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Julia 927 Una fotografía pequeña y amarillenta había vuelto del revés el mundo de Blair Stephens. De repente se había enterado de que era adoptada, y de que en alguna parte tenía una gemela que era su viva imagen. Sin nadie más a quien recurrir, contrató los servicios del guapo investigador privado Devin Quatermain, que casualmente también tenía un gemelo. Pero más que resolver el caso, lo que él quería era convertir a la bella Blair en su media naranja.
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Seitenzahl: 144
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1997 Marie Rydzynski-Ferrarella
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Falso pasado, n.º 927- octubre 2022
Título original: Desperately Seeking Twin…
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-319-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
BLAIR y Claire, veintitrés meses.
La sonrisa se congeló en su rostro. Muy despacio, giró la fotografía a un lado y otro, mirando a las personas que habían quedado capturadas para siempre por la cámara.
Mientras estaba sentada entre los contenidos esparcidos que había sacado del cajón de la cómoda de su madre, Blair Stephens se quedó mirando la fotografía sin comprender.
Su pasado. Un pasado que no había conocido… hasta ese momento.
De repente sintió como si el dormitorio se hubiera quedado sin aire. No podía respirar. Sus dedos helados apretaban la fotografía con tanta fuerza que parecía que fueran a partirse.
Se le nubló la visión mientras miraba fijamente los rostros diminutos de la foto amarillenta, sintiéndose rabiosa y confusa.
¿Qué diablos significaba eso?
¿Quién era la otra niña que había en la fotografía junto a ella y que llevaba el mismo vestido con los lazos rosas?
Tenía su mismo rostro.
¿Quién era?
¿Y quién era la mujer sentada entre ellas rodeando con un brazo a cada niña como si estuviera sujetando algo muy valioso?
¿Quién?
¿Por qué?
La última pregunta resonó en su cabeza como un grito en el vacío.
¿Por qué?
Entonces cayó una sombra sobre ella. Levantó la mirada. Tía Beth estaba de pie junto a la puerta, sonriendo comprensiva. Era tan parecida a su madre que a Blair le dio un vuelco el corazón.
Tardó un instante en recordar lo que su mente ya sabía… que Ellen Stephens se había ido.
La habían enterrado esa mañana bajo la lluvia.
Ella había estado allí, rodeada de su familia, sintiéndose perdida y sola.
Pero no tan perdida y sola como se sentía en ese momento sujetando la fotografía en su mano. Y aún no sabía qué significaba.
Tenía miedo de conocer su significado.
O quizás ya lo supiera.
La mirada comprensiva de Beth se volvió preocupada mientras se acercaba a la única hija de su hermana. Todos en la familia habían querido entrar en la habitación, usando cualquier pretexto para ir a ver a Blair.
Pero Beth les había convencido de lo contrario, diciéndoles que en ese caso era mejor una mujer que un grupo, aunque sus intenciones fueran buenas. En ese momento, Blair necesitaba espacio y amor.
Beth creía que podía darle ambas cosas.
Al ver a la joven a la que adoraba, se olvidó de su propio dolor y le puso una mano en el hombro. A ella le había parecido mala idea ordenar en ese momento las cosas de Ellen. Era demasiado pronto.
Pero Blair siempre había sido testaruda. Igual que Ellen.
—¿Puedo ayudarte en algo, Blair?
Esa misma oferta se la habían hecho todos sus tíos y tías, por no mencionar sus primos, pero Blair las había rechazado. Ella había entrado allí para clasificar las cosas de su madre, sintiendo que era mejor hacer cuanto antes el doloroso trabajo mientras estuviera entumecida del funeral.
Pero había sido una tontería pensar que de ese modo no le dolería tanto. Simplemente le dolía estar en el mismo dormitorio donde había compartido secretos con su madre… Recordó cuando le contó la noche que Billy Adams la dejó por Carole Anne, sólo porque Carole Anne de pronto floreció y apareció con un sujetador mientras ella seguía llevando camisetas y no parecía distinta de sus primos.
—Espera —le prometió su madre—, verás como llega tu turno.
Y al año siguiente, cuando cumplió los catorce, así fue.
Fue en esa habitación donde su madre le dio su preciado collar de perlas para que llevara a su primer baile, y donde la dejaba meterse en su cama cuando las tormentas asustaban a la Blair de tres años.
