Una chispa de amor - Kathie Denosky - E-Book
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Una chispa de amor E-Book

Kathie Denosky

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Beschreibung

El amor había llegado al rancho... La bondadosa Faith Broderick había ido al rancho Triple Bar a empezar una nueva vida, no a implicarse en un complicado plan destinado a que Cooper Adams dejara de ser soltero de una vez por todas. Pero en cuanto se encontró a solas con el seductor ranchero, Faith recordó todos los sueños que había optado por dejar de lado. Muy pronto ninguno de ellos pudo negar la pasión que sentían el uno por el otro. Y, a pesar de no tenerlo previsto, Cooper no tardó en caer en la cuenta de lo fácil que le resultaría hacer que Faith pasara de empleada a esposa...

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Kathie DeNosky

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una chispa de amor, n.º 1223 - septiembre 2014

Título original: Cowboy Boss

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4688-3

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Sumário

Portadilla

Créditos

Sumário

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Capítulo Uno

Cooper Adams había mirado a la muerte a la cara y había sobrevivido para contarlo. Pero la recuperación tras su encuentro con el peor toro del rodeo no podía compararse al duelo que afrontaba en aquellos momentos.

—Whiskers —dijo, volviéndose para mirar al viejo que estaba a su lado—, ¿cómo demonios se te ha ocurrido comprar esta ruina? Y encima con mi dinero.

—No te ofendas, Coop —replicó Whiskers Penn con una sonrisa desdentada, obviamente imperturbable ante el tono malhumorado de Cooper—. Como ya te dije por teléfono, puede que la Triple Bar no te parezca gran cosa ahora, pero tiene muchas posibilidades.

Cooper soltó un bufido.

—Sí, tal vez la casa y los graneros no se derrumben con el primer vendaval que sople.

Miró la casa, comprada con el dinero que tanto le había costado ganar. Decir que aquel lugar había conocido días mejores era quedarse corto.

Grandes tiras de empapelado ondeaban al viento. Las pocas ventanas intactas estaban tan cubiertas del polvo de Texas que eran completamente opacas, y el porche trasero amenazaba con desplomarse en un extremo. Pero eso no era lo peor. Faltaban tantas tejas que Cooper no tuvo duda de que la casa sería un colador cuando lloviese.

Se subió el ala de su sombrero marrón Resistol y apoyó las manos en las caderas, mientras pensaba en cuánto dinero iba a costarle la reforma. Cuando calculó la cantidad de cinco cifras se le encogió el corazón. Adiós al segundo camión que había pensado comprar antes del invierno...

¡Maldición! Tenía pensado mudarse allí antes de que su cuñado, Flint McCray, volviera de llevar a su hermana Jenna y a los niños a Disneyworld. Para eso solo faltaba una semana, y Cooper aún tenía que cercar los pastos antes de que Flint trasladase el ganado desde la Rocking M.

—Bueno, tengo que ir a Amarillo —dijo Whiskers, mirando su reloj—. Espero llegar a tiempo para conseguir el material que necesitas para las vallas.

Cooper asintió.

—Busca también unos cuantos rollos de plástico.

—Estás pensando en cubrir los huecos del tejado, ¿verdad? —le preguntó el viejo con una risita.

—Y también las ventanas rotas —respondió Cooper—. La previsión del tiempo apunta a que va a estar lloviendo toda la semana. No quiero que el interior sufra más daños de los que ya tiene.

—Yo podría decirte si va a llover o no, sin necesidad de escuchar ese maldito parte meteorológico —dijo Whiskers, cojeando hacia la camioneta de Cooper—. Siempre que va a llover me duelen los huesos—. Subió lentamente a la cabina y arrancó el motor—. Parece que vas a tener compañía —le dijo con una sonrisa.

Cooper se volvió y vio que una camioneta roja se acercaba dando tumbos por el estrecho camino plagado de baches. El vehículo sorteó un socavón, lo bastante hondo como para enterrar a una mula, y se detuvo junto a unos postes que sostenían algunas maderas rotas... el corral. Otra cosa que habría que reparar.

—Seguramente sean las autoridades, que vienen a declarar este lugar en ruinas.

Whiskers volvió a sonreír, y a Cooper se le erizaron los pelos de la nuca al ver su boca sin dientes.

—No me avergüences, chico. Procura cuidar tus modales, ¿de acuerdo?

