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eLit 394 Bienvenidos al Crider Inn, el hotel más embrujado de Estados Unidos y sede de la Convención Anual de Parapsicología. Por delante os aguarda una semana de experiencias sobrecogedoras y fenómenos paranormales Carrie Sawyer no creía en fantasmas ni en sucesos inexplicables, pero aun así había accedido a acompañar a su mejor amiga a aquel viaje de locos. Sin embargo, en el Crider Inn iba a tener que rendirse a otra clase de evidencia que la haría estremecerse de miedo y emoción: la poderosa atracción que le provocaba Sam Crider, el irresistible dueño del hotel encantado…
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Seitenzahl: 245
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2010 Jolie Kramer
© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo el embrujo, n.º 36- octubre 2023
Título original: Shiver
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 9788411805605
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
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Muy bien, chicas, ya está hecho. Fantasy Escapes abre sus puertas al público mañana por la mañana y oficialmente estoy haciendo publicidad entre mis mejores amigas. Quizá os parezca vulgar o de mal gusto, pero creo sinceramente que todas os merecéis una escapada de ensueño.
Para aquellas de vosotras que no sepáis nada del asunto, he estado trabajando en un nuevo proyecto desde que Premiere Properties decidió rescindir mi contrato el año pasado. La idea es poner toda mi experiencia y conocimientos al servicio de los clientes para garantizarles unas vacaciones inolvidables. ¿Queréis un masaje en las playas de Miami? Os puedo recomendar los mejores profesionales de South Beach y los bungalows más exclusivos. ¿Queréis esquiar o pasear en trineo? ¿O preferís una excursión en bicicleta por las montañas hawaianas? Conozco las mejores rutas y la mejor hora para admirar una puesta de sol perfecta.
Todas recordaréis lo perfeccionista que soy… Marnie la minuciosa os ofrece el viaje con el que siempre habéis soñado.
Y aquí estoy, sentada ante el ordenador, rebosante de entusiasmo y preparada para enviar a una de mis mejores amigas a la aventura de su vida. Envíame un e-mail cuando estés lista para emprender ese viaje que tanto te mereces… Sí, te estoy hablando a ti, Carrie, Sawyer.
Carrie cerró el e-mail de Marnie y abrió su página web. Tenía que hacer algunas viñetas para su cómic, Cruel, mundo cruel, pero también tenía que echar un vistazo al foro de la página web. Era una tarea mucho más sencilla, ya que no tenía ni idea de lo que iba a dibujar.
Pero sus pensamientos volvieron al mensaje de Marnie antes de haber leído el primer comentario del foro. Debería llamarla. Hacía siglos que no hablaban, y le complacía saber que su vieja amiga estaba lanzándose a su propia aventura empresarial. Marnie valía demasiado como para ser una empleaducha más en una oficina cualquiera.
Habían compartido momentos inolvidables… Marnie, Erin y ella. Se habían conocido en la semana del novato, en su primer año de universidad, y aunque hicieron otras amistades en los cursos siguientes, las tres formaron un trío especialmente unido.
Por desgracia, Marnie se trasladó a Miami después de graduarse y apenas habían mantenido el contacto desde entonces. A ninguna de ellas le gustaba mucho hablar por teléfono.
En cambio, Carrie y Erin hablaban tres o cuatro veces por semana, en persona siempre que podían. Las dos vivían en el centro de Los Ángeles. Carrie había encontrado su enorme loft tan sólo dos semanas después de graduarse, cinco años atrás. El edificio había sido una fábrica y el barrio no tenía muy buena fama, pero era muy amplio y luminoso y a Carrie le encantaba.
Había podido permitírselo gracias a Cruel, mundo cruel. El cómic empezó como un experimento, en secreto y bajo el pseudónimo de Carrie Price, pero al cabo de tres años se había convertido en un éxito, y en el último año de carrera ya se publicaba en varios periódicos y revistas además de contar con su propia página web donde, además de publicarse las historias gráficas y el foro, se ofrecían los artículos relacionados con el cómic. Aparte, Carrie asistía a todas las convenciones y festivales de cómics que se celebraban por todo el país.
