Su compañero ideal - Jo Leigh - E-Book

Su compañero ideal E-Book

JO LEIGH

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Beschreibung

Jessica Howell, una experta en marketing, necesitaba un hombre sexy a su lado para mantener a raya a su jefe, y para ello nadie mejor que Dan Crawford. Era guapo, discreto y estaba disponible; sin duda la pareja perfecta para su nueva campaña de cosméticos. Dan aceptó fingir que estaba enamorado, pero tras compartir una noche de sexo apasionado, no tuvo necesidad de seguir actuando. Quería que el romance fuera real, pero, ¿desearía Jess lo mismo?

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Seitenzahl: 234

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2004 Jolie Kramer

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Su compañero ideal, Elit nº 424 - agosto 2024

Título original: Arm Candy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410741485

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Jessica pensó que podría marcharse en cuestión de segundos. Faltaban quince minutos para la medianoche del jueves e imaginó que ya se habría marchado el resto de los trabajadores de Geller and Patrick Inc., de modo que supuso que podría tomar el ascensor, salir a la calle y parar un taxi sin interferencia alguna. Pero se equivocó.

Owen McCabe, su jefe y antiguo mentor, salió de su despacho cuando Jessica estaba a punto de pulsar el botón del ascensor. Fue una aparición tan súbita, que se asustó y dejó caer la carpeta que llevaba encima, situación que le dio la excusa perfecta para ayudarla a recoger los documentos que se habían salido.

—¿Otra vez trabajando hasta altas horas de la noche, Jess?

—Sí, y estoy tan cansada que si pudieras devolverme esos documentos…

—Lo sé —dijo, mientras se los devolvía—. ¿Qué te parece si vamos a tomar algo? Una copa te haría dormir mejor.

Jessica tomó aliento y guardó los documentos en la carpeta.

—Gracias, pero te aseguro que no necesito nada para dormir. Sólo quiero tomar un taxi.

—¿Un taxi? No hace falta. Tengo el coche aparcado junto a la entrada.

—Te agradezco el ofrecimiento, pero no es necesario. Además, imagino que Ellen estará preocupada… Ya es muy tarde.

—Se fue a la cama hace horas —explicó—. Los chicos estuvieron de excursión y la han dejado agotada.

—En ese caso, no me extraña.

Jessica pulsó por fin el botón del ascensor y cruzó los dedos para que las puertas se abrieran cuanto antes. Mientras tanto, Owen se apoyó en la pared haciendo un esfuerzo por parecer relajado.

—Entonces, ¿ya tienes preparado lo de la semana que viene?

—Falta poco, sólo hay que dar unos últimos retoques. Pero saldrá bien. Va a ser todo un éxito.

—Sí, sé que lo será. Y todo gracias a tus esfuerzos.

—Tonterías… No soy la única responsable. Todos han trabajado a destajo.

—Cierto, pero lo has organizado tú.

Seis meses atrás, Jessica se habría sentido encantada por el cumplido de Owen. Pero las cosas habían cambiado.

En algún momento, su jefe había llegado a la extraña conclusión de que podían ser algo más que compañeros de trabajo. Y lo había hecho a pesar de estar casado y tener gemelos, a pesar de que jamás lo había animado de ningún modo y a pesar incluso de que ella no tenía ni tiempo ni ganas de salir con nadie.

De hecho, Jessica le había dado muchas vueltas al asunto. Había llegado a considerar la posibilidad de protestar o de denunciarlo por acoso, pero sabía que saldría perdiendo; además, un juicio habría sido largo y costoso y habría afectado de forma negativa a sus perspectivas laborales. En consecuencia, había preferido esperar a la presentación de la nueva línea y al éxito que esperaba cosechar con ella. Revlon estaba interesada en contratarla y además sabía que quedaba un puesto libre en Clinique, de manera que sólo tenía que soportar dos semanas más a Owen y marcharse después.

—¿Estás segura de que no quieres tomar nada? —preguntó él, cuando llegó el ascensor.

—Esta noche no. Pero te lo agradezco mucho.