—¡Hola! —un hombre fornido de unos cincuenta años salió de la camioneta roja y empezó a recoger el equipaje de la parte trasera—. Soy Bubba West, su vecino.

—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó Cooper.

—A mí me parece que alguien está pensando en quedarse una temporada —respondió Whiskers en tono inocente. Soltó una carcajada y se alejó con la camioneta antes de que Cooper pudiera detenerlo.

Cooper frunció el ceño. ¿Acaso el viejo había perdido el juicio?

Borró esa posibilidad de inmediato. Había conocido a Whiskers cinco años atrás, y tenía que reconocer que al viejo no lo afectaba la edad. No, su rápida huida significaba que tenía algo preparado. Cooper no tenía ni idea de lo que podía tratarse, pero sí estaba seguro de que no iba a gustarle cuando lo descubriera.

Abrió la boca para llamarle la atención a Bubba, pero se quedó sin palabras al ver cómo del asiento del copiloto salía una mujer joven. Había estado tan preocupado pensando en las intenciones de Whiskers, que no se había percatado de la presencia de una segunda persona en el vehículo. Pero al ver su larga y ondulada melena de color castaño rojizo, y fijarse en el mejor trasero que había visto en su vida, sí que fue consciente de su presencia. Demasiado consciente...

Era alta y esbelta, pero no tan delgada como las esqueléticas modelos que se veían en las revistas y en la televisión. No, las curvas de aquella mujer podrían volver loco a cualquier hombre. La voluptuosidad de sus caderas atraía la atención hacia su estrecha cintura, su pequeño y duro trasero y sus largas y bien formadas piernas, enfundadas en unos vaqueros azules.

Cooper tragó saliva y sacudió la cabeza. No pudo oír lo que la mujer le había dicho a Bubba, pero estaba claro que las maletas eran suyas. Cooper tuvo la intención de protestar, pero entonces la mujer se volvió para mirarlo, y él fue incapaz de articular palabra. No era solo atractiva. Era increíblemente hermosa.

Al ver sus sensuales y generosos labios, curvados en una radiante sonrisa, se le hizo un nudo en la garganta. Pero fueron sus grandes ojos marrones los que le provocaron el deseo de hacer alguna estupidez, como matar un dragón o mover una montaña por ella.

—Hasta la vista, vecino —le dijo Bubba, despidiéndose con la mano desde la cabina.

Cooper volvió a la realidad al oír el rugido del motor.

—¡Eh! —le gritó a Bubba, pero ya era demasiado tarde. La camioneta roja se alejaba por el camino, levantando una nube de polvo a su paso.

Cooper y la mujer se quedaron durante varios segundos mirándose el uno al otro, antes de que él consiguiera acercarse a ella.

—Soy Cooper...

—Soy Faith...

Los dos habían hablado a la vez, y se echaron a reír.

—Intentémoslo de nuevo —dijo Cooper, extendiendo la mano—. Me llamo Cooper Adams

—Y yo Faith Broderick —sonrió y le estrechó la mano.

Tan pronto como palpó la suavidad de su piel, una ola de calor le subió por el brazo y se dirigió hacia la región por debajo de su hebilla.

Retiró inmediatamente la mano, y, para su satisfacción, comprobó que la mujer evitaba su mirada y se concentraba en la correa de la bolsa que llevaba al hombro. Era una prueba evidente de que también a ella le había estremecido el contacto.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita Broderick?

Ella miró hacia el camino que conducía a la carretera.

—¿Era el señor Penn a quien he visto marcharse en la camioneta negra?

Su voz era tan dulce y sensual que Cooper tuvo que tragar saliva varias veces antes de poder hablar.

—Whiskers ha ido a Amarillo a buscar material.

—Oh —la joven pareció repentinamente insegura—. ¿Dijo cuándo volvería?

Cooper sonrió, en un intento por devolverle la seguridad.

—Tendría que estar de vuelta antes de que anochezca. ¿Puedo ayudarla en algo?

—No lo creo —negó con la cabeza y esbozó una sonrisa que casi lo dejó sin respiración—. Tengo que hablar con el señor Penn —dijo, mientras acariciaba nerviosa la correa de la bolsa—. ¿No le ha dado instrucciones antes de marchase?

Cooper se echó a reír.

—Nunca ha sabido cómo explicarme lo que tengo que hacer y cómo hacerlo. Por respeto a su edad lo escucho, pero luego hago lo que yo creo que es mejor.

