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¿Cuánto tardarían en colgar el cartel de «No molestar»? Había un rumor en Manhattan que afirmaba que el hotel de Piper Devon estaba pensado para que los clientes vivieran las pasiones más desenfrenadas. Sus habitaciones eran románticas y en ellas había desde sábanas de seda a juguetes y vídeos eróticos. Lo cual no encajaba con el reputado imperio hotelero de los Devon. Trace Winslow, abogado de la familia Devon, se alojaba en el hotel con el fin de vigilar todo lo que allí ocurriera. Su misión era controlar a la sexy Piper… pero no tardó en hacer uso de los servicios del hotel… junto a ella.
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Seitenzahl: 220
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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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Planta 18
28036 Madrid
© 2006 Jo Leigh
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El hotel del placer, Elit nº 429 - octubre 2024
Título original: Hush
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. N ombres, c aracteres, l u gares, y s i tuaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741539
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Si te ha gustado este libro…
—Bienvenidos al hotel Hush.
Piper Devon contempló a la muchedumbre de fotógrafos y periodistas que se habían congregado frente a ella para asistir a la presentación de su nuevo y flamante hotel. Los destellos de los flashes se sucedían mientras permanecía de pie en la plataforma que habían instalado en uno de los extremos del vestíbulo, pero ni siquiera parpadeó. Había crecido bajo la mirada de los paparazis, y por primera vez en su vida tenía ocasión de aprovecharlos para algo útil. Para su pequeño. Para su hotel.
—Eh, Piper —dijo uno de los reporteros del New York Post—. ¿Qué pasa con el sexo?
Ella rio. Fue una risa claramente fotogénica, pensada para las cámaras.
—Controla tus impulsos, Josh —dijo, inclinándose lo suficiente para que admiraran su escote—. Por lo menos, hasta que subamos a las habitaciones…
El gesto obtuvo la respuesta que pretendía. Esta vez necesitaba a la prensa amarilla; necesitaba que extendieran el rumor de que el Hush iba a ser el lugar más apasionante de la ciudad, de que aquel era el lugar de moda en Manhattan.
Tras muchos años de estar sometida al escrutinio público, había aprendido que el sexo vendía. Vendía mucho. Y ella era la portavoz ideal.
—¿Tu padre lo aprueba, Piper?
Ella no dejó de sonreír.
—No se puede decir que mi padre sea exactamente el tipo de persona en el que estaba pensando al abrir este hotel.
Los periodistas reaccionaron con más risas.
—¿Y en qué clase de personas estabas pensando?
Ella miró al reportero del Canal 7 y parpadeó.
—En cualquiera que comprenda que Manhattan es para los amantes. Las personas que vengan al Hush querrán explorar su sexualidad. En compañía de algún ser querido, por supuesto, pero también habrá espacio para los aventureros solitarios.
—¿Vais a poner un vibrador en cada habitación?
—Mejor un vibrador que un gorro de baño. ¿No te parece, Elizabeth?
Los periodistas volvieron a reír. Las cosas estaban saliendo extraordinariamente bien.
—Si todavía no tenéis un folleto, podéis recoger uno de camino a los ascensores —los informó—. Ahora nos dirigiremos al piso veinte, a las salas de masajes. Pero os prometo que no empezaré sin vosotros.
Los empleados del hotel, todos vestidos con esmoquin negro y pajarita, llevaron a los periodistas hacia los cuatro ascensores.
Piper se estremeció por el sentimiento de anticipación, mientras los fotógrafos se alejaban. Llevaba mucho tiempo soñando con aquel momento, y por fin lo había conseguido. El hotel no podía ser más elegante. La superficie lacada del mostrador de recepción, idéntica a la de la pared del fondo, donde se veía un neón estilo art decó con el nombre del hotel, era perfecta. Todos los muebles, encargados a artesanos, habrían encajado a la perfección en un gran salón de la década de 1920. Y los cuadros, pintados por artistas como Erte y Bernard Villemot, eran el plato fuerte.
Nadie que entrara en aquel establecimiento lo confundiría con uno de los hoteles Devon. No se parecía nada al Orfeo, el hotel insignia y sede de la corporación de su padre, cuyo exceso de opulencia daba náuseas. No, aquel era un hotel para gente joven y elegante. Para los ricos. Para la gente apasionada.
Bajó del podio, preparada para la siguiente parte de la presentación. Janice Foster, gerente del hotel, se acercó a ella y aplaudió, muy animada.
