Bajo su cuidado - Arlene James - E-Book
SONDERANGEBOT

Bajo su cuidado E-Book

ARLENE JAMES

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Haría cualquier cosa para protegerla... incluso echarla de su vida Royce Lawler era guapo, misterioso y peligrosamente seductor incluso estando convaleciente. Y se suponía que la recatada y eficiente Merrily Gage iba a tener que vivir bajo el mismo techo que él, atendiendo a todas sus necesidades, pues era su enfermera particular. No tenía escapatoria. Pero tampoco la tenía el sexy padre soltero. Merrily era demasiado buena en su trabajo, resultaba demasiado fácil encariñarse con ella, desearla... necesitarla. Pero Royce jamás metería a la dulce Merrily en la pesadilla que era su vida... sobre todo desde aquella caída, que no había sido ningún accidente.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 204

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Deborah Rather. Todos los derechos reservados.

BAJO SU CUIDADO, N.º 1551 - Diciembre 2012

Título original: His Private Nurse

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1251-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

Royce se inclinó hacia delante y colocó las manos sobre la barandilla mientras contemplaba la silenciosa oscuridad. En una cálida noche de verano como aquella, lo normal era que las criaturas nocturnas cantaran a coro: grillos, coyotes, algún búho ocasional... Aquella noche, sin embargo, reinaba un silencio antinatural. Y Royce sabía la razón. Alguien acechaba ahí fuera.

Agarró con más fuerza la madera de la barandilla, que sintió sólida y fuerte bajo las palmas, y eso le proporcionó una sensación de propiedad, de permanencia. Más allá del porche en el que estaba y de la línea irregular del bosque que caía bajo la colina en la que había construido su casa, San Antonio se extendía como una colcha de retazos de luces ámbar y blancas cosidas con el sinuoso hilo de las calles y las carreteras. Muchas veces se quedaba en el porche cubierto observando aquella ciudad que amaba y de la que al mismo tiempo huía, una ciudad que había ayudado a construir, a veces incluso con sus propias manos. Aquella noche, sin embargo, su atención estaba en el bosque que tenía debajo, en las sombras misteriosas de los cedros circundados de arbustos y matorrales.

Ella estaba ahí. En alguna parte. No podía verla, pero estaba allí. La sentía. Tras tantos y tantos meses, seguía siendo sensible a la volátil presencia de su ex mujer.

Cuando los niños se iban a la cama, montaba alguna escena o entraba en crisis. Royce sabía que aquella noche no sería una excepción.

Despacio, para no despertar a su hija, cuya habitación daba al porche, se giró y bajó el primer escalón de la escalera que lo llevaría por el sendero que bordeaba la parte trasera de la casa. La suave brisa de verano provocaba que la camiseta se le pegara a la espalda, y lo mismo ocurría con los pantalones del pijama. No quería otra confrontación, pero aquella locura tenía que terminar.

Estaba completamente seguro de que ella estaba allí, observándolo, acechándolo, planeando su siguiente número, su próxima exigencia. Estaba decidida a arruinarle la vida, a castigarlo por no haber conseguido hacerla feliz, por no haber convertido sus locos sueños en realidad. Ella estaba allí, esperando su destrucción, deseándola. Su objetivo primordial era volver a sus hijos en su contra, asegurarse de que no pudiera volver a verlos, evitar la influencia de Royce en sus tristes vidas y, si no podía conseguirlo, entonces estropear cada visita, cada momento que pasaba con ellos. Porque más que el dinero, más que el poder y que tener a alguien a sus pies que le ayudara a conjurar sus miedos, lo que ella quería era borrar cualquier vestigio del amor que una vez compartieron.

Hasta que no sintió unas manos en la espalda, Royce no se dio cuenta de que, más que castigarlo, lo que quería era verlo muerto.

Capítulo 1

El dolor le atravesaba el cuerpo. En unos sitios era más intenso que en otros. Royce parecía flotar en él, dirigiendo ciegamente la atención de un foco de dolor a otro, tratando de formular un pensamiento pero sin conseguirlo. Y de pronto, unas tenazas calientes se le clavaron en la cara interna del muslo y comenzaron a separar el músculo del hueso. Oyó un grito de agonía. ¿Se trataría de un compañero de sufrimiento o era él mismo? Era él, pensó tratando de buscar la fuente de su dolor. Sentía como si le hubieran arrancado el brazo derecho, y cuando trató de moverlo lo invadió una nueva oleada de dolor.

