Marcado por su pasado - Un hombre rico - Arlene James - E-Book

Marcado por su pasado - Un hombre rico E-Book

ARLENE JAMES

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Beschreibung

Marcado por su pasado Maggie Cox Drake Ashton sobrevivió a una infancia carente de cariño y de cualquier privilegio para terminar convirtiéndose en un arquitecto famoso en el mundo entero. Había conseguido dejar atrás su pasado. Hasta que tuvo que regresar a la localidad en la que nació... Layla Jerome se había visto atrapada antes por el lado más oscuro de la riqueza, por lo que un hombre con dinero no bastaba para impresionarla. Cuando Drake se presentó en su pequeña ciudad como la personificación misma del rey Midas, se mostró decidida a no dejarse seducir. Un hombre rico Arlene James Al guapísimo empresario Darren Rudell le habría encantado seducir a la recatada Charlene Bellamy, pero lo único que ella quería de él era que la ayudara a adoptar legalmente a su hijo de cinco años y que le proporcionase financiación para el equipo de fútbol para niños de clases desfavorecidas que estaba intentando crear. Darren demostró ser un hombre muy generoso, pero también era obvio que había lanzado una ofensiva para conquistar el asustado corazón de Charlene... El empresario más sexy de Dallas no estaba dispuesto a conformarse con nada que no fuera el amor de Charlene. Por algún motivo, aquella pelirroja y su hijo hacían que deseara tener una familia... ¿Conseguiría que ella lo perdonase cuando se enterara de su verdadera identidad... y de su loco pasado?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 67 - junio 2019

 

© 2012 Maggie Cox

Marcado por su pasado

Título original: What His Money Can’t Hide

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

 

© 2002 Deborah Rather.

Un hombre rico

Título original: The Man with the Money

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013 y 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-999-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Marcado por su pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Un hombre rico

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ES TODO esto tal y como lo recordaba, señor Ashton?

La inocente pregunta de Jimmy, el chófer, mientras conducía a Drake a través de un lugar que no le resultaba grato, lo desgarró por dentro. Sí, el lugar en el que nació seguía siendo tan aburrido y deprimente como lo recordaba. Su memoria no le había mentido.

Miró a través de los cristales tintados del vehículo y vio los ruinosos edificios y el ambiente de desesperación que flotaba en el aire. Entonces, experimentó una sensación en la boca del estómago que se parecía mucho a las náuseas. ¿Acaso estaba loco pensando en regresar a aquel lugar cuando allí solo había experimentado sufrimiento y dolor? Resultaba increíble que él hubiera accedido a que su estudio de arquitectura aceptara un contrato del ayuntamiento de aquella localidad para construir unas viviendas de precio asequible y de una estética agradable que sirvieran para atraer nuevos residentes a la zona.

Él lo atribuía a un momento de locura. Ni siquiera podía entender por qué nadie en sus cabales querría vivir en aquel agujero. Mientras sus ojos grises observaban las deprimentes escenas que pasaban por delante de ellos, los dolorosos recuerdos del pasado se los llenaron de lágrimas.

Salió de su ensoñación y se dio cuenta de que Jimmy seguía esperando una respuesta.

–Sí, siento decir que sigue siendo exactamente igual de como lo recordaba.

–Ciertamente le vendría bien que le lavaran un poco la cara –respondió Jimmy mirándolo a través del retrovisor.

–¿Dónde te criaste tú, Jimmy? –le preguntó Drake.

–Nací y crecí en Essex. Mi familia no tenía mucho dinero, pero conseguimos salir adelante. Hubo de todo, sonrisas y lágrimas –respondió con una sonrisa.

Drake se obligó también a sonreír. Le habría gustado decir lo mismo de su infancia, pero, después de que su madre los abandonara, no había habido muchas sonrisas en su casa. Lo había criado su padre, pero lo había hecho con ira y resentimiento, lo que había enseñado a Drake a no exigir nunca demasiado. Incluso las peticiones más básicas enfurecían a su padre y lo transformaban en un ser especialmente cruel. Por eso, Drake aprendió muy pronto a ser autosuficiente y a encontrar sus propios recursos. No le había quedado más remedio.

Se inclinó hacia el asiento del conductor y le indicó con la mano.

–Detente al final de la calle principal y luego vete a aparcar, Jimmy. Acabo de ver una cafetería y necesito un café y algo para comer. También tengo que revisar algunos papeles. Dame al menos un par de horas. Luego te llamaré para que vengas a recogerme.

–Por supuesto, señor Ashton. ¿Quiere llevarse el periódico?

–Gracias.

El aroma del café actuó como el canto de una sirena. Lo hizo entrar en la cafetería que había visto al pasar. Años atrás, cuando tan solo era un niño, aquel edificio había albergado la tienda de periódicos donde su padre compraba la prensa y el tabaco y, más tarde, cuando se convirtió en un pequeño supermercado, también las latas de cerveza…

Aquel amargo recuerdo amenazaba con estropearle el desayuno, por lo que lo apartó de su cabeza con la misma precisión con la que eliminaba los e-mails no deseados de la bandeja de entrada de su correo electrónico. Entonces, se centró en la amplia selección de bollos, cruasanes y magdalenas que se ofrecía. Su estómago comenzó a protestar por el hambre.