En cuanto a Erin, había ido a Los Ángeles para cumplir su sueño de ser arquitecta, y tras graduarse en la USC, había encontrado un piso a dos manzanas de Carrie.
Carrie no tenía intención de abandonar su loft. No necesitaba muchas distracciones, ya que casi toda su vida social se concentraba en internet: blogueros, frikis, lectores y dibujantes de cómics. No evitaba la calle ni nada por el estilo, pero tampoco podía presumir de tener muchas amistades. Sobre todo desde que su relación con Armand saltó por los aires. Armand le había parecido el novio perfecto. Músico, enigmático, inadaptado social, un portento en la cama, un amigo divertido y un maldito embustero.
Pero a pesar de su fiasco amoroso, lo echaba terriblemente de menos. Era una locura. Sabía que Armand no podía hacerla feliz y que ella se merecía algo mejor. Pero sus emociones se negaban a escuchar la voz de la razón, especialmente en lo referido a los hombres. Así llevaba una larga temporada, de modo que había decidido tomarse un descanso emocional y esperar a que su corazón y su cabeza recuperasen las fuerzas.
Su teléfono empezó a sonar y Carrie respondió sin molestarse en mirar el identificador de llamada. Sabía muy bien quién la llamaba.
—Hola, Erin. Supongo que tú también has recibido el e-mail de Marnie, ¿no?
—Nos vemos dentro de diez minutos en el deli.
Carrie suspiró.
—A sus órdenes —aceptó, y cerró el móvil mientras se preguntaba qué estaría tramando Erin en esa ocasión.
El hombre volvió a clavarle el codo en el pecho, y Carrie volvió a preguntarse si lo estaba haciendo a propósito o si no se daba cuenta de nada.
El hotel Crider Inn estaba a más de una hora del aeropuerto de Denver, pero el autobús estaba tan atestado, que Carrie no había podido sentarse junto a Erin. Al menos había conseguido un asiento junto al portaequipajes, mientras que su amiga había tenido menos suerte e iba apretujada entre dos tipos de aspecto repulsivo. A su derecha tenía a un treintañero melenudo y desaliñado, con unas gafas que continuamente se empujaba hacia arriba con el dedo corazón, dando la impresión de que les estaba haciendo un gesto de lo más obsceno al resto de viajeros. Y a su izquierda se sentaba un joven bastante más atractivo, pero que no dejaba de sorber ruidosamente por la nariz.
Se encontró con la mirada de su amiga y le frunció amenazadoramente el ceño, pero Erin se limitó a sonreír como si estuviera dando el mejor paseo de su vida. ¿Y por qué no? Al fin y al cabo, Carrie y el conductor eran las dos únicas personas del autobús que no estaban hablando de fantasmas.
Fantasmas…
Suspiró y se recordó que Erin no la había obligado a ir a punta de pistola ni nada por el estilo. Carrie se había gastado muy gustosamente más de mil dólares para acompañarla en aquella absurda búsqueda de fantasmas. Jamás se habría prestado a aquella locura si no fueran las últimas vacaciones que pasaban juntas. Erin iba a trasladarse a Nueva York pocas semanas después de aquel viaje para empezar su carrera como arquitecta en la Gran Manzana.
Las dos habían hecho todos sus viajes juntas desde que estudiaban en la Universidad de Louisville. El año anterior, a petición de Carrie, fueron a Utah a acampar en Bryce Canyon. Erin odiaba ir de acampada, pero aceptó sin rechistar el plan de Carrie. A cambio, Carrie le había prometido que aceptaría cualquier sugerencia de Erin para el año próximo. Aunque, de haber sabido que sería una caza de fantasmas, quizá no se habría mostrado tan dispuesta.
Todas sus protestas habían sido en vano, y Erin había reservado el viaje a través de la agencia de viajes de Marnie, Fantasy Escapes. Como era lógico, Marnie se había mostrado tan encantada y agradecida, que fue imposible echarse atrás. Y además, Erin le había sugerido, muy astutamente, que Carrie podía aprovechar el viaje para buscar ideas. Al fin y al cabo, era una dibujante de cómics que se ganaba la vida parodiando la cultura popular. Si una caza de fantasmas no le proporcionaba la inspiración necesaria para su próximo trabajo, más le valdría cambiar de profesión y ponerse a freír hamburguesas.