La sonrisa de la joven se desvaneció.

—¿Y él se lo consiente? —le preguntó con incredulidad.

—Oh, a veces puede ser un bocazas —dijo Cooper encogiéndose de hombros—. Le suelo dejar que se desahogue, sin hacerle mucho caso.

—Nunca he tenido un jefe tan indulgente —dijo ella negando con la cabeza—. Me va a costar mucho trabajo acostumbrarme.

De repente, Cooper tuvo la sensación de que no estaban hablando de lo mismo.

—¿Cree que yo trabajo para Whiskers?

—¿No es así?

—No —respondió él con el ceño fruncido—. Cuando no está intentando dirigir mi vida, trabaja para mi cuñado, Flint McCray.

Ella no pareció creerlo.

—Cuando me contrató, el señor Penn dijo que necesitaba alguien para limpiar la casa y cocinar.

—¿Que hizo qué? —Cooper sintió que la tierra se le abría bajo los pies. Miró las maletas. Se había olvidado de ellas en cuanto vio la sexy sonrisa de la joven.

Ella se puso la mano en el pecho y empezó a retroceder, como si estuviera asustada.

—Escuche, señorita Broderick. Siento si la he asustado, pero soy yo el propietario de la Triple Bar —miró la casa por encima del hombro—. Y como puede ver, no voy a necesitar una asistenta durante mucho tiempo.

En aquel momento sonó su teléfono móvil. Cooper lo extrajo de su cinturón y lo desplegó.

Antes de que pudiera contestar, oyó la voz de Whiskers al otro lado de la línea.

—Coop, apuesto a que te estás acordando de mí y de Bubba ahora mismo.

Cooper miró a Faith. Parecía tan asustada como un cervatillo, dispuesta a salir corriendo a la menor provocación.

—Puedes estar seguro —le dijo a Whiskers.

—Lo suponía —dijo Whiskers, riendo—. Por eso voy a quedarme en la Rocking M, a esperar a que Flint y Jenna vuelvan de las vacaciones. Así tendrás tiempo para calmarte y conocer a esa jovencita. Volveré a la Triple Bar cuando Flint lleve el ganado la semana que viene.

Cooper miró a Faith e intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora. Al no conseguirlo, le dio la espalda y bajó la voz.

—¿Y qué se supone que debo hacer con Faith Broderick mientras tanto?

El viejo volvió a reírse.

—Chico, si no sabes lo que hacer con una mujer así en un rancho desierto, es que no tienes remedio.

El teléfono dio un pitido, indicando que se estaba quedando sin batería.

—Whiskers, tienes mi camioneta, y estamos a cuarenta kilómetros de la Rocking M —Cooper empezaba a darse cuenta de la gravedad del asunto—. ¿Qué demonios vamos a comer? —le preguntó en un furioso susurro.

—Ya me he ocupado de eso —Whiskers parecía muy orgulloso de sí mismo—. Todo lo que necesitáis está en la casa o en el granero. Incluso he dejado ahí tus ropas.

—Pero no hay electricidad —Cooper odiaba mostrarse tan desesperado, pero solo quedaban unos segundos de batería.

—No necesitas electricidad, chico —Whiskers no paraba de reír—. Y ahora, trata a esa joven como a la dama que es. Nos veremos dentro de una semana.

Antes de que Cooper pudiera decir algo más, el teléfono se apagó. Cerró el aparato y apenas pudo contenerse para no arrojarlo tan lejos como pudiera.

Se lo volvió a enganchar al cinturón y repasó los hechos. Estaba confinado en un rancho desierto con una mujer a la que no conocía, sin medio de transporte ni de comunicación. Se volvió para mirarla. Lo peor de todo era que tenía que explicarle la situación él mismo.

Si en aquellos momentos le hubiera puesto las manos encima a Whiskers, lo habría dejado sin los pocos dientes que le quedaban.

Faith observó cómo Cooper Adams se volvía para mirarla. No parecía muy contento.

—¿Pasa algo malo? —le preguntó, acongojada.

Él se balanceó sobre sus pies y se quitó el sombrero para pasarse una mano por su rubia cabellera. Se quedó mirando al horizonte, como si no pudiera mirarla a los ojos.

—Eh... —volvió a ponerse el sombrero y la miró—. Parece que tenemos un pequeño problema.