La habitación estaba llena de recuerdos.
Le dolía horriblemente estar allí sola, pero era un dolor agridulce, y Blair se había enfrentado a la tarea como hija que era de Ellen Stephens.
Con valentía.
Su madre siempre había querido que fuera fuerte. Y a Blair no le parecía correcto mostrarse cobarde precisamente en ese momento.
Pero mientras le daba la fotografía a su tía, estaba temblando.
—Háblame de esto —dijo casi sin voz.
Tía Beth aceptó la fotografía mientras se sentaba a su lado en la cama. Se enorgullecía de ser la historiadora de la familia, y estaba preparada para contarle la historia que hubiera detrás de cualquier fotografía.
Pero no estaba preparada para ver precisamente ésa.
Cuando volvió a mirar a Blair, estaba pálida.
—¿De dónde la has sacado?
Blair hizo un gesto al cajón que seguía abierto.
—Ahí. Estaba en el fondo, debajo de las cosas que yo le hice.
Ellen Stephens había guardado absolutamente todo lo que su hija le había dado, todos los trabajos escolares. Cada dibujo, cada poema y cada proyecto estaba guardado con cuidado en dos cajones grandes. Incluso los ridículos candelabros que tuvo que hacer en clase de trabajos manuales, estaban allí.
Más de una vez Blair le había dicho que hiciera limpieza y aprovechara bien el espacio, y se había sentido secretamente feliz cuando su madre se había negado a tirar lo que llamaba sus tesoros.
—Algún día, cuando tengas un hijo, entenderás lo preciosas que son todas estas cosas —le había dicho su madre.
Y Blair se había sentido segura y amada.
Pero en ese momento se sentía a la deriva.
En su corazón, rogaba para que su tía pudiera ser su ancla, darle algo a lo que aferrarse. Algo oscuro y amenazador en su interior luchaba con salir a la superficie y destrozar todo en lo que ella creía. No era algo que pudiera decir con seguridad. Era sólo una sensación. Algo muy fuerte.
Pero aún así tenía que preguntar. Sus padres siempre habían dicho que la curiosidad era su mayor virtud y su peor defecto.
Blair esperó, pero su tía no dijo nada. Sólo continuó mirando fijamente la fotografía, como si fuera una fantasma que hubiera vuelto para perseguirla.
—¿Quién es la otra niña, tía Beth? —insistió Blair.
Ojos marrones, suaves y comprensivos la miraron.
Eran como los ojos de su madre.
Todo el mundo en la familia tenía ojos marrones o color avellana. Todos excepto ella. Sus ojos eran azules, de un tono intenso. De pequeña, había creído que sus ojos la marginaban. Pero su madre le había dicho que la hacían especial.
Beth puso una mano sobre las suyas.
—¿Ella no te lo contó?
El miedo creció. A Blair se le humedecieron las manos y le temblaron las rodillas.
—No —susurró Blair mirando a su tía—. ¿Decirme qué?
Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro triste de Beth mientras miraba a la joven a quien había considerado su sobrina durante los últimos veintidós años. La hija de Ellen.
No importaba lo que saliera a la luz, Blair siempre sería la hija de Ellen. Beth le había rogado a Ellen que le dijera a Blair la verdad antes de que ella lo averiguara de otro modo. Ellen le había prometido hacerlo… pero no pudo.
Beth apretó la mano de Blair.
—Quiso hacerlo, Blair. De verdad. Pero imagino que le dio miedo.
Blair respiró profundamente antes de seguir.
—¿Miedo? ¿Miedo de qué? Tía Beth, ¿quién es la otra niña? ¿Y quién es la mujer que hay con ella?
Tenía que haber una explicación lógica que terminara con las náuseas que sentía en el estómago.
¿Era la otra niña una prima a quien no conocía? ¿Un familiar a quien su madre olvidó mencionar? Había oído de casos de primos tan iguales que parecían gemelos.
¡Por favor, que fuera eso!
Pero mientras miraba a su tía, supo que la explicación no sería tan simple.
Beth respiró profundamente mientras dejaba la fotografía en la cama. Tomó la mano de Blair entre las suyas y la miró con los ojos llenos de amor.
—La niña es tu hermana gemela. Y la mujer… la mujer es tu madre.
