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Obra cumbre de la literatura alemana y europea del siglo XIII, el Cantar de los Nibelungos es una de las grandes creaciones literarias de la Edad Media, considerada patrimonio cultural de la humanidad. El amor, la amistad, la traición, la venganza, son palabras ligadas de forma indisoluble a nuestra especie, y en el Cantar de los Nibelungos brillan con luz propia, sumergiéndonos en un mundo que responde a las expectativas de lo humano con una intensidad y una profundidad extraordinarias. De esta obra surgen otras más conocidas actualmente como "El señor de los anillos", muchos detalles de "Harry Potter", "Juego de tronos" y casi todo el superhéroe Thor de la Marvel.
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LOS VERSOS DE CORDELIA
38
Cantar delos Nibelungos
Primera edición en LOS VERSOS DE CORDELIA, septiembre de 2018
Título original: Nibelungenlied
Edita: Reino de Cordelia
www.reinodecordelia.es
@reinodecordeliafacebook.com/reinodecordelia
Derechos exclusivos de esta edición en lengua española
© Reino de Cordelia, S.L.
C/Agustín de Betancourt, 25 - 5º pta. 24
28003Madrid
Traducción: © José Fernández Bueno, 2017
Revisión de la traducción © Luis Alberto de Cuenca y Prado, 2018
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
IBIC: DCF
ISBN: 978-84-16968-50-3
eISBN:978-84-18141-54-6
Depósito legal: M-26429-2018
Diseño y maquetación: Jesús Egido
Corrección de pruebas: Pepa Rebollo
Imprime: Técnica Digital Press
Impreso en la Unión Europea
Printed in E. U.
Encuadernación: Felipe Méndez
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Traducción de José Fernández Bueno
Revisión de Luis Alberto de Cuenca
Ilustraciones de Schnorr von Carolsfeld, Bendemann,Hübner y Rethel
Introducción
Nota sobre la traducción
CANTAR DE LOS NIBELUNGOS
LIBRO PRIMERO
CANTO IDe Crimilda
CANTO IIDe Sigfrido
CANTO IIIDe cómo Sigfrido llegó a Worms
CANTO IVDe cómo Sigfrido luchó contra los sajones
CANTO VDe cómo Sigfrido vio por primera vez a Crimilda
CANTO VIDe cómo Gúnter fue a Islandia a cortejar a Brunilda
CANTO VIIDe cómo Gúnter conquistó a Brunilda
CANTO VIIIDe cómo partió Sigfrido en busca de sus hombres
CANTO IXDe cómo Sigfrido fue enviado a Worms
CANTO XDe cómo Brunilda fue recibida en Worms
CANTO XIDe cómo Sigfrido regresó a su patria con su esposa
CANTO XIIDe cómo Gúnter invitó a Sigfrido a una fiesta en su corte
CANTO XIIIDe cómo Sigfrido y su esposa acudieron a la fiesta
CANTO XIVDe cómo se enemistaron las dos reinas
CANTO XVDe cómo fue traicionado Sigfrido
CANTO XVIDe cómo fue asesinado Sigfrido
CANTO XVIIDe cómo Sigfrido fue llorado y enterrado
CANTO XVIIIDe cómo Sigmundo regresó a su reino
CANTO XIXDe cómo llegó a Worms el tesoro de los nibelungos
LIBRO SEGUNDO
CANTO XXDe cómo el rey Atila envió mensajeros a Burgundia para pedir la mano de Crimilda
CANTO XXIDe cómo Crimilda viajó al país de los hunos
CANTO XXIIDe cómo Crimilda fue recibida por Atila
CANTO XXIIIDe cómo Crimilda consiguió que sus hermanos vinieran a su fiesta
CANTO XXIVDe cómo Wáerbelin y Swémmelin cumplieron con su embajada
CANTO XXVDe cómo los nibelungos viajaron al país de los hunos
CANTO XXVIDe cómo Dánkwart dio muerte a Gélfrat
CANTO XXVIIDe cómo llegaron a Bechelaren
CANTO XXVIIIDe cómo los burgundios llegaron al país de los hunos
CANTO XXIXDe cómo Crimilda reprendió a Hagen y de cómo este no se puso en pie a su paso
CANTO XXXDe cómo Hagen y Vólker montaron guardia
CANTO XXXIDe cómo fueron los nibelungos a la iglesia
CANTO XXXIIDe cómo Dánkwart dio muerte a Blóedelin
CANTO XXXIIIDe cómo los burgundios lucharon contra los hunos
CANTO XXXIVDe cómo arrojaron a los muertos de la sala
CANTO XXXVDe cómo murió Íring
CANTO XXXVIDe cómo la reina ordenó incendiar la sala
CANTO XXXVIIDe cómo murió Rúdiger
CANTO XXXVIIIDe cómo murieron todos los guerreros del señor Teodorico
CANTO XXXIXDe cómo el señor Teodorico luchó con Gúnter y Hagen
ELCANTAR DE LOS NIBELUNGOS o Nibelungenlied conocemos las versiones del mismo que han llegado hasta nuestros días en más de treinta manuscritos diferentes. Proceden del sur de Alemania, Austria y Suiza, y su fecha de composición oscila entre los más antiguos, que corresponden a finales del siglo XII o a comienzos del XIII, y los más modernos, que llegan hasta el siglo XVI. Hay que decir que ninguno de los manuscritos contiene el texto completo. Además, los copistas medievales aportaron al texto que transcribían numerosos cambios que afectaron no solo a la lengua, al estilo o la métrica, sino a la supresión o adición de estrofas enteras. Ninguno de los manuscritos que poseemos reproduce en su integridad la obra original del poeta del Nibelungenlied.
Para identificar los manuscritos se sigue el sistema que Karl Lachmann creó en su día, y que se basa en el uso de letras mayúsculas por orden alfabético (A, B, C, D…) para aquellos manuscritos más antiguos, y de letras minúsculas para los más modernos, tanto en pergamino como en papel. Actualmente se consideran más importantes los manuscritos designados como A, B y C por ser los más antiguos y los más completos. El mismo Lachmann creía que el manuscrito A era el más significativo de todos, pues lo consideraba el más próximo al original perdido. La primera traducción que se hizo al castellano en 1883 por A. Fernández Merino siguió precisamente este modelo, puesto que en aquella época eran las ediciones de Lachmann y Simrock las más prestigiosas. Desde un principio surgió la cuestión de cuál de los manuscritos era el más adecuado para considerarlo como modelo. Hablaremos ahora de los tres más importantes.
El manuscrito A o manuscrito de Hohenems-Múnich (por ser en Hohenems, en Austria, donde se encontró y en la Biblioteca Nacional de Baviera en Múnich donde se conserva) consta de 2.316 estrofas y procede del último cuarto del siglo XIII. Con excepción de la edición de Lachmann, este manuscrito no ha gozado de particular aceptación. El poema está dividido en tres partes. Las dos primeras son simétricas respecto al número de estrofas, 660 y 660, que son antitéticas y se corresponden con la felicidad y desgracia de Crimilda. La tercera parte, la más larga, tiene 990 estrofas y se la llama Abgesang o caída. Esta versión redondea las tres partes, omitiendo estrofas sin gran interés, y es, por lo tanto, mucho más breve que las demás.