Alguien a quien no podía ver, dijo:

—Lo tengo. Lo tengo.

Era la voz de un ángel, melódica y femenina.

Unas manos pequeñas y frías terminaron con su angustia. El dolor agudo se fue desvaneciendo. Sintió un alivio que parecía cosa de magia. Estaba flotando de nuevo, y todo su ser se concentró en las sensaciones que despertaban en él aquellas manos que subían lentamente por su muslo, provocándole calambres. Algo se despertó en él... Literalmente. Una marea de contrastes lo llevaba de un extremo a otro: Luces y sombras, frío y calor, dolor y consuelo. El alivio de la inconsciencia y la excitación sexual lo envolvían por igual.

—Ya está. ¿Qué tal? —le susurró al oído aquella voz melodiosa—. ¿Mejor ahora? ¿Han desaparecido los calambres?

Royce intentó responder, pero tenía la lengua seca y extremadamente dura y le resultó imposible.

Aquellas manos maravillosas desaparecieron. Trató de hacerlas volver, y entonces fue consciente de su debilidad. Se encontraba confundido. ¿Dónde estaba? El peso inusitado del lado derecho de su cuerpo y de la entrepierna lo obligaban a seguir tumbado. Entonces sintió que algo le rozaba los labios. Su ángel erótico no lo había abandonado. La firmeza de su entrepierna se hizo más pronunciada. Abrió la boca y sintió algo redondo.

—Dale un sorbo. Sólo un sorbo.

Aquella voz era dulce como la miel. Sobre la boca de Royce se deslizó un agua dulce y él la tragó con ansia. Tras exhalar un suspiro de alivio, entrecerró los ojos para tratar de fijar la vista.

—¿Te duele? Utiliza esto.

Le colocaron algo duro en la mano. Royce levantó la cabeza para tratar de mirar qué era pero se distrajo al darse cuenta de algo nuevo. Una cama. Estaba en una cama. Pero, ¿con quién? Trató de ponerle un nombre, un rostro, un cuerpo a aquella voz.

—Así.

Unos dedos delicados se entrelazaron con los suyos y los movieron. La neblina se disipó y Royce vio un rostro bonito y delicado, un rostro que con seguridad no había visto nunca antes. Tenía el pelo largo y oscuro colocado detrás de las orejas, y los suaves ojos verdes. La nariz fuera tal vez demasiado pequeña, y la barbilla demasiado puntiaguda. Pero la boca... Ay, la boca. Era de una perfección y una sensualidad inigualables. Era una boca para ser besada. Por él.

Sintió una punzada de calor en la entrepierna y alzó instintivamente el brazo izquierdo, porque el derecho se había convertido en una piedra. Se le cayó lo que tenía en la mano, pero él no le prestó ninguna atención. Se limitó a colocar la mano en el cuello de su ángel erótico de voz melodiosa y tacto delicado. Atrayéndola hacia sí, hundió la boca en la suya. Tenía los labios suaves y esponjosos, y se entreabrieron a su contacto. Royce hizo uso de toda su fuerza para besarla más fuerte, para saborearla. Dulce. Era muy dulce. Se agarró a aquella sensación todo lo que pudo para escapar del dolor en que se había convertido la realidad.

¿Quién era ella? ¿Dónde la había conocido? ¿Cómo se llamaba, y por qué no podía recordar? A pesar de sus esfuerzos, en el centro de su cabeza sólo había una nebulosa que le negaba todas las respuestas y que se fue haciendo más y más grande y cada vez más oscura hasta que el mundo se hizo completamente negro en medio de un fuerte estruendo.

Un pitido electrónico comenzó a sonar con regularidad. Merrily levantó la vista del mostrador en el que estaba sentada para comprobar de dónde procedía la alarma. Habitación dieciocho. Al pensar en el paciente que la ocupaba se le sonrojaron de inmediato las mejillas. Royce Lawler estaba gravemente herido. Aquel hombre atractivo con aspecto de estrella de cine era todo un seductor incluso cuando perdió la conciencia. Al parecer el pobre acababa de recuperarla por completo.

