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Haz las paces con tu corazón y cúrate a ti mismo Hace menos de cien años, el infarto era una enfermedad extremadamente rara. Hoy en día, mata a más gente en el mundo desarrollado que el resto de causas de muerte. A pesar del dinero que se ha invertido para encontrar una cura a esta patología, los actuales enfoques médicos se centran en remitir los síntomas y no en tratar de encontrar sus causas. Por si fuera poco, se tiene la evidencia de que el tratamiento de los supuestos causantes del infarto -como la presión sanguínea alta, el endurecimiento de las arterias y los niveles altos de colesterol- no hace más que evitar la cura real de esta enfermedad, y puede fácilmente ocasionar una insuficiencia cardíaca crónica. Este libro te proporciona un conocimiento práctico con respecto al desarrollo del infarto, sus causas reales y qué puedes hacer para prevenirlo.
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Seitenzahl: 143
Andreas Moritz
Se acabaron los infartos
Haz las paces con tu corazón y cúrate a ti mismo
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Colección Salud y vida natural
Se acabaron los infartos
Andreas Moritz
1.ª edición en versión digital: junio de 2015
Título original: Heart Disease No More!
Traducción: Joana Delgado
Corrección: M.ª Ángeles Olivera
Diseño de cubierta: Enrique Iborra
Maquetación: Marga Benavides
© 2006, Andreas Moritz
(Reservados todos los derechos)
© 2015, Ediciones Obelisco, S.L.
(Reservados los derechos para la presente edición)
Edita: Ediciones Obelisco S.L.
Pere IV, 78 (Edif. Pedro IV) 3.ª planta 5.ª puerta
08005 Barcelona-España
Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23
E-mail: [email protected]
ISBN EPUB: 978-84-9111-006-4
Depósito Legal: B-15.029-2015
Maquetación ebook: Caurina.com
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Contenido
Portadilla
Créditos
Razones legales
Cita del autor
La enfermedad
Acabar con el mito del vínculo entre colesterol y cardiopatía
Causas no dietéticas de la cardiopatía
Razones legales
El autor de este libro, Andreas Moritz, no pretendía defender el uso de ningún tratamiento médico determinado, pero consideraba que los datos, las cifras y las informaciones contenidos en este libro deberían estar a disposición de cualquier persona preocupada por mejorar su estado de salud. Si bien el autor ha tratado de transmitir una profunda comprensión de los temas planteados y de verificar la exactitud e integridad de la información derivada de cualquier otra fuente ajena a su persona, el editor declina cualquier responsabilidad derivada de los posibles errores, inexactitudes, omisiones o contradicciones que aquí se reflejan. Cualquier descrédito a personas u organizaciones es totalmente involuntario. Este libro no intenta sustituir el diagnóstico o el tratamiento de ningún médico especialista en el tratamiento de enfermedades. Cualquier uso de la información aquí vertida queda enteramente a criterio del lector. El editor no se responsabiliza de los posibles efectos adversos o secuelas de la aplicación de los procedimientos o tratamientos descritos en el libro. Los informes expuestos tienen un propósito educativo y teórico, y se basan primordialmente en las propias teorías y creencias de Andreas Moritz. Antes de seguir una dieta, tomar un complemento nutricional, herbal u homeopático, iniciar o abandonar cualquier terapia, es preciso consultar siempre a un profesional de la salud. El autor no ha pretendido dar consejos médicos o sustituirlos y no ha deseado garantizar explícita ni implícitamente ningún producto, recurso o terapia, sea cual fuere. A menos que se indique lo contrario, ninguna de las afirmaciones de este libro ha sido revisada o autorizada por la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA) o por la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos. El lector debe formarse su propia opinión o bien consultar a un especialista en medicina holística o a su médico de cabecera para determinar aplicaciones concretas para sus problemas particulares.
Cita del autor
El corazón es el órgano más valioso y vigorizante que posees. Minuto tras minuto, día tras día, y año tras año, el corazón te lleva de la mano por la vida sin titubear, sin perder un solo latido. Pero este órgano necesita buenos cuidados, felicidad y un adecuado mantenimiento para poder bombear a todo el cuerpo la sangre necesaria y permitir que los millones de células del organismo respiren y se alimenten. Una cardiopatía significa que has descuidado tu corazón.
Si tú le cuidas a él, él cuidará de ti el resto de tu vida.
