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Desde el comienzo de la crisis, decenas de miles de españoles han emigrado en busca de trabajo.
Un libro no puede contar todas las historias (únicas e irrepetibles) que se esconden detrás de la estadística, pero sí puede destilar esa tensión humana de miedo y esperanza común a todas ellas. Volveremos es un puzzle de testimonios que se lee como se escucha una confidencia a corazón abierto; es la memoria de una generación, y de un tiempo, y de un país, con sus dudas, contradicciones, ilusiones, frustraciones, desengaños, reproches, maletas, despedidas y regresos. Volveremos es como una conferencia de skype con la gente que quieres.
Volveremos es una promesa y una amenaza.
EXTRACTO
En este relato vivo de los emigrados hay quienes añoran a su familia, un lugar o un recuerdo de una España a la que nunca regresarán; los hay que sienten nostalgia de lo no vivido —una huida deseada, un fracaso antes siquiera de hacer la maleta—; unos pocos que buscan billete de vuelta; y otros que ya no vuelven la vista atrás. La nostalgia se aloja en el cuerpo y se convierte en un órgano más cuya función vital es debilitarte o fortalecerte. Los protagonistas de Volveremos no son mártires ni héroes. Son gajos en busca de mandarina.SOBRE LAS AUTORES
Estefanía S. Vasconcellos quería ser reportera de guerra pero le salió el tiro por la culata. Ha trabajado en las secciones de Cultura de
El Mundo y
ABC, donde aprendió que el arte y la literatura también tienen algo de conflicto armado, y vivió una temporada en Reino Unido, donde un escocés eurófobo le tocó la gaita mientras cubría el
brexit para
El Español. Amenaza con meterse en política, y mientras lo consigue estudia un máster de Análisis Político y escribe en
Jot Down sobre mármoles griegos, gente que llora delante de cuadros y mujeres que se pusieron amarillas durante la Primera Guerra Mundial.
Noemí López Trujillo escribió su primera metáfora cuando aún tenía dientes de leche: comparó la nariz de una bruja con una berenjena. Desde entonces, ha sido incapaz de dejar de usarlas —a veces demasiado— para contar historias de gitanas empoderadas, niños violinistas y
hippies eternos. Las ha publicado en
ABC,
20Minutos,
Jot Down o
El Español. Vivió unos meses en Manchester (Inglaterra), donde además de comer
porridge cada día escribió sobre iglesias que casan a homosexuales, musulmanas que boxean y guetos que huelen a
curry. Si volviera a nacer, sería
youtuber.
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Seitenzahl: 199
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PRIMERA EDICIÓN: noviembre de 2016
© Noemí López Trujillo y Estefanía S. Vasconcellos
© Libros del K.O., S.L.L., 2016
Calle Infanta Mercedes, 92, despacho 511
28020 - Madrid
ISBN: 978-84-16001-63-7
DEPÓSITO LEGAL: M-38176-2016
CÓDIGO IBIC: DNJ
DISEÑO DE CUBIERTA: Álvaro Valiño
FOTO DE CUBIERTA (GANSOS): Peter Curbishley
MAQUETACIÓN: El Pulpo Design
CORRECCIÓN: Ana Doménech
A mis padres, Lourdes y José María, que son mi hogar y mi patria
A mis padres y a mi hermana
Una amiga nos contó la teoría del chocolomo. Esta chica habló con un amigo suyo de Madrid que no encontraba trabajo en España, es médico de algo potente, lo que le ofrecían era una basura y terminó probando suerte en París. Tenía un buen trabajo pero a la vez estaba muy harto: tener vida social con los franceses era imposible, la gente era como muy snob. Estaba un poco en crisis y decidió volverse a Madrid porque echaba de menos a la familia, la gente, un poco de vida social… Ha conseguido trabajo en Madrid pero está un poco puteado, no está muy contento. Lo habló con un amigo y uno le dijo: «A ti lo que te pasa es lo del chocolomo». Y le dijo: «¿De qué coño me estás hablando?». «Mira, la teoría es muy sencilla: lo que te pasa ahora mismo es que te apetece mucho comerte un bocadillo de chocolate y te apetece mucho comerte un bocadillo de lomo, pero tienes que decidir chocolate o lomo, porque desgraciadamente el chocolomo no existe». Cuando nos lo contó nuestra amiga dije: «Me cago en la leche, ¿es eso lo que pasa?».
