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Roland Thorton parecía un mozo de cuadra de pies a cabeza. Pero su sangre era tan azul como la de los Montague, enemigos ancestrales de los Thorton, en cuyo palacio se había infiltrado buscando a su hermanastra secuestrada. Aunque era la imagen de otra mujer la que lo consumía día y noche. Lily decía ser una simple doncella, pero su encanto rivalizaba con el de cualquier princesa. Inicialmente, Roland pensó en utilizarla para poner en evidencia la farsa de los Montague, pero fue su corazón lo que la inocencia de Lily dejó al descubierto. Entonces se dio cuenta de que él no era el único que había ocultado su verdadera identidad.
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Seitenzahl: 184
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Harlequin Books S.A.
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una farsa real, n.º 1609 - junio 2020
Título original: A Royal Masquerade
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-163-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
EL OBSEQUIOSO hombrecillo con traje de gala, faja incluida, hizo otra reverencia y continuó hablando con monotonía.
–Nosotros, en Wynborough, admiramos la rica historia marítima de nuestro leal aliado, Thortonburg.
–Nuestra historia pirata, quiere decir –lo interrumpió Roland Thorton con impaciencia, secretamente divertido al ver a aquel hombrecillo dando un respingo y esforzándose por recobrar la compostura.
–Oh, no, Alteza. ¡Eso nunca!
–Vamos, vamos –dijo Roland, tamborileando con los dedos sobre los ornados brazos de su silla en un gesto de majestuoso aburrimiento–. Nosotros los Thorton no nos avergonzamos de nuestros antepasados. Piratas fueron, feroces y sin escrúpulos, y mantuvieron nuestra maravillosa isla a flote con sus botines. Ahora, nosotros también somos piratas, pero de bancos, caballos, petróleo y turismo. Igual que nuestro pequeño vecino de Roxbury, aunque no dudo de que el príncipe Charles lo negaría. Ambos somos piratas, compitiendo por el mismo contrato año tras año con vuestro honorable rey, Phillip. ¿Quién será este año? ¿Mi padre, el gran duque de Thortonburg, o el príncipe Charles Montague de Roxbury quien firmará el contrato naviero con Wynborough?
El hombrecillo tragó saliva, metiéndose un dedo bajo el apretado cuello de la camisa, doblado por la cintura en perpetua reverencia.
–En cuanto a eso, milord, el rey Phillip otorga la mayor consideración a Thortonburg y sus intereses.
–Eso cabría esperar –declaró Roland–. Su hija está casada con el heredero de Thortonburg, después de todo –se inclinó hacia delante repentinamente, clavando una ceñuda mirada en el ministro–. Debería pensar que como mi hermano Raphael es yerno de vuestro rey, podría concedernos una consideración especial. La princesa Elizabeth espera el nacimiento del niño que unirá ambos linajes reales.
El ministro de Comercio de Wynborough adoptó su porte más oficial y finalmente abordó el meollo de la cuestión. Roland apretó los dientes, sospechando lo que se avecinaba y temiendo lo que seguiría.
–Ahí, príncipe Roland, habéis dado de lleno en el problema. Seguramente comprenderéis que Su Alteza debe evitar cualquier apariencia de favoritismo. Desea reinar con equidad y justicia.
Impacientemente, Roland cruzó las piernas y se quitó una pelusa de los pantalones de su traje de gala.
–Sí, sí. Vamos a ello, si no le importa, mientras todavía soy joven. ¿Tenemos o no tenemos el contrato?
El ministro frunció los labios, abandonó la diplomacia y respondió sin rodeos.
–No.
Roland se desplomó, entre aliviado y decepcionado, completamente exhausto.
–¿Está diciéndome que hemos perdido el contrato precisamente porque mi hermano se ha casado con una princesa de Wynborough?
El burócrata inclinó la cabeza.
–Lamento decir que así es.
