Algo más de ti - Carole Mortimer - E-Book

Algo más de ti E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Markos era uno de los hombres más famosos de Nueva York, y la diseñadora de interiores Eva Grey lo había oído todo sobre él. Era poderoso, rico e increíblemente guapo, pero ella sabía que, por mucho que consiguiera que una chica se sintiese especial durante una noche de pasión, eso era lo único que podía darle… Y, tras su desastroso matrimonio, eso era justo lo que Eva quería evitar. Entonces, Markos la contrató para que decorase su ático. La oportunidad era demasiado buena para dejarla pasar… ¡una oportunidad que puso a prueba la determinación de Eva de mantenerse alejada de su cama!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Carole Mortimer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Algo más de ti, n.º 323 - septiembre 2021

Título original: His Reputation Precedes Him

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-841-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

–Pensé que la reunión con el ayudante del senador Ashcroft había ido bien…

Markos Lyonedes echó un último vistazo al paisaje neoyorquino desde la ventana de su despacho, situado en el octogésimo piso, antes de volverse hacia su ayudante personal.

–¿De verdad?

Gerry le dirigió una mirada de incredulidad, de pie al otro lado del escritorio de caoba.

–¿Tú no lo crees?

Markos regresó al escritorio. Su traje oscuro hecho a medida se ceñía a la perfección a su torso musculoso, a su cintura estrecha y a sus piernas fuertes. Se mantenía en forma corriendo todas las mañanas en uno de los parques de Nueva York. A sus treinta y cuatro años, medía un metro ochenta y ocho, tenía el pelo oscuro y unos ojos verdes que iluminaban su atractivo rostro de herencia griega.

–Eso depende de si el senador Ashcroft habría enviado a su ayudante o habría venido en persona si Drakon siguiera al mando de la oficina de Nueva York –le dijo a su ayudante.

Hacía solo un mes, Markos trabajaba en la sede londinense de Empresas Lyonedes, la compañía que poseía junto con su primo Drakon, con una vida social ajetreada y sin planes de mudarse a Nueva York. Eso era antes de que Drakon conociera a Gemini, una inglesa residente en Londres de la que se había enamorado. Drakon y Gemini se habían prometido y casado dos semanas más tarde. Actualmente estaban de luna de miel en la isla del Egeo que poseía la familia Lyonedes.

Por suerte Markos y Gerry habían conectado al instante, y Drakon ya había expresado su aprobación sobre la nueva ayudante personal que él había contratado para las oficinas de Londres, después de un episodio bastante embarazoso con la joven que trabajaba para él anteriormente. Markos aún se estremecía al recordar cómo se le había lanzado durante el último viaje de negocios que habían hecho juntos.

–Drakon ya había aceptado la invitación del senador. Debió de olvidarse de mencionarlo con los preparativos de la boda –comentó Gerry–. Obviamente el senador Ashcroft deseaba asegurarse de que el nuevo director de la sede de Nueva York estuviese al corriente de la invitación. Y además no ha enviado a un ayudante cualquiera a hacer la invitación. ¡Ha enviado a su único hijo! –Gerry le dirigió una sonrisa. Era un hombre alto y delgaducho, de treinta y muchos años, con el pelo rubio y una cara agradable.

Markos arqueó las cejas.

–¿Eso es bueno?

–El senador está preparando a Robert hijo para que le suceda cuando él se retire dentro de dos años. Las invitaciones para el evento del sábado están muy cotizadas en la sociedad neoyorquina. Mi mujer mataría por conseguir una. Me parece que aceptar la invitación improvisadamente ha sido un acierto por tu parte.

–Más bien ha sido por cautela, porque no sabía si me estaba insultando o no –Markos frunció el ceño al sentarse tras el escritorio–. Me temo que los políticos estadounidenses siguen siendo un misterio para mí.

–Lo único que necesitas saber sobre nuestros políticos es que la reelección es el objetivo principal, así como acumular el dinero necesario para tener una campaña de éxito. Por eso el senador se codea con el director de la sede neoyorquina de Empresas Lyonedes. Esta compañía da trabajo a miles de neoyorquinos, y a otros tantos miles por todo el mundo –explicó Gerry.

–Ese es un buen incentivo para el senador… –se detuvo cuando llamaron a la puerta y entró en el despacho la secretaria de dirección de Markos.

