Una oportunidad para el rey - Kelly Hunter - E-Book

Una oportunidad para el rey E-Book

KELLY HUNTER

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Beschreibung

Ella podía hacer que perdiera la corona... o que la salvara. ¡Se rumoreaba que el querido rey Valentine iba a abdicar! El motivo era desconocido, pero se creía que podía ser porque no podía procrear. Los ojos de todo el mundo estaban clavados en él, pero él solo tenía ojos para la cautivadora Angelique, adiestradora de caballos para la élite. La atracción era tan potente en ese momento como lo fue hacía diez años, cuando se conocieron. Creían que la abdicación era su escándalo más sonado, pero, dada la tórrida reunión, ¿no estaría la obstinada y apasionada Angelique... gestando un secreto más sorprendente?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Kelly Hunter

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una oportunidad para el rey, n.º 186 - abril 2022

Título original: Pregnant in the King’s Palace

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-728-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

SABRÁS que no engañas a nadie…

El príncipe Valentine de Thallasia tenía dieciocho años y era el heredero de un reino ancestral. Su padre era el mandatario supremo y esperaba que lo obedecieran sin rechistar, y lo conseguía. Su madre había muerto hacía mucho tiempo. Él solo escuchaba, algunas veces, a su hermana gemela y, últimamente, ella había elevado el tono de sus regañinas. Esas regañinas le servían muchas veces para bajarle los humos y, en teoría, eso estaba bien, lo mantenía con los pies en el suelo, pero no tenía por qué gustarle.

Su hermana le seguía el paso mientras se dirigían hacia los enormes establos a través de la impecable pradera. El palacio real empleaba a más de una docena de mozos de cuadras a las órdenes de un jefe de cuadras. En esos momentos entrenaban a más de seis equipos de caballos de polo y a una docena de caballos de carreras. Su padre era un apasionado de los caballos y él, hasta hacía poco, se había librado de esa afición.

–No sé de qué estás hablando.

–De este repentino interés por los caballos y por montarlos en cuanto puedes.

–¿Qué quieres que te diga? Es primavera y quiero estar al aire libre.

–Es primavera y quieres acostarte con la nueva moza de cuadras –replicó Vala–. Todo el mundo lo sabe y puede verlo. Eres tan sutil como un semental cerca de una hembra en celo. Aunque no habrás visto nunca a un semental cerca de una hembra en celo porque jamás habías tenido el más mínimo interés por la yeguada real.

–Y ahora estoy corrigiendo ese defecto –él sonrió porque sabía que eso le irritaría a ella–. Deberías aplaudirlo.

–Estoy intentando avisarte, majadero. A nuestro padre no va a gustarle la… diversión que has elegido.

–Tiene un nombre.

–Y esa es la actitud que va a darte más problemas de los que tú o Angelique Córdova podáis soportar. Efectivamente, sé cómo se llama. No te sorprendas. Me cae bien, es lista y sincera y casi demasiado guapa… y si llegas demasiado lejos con ella, nuestro padre la machacará delante de ti.

–Solo porque no ha encontrado a nadie que sustituya a nuestra madre…

–¡No vayas por ahí! –su hermana tenía genio y no le importaba mostrarlo–. Nuestro padre perdió el interés en nuestra madre en cuanto nacimos nosotros. Le duran las amantes lo que a otros nos dura un pañuelo de papel y nunca hay ninguna complicación. Ni líos ni ruido ni hijos bastardos. ¿Sabes lo que les pasa a esas mujeres que son tan necias de querer atraparlo? He oído rumores bastante desagradables y los creo.

Ya habían llegado casi a los establos, un edificio centenario de piedra adosado a la muralla del palacio. El palacio se construyó para resistir los asedios y si bien se había derribado la muralla en el este para dejar sitio a un amplio camino de entrada y más jardines, todavía había partes más sombrías detrás de la preciosa fachada. Uno de los motivos para que no hubiera querido ir a los establos era que allí podía sentir el peso de la opresión y la fealdad, por muy bonitos y caros que fuesen los caballos. Sin embargo, no pensaba decirle a su hermana que le daban miedo los fantasmas… ni que quizá tuviera razón por mucho que él no quisiera creerse el implacable concepto que tenía de su padre.

Quería que esa conversación terminara para seguir admirando a Angelique, pero su gemela lo agarró del brazo y tuvo que pararse y darse la vuelta.