A Devin Quartermain siempre le había gustado el primer día del mes. Significaba que las cosas volvían a empezar. Las facturas del mes anterior se pagaban y a él se le ofrecía una oportunidad nueva para que las cosas tuvieran un buen comienzo.
Su hermano, Evan, pensaba que ésa era una visión completamente optimista de la vida, y por eso, en opinión de Devin, Evan estaba atrapado detrás de un ordenador, incapaz de disfrutar de las montañas de dinero que ganaba.
Él, por otro lado, podía ser perfectamente feliz con las pequeñas sumas que le proporcionaba su trabajo de investigador privado.
Mientras abría el periódico sobre su mesa, Devin pensaba que al final Evan aprendería. Después de todo, Evan era aún un hombre joven, aunque se portara como un viejo. Algunas veces, era difícil para Devin creer que tenían exactamente la misma edad, veintinueve. Evan actuaba como si fuera su padre y no su hermano, dándole consejos irritantes que Devin no tenía interés en escuchar.
—De acuerdo, veamos qué ha sucedido hoy en el mundo —murmuró. Cuando estaba a punto de darle un mordisco a su donuts relleno de crema de frambuesa, algo tan necesario para él como su primer café de la mañana, llamaron a la puerta.
Miró el reloj. A las nueve de la mañana, no esperaba a nadie. Todos sus casos estaban cerrados.
Volvieron a llamar.
Se levantó, pero como tenía hambre y su cena sólo había consistido en una hamburguesa, dio un mordisco rápido antes de acercarse a la puerta. Salió más crema de lo habitual, y se le derramó por la boca. Instintivamente, la detuvo con la mano, pero un chorro rojo empezó a resbalarle por los dedos.
Miró alrededor en busca de una servilleta, y recordó que no se llevó ninguna de la cafetería. Murmurando una palabrota, sacó un pañuelo arrugado de su bolsillo y se limpió rápidamente el residuo rojo de los dedos. Todo se quedó pegajoso.
Cuando llamaron por tercera vez, contestó.
—¡Está abierto!
Entonces entró la mujer más bonita que nunca había visto.
Era alta, con el pelo largo y rubio y ojos azul eléctrico. El vestido gris de una pieza parecía respirar con ella.
La mujer se mostraba a la vez angustiada y regia, como en las películas antiguas que siempre le habían fascinado desde niño y le habían hecho ser lo que era… un investigador privado. Sus padres habían considerado su interés como algo gracioso, luego molesto y finalmente preocupante, diciéndole siempre que hiciera algo sensato con su vida, igual que Evan. Pero Devin se había mantenido firme.
Por deferencia a sus padres fue a la Universidad de California y se tituló en criminología. Por deferencia a sí mismo, usó lo aprendido para hacer realidad su fantasía y que le pagaran por ello.
Aunque sólo fuera de vez en cuando.
Ese hombre la estaba mirando como si estuviera medio desnuda. ¿De todos modos que hacía ella allí?
Al instante se respondió: buscar respuestas.
Blair miró alrededor con curiosidad. Ni en sus sueños más locos se habría visto entrando en la oficina de un investigador privado. No sabía nada de detectives. Tenía la vaga impresión de que eran escépticos y desgreñados, con rostros curtidos de haber vivido mucho.
Pero ese detective no era así. Su rostro era atractivo y juvenil. Parecía encantador. Lo único algo desaliñado era su pelo, e incluso eso no carecía de encanto, negro y espeso ondulándose ligeramente en el cuello.
Sólo los ojos delataban su profesión. Eran verdes y brillantes, con un toque de humor que parecían mirar en su interior.
Blair notó las vetas rojas en sus manos y levantó los ojos hacia los suyos, interrogativos.
—Es crema —le informó él rápidamente—. De frambuesa —señaló la bolsa de papel donde lo había llevado—. Mi donuts decidió explosionar al primer bocado —se metió el pañuelo en el bolsillo—. Por favor, tome asiento.
Sólo había un sitio donde sentarse, aparte de la silla detrás de su mesa. Blair se sentó y volvió a mirar alrededor, intentando orientarse y no sentirse inquieta.
La habitación era brillante y alegre a pesar de tener pocos muebles. Había un enorme cuadro rectangular en la pared detrás del detective. Era enorme y llena de colorido, un colorido que podía significar cosas distintas para diferentes personas.
Para Blair era como una celebración de la vida. Un remolino de felicidad igual que había sido su vida antes.