Era justo lo que Roland había sospechado. Su padre no estaría muy contento y, aunque había sido el enlace de Raphael lo que les había costado el contrato, sería a él, Roland, a quien culparían. Después de todo, él había sido el que había dirigido la Naviera Thorton mientras su hermano había montado una empresa de construcción en Estados Unidos. No culpaba a Rafe, él mismo se habría unido con gusto a su hermano, pero alguien tenía que atender los asuntos de la familia. Raphael no sospechaba lo contento que estaba Roland de tener a su hermano mayor en casa, involucrado en el gobierno del país.
Roland estaba decidido a simplificar su vida. Era hora de pensar en su futuro y tenía en mente una exuberante isla situada entre Thortonburg y Roxbury, un principado de Thortonburg de inmaculadas playas, donde Roland pensaba montar un rancho de caballos sin precedentes. Para tal fin, había adquirido un purasangre de una de las mejores ganaderías irlandesas y esperaba su llegada. Un ejemplar brioso, tan rápido como el viento y tan negro como la noche. Todavía no había decidido qué nombre le iba a poner. Algún nombre de inspiración pirata tal vez.
El ministro continuó hablando monótonamente, asegurando a Roland que la Naviera Thorton disfrutaba del favor de los Wyndham y esa era la circunstancia que les había costado el contrato. Solo el hecho de que era un invitado en Wynborough impidió a Roland levantarse y salir de la opulenta sala. Con alivio y desconcierto observó que se abría una puerta, la cual estaba disimulada en una de los paños del revestimiento de madera que cubría la pared, y aparecía un lacayo.
El ministro frunció el ceño ante la interrupción, pero el lacayo, con la espalda y los hombros muy derechos, mirándose la nariz, anunció pomposamente:
–Ruego que me disculpe, ministro, pero tengo un mensaje personal urgente para el príncipe Roland de Thortonburg.
El ministro apretó los labios, obviamente disgustado de que sus asuntos oficiales hubiesen sido interrumpidos antes de llevar a cabo los cumplidos oportunos y de que el príncipe de Thortonburg hubiese hecho otro tanto. Sin embargo, el protocolo exigía que desistiese.
Roland se sentía al mismo tiempo encantado y receloso. Levantándose, zanjó el asunto con el ministro, agradeciendole de manera cortante su tiempo. Silenciosamente, el ministro retrocedió, haciendo reverencias mientras Roland se dirigía al lacayo. Inclinando la cabeza, permitió que este le susurrase al oído:
–El gran duque y la duquesa de Thortonburg requieren vuestra inmediata presencia, señor. Se me ha pedido que os escolte a su apartamento privado.
Roland se enderezó y levantó una ceja. Aquello tenía la apariencia de verdadera urgencia. La mención de su madre le resultó curiosa, pero conveniente. Su presencia atenuaría la ira del Gran Duque cuando Roland le dijese que el contrato naviero les había sido denegado un año más. Sería alimentar la enemistad entre los Thorton y los Montague de Roxbury. Personalmente, Roland encontraba todo el asunto una necedad. Comprendía que en otro tiempo el contrato había significado la diferencia entre la prosperidad del año venidero o duros tiempos para la población, pero aquello había dejado de tener importancia antes de la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, era más una cuestión de orgullo por parte de su padre y el príncipe Charles de Roxbury.
Bueno, lo mejor sería dejarlo pasar un año más. Tirándose de los puños de la chaqueta negra de un traje que era más un esmoquin que un uniforme, Roland asintió con la cabeza al lacayo.
–Condúceme entonces.
El lacayo dirigió una mirada de triunfo al frustrado ministro e hizo un limpio giro sobre uno de sus pies, agitando su ridícula peluca.
–Por aquí, Alteza, si no os importa.
Entró por la puerta disimulada en la pared y condujo a Roland a través de un laberinto de curvas y escaleras. Para asombro de este atravesaron otra pared y entraron en un vestíbulo que daba a los opulentos apartamentos asignados a su familia. El lacayo se dirigió a la puerta y llamó elegantemente con sus nudillos enguantados.