—Estaba durmiendo como un tronco —oyó que decía el tipo del codo—. Hasta que me despertó un alarido como…
Carrie puso una mueca y se tapó los oídos mientras aquel chiflado se desgañitaba con un chillido estridente y agudo.
—Sí, así fue exactamente —dijo, como si no hubiera estado a punto de hacer añicos las ventanas del autobús.
Carrie se fijó en que el conductor no se había inmutado. Debía de estar acostumbrado a los gritos, trabajando para el «hotel más embrujado de Estados Unidos».
—Lo verdaderamente extraño fue que la gente del salón, que estaba a escasos metros de mí, no oyó nada. Pero yo tenía mi EMF debajo de la almohada y se puso todo rojo, en serio.
Erin le había dado una hoja con la nomenclatura básica para la caza de fantasmas. Era demasiado larga para memorizarla, pero sabía que el tipo del codo se refería al aparato para medir el campo electromagnético. Nunca se había imaginado el instrumental que hacía falta para cazar fantasmas: medidores electromagnéticos, termómetros digitales, gafas de visión nocturna, cámaras. Erin había llevado consigo un montón de artefactos, pero Carrie no podía criticarla. Ella no sólo se había llevado su ordenador portátil, sino también su escáner, sus útiles de dibujo y un montón de carpetas. Según Erin, el Crider Inn disponía de conexión Wi-Fi a internet, y tenía que aprovecharla.
—Pues yo he tenido tres experiencias.
Carrie giró la cabeza para ver a la mujer que estaba hablando, sentada dos filas por detrás de ella. Era muy bonita y también parecía tener treinta y pocos años. Y su voz cautivaba al oyente con su exótico acento caribeño.
—Cuando era niña, mi abuelo se me apareció después de morir. Se sentó en mi cama y me habló tan claramente como estoy hablando ahora. Me dijo que no me preocupara, que él estaba en un lugar muy bonito y que cuidaría de mí para siempre. También me dijo que viajaría por todo el mundo y que vería muchas cosas maravillosas, pero que mi familia era lo más valioso.
El tipo del codo se dispuso a hacer un comentario, pero Carrie le dio un golpecito en el costado para hacerlo callar, pues la mujer aún no había acabado.
—La segunda experiencia la tuve muchos años más tarde, en un pequeño hotel de Florencia, Italia. Al despertar de una siesta me encontré con una anciana junto al balcón. No se giró hacía mí, por lo que no pude verle la cara, pero sí vi como levantaba los hombros, como si estuviera respirando profundamente. Al soltar el aire inclinó la cabeza y un segundo después había desaparecido.
La mujer le sonrió a Carrie, tal vez porque la estaba mirando descaradamente.
—La tercera experiencia me la guardo para mí.
Carrie volvió la vista al frente, deseando poder ser como sus compañeros de viaje. Todos creían ciegamente en fantasmas, espectros y lugares encantados. Como Erin, por ejemplo. Su credulidad le reportaba una serena tranquilidad y una mayor comprensión del mundo.
Carrie no tenía tanta suerte. Ella sólo creía en la ciencia, y sabía que el cerebro humano tendía a buscar una explicación del tipo que fuera cuando se encontraba con un suceso sobrenatural. Fantasmas, alienígenas, conspiraciones, mensajes satánicos en la música rock… Todo se basaba en la necesidad de asignar un significado al azar. Al menos la parapsicología era inofensiva y se llevaba practicando desde que el hombre empezó a pensar, pero Carrie no compartía sus descabelladas teorías y le resultaba cansina la compañía de los fervientes seguidores de lo paranormal.
Lo más desconcertante de todo era que, a pesar de los años y recursos empleados en demostrar la existencia de fantasmas, aún no había ninguna prueba fidedigna. Cuando estaba con Erin, intentaba callarse sus opiniones al respecto, pero no siempre le resultaba fácil, especialmente cuando oía a personas supuestamente cultas y sensatas relatar sus experiencias con duendes y fantasmas.