—Les ha encantado. Esto es fabuloso… He oído al reportero de Vanity Fair diciendo que iba a reservar habitación para todo un fin de semana.
—¿Y por qué no les iba a gustar? —preguntó Piper, tomándola del brazo, mientras se dirigían a los ascensores—. Dentro de una semana no habrá una sola persona mayor de edad que no haya oído hablar del Hush.
—¿Cuándo vas a ver a Leno?
—Dentro de diez días.
—¿Por qué no le llevas una cestita con algunos ejemplos de nuestros servicios?
—Una idea excelente. Pero todas tus ideas lo son.
Janice rio. Era muy joven para ser gerente, pero muy buena en su trabajo. Piper se la había robado al hotel Hard Rock de Las Vegas; le había salido caro, pero su sueldo merecía la pena. Janice sabía mimar a los famosos, que a fin de cuentas eran el principal objetivo del Hush. Por supuesto, muchos de ellos recibirían una buena suma, al menos al principio, pero su presencia serviría para que los clientes normales pagaran lo que fuera con tal de estar a su lado.
Subieron a uno de los ascensores y Piper aprovechó la ocasión para ahuecarse el pelo. Le gustaba el nuevo corte. Durante años lo había llevado largo, alisado y generalmente teñido de rubio. Todavía lo llevaba rubio, pero más claro, y de punta en los sitios adecuados.
—Dividamos a los invitados —dijo, mirando a Janice—. Llévate a la mitad a las salas privadas y yo llevaré al resto a los baños de barro.
Janice se alisó la falda negra. No llevaba uniforme como el resto de los empleados, pero había optado por los mismos colores. Su blusa estaba lo suficientemente entreabierta como para dejar ver una leve parte de su sostén de encaje.
—Muy bien.
El ascensor se detuvo y de inmediato se encontraron ante otra sesión de fotografías.
Tardaron varios minutos en dividir a los invitados. Piper sabía que más tarde tendría que acompañar también al grupo de Janice, puesto que a fin de cuentas ella era la estrella de la atracción. La reina de las fiestas salvajes, la amante de estrellas del rock. Todo el país estaba loco por ella. Y quedaba tan bien en las fotografías y en televisión, que a nadie le importaba que fuera algo más que una simple imagen.
Pero ya no le molestaba; al menos, en lo relativo a la prensa. Ciertamente le habría gustado que su padre y otras personas cercanas supieran ver más allá de la apariencia. Sin embargo, estaba tan contenta con la inauguración del Hush, y tan convencida de su éxito, que en ese momento le daba igual. Lo había conseguido, y sin ayuda de nadie.
—¿No vas a darte un baño de barro, Piper? —preguntó un periodista.
Ella rio. Y ni siquiera puso gesto de hastío.
—Esta noche no, Jack. Pero llámame dentro de un par de semanas y veremos lo que se puede hacer.
—Te tomo la palabra…
—Yo esperaba que en un baño de barro me tomaras otra cosa… —se burló.
El ácido comentario encantó a los periodistas. Piper se preguntó si no se cansaban nunca de esas tonterías y supuso que sí; pero no aquella noche.
Aquella noche era Piper en estado puro, la coqueta, el escándalo en tacones altos. El viernes, su cara estaría en todas las portadas de las revistas del corazón estadounidenses, y tal vez también en Europa. Además, se aseguraría de aparecer en revistas más serias como Vanity Fair, CQ y Style.
Cuando los dos grupos se reunieron de nuevo en el vestíbulo de la zona de masajes, Jason Newman, corresponsal de Rolling Stone, preguntó:
—¿Dónde está Logan?
—No lo sé. Pero aquí, no.
—¿Por qué no?
—Tengo entendido que sigue de gira. ¿Qué pasa, Jason, es que no lees tu propia revista?
Él periodista la apuntó con un dedo a modo de recriminación, pero lo hizo con buen humor. Aunque Jason y ella se conocían desde hacía años, él no perdía ocasión de buscarle problemas.
—¿Todavía estáis juntos?
—Todavía estamos… algo.
—Vamos, Piper, sácanos de dudas…
—Ahora estamos jugando en mi campo, querido. Y esta noche solo pienso hablar del hotel.
—No es justo…
—Ya, bueno, la vida es injusta. Y ahora, ¿queréis sexo, o no?
Todos aplaudieron con entusiasmo y Piper se anotó otro punto. En realidad estaba harta de Logan Barrister y habría dado cualquier cosa por no tener que volver a ver su cara de chupatintas. C’est la vie. Y eso que Logan no era el peor de la jauría.