Normalmente, desayunaba un café instantáneo y una tostada quemada porque siempre tenía prisa. Decidió que debía contratar un ama de llaves que supiera cocinar. La última que había tenido era una maniática de la limpieza, pero no sabía cocinar, razón por la que Drake la había despedido. Aquella mañana, necesitaba algo más consistente, sobre todo por lo que tenía que hacer. Fuera lo que fuera lo que sentía sobre la ciudad que lo vio nacer, consideraría aquella visita con su habitual distancia profesional. Después de todo, estaba allí para echar un vistazo imparcial. Era lo primero que había que hacer antes de empezar el trabajo con otros profesionales en la regeneración de una zona que estaba agotada y abandonada.

Al principio, había rechazado la idea cuando se le propuso. Sus recuerdos de la zona no albergaban ningún sentimiento que deseara volver a experimentar. La mayor parte de su trabajo se había realizado en el sector privado y, hasta aquel momento, Drake se había mostrado dispuesto a que siguiera siendo así. Después de todo, de ese modo se había hecho muy rico y había logrado apartarse de los rigores de su infancia y de su juventud. No obstante, había decidido aceptar aquel encargo como una especie de catarsis, como una oportunidad de borrar para siempre aquella dolorosa parte de su pasado. Además de regenerar la ciudad en la que había crecido, Drake tenía la intención de demoler la que había sido su casa y construir algo mucho más hermoso en su lugar.

Su cruel padre llevaba ya mucho tiempo muerto, pero aquel pequeño gesto ayudaría a Drake a liberarse de las ataduras que aún le unían a su progenitor. Se imaginaba enfrentándose a él cara a cara y diciéndole que, a pesar del modo tan despreciable en el que lo había tratado de niño, no le iba a permitir que siguiera marcando su vida. Sí, demolería la casa y erigiría algo en su lugar que fuera testimonio del único miembro de la familia que tenía un poco de integridad.

Ese sentimiento lo había empujado a aceptar aquel encargo y a tratarlo como cualquier otro proyecto de los que aceptaba. Tenía la intención de aplicar sus habilidades y sus conocimientos para conseguir que aquella zona se convirtiera en un lugar completamente diferente.

Hasta aquel momento, había creído que el mejor modo de enfrentarse a los tristes recuerdos de su infancia era relegarlos al pasado y tratar de olvidarlos. Eso no siempre funcionaba, pero, al menos su política de centrarse únicamente en lo que tenía delante de él lo había ayudado a conseguir logros que estaban más allá de lo que siempre había soñado…

–Buenos días. ¿Qué le pongo?

Drake levantó la vista y se encontró con el par de ojos castaños más brillantes que había visto en toda su vida. Se quedó simplemente hipnotizado. No podía pensar. La dueña de aquellos ojos era una chica de una belleza arrebatadora. Estaba vestida muy sencillamente con una camiseta granate que portaba el logotipo de la cafetería y unos vaqueros. Un delantal azul marino le ceñía la estrecha cintura. Aquellas ropas tan comunes enfatizaban aún más lo encantadora que era.

Llevaba el cabello oscuro recogido en una coleta. Sus rasgos eran sublimes. El único rastro de maquillaje que Drake podía detectar era una ligera línea oscura que le delineaba las pestañas inferiores. Le pareció muy refrescante. Muchas mujeres se visten para ir a trabajar como si fueran a salir de fiesta. También se percató de que se parecía un poco a la actriz italiana que tanto admiraba… a excepción de que la mujer que tenía delante era mucho más hermosa.

Drake no estaba en absoluto preparado para el placer que se apoderó de él. La miró fijamente y se sintió como si se estuviera ahogando en aquellos ojos. No podía apartar la mirada. Parecía un adolescente.

–Me gustaría un café largo americano, un par de cruasanes y… ¿tiene algo salado, como un panini? Hoy tengo mucha hambre.

Ella abrió los ojos como si le hubiera hecho gracia aquel comentario, pero rápidamente apartó la mirada.

–No tenemos paninis, pero le podría preparar un cruasán tostado con beicon, o incluso con huevos y beicon.

Cuando ella volvió a mirarlo, Drake vio que la sonrisa cortés que ella le ofrecía estaba muy contenida. ¿Se habría dado cuenta del efecto que había producido en él? Una mujer tan hermosa como ella debía de ser blanco de la atención de los hombres constantemente. Seguramente estaba harta de que así fuera. No era de extrañar que se mostrara tan distante.

–Creo que tomaré el cruasán con beicon.

–Está bien –dijo. Se puso a preparar el café, pero, entonces, lo miró durante un instante pasajero antes de centrarse de nuevo en la cafetera–. ¿Por qué no se sienta en una de las mesas? Yo le llevaré lo que ha pedido en cuanto lo tenga preparado.