Miró por la ventana y se deleitó con el increíble paisaje de Colorado. Por delante, le quedaba una semana de fenómenos inexplicables y apariciones espectrales, pero intentaría pasarlo lo mejor posible y aprovechar el poco tiempo que le quedaba con Erin, a quien echaría terriblemente de menos cuando se marchara a Nueva York.
Sam Crider, propietario del hotel Crider Inn, estaba preparado para recibir otro autobús cargado de cazafantasmas. Era la semana de Halloween e iba a celebrarse la mayor convención de aficionados a la parapsicología que se había celebrado allí desde que él se había hecho cargo del establecimiento. Se había esmerado en decorarlo para la ocasión, confiriéndole la clase de aspecto sobrecogedor que tanto gustaba a sus clientes. Su familia llevaba haciéndolo durante generaciones, desde que el Old Hotel, el viejo hotel en ruinas junto al Crider Inn, fue devorado por un misterioso incendio que acabó con la vida de muchos de los antepasados de Sam, quienes, según la leyenda, seguían ocupando las habitaciones.
Personalmente, Sam estaba encantado con que la parapsicología volviera a estar de moda y con todos los programas de televisión dedicados a ella. Las leyendas sobre el Crider Inn no sólo estaban engrosando sus cuentas, sino que era el motivo por el que el hotel y sus alrededores se habían convertido en el objetivo de dos grandes empresas empeñadas en comprarlo. Una de ellas quería explotar su fama de lugar encantado, y la otra únicamente quería explotar los terrenos. A Sam le daba igual quién se lo quedara, siempre que pagaran bien.
Todas las negociaciones habían sido llevadas con la más absoluta discreción y casi nadie del personal sabía nada. Era mejor así, ya que la familia Crider siempre había la dueña del hotel y todo el mundo daba por hecho que lo seguiría siendo.
Pero Sam estaba impaciente por olvidarse de aquel lugar y volver a su vida real. La muerte de su padre lo había pillado en pleno rodaje de su quinto documental. De eso hacía ya diez meses y aún no se había recuperado del golpe. Echaba terriblemente de menos a su padre, con quien había estado muy unido desde que su madre murió de cáncer cuando él tenía trece años. Pero aquella relación tan especial no se había extendido al hotel, ni había bastado para que Sam quisiera continuar la tradición familiar. Su venta le permitiría seguir haciendo películas sin tener que preocuparse por el presupuesto.
Finalmente tendría el dinero suficiente para contratar buenos técnicos de sonido y un ayudante a jornada completa, además de poder modernizar su material. Podría expandir sus horizontes, abandonar su minúsculo estudio de Brooklyn, viajar allí donde hubiera una historia que filmar y emplear todos los recursos necesarios hasta conseguir el resultado deseado. Y podría enviar sus trabajos a los festivales más prestigiosos.
De modo que si la leyenda decía que había fantasmas, él se encargaría de alimentar esas leyendas durante la semana siguiente. No sólo para complacer a los asistentes a la convención, sino también para seducir a los potenciales compradores, cuya visita también se esperaba en los próximos días.
Había sido una jugada muy astuta. Su abogado, su contable y su agente inmobiliario le habían aconsejado que no recibiera a las dos partes interesadas al mismo tiempo, pero Sam tenía sus propias ideas. Las dos compañías ya habían realizado un examen preliminar y habían empezado a barajar cifras. Lo único que quedaba era la visita en persona de sus respectivos directores antes de que empezaran las ofertas.
Sam les había dicho a los dos hombres que sólo enseñaría el hotel una vez. Podían tomarlo o dejarlo, y afortunadamente, los dos habían aceptado. Casualmente se conocían el uno al otro y estaban deseando verse mientras visitaban el hotel. Pero ahora que había llegado el momento, Sam temía que ambos se echaran para atrás.
Recorrió lentamente el vestíbulo, pero por más que lo intentaba no conseguía ver el hotel con otros ojos. Había crecido allí, había dormido en cada una de las treinta y seis habitaciones disponibles, había comido buenas y malas comidas en el restaurante, había aprendido a jugar al billar en el pequeño pub, había perdido la virginidad en el Old Hotel y le habían roto el corazón frente a la gran chimenea de piedra que dominaba el vestíbulo.