El manuscrito C se conserva en la Biblioteca de Donaueschingen en Baden-Württemberg, y se piensa que su composición data de la primera mitad del siglo XIII. Consta de 2.442 estrofas. Curiosamente, el último verso de este manuscrito es el que da el título al poema: daz ist der Nibelunge liet («este es el Cantar de los Nibelungos»), que no aparece en A ni en B, en los que figura: daz ist der Nibelunge nôt («este es el fin o caída de los Nibelungos»). Junto al manuscrito B, es el C el que más aceptación ha tenido. Este manuscrito presenta un texto muy revisado y ejerció una gran influencia en los manuscritos del grupo B. Su autor fue probablemente un adaptador o redactor que aportó al texto cambios, correcciones, aumentando el nivel de courtoisie. De hecho, excusa o exonera de culpa a Crimilda, y paralelamente acusa y desprecia a Hagen. El redactor de la versión C quería, así, responder a la objeción de que el mundo caballeresco era terrible, y presentar al mismo tiempo que aquel mundo había supuesto un modo de vida superior. Cabe reseñar que el Cantar se difundió inicialmente en su versión C.
El manuscrito B procede de St. Gallen, Suiza. Contiene 2.376 estrofas y es de mediados del siglo XIII. Los filólogos W. Braune y K. Bartsch, así como H. Paul y, más recientemente, H. de Boor y B. Nagel, concedieron prioridad a este manuscrito respecto de los demás. El que hayamos basado nuestra traducción en este manuscrito obedece a que está considerado desde hace mucho tiempo como el mejor de los manuscritos conservados del Cantar y parece separarse del arquetipo por menos intermediarios y conservar de manera más fiel la tradición.
POCO SABEMOS del autor del Cantar, pero se cree que pudo haber nacido entre Passau y Viena y que se vio amparado por mecenas como el obispo de Passau y la corte de los Babenberger en Viena, donde florecía una importante literatura. Se deduce, por la dedicatoria que el autor hace al obispo de Passau, Wolfger von Ellenbrechtskirchen, cuyo episcopado se extiende de 1194 a 1204, que el Cantar fue escrito entre 1200 y 1210. En el poema se encuentran todas las características que son consustanciales a la poesía heroica alemana: costumbres y tradiciones, luchas y victorias, gestos y motivos heroicos y tribales. Posee el Cantar, además, un trasfondo histórico, si bien considerablemente alterado. En su composición se integran dos sagas de índole muy distinta. Por un lado, la de Sigfrido y su muerte; por otro, la caída de los burgundios a manos de Atila.
La lengua utilizada es el medio alto alemán, que generalmente se utilizó desde 1050 hasta 1350, muy alejado ya del antiguo alto alemán en el que se habían consolidado los grandes cambios consonánticos que diferencian la lengua alemana del resto de las germánicas y de los dialectos del centro y norte de Alemania. Ya pretendía aquella lengua encontrar una modalidad que fuese válida para todo el territorio de habla alemana. Es decir, un modelo que superase los dialectos, por lo menos en lo que respecta a la literatura. Precisamente son los diferentes rasgos lingüísticos de los diferentes copistas lo que permite fijar con bastante precisión los lugares de origen de los distintos manuscritos del Cantar. El poema mantiene la estructura estrófica, que recuerda su carácter melódico-recitativo, en el que cada verso de arte mayor está dividido en dos hemistiquios, el primero de cuatro acentos y el segundo de tres.
Es muy difícil encontrar una base para la trama del Cantar en las crónicas latinas de los siglos V y VI, y los nombres de los personajes que aparecen en él son difícilmente identificables. Los burgundios, pertenecientes a una tribu germánica oriental, aparecen asentados al oeste del Rin vinculándolos a Worms, pero no existe ninguna evidencia histórica o arqueológica sólida que lo justifique. Sabemos que a medida que avanzaban hacia el oeste entraron en conflicto con el imperio romano. En el Epitoma Chronicon, compuesto por Próspero de Aquitania entre el año 435 y 455, se nos dice que en el año 436 se libró una memorable batalla contra los burgundios que llevó a la destrucción de casi toda la tribu y de su rey a manos del general romano Aecio. Ninguno de las crónicas de este período vincula la aniquilación de los burgundios con Atila. Además, la geografía de los acontecimientos en el poema es diametralmente opuesta a la de la invasión de los hunos. El poeta toma prestados nombres históricos, pero les asigna una función completamente diferente de la sugerida por el registro histórico. Teodorico el Grande, que figura en el poema como Dietrich von Bern (es decir, Teodorico de Verona), gobernó el imperio ostrogodo en Italia desde 493 hasta 526, unos cuarenta años después de la muerte de Atila. El papel de Teodorico como exiliado en la corte de Atila figura en la Canción de Hildebrando, poema épico en antiguo alto alemán que data de principios del siglo IX. En el siglo XIII, Teodorico se convierte en el héroe de un ciclo de epopeyas heroicas: las Dietrichsepen.
Existen muchos textos escandinavos, afines al Cantar, en los que se ha creído encontrar una explicación a las anomalías y posterior evolución del poema. Estos textos provienen principalmente de fuentes continentales. Fueron los juglares viajeros y las relaciones comerciales con los países escandinavos los factores que hicieron que estos motivos legendarios fuesen conocidos por los habitantes de la península escandinava. Por otra parte, es muy probable que los poetas escandinavos que en el siglo XIII crearon la Edda se basaran en la tradición oral e incluyeran en las obras algunas características de la tradición nórdica, también transmitidas oralmente. Dado que estos textos fueron transcritos solo en el siglo XIII, no sabemos cuándo fueron concebidos. Citaremos los principales: la Edda poética, compuesta por canciones de dioses y de héroes que datan de finales del siglo XIII, pero que son copia de un manuscrito más antiguo, compuesto entre 1210 y 1240 en Islandia; la Edda en prosa de Snorri Sturluson (1230), en la que el autor lleva a cabo una síntesis de la mitología germánica; la Völsungasaga o Saga de los Volsungos, de la segunda mitad del siglo XIII, y la Thidrekssaga (Saga de Teodorico), escrita alrededor de 1225-1230 para el rey Haakon IV de Noruega, que incorpora material del primitivo Cantar de los Nibelungos. En el mundo nórdico, Sigfrido es Sígurd, Gúnter es Gúnnar, Hagen es Hoegni y Crimilda es Gudrun. A Gúnnar y a Hoegni se los denomina Niflungar, equivalente a Nibelungen y a Nibelungos.
PERO LO VERDADERAMENTE importante, a partir de estas breves líneas introductorias, es sumergirse en la lectura de uno de los diez o doce textos más deslumbrantes de la literatura universal. El amor, la amistad, la traición, la venganza, son palabras ligadas de forma indisoluble a nuestra especie, y en el Cantar de los Nibelungos brillan con luz propia, sumergiéndonos en un mundo que responde a las expectativas de lo humano con una intensidad y una profundidad extraordinarias. Prepárense a gozar con la magia inigualable de una epopeya que, partiendo del ámbito germánico, pertenece ya por derecho propio a toda la humanidad. La lectura del Nibelungenlied es una experiencia única, irrepetible. Están ustedes a punto de disfrutar de ella, enriqueciéndola con visualizaciones tan poderosas y bellas como las que acompañan a nuestra traducción. Han sido extraídas de la obra plástica de pintores e ilustradores alemanes del siglo XIX de la talla de Julius Schnorr von Carolsfeld (1794-1872), Eduard Bendemann (1811-1889), Julius Hübner (1806-1882) y Alfred Rethel (1816-1859).
Decía Hesíodo: «Sin ser invitados, los nobles acuden a los banquetes de los nobles». Dígnense acompañarnos en el maravilloso banquete de palabras que conocemos como Cantar de los Nibelungos.
LUIS ALBERTO DE CUENCA y JOSÉ FERNÁNDEZ BUENO
Madrid, 21 de enero de 2018
EMOS TRADUCIDO por «cantos» los distintos capítulos de la epopeya (llamados cada uno de ellos âventiure en el original). En el manuscrito B, que es la base de nuestra traducción, esos cantos no aparecen presididos por ningún epígrafe, limitándose a distribuir el texto en estrofas y a señalar el comienzo de cada âventiure con una letra inicial más grande. Por ello, hemos utilizado en la gran mayoría de los casos los títulos que aparecen en el manuscrito C.