Eso le hizo pensar en su madre… o en la mujer que le había dicho serlo. Ellen Stephens fue una artista que adoró su trabajo.
Devin siguió su mirada.
—Lo pintó mi hermana.
Sonrió, recordando lo nerviosa que se sintió Paige cuando él aceptó su regalo. Todos en la familia bromeaban sobre lo comprometida que estaba con su trabajo. Pintar era su pasión y ella lo demostraba. Devin estaba seguro de que Paige terminaría vendiendo sus cuadros.
A pesar de estar preocupada, Blair notó el claro tono de orgullo en su voz. ¿Por qué no iba a estar orgulloso?
Él sabía quién era su familia. Pero ella no.
—Es muy… colorido.
Devin imaginó que no le había gustado el cuadro.
—Y usted es muy diplomática.
Por no mencionar terriblemente sexy. Devin se encontró deseando que esa mujer no resultara ser una cliente. Eso le dejaría abierto caminos que de otro modo estarían cerrados.
No se sentó en su silla, sino en el borde de la mesa, mirándola directamente. Se cruzó de brazos y la estudió unos instantes.
—Parece preocupada. ¿Qué puedo hacer por usted?
Las manos de la mujer se movían nerviosas en su regazo, sin saber dónde posarse.
—La verdad es que no sé por dónde empezar.
Decididamente estaba nerviosa.
—Por donde quiera —Devin sonrió—. ¿Por qué no comienza diciéndome su nombre?
La sonrisa casi consiguió tranquilizarla.
—Blair Stephens —dijo ella mirándose los dedos, y añadiendo lo primero que tenía en la cabeza—. Mi madre acaba de morir.
—Lo siento.
Su verdadero tono de preocupación, hizo que ella lo mirara. No había ninguna razón para que él lo sintiera. Ellen Stephens no era nada para ese hombre, aunque lo hubiera significado todo para ella.
Blair se armó de valor para continuar.
—Bueno —corrigió—, acaba de morir la mujer que yo creía que era mi madre. No sé si mi madre, mi verdadera madre, está viva o no. Acabo de descubrir…
Se calló de repente cuando las lágrimas llenaron sus ojos. Lágrimas de rabia que pertenecían a una persona confiada que había sido traicionada por todo el mundo a quien amaba.
¿Por qué no se lo dijo su madre?
¿Por qué no confió en ella lo bastante para contárselo? ¿Pensaba que iba a abandonarla? ¿Por qué hizo que todos se lo ocultaran?
Ella tenía derecho a saberlo.
Tía Beth había intentado explicárselo, hacerla entender y perdonar, pero no lo consiguió.
A Blair le había dolido mucho averiguar después de tanto tiempo que su madre le había mentido.
Que todo en lo que ella creía era una mentira.
Devin odiaba enfrentarse a las lágrimas. Siempre le hacían sentirse indefenso y sin saber qué hacer. Aún así, le ofreció su pañuelo.
—Con cuidado —le avisó mientras ella lo aceptaba—. Hay crema de frambuesa en una esquina.
Sonó tan absurdo que ella se rió. Y la risa le hizo sentirse un poco mejor. Tras limpiarse con cuidado los ojos, Blair le devolvió el pañuelo.
—Gracias —murmuró.
Él volvió a guardárselo, sin dejar de mirarla.
—¿Decía?
Blair se aclaró la garganta. Fuera o no su verdadera madre, Ellen Stephens la había educado para no tener miedo.
—Acabo de averiguar que soy adoptada.
—¿Y quiere que yo encuentre a su verdadera madre?
No era difícil imaginarlo para Devin. ¿Por qué otra cosa iba a estar ella allí? Encontrar gente era su especialidad, en lo que había basado su reputación.
Se podía ganar más dinero siguiendo y fotografiando a esposos infieles, pero agacharse junto a puertas y estar en la sombra con lentes telescópicas enfocando a personas mientras hacían el amor, nunca le había atraído. Todo el mundo tenía derecho a vivir según su propia moral.
Y la suya implicaba reunir personas, no separarlas.
—No —contestó Blair.
Las lágrimas volvieron a llenar su garganta. Aún seguía llorando por la madre que había creído tener, lamentando su muerte. Por su madre y por la persona en la que había confiado.
En el espacio de cuatro días, le habían robado a ambas.