–Valentine, sea lo que sea lo que le pasa a nuestro padre, está empeorando. Los arrebatos de ira, la crueldad… Ni tú, el príncipe heredero, te libras como cuando eras pequeño y creías que era una especie de dios y querías ser como él. Ahora te ve como a un competidor y no saldrá nada bueno de eso. Te envidiará, impondrá su autoridad y la machacará. Lo veo clarísimo aunque tú no lo veas.

Él no quería ni oírlo.

–Sé que es difícil complacerlo, que no… se porta bien con las mujeres… ni contigo. Puedo verlo.

Su hermana se rio con ganas y amargura.

–Soy la muñeca mejor vestida y me adorará mientras siga siéndolo. Pienso casarme pronto y largarme de aquí, y mejor todavía si consigo que crea que ha sido idea suya –lo miró con una expresión suplicante–, pero tú… tú tienes que tener cuidado con quién te mezclas y cómo lo haces. No juegues con tus preciosos juguetes delante de él, no dejes que tu encaprichamiento de Angelique se convierta en otra cosa y, sobre todo, que tus relaciones sexuales sean seguras.

–¿De verdad? ¿Vas a darme una charla sobre sexo?

–Estoy advirtiéndote. A las mujeres que se quedan embarazadas de nuestro padre les pasan cosas atroces, como a las mujeres que se atreven a desafiarlo de alguna manera. Pregúntalo si no me crees.

–No tienes ni idea de lo que estás hablando.

Su hermana siempre había sido melodramática y veía conspiraciones e intrigas palaciegas por todos lados, pero de todo lo desagradable que había oído él, no había oído eso. Su padre tenía defectos, pero no era un monstruo.

–Lo digo completamente en serio, Valentine –insistió ella con los ojos como ascuas–. ¿Por qué siempre crees que lo sabes todo? ¿Por qué no escuchas lo que estoy diciéndote?

Sí la escuchaba, nunca le había dado malos consejos.

–De acuerdo –concedió él entre dientes–. Seré discreto.

–Selo.

Valentine le dio vueltas en la cabeza a la opinión que tenía su hermana de su padre mientras ella se alejaba hacia las nuevas yeguas de cría. Efectivamente, su padre era una figura distante poco dada a los halagos e imponía una disciplina férrea porque se necesitaba fuerza para ser rey. En cuanto a la relación de su padre con las mujeres… Él no veía maldad. Captaba la indiferencia y cambiaban muy deprisa, pero no le parecía despiadado cuando se deshacía de ellas. Llegaban y se marchaban sin más. Tenía necesidades y él era digno hijo de su padre.

Su padre tenía que saber que no pensaba llegar virgen al matrimonio y que tampoco pensaba casarse en un futuro inmediato, y menos con una preciosa moza de cuadras. Hasta Angelique sabía que no iba a pedirle que se casara con él por mucho interés que mostrara en ella.

No era una empleada y se marcharía al cabo de un año, lo cual era perfecto para las intenciones de él. Angelique había llegado con seis yeguas impresionantes de la familia Córdova, que habían elegido entre su padre y ella, para participar durante una temporada en el programa de cría del palacio. Un año y una camada de potros. Quedaban menos de sietes meses para que llegaran los potros y las yeguas se marcharan, y Angelique con ellas.

Su encaprichamiento no estaba mal. Era la ocasión perfecta para vivir un poco, amar un poco y aprender a complacer a una mujer porque soñaba con complacer a Angelique, soñaba con poseerla tan plenamente que no se olvidara nunca de él. Además, cada dos por tres se despertaba alterado por el deseo, independientemente de lo mucho que se… satisficiera con la mano. ¿Acaso era eso sano? Si solo pudiera tenerla un tiempo para quitarse esa obsesión… todo mejoraría y podría seguir buscando una reina adecuada para Thallasia.

Su hermana se equivocaba sobre la inestabilidad y la crueldad de su padre, él lo entendería.

Valentine de Thallasia tenía dieciocho años, era el primogénito de un rey y estaba acostumbrado a hacerse con todo lo que quería, y quería a Angelique.

 

 

Recorrió el pasillo central de los establos como si fueran suyos, y lo serían algún día. Alessandro, el jefe de cuadras, inclinó la cabeza. No pasaba nada en los establos sin que él lo supiera, y eso era algo bueno y malo a la vez.