Andreas Moritz
La enfermedad
Síntoma de un cuerpo enfermo
Hace menos de cien años, la enfermedad coronaria era extremadamente rara. Hoy en día acaba con la vida de más personas en el mundo desarrollado que todas las demás causas de muerte juntas, excepto las enfermedades iatrogénicas o causadas por los médicos. De acuerdo con el New England Journal of Medicine, el paro cardíaco súbito se lleva de 350.000 a 450.000 vidas al año tan sólo en Estados Unidos (más de un millar al día) y es responsable de más de la mitad de todas las muertes atribuidas a la enfermedad cardiovascular. Cada año, 865.000 estadounidenses, por ejemplo, sufren un infarto de miocardio. En 2004 eran 7,8 millones de estadounidenses los supervivientes de esta enfermedad. Los costes directos (asistencia sanitaria) e indirectos (producción perdida) asociados a la enfermedad coronaria ascendieron en total a 133.000 millones de dólares estadounidenses en 2004. Un estudio reciente concluye que el 85 % de las personas de más de 50 años de edad y el 71 % de las de más de 40 años ya tienen algunas arterias obstruidas.
Aunque la habilidad para reconocer a los pacientes que corren un alto riesgo de sufrir un paro cardíaco ha mejorado mucho en los últimos veinte años, el 90 % de las muertes súbitas por fallo cardíaco ocurren en pacientes en los que no se habían detectado factores de riesgo. Se sabe que la mayoría de las muertes súbitas por fallo cardíaco se producen en pacientes que han contraído previamente una enfermedad coronaria, pero el paro cardíaco es la primera manifestación de este problema subyacente en el 50 % de los pacientes.
La causa subyacente más común del paro cardíaco súbito es un infarto que origina una arritmia del corazón y el cese posterior de su actividad. En los países industrializados, los porcentajes de mortalidad por ataques al corazón han disminuido gracias a una serie de avances importantes en la cardiología. Este logro incluye nuevos medicamentos, operaciones de bypass y angioplastias. Sin embargo, ahora los «beneficiarios» de esta clase de atención cardiológica sufren secuelas imprevistas, a menudo devastadoras; sus corazones lastimados siguen latiendo, pero no con la fuerza suficiente para proporcionar a las personas una calidad de vida. Muchos preferirían una muerte rápida a un prolongado y doloroso sufrimiento.
El resultado no intencionado de la mejora de la atención cardiológica es un incremento sin precedentes de una enfermedad extenuante llamada insuficiencia cardíaca crónica, que bien podría calificarse de epidemia. Por insuficiencia cardíaca se entiende la pérdida progresiva de capacidad del corazón para bombear sangre y suministrar oxígeno al cuerpo. «La insuficiencia cardíaca es fruto de nuestros logros en el tratamiento de la enfermedad coronaria y la hipertensión», por decirlo en palabras del doctor Michael Bristol, de la Universidad de Colorado. La opción de tratar los síntomas de la enfermedad coronaria y la hipertensión en lugar de sus causas ha provocado más sufrimiento de lo previsto. Ha llegado la hora de adoptar un enfoque más holístico de las causas de esta enfermedad más mortífera del mundo moderno y de aplicar métodos encaminados a recuperar las funciones del corazón de forma rápida y permanente y sin efectos secundarios.
Fases iniciales de la enfermedad cardíaca
Nuestro sistema cardiovascular está formado por un dispositivo central de bombeo, los músculos del corazón o miocardio, y un conjunto de conductos o vasos sanguíneos compuesto de arterias, venas y capilares. El miocardio bombea la sangre a través de los vasos sanguíneos para suministrar oxígeno y nutrientes a todas las partes del cuerpo. El sistema vascular tiene una longitud de más de 100.000 km y una superficie de más de 2.000 m2. Las 60-100 billones de células del organismo dependen del flujo de la sangre a través de esta vasta red de conductos y canales de circulación.
Los diminutos vasos capilares, cuyo grosor es de apenas una décima parte de un cabello humano, tienen una importancia particular para el cuerpo. A diferencia de las arterias, los capilares dejan pasar el oxígeno, el agua y los nutrientes a través de sus delgadas paredes para hacer llegar el alimento a los tejidos de destino. Al mismo tiempo, dejan que ciertos residuos celulares retornen al flujo sanguíneo de manera que puedan ser expulsados del cuerpo. Si la red capilar se congestiona por las razones que se describirán posteriormente, el corazón tendrá que bombear la sangre con más presión para llegar a todas las partes del organismo. Esto supone un incremento notable del trabajo del corazón, cuyos músculos se tornan tensos y fatigados. También debilita las paredes vasculares, que pierden elasticidad. Con el tiempo, el esfuerzo del corazón provoca estrés y fatiga y merma las funciones más importantes del cuerpo.
