Yo y tú - Martin Buber - E-Book

Yo y tú E-Book

Martin Buber

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Beschreibung

Yo y Tú (Ich und Du), escrito en 1923, es la obra más emblemática del filósofo judío Martin Buber, por haber dado el giro del pensamiento monológico al dialógico, el cual se expresa así: cada uno es quien es en su relación con el otro. Según Buber, el ser humano se relaciona de dos formas con la existencia: la actitud del Yo hacia el Tú, que genera relaciones siempre abiertas y de mutuo diálogo, y la relación Yo-Ello, referida al mundo y sus objetos tal como lo experimentamos. Pero ambos tipos de relación son inextricables y nos llevan en último término a la relación entre el ser humano y la eterna fuente del mundo, Dios, el Tú eterno que, por su naturaleza misma, no puede volverse Ello, y al cual solo es posible llegar mediante cada Tú particular.

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Martin Buber

Yo y Tú

Traducción deCarlos Díaz Hernández

Herder

Título original: Ich und Du

Traductor: Carlos Díaz Hernández

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 1974, Lambert Schneider/Gütersloher Verlaghaus, Verlagsgruppe Random House GmbH, Múnich

© 2017, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3982-7

1.ª edición digital, 2017

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

PRIMERA PARTE

Para el ser humano el mundo es doble, según su propia doble actitud ante él.

La actitud del ser humano es doble según la duplicidad de las palabras básicas que él puede pronunciar.

Las palabras básicas no son palabras aisladas, sino pares de palabras.

Una palabra básica es el par Yo-Tú.

La otra palabra básica es el par Yo-Ello, donde, sin cambiar la palabra básica, en lugar de Ello pueden entrar también las palabras Él o Ella.

Por eso también el Yo del ser humano es doble.

Pues el Yo de la palabra básica Yo-Tú es distinto del Yo de la palabra básica Yo-Ello.

***

Las palabras básicas no expresan algo que estuviera fuera de ellas, sino que, pronunciadas, fundan un modo de existencia.

Las palabras básicas se pronuncian desde el ser.

Cuando se dice Tú se dice el Yo del par de palabras Yo-Tú.

Cuando se dice Ello se dice el Yo del par de palabras Yo-Ello.

La palabra básica Yo-Tú solo puede ser dicha con todo el ser.

La palabra básica Yo-Ello nunca puede ser dicha con todo el ser.

***

No existe ningún Yo en sí, sino solo el Yo de la palabra básica Yo-Tú y el Yo de la palabra básica Yo-Ello.

Cuando el ser humano dice Yo, se refiere a uno de los dos. El Yo al que se refiere está ahí cuando dice Yo. También cuando dice Tú o Ello está presente el uno o el otro Yo de las palabras básicas.

Ser Yo y decir Yo es lo mismo. Decir Yo y decir una de las palabras básicas es lo mismo.

Quien dice una palabra básica entra en esa palabra y se instala en ella.

***

La vida del ser humano no se limita al círculo de los verbos activos. No se limita a las actividades que tienen algo por objeto. Yo percibo algo. Yo me afecto por algo. Yo me represento algo. Yo quiero algo. Yo siento algo. Yo pienso algo. La vida humana no solo consta de todas esas cosas y de otras semejantes.

Todas esas cosas y otras semejantes en conjunto fundan el reino del Ello.

Pero el reino del Tú tiene otro fundamento.

***

Quien dice Tú no tiene algo por objeto.

Pues donde hay algo, hay otro algo, cada Ello limita con otro Ello, el Ello lo es solo porque limita con otro. Pero donde se dice Tú no se habla de alguna cosa. El Tú no pone confines.

Quien dice Tú no tiene algo, sino nada. Pero se sitúa en la relación.

***

Se dice que el ser humano experimenta su mundo. ¿Qué significa eso? El ser humano explora la superficie de las cosas y las experimenta. Extrae de ellas un saber relativo a su condición, una experiencia. Experimenta lo que está en las cosas.

Pero las experiencias solas no acercan el mundo al ser humano.

Pues ellas le acercan solamente un mundo compuesto de Ello y Ello, de Él y Ella, y de Ella y Ello.

Yo experimento algo.

Nada cambiará al respecto si a las experiencias «externas» se les añaden las «internas» conforme a la caduca distinción surgida del ansia del género humano de insensibilizarse ante el misterio de la muerte. ¡Cosas y más cosas, tanto internas como externas! Yo experimento algo.

Y nada cambiará al respecto si a las experiencias «visibles» se les añaden las «secretas», con esa enfatuada sabiduría que conoce en las cosas un compartimento cerrado, reservado a los iniciados y bajo llave. ¡Oh, secreto sin misterio, oh amontonamiento de la información! ¡Ello, Ello, Ello!

