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Abandonada y a punto de dar a luz, Kitt Dawson solo se tenía a sí misma... Y a Shawn O'Rourke. Aquel impresionante hombre trajo a su niña al mundo con una ternura que su maltrecho corazón desconocía por completo. ¡Y entonces él le hizo aquella descabellada proposición! Aquel hombre tan rudo y tan tierno necesitaba urgentemente la nacionalidad estadounidense, y casarse era el mejor modo de conseguirla. Pero, aunque Shawn supiera que su matrimonio no era para siempre y las palabras de amor que pronunciaba solo eran parte de una charada, no podía negar la atracción existente... ni el deseo de compartir con Kitt la pasión más abrasadora.
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Seitenzahl: 183
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Marie Rydzynski-Ferrarella
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bodas de papel, n.º 1219- marzo 2020
Título original: Rough Around the Edges
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-963-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Si te ha gustado este libro…
AQUELLA amplia sonrisa que había llegado a ser la marca distintiva de Shawn Michael O’Rourke, desapareció en el mismo instante en el que salió del pub irlandés que había descubierto a las dos semanas de haber llegado a Bedford, California.
No tenía motivo alguno para sonreír, no tenía por qué seguir fingiendo ya que nadie podía verlo, todos sus amigos estaban dentro.
Normalmente el simple hecho de quedar con sus amigos y tomarse una cerveza con ellos habría conseguido levantarle el ánimo y hacerle olvidar cualquier cosa que lo estuviera preocupando. O’Rourke no era un hombre especialmente optimista, simplemente hacía frente a las cosas tal y como venían. Pero ese era un momento diferente y estaba preocupado.
Estaba preocupado hasta la médula, como habría dicho su abuela.
La llovizna que había sentido de camino al pub se había convertido en una verdadera tormenta mientras él estaba dentro. Se subió el cuello de la chaqueta, pero no fue suficiente para protegerse de la fuerte lluvia de marzo. Al encorvarse por el frío se dio cuenta de que no era solo la lluvia lo que le estaba haciendo sentirse hundido y derrotado.
Tenía que haber algo que pudiera hacer.
Sabía que si no se le ocurría pronto una solución todo por lo que había luchado en los últimos diez años, todos sus sueños, se quedarían en nada. No le parecía justo que algo tan fortuito como el lugar de nacimiento pudiera afectar tanto a la vida de un hombre, su futuro y el de su familia.
O’Rourke fue corriendo hasta el aparcamiento que había en la parte de atrás del edificio mientras sacaba las llaves del coche del bolsillo.
Si hubiera nacido al otro lado del Atlántico, aquel solo sería otro día más de su vida, un día en el que había seguido trabajando para alcanzar su sueño.
Sin embargo era un día menos que le quedaba, un día que lo acercaba aún más al día en que tenía que marcharse. Tendría que abandonar el país y con él todas sus ilusiones. Sabía que también podría volver a empezar en Irlanda; después de todo, había sido allí donde había empezado el sueño. Pero era allí, en aquella nave convertida en oficina, donde ese sueño había tomado forma.
Para Shawn Michael O’Rourke, Estados Unidos era de verdad la tierra de las oportunidades. Todo lo que había necesitado lo había encontrado a ese lado del océano: los estudios que quería, y el apoyo económico que le habían proporcionado otros idealistas como él. Gente que no se contentaba con soñar, sino que necesitaba actuar.
Pero todo aquello no tendría ningún significado dentro de trece días. Esa era su fecha límite; en trece días tendría que dejar el país, solo sería otro soñador fracasado que regresaba a casa.
Lleno de rabia, O’Rourke pensó en la pena que le daría a su difunta madre verlo en tal situación. La lluvia siguió cayendo sobre el cristal de su furgoneta mientras se alejaba de allí, pero él apenas lo notaba, solo podía oír la música que sonaba en la radio. Le hacía falta un milagro para poder conservar todo aquello.
Shawn frunció el ceño, no era su preocupación sino la fuerza de la lluvia lo que le estaba haciendo tan difícil ver su camino. Si hubiera seguido bebiendo en el pub quizás habría conseguido olvidarse de todo lo que tenía en la cabeza y, al emborracharse, se habría encontrado mejor.
