerte.
–Tengo la sensación de que ella apenas habla contigo cuando estamos todos –dijo Justin, y miró el reloj–. Pero no te preocupes. Esta noche no te voy a dar la lata. Uno de los gemelos tiene sarampión y creo que nuestra casa va a ser un lío durante todo el mes. No quiero que Amy empiece con su rutina de Juana de Arco, así que tengo que irme temprano.
Dylan miró a Justin. Su amigo siempre había estado en contra del matrimonio y de la paternidad y, sin embargo, se había hecho partidario del matrimonio y era un padre maravilloso para los tres niños que habían adoptado.
–Me asombras –le dijo Dylan–. Y pensar que todo comenzó con tu úlcera de estómago.
Justin esbozó una sonrisa.
–Sí. Amy me salvó la vida en más de un sentido. Quiere saber quién donó el dinero para su programa extraescolar para chicos problemáticos. Hasta el momento, he conseguido eludirla, pero su ingeniosa insistencia podría significar mi muerte –dijo, y bebió un trago de cerveza.
Michael se rio.
–Yo tengo el mismo problema con Kate. Es una tortura tratar de ocultarle a mi esposa mi participación en el Millionaire’s Club.
–Decidimos que sería una asociación benéfica secreta pero si queréis decírselo a vuestras mujeres, no me importa.
Justin y Michael se quedaron en silencio durante un momento.
–Eso significaría que Amy no sería tan creativa para intentar hacerme hablar –dijo Justin, y miró a Michael.
–Dejaremos las cosas tal y como están. Te toca a ti nuestro próximo proyecto –le dijo a Dylan–. ¿Cómo va?
–Despacio pero seguro –dijo él–. Quiero encontrar la manera de comenzar un proyecto de investigación de bioingeniería con Remington Pharmaceuticals.
–Sabía que este iba a ser caro –dijo Justin–. No sé si vamos a tener suficiente dinero para esto.
–Espera –dijo Dylan. Sabía que aunque Justin era millonario, siempre sería un tacaño–. Ya conocéis la historia. El padre que no sabía que tenía hasta que murió me dejó un cargo en la junta directiva de Remington Pharmaceuticals como parte de mi herencia. Al resto de los miembros de la junta no les hizo ninguna gracia, así que he tratado de mantenerme al margen y solo he hecho una sugerencia de vez en cuando. Daba mis votos como un favor. Ahora es el momento de que me los devuelvan.
Michael miró a Dylan con sorpresa.
–Dejaste que se sintieran a gusto contigo, que se endeudaran contigo y ahora vas a presentarles ese proyecto de investigación. Buena estrategia.
–Decidí que era mejor guardarme las energías para las cosas que realmente me importaban.
Michael asintió.
–¿Es algo parecido al hecho de que te lleves a Alisa a tu casa para que se recupere?
–Sí –dijo él. Sabía que tenía que apostar más por Alisa que por el proyecto de bioingeniería. En el fondo, Dylan sabía que era su última posibilidad.
–No me gustaría estar en tu lugar. ¿Cómo crees que va a terminar todo esto? ¿Que te ganarás su eterna gratitud si cuidas de ella mientras se recupera de la amnesia?
–La eterna gratitud sería dar un paso adelante frente a su eterno desdén –masculló Dylan pensando en cómo Alisa no le había concedido ni los buenos días durante los últimos años. Él quería más de lo que admitía. Dio un largo trago y añadió–. Nunca he estado tan seguro de lo que tenía que hacer. Quizá Alisa me odie después, pero ahora me necesita.
¿Era una mujer habladora o callada?
¿Era coqueta y atrevida con los hombres?
¿O era una mujer recatada?
Se miró en el espejo del baño del hospital y trató de reconocerse en el espejo. Tenía los ojos verdes, el pelo liso y rubio y la piel clara a excepción de las moraduras que tenía en la frente. Tenía dos remolinos en el lugar donde el cirujano le había puesto los puntos.
Le habían dicho que se llamaba Alisa Jennings. Sabía que hablaba francés lo bastante bien como para que la contrataran como intérprete.
Sabía que tenía veintiséis años. Pero había tantas cosas que no sabía de sí misma que deseaba gritar. En una de las sesiones con el psiquiatra, había gritado y el especialista permaneció tan calmado que Alisa sintió ganas de tirar la bandeja de la comida contra la pared.