Nuestra traducción no elude las repeticiones, tan comunes en la épica por razones mnemotécnicas del bardo o recitador, y emplea aquellos nombres propios que gozan de asentada tradición histórica en España (Sigfrido, Crimilda, Brunilda, Atila, Teodorico de Verona, Valtario, etc.), procurando ayudar al lector, en la pronunciación de otros nombres propios menos corrientes en nuestra lengua, mediante el uso de la tilde en la sílaba en que debe acentuarse en la lengua original. Respecto a la toponimia, damos el nombre del lugar actual si tenemos la certeza de que es el mismo que el de hoy.
1UCHAS MARAVILLAS nos cuentan las leyendas de antaño. Nos hablan de héroes virtuosos, de grandes hazañas, de alegrías y fiestas, de lamentaciones y llantos y de combates entre valerosos guerreros. Oiréis ahora estas gestas.
2Creció en Burgundia una joven muy noble. Tan grande era su belleza que no existía en el mundo ninguna otra mujer que pudiera compararse con ella. Se llamaba Crimilda. Era una hermosa doncella; por su causa muchos guerreros habrían de perder la vida.
3Era natural que en todos se despertara el amor por la encantadora doncella. Bravos guerreros trataban de ganar su favor; no había nadie que le deseara algún mal. Su noble figura hacía gala de una inigualable belleza y sus virtudes hacían juego con su hermosura.
4La custodiaban tres nobles y poderosos reyes: Gúnter y Gérnot, renombrados caballeros, y el joven Gíselher, un glorioso guerrero. La doncella era su hermana y los nobles se encargaban de su protección.
5Los tres eran magnánimos, de linaje noble, probados guerreros de fuerza y valor desmedidos. Su patria era Burgundia, aunque más tarde llevarían a cabo grandes hazañas en el país de Atila.
6En Worms, en el país del Rin, vivían con sus huestes. Muchos orgullosos caballeros de aquellas tierras los servían hasta el final de sus días con encomiable honor, pero encontrarían una desdichada muerte a causa del rencor de dos nobles princesas.
7Su madre, la reina Ute, era una gran señora. Su padre, el rey Dánkrat, era un hombre muy valeroso que ya en sus años mozos había forjado su fama y que al morir les dejó toda su herencia.
8Los tres reyes eran, como ya he dicho, muy valientes. También estaban a su servicio los mejores guerreros conocidos, duros y bravos, que jamás se arredraron ante el combate más fiero.
9Eran Hagen de Tronje2 y su hermano el bravo Dánkwart; el señor Ortwin de Metz, los margraves Gere y Éckewart y también Vólker de Alzeye, a quienes sobraba el coraje.
10Rúmolt, el maestro de cocina, era un excelente guerrero; Síndolt y Húnolt, que debían ocuparse de la corte y de su fama, eran vasallos de los tres reyes junto con otros muchos caballeros que no puedo enumerar.
11Dánkwart era mariscal3, mientras que su pariente, el señor Ortwin de Metz, era senescal4 del rey. Síndolt, el bizarro guerrero, era escanciador, y Húnolt, chambelán5, dignos todos ellos de desempeñar los más dignos empleos.
12Sería interminable dar cuenta del esplendor de la corte, de sus vastos dominios, de su elevada grandeza y de su caballerosidad, cultivada con viva alegría a lo largo de toda su vida por aquellos nobles señores.
13Este fue el sueño que Crimilda soñó: vio cómo un halcón hermoso, salvaje y fuerte, que ella había amaestrado, era despedazado por dos águilas. Nada había en la tierra que pudiera causarle mayor dolor.
14Contó este sueño a su madre, la reina Ute, quien no pudo encontrar mejor explicación que la siguiente: «El halcón que amaestrabas era tu noble esposo. Si el Señor no lo protege, lo habrás de perder muy pronto».
15«¿Qué me dices de un esposo, mi queridísima madre? Quiero permanecer por siempre libre del amor de un guerrero. Deseo permanecer doncella como hoy hasta el día de mi muerte. Así no tendré que sufrir por el amor de ningún hombre».
16«No lo asegures tan pronto», le respondió su madre. «Si alguna vez sientes en este mundo la dicha en tu corazón, será por el amor de un hombre. Serás una buena esposa, si el Señor algún día te concede por marido a un digno y buen caballero».
17«No sigáis hablando así, mi muy querida madre», le contestó Crimilda. «Muchas veces se ha visto cómo muchas mujeres han tenido al final que pagar la dicha con sufrimiento. Quiero evitar las dos cosas para que nunca se cebe en mí la desgracia».
18Renunciaba Crimilda por entero al amor en su pensamiento. Así vivió muchos días felices la muy virtuosa doncella sin conocer a nadie que despertara su afecto. Pero tiempo después se convertiría en la orgullosa esposa de un valiente guerrero.
19Era aquel el mismo halcón que viera en sueños y cuyo significado le había explicado su madre. ¡Grande sería la venganza que ella se cobraría en sus parientes más próximos, aquellos que lo matarían! Por la muerte de un solo hombre habrían de morir los hijos de muchas madres.
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1Ni este título ni la primera estrofa de este canto se encuentran en el manuscrito B, que es el que seguimos, sino que están tomados del manuscrito C.
2Posiblemente una localidad cercana a Worms en los montes Hunsrück, también conocida antiguamente como Troneck o Troneg.
3Persona que se ocupaba de aposentar la caballería. Pasó a ser título hereditario de nobleza.
4El senescal o mayordomo dirigía las tropas en la guerra. Era el jefe o cabeza principal de la nobleza.
5Noble que acompañaba y servía al rey en su cámara. Estos cuatro empleos: mariscal, senescal, escanciador y chambelán, eran los más importantes que se podían desempeñar en la corte en época de los Otones.
20RECÍA POR AQUEL ENTONCES en Niderlandia6 el hijo de un noble rey, cuyo padre se llamaba Sigmundo y su madre Sigelinda. Vivían en una famosa y poderosa ciudad en el país del Rin que se llamaba Xanten.
21Sigfrido se llamaba aquel noble y bravo campeón. Recorrió muchas tierras extranjeras en las que puso a prueba su fuerza y su valor. ¡Muchos bravos guerreros hallaría entre los burgundios!
22De sus mejores tiempos, de los años jóvenes de Sigfrido, se podrían contar muchas maravillas, de cómo fue creciendo en nobleza y bizarría. Muchas hermosas damas se enamorarían de él.
23Fue educado con el cuidado que correspondía a su rango; mas el porte señorial fluía de su interior. Por él más tarde el reino de su padre acrecentaría su fama, pues en todas sus acciones se reflejaban las virtudes del caballero perfecto.
24Por fin llegó la edad de presentarse en la corte. Todos ansiaban conocerlo; muchas damas y doncellas deseaban que su voluntad se fijase en ellas. Muchas se prendaron de él: bien lo advertía el joven caballero.
25Rara vez se permitía al joven salir a cabalgar sin acompañamiento. Sigmundo y Sigelinda ordenaron que vistiera elegante ropaje, y muchas personas sabias, entendidas en cuestiones de hidalguía, también se ocupaban de él para que fuera, así, merecedor de su pueblo y de su tierra.
26Pronto adquirió la fuerza para poder portar armas, una fuerza que para aquel menester él poseía en exceso. Comenzó a cortejar bellas damas; era un honor para ellas corresponder al intrépido Sigfrido.