***

El ser humano experimentador no tiene participación alguna en el mundo. La experiencia se da ciertamente «en él», pero no entre él y el mundo.

El mundo no tiene ninguna participación en la experiencia. El mundo se deja experimentar, pero sin que lo afecte, pues la experiencia nada le añade, y él nada añade a la experiencia.

***

En cuanto experiencia, el mundo pertenece a la palabra básica Yo-Ello. La palabra básica Yo-Tú funda el mundo de la relación.

***

Tres son las esferas en las que se alcanza el mundo de la relación.

La primera: la vida con la naturaleza. Allí la re­lación oscila en la oscuridad y por debajo del nivel lingüístico. Las criaturas se mueven ante nosotros, pero no pueden llegar hasta nosotros, y nuestro decirles-Tú se queda en el umbral del lenguaje.

La segunda: la vida con el ser humano. Allí la relación es clara y lingüística. Podemos dar y aceptar el Tú.

La tercera: la vida con los seres espirituales. Allí la relación está envuelta en nubes, pero manifestándose, sin lenguaje aunque generando lenguaje. No percibimos ningún Tú y, sin embargo, nos sentimos interpelados y respondemos imaginando, pensando, actuando: decimos con nuestro ser la palabra básica sin poder decir Tú con nuestros labios.

Pero ¿cómo podríamos nosotros integrar lo extralingüístico en el mundo de la palabra bá­sica?

En cada una de las esferas avistamos la orla del Tú eterno gracias a todo lo que se nos va haciendo presente, en todo ello percibimos un soplo que llega de Él, en cada Tú dirigimos la palabra a lo eterno, en cada esfera a su manera.

***

Ante mí un árbol.

Puedo considerarlo un lienzo: pilar rígido bajo el asalto de la luz, o verdor que resplandece inundado por la dulzura del plata azulado como trasfondo.

Puedo seguir su huella como movimiento: vetas en oleaje en un núcleo que se adhiere y afana, succión de las raíces, respiración de las hojas, intercambio infinito con la tierra y el aire, y ese oscuro crecer mismo.

Puedo clasificarlo como un género y considerarlo, en cuanto ejemplar, según estructura y modo de vida.

Puedo prescindir de su identidad y configuración hasta el extremo de reconocerlo solo como expresión de la ley: de una de las leyes entre las cuales se dirime continuamente un conflicto permanente de fuerzas, o de leyes según las cuales se mezclan y disuelven las sustancias.

Puedo volatilizarlo y eternizarlo como número, como pura relación numérica.

En todos estos casos el árbol continúa siendo mi objeto, ocupa su lugar en el espacio y en el tiempo, su naturaleza y cualidad.

Pero también puede ocurrir que yo, por unión de voluntad y gracia, al considerar el árbol sea llevado a entrar en relación con él, de modo que entonces él ya no sea un Ello. El poder de su exclusividad me ha captado.

Para esto no es necesario que yo renuncie a ninguno de los modos de mi contemplación. Nada hay de lo que yo tenga que prescindir para ver, ningún saber que yo tenga que olvidar. Al contrario, imagen y movimiento, género e individuo, ley y número, todo queda allí indisolublemente unido.

Todo lo perteneciente al árbol está ahí, su forma y su mecánica, sus colores y su química, su conversación con los elementos, y su conversación con las estrellas, todo en una totalidad.

El árbol no es una impresión, ni un juego de mi representación, ni una simple disposición anímica, sino que posee existencia corporal, y tiene que ver conmigo como yo con él, aunque de forma distinta.

No intentéis debilitar el sentido de la relación: relación es reciprocidad.

Así pues, ¿tendría el árbol una conciencia similar a la nuestra? Yo no tengo experiencia de tal cosa. Pero, porque os parece afortunado hacerlo en vosotros mismos, ¿queréis volver a descomponer lo que no se puede descomponer? A mí no se me presenta el alma del árbol ni la dríada, sino él mismo.

***

Cuando estoy ante un ser humano como un Tú mío le digo la palabra básica Yo-Tú, él no es una cosa entre cosas ni se compone de cosas.

Este ser humano no es Él o Ella, limitado por otro Él o Ella, un punto registrado en la red cósmica del espacio y del tiempo; tampoco es una peculiaridad, un haz experimentable, descriptible, poroso, de cualidades definidas, sino que, aun sin vecinos y sin conexiones, es Tú y llena el orbe. No es que nada exista fuera de él: pero todo lo demás vive en su luz.