Alisa no sabía muchas cosas, pero sí conocía lo importante que era conocer su propia historia, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Ella no sabía nada de eso, y odiaba ese sentimiento de vacío.
Odiaba las preguntas que le venían a la cabeza. ¿Quién era ella? ¿Era una mujer malvada y egoísta? Suponía que no podía ser muy malvada teniendo en cuenta cómo se había metido en ese lío. Había perseguido al perrito de un niño.
Así que, ¿era una buenaza? Eso era peor que ser malvada.
Quería obtener las respuestas de todas sus preguntas, pero por mucho que lo intentara su cerebro se negaba a dárselas.
–Qué dolor –se dijo, y sacó la lengua al reflejo del espejo.
–¿Te duele algo? –le preguntó una voz masculina.
Alisa reconoció la voz inmediatamente. Quizá no recordara los años de amistad que según decía Dylan habían compartido, pero reconocía su voz porque él había ido a visitarla todos los días desde que ingresó en el hospital.
Salió del baño.
–Pensaba golpearme la cabeza contra la pared para ver si puedo recuperar la memoria.
–Creo que de momento ya te la has golpeado bastante –le dijo, y le acarició con suavidad la moradura que tenía en la frente.
Ella se quedó quieta, observándolo. Era más alto que ella, tenía anchas espaldas y el cuerpo musculoso. Su pelo castaño tenía mechones más rubios, lo que demostraba que pasaba tiempo al sol. Se movía con elegancia y tenía cierto encanto masculino que llamaba la atención de varias enfermeras del hospital. La mirada intensa e inteligente de sus ojos color miel no dejaba traslucir su inquieta sonrisa.
En resumen, su amigo de toda la vida estaba estupendo y Alisa se preguntaba cómo había podido pasar tantos años sin enamorarse de él. Quizá podía preguntárselo alguna vez. Podría escudarse en la amnesia, al fin y al cabo aquella pesadilla debía serle útil para algo.
–¿Estás lista? –preguntó él.
Alisa suspiró. Dylan le había ofrecido que se quedara en su casa hasta que se recuperara. Aunque deseaba poder regresar a su apartamento, sabía que necesitaría un poco de tiempo para recuperarse. Durante su estancia en el hospital la habían visitado varias personas, pero Dylan era el único que parecía aceptar mejor su pérdida de memoria.
–Sí. ¿Siempre he sido tan impaciente?
–¿Impaciente?
–Estoy impaciente por saber las respuestas acerca de mi vida. Me impacienta cansarme cada día y tener que dormir la siesta –dijo ella y agarró su bolsa.
Dylan hizo ademán de llevársela. Ella se resistió.
–¿Estás segura de que no estás preguntándome si siempre has sido independiente? –le preguntó él e hizo un gesto para que saliera.
–¿Le estás buscando tres pies al gato? –preguntó ella mientras se encaminaban hacia el ascensor. Se despidió de las enfermeras de la planta. Nunca olvidaría lo bien que la habían tratado.
–No elegiría la palabra impaciente –dijo él–. Creo que te gusta tener el control de tu vida y ahora no lo tienes.
Ella lo miró y entró en el ascensor.
–¿Y qué palabra elegirías?
–Independiente –repitió él–. A veces, intrépida.
–Me apuesto a que eso último me ha creado más de un problema –dijo ella.
–Alguna vez –dijo él.
Alisa se preguntaba si esos problemas tenían que ver con algún romance.
–¿Cómo era con los hombres? –preguntó.
–¿Con los hombres?
–Sí. ¿Era intrépida con ellos? Sé que no estoy casada. ¿Estuve comprometida alguna vez? ¿Se me ha roto el corazón en alguna ocasión? ¿Era el tipo de mujer que se queda sola y desconsolada en casa el sábado por la noche o era de las que se lía con ellos y luego los abandona?
Dylan sintió un nudo en la garganta al oír sus preguntas.
–Una vez estuviste comprometida, pero rompiste con él. Creo que quizá sí tuviste el corazón roto en una ocasión –dijo él, consciente de que él había sido el responsable–. No puedo decir que fueras una mujer de las que se queda en casa suspirando de tristeza, pero tampoco puedo hablar mucho acerca de tu vida amorosa de los últimos años porque tú no hablabas de ella.