— Ernesto Filardi
PRÓLOGO
Circula por internet la imagen de un gajo de mandarina perfectamente incrustado en un diente de ajo. El Frankenstein vegetal está rematado con una frase: «No todos los lugares en los que encajas es donde perteneces». El sentimiento de pertenencia es complejo, pero suele asociarse a la idea de hogar: una ciudad, una familia o un grupo de amigos donde hallamos cierto reposo vital, donde no tenemos la sensación de estar en tránsito hacia alguna parte. Cientos de miles de españoles han abandonado su hogar desde 2008. Lo hicieron por diferentes motivos, pero principalmente porque sus expectativas —laborales, académicas y vitales— fueron barridas por la crisis económica. Unos culpan a los políticos por la penosa gestión. Otros señalan la responsabilidad de los propios ciudadanos. Los de más allá, a los «mercados» y a la globalización financiera.
Las historias recogidas en Volveremos conforman una «me-moria oral de los que se fueron», dice el subtítulo, una de las muchas posibles. Los protagonistas de este libro —y sus familias— han compartido sus recuerdos con nosotras de forma generosa para poner rostro a las estadísticas y, sobre todo, para no olvidar. Les damos las gracias por ello.
Muchos han verbalizado su experiencia por primera vez: se han sentado delante de una pantalla en Canadá, Inglaterra o Alemania, se han abierto el pecho y le han puesto palabras a lo que veían dentro. Unos han encontrado un nuevo hogar, otros quieren volver cuanto antes al anterior. La mayoría se autodenomina «emigrante», poniendo el acento en el acto de salir de su país. El término «inmigrante» tiene una extraña connotación negativa —entrar en el país de otro—. En el capítulo dedicado a la identidad, los protagonistas reflexionan también sobre expresiones como «exiliado económico», «aventurero» y «emigrante forzado».
Todo emigrante es inmigrante, dependiendo desde dónde se mire, de la construcción de su «yo» en cada espacio, lo que nos lleva a otro detalle: en algunas conversaciones, los protagonistas confunden el «aquí» con el «allí». Es decir, hablan de España como si estuviesen en ella, y usan el adverbio más lejano —allí— para referirse al lugar en el que se encuentran.
LOS QUE SE VAN Y LOS QUE SE QUEDAN
Es difícil cuantificar el número de emigrados durante la crisis. Las estadísticas oficiales no reflejan la realidad del fenómeno. Uno de los estudios alternativos más recientes es el que realizó en 2013 la socióloga Amparo González-Ferrer1, investigadora del CSIC. En 2012, el Instituto Nacional de Estadística estimaba que desde 2008 habían emigrado 225.000 españoles; González-Ferrer calculó que la cifra real se acercaba a los 700.000. «Los datos oficiales están basados en las bajas padronales, que se producen solo si los emigrados se dan de alta en los consulados de España. Esta inscripción muchas veces no se realiza aunque la persona viva fuera durante años». En 2013, España era el segundo país que más emigrantes laborales enviaba a Reino Unido, solo por detrás de Polonia; tres años antes estaba doce puestos más abajo.
La investigadora distingue entre los nacidos en España y los extranjeros que han obtenido la nacionalidad española. «No es porque haya españoles de primera o de segunda, sino porque es una pista importante: el que ha nacido aquí tiene más probabilidades de volver. La posibilidad de que los que no han nacido en España regresen es muy inferior».
Pese a todo, González-Ferrer opina que el fenómeno se sobredimensionó en los medios. No en cifras, sino en atención. «El discurso de “estamos perdiendo a los jóvenes” es muy agradecido porque todo el mundo se sentía un poco víctima, son como “los nuestros”. Había gente que no podía permitirse ni un día de búsqueda de trabajo en otro país, que no tenía contactos ni sitio donde quedarse. Pero esas personas no salían en la prensa». La investigadora sostiene que quienes han emigrado —principalmente personas cualificadas de entre 25 y 34 años— lo han hecho porque podían. «Hay bastantes indicios de que la gente que se ha ido estaba menos dispuesta a soportar el descontento aquí. El perfil era el de alguien insatisfecho con el sistema político, más crítico con el Partido Popular y con el PSOE, con una percepción más elevada de la corrupción y que había participado en el 15M o en protestas por la vivienda». Añade otro dato clave: quien ha emigrado una primera vez es más probable que lo haga una segunda.