Así como la melodía no se compone de tonos, ni el verso de palabras, ni la columna de líneas, siendo preciso quitar y romper hasta que se ha hecho de la unidad una pluralidad, así también ocurre con el ser humano al que le digo Tú. Yo puedo abstraer de él el color de su cabello o el color de su discurso o el color de su bondad, y he de hacerlo continuamente; pero entonces él ya no es mi Tú.

Y así como la plegaria no ocurre en el tiempo sino el tiempo en la plegaria, ni el sacrificio en el espacio sino el espacio en el sacrificio, y aquel que invierte la relación suprime la realidad, así tampoco encuentro yo al ser humano al que digo Tú en cualquier momento y en cualquier lugar. Puedo situarlo allí, me veo obligado a hacerlo continuamente, pero solo en cuanto Él, o en cuanto Ella, o en cuanto Ello, mas no ya como mi Tú.

Mientras el cielo del Tú se despliega sobre mí, los vientos de la causalidad se aplastan bajo mis talones, y el torbellino de la fatalidad se detiene.

Del ser humano al que llamo Tú no tengo conocimiento experiencial. Pero estoy en relación con él en la sagrada palabra básica. Solo cuando me desplazo fuera de dicha palabra vuelvo a tener de la persona un conocimiento experiencial. La experiencia es el Tú en lejanía.

La relación puede subsistir aun cuando el ser humano a quien digo Tú no lo perciba en su experiencia. Pues el Tú es más de lo que el Ello conoce. El Tú hace más y le ocurren más acontecimientos de lo que el Ello sabe. Ninguna decepción tiene lugar en este ámbito: ahí está la cuna de la vida verdadera.

***

He aquí el eterno origen del arte: que a un ser humano se le pone delante una forma, y a través de él quiere llegar a convertirse en obra. Dicha forma no es una creación de su alma, sino un fenómeno que surge en ella y de ella reclama la fuerza operante. Se trata de un acto esencial del ser humano. Si lo realiza, si dice con todo su ser la palabra primordial a la forma que se le aparece, entonces brota la fuerza operante, la obra se origina.

Ese acto entraña un sacrificio y un riesgo. El sacrificio: la posibilidad infinita inmolada en el altar de la forma; todo lo que hasta ahora constituía la perspectiva debe ser extirpado, nada de eso podrá trascender en la obra; así lo quiere la exclusividad de lo situado ante mí. El riesgo: la palabra básica solo puede ser dicha con todo el ser; quien así se comporta no puede escatimar nada de sí mismo; y además la obra no tolera, como lo toleran el árbol y el hombre, que yo me instale en la relajación del mundo del Ello; la obra manda: si no la sirvo correctamente, entonces o se quiebra ella o me quiebra ella a mí.

Yo no puedo experimentar ni describir la forma que se me pone enfrente; solo puedo realizarla. Y, sin embargo, la contemplo irradiando en el esplendor de lo que se me pone enfrente, más clara que toda la claridad del mundo experimentado. No como una cosa entre las cosas «interiores», no como un fantasma de la «fantasía», sino como lo presente. Registrada como objetividad, la forma no está en absoluto «ahí»; pero ¿habría algo más presente que ella? Y desde luego yo me encuentro en una auténtica relación respecto a ella: ella actúa en mí como yo actúo en ella.

Actuar es crear, inventar es encontrar. Donación de forma es descubrimiento. Cuando realizo, desvelo. Yo traslado la forma más allá, al mundo del Ello. La obra producida es una cosa entre cosas, como una suma de cualidades experimentable y descriptible. Pero a quien la contempla receptivamente puede hacérsele presente una y otra vez en su auténtica realidad.

***

—Así pues, ¿qué experiencia hay del Tú?

—Ninguna. Pues no se lo experimenta.

—¿Qué se sabe entonces del Tú?

—Todo o nada. Pues de él no se sabe nada parcial.

***

El Tú me sale al encuentro por gracia —no se lo encuentra buscando—. Pero que yo le diga la palabra básica es un acto de mi ser, el acto de mi ser.

El Tú me sale al encuentro. Pero yo entro en relación inmediata con él. De modo que la relación significa ser elegido y elegir, pasión y acción unitariamente. Así pues, en cuanto acción de todo mi ser, en cuanto supresión de todas las acciones parciales y por ende de todas las sensaciones de acción —fundadas solo en su carácter limitado—, debe asemejarse a la pasión.

La palabra básica Yo-Tú solo puede ser dicha con la totalidad del ser. Pero la reunión y la fusión en lo que respecta al ser entero nunca puedo realizarlas desde mí, aunque nunca pueden darse sin mí. Yo llego a ser Yo en el Tú; al llegar a ser Yo, digo Tú.

