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HA LLEGADO EL MOMENTO DE CURAR SUS CAUSAS REALES A pesar de la creencia común, no hay hasta la fecha evidencias científicas de que el sida sea una enfermedad contagiosa. La situación actual de la teoría VIH/sida no contiene información fiable que pueda ayudar a identificar a aquellas personas que presentan el riesgo de desarrollar el sida. Por otro lado, las investigaciones publicadas hasta el momento demuestran en realidad que el VIH sólo muy rara vez se contagia por vía heterosexual y, por lo tanto, no puede ser el único responsable de una epidemia que afecta a millones de personas en todo el mundo. En la actualidad, hay una creciente evidencia de que el sida puede tener su origen en un síndrome de toxicidad o un trastorno metabólico producido por factores que contribuyen a la disminución de los niveles de inmunidad, incluyendo el consumo de heroína, de drogas para la estimulación sexual, de antibióticos, de medicamentos comúnmente empleados en el tratamiento del sida, así como la práctica de relaciones sexuales anales, el hambre, la malnutrición y la deshidratación. Decenas de científicos prominentes que trabajan en la vanguardia de la investigación sobre el sida están cuestionando abiertamente la hipótesis del virus del sida. ¡Descubre por qué! Acabar con el mito del sida también nos revela qué es lo que realmente causa el debilitamiento del sistema inmunológico y qué hay que hacer para evitarlo.
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Seitenzahl: 85
Andreas Moritz
ACABAR CON EL MITO DEL SIDA
Ha llegado el momento de curar sus causas reales
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Los editores no han comprobado la eficacia ni el resultado de las recetas, productos, fórmulas técnicas, ejercicios o similares contenidos en este libro. Instan a los lectores a consultar al médico o especialista de la salud ante cualquier duda que surja. No asumen, por lo tanto, responsabilidad alguna en cuanto a su utilización ni realizan asesoramiento al respecto.
Colección Salud y Vida natural
Acabar con el mito del sida
Andreas Moritz
1.ª edición en versión digital: julio de 2015
Título original: Ending the AIDS Myth
Traducción: Joana Delgado
Maquetación: Marga Benavides
Corrección: M.ª Jesús Rodríguez
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
© 2006, Andreas Moritz
(Reservados todos los derechos)
© 2012, Ediciones Obelisco, S. L
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S. L.
Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta
08005 Barcelona-España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-004-0
Depósito Legal: B-15.027-2015
Maquetación ebook: Caurina.com
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.
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Reconsiderar el sida
Los primeros casos de sida se diagnosticaron en 1980, pero a pesar de los descomunales esfuerzos de científicos y políticos, el sida sigue siendo una enfermedad misteriosa. Se cree que su causa es el VIH, virus de inmunodeficiencia humana, pero los científicos aún no han encontrado un antídoto para esta enfermedad. Hasta el día de hoy no existe una explicación médica convincente de cómo el patógeno VIH causa el sida. La teoría actual sobre esta dolencia no alcanza a determinar el tipo de sida que una persona infectada puede desarrollar y no existe un método preciso que establezca cuánto tiempo tardará en aparecer la enfermedad. La teoría del VIH/sida no aporta ninguna información que permita identificar realmente qué personas corren el riesgo de desarrollar la dolencia.
En cuanto al «tratamiento» del sida, hasta hace muy poco, los pacientes podían escoger entre unos cuantos medicamentos que originariamente se habían creado para la quimioterapia contra el cáncer, pero tenían que enfrentarse a ciertos efectos secundarios, como anemia, pérdida del cabello, degeneración muscular, náuseas y otros efectos inmunosupresores. En un primer momento parecía que un nuevo cóctel formado por tres medicamentos –inhibidores de la proteasa–, menos tóxicos que los utilizados originalmente, sería capaz de acabar con el VIH. Sin embargo, el índice de fracaso de los nuevos fármacos ha alcanzado el 50 % y sigue aumentando, pues las diferentes cepas del VIH desarrollan resistencia a ellos. En la actualidad, ya hay entre un 20 y un 30 % de pacientes infectados con virus resistentes a los inhibidores de la proteasa y la situación empeora cada día. Si bien los fármacos han proporcionado a muchos pacientes de sida una «nueva esperanza de vida» (no necesariamente porque los medicamentos acaben con el VIH, sino porque además atenúan la mayor parte de los demás agentes patógenos, al menos durante un tiempo), la euforia inicial sobre el tratamiento del sida se ha ido atenuando, así como la esperanza de conseguir su curación, al menos en el ámbito de la medicina.
El hecho de que no exista un período de latencia fiable –el tiempo que transcurre desde que una persona se infecta del VIH hasta que desarrolla los síntomas del sida– impide prácticamente predecir el inicio de la enfermedad. A las primeras víctimas se les dijo que podían morir al cabo de un año de infectarse, pero en la actualidad ese período de gracia se alarga hasta 12 o 15 años, lo cual pone en duda el tratamiento inmediato tras la infección del VIH. La mayoría de las personas infectadas por el VIH siguen sin sufrir sida y tan sólo un pequeño porcentaje de ellas desarrollan los síntomas típicos, como neumonía, leucemia o demencia.