Normalmente, cuando había un paciente con tanto dolor, Merrily saltaba del asiento e iba a toda prisa a ayudarlo. Pero esta vez, a pesar de que le preocupaban las heridas de aquel hombre, esperó lo suficiente como para comprobar si había alguien más que pudiera acudir en su ayuda. Sin embargo, al girar la cabeza supo que su búsqueda era inútil. Andaban cortos de personal, y todas las enfermeras estaban ocupadas hasta límites que rozaban la locura. Antes de tener tiempo de asimilar que él no recordaría nada de lo que había pasado antes, ya se había puesto en pie.

En el poco tiempo que llevaba como enfermera de traumatología, a Merrily la habían insultado, alabado, abrazado e incluso propuesto una cita. Pero nunca la habían besado así. Nadie. El corazón se le aceleró al recordarlo: La fuerza, la posesión, la pericia... ¿Habría captado la atracción que había experimentado hacia él más como hombre que como paciente? En cierto modo había dejado de lado su habitual distanciamiento profesional cuando le desnudó la pierna y le masajeó el muslo herido para aliviarle los calambres.

Mientras abría la puerta de su habitación, Merrily pensó que teniendo en cuenta las heridas y las medicinas que había tomado para paliar el dolor, era casi imposible que recordara haberla besado. Tampoco recordaría que ella se había tropezado justo después con la papelera metálica que había al lado de la cama. Sin embargo, el pulso se le aceleró y dos puntos de color se dibujaron en la parte superior de sus mejillas, aunque tratara de sacar su lado más profesional para disponerse a atender a su paciente.

Royce apretó los dientes y se maldijo a sí mismo mentalmente. Su brazo se movió por el esfuerzo que le supuso girar su dolorido cuerpo hacia el lado izquierdo. Terminó con la cabeza apuntando hacia el suelo. Estaba atrapado por aquel aparato ortopédico que le mantenía la pierna derecha levantada varios centímetros sobre la cabeza. La escayola que tenía en el brazo y hombro derechos, aunque incómoda, al menos le permitía un mínimo margen de maniobrabilidad. Por suerte, el cable que unía su brazo izquierdo a las bolsas de suero seguía intacto. El botón para llamar a la enfermera colgaba del cordón al lado de la cama. Royce había intentado apretarlo con la cabeza pero no sabía si lo había conseguido o no.

Para colmo de males, algún estúpido había tenido la idea de colocar el teléfono fuera de su alcance, en la mesilla de noche.

—¡Señor Lawler!

Habían acudido en su rescate, pero en aquel momento la vergüenza podía más que el alivio. Mientras escuchaba el sonido de unos zuecos de goma sobre el suelo limpio, Royce cerró los ojos. Unos brazos rodearon su torso, unos brazos cortos y pequeños. Tuvo un instante de duda mientras sentía un cuerpo cerca del suyo. Se trataba de una mujer menuda y delgada. Reconoció a medias su aroma, sintió la hechura de su cuerpo. Luego ella echó las piernas hacia delante y Royce fue consciente de que lo estaba levantando. Él le rodeó la espalda con los brazos y trató de ayudarle en todo lo que pudo contrayendo los músculos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó ella.

Lo que había ocurrido era su estupidez y su impaciencia, pero Royce estaba resoplando con todas sus fuerzas y sólo fue capaz de decir:

—Teléfono.

Y después dejó caer la cabeza sobre la almohada.

Ella chasqueó la lengua y colocó el raíl de la cama en su sitio. Pero la esperada regañina no llegó. Se limitó a acomodarle y asegurarse de que no había más daños adicionales.

Pero su rescatadora no podía imaginarse cuánto daño adicional se había hecho ya y la parte de culpa que a él le correspondía. ¿Por qué no se había dado cuenta de lo cerca que estaba Pamela, su ex mujer, del punto sin retorno? ¿Por qué no se había imaginado que aquello podía ocurrir? Había sido un idiota. Tenía que hacer algo antes de que alguien más resultara herido. La lista de las personas con las que tenía que hablar inmediatamente era larga: Sus hijos, especialmente Tammy, sus padres, Dale, su secretaria, el maestro de obras, los médicos... Mentalmente trasladó a Dale Boyd, su mejor amigo y su abogado, al principio de la lista. Tenía que llegar al teléfono. Con la cabeza todavía atontada, abrió los ojos y se encontró con un rostro sorprendentemente familiar.