Pero no, tuvo que admitir que eso no habría sido posible. Beber hasta olvidar su problema era solo una solución temporal con desagradables consecuencias, como la resaca que tendría al día siguiente. Quedarse con sus amigos tendría como resultado un tremendo dolor de cabeza que le haría más difícil pensar.
Necesitaba tener la mente despejada. Tenía demasiadas responsabilidades y gente que dependía de él, tanto allí como en Irlanda. Gente a la que iba a defraudar dentro de trece días; sabía que nadie se lo iba a reprochar, pero él sentía que los estaba defraudando.
Maldita sea, tenía que haber alguna solución.
Sin reparar en ello, Shawn acarició la medalla de San Judas que colgaba de su cuello, el último regalo que le había hecho su madre. San Judas, patrón de las causas perdidas, lo que él fue una vez, una causa perdida, hasta que algo lo llevó hasta allí y lo alejó de la desordenada vida que llevaba. Su madre juró una y otra vez que aquello había sido una respuesta a sus oraciones al santo; él pensó que por fin había conseguido asimilar la muerte de su padre y eso le había permitido ponerse en marcha.
A lo mejor si pensaba el tiempo suficiente y con total concentración conseguiría encontrar una solución. Algo que impidiera que lo expulsaran del país con el rabo entre las piernas, porque su visado y todas las extensiones habidas y por haber habían llegado a su fin.
A pesar de ser poco más de las nueve de la noche, las calles estaban casi desiertas. En una noche como esa la gente prefería quedarse en casa.
Ahí justo era donde él tendría que estar, en casa, al menos por el poco tiempo que le quedaba de ser su casa.
La lluvia caía cada vez con más fuerza. Lágrimas de ángeles, como solía decir su madre, también decía que los ángeles lloraban por él.
Aún podía verla, mirándolo con sus profundos ojos azules, los brazos cruzados mientras lo reprendía al verlo llegar a casa tambaleándose a primeras horas de la mañana, del mismo modo que lo habría hecho su padre.
—¿Cuándo vas a sentar la cabeza, Shawn Michael? Cariño, tú eres mi primogénito. ¿Como me voy a justificar ante nuestro Señor el día que me llame a su lado y tenga que decirle lo que he hecho con la vida que me confió para que yo guiara?
O’Rourke sonrió al recordar las palabras de su madre, era como si la estuviera oyendo en ese mismo instante.
«Te marchaste antes de que te pudiera demostrar que podía sentar la cabeza. Aunque me imagino que, si el gobierno de este país se sale con la suya, no va a haber mucho que enseñarte», pensó con tristeza.
Kitt Dawson pensaba que su día no podía empeorar aún más, pero, cada vez que había pensado eso mismo en las últimas horas, había llegado el destino con su retorcido sentido del humor y le había demostrado que se equivocaba.
Kitt apretó los dientes y se agarró con fuerza al volante de su coche, a pesar de estar parada en la cuneta. Ahí estaba, ahí venía otra, otra dolorosa contracción. Aguantó la respiración y suplicó que desapareciera el dolor.
Sentía que le iba a estallar la cabeza, entonces la contracción terminaba y ella se quedaba sudorosa y asustada.
Se suponía que faltaban aún dos semanas para que saliera de cuentas, pero no le sorprendía que el niño se presentara con adelanto. Al fin y al cabo, ese día nada estaba saliendo como debía, ¿por qué lo iba a hacer el bebé?
Primero se había quedado sin trabajo porque la empresa aeronáutica para la que trabajaba había perdido un importante contrato. Se marchó a casa con la esperanza de encontrar una palabra de consuelo, pero lo que encontró fue que Jeffrey, el hombre al que había entregado su corazón, por no hablar de la mitad de su casa, la había abandonado. Se había marchado llevándose todo lo que había de valor en el apartamento, además del coche nuevo que se suponía que estaba en el taller para una revisión. Se llevó eso y hasta el último centavo; la cuenta bancaria que compartían había quedado tan limpia como el apartamento.
En realidad la cuenta era solo de Kitt puesto que fue ella la que metió el dinero que allí había; él solo la tocaba para sacar dinero. Llevaba mucho tiempo dándose excusas a sí misma, diciéndose que todo se arreglaría cuando Jeffrey volviera a estar en plena forma.