Owen le puso una mano en un brazo.

—No me lo agradezcas. Sabes cuánto te aprecio.

Ella sonrió, entró en el ascensor y gimió aliviada cuando las puertas se cerraron y comenzó a descender. Aquello empezaba a ser una pesadilla. Y sospechaba que iba a empeorar.

La nueva línea, que estaría preparada en cuatro días, iba a lanzarse con una de las campañas más elaboradas y con más respuesta de los medios de comunicación en toda la historia de la industria de los cosméticos. Durante una semana, varios famosos de primer orden iban a participar en los actos promocionales programados en Manhattan, desde Rainbow Room a Central Park. Jessica era la responsable, pero por suerte contaba con un equipo de profesionales entre los que destacaba su ayudante, Marla, lo que significaba que podría dedicarse a solucionar los problemas que pudieran surgir en lugar de tener que concentrarse en los detalles.

Lamentablemente, el mayor de sus problemas era el propio Owen; y para empeorar las cosas, todos iban a alojarse en el hotel Willows durante la campaña y su jefe le había reservado una suite literalmente pegada a la suya. Aunque todavía no lo sabía, sospechaba que estarían comunicadas.

Tenía que hacer algo. Debía encontrar la forma de hacerle entender que no estaba interesada en él. Y debía hacerlo sin perder, por ello, su puesto de trabajo.

Cuando el ascensor se detuvo en el vestíbulo, Jessica saludó al guardia de seguridad y se dirigió a la salida, clavando los tacones de los zapatos en los suelos de mármol. Una vez afuera, se detuvo un momento para disfrutar de la brisa. El principio del otoño era su estación preferida, sobre todo en Nueva York. El ambiente ya no era tan cálido y húmedo y la ciudad parecía despertar otra vez; además, los días resultaban más brillantes con la promesa de las cercanas vacaciones.

Caminó hasta la esquina y paró un taxi. Calculó que llegaría a casa en diez minutos y que podría tomar una ducha, dormir tranquilamente y olvidarse por completo de Owen y la campaña hasta las cinco y media de la madrugada, cuando todo volvería a comenzar otra vez.

Por fortuna, el taxista no le dio conversación y ella pudo relajarse un poco. Todavía tenía mucho que hacer antes de la inauguración de la campaña. Su vida giraba alrededor de su trabajo y no iba a permitir que ni siquiera Owen, con su libido fuera de control, se interpusiera en su camino. Quería llegar a ejecutiva de dirección antes de cumplir los treinta años y estaba dispuesta a morir en el intento.

Por supuesto, eso significaba que tendría que aguantar a su jefe hasta el final de la campaña; y justo entonces pensó que la única manera de librarse de él sería hacerle creer que tenía novio. Sólo había un problema: Owen sabía que no lo tenía, así que se preguntó cómo podía conseguir uno antes de siete días.

Mientras pensaba en ello, contempló la calle a través de la ventanilla. El taxi se dirigía a toda velocidad a Chelsea, y al pasar ante la esquina de la Séptima Avenida con Oeste Veintiuno, vio un anuncio de Angels Escort Service, una empresa que se dedicaba a la búsqueda de acompañantes.

Jessica sonrió. Acababa de encontrar la respuesta a sus problemas. Un acompañante. Podía decir que era un viejo amigo de Harvard y sólo tendría que contratar a alguien que fuera lo suficientemente refinado como para interpretar el papel, lo suficientemente atractivo como para quedar bien en las fotografías y lo suficientemente discreto como para no contarle la verdad a nadie.

Entonces, pensó en Glen, su mejor amigo. Le extrañó que no se le hubiera ocurrido antes, pero era una solución aún más perfecta que la de contratar a un desconocido. La única persona que lo conocía en la empresa era Marla, quien siempre se había distinguido por su discreción; y por lo demás, sabía que a Glen le encantaría pasar toda una semana en el hotel Willows.

 

 

—Me encantaría hacerlo, créeme, pero no puedo. De verdad.

Jessica parpadeó, incrédula.