–Claro. Gracias.

Aquella mañana de septiembre, el café no estaba particularmente lleno. Un café situado en la calle principal de cualquier ciudad debería tener más clientes para tener beneficios. Además, se había dado cuenta de que los precios que había visto en el menú eran demasiado bajos. Resultaba evidente que el dueño no sabía cómo llevar su negocio.

Frunció el ceño. De repente, se sintió culpable. Aquella ciudad no había prosperado mucho a lo largo de los años. Se dio cuenta de lo afortunado que era de haber podido escapar de la pobreza que atenazaba a la gente que vivía en la zona y que, ciertamente, no iba a mejorar dado el actual clima económico.

Se sentó por fin en un rincón y se mesó el cabello castaño claro. Una vez más, vio que su atención se veía atraída por la atractiva camarera.

De repente, la irritación se apoderó de él. Normalmente, nada le hacía apartar la atención de su trabajo, pero, en aquellos momentos, sentía deseos de centrarse tan solo en ella. Por lo tanto, no sacó inmediatamente de su maletín los planos que le habían dado en el ayuntamiento. Se limitó a examinar el periódico que Jimmy le había ofrecido, pero, de vez en cuando, su mirada regresaba irremediablemente a la camarera.

Debido a su éxito como uno de los arquitectos más famosos del país, Drake jamás se había visto privado de atención femenina, pero habían pasado ya seis meses desde que Kirsty, con la que había estado saliendo algo menos de un año, rompiera con él, tras decir de él que era muy egoísta y que estaba demasiado obsesionado con el trabajo como para cumplir los sueños que ella tenía de matrimonio e hijos. Drake no había negado aquella acusación. En realidad, le había sorprendido que duraran tanto. Normalmente, sus relaciones con las mujeres no duraban más de tres o cuatro meses.

La verdad era que a Drake no le interesaba el compromiso. Prefería tener su libertad. El único problema era que tenía una libido muy activa y no le gustaba tener relaciones solo por el sexo. La relación que había tenido con su ex no había sido perfecta, pero había echado de menos a una mujer que le calentara la cama en los últimos meses.

–Aquí tiene –le dijo la muchacha con otra cautelosa sonrisa, mientras le colocaba el café y los cruasanes sobre la mesa–. Que aproveche.

Con eso, se dio la vuelta para regresar a su puesto lo más rápidamente posible.

–¿Cómo se llama? –le preguntó Drake antes de que pudiera contenerse.

Ella se tensó visiblemente.

–¿Por qué?

–Siento curiosidad –respondió él encogiéndose de hombros.

–¿Y cómo se llama usted? –le preguntó ella en tono desafiante.

–Drake.

–¿Es ese su nombre o su apellido?

–Me llamo Drake Ashton.

–Por supuesto… –dijo ella abriendo los ojos de par en par, como si de repente hubiera caído en algo–. Usted es el famoso arquitecto que va a rehabilitar toda esta zona creando unas casas bonitas a buen precio.

–Bueno, yo solo no. Hay otras personas implicadas.

–Sin embargo, si nos podemos fiar de lo que dicen los periódicos locales, usted es el que ha atraído todo el interés. Un chico de aquí que ha llegado a lo más alto. Eso es lo que están contando.

–¿Sí? –preguntó él mientras se reclinaba sobre el sofá rojo para mirarla mejor–. Entonces, dado que yo nací aquí, justifica que esté interesado en esta zona. ¿No está de acuerdo conmigo, señorita…?

Drake recorrió la camiseta de la joven buscando una chapa que portara su nombre. No la encontró, pero no pudo apartar la mirada de los firmes y altos pechos que la camiseta roja hacía destacar.

–Las motivaciones que usted tenga no son asunto mío. Le ruego que me disculpe si ha considerado que he sido grosera –añadió. Entonces, se sonrojó un poco y se encogió de hombros–. Lo siento, pero ahora debo volver a mi trabajo.

–Aún no me ha dicho su nombre. Y, por si no se había dado cuenta, aparte de mí, solo hay otros tres clientes en este café. No es que esté demasiado ocupada esta mañana.

Ella se sonrojó una vez más.

–Me llamo Layla Jerome y, tanto si el café parece lleno como si no, tengo que volver a mi trabajo. No me limito a servir en la barra. En un café, hay muchas cosas que hacer. Dijo que tenía hambre. Pues es mejor que se tome su café y se coma sus cruasanes antes de que se le enfríen.

Sin más, ella se marchó a la barra. No ocultó su alivio cuando una clienta con un niño pequeño entró en el café.

Layla… El hermoso nombre encajaba a la perfección con su aspecto exótico. Drake sonrió y se llevó la taza a los labios antes de empezar a comer. Antes de que se marchara del café, tenía la intención de conseguir su número de teléfono. Así, conseguiría que su día fuera mucho mejor de lo que había anticipado.