Ya estaba en plena forma, tanto que había huido a toda prisa sin dejar ni rastro. Tendría que haberlo visto venir, y quizás lo había hecho, pero se había negado a admitirlo porque el amor era ciego y ella había amado a Jeffrey, lo había amado con todas sus fuerzas.
Con la misma fuerza con la que iba a pagar por ello.
Quizás el amor fuera ciego, pero se suponía que la inteligencia le tendría que haber servido de algo.
Estaba lloviendo a mares, no chispeando como había prometido el meteorólogo. Su coche, el viejo coche de segunda mano que en realidad era de Jeffrey, se había quedado parado nada más pasar el último cruce y se negaba a ponerse en marcha de nuevo. Exactamente lo mismo que le había ocurrido a Jeffrey al enterarse de que se había quedado embarazada, pensó Kitt con amargura.
Bueno, como estaba claro que el coche no iba a resucitar de repente y la lluvia no tenía aspecto de ir a parar, no tenía más elección que salir del coche y andar.
«Las cosas cada vez se ponen mejor», farfulló mientras se quitaba el cinturón de seguridad.
Cuando se disponía a abrir la puerta, una nueva contracción la hizo estremecerse de dolor. Tenía que llegar al hospital urgentemente. No le apetecía nada dar a luz en la esquina de MacArthur y Fairview.
Miró a un lado y a otro de la calle. Nada.
¿Por qué no había ningún taxi? Había oído que en las grandes ciudades las calles estaban llenas de ellos. ¿Dónde estaban los coches de policía cuando realmente los necesitaba? Seguro que si se hubiera saltado el semáforo habría aparecido alguno con la multa ya preparada.
Quizás no estuviera siendo justa, pero no se encontraba con fuerzas para serlo. Se sentía enfadada y engañada, y se moría de dolor.
La lluvia le llegaba por todos lados, conducida por el viento. Kitt intentó orientarse. Estaba empezando a marearse.
La cabeza le daba vueltas como un tiovivo.
A lo mejor podía encontrar un teléfono para llamar a la policía, ellos la llevarían al hospital más rápido que cualquier taxi.
Solo tenía que encontrar un teléfono.
Tenía que conseguir ver algo entre tanta lluvia. Caían auténticas cortinas de agua que le impedían ver más allá de dos metros, apenas podía ni distinguir las señales que había al otro lado de la calle.
Consiguió ver el semáforo verde que permitía que los peatones cruzaran la calle. Se dispuso a intentar llegar a la otra acera rezando por que no se lo impidiera ninguna contracción. Mordiéndose los labios empezó a cruzar lo más rápido posible.
Cuando estaba a medio camino vio que la señal del peatón empezaba a parpadear. Intentó andar más aprisa. Tenía los ojos casi cerrados por la lluvia.
De pronto, el chirrido de unos frenos la hicieron gritar. En un instante notó que estaba completamente empapada pero había conseguido subirse a la acera.
Todo empezó a dar vueltas a su alrededor. Intentó agarrarse a algo que la ayudara a recuperar el equilibrio, pero no había nada a su alcance. Aunque de forma muy borrosa, le pareció oír la voz de un hombre que le gritaba. No estaba segura, qué más daba.
Notó el dolor en las palmas de las manos al chocar con el duro asfalto. Se había caído.
Fue como si su cerebro recibiera la información al mismo tiempo que su cuerpo notaba el dolor. Lo siguiente de lo que fue consciente fue de que alguien la estaba incorporando ligeramente.
—¿Está bien? —oyó una profunda voz con ligero acento y solo un leve tono de preocupación.
Con gran esfuerzo, Kitt consiguió volver a enfocar la mirada. Un hombre al que jamás había visto la tenía entre sus brazos.
—No, no estoy bien, estoy embarazada —dijo bruscamente. Estaba asustada y enfadada con el mundo entero. Intentó sentarse pero no pudo, aquel hombre la sujetaba.
Dios mío, había estado a punto de atropellar a una mujer embarazada, pensó O’Rourke intentando no prestar atención al terror que tal pensamiento le estaba provocando. Rápidamente recuperó el sentido común y observó a aquella mujer en busca de posibles lesiones.
—Fue como si saliera de la nada.