Roland pasó por delante de él para abrir la puerta y entró en el gran salón contiguo a sus habitaciones y a las de sus padres. No se sorprendió de ver que era el último en llegar, ya que, naturalmente había sido el último en ser llamado. Aunque quería de verdad a su hermano mayor y no codiciaba su derecho al trono, era duro sentir la falta de aprobación constante por parte de su padre, sobre todo cuando había sido Raphael el que se había ido a Estados Unidos todos esos años, dejando a Roland solo con todas las responsabilidades oficiales y con su autocrático padre.
Roland sonrió y saludó a su madre con la cabeza, luego se dirigió junto a su hermano y le dio un palmada cariñosa en el hombro. Rafe le dirigió una tensa sonrisa, con la mirada puesta cautelosamente en su padre. Ocurría algo serio y ni siquiera Rafe sabía de qué se trataba. Roland dirigió su atención al Gran Duque y se sorprendió al ver detrás de él a Lance Grayson, el jefe de seguridad de Thortonburg.
Tuvo un mal presentimiento, pero gracias a su entrenamiento, mantuvo su preocupación firmemente enmascarada.
–Me has llamado en el momento oportuno, padre. Acababa de llegar al meollo de la cuestión con esa pequeña cucaracha de ministro.
Víctor, Gran Duque de Thortonburg, apartó el codo de la repisa de una chimenea de mármol y se puso las manos a la espalda, levantando la barbilla imperiosamente. Era un hombre alto y grande, de extremidades largas y amplio pecho, con el cabello plateado e inquisitivos ojos azules.
–¿Y?
Roland sacudió la cabeza, ocultando cautelosamente su temor.
–El rey Phillip no quiere que parezca que tiene favoritismos. El contrato va para Roxbury de nuevo este año.
Víctor se apartó con indignación. Roland se quedó impresionado al darse cuenta de que su padre no iba a explotar… todavía. Raphael suspiró y comentó:
–Así que tenías razón, Roland. Desafortunadamente.
En la boca de Roland se dibujó una sonrisa agradecida. La sensibilidad de Rafe trabajaba a todas horas.
–Tal vez tenga relación –dijo Víctor repentinamente, volviéndose hacia Lance Grayson.
Grayson miró algo que tenía en las manos y se encogió de hombros.
–Supongo que es posible, pero de momento nadie puede decirlo.
Sara Thorton habló desde el pequeño sofá francés donde estaba sentada, con las manos entrelazadas en el regazo, la espalda muy recta y el cabello gris platino recogido en un clásico moño.
–¿No es hora de que nos digas lo que está sucediendo? Francamente, me estás asustando, Víctor.
Víctor Thorton suspiró y, por primera vez Roland vio a su padre exhausto e inseguro.
–Me temo que os va a impactar terriblemente –dijo con la voz extrañamente tensa–, como me ha ocurrido a mí.
Enderezándose, volvió a agarrarse las manos detrás de la espalda e hizo un gesto afirmativo con la cabeza a Lance Grayson, que se aclaró la garganta, levantó un papel, lo desdobló y empezó a leer:
–«Al Gran Duque de Thortonburg. Tengo a vuestra hija».
La duquesa ahogó un grito. Como Roland, Raphael se quedó helado un momento, luego se echó a reír.
–¿Qué broma es esta?
Roland, sin embargo, se quedó mirando a su padre, que parecía haber envejecido varios años en los últimos momentos.
–A mí no me parece que sea una broma –murmuró.
–¿Qué otra cosa puede ser? –exclamó su madre–. ¡Nosotros no tenemos ninguna hija!
–Tú no tienes una hija –masculló Víctor, volviéndose con aire culpable.
–¿Víctor? –dijo Sara, con la voz temblorosamente alta.
–¿Podríamos ir paso a paso, por favor? – gruñó el Gran Duque–. Al menos, leamos la nota. Grayson, cuando quiera.
El agente de seguridad dirigió una desabrida mirada por la habitación y empezó de nuevo.
–«Al Gran Duque de Thortonburg. Tengo a vuestra hija. Antes de arrojarla fuera de vuestra vida como hicisteis con su madre, Maribelle, mirad bien la fotografía adjunta. Sin duda admitiréis que el parecido es indiscutible. Añadid a eso la existencia de una marca de nacimiento en forma de lágrima y la identificación será una certeza».