–Una mujer reservada ¿no? –dijo ella–. Bueno, ¿y qué pasó cuando me partieron el corazón?
–Tú eras más joven. Él era un inmaduro y no apreciaba lo que tenía.
–Estás diciendo que no me merecía –dijo ella.
–No te merecía –dijo Dylan hablando de sí mismo–. Lo dejaste, y cuando volvió a acercarse a ti, no le diste otra oportunidad.
–Hice bien –dijo ella con firmeza.
Dylan pensó que Alisa seguía siendo la misma persona y que cuando recuperara la memoria lo volvería a abandonar. Imaginaba que tenía muy pocas posibilidades de hacerle cambiar de opinión, además, esa no era su intención. Su propósito era proporcionarle el entorno adecuado para su pronta recuperación.
Salieron del ascensor y ella lo miró a los ojos. Dylan observó que su mirada transmitía amabilidad y humor, en lugar de la fría indiferencia de los últimos años.
–Quizá te canses de contarme mi pasado –le advirtió–. Prométeme que me lo dirás cuando te canses de mí.
Dylan tragó saliva. Si se hubiera cansado de aquella mujer, su vida amorosa habría sido mucho más satisfactoria.
–Te lo prometo –le dijo, y la llevo hasta el coche.
–Tienes una casa muy bonita –dijo Alisa mientras bebían limonada en el porche que daba a la piscina. Era un día caluroso, y el agua estaba tentadora.
–Hay un bañador entre las cosas que elegí en la tienda –dijo él.
Ella sonrió.
–Debo ser muy clara. ¿Has visto que se me cayera la baba?
–No, pero pensé que te bañarías mejor con un bañador que con la ropa que llevas puesta.
Alisa se puso en pie.
–Sé que puedo nadar, pero no sé cómo lo hago de bien.
–Eres una buena nadadora, pero no te metas en la parte profunda.
–Puede que te parezca raro, pero consigues que tener amnesia sea algo más llevadero.
Él la miró dudoso.
–¿Cómo?
–No es tan grave que recuerde muy poco de mí misma –dijo ella.
–Lo importante es que estás viva y que te pondrás bien. Solo se te han descolocado un poco las neuronas –dijo él con una sonrisa que haría dar un vuelco al corazón de cualquier mujer.
«Pero no al mío», pensó Alisa a pesar de la extraña sensación que sentía en su pecho.
–¿Y qué pasa si mis neuronas no se colocan otra vez como estaban?
–Las importantes se colocarán –dijo él con tanta seguridad que hizo que Alisa recuperara la confianza.
Él no tenía ni idea de lo que para Alisa significaba que confiara en ella. Alisa no sabía qué pensar. Hacía tantos esfuerzos para recolocar sus pensamientos que a veces no se fijaba en otra cosa, pero cuando lo hacía, siempre veía a Dylan, y deseaba conocerlo tanto como deseaba conocerse a sí misma.
Después de nadar varios largos se sintió cansada y se sentó en el borde de la piscina.
–¿No has pensado en comenzar nadando un par de largos en lugar de entrenarte para un sprint de doscientos metros?
Ella se fijó en los pies descalzos de Dylan y dijo:
–No. Por favor, márchate y deja que me muera en paz.
–No en mi propiedad –dijo él–. ¿Quieres que te lleve hasta esa tumbona que está a la sombra?
–No. Iré dentro de un min… –se calló cuando él metió una mano por debajo de sus piernas y le agarró por la espalda con la otra–. No tienes que… –él la llevó hasta la tumbona.
Alisa se cubrió los ojos con frustración y sintió que se le llenaban de lágrimas.
–¿Quieres que te vuelva a llevar hasta el borde de la piscina? –le preguntó él.
Ella negó con la cabeza, pero permaneció con los ojos tapados.
–Alisa, manda señales de humo o envíame una paloma mensajera, ¿cómo te puedo ayudar?
Ella respiró hondo y trató de deshacerse de la opresión que sentía en el pecho.
–¿No sabes que los niños lloran cuando están muy cansados?
–No había pensado en ello hasta que lo mencionaste –dijo él.
–Solo quiero poder pasar los días sin tener que dormir la siesta –dijo. Se secó la mejilla y lo miró.