—Salía de mi coche —le contradijo con brusquedad—. Estaba intentando cruzar la calle. ¿Es que no le han enseñado a conducir? —se deshizo del brazo que la rodeaba e intentó sin éxito ponerse en pie. Se sentía como una tortuga boca arriba, una enorme tortuga embarazada.
—Mi furgoneta no la ha dado, ¿verdad? —preguntó O’Rourke mientras recorría con las manos los brazos y las piernas de aquella mujer con el fin de asegurarse de que no había sufrido ningún daño.
¿De dónde demonios había salido ese tipo? ¿Qué le ocurría, por qué no dejaba de tocarla? Kitt volvió a tratar de ponerse en pie pero, entre la fuerte lluvia y su agotamiento, empezaba a parecerle una hazaña imposible.
—Verá, estoy de parto —por lo menos se las arregló para hacerle retirar las manos de su cuerpo—. Así es que preferiría que no intentara ligar o atracarme justo ahora.
O’Rourke se quedó en cuclillas haciendo caso omiso de la lluvia que caía con fuerza sobre ambos.
—Solo estoy comprobando que no se ha roto nada —de pronto abrió la boca sorprendido—. ¿De parto?
Kitt se mordió los labios concentrándose en pensar en cualquier cosa que no fuera el intenso dolor que sentía.
—Sí, de parto.
¿Qué demonios hacía esa mujer andando por ahí en tales condiciones?
—No debería estar en la calle en una noche como esta —O’Rourke miró a su alrededor por si veía a alguien que estuviera con ella, pero no había nadie en la calle, solo había pasado un coche desde que él había salido de su furgoneta—. Y, sobre todo, no debería estar sola.
—Le aseguro que no lo he elegido yo —Kitt intentó ponerse de rodillas para levantarse pero el dolor se lo seguía impidiendo. De pronto se dio cuenta de que estaba en el aire, el dolor había desaparecido, pero no la sorpresa. Aquel desconocido la había levantado en sus brazos.
Mientras se ponía en pie a O’Rourke le costaba creer que aquella mujer que tenía en brazos pudiera estar embarazada, le parecía imposible que pesara tan poco llevando un bebé en su seno y estando empapada además. Pero desde luego era cierto que estaba embarazada, su aspecto no dejaba lugar a dudas. Con ella en brazos, O’Rourke se refugió en el soportal de una tienda de vestidos de novia. Miró por toda la calle, en el cruce más cercano vio un coche con las luces de emergencia encendidas.
—¿Es ese su coche?
Kitt asintió.
—Se ha estropeado. Necesito una ambulancia —añadió al ver que él no decía nada.
El dolor estaba volviendo más rápido e intenso que antes, amenazaba con partirla en dos. Sin darse cuenta, Kitt hundió los dedos en el brazo de él y apretó fuerte.
Él podía sentir perfectamente las manos de ella, tenía una fuerza impresionante para ser una mujer tan pequeña.
—¿Cada cuánto las tiene? —Kitt lo miró sin entender—. Las contracciones, ¿cada cuánto las tiene?
Consiguió volver a respirar y articular cuando por fin remitió el dolor.
—No las estoy controlando.
—Intente calcularlo.
Sin responder volvió a agarrarle el brazo con fuerza.
—Vale, ya lo calcularé yo por usted —dijo O’Rourke al tiempo que, con una punzada se daba cuenta de la realidad—. Son demasiado seguidas la una de la otra.
Algo aliviada de las tenazas que sentía apretándola por dentro, Kitt comenzó a jadear. Esa última había sido muy fuerte. ¿Hasta dónde podría llegar aquello? En realidad casi prefería no saberlo, le daba demasiado pavor.
—Buen cálculo —contestó en mitad de un suspiro intentando mantener una imagen fuerte—. ¿Lleva usted teléfono móvil?
—Todavía no —llevaba tiempo prometiéndose a sí mismo que se iba a comprar uno, pero cada vez tenía menos motivos ya que lo iban a deportar.
Kitt cerró los ojos en busca de algo de fuerza pero solo consiguió que la cabeza le diera aún más vueltas. Abrió los ojos y miró a aquel hombre que seguía teniéndola entre sus brazos.
—Estupendo, la única persona de toda California que tampoco tiene móvil y tenía que encontrármela. Tengo que encontrar un teléfono, necesito una ambulancia.