Toda vida verdadera es encuentro.

***

La relación con el Tú es inmediata. Entre el Yo y el Tú no media ningún sistema conceptual, ninguna preciencia y ninguna fantasía; y la memoria misma se transforma, pues desde su aislamiento se precipita en la totalidad. Entre el Yo y el Tú no media ninguna finalidad, ningún deseo y ninguna antelación; y el anhelo mismo cambia puesto que pasa del sueño a la manifestación. Toda mediación es un obstáculo. Solo donde toda mediación se ha desmoronado acontece el encuentro.

***

Ante la inmediatez de la relación todo lo mediato resulta insignificante. Igualmente resulta insignificante que mi Tú sea ya el Ello de otros Yo —«objeto de experiencia común»— o que solo —precisamente por la repercusión de la acción de mi ser— pueda llegar a serlo. Pues la auténtica línea de demarcación, por lo demás móvil, fluctuante, no pasa entre la experiencia y la no experiencia, ni entre lo dado y lo no dado, ni entre el mundo del ser y el mundo del valor, sino transversalmente por todos los dominios que están entre el Tú y el Ello: entre la actualidad y el objeto.*

***

La actualidad, no la actualidad puntual que solo designa eventualmente en el pensamiento el término del tiempo «transcurrido», la apariencia de la detención del transcurrir, sino la actualidad real y cumplida, solo se da cuando hay presencia, encuentro, relación. Solo porque el Tú se torna presente surge la actualidad.

El Yo de la palabra básica Yo-Ello, el Yo, por lo tanto, al que no se le confronta un Tú concreto, sino que está rodeado por una pluralidad de «contenidos», solo tiene pasado y no presente alguno. En otras palabras: en la medida en que el ser humano se deja satisfacer con las cosas que experimenta y utiliza, vive en el pasado, y su instante es sin presencia. No tiene otra cosa que objetos; pero los objetos consisten en haber sido.

La actualidad no es lo fugitivo y pasajero, sino lo que actualiza y hace perdurar. El objeto no es la duración, sino la cesación, el detenerse, el romperse, el anquilosarse, la cortadura, la carencia de relación, la ausencia de presencia. Los seres verdaderos son vividos en la actualidad; los objetos, en el pasado.

***

Esta dualidad fundamental tampoco se supera apelando a un «mundo de ideas» entendido como un mundo tercero y colocado por encima de las contradicciones. Pues no hablo sino del ser humano real, de ti y de mí, de nuestra vida y de nuestro mundo, no de un Yo en sí, ni de un ser en sí. Para el ser humano real, no obstante, la auténtica línea divisoria también atraviesa el mundo de las ideas.

Por supuesto, quien en el mundo de las cosas se contenta con experimentarlas y usarlas se ha construido un edificio o una superestructura de ideas donde halla refugio y paz frente al vértigo de la futilidad: deposita en el umbral la túnica de su mediocre cotidianidad, se envuelve en lino inmaculado, y se regala con el espectáculo del ser originario o del deber ser en el cual su vida no tiene ninguna participación. Puede incluso placerle proclamarlo.

Pero la humanidad del Ello que tal hombre imagina, postula y propaga no tiene nada en común con una humanidad viviente a la cual un ser humano dice de verdad Tú. La más noble ficción es un fetiche, el sentimiento ficticio más sublime es una perversidad. Las ideas ni habitan meramente en nuestra cabeza ni se entronizan en ella; ellas deambulan entre nosotros y toman posesión de nosotros: ¡desdichado de aquel que deja sin decir la palabra básica, pero pobre de aquel que en lugar de esa palabra básica habla con un concepto o con una consigna como si fuera su nombre!

***

Que la relación inmediata conlleva un efecto en lo otro situado ante mí se ve claro en uno de los tres ejemplos: el acto esencial del arte determina el proceso en el cual la forma se convierte en obra. Lo otro situado ante mí se consuma en el encuentro, entra gracias a él en el mundo de las cosas para continuar influyendo infinitamente, para devenir infinitamente Ello, pero también de nuevo infinitamente Tú, iluminando y agraciando. Lo otro situado ante mí «toma cuerpo»: su cuerpo emerge del flujo de la actualidad inespacial e intemporal a la orilla de la existencia.