—Glen, por favor… Creo que no comprendes la importancia del asunto. Ese tipo me persigue a todas partes. No me lo puedo quitar de encima. Necesito que me ayudes.

—Lo sé, Jess, pero no puedo. Lo siento.

—¿Por qué?

—En primer lugar, porque tengo que marcharme a California y estaré fuera cuatro días.

—¿No puedes retrasar el viaje?

—No, es imposible —respondió con su voz de barítono.

—Maldita sea… Era la solución perfecta —dijo, desesperada.

—Bueno, puedes buscar a otra persona. Estoy seguro de que no soy el único hombre que conoces.

—No, pero eres el único con quien tengo la confianza suficiente como para pedírselo. Vamos, Glen, te lo ruego… Eres el hombre perfecto.

—Puedes seguir adulándome, pero no es posible.

—¿Y algún amigo tuyo? Tú tienes muchos amigos. Pagaría muy bien, aunque tendría que ser alguien totalmente discreto. Si se llegara a saber…

—Ahora que lo dices, creo que conozco a alguien.

—¿De verdad?

Jessica sacó la pluma que le había regalado su tía Lydia, de Bélgica, al terminar la carrera, y se dispuso a escribir sus datos.

—Sí, pero tendría que convencerlo.

—Pues convéncelo. Lo necesito, Glen.

—Está bien, haré lo que pueda.

—Gracias.

—¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Acaso has probado a decirle a tu jefe que no estás interesada en él?

Jessica rió, algo que no había hecho en mucho tiempo. Pero fue una risa amarga.

—Por supuesto que sí, y repetidamente. Sin embargo, Owen es una de esas personas que sólo oye lo que quiere. Y no me digas que lo denuncie por acoso, porque ahora no puedo hacerlo. Ya me encargaré de eso a su debido momento.

—Me lo imaginaba. Seguro que lo haces para que no te cause problemas en el trabajo.

—Haces que suene como si fuera malo…

—Tampoco se puede decir que sea bueno.

Jessica sonrió.

—Cuanto todo esto termine, te invitaré a una cena carísima en Manhattan. Tú eliges dónde y cuándo.

—Trato hecho. Y ahora, déjame en paz un rato para ver lo que puedo hacer…

—Está bien, ya te dejo…

Jessica colgó el teléfono y se recostó en la butaca para relajarse un poco. Estaba segura de que Glen encontraría a la persona apropiada, pero si no era así, siempre podía contratar a un acompañante; sabía que mucha gente los utilizaba, aunque no conocía a nadie que lo hubiera hecho.

En cualquier caso, prefería no tener que llegar a semejante extremo. Aquello era demasiado importante.

Minutos después, alguien llamó a la puerta del despacho.

—Adelante…

Marla Scott, su ayudante, entró cargada de revistas. Se acercó, las dejó sobre el escritorio y acto seguido se frotó las manos.

—He marcado todos los anuncios. Echa un vistazo al The New Yorker. Hay una columna llena de desvaríos sobre los dinerales que supuestamente nos gastamos. Es genial.

La pila de publicaciones era enorme, y aquello sólo era el principio de la campaña que iba a llenar los periódicos, las vallas publicitarias y las emisoras de radio de todo el país. Cuando terminara, no habría hombre, mujer o niño estadounidense que no conociera la nueva línea New Dawn.

Marla se sentó frente a su jefa y preguntó:

—¿Estás muy ocupada?

—Sí, pero habla de todos modos.

Marla se apartó un mechón de su rojizo cabello.

—Anoche salí con John. Ya sabes, el de Starbucks… ¿Te acuerdas de él?

Jessica lo recordaba perfectamente y se alegró por ella. Marla era preciosa, generosa, divertida y sin duda alguna la mejor secretaria que había tenido en toda su vida, pero estaba muy sola y hasta entonces había tenido mala suerte con los hombres.

—Sí, claro. Aquel tipo alto…

Marla asintió.

—Pues fue un desastre.