Recordaba con nostalgia todo lo que allí había vivido, pero sin sentimentalismos. No era más que un edificio con jardines. Se había asegurado de que los potenciales compradores aceptaran conservar al personal, por lo que su conciencia estaba tranquila en ese aspecto. Y a su tía Grace le había buscado un bonito asilo en Denver. Grace era el único obstáculo en aquella operación. No en vano había vivido allí toda su vida, alojada en el apartamento adosado que también había sido el hogar de los padres de Sam.
Pero Grace ya era muy anciana y no podría seguir viviendo sin cuidados continuos. Lo mirase como lo mirase. Sam se convenció de que estaba haciendo lo correcto, no sólo para él mismo, sino también para sus empleados y su tía. Había enviado a Grace a Miami para que pasara dos semanas en casa de una amiga. Su tía se había mostrado encantada al poder disfrutar del sol de Florida, y Sam confiaba en que también se alegrara cuando llegase el momento de abandonar Crider Inn para siempre.
Oyó como se abría la puerta detrás de él y se volvió. Era su vieja amiga Jody Reading, quien le llevaba una bebida caliente y algo que parecía un postre. Jody era una chef de primera que había accedido a ayudarlo durante la semana de Halloween, y Sam no tenía ninguna duda de que los clientes quedarían encantados con sus exquisitos platos y fabulosos pasteles.
—Pensé que te gustaría tomar un bocado antes de que llegue la avalancha.
Sam aceptó el café con leche y el trozo de milhojas, su favorito.
—Me estás corrompiendo. Acabaré siendo un adicto a los pasteles y viviendo en algún callejón detrás de una pastelería.
—Siempre que no sea mi pastelería…
Sam pensó que no debería ponerse a comer cuando el autobús estaba a punto de llegar, pero el pastel parecía tan delicioso, que no podía resistirse. Su gemido de goce no fue especialmente varonil, pero pareció complacer a Jody.
—He acabado aquí —dijo ella, y le dio una cariñosa palmada en el trasero antes de regresar a la cocina.
Sam devoró el pastel a toda prisa. Era un crimen engullir tan rápidamente un manjar semejante, pero no quería que lo sorprendiera un huésped, y además estaba estrictamente prohibido comer en el mostrador de recepción.
Estaba apurando las últimas migas cuando se abrió la puerta principal y entró una ráfaga de viento helado acompañando a dieciocho huéspedes. Sam dejó el tenedor en el plato y lo oculto bajo un periódico. Esbozó una sonrisa e hizo sonar la campanilla para avisar a Patrick, el director del hotel y el más adecuado para hacerse cargo de los registros.
—¿Es usted Sam Crider? ¿El dueño del hotel?
Sam asintió a la persona que se acercó al mostrador. Liam O’Connell, uno de los organizadores de la convención, quien agarró el bolígrafo para empezar a rellenar la ficha.
—Seguro que ha visto algunas cosas interesantes por aquí…
—Desde luego. Cosas que le pondrían el vello de punta a cualquiera.
Liam se echó a reír.
—¿Qué es lo más escalofriante que ha presenciado?
—No quiero estropearles la sorpresa… Aquí encontrarán lo que estaban buscando, eso se lo garantizo —frunció el ceño—. Espero que ninguno de ustedes sufra problemas de corazón.
Liam negó con su calva cabeza.
—Bien —murmuró Sam. Por un momento temió haber exagerado demasiado, pero la reacción de Liam y las miradas del resto de visitantes le confirmó que todos estaban ávidos por vivir sensaciones fuertes—. De todos modos, tenemos una buena provisión de sales aromáticas. Por si acaso se produce algún desmayo…
—Excelente —dijo Liam. Terminó de rellenar su ficha y Sam se dirigió a Gina Fiorello, una simpática joven que había reservado una habitación individual.
—Seguramente habrá visto muchos fantasmas —dijo ella.
—Bueno, he vivido diecisiete años en este sitio. ¿Usted qué cree?
—Vaya —exclamó Gina, obviamente impresionada.
Sam le echó un vistazo a la cola de huéspedes que esperaban su turno. No lo sorprendía en absoluto la cantidad de equipaje que llevaban. Los cazafantasmas llevaban consigo toda clase de material. El número y variedad de artefactos indicaba el nivel de compromiso con la causa, y aquellos tipos estaban muy comprometidos.