En este relato vivo de los emigrados hay quienes añoran a su familia, un lugar o un recuerdo de una España a la que nunca regresarán; los hay que sienten nostalgia de lo no vivido —una huida deseada, un fracaso antes siquiera de hacer la maleta—; unos pocos que buscan billete de vuelta; y otros que ya no vuelven la vista atrás. La nostalgia se aloja en el cuerpo y se convierte en un órgano más cuya función vital es debilitarte o fortalecerte. Los protagonistas de Volveremos no son mártires ni héroes. Son gajos en busca de mandarina.
Madrid, octubre de 2016
1González-Ferrer, Amparo (20013). «La nueva emigración española. Lo que sabemos y lo que no», ZOOM Político 18. http://www.fundacionalternativas.org/public/storage/publicaciones_archivos/5785a8486ea7ec776fd341c9ee8f4b7b.pdf.
MAPA DE LOS PROTAGONISTAS
LOS PROTAGONISTAS
Ernesto Filardi (Alcalá de Henares, 1974). Licenciado y doctor en Filología Hispánica, además de poeta y dramaturgo. Ernesto y su esposa Soraya dejaron el país en 2013 con dos gemelas recién nacidas, Amelia y Victoria. No acaba de acostumbrarse a los treinta y cinco grados bajo cero que le reciben cada vez que sale de casa en invierno, pero Canadá es un lugar en el que puede prosperar: empezó trabajando en una fábrica de salchichas y ahora lo hace en un college de Toronto. Cuando saca a sus hijas del baño las llama «señora pato» y «señora pulpo». Si algún día alguien le pregunta por qué dejó España para criar a Amelia y Victoria en Canadá, dice que se encogerá de hombros y se remitirá a los informes sobre paro y pobreza infantil que se publicaron en los años de la crisis. Su madre, Conchi Carrero (Alcalá de Henares, 1939), también emigró a Canadá cuando era joven. Llegó allí el 23 de diciembre de 1966, siguiendo a su marido, que se había ido unos meses antes a buscar trabajo. Llegó a Montreal con una gabardina amarilla, dos trenzas largas, las maletas y los niños, y regresó a España con un nuevo marido tras la muerte de Franco. Ernesto tenía entonces tres años. Cuando Soraya Gonzalo (Torrejón de Ardoz, 1982), licenciada en Filología Hispánica, supo que estaba embarazada, se imaginaba pintando la habitación de las niñas. Su idea de nido era estar cerca de la familia: «Pero nos tuvimos que marchar», dice. Pili Romero (Torrejón de Ardoz, 1952), la madre de Soraya, tenía unas ganas inmensas de ser abuela, pero de momento tiene que conformarse con ver a sus nietas a través de Skype. Culpa a la clase política de que su hija se fuese. «Quiero escribirle una carta a Rajoy para decirle: es usted un sinvergüenza».
Leonor Otero (Madrid, 1979). Licenciada en Filosofía y en Teoría de la Literatura, y doctora en Filología. Cuando emigró, España aún no había despertado del sueño de la Champions de la Economía. Se marchó a Luxemburgo con su pareja —ahora marido— en 2008, cuando el malestar económico y político solo era una leve fiebre. Su desarraigo no es patriótico, sino educativo: lo ha dado todo por la Universidad pública y ahí es donde se imagina hasta la jubilación. A finales de 2015, después de disfrutar de un contrato postdoctoral en la universidad de Estrasburgo, volvió a España para cobrar cuatro veces menos como profesora en la Universidad Complutense de Madrid. Su marido, Enrique Gómez (Madrid, 1979), sigue en Luxemburgo, intentando encontrar un trabajo en España. Ella esperaba que volviese antes de dar a luz por segunda vez, pero no ha sido así. Enrique es licenciado en Económicas y trabaja en una compañía de comunicaciones. Le da pánico volar, pero coge un avión cada fin de semana para reunirse con Leonor y sus hijos.
Peter Caycho (Lima, 1991) llegó a Madrid con unos meses de vida. Su familia emigró desde Perú «en la época boyante de España». Estudió un curso de Formación Profesional de Diseño de Aplicaciones y hace cuatro años se marchó a Londres. Asegura que la situación política y económica no influyó en su decisión: necesitaba un cambio de aires, tuvo algunos trabajos precarios y cada vez se sentía peor pidiéndole dinero a sus padres. No se considera emigrante, sino aventurero. No quiere quedarse en Inglaterra a largo plazo: está allí para madurar, ganar algo de dinero y ser independiente. Su padre, Clemente Caycho (Lima, 1963), abandonó su trabajo en el Ministerio de Defensa persiguiendo la promesa europea: «Me dijeron que era un loco, y de loco nada porque yo lo que quería era mejorar la estabilidad de mi familia. Nosotros vemos Europa y Norteamérica como un sueño de alcanzar».