Roland intercambió una mirada con su hermano. La marca de nacimiento era un secreto de familia celosamente guardado y una salvaguarda contra impostores, un secreto mantenido por generaciones de Thorton… hasta entonces. Grayson continuó leyendo.
–»La vida de una joven inocente puede que no signifique nada para su alteza, pero no dudéis de que el mundo conocerá vuestros sucios secretos si no seguís mis instrucciones. No hagáis nada hasta entonces». Y está firmado, «El Justiciero».
–¿Qué significa esto? –preguntó Sara tras un momento de tenso silencio.
Antes de responder, Lance Grayson miró al Gran Duque, que había vuelto a apoyar ambas manos en la repisa de la chimenea, dándoles la espalda. Grayson entrelazó las manos, con los pies separados en una postura distendida.
–Obviamente, el secuestrador se considera el dispensador de justicia, que espero adopte una forma monetaria. Si no, él o ella filtrarán a la prensa la existencia de esta joven y se beneficiarán de ello.
–¿Está diciendo que esa persona, esa supuesta hija Thorton, existe? –preguntó Rafe.
Lance Grayson no dijo nada, simplemente miró significativamente al Gran Duque. Víctor se enderezó lentamente, tirándose del borde de su chaqueta de gala blanca, estilo militar. Volviéndose, sacó algo del bolsillo, una fotografía. Mirándola, pareció debatirse un momento. Cuando levantó la vista de nuevo, solo tenía ojos para su esposa.
–Solo sucedió una vez –dijo con tirantez–, hace mucho tiempo, y su nombre era Maribelle.
Sara se llevó una mano temblorosa a los labios. En ese momento, no parecía la gran duquesa de Thortonburg, sino una mujer enamorada enfrentándose al momento de la traición. Roland apretó los puños, pero se controló. Rafe lo miró antes de dirigirse a su padre.
–¿Estás diciendo que tenemos una hermana?
–Estoy diciendo que es posible, incluso probable.
Víctor le tendió la fotografía. Rafe se acercó a Roland y levantó la pequeña instantánea. El parecido era indiscutible. Cabello negro, ojos azules, facciones patricias y rostro ovalado. Estaba sonriendo. La foto obviamente había sido tomada en un momento de descuido. Roland sintió una sacudida en el corazón. Su hermana. Sorprendido, se sintió invadido por un feroz instinto protector.
–Parece de mi edad –dijo él.
–Un año mayor, espero –le confirmó Víctor, volviéndose hacia su esposa–. Sucedió hace unos veintisiete años. Nos casamos por deber, Sara, el amor vino después, ¿no?
Ella asintió con la cabeza, enjugándose las lágrimas con un pañuelo de lino.
–Lo recuerdo –dijo ella–. Éramos… unos desconocidos, unos extraños.
–Sí. Habría sido difícil comprender y admitir que el matrimonio por deber en el que habíamos entrado se hubiese convertido en algo muy… emocional.
–Supongo que fue culpa mía –dijo ella, mirándolo a través de sus lágrimas–. Cambié las reglas contigo. Yo fui la que quería, necesitaba, más.
El duque agachó la cabeza momentáneamente y se aclaró la garganta antes de decir:
–Eso no es completamente cierto. Yo no sabía cómo hacer frente a los cambios de mis sentimientos. Y… huí.
–A Glenshire –añadió Sara, recordando–, el viejo pabellón de caza.
–Conocí a Maribelle allí –dijo él con aspereza–. Pensé que con una aventura recuperaría la perspectiva, y así fue, solo que no de la manera que esperaba. Cuando terminó, supe que la única mujer a la que querría, estaba esperándome en casa
Sara se rio entre lágrimas.
–Me perseguiste… me cortejaste, verdaderamente… después de ocho años de matrimonio. No me importó por qué.
–No te voy a pedir que me perdones –dijo Víctor con tirantez–, solo que me apoyes en esto. A pesar de lo que yo haya hecho, esa chica es inocente.