 

 

Los otros tres clientes y la mujer con el niño se habían marchado ya. Sin embargo, aquel hombre seguía allí, sentado, absorto en lo que parecían ser unos planos. Layla lo sabía porque él la había llamado para pedirle otro café. Al ver que él no trataba de entablar de nuevo conversación, había respirado aliviada. Sin embargo, el seductor aroma que emanaba de él comenzó a turbarla. Desde entonces, se sentía ligeramente mareada.

La otra cosa que la había turbado había sido la mirada teñida de curiosidad y diversión que sus ojos grises le habían dedicado cuando le llevó el café. ¿Por qué había tenido que hacer eso? ¿Acaso se pensaba que ella caería rendida a sus pies tan solo porque él le hubiera dedicado una sonrisa? Le molestaba que siguiera pensando en ello, en especial porque sabía que no era así. La experiencia que tenía de los hombres como él, de los hombres ricos, guapos y seguros de sí mismos, que parecían pensar que tenían derecho de decirle lo que quisieran a las mujeres como ella, no la había ayudado a sentirse mejor en su compañía y tampoco hacía que pudiera confiar en ellos.

Desgraciadamente, había llegado a aquella conclusión de la manera más dura. Por eso había dejado su prestigioso trabajo como ayudante personal de un ambicioso broker y había regresado a su casa para trabajar en el café de su hermano Marc. Prefería la vida sencilla que llevaba en aquellos momentos.

Su cambio de trabajo había supuesto menos ingresos y también la pérdida de contactos que la hubieran podido ayudar a progresar en su carrera. Sin embargo, para Layla, lo mejor de haber dejado su vida en Londres era que trabajaba para alguien en quien confiaba. A cambio, su hermano Marc la respetaba y la valoraba, al contrario del mentiroso de su jefe, que le había arrebatado todos su ahorros con la promesa de una oportunidad para ganar mucho dinero, tanto que hubiera resuelto su vida. No había sido así.

Había perdido los ahorros que tanto le había costado ganar. La experiencia le había enseñado a ser más cautelosa. No tenía intención alguna de volver a actuar de aquel modo.

Con un suspiro, miró a Drake Ashton. Él seguía concentrado en sus planes mientras mordisqueaba el lápiz que tenía entre los dedos. Aquella imagen le hizo pensar a Layla en un muchacho haciendo sus deberes. La compasión que se apoderó de ella la sorprendió. Aquel elegante y guapo arquitecto era seguramente el último hombre sobre la faz de la Tierra que necesitaba su compasión.

Los periódicos locales habían dicho que tenía reputación de ser muy duro. También decían que él vivía en una casa que valía millones en Mayfair, además de poseer propiedades en el sur de Francia y en Milán, y que había amasado su fortuna diseñando lujosas casas para los ricos y famosos. Sin duda, estaba acostumbrado a tomarse un café en lugares más elegantes y glamurosos que aquella pequeña cafetería.

Se pasó la mano por el cabello con un gesto de irritación. ¿Y por qué tenía que importarle a ella dónde se tomara el café aquel hombre? Sin embargo, lo que sí le preocupaba era que pudiera informar al ayuntamiento y al resto de las personas que trabajaban para él de que aquel pequeño y triste café no tenía demasiados clientes y que, por lo tanto, debía cerrarse para construir un negocio mucho más lucrativo.

El miedo se apoderó de ella. El café lo era todo para su hermano Marc. Si él se enteraba de que su hermana no había sido demasiado amable con el famoso arquitecto y que, prácticamente, había saboteado sus oportunidades de inversión porque aún estaba dolida por su mala experiencia del pasado, se pondría furioso con ella.

Recordó las reuniones con los representantes del ayuntamiento a las que su hermano y ella habían asistido para enterarse de los planes que había para la regeneración de la ciudad. Habían enfatizado que todos debían ser tan colaboradores como pudieran… Ciertamente, ella no lo había sido con el arquitecto. ¿Había alguna posibilidad de que pudiera mejorar la impresión causada sin comprometerse?

–Layla…

Se sobresaltó cuando el hombre volvió a llamarla. Se pasó la mano por los labios y se dirigió hacia la mesa.

–¿Le apetece más café? –le preguntó con voz muy cortés y una brillante y agradable sonrisa.

–Dos tazas es mi límite –respondió él observándola muy atentamente–. Si no, me pondré demasiado nervioso como para poder pensar siquiera. Por lo tanto, no… no quiero más café. ¿Te podrías sentar un minuto? Me gustaría hablar contigo.

Layla tragó saliva y sintió que el pánico se apoderaba de ella. A pesar de sus deseos por causar una mejor impresión, su mirada buscó automáticamente una manera de escapar. Tal vez un nuevo cliente o incluso su hermano Marc que regresara al café. No tuvo tanta suerte.

–¿Y si entra un cliente? Se supone que estoy trabajando.

–Estoy seguro de que me puedes dedicar un par de minutos de tu tiempo. Por supuesto, si entra un cliente debes ir a atenderlo, pero ahora no hay nadie. Quiero preguntarte tu opinión sobre una cosa.