El hotel sólo disponía de cuatro carritos para el equipaje y dos robustos estudiantes para transportar las maletas. Lo mejor sería dejarse de tanta cháchara inútil y acomodar a los visitantes cuanto antes.
Pero entonces vio a una mujer alta y rubia, despampanantemente atractiva, y se preguntó qué demonios hacía una belleza semejante en una convención de parapsicología. Seguramente acompañaba a alguno de los cazafantasmas.
Efectivamente acompañaba a alguien, pero no a un hombre. Y cuando Sam vio a su compañera, se quedó atónito. No era muy alta, un metro sesenta y cinco como mucho. Bajo su abrigo de lana se adivinaba una figura esbelta, y sus ojos eran tan negros como su larga melena. Y Sam la había visto antes…
No podía recordar dónde pero sí recordaba muy bien cuál fue su reacción la primera vez que la vio. Había contenido la respiración y el corazón se le había desbocado como si hubiera visto a una amante largamente desaparecida. No recordaba por qué no se habían conocido entonces, aunque eso ya no importaba.
No creía en los fantasmas ni en la reencarnación, y tampoco en el destino. Pero por nada del mundo dejaría pasar la segunda oportunidad que se le presentaba para conocer a aquella mujer.
—¿Estás viendo lo mismo que yo?
Carrie miró con irritación a Erin, cuya enorme maleta les hacía ocupar los últimos puestos de la cola. Estaba agotada, hambrienta e impaciente por comprobar la conexión a internet.
—Sí, ya lo veo. El hotel es precioso y tiene una gran chimenea.
—Eres la peor viajera que existe. ¡No sé por qué me molesto en seguir viajando contigo!
—La verdad, yo tampoco lo sé.
Erin agarró a Carrie por los hombros y la giró hacia el mostrador.
—Me refiero a eso —le susurró en voz baja.
Lo único que veía Carrie era a dos hombres ocupándose de las reservas. Uno tenía una espesa mata de pelo gris y Carrie deseo que levantara la mirada para poder comprobar si su rostro hacía honor a las canas. En cuanto al otro hombre, no tenía por qué levantar la mirada. Ya lo estaba haciendo. Y la miraba a ella. Sin pestañear y con la boca abierta. Carrie se ruborizó y pensó que debía de estar mirando a Erin. Todo el mundo miraba siempre a Erin.
—Deberías sentirte halagada —le dijo a su amiga.
—¿Yo? Eres tú a quien está mirando, idiota.
Carrie volvió a mirar al hombre y comprobó que, efectivamente, la estaba mirando a ella.
—¿Pero qué demonios…?
—¿Lo ves? —le susurró Erin sin apenas mover los labios—. Tranquila, ya no está mirando.
—¡Qué extraño! —dijo Carrie, arriesgándose a mirar de nuevo hacia el mostrador—. Seguramente me haya confundido con otra persona, alguien a quien conocía.
—O puede que se haya quedado pasmado con tu belleza y se haya enamorado perdidamente de ti nada más verte.
—Esa posibilidad es tan disparatada como la de ver a un fantasma.
Las tres personas que las predecían en la cola y la cuarta que tenían detrás la miraron con expresión horrorizada.
—Sólo estaba bromeando —se excusó Carrie con una mueca.
Erin sacudió la cabeza y suspiró.
—No te puedo llevar a ninguna parte…
Carrie se arrimó a su amiga y mantuvo la cabeza gacha, maldiciéndose por ser una bocazas. No había aguantado ni dos horas sin burlarse de aquella gente. Y ni siquiera se habían registrado aún en el hotel…
Se obligó a mantener la boca cerrada mientras escuchaba las conversaciones de los huéspedes con el recepcionista. Más que conversaciones, eran comentarios de asombro y curiosidad sobre los fantasmas que habitaban en el hotel. El recepcionista parecía absolutamente convencido de que el hotel estaba encantado y que las apariciones eran auténticas. Según él, sólo había que estar en el lugar y el momento adecuados.