Laura Puértolas (Jaca, 1989). Licenciada en Historia y máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad. Después de terminar sus estudios pasó un año encadenando trabajos basura en Madrid. En 2014, Alice Mouton, investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique(el CSIC francés), la animó a hacer una tesis con ella en París. Vive con una familia que le ofrece alojamiento a cambio de cuidar a sus hijas, pero sus padres la siguen ayudando económicamente. Cuando acabe el doctorado quiere volver a España y dedicarse a la investigación, pero lo ve muy negro, casi tanto como su área de estudio: prácticas religiosas y brujería en la cultura hitita. Sus padres, Carlos Puértolas (Jaca, 1959) y María de los Ángeles Rubio (Jaca, 1961) —él camionero y ella profesora de primaria— dicen que lo peor de tenerla lejos no es no poder abrazarla: «El mayor problema es que no terminamos de verla feliz».
María Pérez (León, 1988) estudió Ingeniería en Diseño Industrial. Después de terminar la carrera pasó un año en Londres para mejorar su inglés. Regresó a España en 2011 y empezó a buscar trabajo. En diciembre le hicieron una entrevista para un puesto de ingeniera en Colonia (Alemania). No hablaba alemán y no quería volver a irse, pero sus padres la animaron: la empresa le ofrecía treinta mil euros al año («¡y sin experiencia!»). En España solo había encontrado becas de quinientos euros al mes: «Las cosas cayeron por su propio peso», recuerda. Ahora es projekt manager en una empresa internacional y tiene un buen sueldo, pero dentro de unos años le gustaría mudarse con su chico a Barcelona, casarse y ser mamá. María nos revela un dato estremecedor: los alemanes mean sentados. Su novio, Christoph Heukamp (Bonn, 1973), también ingeniero, no habla español pero sabe las cuatro palabras básicas del idioma: «Dos cervezas, por favor».
Jorge Castrillón (Valladolid, 1977). Licenciado en Historia y máster en Desarrollo y Cooperación Internacional. Saltó de beca en beca durante seis años (Roma, Londres, Ámsterdam) y trabajó en la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). Regresó a España en 2010, después de pasar tres años en Guatemala, y el país que lo recibió estaba enrarecido. Jorge se metió de lleno en el 15M, le gustan las cámaras y tiene el don de la palabra, pero tuvo menos éxito buscando trabajo. Recibió varias cartas de la Policía: no eran de amor, sino propuestas de sanción por manifestarse sin autorización. Un ERE en la empresa de su novia, María Arenales(Valladolid, 1983), le dio el empujón definitivo para irse con ella a Uruguay. Se conocieron aquel año en el que la gente floreció en las plazas: él como portavoz de los indignados y ella como reportera de Televisión Castilla y León. Ahora producen un programa sobre inmigrantes en la cadena pública uruguaya. Hablan de España con amargura, pero siguen pensando que podemos.
Cintia Díez(Elche, 1988) nunca llegó a comprar un billete para huir de España, a pesar de haberlo planeado en dos ocasiones. Tenía miedo a fracasar y a perder lo único estable que tenía en su vida: una nómina en el McDonald’s. Cuando la contrataron en 2006 pensó que sería algo temporal, pero ya lleva diez años sirviendo hamburguesas. Gracias a eso ha podido ayudar a su madre, que estuvo a punto de ser desahuciada. Soñaba con ser médica, aunque no pudo estudiar la carrera. «Al menos soy técnico superior en Anatomía Patológica y Citología, que es lo más parecido a llevar una bata blanca», dice.
Berni Stalenhoef (Santander, 1979), licenciado en Filosofía y Políticas en la Universidad de Reading, y Pensamiento Político en la London School of Economics. Creció montando Legos y ayudando a sus padres en las campañas navideñas de la juguetería San Carlos, un negocio familiar abierto en 1944. Con 13 años su familia le mandó a estudiar a Inglaterra. Su padre falleció en 2003, y poco después Bernardo regresó a Santander para echar una mano y ponerse al frente de la tienda. Después de años de búsqueda minuciosa y tras pedir un crédito para afrontar las reformas necesarias, en 2010 inaugura nueva tienda en un local más amplio. En los próximos tres años, las ventas caen un 50 %, y la juguetería quiebra. En 2015 se marcha a Londres, junto con su novia Eva Fernández (Santander, 1984), que trabajaba en un negocio familiar (una tienda de fotografía) que cerró un mes después que la juguetería de Berni. Lo mejor de haberlo perdido todo y no tener nada, dice Berni, es la facilidad con la que se podrán ir de Inglaterra si las cosas se ponen chungas con el brexit.