Lena Holmes era otra de las empleadas que Markos había heredado de su primo. Una mujer de cuarenta y muchos años, de aspecto maternal con sus sencillos trajes oscuros, que lograba llevar la oficina con la precisión de un sargento.

–Siento interrumpir, señor Lyonedes, pero pensé que debía comunicarle que la señorita Grey ha cancelado su cita de las cinco.

«Otra vez», parecía querer insinuar Lena con su tono de desaprobación.

Evangeline Grey, una diseñadora de interiores extraordinaria, a juzgar por su reputación, y la mujer que la esposa de Gerry le había recomendado para rediseñar el apartamento que tenían sobre sus cabezas, había cancelado ya su cita a principios de semana.

–¿Cuál es su excusa esta vez?

–Una cita urgente con el dentista –contestó Lena.

Markos miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca y vio que eran las cinco menos cinco. Si Evangeline Grey hubiera tenido intención de presentarse a su cita, habría tenido que salir de su oficina del centro hacía algún tiempo, en vez de cancelar cinco minutos antes de la hora a la que debía llegar.

–Debe de haber sido algo inesperado…

–No sé, señor Lyonedes –la expresión de Lena seguía siendo de desaprobación–. Me ha preguntado si podría cambiar la cita al lunes a las cinco.

–¿Y qué le has dicho?

–Le he dicho que le devolvería la llamada el lunes por la mañana para decirle si a usted le venía bien –respondió Lena con satisfacción.

–¿Y me viene bien?

–Actualmente no tiene ninguna cita programada para esa hora.

Markos sonrió.

–Pero no le hará ningún daño tener que estar pensándolo durante el fin de semana, ¿verdad?

–Exacto –confirmó Lena.

–Gracias, Lena –Markos aguardó hasta que la secretaria hubo abandonado el despacho antes de volverse hacia Gerry–. Es la segunda vez esta semana que Evangeline Grey cancela su cita conmigo.

–Yo no tengo ni idea de lo que pasa –se apresuró a contestar Gerry–. Kirsty dice que los diseños de esa mujer son el no va más. Y he de admitir que yo quedé bastante satisfecho con las innovaciones que hizo en nuestro dormitorio hace seis meses.

Markos arqueó las cejas.

–¿Y quiero saber cuáles son?

–Probablemente no, porque Kirsty está embarazada de cuatro meses –contestó Gerry carcajeándose–. ¿Quieres que le pregunte si puede recomendarte a otra persona?

El edificio Lyonedes, tanto el de Nueva York como el de Londres, tenía un apartamento en el ático que ocupaba todo el piso superior. Markos nunca había residido en el apartamento de Londres durante los diez años que había pasado allí, pues prefería vivir alejado de su lugar de trabajo. Al igual que Drakon había preferido tener su propio apartamento en Manhattan durante el tiempo que había vivido y trabajado en Nueva York; un apartamento que habían decidido mantener para cuando fueran de visita.

Habiendo llegado a la ciudad una semana antes, y al descubrir que el apartamento del ático era conveniente y espacioso, con unas vistas maravillosas de Nueva York, Markos había decidido que fuese su hogar mientras se asentaba. Su intención era contratar a una decoradora de interiores para que lo decorase a su gusto. Evangeline Grey era esa decoradora.

La aparentemente esquiva Evangeline Grey.

–Esperemos a ver lo que ocurre el lunes –comentó.

–¡Cómo me alegra que hayas dicho eso! –exclamó su ayudante con una sonrisa afable–. No me gustaría decepcionar a Kirsty. Le cae tan bien esa mujer que, incluso antes de que me pidieras el nombre de una decoradora, ella ya estaba pensando en organizar una cena para presentaros.

–Si cancela la próxima cita, puede que esa sea la única manera que tengamos de conocernos –contestó Markos recostándose en su silla–. Por alguna razón el nombre de Evangeline me dio la impresión de que se trataba de una mujer mayor.

Gerry negó con la cabeza.

–Aún está en la veintena, creo.

–¿De verdad? ¿No es un poco joven para haberse forjado una reputación así?

–¡Si no has triunfado en Nueva York cuando cumples los treinta, nunca triunfarás! –contestó Gerry.