Durante un rato, Sara Thorton no dijo nada, simplemente se quedó mirando con tristeza a su marido, pero luego se llevó la mano al rostro y se secó las lágrimas.
–Roland vino tras esa reconciliación. Me has dado dos hijos maravillosos, uno por deber y otro por amor. Pero yo siempre quise una hija y se la diste a otra mujer.
Víctor apretó los labios, controlando obviamente sus emociones.
–No quería hacerte daño –dijo finalmente–. Quería ahorrarte que te enterases de esto. Quería ahorrarnos a ambos este momento. No sabía nada de la niña, pero si es mía, y parece que así es, debo encontrarla.
–Podría ser un elaborado engaño –señaló Grayson–. La niña puede que no sea una Thorton en absoluto. Tenemos que averiguar qué ha sucedido con esa Maribelle y si tiene o no una hija.
Sara se secó con energía los ojos.
–Sí, sí, tiene razón, desde luego, señor Grayson. Ese debería ser nuestro primer paso.
Roland miró la foto que había tomado de la mano de su hermano. Su instinto le decía que no era ningún engaño, pero tenían que asegurarse. Mientras tanto, debían pensar qué hacer a continuación. El problema era que su mente no dejaba de dar vueltas. «Me has dado dos hijos maravillosos, uno por deber y otro por amor». Roland no podía evitar preguntarse si su hermano había captado el mensaje. Personalmente, le costaba pensar que él fuese el hijo del amor en la ecuación.
–¿Podría ver eso, por favor, Roland?
La voz de su madre le hizo levantar la vista de la foto. Deslizó una mirada a su padre. Víctor atravesó la habitación, tendiendo la mano hacia la fotografía. Roland se la dio y esperó con Raphael a ver la reacción de su madre. Víctor le tendió el retrato; Sara lo tomó y lo estudió.
–Es muy guapa –dijo la duquesa al fin–, cien por cien Thorton –levantó la vista al grupo congregado y preguntó–: ¿Quién podría hacer esto, raptar a una joven inocente y retenerla por un rescate?
Víctor entrelazó las manos a su espalda y levantó la barbilla con aire regio.
–Los enemigos son el precio de gobernar –dijo–. Nosotros tenemos los nuestros.
Grayson se encogió de hombros.
–Yo los catalogaría más como rivales que como verdaderos enemigos.
–Rivales y enemigos –caviló Víctor, entrecerrando los ojos–. Charles Montague –volvió la cabeza para clavar en su hijo pequeño la mirada–. El contrato naviero. Cuando te entrevistaste con el ministro esta mañana, la nota del rescate ya había llegado.
Roland asintió con la cabeza, pensándolo.
–La nota no menciona dinero, solo que sigas sus instrucciones. Charles Montague podría haber pensado que el asunto no estaba resuelto y forzarte a que te retiraras. Pero ¿por qué? Nunca había llegado tan lejos.
Víctor sacudió la cabeza.
–Yo estaba seguro de que el matrimonio de Raphael con Elizabeth pesaría en nuestro favor –levantó la vista repentinamente–. ¿Y quién dice que ese Montague no pensaba lo mismo? Podría haber descubierto a la chica accidentalmente y haberla raptado para obligarnos a abandonar las negociaciones.
Raphael sacudió la cabeza.
–El contrato no es tan importante.
–¿No? –preguntó Víctor bruscamente–. ¿Entonces qué vale nuestro honor en este mundo?
Roland se frotó la barbilla pensativamente.
–No sé. Es posible. Después de todo, nadie esperaba que tomaran la decisión tan rápidamente.
Raphe asintió con la cabeza, admitiendo ese punto.
–Sí, puede que Montague no sepa que el rey Phillip ya ha tomado su decisión.
–La nota fue entregada antes de la celebración de ayer por la noche –señaló Grayson–. El secretario de los Wyndham la descubrió y se la dio directamente al Gran Duque.
–¡Debe de ser Montague! –exclamó Víctor.
–Habrá que investigarlo –dijo Grayson–, pero tenemos que andarnos con cautela. Cuantos menos sepan lo que sucede, mejor.