Así que no había sido un sueño. Su ángel era real. Mientras ella movía las manos sobre él con eficacia y profesionalidad, Royce observó que su ángel llevaba zuecos y bata blanca. Se fijó además en que era joven, demasiado joven. Casi una adolescente. Demasiado joven en su opinión para haberla besado. Aunque seguro que aquella parte sí que había sido un sueño. Sin embargo, el deseo de volver a sentir aquella boca de fresa se volvió a abrir paso en él, y le resultó fastidioso. Aquel no era el momento para complicaciones del tipo de una atracción sexual.

—¿Cómo se siente?

—Como si me hubiera caído por las escaleras —respondió él, girándose para intentar paliar el dolor insistente que tenía en el hombro.

Su voz le resultó dura y áspera incluso a él.

—Le está entrando una dosis de morfina por la vía del brazo —dijo ella comprobando las bolsas, los tubos y los monitores.

—No quiero morfina —aseguró Royce.

A pesar del alivio que sabía que le estaba reportando, no podía permitirse en aquellos momentos tener la mente abotargada.

—No sufrirá una sobredosis —le informó la enfermera con sequedad sirviéndole un vaso de agua—. La máquina no lo permitirá.

Le llevó el vaso a los labios y él bebió hasta apurar la última gota.

—No quiero morfina —repitió tras exhalar un suspiro de satisfacción—. Todavía no. Tengo que hacer una llamada de teléfono.

Ella ignoró el comentario.

—¿Sabe usted dónde está?

Royce trató de controlar su impaciencia.

—En un hospital. Pero no sé en cual.

—En el General —respondió ella haciendo alusión al más grande y más importante de San Antonio—. Habitación dieciocho. Yo soy la enfermera Gage.

—No pareces tener edad todavía para ser enfermera —aseguró Royce tuteándola.

Merrily ignoró también aquel comentario.

—¿Recuerda cómo llegó aquí?

Él movió la cabeza varias veces en gesto negativo.

—Recuerdo que me... Que me caí por las escaleras de atrás de mi casa.

—Lo trajeron en ambulancia —le informó Merrily colocándose en las orejas el estetoscopio que llevaba colgado.

Royce se fijó en que tenía las manos muy pequeñas pero con dedos largos y uñas bien arregladas. Ella le escuchó el corazón, le tomó el pulso y luego preguntó con naturalidad:

—¿Necesita vaciar la vejiga? Los médicos decidieron que no necesitaría sonda durante la recuperación.

¿Recuperación? Royce apartó aquella idea de la mente junto con la súbita necesidad de hacer lo que ella sugería. Todo lo demás podía esperar.

—Necesito hacer una llamada de teléfono. Ahora.

—Sus padres dejaron su número de teléfono en recepción. Si quiere los llamaré en cuanto terminemos aquí.

Royce cerró los ojos. Su frustración iba en aumento. No quería dejarse llevar por el resentimiento que comenzaba a surgir dentro de él, pero no podía evitar pensar que la mayoría de los padres permanecerían angustiados al lado de la cama de un hijo herido. Dejando a un lado aquel viejo rencor, trató de recuperar su habitual buen carácter para hacer valer su razonamiento.

—Mira: No quiero causar problemas, pero esto es muy importante. Si pudieras pasarme el teléfono y marcar el número por mí te estaría eternamente agradecido.

Entonces abrió los ojos, consciente del impacto que tendrían aquel par de joyas azules.

Y vio reflejado en el rostro de ella el recuerdo nítido de aquel beso. Así que no había sido un sueño. Maldición. De pronto, la necesidad de vaciar la vejiga se hizo secundaria ante otra más urgente.

Merrily dio un paso atrás, se acercó a la mesa donde estaban los monitores y se sonrojó.

—Debería descansar —dijo mientras organizaba todo con eficacia.