–¿Es atractiva? –preguntó Markos.

–Yo siempre estaba trabajando cuando venía a nuestro apartamento, así que no la conozco en persona. Pero supongo que lo será, si Kirsty quería presentaros.

–En ese caso, esperemos que consiga estar aquí el lunes por la tarde.

Gerry asintió.

–Aunque solo sea para no tener que sufrir la decepción de Kirsty. Aunque habrá muchas mujeres guapas que podrás conocer mañana por la noche en la fiesta del senador.

–Creo que ya me han presentado a todas las mujeres guapas de Nueva York durante los últimos cuatro días.

–¡Aún no has conocido a Kirsty!

Markos frunció el ceño.

–Estar rodeado de tanto amor y romance me va a producir un sarpullido –murmuró. Primero Drakon y Gemini, y ahora Gerry no ocultaba el hecho de estar felizmente casado–. Dado que ahora tengo una hora libre, ¿por qué no echamos un vistazo a estos últimos contratos?

Markos se olvidó por completo de la esquiva Evangeline Grey y se concentró en el trabajo que deseaba terminar antes de comenzar su fin de semana.

Un fin de semana que ahora parecía incluir pasar el sábado por la noche en la fiesta del senador Ashcroft.

Por alguna razón, Markos se había sentido ligeramente inquieto desde que se mudara a Nueva York. Las dos semanas antes de la boda habían sido frenéticas, seguidas de su letargo tras volar a Nueva York al día siguiente. Tras su llegada había ido de reunión en reunión, presentándose a los diversos socios empresariales de la compañía. Y había habido algún tipo de evento social todas las noches, pues la sociedad neoyorquina le abría sus puertas para darle la bienvenida a él en lugar de a su primo Drakon.

Tal vez el cambio hubiera sucedido tan deprisa que Markos aún se sentía un poco desconcertado. El despacho. El apartamento del ático. Las nuevas personas con las que trabajaba cada día y con las que se relacionaba por las noches.

Fuera cual fuera la razón de su inquietud, sabía que asistir a otra fiesta a día siguiente era lo último que deseaba hacer…

 

 

A Eva nunca le habían gustado los cócteles, y se había visto obligada a asistir a muchos en el pasado. Y los cócteles que ofrecían los senadores de Estados Unidos le gustaban aún menos. Toda la gente rica y guapa de la ciudad había inundado la enorme sala de recepciones de uno de los hoteles más prestigiosos de Nueva York. La gente hablaba en voz alta y se reía en voz más alta aún. Las joyas que adornaban las muñecas, cuellos y orejas de las damas brillaban y resplandecían bajo la luz proyectada por las lámparas de araña que colgaban del techo. Al mismo tiempo, Eva tenía los sentidos saturados por el aroma de un sinfín de perfumes caros.

Pero, como solía decir su madre, «lo que no puede curarse, ha de soportarse». Sin duda había sido cierto con respecto a su matrimonio con el padre de Eva.

Eva estaba haciendo todo lo posible por soportar aquella fiesta celebrada por nada menos que el senador Robert Ashcroft. No porque pensara que corriera el riesgo de encontrarse con algún familiar de su exmarido; sabía gracias a amigos en común que Jack se había instalado en su oficina de París hacía más de un año, y su exsuegro, Jack padre, no apoyaba el partido político del senador Ashcroft. No, no existía la posibilidad de encontrarse con nadie de la familia de Jack esa noche.

Aun así, Eva no habría aceptado la invitación del senador de no haber sabido lo mucho que significaría para el hombre que la acompañaba esa noche. Era justo el tipo de acto social que a Glen le encantaba. Lo cual estaba bien. Pero no era la verdadera razón por la que había querido volver a verlo.

En realidad Eva no sabía cómo reaccionaría Glen cuando le dijera que no tenía intención de irse a la cama con él, ni con ningún otro hombre. En su lugar, estaba pensando en pedirle si querría ser el donante de semen en caso de seguir hacia delante con la fecundación in vitro que estaba planteándose. Un tema tan delicado y personal era algo que debía abordar poco a poco, no soltarlo de golpe en su primera o segunda cita.