—Oh, no…

—Oh, sí. Me llevó a ver una obra de teatro en Broadway, y qué horror de obra: era una especie de pieza de arte y ensayo con una mujer que hablaba todo el tiempo de su regla mientras otra simulaba que se masturbaba. Lo peor que he visto en mucho tiempo.

—Pero no es culpa suya que la obra fuera mala…

—Cierto, muy cierto.

—¿Y qué pasó después?

—Que después de la obra estuvimos con los actores y resultó que la actriz que se masturbaba era una antigua novia suya. Aunque por lo visto, no tan ex.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que se besaron. Se ocultaron detrás de un cartel de Los monólogos de la vagina, pero pude verlo perfectamente.

—Oh, Dios mío.

—Y ni siquiera se molestó en pagarme el taxi de vuelta.

—Maldito canalla. Merece estar con una mujer que simula masturbarse en un escenario.

—Yo pensé lo mismo —dijo, mientras bajaba la mirada—. Pero me reí mucho con él durante la cena. Y es tan… No sé…

—Comprendo

Marla sonrió.

—De todas formas, tampoco es tan importante. Seguiré intentándolo. No pienso rendirme hasta que sea una anciana y mi casa esté llena de gatos.

—Bueno, estoy segura de que no será necesario que llegues a tanto…

—Tal vez no. Sin embargo, me alegra saber que no soy alérgica. A los gatos, claro.

Jessica negó con la cabeza y lamentó no llevar una vida social interesante para poder presentarle a alguien que le gustara. Su vida social se limitaba a la relación con Glen, que era homosexual; con su madre, que vivía en Cincinnatti, y con su casero.

—Si no quieres nada más, voy a llamar a la agencia Zephyr para comprobar que está preparado el asunto de las modelos —dijo Marla.

—No, no quiero nada más, gracias.

Marla se levantó y se dirigió a la salida. Pero antes de llegar a la puerta, se volvió y dijo:

—¿Crees que tenemos alguna posibilidad de contratar a Shawn?

Jessica se recostó en la butaca.

—Quién sabe. Desde luego, no será por dinero. Le hemos ofrecido una suma muy atractiva.

—¿Te lo imaginas? Shawn Foote en la misma habitación que nosotras… Creo que me derretiría al verlo.

—Está muy bueno, es verdad, pero sólo es un hombre.

Marla inclinó la cabeza y dijo:

—¿Sólo un hombre? ¿Sólo? Oh, vamos, es… es…

—¿Impresionante? Sí, lo sé.

Marla asintió.

—Ya me voy. Te mantendré informada.

Jessica se concentró entonces en su trabajo y olvidó a las modelos, los desastres emocionales de Marla e incluso sus propios problemas personales. Segundos después, el mundo podría haberse hundido a su alrededor y ella ni siquiera se habría dado cuenta.

 

 

Dan Crawford no sabía qué hacer.

Por una parte, podía aceptar el trabajo en Botsuana. África le gustaba mucho y no había estado allí desde hacía quince años. Además, sería todo un reto; la empresa que quería contratarlo, una multinacional, llevaba varios meses intentando hacerse con sus servicios de asesor. Pero la oferta implicaba un compromiso de todo un año, plazo que le parecía excesivo.

Por otra parte, podía marcharse con Zeke y participar en la carrera Baja 1000, pero eso significaba que tendría que entrenar mucho, poner a punto el coche, marcharse a Los Ángeles y por supuesto estar con Zeke, un gran amigo y una gran persona hasta que bebía, cosa que hacía con frecuencia cuando participaba en alguna carrera.

Dan miró la repisa de la chimenea, donde se acumulaban sus trofeos. El segundo puesto que había conseguido en la carrera de Baja, tres años atrás, resultaba tentador. Después, contempló el montón de libros y revistas sobre el mundo de las carreras y la topografía del circuito que había leído una y otra vez. Había invertido muchas horas de su tiempo en ello, pero ya no estaba interesado y no sabía por qué. A fin de cuentas Zeke no era tan malo; además, podía asegurarse de que no bebiera en exceso.