Podía notar en su propia voz que se estaba poniendo histérica. Le volvió a clavar las uñas, esta vez en el pecho, al sentir una nueva contracción. No pasaba ni un minuto entre una y otra, iba a dar a luz de un momento a otro.
—Necesita algo más que una ambulancia —O’Rourke miró a su alrededor pero todo parecía estar ya cerrado—. Está usted a punto de tener el niño.
—Eso es exactamente lo que estaba intentando decirle.
—Ahora mismo —dijo él dándole aún más énfasis. Vio cómo el pánico se abría camino en el rostro de aquella mujer a pesar de que sabía que ella debía de ser consciente ya de lo que él acababa de decir—. No se preocupe, yo voy a ayudarla —le prometió él.
No podía hacer otra cosa, así es que tenía que llevarla a la parte de atrás de su furgoneta; allí por lo menos podría tumbarse.
—¿Es usted médico? —preguntó ella recelosa.
Sí, también a su madre le habría gustado que lo hubiera sido. O’Rourke negó con la cabeza.
—No, hermano —respondió sonriendo.
Kitt le buscó el sentido a lo que escuchaba al tiempo que la cabeza le volvía a dar vueltas. La lluvia le volvía a caer en el rostro, habían salido del soportal.
—¿Quiere decir que pertenece a una orden religiosa o algo así?
—No, pertenezco a una gran familia y he visto nacer a muchos de mis hermanos —explicó al tiempo que abría las puertas traseras de la furgoneta.
—Pero ahora no se trata de mirar precisamente.
La dejó en el suelo de la furgoneta con la mayor delicadeza posible. Como no había ninguna manta ni nada que se le pareciera, puso su chaqueta debajo de ella a modo de almohada.
—No se preocupe, sé lo que hay que hacer —al menos esperaba acordarse. Sonrió intentando transmitir tanta seguridad como pudo—. Mi madre solía dar a luz con tanta rapidez que nunca daba tiempo a que llegara el médico o la matrona.
Kitt notó cómo se acercaba otra contracción. Se pasó la lengua por los labios que tenía increíblemente secos y deseó volver a tener seis años. Sí, seis años y estar en el salón de su casa viendo los dibujos en la televisión. O dieciocho y estar en la universidad. Cualquier cosa menos el momento y el lugar en los que estaba realmente.
—¿Así es que usted ayudaba? —le preguntó en un esfuerzo por alejar su mente del dolor.
Al ver la expresión de sus ojos, O’Rourke le tomó la mano y la agarró con fuerza. Ella la apretó aún más.
—Era el mayor de seis hermanos.
Kitt empezó a respirar con fuerza.
—¿Está… está usted seguro de no es un… un tipo raro… o… o algo así?
Era muy guapa, pensó O’Rourke de pronto. Incluso en esa situación, con el pelo rubio pegado a la cara y desencajada por el dolor. Deseó poder hacer algo para hacerla sentir mejor.
—Es usted un poco desconfiada, ¿verdad?
Ella respondió con una débil risa.
—No tengo ningún motivo para confiar en usteeeeeed —gritó retorciéndose de dolor y acercándose al oído de O’Rourke.
—No se le daría mal afinar pianos —bromeó él separándose un poco de ella. Estaba temblando como una hoja, y lo único que O’Rourke tenía era su suéter—. Sé que no es mucho pero es lo mejor que puedo ofrecerle en este momento.
Ella abrió los ojos de par en par al verlo empezar a despojarse del suéter. Sí que era un tipo raro, uno que tenía los abdominales como una tableta de chocolate.
—¿Qué está haciendo?
—Intentando que entre en calor.
Se volvió a sentar a su lado y le tomó la mano de nuevo.
—¿Cómo se llama?
—Kitt… con dos «tés». Kitt Dawson.
—Encantado de conocerte, Kitt-con-dos-tés. Yo soy Shawn Michael O’Rourke.
Ahí llegaba. Otra contracción.
—Es un nombre muy largo.
—Mis amigos me llaman O’Rourke —le dijo a la vez que le apretaba la mano al darse cuenta de que estaba teniendo otra contracción.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Vamos a ser amigos?
—Bueno, está claro que, después de esto, algo vamos a ser.
Kitt le respondió con un grito de dolor.