LA CHISPA
¿Por qué no decirlo? Hay un impulso aventurero, propio de la juventud, que contribuye también de forma poderosa a acrecentar la movilidad juvenil.
— Marina del Corral, secretaria de Estado de Inmigración
Noviembre de 2012
Soraya No me apetece hablar de esto. No quiero mirar atrás, sino hacia adelante. Quiero construir. No quiero revivir el pasado, pero creo que tengo que hacerlo porque la gente tiene que saber por qué nos fuimos.
Cintia Mis padres se divorciaron en 2004, cuando yo tenía dieciséis años. Al poco mi madre empezó a salir con el hombre que le arruinó la vida. Él se vino a vivir a nuestro piso, en Elche, y unos años después decidieron comprarse juntos una casa en Las Bayas. Para comprarla rehipotecaron el piso de Elche, ¡un piso que ya estaba pagado! Él me dijo: «Ya eres mayor de edad, búscate un trabajo». Él decía que era para que contribuyese en casa, pero yo creo que ya se olía la tostada, sabía que él no iba a poder seguir pagando esa nueva hipoteca y quería que entrase dinero. Yo había repetido bachillerato, así que me tocó estudiar y trabajar en el McDonald’s a la vez. Tres años estuve para sacarme segundo de bachillerato.
Laura Tenía muy claro que quería hacer un doctorado y tenía muy claro que no me apetecía irme fuera. Pero cuando terminé el máster me di cuenta de que mi especialidad en España no existía. Todos los profesores me habían animado a irme, pero no me apetecía en ese momento, así que aparqué el tema del doctorado. Prefería trabajar de lo que fuera para quedarme allí. Cuando estudias Historia te mentalizas para pasar por una fase de trabajos basura, incluso cuando las cosas iban bien. Sabíamos que teníamos muchas posibilidades de pasar por el McDonald’s, pero el hecho de que ya de entrada ni te cojan… Me resultó más frustrante no el tener que trabajar de camarera, sino que a otra compañera y a mí nos rechazaran en el McDonald’s o en el Burger King. Nos dijeron: «Sí, sí, dejad ahí el currículum», pero nos miraron como diciendo: «No os vamos a llamar», supongo que porque tenían toneladas de currículums. Gracia no me hizo.
Ernesto Me crié en Alcalá de Henares. Siempre he vivido ahí. No tengo recuerdos de Canadá. Mis padres siempre hablaban de Canadá y mis hermanos, que tienen diez y once años más que yo, también. Mis padres hablaban en inglés cuando no querían que yo me enterara de algo. Nunca consideré que tuviera una identidad canadiense, pero sí tenía presente que había nacido ahí y que había algo en mí.
Conchi (madre de Ernesto) Yo en España estaba bien, estaba casada con un chico del instituto. Él trabajaba en la base de Torrejón, era intérprete. Éramos unos críos. Nos casamos y vivíamos en casa de mi madre. Yo trabajaba en una oficina, pero lo dejé al casarme porque en aquella época estaba mal visto. Tenía veintidós años. Tuvimos dos niños, trece meses se llevaban. Yo siempre quise estudiar Medicina, pero mi madre no podía pagármelo. Lo más que me dio fue un bachiller. Mi marido me dijo: «En Canadá podrías estudiar Medicina, ¿no querrías hacerte enfermera?». Y en aquella época, como tenías que seguir al marido, dije: «Pues bueno, pues vale». A ver qué ibas a hacer.
Berni Nací en Santander, pero con doce años, en 1992, me fui a estudiar a Inglaterra. Cuando falleció mi padre, en 2003, me volví a España a ayudar a mi madre en la juguetería. De la noche a la mañana me vi arrastrado a Santander. Fue como ver mi pesadilla hecha realidad. Dicen que la primera generación crea el negocio, la segunda lo expande y la tercera la caga… Cuando tomé las riendas de la tienda lo pensaba y me reía. ¡Pues hala, toma! Hicimos lo que estuvo en nuestras manos.
