Los Siete Infantes de Lara y el Romancero del Cid - Anónimo - E-Book

Los Siete Infantes de Lara y el Romancero del Cid E-Book

Anónimo

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Beschreibung

En España, las luchas entre los diferentes reinos dieron pie para que los hechos históricos se impregnaran de leyendas y mitos. Tal es el caso del Cid Campeador y de los siete infantes de Lara, cuyas hazañas se registraron en romances y ahora pueblan estas páginas.

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Los Siete Infantes de Lara y Romancero del Cid

ANÓNIMO

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Tomado deFlor nueva de romances viejos

Primera edición, 1996    Cuarta reimpresión, 2000 Primera edición electrónica, 2017

Diseño de portada: Pablo Tadeo Soto Fotografía: Joaquín Sierra

D. R. © 1996, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5309-3 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

Los romances en España, según Ramón Menéndez Pidal “datan por lo común del siglo XV: a todo más, alguno se remonta al XIV”. El campo de inspiración de estos romances son “los temas conservados en la épica española desde el siglo VII, con el rey Rodrigo, hasta el XI, con el Cid, y aun hasta el siglo XII, con el rey Alfonso y el rey Luis de Francia”. Esto significa que los romances son derivaciones de antiguos poemas épicos, y algunos romances viejos vienen a ser fragmentos del poema original.

Tal es el caso de los pasajes de Los Siete Infantes de Lara y Romancero del Cid que presentaFONDO 2000. Las andanzas, históricas y legendarias, de estos héroes trascendieron la realidad de su época y quedaron para la posteridad como tema para poetas, clérigos y juglares.

De tiempo inmemorial, las hazañas de los héroes han sido materia del canto popular y fundamento de la memoria colectiva. En la Edad Media el héroe era el hombre cuya desmesura física y valor ilimitado traspasaban las fronteras cotidianas y conocidas. Las acciones de estos héroes quedaban en la memoria a través de los cantares repetidos por poetas o juglares. Estos cantares de gesta eran, por lo general, relatos que se situaban en épocas remotas y que tenían por finalidad dejar constancia de hazañas heroicas. Con el tiempo, el valor y la fama de los héroes se acrecentaron.

En España, las luchas entre los diferentes reinos y las guerras en contra de los moros facilitaron el rápido traspaso de las escenas históricas al territorio de las leyendas. Tal es el caso del héroe Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador y de los Siete Infantes de Lara, cuyas hazañas se relatan en estas paginas.

Síguese la historia de los Siete Infantes de Lara

De cómo fueron traicionados y muertos por su tío Rodrigo Velázquez ,en los tiempos en que el conde Garci Fernández veía a Castilla amenazada por las vencedoras campañas del moro Almanzor; y cuenta también cómo la muerte de los infantes fue después vengada por Mudarra González. Es una historia lastimera. De un pequeño agravio se levanta gran discordia, mortal enemiga y una fiera venganza; la venganza alimenta largos odios que envejecen en el corazón; los odios viejos engendran nueva vida, y la nueva generación crece para el odio y para la venganza.

Y ESTE PRIMER ROMANCE

cuenta las bodas de doña Lambra de Bureba, y cómo, durante las fiestas, empezó gran enemistad en la familia de los de Lara

Ya se salen de Castilla

castellanos con gran saña,

van a combatir los muros

de la vieja Calatrava;

derribaron tres pedazos

por partes de Guadiana;

por uno entran los cristianos,

por dos los moros escapan,

maldiciendo de Mahoma

y de su secta malvada,

por unas sierras arriba

grandes alaridos daban.

¡Ay Dios, qué buen caballero

fue allí Rodrigo de Lara,

que mató cinco mil moros

con trescientos que llevaba!

Si aquéste muriera entonces,

¡qué gran fama que dejara!

No matara a sus sobrinos,

los siete infantes de Lara,

ni vendiera sus cabezas

al moro que las llevaba.

¡Bien peleó en aquel día

Ruy Velázquez el de Lara,

ganó un escaño de oro

con rica tienda de Arabia;

al conde Garci Fernández

se la envía presentada,

que le trate casamiento

con la linda doña Lambra.