–¿Sí?

–Siéntate, Layla, por favor. El hecho de que estés de pie me pone nervioso. ¿Rellenaste tú por casualidad uno de los cuestionarios que el ayuntamiento envió a los habitantes de esta zona?

El alivio de Layla fue palpable. Aquel hombre quería preguntarle por la rehabilitación de la ciudad. Nada más.

Se sentó frente a él y se colocó las manos sobre el regazo.

–Sí, claro.

–Bien. ¿Te importaría compartir conmigo qué fue lo que contestaste a la de «¿qué mejoras cree usted que son más necesarias en esta ciudad?».

Aquel hermoso rostro, con sus rasgos esculpidos y masculinos, tenía un aire muy serio y profesional.

–¿Usted va a diseñar principalmente viviendas nuevas?

–Sí, pero tengo otros objetivos. Se me ha pedido que me ocupe no solo de las viviendas sino también de otros edificios que pudieran beneficiar a la comunidad en general.

–Eso me suena a gloria. En mi opinión, lo que esta ciudad necesita son más instalaciones para los jóvenes, en particular para los adolescentes. La razón por la que muchos adolescentes están en las calles es que no tienen ningún sitio al que ir para divertirse. Son demasiado jóvenes para ir a los bares y, francamente, no necesitan ir a beber porque el alcohol se vende muy barato en los supermercados y ya causa problemas. No. Lo que necesitan es un lugar específicamente para ellos. Los que están al mando de esta ciudad no se toman el tiempo necesario para conocer a esos chicos y saber cómo son, pero se dan mucha prisa en juzgarlos y etiquetarlos. Necesitan un lugar al que puedan ir para escuchar música juntos, para jugar al billar. Eso sería fantástico. Podríamos pedir voluntarios para ayudar en su funcionamiento. Así, se juntarían varias generaciones y eso nos beneficiaría a todos.

–Parece que te interesa mucho el tema.

–Sí. Resulta estupendo que haya tantas campañas para ayudar a los ancianos, pero los jóvenes también necesitan ayuda. ¿No le parece?

Al recordar su propia juventud, en la que él también había anhelado un lugar al que poder ir para olvidarse de su infeliz vida en casa, Drake estuvo completamente de acuerdo con ella. El tono apasionado de voz que había utilizado para defender su opinión hizo que Drake la observara bajo una nueva perspectiva y que sus deseos por conseguir el número de teléfono de Layla fueran aún mayores. No era habitual encontrarse con personas a las que les preocupara tanto el bienestar de otros y tampoco estaba mal que ella fuera tan guapa…

–Estoy completamente de acuerdo. En los próximos días, voy a mirar algunos terrenos para construir nuevos edificios y te aseguro que tendré en cuenta lo que me has dicho. Por supuesto, puedo hacer recomendaciones, pero la decisión de crear un club para los jóvenes o algo similar la tiene el ayuntamiento. Ellos son los que tienen que proporcionar el dinero.

–Lo sé, pero un hombre importante como usted… un hombre que creció en esta zona… Tal vez usted podría ejercer algo de influencia. Significaría mucho para los jóvenes que así fuera.

Cuando la puerta sonó, anunciando la entrada de una pareja de ancianos, los dos miraron hacia la entrada.

–Parece que ya tienes clientes –dijo Drake con una sonrisa. Sin embargo, su encantadora acompañante ya se había puesto de pie y estaba de camino hacia el mostrador.

Media hora más tarde, Layla se dio cuenta de que Drake estaba doblando sus planos para meterlos en un elegante maletín de piel. Al ver que él se dirigía hacia el mostrador para hablar con ella, se mordió los labios. Todos sus sentidos se pusieron en estado de alerta. El aspecto de aquel hombre era imponente. Los hombros bajo la elegante chaqueta eran anchos y atléticos. Su físico delgado y musculoso, con largas y fuertes piernas, sugería que todo lo que se pusiera le sentaría bien, tanto si eran los chinos de color gris y la elegante camisa azul que llevaba puestos en aquellos momentos o unos vaqueros y una camiseta. De repente, todo lo que se refería a él le llamaba la atención.

–El café y los cruasanes estaban deliciosos, en especial el café –comentó mientras dejaba el maletín en el suelo.

–Me alegro. Mi hermano, que es el dueño del café, compra el mejor que puede conseguir y se tomó muchas molestias para enseñarme cómo prepararlo. Su intención es vender productos de calidad con un buen servicio para los clientes.

–En el mundo de los negocios eso es lo mejor que se puede hacer… eso y tratar de conseguir beneficios. Quería preguntarte quién es el dueño. Entonces, ¿es tu hermano? ¿Cómo se llama?

–Marc Jerome.

–¿Y siempre has trabajado para él?

–No. No siempre.

–¿Te importaría darme más detalles?

–Trabajé en Londres durante unos años, pero necesitaba un cambio por lo que regresé a casa –dijo ella levantando un poco la barbilla.