–Eso sucederá algún día –dijo él–. Pero puesto que has pasado cuatro semanas tumbada en la cama de un hospital, necesitarás unos días antes de poder participar en las olimpiadas –alzó la mano al ver que ella se disponía a responder–. Te he traído aquí para que pudieras recuperarte. Tu cuerpo ha sufrido mucho. Tómatelo con calma y no te tortures.
–Pero quiero ser más fuerte –dijo ella.
–Ser cabezota no te va hacer que seas más fuerte –le dijo él.
–¿Me estás echando la bronca?
–Sí, y con razón, puesto que soy tu… amigo. Tómatelo con calma.
–¿Y si no quiero?
–Entonces puedes seguir sintiéndote como te sientes ahora o puedes terminar otra vez en el hospital –masculló algo–. El psiquiatra me advirtió que serías difícil de tratar , pero no me esperaba esto.
–¿Difícil? ¿Cómo?
–Discutidora, sensible, frustrada, llena de dudas.
–Yo no soy difícil –le dijo–. Puede que no sepa mucho acerca de mí misma, pero sé que no soy difícil, sensible, ni discutidora –lo miró a los ojos y se percató de que sí lo estaba siendo–. Yo no soy difícil –dijo tratando de permanecer calmada–, excepto después de pasar un mes en un hospital y tener que recuperarme de la amnesia. Esa es la única ocasión en la que soy difícil. E incluso entonces, no lo soy demasiado.
Él se mordió el labio y dijo:
–Solo he venido a decirte que la cocinera está preparando pescado para la cena. Quería saber si te gusta la comida picante.
Alisa cerró los ojos durante un instante y pensó en la comida picante. De forma instintiva supo que sí que le gustaba. El médico le había dicho que recordaría cuáles eran sus gustos, pero que le costaría recordar lo que había tomado para desayunar o dónde había dejado las llaves. La falta de memoria a corto plazo era otra de las cosas que acababa con su paciencia. Trataba de combatir sus problemas de memoria haciendo crucigramas y escribiendo listas. Miró a Dylan, sabía que debía ser muy aguda si quería seguirle el ritmo. Estaba decidida a que aquello sucediera.
–Sí –dijo al fin–. No preguntes cómo lo sé –dijo, y se dirigió a la habitación. Quizá una siesta le sentaría bien.
–Estás muy callada –dijo Dylan cuando se sentaron en la terraza después de cenar– ¿Estás cansada o… enfadada?
–No. Solo estoy pensando. Antes de cenar he recordado algo acerca de mi trabajo.
Dylan bebió un poco de whisky y preguntó:
–¿De qué te has acordado?
–Uno de los franceses para quien hago de intérprete me tira los tejos cada vez que viene a los Estados Unidos.
–¿Y cómo lo llevas?
–Bromeo y le digo que va a romperme el corazón. Creo que le gusta perseguirme. Muchos hombres son así –murmuró.
–¿Cómo son?
–Les gusta más ir detrás de una mujer que la relación en sí misma –lo miró–. ¿Y a ti?
Dylan dio un trago de whisky y se encogió de hombros.
–Yo no suelo ir detrás de las mujeres.
–Eres el perseguido en vez del perseguidor. No me sorprende. Eres guapo, rico y no un completo estúpido.
Él la miró de reojo.
–Un gran cumplido –murmuró–. Ser el perseguido tiene su lado negativo.
Alisa se rio.
–Pobre Dylan. Rodeado de mujeres. Debe ser terrible.
–¿Te parece que estoy rodeado de mujeres? –le preguntó–. A mí me parece que solo estoy atormentado por una.
Ella se rio otra vez.
–¿Siempre te han perseguido? ¿Por qué crees que es? ¿Siempre fuiste guapo y encantador?
Él esbozó una sonrisa y Alisa sintió que le daba un vuelco el corazón.
–Guapo y encantador. Otro gran cumplido. ¿Siempre me han perseguido las mujeres? Digamos que siempre me ha resultado fácil tener una cita. ¿Por qué? No tengo ni idea. Pero he aprendido una buena lección. La calidad es más importante que la cantidad. Prefiero que me persiga una mujer adecuada que cientos de no adecuadas. Y cuando me persiga la mujer adecuada, me atrapará.
–¿Y qué pasa si tienes que ser tú el perseguidor para conseguir a la mujer adecuada?
Se puso muy serio.