—Vamos al piso diecinueve, amigos —dijo, mientras los llevaba de nuevo a los ascensores—. Y preparad las cámaras.
—¿No vais a ofrecernos nada de beber?
Piper supo quién había hecho la pregunta sin necesidad de mirarlo.
—Supongo que debes de ser tú, Ted…
Ted Staple, del Daily News, estaba más interesado en los bares que en ninguna otra cosa.
—Acertaste, preciosa.
—Bajaremos al bar en cuanto terminemos nuestro pequeño recorrido.
—Entonces, acabemos de una vez… —bromeó Ted.
Quince minutos más tarde ya habían conseguido reunirlos a todos en el piso diecinueve. Para la demostración de la noche habían elegido uno de los áticos más grandes, la suite Haiku, diseñada por Zang Toi, todo un lujo asiático.
Piper se acercó al ventanal, que ocupaba toda una pared del suelo al techo, y se dirigió a los invitados.
—Además del equipo de televisión de pantalla plana y del equipo de sonido, tenemos cien canales normales y diez de alta definición especialmente pensados para el hotel.
—¿Y qué programación dan esos canales, Piper?
Ella sonrió de forma seductora.
—El mejor erotismo del mundo. Todo y para todos los gustos posibles. Y por si eso fuera poco… tenemos una selección de vídeos personalizados para nuestros clientes.
—¿Cómo sabréis lo que les gusta?
—Mediante cuestionarios. Muy específicos, por cierto.
—¿Podemos ver algún ejemplo?
—De los vídeos, no. De los cuestionarios, por supuesto que sí. En cuanto hagáis una reserva.
Piper caminó entonces al dormitorio y añadió:
—Las alfombras son persas y están hechas a mano, y todos los muebles y objetos de decoración son dignos de un museo. Así que procura no tirar nada, Ted.
Ella esperó a que terminaran de reír. En cuanto se tranquilizaron, siguió hablando.
—Las paredes están tapizadas con seda; y los armarios, revestidos con madera de plátano.
—Ya, ya, pero volvamos al sexo…
—Está bien, de acuerdo… —dijo, mientras se inclinaba para abrir el cajón de la mesilla—. En lugar de los folletos que generalmente llenan los cajones de los hoteles, nosotros ofrecemos una edición bellamente ilustrada del Kamasutra y una selección de aceites lubricantes.
Acto seguido, se dirigió al armario y lo abrió. Los periodistas se habían quedado tan callados que podría haber oído el vuelo de una mosca. Era justo lo que pretendía. En lo relativo al sexo, nadie era inmune.
—Este es el baúl de los juguetes. De nuevo, con objetos para todos los gustos —dijo, mientras extraía un látigo—. Y si alguno de vosotros tiene intención de hacer una crítica negativa de mi hotel…
Piper restalló el látigo contra una de sus propias piernas y el fuerte sonido reverberó en la sala. Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular el dolor. No sabía que doliera tanto.
Pero al menos había llamado su atención.
Tardó media hora más en enseñarles los secretos de la suite: el resto de los juguetes, el enorme jacuzzi, los libros eróticos, la selección de vibradores y disfraces… Y por fin, llegó el momento de bajar al bar.
Una vez más, Janice y Piper esperaron a tomar el ascensor en último lugar. Pero esta vez no bajaron solas, así que no tuvo ocasión de hablar con ella. Cuando llegaron al vestíbulo, observaron que los periodistas ya habían localizado el bar y Piper decidió aprovechar para mantenerse un rato al margen y descansar un poco. La velada aún no había terminado y no volvería a estar sola hasta altas horas de la madrugada.
En el preciso momento en que se quitaba uno de sus zapatos, diseñados por Manolo Blahnik, lo vio.
Los latidos de su corazón se aceleraron y su sonrisa titubeó, aunque solo durante unos segundos. Debía haber imaginado que aparecería. Por una parte, trabajaba para su padre; por otra, quién mejor para hacer el trabajo sucio de Nicholas Devon que Trace Winslow.
Como en tantas otras ocasiones, se preguntó qué tendría aquel hombre para afectarla tanto. No recordaba cuándo habían mantenido una conversación civilizada por última vez. Él no hacía esfuerzo alguno por ocultar su desprecio y ella no perdía ocasión de insultarlo. Al fin y al cabo se lo ponía muy fácil. Trace no se había molestado en intentar conocer a la verdadera Piper. Y nunca lo haría.