Se levantó de la butaca y caminó hasta la ventana. Estaba en la planta quince y podía ver perfectamente la librería de la esquina de enfrente, Villard’s Books, un establecimiento tan grande, independiente y original como sus propios gustos. Los dependientes siempre se mostraban dispuestos a ayudarlo con sus proyectos; y cuanto más alocados fueran, mejor. De hecho, entre la Biblioteca Pública de Nueva York, la librería Villard’s e Internet, podía investigar a fondo cualquier cosa que se propusiera.

Consideró la posibilidad de bajar, echar un vistazo a la sección de viajes y tomar una taza de café. Tal vez encontrara algo interesante por descubrir, o tal y como solía decir su madre, una nueva obsesión.

Se dirigió al dormitorio, pero antes de que pudiera llegar sonó el timbre del interfono de la casa.

—¿Sí, Jimmy?

—Aquí hay un hombre que quiere verlo, señor Crawford —dijo el portero, desde el vestíbulo—. Se llama Glen, si no he entendido mal.

—Ah, sí, Glen Viders. Déjelo pasar.

—Está bien.

Dan miró el interfono con curiosidad. Había conocido a Glen el año anterior, jugando al tenis, y le caía muy bien; le agradaba su sentido del humor y su buen gusto artístico. Por otra parte, le había comprado un cuadro de Lichtenstein en la galería y había pagado una suma bastante elevada por él, pero sólo se veían en inauguraciones de exposiciones y actos similares, así que se preguntó qué querría.

Minutos después, llamaron a la puerta y Dan abrió.

—Espero no llegar en mal momento —dijo Glen.

—No, en absoluto. Precisamente iba a preparar café. ¿Quieres uno?

—Sí, claro.

Dan lo llevó a la cocina y comenzó a prepararlo.

—¿A qué se debe tu visita? —preguntó.

—Tengo una propuesta que hacerte.

Dan lo miró y preguntó con desconfianza:

—¿Una propuesta?

Glen rió.

—Tranquilízate, no es ese tipo de propuesta. Es una que tal vez te agrade bastante más.

Dan sonrió, algo aliviado.

—Has conseguido despertar mi curiosidad. Adelante, cuéntame.

Glen se apoyó en la puerta de la cocina y se cruzó de brazos.

—Una amiga mía, Jessica Howell, tiene un pequeño problema…

Mientras Dan llenaba la cafetera y la ponía a calentar, Glen le contó todos los detalles. Al principio, estuvo a punto de rechazar la propuesta sin más; pero a medida que le ampliaba los detalles sobre su amiga, la encontró cada vez más interesante.

—Y dices que es una mujer brillante…

—Enormemente. Terminó entre las primeras de su promoción en Harvard, es muy lista y demasiado inteligente para perder el tiempo con ese estúpido trabajo que tiene.

—¿Insinúas que es adicta al trabajo?

—Desde luego. Sospecho que no ha salido con nadie desde que se mudó a Nueva York hace seis años.

—¿Y tendría que estar toda una semana con ella en la habitación de ese hotel?

—Bueno, no sé si tendrías que estar exactamente en su habitación, pero sí tendrías que estar muy cerca.

—Mmm…

—De todas formas, quién sabe… Es posible que consigas algo más si juegas bien tus cartas.

—¿Qué aspecto has dicho que tiene?

Glen sonrió.

—No lo he dicho, pero ya que lo preguntas te diré que es preciosa. No es alta, pero está llena de energía. Cabello de color caoba, ojos azules… En realidad es impresionante y supongo que podría volver loco a cualquier hombre si se lo propusiera.

Dan asintió. El atractivo de la mujer hacía que la propuesta resultara más tentadora, pero le interesaba mucho más su inteligencia. Estaba decidida a pagar por un acompañante, y aunque él no necesitaba el dinero en absoluto, había algo que tal vez pudiera conseguir a cambio.

—Hagamos una cosa: organiza una cita e iré a conocerla cuando a ella le parezca oportuno.

—Gracias, Dan. Creo que se va a llevar una gran alegría.

—Tal vez sí y tal vez no.