Puesto que los capilares también se encargan de alimentar las células musculares de las arterias, un suministro deficiente de oxígeno, agua y nutrientes causará finalmente lesiones en las arterias y su destrucción. Para contrarrestar esta autodestrucción involuntaria, el organismo responde con la inflamación. La respuesta inflamatoria, que a menudo se confunde con una enfermedad y se trata como tal, es, en realidad, uno de los mejores métodos con que cuenta el organismo para incrementar el suministro de sangre y nutrientes vitales para fomentar el desarrollo de nuevas células y ayudar a reparar el tejido conectivo dañado. Sin embargo, la concatenación de respuestas inflamatorias genera, finalmente, importantes lesiones en las arterias que, a su vez, originan el desarrollo de depósitos arterioscleróticos. El endurecimiento de las arterias (ateroesclerosis) se considera comúnmente la causa principal de la cardiopatía, aunque esto no es, como han demostrado estudios recientes, del todo cierto.
Principales factores de riesgo
Se piensa que la mayoría de los ataques al corazón se deben a una obstrucción de las arterias coronarias que provoca la destrucción de millones de células cardíacas, y que los derrames cerebrales están provocados por una oclusión de las arterias del cerebro, lo que causa la muerte de millones de células cerebrales. Puesto que las células del cerebro o neuronas coordinan las actividades y los movimientos de todas las partes del cuerpo, su muerte puede conducir a una parálisis parcial o completa del organismo y a la muerte. Se considera que un derrame cerebral no es más que la consecuencia de una arteriosclerosis avanzada.
Las arterias cerebrales se hallan ubicadas muy cerca del corazón. La presión de la sangre en el interior de las arterias cerebrales y cardíacas es relativamente más alta que en otras arterias del cuerpo; de ahí la diferencia de tensión arterial en las distintas arterias del sistema circulatorio. Si se producen opacidades y congestiones en las ramificaciones de las arterias, la presión de la sangre empieza a aumentar. Esto afecta especialmente a las arterias coronarias (del corazón) y cerebrales y a la carótida (del cuello), hasta el punto de llegar a lesionarlas. Los vasos sanguíneos, que ya están debilitados por la congestión interna y las deficiencias nutricionales, son los primeros en dañarse. Todo esto puede convertir la hipertensión arterial en un importante factor de riesgo de derrame cerebral o de enfermedad coronaria.
Pero tratar de reducir la tensión arterial a base de medicamentos no es una solución, sino un mero aplazamiento y un agravamiento del problema. De acuerdo con investigaciones recientes, esta medicación de la tensión arterial puede favorecer en realidad la insuficiencia cardíaca crónica. Si no se subsanan las causas que originan la tensión arterial alta, el tratamiento convencional de la hipertensión puede dar lugar a una grave deshidratación de las células y mermar drásticamente la capacidad de la sangre para suministrar oxígeno a los músculos del corazón y eliminar los residuos ácidos de las células y los tejidos del cuerpo. Esto agrava, a su vez, el riesgo de cardiopatía, trastornos hepáticos y renales y muchas otras dolencias.
Los países del hemisferio occidental ostentan el récord del mundo en el porcentaje de la población que sufre enfermedades cardíacas. Hace ya muchos años, los médicos echaron la culpa a la mala alimentación, a la ingesta excesiva de calorías, a la falta de ejercicio, al tabaquismo y al estrés, que se consideraban los principales factores de riesgo. Los últimos estudios han añadido unos cuantos más, como los radicales libres, la contaminación, la circulación deficiente, determinados fármacos y sustancias químicas y la pérdida de capacidad de la sangre para digerir proteínas, que puede dar lugar a la formación de coágulos de sangre. Cuando no se consigue desintegrar las proteínas debido a la falta de enzimas proteolíticas (bromelaína, tripsina y quimotripsina), las consecuencias más probables serán los ataques al corazón o de apoplejía y las flebitis.