—No puedo —imploró él—. Hasta que no haga esa llamada, no. Por favor.

Ella lo miró y después agarró el teléfono, levantó el auricular y presionó dos teclas.

—¿Cuál es el número? —le preguntó.

—Gracias —dijo Royce exhalando un suspiro.

La gratitud lo aliviaba en cierto modo de sus necesidades físicas. Le dijo el número y giró la cabeza para poder escuchar los tonos mientras marcaba. Ella se apartó de su campo de visión y volvió a aparecer a los pies de su cama, donde clavó la vista en los dedos vendados de su pie derecho.

La secretaria de Dale contestó al instante y soltó un grito al escuchar la voz de Royce. Él le explicó rápidamente que estaba bien antes de decirle que necesitaba urgentemente hablar con su socio. La enfermera Gage se acercó para examinarle los dedos que asomaban bajo la escayola del brazo derecho, y un instante después, Dale estaba al otro lado de la línea.

—Royce, ¿cómo estás?

—Todavía sigo entre los vivos.

—¿Qué demonios te ha ocurrido, amigo? Cuando Tammy me llamó no me lo podía creer.

Royce se puso en estado de alerta.

—¿Tammy te llamó?

—Sí, justo después de que telefoneara al servicio de emergencias. Seguramente te ha salvado la vida, amigo.

Royce sintió una oleada de emoción. Cerró los ojos para luchar contra las lágrimas que amenazaban con saltársele. La pobre Tammy, atrapada entre dos padres en guerra sin saber en quién confiar, sin saber qué era una traición y qué no. Su madre había pretendido sin duda matarlo, y sin embargo Tammy lo había salvado. El inmenso amor que sentía por su hija de nueve años lo embargó durante un instante. Se aclaró la garganta y dijo con toda la suavidad de la que fue capaz:

—Es una buena niña. Siempre lo ha sido.

—Sí. Debe haber salido a ti.

Lo que significaba que todos deberían dar gracias por que no hubiera salido como su madre, Pamela.

Lo que su ex mujer les estaba haciendo pasar a sus dos hijos era suficiente para romper el corazón de Royce. Llevaba luchando contra ella por conseguir la custodia total desde que había solicitado el divorcio, dos años atrás. Parecía que por fin el caso iba a llegar a los tribunales, aunque Pamela había utilizado todas las trampas legales posibles para impedirlo. Si Royce hubiera creído por un instante que ella necesitara de verdad tener a sus hijos cerca, tal vez habría vacilado. Pero para Pamela sus hijos no eran más que un arma que podía utilizar en contra de él. Les había contado mentiras horribles con el propósito de que lo odiaran, incluso que la única razón por la que quería tener la custodia era para no tener que pagar la pensión alimenticia. Sin embargo, Royce no se había dado cuenta de lo lejos que Pamela estaba dispuesta a llegar. Hasta ahora.

—Tengo que verte, Dale. ¿Cuánto tiempo tardarías en llegar aquí?

—¿Qué te parece dentro de una hora? Tengo una conferencia en espera. Dame treinta minutos para despacharla y voy para allá.

Royce se sentía débil hasta la médula de los huesos. Así que supuso que necesitaría esa hora para recuperar fuerzas.

—Gracias. Te lo agradezco, amigo.

—No hay problema. ¿Quieres que te lleve algo?

—Sólo quiero que vengas tú.

—Claro. Una cosa, Royce...

—¿Sí?

—No sabes lo que me alegro de escuchar tu voz.

—Lo mismo digo.

Sabía que no hacía falta decir que había sentido la muerte tan de cerca que no esperaba volver a hablar con nadie ni volver a escuchar nunca más ninguna voz.

Cuando Merrily le quitó el teléfono de la mano para colgarlo se dio cuenta de que no tenía anillo de casado. El hecho de haber estado mirando si lo llevaba la desconcertó.

La certeza de que era imposible que recordara el beso que le había dado antes era lo único que le permitía seguir haciendo su trabajo.

—Sus extremidades tienen buen aspecto. Buen color, tacto cálido... ¿Ha intentado ya mover los dedos?

Aquella pregunta pareció sorprenderlo.

—No.