Glen se apartó de la puerta y lo miró con interés:

—¿Se puede saber qué estás tramando?

—Nada grave, sólo un intercambio… con un potencial apasionante.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Glen lo miró durante unos segundos, como intentando adivinar si finalmente aceptaría hacerse pasar por novio de Jessica.

—Muy bien, la llamaré más tarde —dijo al final.

—Magnífico.

El olor del café llenó la cocina y Dan sirvió dos tazas.

—Dime una cosa: ¿por qué no haces tú mismo de acompañante?

—Lo haría sin dudarlo, pero tengo que marcharme a Los Ángeles. Además, creo que esto funcionará mejor.

—¿Mejor?

Dan lo invitó a sentarse a la mesa y sacó la leche y un plato con pastas.

—Jessica y yo fuimos juntos a la universidad, así que la conozco bastante bien. Sé que bajo toda su ambición se oculta una gran persona y que sólo necesita subir las persianas, por así decirlo, y empezar a mirar el mundo que la rodea. Algo en lo que, según he oído, tú estás especializado.

—Sí, suena razonable —dijo, mientras se sentaba frente a él.

—Razonable e interesante. Sospecho que os llevaréis muy bien.

—¿Por qué no ha denunciado a su jefe? Hay leyes que están para defender a las personas en esos casos.

—Por lo visto, Jessica no quiere armar ruido. Piensa dar un paso adelante en su profesión cuando obtenga el éxito que espera con esa campaña.

—Comprendo. Siempre pensando en el siguiente paso, ¿eh? Pero concentrarse demasiado en un aspecto de las cosas puede provocar que no prestemos atención a otras.

—En efecto.

Glen alzó su taza a modo de brindis y dijo:

—Por las nuevas aventuras.

Dan brindó con él, pero en lugar de beber, preguntó:

—¿Por qué no la llamas ahora? Tal vez pueda tomar algo conmigo esta noche.

Glen sacó un teléfono móvil y marcó su número. Cuando cortó la comunicación, ya había organizado la cita.

Ahora sólo faltaban dos horas para el encuentro. Y Dan pensó que, si todo salía bien, sería mucho más emocionante que una carrera.

 

 

Jessica miró su reflejo en la luna del club. El tiempo no le había jugado ninguna mala pasada con el pelo, se había pintado los labios en el taxi y el traje que llevaba tenía tan buen aspecto como si se lo hubiera puesto media hora antes. Pero en cualquier caso, no importaba demasiado. A fin de cuentas sólo iba a contratar a un acompañante, aunque la situación le resultara tan extraña como para ponerla nerviosa.

Dan Crawford. Cuando Glen le había dicho su nombre, Jessica había realizado una búsqueda en Internet y se había llevado una buena sorpresa. Era uno de los asesores financieros con más éxito de todo el país y trabajaba con empresas e instituciones de todo el mundo. De hecho, supuso que cobraría sumas astronómicas y rápidamente volvió a llamar a su amigo para asegurarse de que no le había prometido nada impagable.

Entonces, Glen había dicho algo que despertó su curiosidad: que si estaba dispuesto a hacerlo no sería por dinero.

Aquello le pareció incomprensible. Si no era por dinero, y no parecía que lo fuera, no entendía por qué ni a cambió de qué querría participar en su pequeño complot.

De todas formas, sabía que estaba a punto de descubrirlo; así que sacó fuerzas de flaqueza, se colgó el bolso en un hombro, respiró a fondo y entró en el establecimiento.

El Dorian era un club muy elegante de la zona de Wall Street. Los clientes, cuyo aspecto denotaba su alto poder adquisitivo, llenaban taburetes y mesas mientras disfrutaban de sus cócteles; no se oían muchas risas, pero sí el interminable sonido de las conversaciones mezcladas, y en cuanto a la decoración, era moderna: mobiliario de metal, superficies de cobre y mesas de roble.