La principal causa física de la enfermedad coronaria, sin embargo, reside en la ingesta excesiva de proteínas animales. Cuando éstas quedan retenidas en el cuerpo se convierten en uno de los factores de riesgo más importantes de la enfermedad coronaria y, en general, de la mayoría de otras muchas enfermedades. Uno de los hallazgos más recientes entre las causas de las lesiones y la inflamación de las arterias es la proteína denominada homocisteína, que se encuentra en elevadas concentraciones en la carne.
Las cardiopatías y el consumo de carne
A fin de ilustrar el desarrollo de las cardiopatías desde su práctica inexistencia hasta su puesto número uno en el ranking de principales enfermedades mortales del mundo occidental, seguidamente se describirá las tendencias estadísticas que reflejan la evolución de esta enfermedad en Alemania, un típico país industrializado moderno. En el año 1800, el consumo de carne en Alemania era de unos 13 kg por persona y año. Cien años más tarde, se había multiplicado casi por tres: 38 kg por persona y año. En 1970 había alcanzado la cifra de 94,2 kg por persona y año, lo que supone un incremento del 725 % en menos de 180 años. Durante el período que transcurre de 1946 a 1978, el consumo de carne en Alemania aumentó un 90 %, y los ataques al corazón se multiplicaron por 20. Estas cifras no incluyen el consumo de grasas. Durante el mismo período, el consumo de grasa se mantuvo invariable, mientras que la ingesta de cereales y patatas, que son importantes fuentes de proteínas vegetales, disminuyeron un 45 %. Por tanto, las grasas, los hidratos de carbono y las proteínas vegetales no pueden considerarse causas de enfermedades cardíacas. Así, sólo queda la carne como principal factor responsable del dramático auge de esta enfermedad vascular degenerativa.
Si se tiene en cuenta el hecho de que al menos el 50 % de la población alemana tiene sobrepeso y que la mayoría de las personas con este problema comen más carne que las personas de peso normal, el consumo de carne por parte de las personas que tienen sobrepeso tiene que haberse cuadruplicado en los 33 años posteriores a la segunda guerra mundial. El sobrepeso se considera un importante factor de riesgo a la hora de padecer hipertensión arterial y cardiopatías.
De acuerdo con las estadísticas publicadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1978, el incremento anual en el número de ataques al corazón en los países de Europa occidental es paralelo a un aumento continuo del consumo de carne de hasta 4 kg por persona cada año. Esto demuestra que los hábitos alimenticios cambiaron después de la segunda guerra mundial mediante la sustitución de una dieta mixta saludable por otra muy rica en proteínas animales, pero pobre en hidratos de carbono, es decir, en frutas, verduras y cereales. Según la OMS, el consumo de grasa se mantuvo prácticamente invariable. Los ataques al corazón y la arteriosclerosis empezaron a proliferar dramáticamente en Alemania y otros países industrializados poco después de la guerra. Hoy en día, esta dolencia provoca más del 50 % del total de muertes.
Aunque el consumo de grasa no es menor entre los vegetarianos que entre los carnívoros, aquéllos tienen la menor tasa de mortalidad por cardiopatías. La revista de la Sociedad Médica de Estados Unidos (Journal of the American Medical Association) ha informado de que una dieta vegetariana puede prevenir el 97 % de todas las oclusiones coronarias. Las dietas Atkins y South Beach, de elevado contenido proteínico y bajas en hidratos de carbono, gozan de una increíble popularidad, pero tienen el grave efecto secundario de privar de nutrientes al organismo al obstruir sus vasos capilares y arterias con proteínas sobrantes y reducir la ingesta de combustible a través de los hidratos de carbono. Sin duda, esto puede hacer que una persona pierda peso, pero no sin dañar también los riñones, el hígado y el corazón. Tanto el doctor Atkins, quien falleció víctima de la enfermedad coronaria y la obesidad, como el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton, un fiel seguidor de la dieta South Beach y portador de un cuádruple bypass coronario, sufrieron las consecuencias de una dieta con un alto contenido proteínico (véase el apartado siguiente para más detalles). Millones de estadounidenses entre otros, van por el mismo camino.
La razón de la práctica ausencia de las enfermedades coronarias entre los vegetarianos radica en que éstos consumen muy poca o ninguna proteína de origen animal. El consumo de grasas es, por consiguiente, un cómplice de este tipo de enfermedad, pero no su causa. La histeria colectiva desencadenada que una y otra vez culpa a las grasas, que suelen asociarse al colesterol, de ser la principal culpable nutricional de la enfermedad coronaria, carece totalmente de fundamento y no tiene ninguna base científica.
El cuerpo almacena proteínas