Ya se conciertan las bodas,

¡ay Dios, en hora menguada!,

doña Lambra de Bureba

con don Rodrigo de Lara.

Las bodas fueron en Burgos,

las tornabodas en Salas;

en bodas y tornabodas

pasaron siete semanas:

las bodas fueron muy buenas,

mas las tornabodas malas.

Ya convidan por Castilla,

por León y por Navarra;

tantas vienen de las gentes,

no caben en las posadas;

y aún faltaban por venir

los siete infantes de Lara.

¡Helos, helos por do vienen,

por aquella vega llana!

Sálelos a recibir

la su madre doña Sancha;

ellos le besan las manos,

ella a ellos en la cara:

—¡Huelgo de veros a todos,

que ninguno no faltaba,

y más a vos, Gonzalvico,

prenda que yo más amaba!

Tornad a cabalgar, hijos,

y tomedes vuestras armas,

allá iredes a posar

al barrio de Cantarranas.

Por Dios os ruego, mis hijos,

no salgades a las plazas,

porque las gentes son muchas,

trábanse malas palabras.

Ya cabalgan los infantes

y se van a sus posadas;

hallaron las mesas puestas,

mucha vianda aparejada;

después que hubieron comido,

siéntanse a jugar las tablas.

En el arenal del río,

esa linda doña Lambra,

con muy grande fantasía,

altos tablados armara;

tiran unos, tiran otros,

ninguno bien bohordaba.

Allí salió un hijodalgo

de Bureba la preciada;

caballero en un caballo

y en la su mano una vara

arremete su caballo,

al tablado la tirara,

voceando: —¡Amad, señoras

cada cual como es amada!,

que más vale un caballero

de Bureba la preciada,

que no siete ni setenta

de los de la flor de Lara.

Doña Lambra que lo oyera,

en mucho se holgara:

¡oh, maldita sea la dama

que su cuerpo te negara;

si yo casada no fuera,

el mío te lo entregaba!

Oidolo ha doña Sancha,

responde muy apenada:

—Calléis, Alambra, calléis,

no digáis tales palabras,

porque aun hoy os desposaron

con don Rodrigo de Lara.

—Más calléis vos, doña Sancha,

que tenéis por qué callar,

que paristeis siete hijos

como puerca en cenagal.

Todo lo oye un caballero

que a los infantes criara;

llorando de los sus ojos,

con angustia y mortal rabia

se fue para los palacios

do los infantes estaban;

unos juegan a los dados,

otros juegan a las tablas.

Aparte está Gonzalvico,

de pechos a una baranda:

—¿Cómo venís triste, ayo?

Decid, ¿quién os enojara?

Tanto le rogó Gonzalo,

que el ayo se lo contara.

—Mas mucho os ruego, mi hijo,

que no salgáis a la plaza.

No lo quiso hacer Gonzalo,

mas su caballo demanda;

llega a la plaza al galope,

pedido había una vara,

y vido estar el tablado

que nadie lo derribara;

alzóse en las estriberas,

con él en el suelo daba.

Desque lo hubo derribado,

desta manera hablara:

—Amad, amad, damas ruines,

cada cual como es amada,

que más vale un caballero

de los de la flor de Lara,

que cuarenta ni cincuenta

de Bureba la preciada.

Doña Lambra, que esto oyera,

bajóse muy enojada,

sin esperar a los suyos

se saliera de la plaza;

fuése para los palacios

donde don Rodrigo estaba;

en entrando por las puertas

a voces se querellaba:

—Quéjome a vos, don Rodrigo,

viuda me puedo llamar!

¡Mal me quieren en Castilla

los que me habían de guardar!

Los hijos de doña Sancha

mal abaldonado me han:

que me cortarían las faldas

por vergonzoso lugar,

me ponían rueca en cinta

y me la harían hilar,

y cebarían sus halcones

dentro de mi palomar.

Si desto no me vengáis,

yo mora me iré a tomar,

y a ese buen rey Almanzor

tengo de irme a querellar.

—Calledes, la mi señora,

vos no digades atal.

De los infantes de Lara

bien os pienso de vengar;

tela les tengo ya urdida,

presto se la he de tramar;

nacidos y por nacer

dello por siempre hablarán.