Avanzó un poco y echó un vistazo a su alrededor. No veía a nadie que respondiera a la descripción de Dan Crawford, pero no tardó en localizarlo. Estaba al final de la barra, solo, con mirada expectante, y su aspecto se acercaba mucho a la descripción de Glen. De unos treinta y cinco años, tenía el pelo oscuro y fuerte, ojos grandes, boca generosa y una nariz levemente grande para su cara. Como estaba sentado, no podía calcular su altura; pero evidentemente era alto. Jessica pensó que era una combinación muy atractiva en conjunto, incluso demasiado atractiva.

Aunque Glen no había utilizado ese adjetivo para describirlo, Dan Crawford era un hombre impresionante. Y enseguida pudo ver que también era encantador: cuando la reconoció, le ofreció una sonrisa perfecta que multiplicó su atractivo.

Jessica también sonrió y avanzó hacia donde estaba, entre la multitud. Él se las había arreglado para reservarle un taburete, e incluso se quitó de encima a una rubia con unos senos enormes.

—Espero sinceramente que seas Jessica Howell —dijo, en cuanto llegó a su altura.

—Lo soy.

—Me alegro, porque éste es el único asiento vacío en todo el local. Tal vez debería haber sugerido un bar distinto.

—En esta zona no hay ningún bar tranquilo.

Dan le ofreció una mano y ella se la estrechó. Era una mano grande, de largos dedos, firme y cálida a la vez.

Jessica se ruborizó sin poder evitarlo y de inmediato se alarmó por la reacción. No era propia de ella.

—Pero siéntate y déjame que te invite a algo… ¿Qué quieres tomar?

—Creo que soy yo quien debería invitarte.

—Bueno, paga la siguiente ronda si quieres. ¿Qué tomas, entonces?

—Un vino blanco, por favor.

Él asintió y se volvió hacia el camarero mientras ella se acomodaba en el taburete. Jessica no era precisamente alta y siempre se sentía incómoda en los taburetes porque le colgaban las piernas, pero mantuvo la compostura, dejó el bolso sobre sus muslos y lo miró otra vez.

De cerca resultaba aún más atractivo. Sus labios eran grandes, pero muy masculinos, y sus escasas arrugas denotaban que reía muy a menudo. Si Marla hubiera estado allí, sabría que habría hecho algún comentario sobre lo sumamente besable que resultaba.

Dan pidió una cerveza, pero no se molestó en servirla en la jarra; en lugar de eso, tomó la botella y bebió de ella, dando a Jessica una perspectiva perfecta de su nuez.

Jessica bajó la mirada. Él llevaba una camisa blanca, de seda, que le quedaba perfecta y se había remangado ligeramente, detalle que le gustó. Además, se había puesto unos viejos vaqueros que se ajustaban a su anatomía como un guante.

Dan carraspeó entonces y ella se apresuró a apartar la mirada del lugar donde la había clavado. Aquel hombre la afectaba de un modo tan extraño, que se dijo que debía de estar a punto de tener la regla; hacía mucho tiempo que no era tan consciente de la cercanía de alguien.

—Glen me ha contado tu problema.

—Sí, me lo ha dicho, pero quiero asegurarme de que lo entiendes perfectamente antes de ir más lejos.

—Lo entiendo perfectamente.

—Sólo se trata de fingir, pero pensé que Glen buscaría a alguien que necesitara el dinero. No sé qué quieres sacar tú de esto…

—Te lo diré después. Antes, cuéntame lo que pretendes.

Jessica tomó un poco de vino e intentó tranquilizarse.

—Tengo un jefe que está fuera de control y necesito que alguien se haga pasar por mi amante durante una semana. Además, estamos a punto de lanzar una nueva línea de cosméticos con una importante campaña publicitaria, así que la persona que busco tendría que estar disponible para acompañarme a los actos que sean necesarios —explicó Jessica—. Y por supuesto se tiene que comportar en todo momento como si estuviera loco por mí.

—Es más o menos lo que me había contado Glen.

—Entonces, ¿por qué te interesa? Te aseguro que he estado a punto de no venir porque no entiendo cuáles son tus intenciones. Pero Glen se ha empeñado en que viniera.