–¿Y en qué trabajabas en Londres?

–Era la ayudante personal de un broker en la City.

Drake frunció el ceño. Se sentía perplejo.

–Pues vaya cambio, ¿no?

–Sí. ¿Hay algo más que quiera preguntarme antes de que regrese a mi trabajo, señor Ashton?

–Sí –respondió él. De repente, su mirada se hizo muy intensa–. Hay algo más, Layla. Me gustaría que me dieras tu número de teléfono.

–¿Por qué?

–Para que pueda llamarte e invitarte a tomar algo. ¿Me lo vas a dar?

La perplejidad se apoderó de ella. No se le había pasado por alto la admiración que había visto en los ojos de él cuando la vio por primera vez, pero no había esperado que la invitara a salir ni que le pidiera tan rápidamente su número de teléfono.

–Si hubiera pedido el número de teléfono de mi hermano para que él pudiera darle también su punto de vista sobre la regeneración de la zona o sobre su negocio, se lo habría dado con mucho gusto. Sin embargo, para ser sincera, no tengo por costumbre darles mi número de teléfono a hombres a los que apenas conozco.

–Pero si ya me conoces. Es decir, yo no soy un desconocido que acaba de entrar de la calle. Aunque me gustaría tener el número de teléfono de tu hermano para poder hacerle algunas preguntas, en estos momentos me interesa mucho más el tuyo.

–Lo siento –replicó ella retorciendo las manos. Se sentía muy incómoda–. Mi respuesta es no. Me ha gustado hablar con usted sobre lo que se necesita en la comunidad y aprecio mucho su interés, pero… Dejémoslo así, ¿le parece?

Con un suspiro, Drake sonrió.

–Tal vez sí o tal vez no… me refiero a lo de dejarlo así.

No parecía ofendido. De hecho, mientras recogía su maletín, le dedicó otra enigmática sonrisa.

–Esta ciudad no es ni la más concurrida ni la más habitada del país. Sin duda, nos encontraremos de vez en cuando. De hecho, estoy seguro de ello. Que tengas un buen día. ¡Ah! ¿Por qué no le das a tu hermano mi número de teléfono? Me gustaría mucho charlar con él sobre lo que piensa de esta ciudad.

Con eso, dejó una tarjeta de visita que se había sacado de la chaqueta encima de la barra. Entonces, sin esperar a comprobar si ella la recogía, se dirigió a la puerta. La abrió y salió al exterior. Layla observó todo el proceso sin darse cuenta de que, durante varios segundos, había estado conteniendo el aliento…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

JEROME… Aquel apellido debería haberle sonado en cuanto lo escuchó. Drake aminoró el paso y giró la cabeza para contemplar el ajado exterior del café del que acababa de salir. En cuanto Layla le dijo su apellido, debería haber recordado que era el mismo que el de la tienda de periódicos que él recordaba en aquel mismo lugar. La tienda se llamaba Jerome’s. ¿Era el simpático dependiente que a menudo hablaba de los resultados de los partidos de fútbol con él el padre de Layla?

Calculó que ella debía de ser al menos diez años más joven que él. Eso significaba que debía de tener unos veintiséis años. Se preguntó si podría ayudarlo a conseguir una cita con ella que le contara que sentía una profunda simpatía por su padre. En cualquier caso, a menos que ella tuviera novio, no iba a cejar en el empeño y mucho menos cuando, al verla, se había sentido presa de un sueño del que no quería despertar. Se había sentido aturdido, sorprendido y desorientado al mismo tiempo. Resultaba difícil recordar la última vez que el corazón se le había acelerado tanto.

Se dio cuenta de que ella era la primera mujer que se negaba a darle su número de teléfono. Eso hacía que se sintiera aún más decidido a conseguir que ella cambiara de opinión.

Sacudió la cabeza para olvidarse de la hermosa camarera y siguió andando por la calle, parándose de vez en cuando para observar y tomar notas. Al cabo de unos minutos, su fino instinto le alertó del hecho de que lo estaban siguiendo. Se dio la vuelta y vio dos hombres que, evidentemente, eran periodistas. No se podía ni imaginar cómo podían saber que él estaría allí. De un modo u otro, siempre se enteraban.

Uno de ellos portaba una cámara y el otro una grabadora. Drake agradeció que no hubieran entrado en el café para tratar de entrevistarle. Si hubiera sido así, no habría tenido mucha oportunidad de charlar con la encantadora Layla. Por ello, se sintió más predispuesto a hablar con ellos de lo que era habitual en él.

–Somos del periódico local, señor Ashton. ¿Podríamos hacerle una foto y unas preguntas para nuestros lectores? Como se podrá imaginar, todo el mundo está muy interesado y emocionado en la rehabilitación que usted va a hacer en toda la zona y en el impacto social y económico que va a tener –le dijo el periodista que llevaba la grabadora en la mano.

–Está bien, pero espero que sea rápido porque tengo trabajo que hacer.