27Por entonces anunció su padre, el rey Sigmundo, su deseo de celebrar una gran fiesta con sus amigos queridos. La noticia se extendió a las tierras de otros reyes. Regaló el rey ricas ropas y caballos a los suyos y a los extranjeros.
28Dondequiera que se encontrase a algún joven noble que en virtud de su linaje pudiera ser caballero, se lo invitó a la fiesta del reino. Después todos ellos, con el joven Sigfrido, serían armados caballeros.aballeros.
29Muchas maravillas se podrían relatar de aquella fastuosa fiesta. Sigmundo y Sigelinda vieron acrecentada su fama, pues fueron muy generosas sus dádivas. Por aquella razón muchos extranjeros cabalgaron a su reino.
30Cuatrocientos escuderos recibirían sus ropas de gala para ser caballeros junto al joven Sigfrido. Muchas hermosas doncellas no cesaron de coser, pues era muy grande el afecto que sentían por el joven rey.
31Tal y como correspondía, habían bordado muchas piedras preciosas sobre ribetes de oro para poderlos colgar en los ropajes de los gallardos caballeros. El anfitrión real hizo preparar asientos para todos aquellos bravos guerreros, para que en el solsticio estival7 Sigfrido fuese armado caballero.
32Más tarde se dirigieron a la catedral muchos nobles escuderos y honorables caballeros. Tal y como dictaba la costumbre, los mayores acompañaron a los inexpertos jóvenes como a su vez sus padres habían hecho en el pasado con ellos. Los jóvenes disfrutaron de muchos entretenimientos y de diversiones sin cuento.
33Se celebró una misa para honrar al Señor. Fue inmensa la multitud agolpada para ver cómo los jóvenes eran armados caballeros, según dicta el uso caballeresco, con un esplendor tan grande como jamás se viera antes.
34A continuación corrieron hacia el lugar donde se encontraban muchos caballos ensillados. En la corte de Sigmundo el estruendo de las justas era tal que hacía temblar las salas y el palacio entero: tan formidable era la barahúnda que armaban aquellos animosos guerreros.
35Tan violento era el choque entre los más avezados y los más inexpertos que, al romperse las lanzas, el estruendo hacía retumbar el cielo. Se veían volar astillas de muchas lanzas que llegaban hasta el palacio, arrancadas de las manos de aquellos caballeros. Se combatía con ardor intenso.
36Ordenó Sigmundo poner fin al torneo y se retiraron los caballos. Se veía entre la hierba muchos escudos quebrados e innumerables piedras preciosas que en la lucha se habían desengarzado de sus rodelas.
37Los invitados ocuparon los asientos en el orden que ya tenían asignado. Los más exquisitos manjares y los vinos más excelentes servidos en generosa abundancia les hicieron olvidarse del cansancio. A todos, propios y extraños, se les hizo grande honor.
38Pasaron así el día entero en medio de gran regocijo. Tan solo los juglares no pudieron encontrar un momento de respiro. Cantaban para obtener las dádivas generosas que allí se multiplicaban. Mucho se ensalzó la fama del país de Sigmundo.
39El rey concedió al joven Sigfrido la investidura de tierras y castillos, tal y como en su día él mismo había recibido. La mano de Sigfrido fue generosa para con sus compañeros de armas, que se sintieron muy felices por haber viajado hasta su reino.
40La fiesta se prologó hasta el séptimo día. La muy rica reina Sigelinda, siguiendo antiguas costumbres y por amor a su hijo, regaló a los invitados gran cantidad de oro. Sabía muy bien cómo ganarse el afecto del pueblo para su hijo.
41Ni un solo juglar se quedó sin recompensa. El rey y la reina repartían de sus generosas manos ropas y caballos como si fuera el último día de su vida. No creo que haya existido jamás corte alguna que dispensase una generosidad tan grande.
42Con una gran ceremonia se dio por terminado el festejo. Más tarde se oiría decir a muchos grandes señores que hubieran querido tener por rey al joven Sigfrido, pero el bravo guerrero no sentía tales deseos.
43Mientras sus padres Sigmundo y Sigelinda viviesen, Sigfrido, su hijo querido, no ceñiría la corona. El valiente y osado héroe solo aceptaría acaudillar las tropas en caso de que su patria se viese amenazada por algún grave peligro.
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6Niderlant en el original. Históricamente comprendía el territorio que conforma la desembocadura del Rin, el Escalda y el Mosa. Es decir, lo que hoy es el noroeste de Alemania, Países Bajos y parte de Bélgica.
7El 21 de junio era una fecha importante en la religión de los antiguos germanos, junto con el 21 de diciembre, día del solsticio de invierno.
44UNCA ANTES había padecido Sigfrido las cuitas del corazón, hasta que un buen día llegó a sus oídos que en Burgundia vivía una hermosa joven de belleza extraordinaria. Por ella conocería la alegría y la pena.
45La fama de su indescriptible hermosura había llegado muy lejos, y también los nobles sentimientos de la joven princesa. Tan poderosos motivos invitaban a viajar al reino del rey Gúnter a más de un extranjero.
46Por muchos que fuesen los pretendientes que aspiraban a su amor, nunca quiso Crimilda convertir a ninguno de ellos en amo de su corazón. Aún no conocía la joven a aquel que más tarde habría de ser su señor.
47Por aquel entonces los pensamientos del hijo de Sigelinda giraron hacia el noble amor8. Las pretensiones de los demás no eran más que viento en comparación con las suyas, pues sabía muy bien cómo ganarse el favor de las mujeres hermosas. Pronto la noble Crimilda se convertiría en esposa del arrojado Sigfrido.
48Puesto que era un amor fiel lo que él anhelaba, sus parientes y vasallos le aconsejaron que lo buscara entre aquellas damas que fueran sus iguales. A lo cual respondió el bravo Sigfrido: «Tomaré por esposa a Crimilda,
49la hermosa doncella del país de los burgundios, la de inigualable belleza. Sé muy bien que no existe ningún emperador que busque esposa, por poderoso que sea, que no se sienta honrado por conseguir para sí a tan digna reina».
50Esta noticia llegó a oídos del rey Sigmundo. Sus nobles se la contaron y supo así cuál era la voluntad de su hijo. Mucho le pesó al rey que su hijo quisiera pretender a tan nobilísima doncella.
51También lo supo Sigelinda, la esposa del noble rey. Cundió en ella un gran desasosiego por la vida de Sigfrido, pues conocía muy bien a Gúnter y a sus guerreros. Entre ambos progenitores intentaron disuadir al héroe de su empeño.
52Así habló el bravo Sigfrido: «Mi muy amado padre, prefiero vivir para siempre sin el amor de damas nobles, que renunciar a la mujer que he elegido. Por mucho que me digáis, no hay nada que me haga desistir de mi empeño».
53«Si no cejas en tu idea», le respondió su padre, «aceptaré de buen grado lo que hayas decidido y te ayudaré en tu proyecto con todo lo que esté en mi mano. Sin embargo, debo advertirte que el rey Gúnter cuenta con muchos y arrogantes vasallos.
54Y aunque no tuviese a nadie más que al guerrero Hagen, es este tan orgulloso y altanero que temo que tu deseo de cortejar a esa bella doncella nos pueda costar muy caro».
55«¿Por qué habría de importarnos eso? Lo que no consiga de ellos por las buenas lo obtendré por la fuerza de mi brazo. Tengo la intención de someter ese país y a sus gentes».
56Sigmundo le responde: «Tus palabras me causan desasosiego. Si conocieran en el Rin9 tu manera de pensar, jamás podrías llegar hasta su reino. Conozco desde hace ya muchos años al rey Gúnter y a Gérnot.