Las palabras de su hermana le retumbaban machaconamente en la cabeza. Seguramente, no le vendría mal alejarse de Angelique por el momento y fingir que le interesaba de verdad el programa de cría e intentar ser útil. No se oponía a aprender el programa de cría caballar de los reyes. En cuanto a montar a caballo, siempre podría mejorar. Tenía cosas que aprender. Su hermana le había dicho que al menos fuera discreto y eso podía hacerlo.

Valentine salió del despacho de Alessandro una hora y media después con la cabeza llena de líneas de sangre, nombres de caballos y un concepto nuevo sobre los caballos que habían prestado a Thallasia. El nombre Córdova era muy antiguo entre los criadores de caballos. Un caballo Córdova plenamente adiestrado había sido un regalo digno de un rey durante los últimos tres siglos o más. Dinero y poder, pasión y categoría… Angelique ya no era una moza de cuadras cualquiera, pertenecía a una realeza distinta y era más irresistible todavía por ello.

Por fin, se permitió buscarla. Después de la información que acababa de recibir, era natural que quisiera acercarse al origen. La encontró junto al flanco sudoroso de un caballo, con unos pantalones de montar claros, botas negras hasta la rodilla y una camiseta de algodón que le arruinaba el poco dominio de sí mismo que creía tener. El segundo mejor semental de su padre estaba portándose como un corderillo entre las manos de ella, pero, aun así, le ofreció su ayuda. Ella puso los ojos en blanco y se pasó un mechón por detrás de la oreja. El pelo, sedoso, negro y ondulado, le llegaba hasta la cintura y se lo recogía en una trenza cuando estaba trabajando. Él, sin embargo, lo había visto suelto una vez y volvería a verlo si se salía con la suya, introduciría sus manos entre él para colocarle mejor la cabeza y…

–Si sigues mirándome así, te regaré con la manguera.

A él no le pareció una amenaza sino una promesa.

–No te atreverás –él esbozó la más cautivadora de sus sonrisas–. Si lo haces, tendré que quitarme la camisa delante de ti.

Eso, en opinión de él, sería beneficioso para los dos.

Ella se rio, agarró el cepillo de plástico y empezó a pasarlo por el lomo del caballo.

–He visto mejores cuerpos –lo miró y volvió a reírse–. Eres el chico más engreído que he conocido.

–Hombre. El hombre más engreído que has conocido –le corrigió él.

Ella se rio una vez más y para él fue un sonido maravilloso.

–¡Angelique! –bramó Alessandro desde un cajón cercano–. Acaba de una vez.

–¿Lo ves? Me causas problemas. Algunos estamos trabajando.

Sin embargo, no pareció preocupada. Quizá fuera porque se debía primero a los caballos de su familia y después a la yeguada real de Thallasia. Eso le daba un atrevimiento que no podían tener los demás mozos de cuadras. Además, era el mejor jinete de todos ellos con mucha diferencia, tenía un instinto especial para sacar lo mejor de los caballos que montaba. Él sabía que Alessandro la empleaba sin reparos para que adiestrara los caballos más complicados.

–¿Cuántos caballos tienes que montar todavía?

–El mejor semental de tu padre y mi yegua favorita.

Eran los animales más imponentes que había allí. Él se había enterado hacía poco y, naturalmente, quería dominarlos.

–¿Quieres que te ayude?

Ella se incorporó lentamente y lo miró. Él no le era indiferente, ni mucho menos, y ese juego era apasionante.

–¿Podrías?

–Alessandro, voy a llevar el caballo de mi padre hasta el pabellón de caza. ¿Contará eso como su ejercicio diario? –preguntó él con un gruñido.

La cabeza y los hombros del hombre aparecieron por encima de la separación entre los cajones.

–¿Tienes el permiso de tu padre?

–Bueno, no se ha negado –seguramente, porque Valentine tampoco se lo había preguntado–. ¿Puede acompañarme Angelique?

El jefe de cuadras la miró y dijo algo en español. Angelique asintió con la cabeza y también dijo algo.

–¿Ha sido un sí? –preguntó Valentine.

–Ha sido que no te animara y que no te matara. También me ha pedido que tuviera cuidado y me ha dicho que esperaba que supiera lo que estoy haciendo.

–Entonces, ha sido un sí…

–Solo si tú montas la yegua.

–¿Cómo dices?