No tan claro es el sentido del efecto en la relación con el ser humano-Tú. El acto esencial que funda aquí la inmediatez es con frecuencia interpretado sentimentalmente y, de este modo, mal conocido. Los sentimientos acompañan al acto metafísico y metapsíquico del amor, pero ellos no lo constituyen; y los sentimientos concomitantes pueden ser de naturaleza muy diferente. El sentimiento de Jesús respecto al poseso es distinto al sentimiento respecto al discípulo bienamado; pero el amor es uno. A los sentimientos se los «tiene»; el amor ocurre. Los sentimientos habitan en el ser humano; pero el ser humano habita en su amor. Esto no es una metáfora, es la realidad: el amor no se adhiere al Yo como si tuviese al Tú solo como «contenido», como objeto, sino que está entre Yo y Tú. Quien no sepa esto, quien no lo sepa con todo su ser, no conoce el amor, aunque atribuya al amor los sentimientos que vive, que experimenta, que goza y exterioriza. El amor es una acción cósmica. A quien habita en el amor, a quien contempla en el amor, a ese los seres humanos se le aparecen fuera de su enmarañamiento en el engranaje; buenos y malos, sabios y necios, bellos y feos, uno tras otro, se le aparecen realmente y como un Tú, es decir, con existencia individualizada, autó­noma, única y erguida; de vez en cuando surge maravillosamente una realidad exclusiva, y entonces la persona puede actuar, puede ayudar, sanar, educar, elevar, liberar. El amor es responsabilidad de un Yo por un Tú: en esto consiste la igualdad —y no en ningún tipo de sentimiento— de todos los que se aman, desde el más pequeño hasta el más grande, y desde el anímicamente guarecido, aquel cuya vida se halla incluida en la de un ser amado, hasta el de por vida escarnecido en la cruz del mundo, aquel que pide y aventura lo tremendo: amar a los seres hu­manos.

Quede en el misterio el significado de la acción en el tercer caso, el de la criatura y nuestra contemplación de ella. Si crees en la sencilla magia de la vida, al servicio del todo, comprenderás lo que significa ese aguardar, ese esperar ansiosamente, ese «tender el cuello hacia adelante» de la criatura. Toda palabra resultaría falsa; pero observa: los seres viven en torno a ti, y te dirijas adonde te dirijas, siempre llegas al ser.

***

Relación es reciprocidad. Mi Tú me afecta a mí como yo lo afecto a él. Nuestros alumnos nos enseñan, nuestras obras nos edifican. El «malvado» se vuelve revelador cuando lo roza la palabra básica. ¡Con cuánta grandeza somos instruidos por los niños, por los animales! Vivimos inescrutablemente incluidos en la fluyente reciprocidad universal.

***

—Hablas del amor como si fuera la única relación entre los seres humanos; pero, puesto que existe el odio, ¿podrías elegir ese amor como ejemplo por antonomasia?

—En la medida en que el amor es «ciego», es decir, en la medida en que no ve un ser total, aún no se encuentra verdaderamente bajo la palabra básica de la relación. El odio es ciego por su naturaleza; solo se puede odiar una parte de un ser. Quien ve un ser en su totalidad y ha de rechazarlo ya no está en el reino del odio, sino en el de la humana limitación del poder decir Tú. No poder decir al ser humano confrontado, al humano de enfrente, la palabra básica, la cual siempre incluye una afirmación del ser interpelado, tener que rechazar o al otro o a sí mismo, eso es la barrera en la cual reconoce su relatividad el entrar-en-relación, y que solo se subsume con esa relatividad.

Sin embargo, el que odia está inmediatamente más próximo a la relación que el que carece de amor y de odio.

***

Esta es, no obstante, la sublime melancolía de nuestro destino: que todo Tú haya de convertirse en un Ello en nuestro mundo. Por muy presente en exclusiva que hubiese estado en la relación inmediata, tan pronto como esta se ha agotado o ha sido contaminada de mediatez, el Tú deviene un objeto entre objetos, quizá el objeto más sobresaliente, pero un objeto más, fijado según medida y límites. En toda obra, la realización en un sentido significa desrealización en el otro. La intuición pura se mide brevemente; la realidad natural, que tan solo se me manifestó en el misterio de la acción recíproca, vuelve ahora a ser descriptible, descomponible, clasificable, punto de intersección de innumerables círculos de leyes. Y el amor mismo no puede mantenerse en la relación inmediata; dura, pero en la alternancia de actualidad y latencia. El ser humano que todavía era único e incondicionado, no manejable, únicamente presente, no experimentable, apenas tangible, se ha transformado ahora, de nuevo, en un Él o en una Ella, en una suma de propiedades, en una cantidad con forma. Ahora puedo, una vez más, abstraer de él el color de su cabello, su forma de hablar, su bondad; pero, mientras puedo hacer eso, ya no es mi Tú ni lo será.