Para Carrie, lo único que se podía demostrar científicamente en aquel lugar era que la creencia en fantasmas no distinguía entre edades, razas ni posición social. Pero aquello, en vez de inquietarla, hizo que se alegrara por Erin. Su amiga tenía allí a muchas personas con las que compartir su pasión por lo sobrenatural, y había algunos hombres muy atractivos. Como el hombre del mostrador, por ejemplo, a pesar de su forma tan descarada de mirarla.
Un comentario a sus espaldas sobre lo que pintaba una persona incrédula en un lugar como ése hizo que Carrie volviera a avergonzarse por su actitud. Para la hora de la cena todo el hotel sabría lo que pensaba ella de los fantasmas.
Cuando le llegó el turno para rellenar su ficha, estaba más preocupada por el inevitable desprecio que se había ganado entre los demás huéspedes que por el hombre del mostrador.
Pero dos segundos después ya se había olvidado de sus preocupaciones.
Sam Crider era alto y robusto, un metro ochenta y cinco por lo menos, e iba vestido con unos vaqueros y una camisa de franela. No se parecía en nada a los hombres con los que se relacionaba, principalmente dibujantes de cómics y locos de la informática que sólo vestían camisetas con logos absurdos y pantalones holgados. Crider tenía el pelo castaño, más largo que corto y ligeramente despeinado. Sus ojos eran penetrantes y expresivos, de un intenso color avellana, y al verlo de cerca ya no le parecía tan aborrecible, a pesar de su firme creencia en los fantasmas y su manera de mirarla.
Curiosamente, antes de que Carrie hubiera acabado de rellenar su ficha, Crider dejó a su compañero a cargo de la recepción y rodeó el mostrador.
—¿Son éstas sus maletas?
Carrie miró su equipaje y se dispuso a aclararle que no llevaba ningún artefacto para cazar fantasmas, pero en el último segundo se lo pensó mejor.
—Sí.
—Voy a por el carrito. Enseguida vuelvo.
Mientras iba a recoger el carrito junto al ascensor, Erin le entregó su ficha al tipo canoso y se volvió hacia Carrie.
—Esto se pone interesante… ¿No te parece que es perfecto?
Carrie no necesitaba preguntarle a qué se refería. La otra razón por la que había accedido a acompañarla en aquella ridícula expedición era la Regla Número Uno, que habían establecido en su primer viaje juntas. Erin y Carrie habían decidido que, siempre que estuvieran solteras y sin compromiso, podían tener las aventuras que quisieran en todos los viajes que hicieran. Aventuras de una o más noches sin ataduras, riesgos ni complicaciones de ningún tipo. Tan sólo placer y diversión, justo lo que Carrie más necesitaba.
Dos meses después de haber reservado aquel viaje, Carrie seguía lamentando su ruptura con Armand. Era absurdo, insano y completamente irracional, de manera que había aceptado sin dudarlo la sugerencia de Erin para buscarse a alguien que la ayudara a animarse.
—¿Tú crees? —le preguntó a Erin, mirando a Sam Crider a través del vestíbulo. Tenía que admitir que era perfecto para quitarse las penas.
—Y tanto que sí. Pero no vayas a fastidiarlo todo. Ese hombre es el dueño del hotel y cree en fantasmas.
Ahí estaba el fallo. Siempre había un fallo… Pero en cualquier caso era demasiado pronto para pensar en ello. Sus miradas no tenían por qué significar nada. Aquel hombre podía estar casado y ser padre de siete críos.
—¿Se supone que tengo que darle propina si me ayuda con el equipaje?
—A mí no me preguntes. Yo siempre doy el doble de lo que debería. Tú eres siempre la más sensata.
—No me estás ayudando nada.
—Bueno, si no te hubieras granjeado la enemistad de todos, podrías habérselo preguntado a alguien.
—Tienes razón. Me parece que voy a pasar mucho más tiempo en mi habitación de lo que tenía pensado.
—Oh, no, no, de eso nada. Esta noche vas a cenar y a confraternizar con el resto. No pienses que vas a librarte.
Carrie frunció el ceño, pero Erin no le hizo caso y se apartó justo cuando volvía el hombre con el carrito.
Agarró en primer lugar la maleta de Carrie, pero ella lo detuvo.