 

 

La fiesta del senador Ashcroft estaba resultando ser tan multitudinaria como Markos había imaginado que sería. A lo largo de la última semana ya había conocido a casi todos los asistentes, y muchos de los hombres allí presentes deseaban hablar de nuevo con él. Sus esposas, hijas o amigas no disimulaban el hecho de que lo encontraban atractivo.

Aunque Markos no se quejaba de aquello último. Había disfrutado de una vida sexual saludable durante los años que había vivido y trabajado en Londres, y esperaba seguir haciéndolo ahora que se había mudado a Nueva York.

Aun así, rodeado de mujeres hermosas como estaba, todas rivalizando por su atención, solo se fijó en la mujer del vestido rojo situada al otro lado de la habitación.

Probablemente porque destacaba del resto de gente guapa allí presente, ya que no solo no hacía ningún esfuerzo por responder a las conversaciones de los hombres que la rodeaban, sino que además daba la impresión de aburrirse soberanamente.

Pero no era solo ese aire de desinterés el que había llamado la atención de Markos. Tampoco el hecho de que fuese joven y extremadamente guapa. Tenía el pelo negro y largo, y sus ojos eran claros, probablemente grises o azules. Su piel era del color del alabastro, sus rasgos resultaban de lo más delicado y llevaba los labios pintados del mismo color que el vestido. Las únicas joyas que llevaba eran un par de pendientes de oro que colgaban sobre sus hombros desnudos.

Todo aquello sería razón suficiente para que un hombre se quedara mirándola, pero aun así no era eso lo que había llamado su atención, lo que había hecho que su cuerpo se excitara nada más verla.

Las demás mujeres de la sala iban cargadas de joyas y todas, ya fueran altas o bajas, eran increíblemente delgadas. Sin embargo la mujer del vestido rojo sin tirantes llevaba solo dos pendientes y su cuerpo era…

Había una palabra que describía a la perfección ese cuerpo. Una palabra pasada de moda que se usaba antes para describir a las estrellas de cine de la época dorada de Hollywood. ¡Voluptuosa! ¡Eso era! La mujer alta del vestido rojo era voluptuosa. No era gorda; su cuerpo era demasiado firme para eso. Simplemente tenía el cuerpo de un reloj de arena. El tipo de cuerpo que, de hecho, la mayoría de hombres prefería, aunque rara vez lo encontraban en una época llena de mujeres esbeltas.

Llevaba los hombros al descubierto, la piel en esa zona era del mismo tono alabastro que su cara, y el vestido realzaba unos pechos que obviamente no iban encorsetados bajo un sujetador. El vestido terminaba unos cinco centímetros por encima de sus rodillas y dejaba ver unas piernas largas y firmes, rematadas por unas sandalias rojas de tacón alto.

Markos contuvo la respiración al verla levantar la mirada por encima de los hombres que la rodeaban, mirando a su alrededor con desinterés, casi como si fuera consciente de que alguien la observaba, aunque no tuviera ni idea de quién ni por qué. Su impresión de que se aburría enormemente quedó confirmada al verla contener un bostezo. Y al mismo tiempo sus miradas se encontraron.

Markos arqueó una ceja y recibió a cambio una mirada vacía y un encogimiento de hombros, antes de que la mujer del vestido rojo se diese la vuelta para aceptar una copa de champán de uno de los hombres a su alrededor, como si se hubiese olvidado por completo de su existencia.

Aunque resultara un cambio interesante después de las dos últimas horas viendo como las mujeres se lanzaban ante él como ofrendas de un sacrificio, aquella no era la reacción que Markos estaba acostumbrado a recibir cuando mostraba interés en una mujer hermosa.

Siendo uno de los primos Lyonedes, con negocios por todo el mundo y más riquezas de las imaginables, nunca había sido tan ingenuo como para pensar que era solo su aspecto físico el que atraía a las mujeres hacia él. Tampoco creía que todas las mujeres que conociera tuvieran que encontrarlo atractivo.

Pero, aun así, le molestaba que la mujer del vestido rojo, una mujer que lo excitaba con solo mirarla, lo hubiese ignorado tan fácilmente.

Tal vez estuviera casada.

O prometida.

O quizá mantuviera una relación seria.

No podía ser ninguna de las dos primeras; no llevaba anillo alguno en la mano izquierda, con la que sujetaba la copa de champán. Y, si era la última opción, ¿dónde estaba el hombre en cuestión?