—Hola, Piper.
Ella le dedicó la mejor de sus sonrisas y se alegró de haberse puesto el jersey de Versace que hacía que sus senos parecieran enormes.
—Hola, Trace —dijo, mientras avanzaba hacia él—. Espero que te quedes un rato. Me gustaría enseñarte el hotel.
Él la admiró de los pies a la cabeza, sin disimulo.
—Magnífico.
—¿Cómo? —preguntó, sorprendida.
Piper no esperaba aquella respuesta.
—Voy a quedarme hasta finales de semana. Supongo que traerán mi equipaje en cualquier momento… Por cierto, me ha extrañado observar que no tenéis botones.
—Es que todavía no hemos abierto.
Él asintió.
—Bueno, no importa. Dejaré el equipaje tras el mostrador de recepción mientras me enseñas el hotel. Espero que tengas alguna habitación libre.
—Espera un momento. ¿Qué has querido decir con eso de que vas a quedarte aquí?
—Lo que he dicho.
—No recuerdo haberte invitado.
—No, pero sabía que me recibirías con los brazos abiertos.
—Oh, vamos… tal vez con una espada desenvainada.
Trace se acercó a ella con su metro ochenta y seis de enorme elegancia, y tan pagado de sí mismo que deseó abofetearlo. Le gustaba invadir su espacio, condenarla al aroma de su colonia Platinum Egoiste y al descarado desdén que siempre estaba tan presente como sus perfectos cortes de pelo.
—He venido a ayudarte, Piper.
—¿A ayudarme? No seas absurdo.
—Es verdad. Voy a quedarme toda la semana para conocer el hotel a fondo y echarte una mano.
—Ya. Como si ahora te preocupara mi bienestar.
—Pues será mejor que lo creas.
—Y si te disgusta lo que ves, ¿qué piensas hacer? ¿Ir llorando a ver a mi padre para decirle que no soy digna hija suya?
—Exacto.
—Si eso me importara, no habría abierto este hotel.
Él se encogió de hombros.
—Sinceramente, te sugiero que lo pienses bien.
Ella tomó aliento y contuvo su impulso inicial de alzar la voz. No podía perder la calma. El lugar estaba lleno de periodistas y querían que informaran del hotel y de su trabajo, no de las evidentes divergencias en el seno de la familia Devon.
—¿Por qué? —preguntó con absoluta tranquilidad.
—Porque si no lo haces, mi queridísima heredera mimada, te van a cerrar el grifo. Completamente. Y dejarás de tener acceso a todos esos millones de dólares de tu padre.
Piper lo miró con sus grandes ojos azules y él no fue capaz de disimular su sonrisa. Le había dado una buena sorpresa. No se le había ocurrido que su papaíto fuera capaz de negarle el dinero. Estaba muy mimada y las cosas le habían resultado demasiado fáciles. ¿Qué podía importarle que su actitud avergonzara a su padre y dañara la imagen de la familia? Solo pensaba en divertirse. Hacía lo que fuera con tal de salir en las portadas de las revistas del corazón.
—¿De qué diablos estás hablando? —preguntó ella, con voz mucho menos calmada.
—Creo que me has entendido perfectamente bien. Nicholas no está nada contento. Y puesto que él controla el dinero, puede hacer lo que quiera con tu herencia.
—¿Y no podía molestarse en venir a verme para decírmelo cara a cara?
—Créeme, no te habría gustado que lo hiciera —respondió—. Te estoy dando una oportunidad, Piper.
—¿Una oportunidad? Claro, Trace, ¿y qué más piensas hacer? ¿Contárselo a la prensa para montar un escándalo? Eso les encantaría.
—Solo pretendía darte la ocasión de que me explicaras tus planes con el hotel, pero veo que es inútil. Sin embargo, ya que estoy aquí, me tomaré una copa. ¿Me acompañas?
—Preferiría comer gusanos, francamente. Además, tengo trabajo que hacer —declaró—. Hazme un favor, Trace; búscate alguna nenita que te guste y mantente lejos de mi camino.
—Te comportas con demasiada insolencia para estar a punto de probar lo que se siente al ser pobre.
—Tengo trabajo —insistió ella—. Ahora no puedo perder el tiempo contigo.
—¿Y más tarde?