Royce bajó la vista hacia los pies que le asomaban al final de la cama. El movimiento fue mucho más débil de lo que Merrily había esperado, pero le puso buena cara.

—No se preocupe. Seguramente el médico querrá hacerle más radiografías, pero dada su condición seguramente traerán aquí la unidad portátil.

—¿Cuál es exactamente mi condición?

Ella lo miró directamente a los ojos para fijarse en el tamaño de sus pupilas.

—Bien. En un principio les preocupó la conmoción, pero el informe del escáner no mostró nada preocupante.

—¿Me han hecho un escáner?

—Y un tac, una docena de radiografías y una operación para colocarle los huesos de la pierna. También le han puesto el hombro en su sitio y le han recolocado el brazo.

Royce abrió mucho los ojos. Eran de un azul imposible, y probablemente los más bonitos que ella había visto en su vida. Tan bonitos como su rostro. El término «guapo» se quedaba ridículamente corto para semejante perfección masculina. Cuatro mechones dorados, que iban desde el cobre hasta el platino, le caían sobre la frente. Su rostro era el de un arcángel o el de un superhéroe salido de las páginas de un cómic. Unas tenues líneas se le dibujaban en el contorno de los ojos, indicando que aquel hombre pasaba mucho tiempo al aire libre.

—¿Algo más?

—Arañazos y contusiones. Es un milagro que no se haya roto una costilla. Se la habría clavado en el pulmón.

—Entonces, ¿no hay lesiones internas?

—Nada importante. Pero no se sorprenda si de pronto sangra un poco.

Royce asintió con la cabeza. En la frente se le marcaron algunas arrugas.

—Supongo que tengo que estar agradecido.

—Sé que duele —aseguró ella—. Si quiere puedo rebajar un poco la dosis de morfina. Le aliviará un poco sin adormilarlo.

La mandíbula apretada de aquel hombre la llevó a dar más explicaciones.

—Es mejor controlar el dolor. Si se deja que vaya demasiado lejos se le nublará en cualquier caso la mente y hará falta utilizar más medicamentos para devolverla a su estado normal.

Royce cerró los ojos y apretó con la cabeza. Merrily hizo los ajustes antes de cambiar el cable que lo unía al monitor del dedo índice de la mano izquierda al de la derecha.

—Así le resultará más fácil.

—Gracias —respondió él dedicándole una mirada que le llegó al corazón.

Merrily se inclinó para agarrar el orinal de plástico pero sólo consiguió darle una patada y meterlo debajo de la cama. ¿Qué le estaba ocurriendo? No había estado tan torpe desde que Donald Popof le preguntó si quería ir con él al baile de fin de curso. Disgustada, se puso de rodillas y sacó el orinal.

—¿Cree que podrá arreglárselas solo? —preguntó incorporándose.

Él la miró a los ojos con aire ausente, y Merrily supo que los calmantes estaban empezando a hacer efecto.

—Sí, gracias.

—Puede tumbarse sobre la cadera izquierda si mantiene el cuerpo en línea con la barra de tracción de la cama —le aconsejó con tono profesional—. Pero no deje que el orinal se llene mucho o tendremos que cambiarle las sábanas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió Royce apartando la mirada.

Merrily se acercó al lavabo y humedeció una toalla con antiséptico. Luego la dejó sin decir nada sobre la barra de la cama, al alcance del paciente.

—Regresaré dentro de unos minutos. ¿Quiere que le traiga algo?

Aquellos ojos azules se posaron de nuevo sobre ella, y en el rostro de Royce se dibujó una débil sonrisa.

—Comida.

Aquello era un buen síntoma. Merrily consultó su reloj.

—Servirán las bandejas de la cena dentro de una hora aproximadamente. Mientras tanto puedo traerle galletas, helado o chucherías.

—Nada de chucherías —respondió él dando a entender que sí se tomaría las otras cosas.

Merrily sonrió y se dirigió a la puerta, otorgándole la intimidad necesaria para hacer sus necesidades.

Capítulo 2

AsÍ que al parecer te encontró en seguida —aseguró Dale refiriéndose a Tammy, la hija de nueve años de Royce.

Royce sonrió y trató de sonreír.

—Qué suerte.