57Nadie puede conquistar a esa doncella por la fuerza», prosigue el rey Sigmundo, «lo sé de fuente fidedigna. Mas si quieres cabalgar con guerreros a aquella tierra, tendré que convocar pronto a los amigos con que podemos contar».
58Dice Sigfrido: «No es mi voluntad marchar al Rin en campaña militar seguido de mis guerreros; sería muy triste para mí conquistar por la fuerza a tan hermosa doncella.
59Bastará mi propia mano para poder conquistarla. Cabalgaré con otros doce10 guerreros hasta las tierras del rey Gúnter. Para ello necesito vuestra ayuda, queridísimo padre». Se entregó a los caballeros pieles vistosas y grises.
60Noticias de la partida llegaron a oídos de su madre, Sigelinda. Cundió en ella gran desazón temiendo que los guerreros del rey Gúnter pudiesen dar muerte a su querido hijo. No pudo entonces la noble reina evitar deshacerse en incontrolable llanto.
61Se dirigió Sigfrido adonde su madre se encontraba y le dijo estas reconfortantes palabras: «Señora, no debéis llorar por mí, pues no existe ningún guerrero enemigo por el que yo sienta miedo.
62Ayudadme para que pueda emprender mi viaje al país de los burgundios. Mis caballeros y yo necesitamos ropajes que hagan honor a los orgullosos guerreros que han de llevarlos puestos. Por ello, estad segura, os estaré agradecido para siempre».
63«Ya que no quieres renunciar», le respondió su madre, Sigelinda, «te ayudaré a preparar el viaje y te daré a ti, mi único hijo, el mejor ropaje que jamás ciñó un guerrero. Nada os ha de faltar ni a ti ni a tu séquito».
64Entonces se inclina el joven Sigfrido ante su madre y le dice con respeto: «Llevaré en el viaje tan solo doce guerreros; haced que preparen ropas para ellos. Ardo en deseos de conocer cómo es la joven Crimilda».
65Entonces hermosas damas se sentaron a coser sin descanso día y noche hasta que hubieron terminado las ropas para Sigfrido. Por nada en el mundo quería el héroe renunciar a su viaje.
66Su padre, el rey Sigmundo, hizo que preparasen para él el atuendo de caballero que habría de llevar cuando abandonara el reino. También se prepararon brillantes cotas de malla, duros yelmos y escudos muy grandes y relucientes.
67Ya se acercaba el día de su partida a Burgundia. Todos, hombres y mujeres, se preguntaban preocupados qué le pasaría a Sigfrido y si volverían o no aquellos valerosos nobles. Se dispuso que sus armas y ropajes fuesen cargadas en mulas.
68Sus monturas eran magníficas y en sus sillas relucía el oro bruñido. No había nadie en el mundo que pudiera sentirse tan orgulloso como Sigfrido y sus caballeros. Entonces pidió permiso para partir a Burgundia.
69Los reyes autorizaron su partida con tristeza. Los consuela a ambos con su afecto y les dice: «¡No debéis llorar por mi causa! No deseo que sintáis ninguna inquietud por mi vida».
70Sienten pesar los guerreros y llora más de una doncella. Sospecho que acertadamente anticipaban sus corazones que al final de aquella aventura muchos parientes y amigos ya nunca regresarían. Su lamento era sincero, pues había causa para ello.
71Cabalgan durante siete jornadas los bravos caballeros hasta que finalmente llegan a Worms, a las orillas del río. Brillan sus áureas vestimentas, y sus sillas son del mejor cuero labrado. Los caballos del valiente Sigfrido y de todos sus guerreros avanzan al mismo paso.
72Nuevos, brillantes y largos son sus escudos, y brillan resplandecientes sus cascos. Así es cómo se presenta el valeroso Sigfrido en la corte del rey Gúnter. Nadie había visto jamás a héroe alguno vestir con tan ostentoso ropaje.
73Las puntas de sus espadas llegaban hasta las espuelas; los magníficos guerreros portaban agudas lanzas. La empuñadura que llevaba Sigfrido medía más de dos palmos y el filo de su hoja producía un terrible espanto.
74Las riendas que sujetan en sus manos son de oro y de delicada seda los petrales de los caballos. Así entran en Burgundia. Por todas partes aparecen gentes que les miran maravillados. También salen a su encuentro muchos vasallos del rey Gúnter.
75Según antigua costumbre, aquellos altivos nobles, caballeros y escuderos, salieron a recibir en nombre de su señor a los dignos extranjeros. De sus manos les tomaron sus escudos y caballos.
76Pretendían llevar las caballerías a los establos, pero en aquel mismo instante les grita el bravo Sigfrido: «¡Dejadme a mí y a los míos los caballos! Queremos partir de aquí en seguida. No es otra mi intención.
77Quien quiera de vosotros que sepa dónde puedo encontrar a Gúnter, el poderoso rey de las tierras de Burgundia, que me responda y no calle». Alguien entre los presentes, que conoce la respuesta, así le habla:
78«Si deseáis ver al rey, os será muy fácil encontrarlo. En aquella sala grande lo he visto reunido junto con sus caballeros. Entrad y lo hallaréis rodeado de muchos guerreros bravos».
79Para entonces llegó al rey la noticia de que habían llegado unos gallardos caballeros que portaban lucientes cotas de malla e iban magníficamente ataviados con ostentosos ropajes. Nadie en toda Burgundia conocía a los recién llegados.
80Extrañado, el rey se pregunta de dónde pueden venir esos nobles caballeros con sus lujosos atuendos y con sus novísimos escudos tan excelentes y grandes. Muestra el rey Gúnter su enojo porque nadie sabe responderle.
81Entonces Ortwin de Metz, famoso por su valor y su fuerza, así le dice al rey: «Puesto que no sabemos quiénes son esos caballeros, haced llamar a Hagen, mi tío, para que pueda verlos.
82Conoce muy bien los reinos y países extranjeros. Nos dirá si esos nobles le son conocidos». Manda el rey buscar a Hagen y a sus guerreros. Con distinguido porte se le ve llegar a la corte con su séquito.
83Pregunta Hagen qué desea el rey de él. «Han llegado a mi castillo unos nobles forasteros a los que nadie conoce aquí. Si alguna vez los has visto por tierras extranjeras, debes decírmelo con franqueza».
84«Así lo haré», responde Hagen, y se acerca a una ventana para poder escrutar con sus propios ojos11 a los nobles extranjeros. Mucho le agradaron su armamento y su apariencia, pero tampoco él los había visto nunca por las tierras de Burgundia.
85«De dondequiera que hayan llegado hasta el Rin estos guerreros», continuó diciendo, «deben de ser ellos mismos príncipes o bien embajadores de aquellos. Sus monturas son excelentes y sus ropajes soberbios. Sea cual sea su procedencia, se trata de dignos caballeros».
86Así continúa hablando Hagen: «Confieso que aunque jamás vi a Sigfrido, estoy dispuesto a creer que no es otro sino él ese hidalgo que camina con paso tan majestuoso.
87Seguramente trae noticias a esta tierra. La mano de este guerrero ha vencido a los bravos nibelungos Schilbungo y Nibelungo, los hijos de un rey poderoso. Después de aquello consumó grandes gestas con su fuerza formidable.
88Me han contado que en cierta ocasión en que el héroe cabalgaba sin ninguna compañía junto al pie de una montaña, se encontró con muchos hombres valientes a los que no conocía, custodios del tesoro nibelungo.
89Habían sacado todo el tesoro del rey de los nibelungos de una cueva en la montaña. Disponeos a escuchar el fascinante relato de cómo querían los nibelungos llevar a cabo el reparto. Al ver el tesoro, Sigfrido quedó maravillado.
