Voces de la mística I - Javier Melloni - E-Book

Voces de la mística I E-Book

Javier Melloni

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Beschreibung

Este libro nos invita a hacer un recorrido por diferentes experiencias místicas lo cual requiere silencio, una lectura contemplativa y atreverse a navegar por el mundo interior. El jesuita Javier Melloni nos ofrece la oportunidad de meditar a partir de una selección de textos y testimonios de todos los tiempos y religiones. Una antología que nos ayudará a conocer el umbral de la experiencia de lo inefable. Y así, iluminar la propia vida.

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VOCES DE LA MÍSTICA Invitación a la contemplación
Diseño de la cubierta: Arianne Faber Ilustraciones: Arianne FaberEdición digital: Grammata.es
© 2009, Javier Melloni © 2009, Herder Editorial, S. L., Barcelona
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
I.S.B.N. digital: 978-84-254-2713-8
Más información: sitio del libro
Herderwww.herdereditorial.com

Presentación

Ante la agitación y la persistente sensación de estar corriendo sin dirección ni sentido, anhelamos otra calidad de existencia. Buscamos alimentarnos, nutrirnos de palabras matriciales que recalifiquen nuestra percepción de la realidad y de la propia vida.
Por ello, recurrimos cada vez más al testimonio de los místicos, aquellos de entre nosotros que han alcanzado o vislumbrado un Fondo que sostiene todas las cosas y un Horizonte que las amplía. Lo que en otro tiempo se podía haber considerado raro o exótico hoy lo buscamos como una necesidad, porque intuimos que nos habla de lo que verdaderamente importa, más allá de los afanes cambiantes de cada época. Por ello los místicos han sido llamados «esos empedernidos buscadores de lo Real». Su legado pertenece al patrimonio de la humanidad. De ahí que los textos que hemos recogido procedan de diversas tradiciones religiosas. Incorporamos también testimonios contemporáneos que no se adscriben a ninguna tradición. Y es que la experiencia mística desborda cualquier delimitación confesional o conceptual. Las religiones son marcos interpretativos de tales experiencias, territorios cada vez más cuestionados. Ello también explica el interés contemporáneo por los místicos: apuntan a ese lugar o estado que es previo y posterior a una confesión particular.
Los textos que ofrecemos son una selección enriquecida de una columna que viene apareciendo desde hace casi diez años en El Ciervo, una revista literaria y de opinión. Desde diversos ámbitos se insistió en que merecía la pena reunir esos rincones dispersos y ofrecerlos en un solo volumen, como una recopilación de voces esenciales de diversos autores y corrientes que invitaran a la contemplación. Me ha resultado arduo elegir las más significativas entre las más de setenta que ya han aparecido y que seguirán apareciendo. Me he decantado por las que tenían rostro, es decir, por testimonios de nombres concretos, identificables en el tiempo y en el espacio, aunque he hecho algunas excepciones al incorporar anónimos con el fin de ampliar o equilibrar el muestreo de las distintas tradiciones
Los treinta y tres textos que presentamos se podían ordenar de modos muy diferentes. Los podríamos haber organizado en función de las cualidades o modos de la experiencia mística: como explosión de un Tú en clave teísta o como inmersión en un Todo en clave no-personalista o advaita; como la diafanidad de la naturaleza y de las cosas; como aumento fugaz del conocimiento... Hubiese sido posible ordenarlos de un modo más neutro: alfabéticamente, para facilitar la identificación de los autores; o bien agruparlos en función de las tradiciones religiosas a las que pertenecen; o, finalmente, presentarlos por orden cronológico, mostrando algunos hitos de cómo esta experiencia ha estado presente en la humanidad a través del tiempo, uniendo lugares y marcos interpretativos. He optado por este último criterio —casi en todos los casos considerando la fecha del fallecimiento de su autor— porque es el que mejor responde a mi motivación a la hora de recopilar estos rincones: convocar el testimonio de algunos seres humanos ante quienes se ha abierto algo del Fondo oculto que yace en el corazón de las personas y de las cosas; una profundidad y una espaciosidad que, de vez en cuando, se iluminan. Ellos, con su vida y sus escritos, han sabido evocarlo contagiándonos su anhelo.
Los lectores que deseen ahondar en los maestros espirituales y autores citados pueden remitirse a la bibliografía que se halla al final de esta obra, donde encontrarán las fuentes de las que proceden los textos aquí compilados.