Peter Mis padres tenían muchas deudas, muchas cosas que pagar. Mi padre es autónomo, lleva su propia empresa, pero en esos días era el único que hacía todo el trabajo. Todos los ingresos se iban directamente en pagar cosas. Tú dices: venga, hoy me quiero ir por ahí. O me doy una vuelta en la calle y no compro nada, o le pido dinero a mi viejo, agacho la cabeza y le digo: «Mira, papá, me apetece salir». También estuve viviendo unos años con mi madre antes de irme y con ella pasaba lo mismo. Era jodido decirle: «Oye, ya sé que estás trabajando todo el día, pero pásame un poco de tu parte para que pueda salir». Ellos no decían que no, pero como que te sienta mal cuando vas creciendo un poquito. Viendo cómo llegan cansados, cómo hacen todas las cosas diariamente, pues te echa un poco para atrás, joder. Por eso también me fui, porque quería ser independiente.
María P. Siempre le decía a mis padres que quería ser bilingüe de inglés. Acabé la universidad en septiembre de 2010 y dije: «La única forma de hacerlo es yéndome». Además, la situación tampoco era muy halagadora [sic] en cuanto a encontrar un trabajo. Dije: «Me voy de lo que sea». Pedí una beca del Ministerio de Educación para aprender inglés en el extranjero. A través de una página web que organiza este tipo de viajes me buscaron alojamiento y unas clases. Estuve el mes de octubre con una familia. Fui con billete de ida, pero sin billete de vuelta.
JorgeEstuve de beca en beca durante seis años en Roma, Londres, Ámsterdam y después en Guatemala con la AECID. Volví a España en 2010 y llegué jodido.Volví a casa de mis padres, en Valladolid. Que todo guay, ¿no? Mis padres tienen una casa grande y son muy majetes, pero… A mucha gente de mi generación el 15M nos salvó el culo, nos permitió meter energías en algo que nos gustaba y nos ponía bastante, pero en un momento dado empecé a ver que si quería volver a trabajar de lo mío me iba a tener que ir fuera sí o sí. María y yo nos conocimos a finales de 2011, ella es periodista y cubría las protestas. Yo me convertí en una de las caras reconocibles del 15M en Valladolid porque tenía mucho tiempo libre y porque no me importaba hablar en público. En un momento dado nos hicimos pareja y empezamos a pensar de qué manera podíamos hacer algo chulo juntos.
María A. Yo trabajaba en la televisión regional de Castilla y León, los sueldos eran bajos, a veces no llegabas ni a los mil euros. Conseguimos que nos pagaran los fines de semana, pero luego vino más la crisis y nos los quitaron. Estabas en los novecientos cincuenta y si hacías algún festivo, mil. Una puta mierda. Con un estrés del copón, etcétera. Hubo un primer ERE en 2011 que afectó a unas cuarenta personas, muchas para una empresa no tan grande. Con la crisis empezó una especie de amenaza constante de despido: «Estamos al límite, ¿qué va a pasar con nosotros?, ¿va a seguir esto o no?».
Soraya Viajar me ha gustado siempre, había estado en Italia y en Vietnam, pero a la hora de formar una familia yo quería quedarme en España. Nos habían dicho que no íbamos a poder tener hijos, así que quedarme embarazada fue una sorpresa total. Y ahí me di cuenta de que quería estar cerca de la familia. Quería que mi madre pudiese disfrutar de sus nietas y que las nietas pudiesen disfrutar de su abuela. Está bien viajar, pero a la hora de formar un nido yo siempre me había imaginado cerca de mi familia. Pero nos tuvimos que ir.
Ernesto Soraya tenía una beca de tres años, así que nuestra idea era irnos a Hanói y estar tres años allí. Eso fue en 2011. Al día siguiente de enterarse de que estaba embarazada, recibió un correo del AECID comunicándole que la beca se cancelaba por recortes y que cuando acabase el curso en junio no se podía renovar por más tiempo. Como habíamos pensado irnos tres años, la casa que habíamos comprado en Alcalá en la época de las vacas gordas la teníamos alquilada. De repente vimos que no teníamos casa, que no teníamos posibilidad de ir a vivir a ningún sitio: aunque pudiéramos echar a los inquilinos, tampoco podíamos pagar la hipoteca. No teníamos un trabajo ni ningún ingreso, así que nos fuimos a vivir a casa de los padres de Soraya en Torrejón.
Leonor