90Se acercó tanto a los guerreros que ellos pudieron verle a él igual que él a ellos. Uno de ellos dijo: «Aquí se acerca Sigfrido, el héroe de Niderlandia». Muchos sucesos extraordinarios le sucederían en el país de los nibelungos.
91Fue muy bien recibido por Schilbungo y Nibelungo. De común acuerdo, los jóvenes y nobles príncipes piden al bravo guerrero que reparta el tesoro entre ellos dos. Es tan grande su insistencia que Sigfrido acaba por acceder a sus ruegos.
92Según se cuenta, vio tantas piedras preciosas que ni siquiera cien carros hubieran podido transportarlas, y todavía más hacían falta para llevar el oro del país de los nibelungos. Todo aquel reparto lo debía llevar a cabo el bravo Sigfrido.
93Como recompensa le dieron la espada de su padre, el rey de los nibelungos, pero el servicio que debía realizar Sigfrido en nada les satisfizo, porque estallaron en cólera y el esforzado héroe no pudo llevarlo a cabo.
94Entre sus seguidores se encontraban doce valientes vasallos, que eran forzudos gigantes. Pero ¿de qué les iba a servir? Sigfrido, ciego de furia, les dio muerte con su propia mano y a otros setecientos los arrojó
95del país de los nibelungos con la noble espada Bálmung. Por el tremendo pavor que inspiraba aquel acero y un héroe tan valiente, muchos jóvenes guerreros le entregaron sus tierras y sus castillos y se hicieron sus vasallos.
96También dio muerte a los dos poderosos reyes, pero Alberico12 llegó a poner su vida en grave riesgo. Esperaba el enano vengar inmediatamente la muerte de sus señores hasta que el mismo probó la descomunal fuerza de Sigfrido.
97El forzudo enano nada puede hacer en esta lucha. Cual fieros leones corrieron los dos hacia una montaña donde el héroe arrancó a Alberico su capa mágica13. Así es como el temible Sigfrido se hizo dueño del tesoro.
98Todos los que se atreven a enfrentarse con él yacen muertos en tierra. Ordena inmediatamente que se vuelva a transportar el tesoro al lugar de donde los nibelungos lo habían sacado previamente. Alberico el fuerte se convirtió en su guardián.
99Hubo de hacer juramento de que serviría a Sigfrido como un buen vasallo y de que cumpliría con todos sus mandatos». Siguió hablando Hagen de Tronje: «Esas son sus proezas. Jamás mostró tanta fuerza ningún guerrero.
100Aún sé más cosas de él: dio muerte él solo a un dragón y se bañó en su sangre; su piel se volvió tan dura como si fuera de cuerno. Ningún arma puede herirlo, como se ha comprobado muchas veces.
101Debemos recibir muy bien al joven caballero para no despertar la ira de un guerrero tan formidable. Tan grande es su arrojo que es mejor tenerlo por amigo. Merced a su extraordinaria fuerza ha realizado grandes hazañas».
102Entonces habló el poderoso rey: «Puede que estés en lo cierto. ¡Mirad el porte marcial con que ese valiente se presenta dispuesto para el combate junto a sus guerreros! Bajemos ahora a su encuentro».
103Hagen le responde: «Podéis hacerlo sin que haya ningún descrédito en ello. Pertenece a una estirpe muy noble y es hijo de un rey poderoso. Por su gesto parece, vive Dios, que son importantes las razones que le han impulsado a cabalgar hasta aquí.
104Así dice el soberano del reino: «¡Que sea bienvenido entre nosotros! Es noble y valeroso según he oído, y eso, aquí en Burgundia, le servirá de provecho». Con esto el rey Gúnter bajó adonde se encontraba Sigfrido.
105El rey y todo su séquito dispensaron tan cordial acogida al visitante que no se dejó de cumplir ni una sola de las normas que exigía la cortesía. Sigfrido, el bravo guerrero, se inclinó agradecido ante aquel caluroso recibimiento.
106«Tengo curiosidad por saber, noble Sigfrido», pregunta el rey de inmediato, «de dónde procedéis y qué os trae aquí a Worms junto al Rin». Responde al rey el extranjero: «No haré de ello un secreto.
107En la tierra de mi padre me contaron que en vuestra corte se hallan los guerreros más valientes que tuvo jamás rey alguno. Lo he oído muchas veces y deseaba atestiguarlo: esa es la razón que me ha traído hasta aquí.
108Igualmente se cuenta que no hubo jamás un rey con tanto valor como el vuestro. Mucho se habla de vuestra fama por todas partes del reino. No me marcharé de aquí sin haber probado yo mismo vuestro valor.
109Yo también soy príncipe y ceñiré corona algún día. Quisiera que se dijera de mí que poseo mi reino y sus gentes por justo derecho. Para merecerlo, pongo mi honor y mi vida en juego.
110Pues bien, ya que sois tan bravo como me han dicho, es mi intención, tanto si esta agrada o irrita, arrancaros por la fuerza todo lo que poseéis. Vuestras tierras y castillos pasarán a mi poder».
111Mucho se sorprendió el rey y todos sus caballeros al oír que Sigfrido pretendía por la fuerza arrebatarles su reino. Al escuchar sus palabras la cólera se apoderó de los guerreros.
112«¿Por qué habría de merecer yo», dijo el noble Gúnter, «perder por la fuerza de un solo hombre el reino que mi padre gobernó con honor durante tanto tiempo? Malos caballeros seríamos si tal cosa consintiéramos».
113«¡No desistiré en mi empeño!», dice el bravo guerrero. «Si con tu fuerza no basta para mantener en paz tu reino, seré yo quien lo gobierne. De igual modo, si me vence tu fuerza todas mis tierras y herencia se someterán a tu dominio.
114Tendrán el mismo valor tu patrimonio y el mío. Aquel que venza al contrario será dueño y señor del país y de sus gentes». En aquel mismo instante Hagen y Gérnot mostraron su desacuerdo.
115«No es nuestra intención», responde Gérnot, «someter más tierras a nuestro dominio ni que por ese motivo tenga nadie que morir a manos de un guerrero. Poseemos ricas tierras que nos corresponden por justicia. No existe nadie que tenga sobre ellas más derecho que nosotros».
116Se extendió la indignación entre los amigos de Gúnter. Entre ellos se encontraba Ortwin, el señor de Metz, que así habló: «Me duele profundamente ese apaciguamiento. El impetuoso Sigfrido os ha desafiado sin ningún motivo.
117Aun si vos y vuestros hermanos no opusieseis resistencia, y Sigfrido se presentara con todo un real ejército, me atrevería a combatir con él de tal modo que le haría renunciar a su altanera arrogancia».
118Estas palabras encolerizaron mucho al héroe de Niderlandia. Esto dijo: «Tu mano no puede pretender medirse contra la mía; yo soy rey poderoso y tú tan solo un vasallo. Ni siquiera doce como tú podrían vencerme en combate».
119A grandes gritos pide su espada Ortwin, el señor de Metz. Era él, sin duda alguna, digno hijo de la hermana de Hagen de Tronje. Que este permaneciera en prolongado silencio llegó a disgustar al rey. Entonces medió el bravo y solícito Gérnot.
120Dirgiéndose a Ortwin, le dice: «Templad vuestra cólera. Nada ha hecho el noble Sigfrido que no podamos resolver de modo caballeroso. Es mi consejo tenerlo como amigo, pues así se acrecentará nuestro prestigio».
121Responde así el valiente Hagen: «Nos disgusta a todos nosotros, que somos tus guerreros, que Sigfrido haya llegado hasta el Rin buscando entablar combate. Nunca debió hacer tal cosa, puesto que mis caballeros en ningún modo lo ofendieron».
122A esto responde Sigfrido, el osado guerrero: «Si lo que he dicho, señor Hagen, os injuria, entonces os mostraré la ruina y desolación que tengo pensado hacer en Burgundia con la fuerza de mi brazo».