Si una mujer tan bella como esa le perteneciera, no la habría dejado sola ni por un minuto, a merced de la manada de hienas que pretendían hincarle el diente.

¿Si una mujer así le perteneciera?

¿Qué diablos?

A Markos no le gustaban esos términos. Tampoco la idea de una relación duradera ni permanente.

Unos pocos días, a veces semanas, era lo máximo que había durado su interés por las mujeres con las que había salido en los últimos dieciocho años.

Quizá su primo Drakon hubiera sucumbido a una mujer al conocer a Gemini un mes atrás, pero Markos no tenía interés en hacer lo mismo.

Deseaba a la mujer del vestido rojo. Estaba molesto por el modo en que acababa de ignorarlo. Al mismo tiempo le excitaba ver como aquella prenda se ceñía a su cuerpo voluptuoso. Era una excitación que preferiría que satisficiera ella, y no el cuerpo de cualquier otra mujer.

Fue con ese pensamiento en mente con el que se excusó ante las mujeres que tenía a su alrededor antes de atravesar la sala en dirección a la mujer del vestido rojo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Dorado.

Markos se había equivocado en el color de ojos de la mujer del vestido rojos; no eran ni azules ni grises, sino de un marrón claro que parecía dorado.

Un dorado brillante y profundo con el que miró a Markos fríamente, incluso mientras los demás hombres reunidos en torno a ella se apartaban para que pudiera alcanzarla.

 

 

Como Moisés separando las aguas del Mar Rojo, pensó Eva mientras los hombres situados a su alrededor se echaban a un lado para dejar paso al hombre guapo, alto y moreno que le había mantenido la mirada deliberadamente pocos minutos atrás, antes de acercarse con determinación hacia ella.

Ya se había fijado en él antes, claro. Y lo había reconocido. ¿Qué mujer no se fijaría en aquel hombre guapo y moreno? ¿Qué mujer no sabía que se trataba de uno de los primos Lyonedes? La foto de Markos Lyonedes había aparecido en todos los periódicos neoyorquinos durante la última semana.

Era guapo, desde luego. Eva medía metro ochenta con sus sandalias de tacón, pero aun así Markos Lyonedes le sacaba varios centímetros.

Tenía el pelo ligeramente rizado por encima de las orejas y de la nuca, y sus ojos color esmeralda la miraban con determinación, adornando aquel hermoso rostro, que parecía haber sido esculpido con piedra dorada: unos pómulos prominentes, nariz larga, labios cincelados y mandíbula angulosa. Su traje negro no disimulaba el hecho de que además tenía buena complexión física; unos hombros anchos, un torso musculoso, abdomen plano, caderas estrechas y piernas largas.

No cabía duda. En lo referente al carisma y al atractivo, Markos Lyonedes lo tenía a raudales.

Era una pena para él que Eva supiera que era el tipo de hombre con el que no querría tener nada que ver. Ni personal ni profesionalmente. Lo cual no había impedido que se divirtiese un poco a su costa durante la última semana.

–Espero que me disculpes por venir y presentarme –dijo él–. Soy Markos Lyonedes.

Incluso su voz era sexy. Profunda y aterciopelada, con un toque sensual y oscuro. El tipo de voz que le provocaría un escalofrío a cualquier mujer.

Cualquier mujer que no fuera ella. Por suerte Eva era inmune a los hombres engreídos como él. Especialmente inmune a Markos Lyonedes.

–Sé quién es, señor Lyonedes.

Los hombres que habían estado intentando llamar su atención parecían haberse dado cuenta de que debían tener cuidado con Markos Lyonedes, y habían decidido mantener la distancia y dejarlos completamente solos en una sala llena de la gente más rica y elegante de Nueva York.

–¿De verdad? –preguntó él.

–Toda la sociedad neoyorquina, en especial las mujeres, está al corriente de que Markos Lyonedes ha aterrizado recientemente entre nosotros.

Markos se quedó contemplando a la voluptuosa mujer del vestido rojo mientras advertía el tono burlón de sus palabras.

Su belleza resultaba mucho más aparente estando junto a ella. La piel de alabastro de sus hombros parecía de porcelana. Y era evidente que no llevaba nada debajo del vestido.