A Faith se le apretó aún más el nudo que tenía en el estómago y las rodillas empezaron a temblarle. Había algo que Cooper no quería decirle, y, a juzgar por la expresión de su cara, era algo que no iba a gustarle escuchar.

Se acercó al montón de maletas y se sentó sobre una de ellas, antes de que las piernas le fallaran por completo.

—¿De qué se trata?

Cooper tomó una profunda inspiración, expandiendo su amplio pecho.

—Por lo visto, Whiskers ha decidido quedarse en el rancho de mi hermana y de mi cuñado. Dice que no piensa volver hasta que Flint regrese de sus vacaciones y traigan mi ganado desde la Rocking M.

Faith sintió un escalofrío. No era de Texas, pero sabía que algunos ranchos estaban separados cientos de kilómetros los unos de otros.

—¿Y para cuándo será eso?

Él se pasó una mano por el rostro, antes de mirarla con sus penetrantes ojos azules.

—Dentro de una semana.

A Faith le dio un vuelco el corazón.

—Si fuera tan amable de llevarme a Amarillo, yo...

¿Ella qué? No tenía nada que hacer allí, y no podía volver a Illinois, donde solo la esperaba un pequeño pueblo en donde constantemente estarían recordándole sus errores.

—Señorita Broderick, eso es lo peor de todo —la voz de Cooper interrumpió sus pensamientos—. Cuando Whiskers se marchó en mi camioneta, se llevó el único medio de transporte que había.

Faith miró a su alrededor. No había ningún vehículo a la vista, ni siquiera un tractor.

—Puede llamar a alguien con su teléfono móvil. Estoy segura de que el señor West...

—Se ha quedado sin batería.

Faith tragó saliva.

—Recárguela.

—Imposible. No hay electricidad.

—¿Quiere decir que estamos atrapados aquí hasta la semana que viene, incomunicados y sin modo alguno de marcharse?

Él asintió con una adusta expresión.

—Eso es exactamente lo que quiero decir.

Faith se masajeó las sienes con los dedos. ¿Por qué el señor Penn le había mentido diciéndole que era el propietario del rancho? ¿Y por qué la había reunido allí con el vaquero más sexy que había visto en su vida?

Whiskers Penn había sido un amigo de toda la vida de su difunto abuelo, y cuando su abuela le habló del trabajo, ella había dado por sentada la honestidad del viejo. Por eso se puso en contacto con él y aceptó el empleo. Whiskers consiguió la aprobación de su abuela, algo muy difícil de lograr, de modo que todo parecía ser una sencilla vía de escape del pasado y un modo de rehacer su vida.

Pero estaba claro que había cometido el mismo error, confiando de nuevo en la bondad y sinceridad de las personas. Estaba tan desesperada por comenzar de nuevo, que había saltado de la sartén para caer en las brasas. ¿Cuándo aprendería que no debía creerse todo lo que decían los demás?

—¿Por qué el señor Penn haría algo así?

—Porque el viejo tiene más de una vena de picardía —respondió Cooper cruzando los brazos al pecho—. Nos guste o no, señorita Broderick, tendremos que hacernos a la idea de que estamos atrapados aquí hasta la semana que viene.

Miró a su nuevo hogar y luego a Faith. Había demasiado poco espacio para su tranquilidad mental. Cada vez que girasen una esquina se toparían el uno con el otro. La idea de chocarse contra ella le produjo una súbita reacción de calor corporal.

—Será mejor que le echemos un vistazo al interior —dijo, señalando la casa.

—Si lo que me ha dicho es cierto, y es usted el dueño de la casa, ¿cómo es que no conoce el interior?

Él soltó un profundo suspiro.

—Porque fui lo bastante idiota como para comprarla sin haberla visto antes.

—¿Por qué lo hizo? —preguntó ella con escepticismo—. Ni siquiera yo soy tan ingenua.

Cooper negó con la cabeza. Llevaba media hora preguntándose lo mismo.

—Tras retirarme de los rodeos, empecé a trabajar como comentarista de los torneos. Cuando este rancho salió a subasta, yo estaba retransmitiendo un circuito y no pude asistir a la puja. Y Flint y mi hermana estaban de viaje, en un espectáculo ecuestre.

—Así que fue Whiskers quien la compró.