123«Eso lo impediré yo». Así contestó Gérnot prohibiendo hablar a sus guerreros con palabras arrogantes para no causar ofensa. Sigfrido dirigió entonces sus pensamientos hacia la hermosa doncella.
124«¿Por qué habríamos de pelear con vos?», pregunta Gérnot de nuevo. «Por muchos caballeros que hallasen la muerte, poco se acrecentaría nuestro prestigio y vos no obtendríais ningún provecho». Así responde Sigfrido, el hijo del rey Sigmundo:
125«¿Por qué titubean tanto Hagen y Ortwin y no se lanzan al combate con todos los amigos con que cuentan en la tierra de Burgundia?». Guardaron tenso silencio los nobles sin responder a aquel reto, pues así era como lo ordenaba Gérnot.
126«Sed, pues, bienvenido», dijo el hijo de la reina Ute14, «con vuestros acompañantes. Será un placer para mí y para los míos serviros». Se dispuso entonces que el vino del rey Gúnter se sirviese a los invitados.
127Habló luego el soberano de Burgundia: «Todo lo que poseemos y todo aquello que deseéis se encuentra a vuestra disposición. Compartiremos con vos nuestra vida y nuestros bienes». Con esto se aplacó un tanto el ánimo de Sigfrido.
128Se dio orden de poner en buena custodia sus equipajes y se buscaron los mejores alojamientos para Sigfrido y sus caballeros. Desde entonces en Burgundia el héroe fue siempre acogido con agrado.
129Durante muchos días se le rindió grandes honores, mil veces más de los que yo pueda contaros. Bien me creeréis si os digo que su gran valor le hacía gran merecedor de ello. Nadie había en Burgundia que al verlo sintiera animosidad.
130Cuando los reyes y nobles se entretenían en juegos de caballeros15, era siempre Sigfrido el que destacaba entre todos ellos. Era tan grande su fuerza que a nadie tenía por rival, tanto si lanzara piedras como si arrojase lanzas.
131Dondequiera que los señores hidalgos disputasen sus juegos, y como era costumbre en presencia de damas, veían estas con mucho agrado al héroe de Niderlandia. Sin embargo, él dirigía sus pensamientos a un amor elevado.
132Fuera la que fuese la prueba que hubiera que afrontar, él estaba siempre dispuesto. Llevaba en su corazón a una virtuosa doncella que él aún no conocía. Ella, por su parte, que tampoco lo había visto, hablaba de él en secreto con palabras de cariño.
133Siempre que en el patio de palacio contendían caballeros y escuderos, Crimilda, la noble reina, lo veía desde su ventana. Ningún otro pasatiempo colmaba mejor sus días.
134De haber sabido Sigfrido que era observado por aquella a quien llevaba en su corazón, grande habría sido su alegría, pero creo poder afirmar, sin exageración alguna, que el mayor gozo para él en este mundo hubiese sido poder verla con sus ojos.
135Cuando se hallaba en el patio entre otros caballeros para recrearse en las justas, como aún hoy se sigue haciendo, el hijo de Sigelinda se mostraba tan gentil que más de una dama le prodigaba su afecto.
136Muchas veces él pensaba: «¿Cómo lograré ver con mis ojos a esa noble doncella que desde tanto tiempo amo con toda mi alma? Todavía es para mí una desconocida y por ello siento tristeza».
137Cuando los poderosos reyes viajaban por sus tierras16, todos sus guerreros, sin dilación, debían cabalgar con ellos. Entristecía a la doncella que partiera también Sigfrido. Este, por su parte, sentía asimismo gran pena.
138Pasó así todo un año en la corte del rey Gúnter junto a sus caballeros, sin haber visto ni una vez —es la pura verdad— a su amada dama, a aquella que en el futuro le procuraría tantas alegrías y también tantas penas.
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8Referencia al amor cortés. El amor cortés era un concepto literario de la Europa medieval que expresaba el amor en forma noble, sincera y caballeresca. La relación que se establecía entre el caballero y la dama era comparable a la relación de vasallaje. Generalmente, el amor cortés era secreto y entre los miembros de la nobleza, y dado que los matrimonios eran arreglados entre las familias y se realizaban por conveniencia, el amor cortés no era un amor bendecido por el sacramento del matrimonio, en el seno de parejas formales; sino, en la mayoría de los casos, adúltero o prohibido.
9Renania, la patria de los burgundios.
10Algunas fuentes consideran que el número de guerreros debería ser once porque en el original «selbe zwelfte» significaría once más Sigfrido, y que por tanto esto contradice la estrofa 64, en la que sí se señala claramente el número doce. Deducen así que los números en el poema no deben tomarse muy literalmente. No estamos de acuerdo con dicha interpretación por cuanto que en el mundo germánico y escandinavo la superstición asociada al número trece, la triscaidecafobia, estaba muy extendida. Aunque aceptamos esta contradicción, creemos, en cualquier caso, que la suma de caballeros en las dos estrofas debe ser trece, es decir, los doce caballeros más Sigfrido. De esta manera el autor del poema está anticipando el final trágico de Sigfrido.
La triscaidecafobia se difundió desde Escandinavia, a través de Europa, en dirección sur, y es una de las primeras referencias escritas a la mala fortuna relacionada con el número trece. Tiene su origen en la mitología nórdica de la era precristiana. A un banquete en el Valhalla fueron invitados doce dioses. Loki, el espíritu del mal, se presentó sin ser invitado, con lo que el número de los presentes llegó a trece. En la lucha que se produjo para expulsar a Loki, Bálder, el favorito de los dioses, encontró la muerte.
11Las referencias a que Hagen sea tuerto del ojo derecho no aparecen en todo el poema. Sí existe, en muchas versiones, vacilaciones respecto al empleo del singular o el plural al referirse a sus ojos. Por la Thidrekssaga escandinava y el Cantar de Valtario, poema épico en latín del siglo X en el que se narra su combate con Valtario, sabemos que Hagen era tuerto. Véase la traducción española de Valtario a cargo de Luis Alberto de Cuenca, Madrid, Rey Lear, 2012.
12Alberico (o Alberich) es en la mitología germánica el enano custodio del tesoro de los Nibelungos. Alberico tenía la facultad de transformarse en pez. En la versión escandinava del mito su nombre era Andvari y poseía un anillo mágico capaz de detectar el oro, hasta que el dios Loki se lo sustrajo junto con el resto de las riquezas acumuladas.
13Esta capa, Tarnkappe, tenía la propiedad de volver invisible a quien la portase.
14En el manuscrito original que aquí usamos, el B, figura el hijo de la reina Ute, es decir, Gérnot. Sin embargo, en el manuscrito C aparece Gíselher.
15Similares al lanzamiento de peso y al tiro con arco o jabalina.
16Para ejercer su autoridad y administrar justicia.
139E RECIBIERON EXTRAÑAS NUEVAS en el reino del rey Gúnter traídas por mensajeros que venían de muy lejos, enviados por enemigos desconocidos. Un gran odio se manifestaba en ellas. Al saberse la noticia cundió entre los burgundios el desasosiego.
140Os diré quiénes eran aquellos señores: eran Liúdeger, el poderoso y noble rey de Sajonia, y el rey Liúdegast de Dinamarca, y con ellos cabalgaban muchos valientes guerreros.
141Los emisarios que enviaban sus enemigos llegaron a las tierras del rey Gúnter. Se les preguntó a aquellos desconocidos cuáles eran las nuevas que traían, y al punto se los llevó a la corte a presencia del rey.