–Por supuesto, señor Ashton. Si pudiéramos hacerle primero unas fotografías sería estupendo.

Drake toleró que le hicieran las fotos y la entrevista con una actitud poco común en él porque las preguntas resultaron sorprendentemente inteligentes y perspicaces a pesar de la aparente juventud del reportero. Sin embargo, esa actitud cambió cuando el joven le preguntó sobre su infancia y juventud en la ciudad.

Drake dio la entrevista por terminada y llamó a Jimmy para que fuera a buscarle. El corazón aún le latía con fuerza cuando les dio la espalda a los dos periodistas y a la gente que se había detenido y se marchó.

Sintió un profundo alivio al ver el elegante Aston Martin dirigiéndose hacia él. Por fin podía centrarse en su trabajo sin impedimento alguno antes de celebrar una reunión en el ayuntamiento y poder regresar a Londres para ocuparse de un par de prestigiosos proyectos que estaba a punto de finalizar, unos proyectos que, a pesar de reportarle fama y dinero, habían resultado más complejos de lo que había imaginado y que, en consecuencia, le había quitado el sueño más noches de las que estaba dispuesto a recordar…

 

 

–Bueno, ¿qué impresión te causó Drake Ashton?

Marc había invitado a Layla a cenar con él aquella noche en la parte de la casa que le correspondía. Tras heredar la casa familiar a la muerte de su padre, los dos habían acordado dividir la casa en vez de venderla y habían transformado las dos plantas en pisos independientes. Layla ocupaba la planta superior y Marc la inferior. Cuando ella se marchó a Londres, Marc se negó a alquilarlo para que Layla pudiera regresar cuando deseara. Por eso, ella no tuvo problema alguno para volver cuando su carrera en Londres terminó de un modo tan desagradable. Marc la recibió con los brazos abiertos y le dio un trabajo en su café.

Mientras los dos preparaban todo lo necesario para la cena, Layla se percató de que, aquella noche, su hermano tenía un aspecto especialmente cansado. Tenía profundas ojeras y, sin peinar ni afeitar, su aspecto era lamentable. Layla se preguntó si se estaría preocupando de nuevo por el dinero. Sabía que la contribución que tenían que pagar por el café acababa de volver a subir y los ingresos del café eran ya menores de lo que cabía esperar para aquel mes. La recesión estaba golpeando con fuerza a todos los negocios.

–¿Que cuál fue mi impresión? Bueno, me parece que es un hombre que sabe exactamente lo que quiere y cómo conseguirlo –respondió, tras pensar en lo que podía decir y lo que no podía decir sobre su encuentro con Drake Ashton. Desgraciadamente, llevaba pensando en lo ocurrido todo el día–. Con eso, me refiero a que se ve por qué ha llegado tan alto. Es muy profesional y parece muy centrado. Me dio la impresión de que no se le pasan muchas cosas por alto.

–Vamos a cenar, ¿de acuerdo? –dijo Marc mientras tomaba un par de bocados del pescado antes de volver a mirar a su hermana–. Dicen que, además de arquitecto, es inversor. ¿Lo sabías?

–No.

–Me gustaría mucho hablar con él sobre el café.

–¿Te refieres a pedirle consejo sobre cómo hacerlo más viable económicamente?

–No solo eso. Quiero preguntarle si estaría interesado en invertir en él –dijo Marc. Entonces, suspiró profundamente antes de limpiarse la boca con la servilleta.

Alarmada, Layla dejó los cubiertos y lo miró fijamente.

–¿Tenemos problemas?

–Tenemos muchas pérdidas. ¿Cómo no vamos a tener problemas? Tratar de atraer clientes cuando todo el mundo tiene tanto miedo de gastar dinero es como tratar de sacar sangre de una piedra. Hasta ahora, he tenido que pedir dos préstamos al banco para poder salir adelante, y tengo una deuda de varios miles de libras. He invertido todo el dinero que papá me dejó en este negocio y ahora parece que incluso corro el riesgo de perder el local por el que él trabajó tanto. El café necesita una buena inyección de capital, Layla. Si no, tendremos que tirar la toalla.

Layla haría cualquier cosa para ayudar a su hermano a sentirse más optimista sobre el café. Le dolía verlo tan cansado y tan preocupado todo el tiempo, pero la intención que tenía de pedirle a Drake Ashton que invirtiera en el café le asustaba profundamente.

Se maldijo por haber confiado todos sus ahorros al canalla de su jefe. Si hubiera guardado su dinero, podría haber ayudado a su hermano a pagar la deuda y a aliviar sus miedos sobre el futuro del café.

–Me dio su tarjeta de visita para que te la diera –le dijo con una sonrisa–. Me dijo que quería hablar contigo.

–¿Drake Ashton quiere hablar conmigo? –preguntó Marc esperanzado.

–Es un hombre de negocios muy astuto, Marc –le dijo ella antes de morderse los labios con ansiedad–. Por lo que dices, el café está perdiendo dinero a puñados. No creo que ese hombre tenga prisa por invertir su dinero en algo que no tenga potencial para reportarle buenos beneficios.