Piper avanzó hacia el mostrador y se situó detrás. Él la siguió lentamente y contempló el vestíbulo. Era bonito, muy bonito. Ni el propio Nicholas habría imaginado que estaba en un hotel específicamente pensado para relaciones sexuales.
Cuando llegó al mostrador, ella estaba escribiendo algo en el ordenador. Ni siquiera levantó la mirada.
En ese momento apareció una atractiva pelirroja, que miró a Trace con curiosidad y dijo:
—Piper…
—Espera un momento, Janice. Ahora estoy muy ocupada.
—Está bien…
La pelirroja sonrió a Trace y desapareció en el bar.
Él pensó que tal vez había encontrado a alguien con quien hablar. Sin embargo, estar con Piper le parecía más divertido; sobre todo ahora, cuando se encontraba en posición de ventaja. Jugar con ella era un placer, aunque lamentaba que solo fuera una niña mimada.
—Aquí tienes —dijo ella de repente, mientras dejaba una tarjeta electrónica en el mostrador—. Puedes quedarte esta noche. Ya hablaremos mañana.
Él se guardó la tarjeta en el bolsillo de la camisa.
—¿No vas a darme trato especial? —preguntó en tono de burla.
—Tan especial como de costumbre. Siempre te rechazo.
—Touché. Aunque te lo he puesto demasiado fácil…
—Bueno, puedes quedarte toda la noche ahí y pensar en algo mejor.
Piper se alejó y él disfrutó con la vista. Llevaba ropa maravillosamente ajustada. No le extrañaba que la prensa la adorara. Era impresionante, y a los veintisiete años estaba más bella que nunca.
Se dijo que no le importaba. A pesar de su belleza, le parecía una niñata malcriada que se comportaba como si fuera un regalo de Dios. No se preocupaba por nadie; hacía lo que le apetecía, sin pensar en las consecuencias.
Pero si no corregía radicalmente su actitud, la despreocupada existencia que había llevado estaba a punto de terminar. Solo esperaba, por su bien, que hubiera entendido el mensaje. Piper no sabría vivir sin dinero. La habían criado con cucharas de plata.
Aburrido, Trace decidió dirigirse al bar. Iba a estar allí toda la semana, así que tendría muchas ocasiones de pensar en Piper.
Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. No podía creer que su padre estuviera a punto de cortarle la financiación. A fin de cuentas se había limitado a inaugurar un hotel; no era como si se dedicara a prostituirse en Times Square. Ciertamente había aplicado un nuevo concepto, uno que no tenía nada que ver con la cadena de hoteles Devon, pero solo pretendía hacer lo que le gustaba e intentar renovar el sector.
Por otra parte, las condiciones de su fondo familiar no decían nada sobre el decoro. Su trabajo consistía en ganar dinero y estaba segura de que el Hush lo daría. Su padre no podía hacerle algo así; no podía. Era su única hija.
Supuso que Kyle estaría relacionado con la jugada y lo maldijo. Su hermano siempre había sido un avaricioso, y se pasaba la vida haciéndole la pelota a Nicholas.
Los dos habían nacido cuando su padre ya tenía cierta edad. Nicholas había conocido a Alicia, su madre, justo cuando él acababa de cumplir los cuarenta. Ya había estado casado antes, y cuatro veces, pero Alicia resultó ser la mujer de su vida.
A lo largo de los años le habían contado muchas veces cuánto deseaban tener hijos; de hecho, se lo habían repetido tanto que ya no soportaba la historia. Pero Nicholas era un hombre de la vieja escuela y se concentró totalmente en Kyle, al que mimó en exceso; era el varón y quería que heredara sus negocios, aunque la elección lógica, por carácter y talento, habría sido ella. Así que su hermano seguía viviendo en el hotel Orfeo, haciendo todo lo que su padre le decía y esperando el momento de su ascenso al trono, tan canalla como el propio Nicholas.
Piper entró en el Erotique, el bar del Hush, y echó un vistazo a los invitados. Todo el mundo se estaba divirtiendo, así que adoptó la mejor de sus sonrisas y volvió al trabajo. Llamar la atención y conseguir titulares era su especialidad. Nadie lo hacía mejor que ella, y no estaba dispuesta a permitir que ni Trace ni sus amenazas le arruinaran el proyecto.
Además, ya encontraría la forma de lograr que su padre aceptara el Hush. No en vano, era una Devon.
La noche transcurrió entre entrevistas y champán. Lamentablemente, Trace no desapareció de su vista; cada vez que se giraba, allí estaba él, bebiendo, riendo, charlando con alguna mujer. Y cuando sus miradas se encontraban, sonreía como si estuviera en la cumbre del mundo.