–El semental está muy alterado hoy después de haber montado a una yegua ayer. Esta mañana mandamos a la yegua para que pastara en una de tus granjas y puedo jurar que sigue oliéndola. Si vamos a montar, yo lo montaré porque es un cerdo con muy mala idea. Tú tendrás al placer de montar una yegua Córdova perfectamente adiestrada.

–Eso es lo que me pareció que dijiste antes, pero no consigo entender eso de que tú vas a montar el caballo en vez de yo.

Ella se encogió de hombros y señaló hacia el cajón donde estaba al semental.

–Yo, ese –Veronique señaló hacia otro cajón–. Tú, esa. Además, ella es más rápida que el enorme animal.

–¿Quieres apostar?

Esa era la única manera de que aceptara semejante afrenta a su virilidad.

–Me encanta apostar.

Tardaron veinte minutos en estar cabalgando hacia el bosque que había en el extremo occidental de los terrenos del palacio y otros treinta en llegar al pabellón de caza. Él fue el primero en desmontar e intentó no mirarla mientras también desmontaba y se quedaba mirando hacia la casa con los brazos en jarras y la cabeza ladeada.

–¿Quieres entrar? –le preguntó él.

–¿Hay alguien dentro?

–No.

–Entonces, no. Si quisieras acostarte conmigo, y quieres, podrías intentar conocerme antes.

–Ya te conozco bastante.

Era de una familia española que criaba y adiestraba caballos desde hacía siglos y que tenía tierras en los Pirineos. Su madre era originaria de Liesendaach, el reino vecino al suyo, pero había adoptado de todo corazón a su país nuevo. Angelique tenía una hermana gemela idéntica y un hermano mayor. Le gustaba levantarse antes del amaneces, almorzar durante dos horas a mediodía y luego trabajar hasta tarde. No temía a ningún caballo ni a ningún hombre, lo cual, en su opinión, era un error. Era más que hermosa y él no era el único que se había dado cuenta. En un momento de hipocresía, casi se había convencido a sí mismo de que le haría un favor si le mostraba claramente el interés que sentía por ella. Algunos de los empleados de su padre la miraban con avidez y eran bastante bárbaros.

La advertencia de su hermana volvió a retumbarle en la cabeza y algo, no supo qué, le obligó a hablar.

–Deberías volverte pronto a tu casa. No te quedes –él no tenía ni idea de dónde había salido ese ataque de caballerosidad–. Alessandro puede ocuparse de las yeguas de tu padre. Vuelve cuando sean los partos. Mejor todavía, no vuelvas nunca.

–¿Por qué?

Había captado toda su atención y le gustaría sacar pecho y presumir ante ese rostro tan impresionante y esa mirada fija.

–No estás a salvo, eres demasiado…

–¿Demasiado?

Demasiado natural, demasiado inocente, demasiado hermosa…

–Demasiado tentadora para esta corte de cuervos. Has llamado la atención y no solo la mía. Tu padre no debería haberte mandado aquí, debería haber mandado a su hijo.

Ella bajó la mirada al suelo y pasó la punta de la bota por el césped.

–¿Y qué pasaría si mi hermano fuese más vulnerable todavía que yo?

–No puede serlo.

Ella sonrió de una forma muy peculiar mientras lo miraba desde debajo de esa mata de pelo revuelto y él quiso con todas sus ganas apartárselo de la cara. Alargó una mano y ella no se apartó.

–No sabes nada ni de mi hermano ni de mí. Puedo cuidar de mí misma.

Si a ella le tembló la voz tanto como a él le tembló la mano, ninguno de los dos dijo nada.

–¿Cuál es tu comida favorita? –le preguntó él.

–Los mangos y las fresas.

–¿Y tu bebida?

–Un buen café solo. ¡Algo que no tenéis aquí!

Eso podía arreglarse.

–¿Dónde te gusta que te besen?

–Aquí –murmuró ella al cabo de un rato y llevándose un dedo a un punto en el cuello.

–Entendido.

Él le pasó las yemas de los dedos por ese punto y sintió una oleada abrasadora por dentro cuando ella arqueó el cuello como si lo invitara a más. Su piel era cálida y suave y su pelo olía a verano. Notó su pulso acelerado… o quizá fuera el de él.

–¿Dónde más?

Ella señaló el lugar donde la mandíbula se juntaba con la oreja.

–Aquí.