—Por desgracia —dijo él asintiendo—. Confié en él cuando me dijo que la casa necesitaba algunos arreglos pero que era una buena compra... Puede estar segura de que no volveré a cometer esa equivocación.

Faith miró las maletas que la rodeaban y se levantó. Cooper miró asombrado el tamaño de su equipaje. ¿Por qué a los hombres les bastaba con una simple bolsa para pasar todo un mes, si en cambio las mujeres necesitaban media docena de maletas para una sola noche?

—Creo que sería buena idea llevar mis cosas adentro —dijo ella, y agarró una maleta en cada mano—. Parece que va a empezar a llover de un momento a otro.

Cooper miró las nubes que cubrían el cielo, y luego el descomunal equipaje. Levantó tantas bolsas como podía cargar de una sola vez y se encaminó hacia la casa. Si se daban prisa, podrían acabar antes de que cayera el torrente de agua.

No tuvieron tanta suerte. Las primeras gotas los alcanzaron de camino, y cuando llegaron al porche, el agua caía a raudales.

Cooper dejó las bolsas frente a la puerta y volvió por el resto del equipaje. Agarró las tres últimas maletas y corrió de nuevo hacia el porche, teniendo cuidado de evitar chocarse contra los aleros combados del techo.

Faith ya había entrado en la casa, lo que le pareció muy bien a Cooper. La visión de su bonito trasero le había hervido la sangre y le había encendido peligrosamente la imaginación...

Mientras estaba de pie en el porche, tratando de figurarse cómo iban a pasar la semana sin la amenaza constante de una erección, se oyó un fuerte golpe, seguido de un chillido de mujer. El grito le produjo un escalofrío que alcanzó hasta el último de sus nervios.

—¿Qué demonios...?

La puerta de madera se abrió de golpe y, antes de que Cooper se diera cuenta, Faith salió disparada, saltó por encima de las maletas y se aferró a él como una lapa.

Capítulo Dos

Faith sintió el abrazo protector de Cooper, antes de que él perdiese el equilibrio y cayera sentado en el suelo fangoso. Se apartó los cabellos, empapados por la lluvia, y se encontró a solo unos centímetros de su rostro.

El tiempo pareció detenerse mientras estaba sentada a horcajadas sobre su regazo, sintiendo el duro tacto de sus muslos bajo el trasero, mirando sus intensos ojos azules y sus labios entreabiertos, y preguntándose cómo sería probarlos con los suyos propios...

A pesar de la fría lluvia, Faith sintió que una ola de calor la inundaba de la cabeza a los pies al contemplar el atractivo de aquel hombre. No le gustó nada la sensación, teniendo en cuenta que debían pasar una semana juntos en un rancho desierto.

—¿Se encuentra bien? —le preguntó él finalmente, con una voz tan íntima y sexy que a Faith le elevó aún más la temperatura corporal.

Tenía el rostro tan cercano al suyo que podía sentir su cálida respiración en la mejilla y apreciar la pequeña cicatriz bajo su ceja derecha. Los brazos la mantenían presionada contra su pecho, haciendo que los senos le temblasen.

—Yo... —se puso en pie con dificultad, con las rodillas temblorosas—. Eh, sí, estoy bien.

Durante varios segundos los dos se miraron en silencio.

—Vamos —dijo él; se levantó y la tomó de la mano—. Hay que resguardarse de la lluvia.

Faith se había olvidado del aguacero y de que los dos estaban calados hasta los huesos. Se había quedado fascinada ante la visión de su camisa empapada, ajustada a su perfecto torso y anchos hombros. Su ex marido había ido a un gimnasio durante años, y nunca consiguió la recia musculatura que lucía Cooper Adams. Aunque, como ella acabó descubriendo de una forma dolorosa, Eric no pasaba en el gimnasio tanto tiempo como la hacía creer.

De vuelta en el porche, Faith notó que él la miraba con intensidad. Siguió la dirección de sus ojos, y se apresuró a cruzar los brazos al pecho, con las mejillas coloradas. Su camiseta amarilla se había vuelto casi transparente por el agua, y se ajustaba a sus pechos como una segunda piel, sin que el sujetador de encaje pudiera cubrir mucho...

—¿Qué demonios ha pasado ahí dentro? —le preguntó él tras carraspear un par de veces.

A Faith le costó unos momentos darse cuenta de lo que quería decir, hasta que recordó la razón de su huida y se puso a temblar.