Lao Tse

Comenzamos con unos fragmentos radicalmente abiertos al horizonte último de lo existente, ante el cual el lenguaje balbucea y se resiste a nombrar lo innombrable. Son algunos poemas del Tao te king, obra atribuida a Lao Tse (entre los siglos VI-IV a. de C.), probablemente una figura mítica que encarna la esencia del taoísmo. Lao significa «anciano» y Tse «maestro», lo cual da a entender la redoblada sabiduría que rezuma el texto. «El Libro de la vía y de la virtud», tal es la traducción del título, está compuesto por ochenta y un poemas, en los que se destila la doctrina taoísta con una sobriedad exquisita Tao es un término de múltiple significación. Se puede traducir por «camino», «vía» o «curso», pero pretender verterlo en una única palabra implicaría empobrecerlo. Más que un sustantivo, sería un verbo que procura indicar el dinamismo primero y último de todas las cosas. En definitiva, se trata de un vocablo primordial —casi sólo un sonido— que designa la realidad original y originante de la que todo procede. Ella no puede asirse, no puede ser controlada ni poseída. Tan sólo puede ser vivida. La virtud, te, que también significa eficiencia e influencia, es el resultado de configurar la existencia desde la profundidad y la libertad del Tao.
El Tao que se intenta aprehender no es el Tao mismo; el nombre que se le da no es su nombre adecuado. Su nombre representa el origen del universo; con su nombre, constituye la Madre de todos los seres. Por el no-ser, aprehendemos su secreto; por el ser abordamos todos sus accesos. No ser y ser salen de un fondo único, no se diferencia más que por sus nombres. Y ese fondo único se llama Oscuridad. Oscurear esa oscuridad, tal es la puerta de toda maravilla. (Poema 1)
Treinta radios convergen en el medio pero es el vacío intermedio el que hace marchar el carro. Se trabaja para hacer vasijas, pero del vacío interno depende su uso. Una casa está agujereada de puertas y ventanas, pero sigue siendo el vacío el que permite que se habite. El Ser da unas posibilidades, y es por el no-ser que se las utiliza. (Poema 11)
Al mirarlo, no se lo ve. Se lo llama invisible. Al escucharlo no se lo oye. Se lo llama inaudible. Al tocarlo, no se lo siente. Se lo llama impalpable. Estos tres estadios cuya esencia es indescifrable se confunden finalmente en uno. (Poema 14)
Alcanza la suprema vacuidad y mantente en la quietud; Ante la agitación hormigueante de los seres, no contemples más que su regreso. (Poema 16)
El Tao se expande como una oleada, es capaz de ir a izquierda y a derecha. Todos los seres han nacido de él sin que él sea su autor. Él consuma sus obras pero no se las apropia. Él protege y nutre a todos los seres sin que se adueñe de ellos. Así, él se puede llamar «Grandeza». Y porque no conoce su grandeza, su grandeza lo consume y perfecciona. (Poema 34)

Valmiki

Una de las aportaciones más genuinas del hinduismo a la mística universal es la noción de la no-dualidad (advaita): el Absoluto (Brahman) y el mundo no son dos ámbitos incomunicables, abismal y eternamente separados (dualismo), pero tampoco forman un todo indiferenciado y confundido (monismo). La mística advaita intuye que los dos ámbitos de lo Real —el Uno, el Creador, y lo múltiple, lo creado— no están en relación de discontinuidad sino de participación. La intuición advaita no es una especulación metafísica sino una percepción existencial que conduce a la plenitud de la conciencia y del amor: todo lo existente es manifestación y participación del Uno, que es lo único que realmente existe y en lo que todo encuentra su consistencia Brahman es el nombre con el que se designa al Ser supremo. Procede de la raíz sánscrita brah-, «expandir». El conocimiento verdadero consiste en percibir la realidad toda como una expansión del Ser en el Ser. No hay lugar, pues, para la tristeza ni para la preocupación que surgen de la ignorancia (avidya) de creerse separado del Uno. El texto que presentamos está tomado del Yoga Vashistha, atribuido a Valmiki (siglos IV-III a. de C. ), el mismo autor al que se le atribuye la versión más popular del Ramayana, poema épico en que se narran las gestas del príncipe Rama Rama es una de las manifestaciones (avatara) de Vishnú, el cual desciende a la tierra cada vez que decae la virtud, tal como dice el Bhagavad Gita (4, 7).
Escucha, oh Rama, esta sabiduría, que es la convicción de quien conoce la Verdad. El conjunto del vasto mundo que percibes es el inmaculado Brahman que goza de su propia gloria. Así como son agua las olas que surgen del océano, así también todos los objetos que ves son Brahman. El amigo es Brahman y el enemigo también lo es. Brahman se halla eternamente establecido en su propia existencia. Oh Rama, quienes tienen esta convicción están libres de afección y de aversión y tienen felicidad. Sabe, oh Rama, que la presencia es Brahman y que la ausencia también lo es. Nada está fuera de Brahman, y quienes lo saben están libres de apego y de antipatía. Brahman conoce a Brahman y está establecido en Sí mismo. Oh Rama, Brahman es «yo Soy»; es el Sí interior. La muerte es Brahman. El cuerpo es Brahman. Brahman muere y Brahman mata. Del mismo modo que una cuerda se confunde con una serpiente, también se ven en Brahman alegría y dolor. Lo que las olas son al agua, el mundo es a Brahman. Los verdaderos videntes lo perciben. Pero los demás no han conocido todavía la Verdad, lo ven todo por separado. Quien conoce, ve a Dios en todas partes; el ignorante, en cambio, ve el mundo en toda su diversidad y sufre como sufre un niño que imagina que su sombra es un fantasma.