Para complicar aún más las cosas, las autoridades sanitarias son incapaces de pronosticar cuántas personas resultarán afectadas por el sida en el futuro, pues sólo un reducido porcentaje del millón de norteamericanos infectados por el VIH, por ejemplo, desarrollarán la enfermedad. Durante la primera veintena de años de existencia de la epidemia, el 95 % de los casos de sida tenía lugar en los principales grupos de riesgo: homosexuales muy promiscuos, heroinómanos y (en algunos pocos casos) hemofílicos, pero desde entonces ha aumentado sin cesar el número de hombres y mujeres heterosexuales que han dado positivo en la prueba del VIH.
Según cálculos oficiales, dos tercios de las personas infectadas por el virus se encuentran en África, donde surgió la epidemia en el transcurso de la década de 1990, y un tercio en Asia, donde la epidemia se ha extendido rápidamente en los últimos años. A finales de 2003, alrededor de unos 34,6 a 42,3 millones de personas de todo el mundo estaban infectadas con el virus, y más de 20 millones ya habían muerto de sida. Sólo en ese año, alrededor de 4,8 millones de personas se infectaron con el VIH y unos 2,9 millones murieron de sida. Sin embargo, tal como veremos más adelante, esas cifras son en buena medida erróneas y han sido manipuladas.
Cuatro años antes, en 1999, las estadísticas mostraban unas cifras que de ningún modo respaldan las actuales. Según la tasa de mortalidad oficial –entre un 50 y un 100 % de las personas infectadas del VIH–, deberían haberse registrado muchas más muertes en África, donde el número de infectados en ese período se estimaba en nada menos que de 6 a 8 millones de personas; y también en Haití, donde más del 6 % de la población había dado positivo en la prueba del virus. Sin embargo, en la década de 1990, en el continente africano se produjeron tan sólo 250.000 casos de sida, y en Haití prácticamente ninguno. Ello nos lleva a una pregunta simple, pero sumamente importante y casi olvidada en relación con el sida: «¿cuál es la causa?».
Hasta ahora no hay pruebas científicas que demuestren que el sida sea una enfermedad contagiosa, aunque la mayoría de las personas así lo crean. Lo que sí se sabe según las últimas investigaciones publicadas es que el VIH se contagia heterosexualmente en casos extremadamente raros y que, por consiguiente, puede que no sea responsable de una epidemia que afecta a millones de víctimas de sida en todo el mundo. Tampoco hay pruebas de que el VIH sea el causante del sida. Por otra parte, es un hecho demostrado que el retrovirus VIH, constituido por fragmentos de genes humanos, es incapaz de destruir células humanas, si bien la destrucción celular es una de las características principales de todas las manifestaciones del sida. Incluso el principal descubridor del VIH, Luc Montagnier, ya no cree que el VIH sea el único responsable del sida, y, de hecho, ha demostrado que el VIH por sí sólo no puede provocar el sida. Cada vez hay más pruebas de que el sida es un síndrome de toxicidad o un trastorno metabólico causado por factores de riesgo inmunitario, entre otros, la heroína, los fármacos para potenciar la sexualidad, los antibióticos, los medicamentos que se recetan generalmente para el tratamiento del sida, el sexo anal, la inanición, la malnutrición y la deshidratación. Docenas de eminentes científicos que están hoy en día trabajando en primera línea de la investigación sobre el sida cuestionan abiertamente la hipótesis de que se trate de una enfermedad de origen vírico.
El VIH, un inofensivo virus pasajero
Cuando un germen o un virus infecta a una persona, el microbio causante de la enfermedad permanece presente, en elevadas concentraciones, en el organismo del paciente. En el caso del sida debería encontrarse gran cantidad de material vírico en los tejidos afectados, ya que una cantidad reducida no sería suficiente para ocasionar una destrucción tan masiva como la que se produce en el cuerpo de una víctima de sida. Por consiguiente, el material vírico activo debería estar profusamente presente en los glóbulos blancos del sistema inmunitario, especialmente en las células auxiliares T, así como en las lesiones del sarcoma de Kaposi y en las neuronas cerebrales de las personas afectadas de demencia. Pero no se produce ese caso. El retrovirus VIH no se encuentra en ninguna de las enfermedades de los tejidos de enfermos de sida. Este hecho por sí solo debería hacer sospechar a todo el mundo sobre la afirmación de que el VIH es el causante de la destrucción de los órganos y sistemas del cuerpo.
Si el VIH fuera capaz de infectar a las células T u otras partes del sistema inmunitario, entonces, como sucede en el caso de otros tipos de infecciones víricas, las partículas víricas o viriones