Él posó los labios en el primer sitio y fue subiéndolos lentamente hasta el otro mientras ella se estremecía y dejaba escapar un gemido que a él le pareció estimulante.

–¿Sí…? –preguntó él con una voz ronca que no reconoció casi.

Ella giró la cabeza hasta que se encontraron sus labios y fue la respuesta que él había necesitado. No pararon hasta que estuvieron saciados. Entraron en la casa, en el salón de los trofeos con un inmenso sofá de cuero que usaron a conciencia… una y otra vez durante las semanas siguientes.

Fue ganándosela hasta que no pudo pensar en otra cosa que no fuera tenerla de nuevo. Sin importarle los empleados de su padre, que los miraban con más recelo cada vez. Sin importarle su hermana, que tuvo que cubrirle las espaldas más de una vez y no paraba de repetirle que tuviera cuidado y fuera discreto, que desarrollara algún instinto de supervivencia.

Era el primogénito de un rey y no podía amar como le gustaría… y eso ya lo sabía él.

Angelique también lo sabía. Habían hablado de lo que podía ofrecerle él y no era gran cosa. Tenía la nacionalidad equivocada y, sobre todo, trabajaba para ganarse la vida. Le faltaba cierta educación. Él se casaría algún día con una mujer de alta alcurnia de Thallasia, y mejor si tenía relaciones políticas que pudieran serle útiles a la monarquía.

Había nacido en una familia así y los dos lo sabían. No era un juego para siempre, era solo un juego.

Su ciudad favorita era Salamanca y su comida favorita, la paella marinera de su madre. Lo que más anhelaba él en el mundo era estar con ella y aprender a complacerla. Sus gritos desinhibidos mientras la devoraba, las contracciones y distensiones de su placer…

Sabía que estaba descuidando sus obligaciones y esa negligencia tenía que acabar antes de que le diera a Angelique las llaves de su corazón y de su alma como le había dado las de su cuerpo.

Sin embargo, no dijo que tenía que acabar mientras Angelique se soltaba de su abrazo y empezaba a vestirse apremiándole para que hiciera lo mismo porque le echarían de menos si llegaba tarde. Ya era tarde y tendrían que volver corriendo, y Alessandro lo sabría por el sudor de los caballos.

–Una carrera –le desafío él.

Ella siempre montaba el complicado semental y él la apacible yegua. Alessandro podía pasar por alto muchas cosas, pero no que el príncipe heredero se jugara el cuello con un caballo imprevisible.

Una carrera con el olor de ella secándosele en la piel… y al padre de Valentine estaba esperándolos.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL rey Valentine de Thallasia era un hombre codiciado. Su sangre real, la riqueza de su país y su belleza se encargaban de ello. Había sido un niño angelical y un adolescente incorregible y precoz. Hubo un momento, cuando tenía veintitantos años, que su reputación de alocado había disuadido a todas las mujeres menos las más curtidas. A los veintiocho se prometió a una heredera de sangre azul muy presentable y con muchas virtudes. Lo habían presionado para que se preparara ante la menguante salud de su padre, y ella le había gustado lo suficiente. Ella había cumplido todos los requisitos de la corte; era de buena cuna, estaba bien formada y sabía mezclarse con lo más selecto de la sociedad y cumplir el protocolo real. Sobre todo, había hecho que él pareciera bueno.

La noche anterior había roto el compromiso de tres años y ella no había disimulado la lástima mientras le devolvía el anillo de su madre, le daba un beso en la mejilla y le decía que se cuidara. Su exprometida le había pedido que esperara un día antes de anunciar la ruptura para que le diera tiempo a volver a las posesiones de su padre. Había dicho que no quería tener que lidiar con la prensa y que prefería dejarle los detalles a él para que, dado lo delicada que era la información, decidiera lo que quería revelar y lo que no.

Él no sabía todavía si había sido compasiva o cobarde.

En cualquier caso, se había marchado y el fin de semana de polo benéfico del reino de Liesendaach estaba en todo su apogeo. Él también podría haber alegado una imaginaria crisis de algún tipo y haberse marchado esa mañana, y el rey Theodosius, su anfitrión y amigo desde la infancia, lo habría entendido. Sin embargo, había decidido quedarse solo y Theo, como si se oliera algo, no se separaba de él.