Filón de Alejandría

Nacido hacia el 30 a. de C. en Alejandría, fue una figura clave en el encuentro entre el judaísmo, la filosofía griega y la tradición hermética de Egipto. Perteneció a círculos contemplativos cercanos a los esenios, pero también se implicó en la vida de su pueblo. Llegó a presidir la comisión que se dirigió a Roma ante el emperador Calígula para protestar por las leyes restrictivas que pesaban contra la comunidad judía. Su abundante obra versa primordialmente sobre exégesis bíblica, pero no sigue el método rabínico, sino que posee un carácter alegórico y místico, en virtud del cual los acontecimientos y los personajes se convierten en representaciones de los estados del alma. Este modo de interpretar y comentar las Escrituras marcó la exégesis cristiana de los siglos posteriores —sobre todo la de Clemente de Alejandría y la de Orígenes— y llegó hasta los comentarios bíblicos medievales, en los que se pueden distinguir cuatro niveles de interpretación: el literal, el alegórico, el tipológico y el anagógico o «místico».
No me avergüenzo de relatar mi propia experiencia, que he tenido miles de veces. En ocasiones, cuando deseo volver a mi acostumbrada escritura sobre las doctrinas filosóficas, y conozco muy bien lo que debo escribir, he encontrado mi mente estéril y árida y me he alejado sin hacer nada [...]. Otras he venido con mi mente vacía, y, de repente, me he encontrado lleno de pensamientos sembrados invisiblemente o caídos como nieve de lo alto, de modo que he sido arrebatado de frenesí con la posesión divina, y he perdido la conciencia del lugar, de los que me acompañaban, de mí mismo y de las palabras habladas y escritas (Sobre la emigración de Abraham, 34-35)
Mientras nuestra mente derrama luz de mediodía, por así decirlo, sobre el alma entera, brilla en torno a nosotros y nos acompaña, estamos en nosotros mismos, y no estamos poseídos. Pero cuando esta luz alcanza su ocaso, entonces cae sobre nosotros éxtasis e irrumpen posesión divina y locura. Porque cuando la luz divina brilla, la luz humana se oculta, y cuando la divina se oculta, la otra se levanta y brilla. Y esto solía ocurrirles a los profetas. La mente que hay en nosotros se desvanece a la llegada del espíritu divino y, a su partida, vuelve [...]. Porque el profeta, cuando parece hablar, en realidad está callado, y es Otro el que utiliza sus órganos del habla, su boca y su lengua, para proclamar lo que Él quiere. (Sobre quién es el heredero de las cosas divinas, 264-266)
Poseída por una sobria intoxicación, la mente está en éxtasis, como los amantes, llena de anhelo y de algo distinto y mejor, y llevada por este deseo hacia la extrema circunferencia del mundo inteligible, piensa acercarse al mismo Gran Rey; pero, precisamente cuando se esfuerza por ver, los rayos puros e incontaminados de la luz total fluyen sobre ella como un torrente, de forma que el ojo del entendimiento queda oscurecido por el deslumbrante brillo. (Sobre la creación del mundo, 71)

Plotino

Discípulo, como también lo fue Orígenes, de Ammonios Saccas en Alejandría durante diez años, Plotino (205-270) se incorporó a la expedición del Emperador Marco Antonio Gordiano a Oriente, con el deseo de alcanzar la India para conocer de primera mano la doctrina de los grandes maestros. Pero la expedición no llegó más allá de Persia. De regreso a Occidente se dirigió a Roma, donde, a los cuarenta años, fundó su escuela de filosofía. Inicialmente impartió una enseñanza oral. Sólo empezó a escribir diez años más tarde. Su obra se encuentra recogida en las Enéadas, nombre que alude a los nueve libros en los que están incluidos, de un modo un tanto confuso, sus cincuenta y cuatro tratados. Su pensamiento es una prolongación de la filosofía platónica, hasta el punto de que en la historia de la filosofía el neoplatonismo se identifica con Plotino. Su sistema se despliega a partir de tres hipóstasis: el Uno, del que emana toda la realidad, el espíritu (noûs), que posibilita la inteligibilidad y conciencia de lo existente, y el alma (psyché), de la que se desprenden los psiquismos individualizados. La obra de Plotino no es especulación, sino experiencia reflexionada y vertida en pensamiento. «Sin verdadera virtud, el Dios del cual se habla es un mero nombre» (Enéada II, 9, 15).