–Gracias por tu apoyo.

–Sabes que mi apoyo es incuestionable –afirmó ella apretándole la mano–. Creo que el café es maravilloso y me gustaría que más personas pensaran lo mismo. Lo que ocurre es que no quiero que te hagas esperanzas y pienses que Drake Ashton podría ser la respuesta a tus plegarias. Eso es lo único que digo.

–Tienes razón –replicó Marc apartando la mano. Entonces, agitó la cabeza y sonrió–. El problema es que dejo que mi corazón rija mi cerebro. Sé que no es la mejor manera de dirigir un negocio. No obstante, creo que merece la pena hablar con ese Ashton. Al menos, me podría dar algunos consejos. Dame su tarjeta mañana para que pueda llamarlo. Ahora, vamos a cenar, ¿de acuerdo? Se nos está quedando fría la cena.

Layla sonrió, pero, en silencio, rezó para que cuando su hermano hablara con Drake Ashton, este no hiciera pedazos sus sueños diciéndole que debería olvidarse del café…

 

 

Drake giró la cabeza y guiñó los ojos para protegerlos de los rayos del sol, que entraba a raudales por los enormes ventanales. El edificio que albergaba su empresa se había convertido en una señal de identidad y, en consecuencia, él estaba muy orgulloso del diseño.

De vez en cuando, pensaba que lo que él había conseguido considerando su pasado era un milagro, pero ni siquiera ese pensamiento se permitía. No quería pensar en el pasado ni un segundo más de lo que debía. Su lema era concentrarse en el presente.

–Señor Ashton, un tal Marc Jerome quiere hablar con usted. Dice que le dio su tarjeta de visita a su hermana para que pudiera llamarlo, señor.

Monica, su secretaria, había aparecido en la puerta de su despacho. Era una delgada rubia cuya dedicación al trabajo y cuya eficacia superaban con creces lo que se podría esperar de ella por su aspecto. Era una verdadera tigresa en lo que se refería a deshacerse de llamadas o visitas no deseadas. No era el caso en aquella ocasión. Al saber de quién se trataba, Drake aceptó la llamada. La hermosa Layla ocupaba su pensamiento casi constantemente, por lo que no iba a perder la oportunidad de tratar de conseguir su número de teléfono.

–Pásemelo, Monica.

Al terminar la llamada, Drake se puso de pie y se acercó a la ventana de su despacho. Casi no podía contener la satisfacción que se había apoderado de él. Había escuchado a Marc Jerome mientras él le explicaba las necesidades de la ciudad y cuando le había pedido consejo para su negocio, Drake había accedido a reunirse con él para poder hablar más tranquilamente.

Tras terminar de hablar del tema, Drake había aprovechado la oportunidad de preguntarle directamente si su hermana estaba saliendo con alguien. Cuando vio que la respuesta se demoraba, contuvo la respiración.

–No –le había respondido Marc con cautela–. Por lo que yo sé, en estos momentos prefiere estar sola.

Drake había sonreído.

–Preferiría preguntarle eso personalmente, si no te importa. Seguramente, será mejor que se lo pregunte cuando no esté trabajando, tal vez el día en el que tú y yo nos reunamos para hablar.

–Es mejor que la llame primero y compruebe que eso le parece bien –le había recomendado Marc.

–Por supuesto…

Como resultado de aquella conversación, en aquellos momentos el teléfono móvil de Layla estaba en su poder.

Decidió que la llamaría después de comer, por si ella tenía mucho trabajo en el café. Entonces, regresó a su escritorio completamente decidido a ponerse a trabajar…

 

 

–¿Layla?

–Sí.

–Soy Drake Ashton. Tu hermano Marc me dio tu número.

Layla, que hasta entonces había estado dando un paseo por el parque, se dirigió a un banco cercano para sentarse. Marc le había dado permiso para que se marchara a dar un paseo después de que el café tuviera muchos clientes durante la hora de comer, pero la esperanza de disfrutar durante una hora del sol otoñal se había desvanecido inmediatamente al escuchar la masculina y profunda voz del famoso arquitecto.

–Él me dijo que le había pedido mi número –respondió Layla.

A pesar de haber estado ensayando cómo rechazar de nuevo una cita, no pudo pronunciar ni una sola palabra. No había podido dejar de pensar en él desde que estuvo en el café el día anterior y eso le preocupaba. Solo escuchar su voz encendía en ella un terrible deseo de volver a verla. Aquellos ojos grises, que en ocasiones parecían carecer de color, el masculino rostro y la fuerte mandíbula parecían estar grabados en su memoria con increíble claridad.

–Entonces, sin duda te habrás imaginado que te iba a llamar para invitarte a salir. Sé que no querías que yo tuviera tu número, pero me gustaría mucho volver a verte. Estoy deseando tener la oportunidad de conocerte un poco mejor, Layla. ¿Qué me dices?