Habían conseguido encontrar un sitio relativamente tranquilo para ver el partido de polo y para tener una conversación. Sin duda, Theo lo había maquinado todo y Valentine se preguntaba cuánto tardaría en hacerle las preguntas. Quizá debiera anticiparse. Si no, tendría que felicitarle por los preciosos jardines y lo bien cuidados que estaban los campos de juego y, seguramente, Theo ya habría oído lo mismo al menos una docena de veces durante esa mañana. El palacio de Theo era el más bonito de los cuatro reinos de la zona. El rey Casimir de Byzenmaach solía llamarlo, con una sonrisa, el más recargado, y el rey Augustus de Arun intervendría para murmurar que era pretencioso. En realidad, sus palacios eran grises, sombríos y austeros en comparación y el suyo tampoco podía compararse con el de Theo a pesar de todas las mejoras que había hecho últimamente.

–Ya no estoy prometido.

Theo no parpadeó siquiera.

–Me lo imaginé cuando se disculpó esta mañana y se marchó antes del desayuno sin el anillo en el dedo. Mis condolencias, me gustaba bastante.

–No es mucho decir.

–En ningún momento me pareció que a ti te gustara bastante –Theo se encogió de hombros y se giró para ver el partido–. ¿Qué vas a hacer?

Era una buena pregunta, pero la respuesta no le pasó de la garganta.

Se quedaron en silencio y su amigo de la infancia lo miraba como si tuviera una diana en la espalda.

–Suéltalo –le exigió Valentine–. Me conozco esa mirada y estás tramando algo.

–No estoy tramando nada, solo estoy pensando.

–¿En qué?

–¿Te has dado cuenta de que Angelique Córdova y tú nunca estáis a menos de treinta metros de distancia? ¿Es una coreografía? ¿Ensayáis?

–No sé de qué estás hablando –Valentine lo sabía perfectamente, pero no estaba dispuesto a reconocerlo–. Aunque sí me doy cuenta, sin poder evitarlo, de lo íntimo que eres de la familia Córdova últimamente.

–Moriana está a partir un piñón con Angelique y su hermana Luciana.

–¿Te parece normal que tu esposa sea amiga de tu examante?

Valentine no había terminado de perdonarle a Theo que enredara con las dos hermanas Córdova hacía unos años. Según los rumores, habían ido turnándose para salir con Theo y, según los rumores, se habían apostado un caballo con Benedict, el primo de Theo, a que él no se daría cuenta. Según los rumores, ellas habían ganado la apuesta.

–No sería normal –Theo entrecerró los ojos–. Menos mal que no he tenido esa relación con ninguna de las gemelas Córdova. No, solo se trata de complacer a mi esposa. Moriana las encuentra estimulantes.

Valentine resopló. Seguía creyendo que juntar a Moriana, la eficiente e implacable reina consorte, con las obstinadas y rebeldes gemelas Córdova era rondar el desastre. ¿Qué pasaría si decidían colaborar? Gobernarían el mundo o, al menos, esa zona.

–Será tu perdición.

–¿Te has peleado con Angelique? ¿Por eso la evitas sistemáticamente?

–No la evito –sencillamente, no hacía nada para encontrarse con ella–. No me he peleado con ninguno de los Córdova. Crían unos caballos fantásticos y envidio tu capacidad para conseguirlos.

La lista de espera para conseguir un caballo de polo de los Córdova era de diez años. Si se pedía desde Thallasia, no se conseguiría nunca.

–Tu padre no tuvo mucha visión de futuro cuando expulsó a Angelique de sus establos hace años.

Al contrario. Valentine esbozó una sonrisa tensa. Su padre claro que había tenido visión de futuro.

–¿Cuál fue el motivo? ¿Por montar el semental favorito de tu padre sin permiso?

–Por hacer una carrera entre el semental favorito de mi padre y la yegua purasangre más veloz de los establos.

Él lo sabía muy bien porque había montado esa yegua.

–Tu padre también la llamó promiscua, ¿no?

–Sí –otra acusación de la que Valentine había sido culpable en parte, si no del todo–. Mi difunto padre no tenía razón siempre.

Tampoco le echaban mucho de menos, pero eso era algo que Valentine no decía en voz alta.

–Sin embargo, la acusación caló –comentó Theo–. Una reputación que Angelique decidió aceptar y no resistirse a ella porque supo desde el principio que era una batalla perdida. La respeto por eso y mi esposa también. ¿Te has preguntado alguna vez lo que podría haber llegado a ser sin ese estigma?