Repentinamente, Roland supo exactamente quién podría asumir la tarea de investigar a los Montague.
–Necesitamos a alguien en Roxbury –continuó Grayson–, alguien que pueda acercarse a los Montague, alguien de completa confianza que se haga invisible.
Víctor asintió con la cabeza y preguntó a Grayson:
–¿Tiene a alguien en mente?
Lance Grayson miró a Roland, diciendo:
–No exactamente, pero creo que su hijo sí.
Víctor miró a Roland sorprendido.
–¿Quién?
Con fría determinación, Roland mantuvo la sonrisa tensa y dijo:
–Yo.
Por un instante, solo un instante, esperó un elogio por parte de su padre, pero al final Víctor exclamó:
–No seas absurdo. ¿Un hijo de la casa real de Thortonburg?
–Un momento –dijo Raphe, levantando la voz ligeramente–. ¿Quién podría ser de más confianza?
–Y Roland siempre ha pasado desapercibido –puntualizó Grayson.
–El único Montague que me ha visto, y a una gran distancia, es Damon, y hace años.
–Pero los Thorton no pasan desapercibidos, querido –declaró Sara.
–En traje de gala, sí, pero en pantalones vaqueros, botas y un sombrero vaquero, nadie de Roxbury me distinguiría de Adán.
–¿Esperas poder entrar allí y empezar a hacer preguntas? –demando Víctor.
Roland reprimió una furiosa réplica.
–Espero encontrar un trabajo en la casa, posiblemente en los establos. No dudo de que los Montague tienen tanta dificultad en encontrar mano de obra como nosotros.
Víctor lo miró sin comprender y Roland sonrió para sus adentros. Su padre era el último en enterarse de esas dificultades. Tenía otras cosas de las que preocuparse. Esas minucias eran para otros.
Grayson estaba asintiendo con la cabeza.
–Podría funcionar. Sobre todo, si entra en Roxbury antes de que terminen las ceremonias en Wynborough.
Raphe le dio una palmada a Roland en la espalda.
–Grayson tiene razón. Ningún miembro de la realeza que se precie abandonaría la celebración antes de que terminase.
–Te echarán en falta –dijo Sara preocupada.
Roland se sonrió.
–No creo, madre.
–Pero has estado presente en todas… –se interrumpió cuando Roland sacudió la cabeza–. Pero accediste a…
Cuando él volvió a menear la cabeza, se desplomó sobre los cojines del sofá en indignada derrota.
–Accedí a acompañaros a la celebración. No a tomar parte en ella.
–¿Y qué has estado haciendo? –demandó Víctor.
Raphael tosió para ahogar una carcajada y dijo:
–Ha estado en los establos, imagino.
Roland sonrió a su astuto hermano.
–Tu suegro no tiene nada comparable a la cuadra de los Thorton, a pesar del tamaño de sus establos.
Raphe rodeó a su hermano por los hombros.
–Yo voto que Roland lleve a cabo esta misión.
–Estoy de acuerdo –secundó Grayson.
Víctor estudió a Roland un momento y asintió con la cabeza bruscamente.
–De acuerdo. Roland es nuestro hombre en Roxbury. Grayson investiga a Maribelle y coordina la operación.
–Y yo, ¿qué? –preguntó Raphe.
Víctor suspiró.
–Tú y yo nos pondremos tranquilamente a vender algunos de nuestros bienes. Sea quien sea el canalla que está detrás de esto, pedirá dinero, aunque sea para despistar y ocultar su verdadera identidad, ahora que el contrato naviero está decidido. Si todo lo demás falla, pagaremos su maldito rescate.
–Y traeremos a esa pobre chica a casa –añadió Sara con determinación.
Los hombres compartieron una mirada entre ellos, acordando en silencio no mencionar a Sara la posibilidad de que el secuestrador pudiera querer librarse de testigos, sobre todo de la víctima.
–No os preocupéis, milady –dijo Grayson–. Llegaremos al fondo de esto.
–Si es nuestra hermana… –empezó a decir Raphael.
–La traeremos a casa –añadió Roland.
–A su casa –terminó Víctor implacablemente.