142El rey los saludó amigablemente y les dijo: «Sed bienvenidos. No conozco a quienes os envían a mi reino. Vosotros me lo haréis saber». Así habló el noble rey. Sentían un gran temor ante la cólera de Gúnter.
143«Si su majestad nos permite que demos cuenta del mensaje que traemos, no guardaremos silencio. En primer lugar nombraremos los caballeros que hasta aquí nos han enviado: son Liúdegast y Liúdeger, que quieren invadir vuestro reino.
144Habéis concitado su ira, y sabemos, en efecto, que ambos príncipes os profesan un gran odio; se proponen emprender un ataque contra Worms junto al Rin. Doy fe de que vienen muchos nobles caudillos con ellos.
145Dentro de doce semanas tendrá lugar el ataque. Si contáis con buenos amigos, haced que vengan a toda prisa para que os ayuden a proteger vuestros castillos y campos. Muchos escudos y yelmos quedarán hechos pedazos.
146Mas si deseáis llegar a un acuerdo, enviad aviso para que las numerosas huestes de vuestros poderosos enemigos se detengan en su avance, y así no tendrán que morir muchos buenos caballeros ni se sumirá en desolación vuestro reino».
147«Dejadme reflexionar algún tiempo antes de que os exprese lo que pienso», responde el noble rey. «Después os haré saber la decisión que he tomado. Quiero compartir con mis servidores fieles estas infaustas noticias. No quiero ocultárselas».
148Gúnter, el rey poderoso, quedó muy apesadumbrado. Para sí guardaba en secreto la noticia en su corazón. Hizo llamar a Hagen y a sus otros vasallos y también ordenó que se buscase a Gérnot de inmediato.
149Se presentaron los mejores guerreros que con toda urgencia se pudieron encontrar. Así les habló el rey Gúnter: «El enemigo quiere invadir nuestras tierras con fuerzas muy poderosas. Eso os ha de indignar». Entonces respondió el valiente y noble Gérnot:
150«¡Con nuestras espadas se lo impediremos!», dice el bravo Gérnot. «Morirán tan solo los que estén predestinados para ello. Dejémosles que reposen en paz. No voy a olvidar mi honor por escapar a la muerte. Dispensemos a nuestros enemigos la acogida que merecen».
151Después habló el fuerte Hagen: «No me parece acertado. Liúdegast y Liúdeger están llenos de arrogancia. No podemos reunir a todas nuestras fuerzas en tan corto plazo». Y añadió el audaz guerrero: «Decídselo así a Sigfrido».
152Se dio aposento en la ciudad a los mensajeros. Aunque fueran enemigos, mandó el poderoso rey Gúnter que se les tratara bien, pues así debía hacerse hasta que averiguase quiénes de sus amigos estaban en condiciones de ayudarlo.
153A causa de aquellas preocupaciones sentía el rey un gran desasosiego. Desconocedor de todo lo sucedido, Sigfrido, al verlo tan consternado, rogó al rey que le dijera el motivo.
154Así habla el héroe: «Constituye para mí un enigma que hayáis mudado en tristeza la alegría a la que durante tanto tiempo nos teníais acostumbrados». Le responde de este modo el rey Gúnter, el afamado guerrero:
155«No puedo confesar a todos la inquietud grave que llevo en lo más hondo de mi corazón. Solo a los amigos fieles se pueden confiar las desgracias». El semblante de Sigfrido palidece para enrojecer después.
156Así contesta al rey: «Nunca os he negado nada. Os ayudaré a liberaros del pesar que os embarga. Si son amigos lo que buscáis, yo seré uno de ellos y os seré fiel con honor hasta el día de mi muerte».
157«Que Dios os lo pague, Sigfrido. Vuestras palabras me animan, e incluso si vuestra gran fuerza no me sirviera de ayuda, me es muy grato escuchar que me sois tan leal. Durante los años que me queden de vida, sabré recompensaros.
158Os diré lo que causa mi aflicción. Por mensajeros de mis enemigos he sabido que pretenden conquistar con su ejército nuestro reino. Jamás se atrevió ningún guerrero a invadir nuestra tierra».
159«Tal cosa no debe preocuparos», le responde Sigfrido. «Calmad vuestro ánimo y haced lo que os pido; dejadme ganar para vos honores y beneficios, y pedid a vuestros vasallos que acudan en vuestro auxilio.
160Aunque vuestros poderosos enemigos cuenten con la ayuda de treinta mil guerreros, los combatiré aun si yo solo dispongo de mil. ¡Dejad eso de mi cuenta!». Así respondió el rey Gúnter: «Os estaré reconocido para siempre».
161«En ese caso poned bajo mi mando a mil de vuestros guerreros, pues yo cuento solo con doce. De esa manera defenderé vuestro reino. La mano de Sigfrido os servirá siempre fielmente.
162Para ese cometido nos ayudará Hagen y también Ortwin, además de Dánkwart y Síndolt, que son esforzados caballeros. También el valiente Vólker cabalgará con nosotros portando el estandarte; no creo que haya nadie que sea más merecedor de ello.
163Haced que los mensajeros regresen al país de sus señores, y que les hagan saber que muy pronto nos veremos. Así la paz en nuestras ciudades no correrá peligro». Entonces hizo llamar el rey a sus parientes y vasallos.
164Los enviados de Liúdeger regresaron a su corte; sentían gran alegría por regresar a su patria. El buen rey Gúnter le ofreció ricos regalos y les procuró una escolta, de todo lo cual se sintieron muy satisfechos.
165«Haced saber a mis poderosos enemigos», les dice el rey Gúnter, «que harían bien en desistir de su empresa; mas si persisten en invadir mi tierra, y mis aliados no me abandonan, sufrirán un desastre irremediable».
166Trajeron entonces apreciados obsequios a los mensajeros: Gúnter podía permitirse hacerlos. No se atrevieron a rehusar aquellos regalos los emisarios de Liúdeger y, tras despedirse, emprendieron alegres el viaje de regreso.
167Cuando aquellos emisarios llegaron a Dinamarca e hicieron saber las nuevas que traían del Rin al rey Liúdegast, se apoderó de él la ira al tener conocimiento de la arrogancia burgundia.
168Le dijeron que en Burgundia había muchos guerreros valientes, y que vieron destacar entre ellos a un caballero que se llamaba Sigfrido, un héroe de Niderlandia. Cuando esto oyó Liúdegast aumentó aún más su enojo.
169Al saberse esta noticia, los daneses se aprestaron a buscar el mayor número de aliados hasta que el rey Liúdegast consiguió congregar unos veinte mil bravos guerreros para emprender su campaña.
170También convocó a su ejército el rey Liúdeger de Sajonia hasta llegar los dos a reunir cuarenta mil o más guerreros. Con ellos pretendían llevar la guerra a tierras de Burgundia. Por otra parte, el rey Gúnter en su reino
171había hecho llamar a sus deudos y a los vasallos de sus hermanos, y también a Hagen, pues necesitaba hombres para marchar a la guerra. Por esta causa muchos de esos guerreros habrían de encontrar la muerte.
172Hicieron preparativos para su empresa guerrera. Cuando salieron de Worms y cruzaron el Rin se encomendó a Vólker que portara la enseña, pero era el bravo Hagen de Tronje quien acaudillaba la hueste.
173Junto a ellos cabalgaban Síndolt y el bravo Húnolt, que merecían muy bien el oro del rey Gúnter; Dánkwart, el hermano de Hagen, y también Ortwin de Metz formaban parte con honor en la expedición de guerra.
174«Rey Gúnter, quedaos tranquilo en la corte», dice Sigfrido, «ya que vuestros guerreros están prestos para seguirme al combate. ¡Permaneced con las damas y mantened el buen ánimo! Sabré defender cumplidamente vuestro patrimonio y vuestra honra.
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