Lo odiaba.
¿Qué podía haber visto en él? Era artero, retorcido y otras muchas cosas igualmente malas para las que en ese momento no pudo encontrar definición adecuada porque había tomado demasiado champán.
Y encima le había dicho que solo quería hacerle un favor. No podía creer que fuera tan cínico. Trace estaba deseando que fracasara.
—Son artefactos de lo más interesante. ¿Los has probado?
—¿Cómo?
Piper volvió a la realidad y miró al periodista del Enquirer que acababa de dirigirse a ella.
—Perdona, estaba distraída y no te he entendido. ¿Qué me has preguntado? —continuó ella.
—Que si has probado los juguetitos que nos has enseñado antes —respondió.
Ella sonrió.
—No, esos no.
El periodista pareció decepcionado, pero recuperó el ánimo en cuanto tomó un poco más de champán.
—¿Me disculpas?
Dio una rápida vuelta por el Erotique. Le parecía realmente bonito. Casi todos los invitados se habían congregado alrededor de la barra circular del bar, y la luz rojiza de la sala resultaba tan sexy como cómodos y elegantes los taburetes.
Después, se dirigió hacia el cuarto de baño y pasó una mano por el respaldo de cuero del único sillón que estaba vacío, mientras admiraba la moqueta. Era un local magnífico y tendría tanto éxito que se llenaría noche tras noche.
Sonrió, encantada, y saludó con aires de princesa a todos los invitados que se cruzó en el camino del servicio. Pero al abrir la puerta, vio que estaba lleno de gente y giró en redondo para ir al ascensor y subir a cualquiera de los cuartos de baño del primer piso.
Cuando por fin llegó a su objetivo, aspiró el aroma a espliego y se relajó con la tranquilidad y belleza que la rodeaban. Luego, se sentó en una de las banquetas, junto al largo lavabo de mármol, y lamentó no llevar encima el bolso. Necesitaba retocarse el carmín.
Ya no tenía remedio, así que se miró en el espejo sin la sonrisa que dedicaba a la prensa, sin pose alguna, solo ella. Tenía un problema grave. Sabía que el Hush iba a ser un éxito y que se convertiría en uno de los hoteles más en boga de Manhattan. Pero no era tonta, quería su herencia. Era mucho dinero, y aunque dijeran que el dinero no podía comprar la felicidad, se acercaba bastante.
Aunque la idea de mandar a su padre al diablo resultaba muy tentadora, habría sido una estupidez. Estaba segura de que su padre entraría en razón en cuanto comprobara que el Hush había sido un acierto, pero podían pasar un par de años hasta entonces y necesitaba su respaldo económico para mantenerse. Debía jugar bien sus cartas, aprovechar aquella semana con Trace Winslow por mucho que le disgustara su presencia.
Por alguna razón, Trace sabía cómo sacarla de quicio y lo hacía con mucha frecuencia. Le parecía un hombre odioso; sobre todo, porque lo encontraba irresistible.
Se llevó las manos a la cabeza y maldijo su suerte. Se suponía que aquella noche iba a ser un festejo, la celebración de su victoria, pero el destino le había jugado una mala pasada.
Decidida a luchar, se miró de nuevo en el espejo y pensó que a pesar de todo era un éxito y que encontraría la forma de solucionar los problemas. Pero primero, volvería al bar y no dedicaría ni una sola mirada al canalla de Trace.
Trace la estuvo observando y pensó que estaba haciendo un gran trabajo. Iba de un lado a otro, hablando con todos los periodistas y aprovechando cualquier oportunidad para resultar encantadora. Todo un cambio en comparación con sus habituales travesuras.
¿Cuántas veces habría visto una fotografía de Piper, en situación comprometida, en las portadas de las revistas del corazón? Borracha, fuera de sí, en malas compañías, en una fiesta o en otra. Hacía cualquier cosa con tal de mantener la fama. Pero ahora se comportaba como una anfitriona perfecta, se hacía pasar por mujer adulta aunque el mundo entero supiera que seguía siendo una niña rebelde.
Pensó en la última relación que había mantenido, con el idiota de Logan Barrister. Su grupo musical podía estar en el número uno de las listas de ventas, pero él era un descerebrado. De hecho, le interesaba más la prensa que a la propia Piper. Y los habían echado tantas veces de locales de Manhattan que había perdido la cuenta.