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El Cantar de los Nibelungos es un texto clave de la literatura germana, que con sus historias de magia, venganzas y aventuras amorosas despliega todo el sentido de la maravilla de las gestas medievales. El largo poema tiene su origen en la tradición oral, y forma parte de la corriente de composiciones europeas cuya popularidad en su tiempo se evidencia por la existencia de 37 manuscritos de entre los siglos XII y XVI, siendo solo tres los más completos, que datan del siglo XIII. Aunque el autor original permanece anónimo, se acepta que la estructura básica del poema, con sus motivaciones fundamentales, proviene de un único creador. Esta obra fue enriquecida y modificada por los juglares a través de los siglos, manteniendo viva la tradición oral incluso después de las primeras versiones escritas. En este poema, el término nibelungo denomina a un pueblo mítico de enanos poseedores de un enorme tesoro, el famoso tesoro de los nibelungos. Este cantar de gesta reúne muchas de las leyendas existentes sobre los pueblos germánicos, mezcladas con hechos históricos y creencias mitológicas que, por la profundidad de su contenido, complejidad y variedad de personajes, se convirtió en la epopeya nacional alemana, con la misma jerarquía literaria del Cantar de mio Cid en España y el Cantar de Roldán en Francia. En El Cantar de los Nibelungos se narra la gesta de Siegfried, un cazador de dragones, quien valiéndose de ciertos artificios consigue la mano de la princesa Kriemhild. Sin embargo, una torpe indiscreción termina por provocar una horrorosa cadena de venganzas.
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La traducción de esta obra ha sido subvencionada por el Goethe-Institut. Título original del alemán: Das Nibelungenlied© LOM ediciones Primera edición, agosto 2024 Impreso en 1500 ejemplares ISBN impreso: 9789560018434 ISBN digital: 9789560018939 Diseño, Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 [email protected] | www.lom.cl Imagen de portada: CC Metamorphosed pillow basalt in the Precambrianof Minnesota, USA. James St. John - https://tinyurl.com/ Tipografía: Karmina Registro N°: 707.024 Impreso en los talleres de gráfica LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Santiago de ChileDe los traductores Pola Iriarte nació en Santiago de Chile en 1964. Desde 1989 ha vivido intermitentemente entre Chile y Alemania. Periodista de profesión y traductora de oficio, ha traducido teatro, poesía, literatura y ensayo. Entre sus últimos trabajos publicados, se cuentan La partida de ajedrez y El misterio de la creación artística, de Stefan Zweig, y Cordelia es la muerte, de Sigmund Freud.Sven Olsson nació en Hamburgo, Alemania, en 1965. Tras dos años de viajar por América Latina, entre 1987 y 1989, estudió Literatura Española y Portuguesa en la Universidad de Hamburgo. Luego de titularse, ha vivido entre Alemania y Chile, donde trabaja como traductor e intérprete de conferencia. Su primera traducción publicada fue Un año, de Juan Emar. Ha traducido, entre otros, a Christa Wolf, Elfriede Jelinek y Georg Trakl.
Cuando se habla del Cantar de los nibelungos en Chile –y probablemente pase algo similar en muchos países fuera de los de habla alemana y el norte de Europa– las personas tienden a pensar en Richard Wagner y su Anillo de los Nibelungos. Pero el cantar es muy anterior a la ópera de Wagner, y esta es, de hecho, solo una de las incontables creaciones inspiradas en la historia original de Siegfried, entre las cuales se cuentan más de 120 textos dramáticos y diversas óperas, operetas, coreografías, radioteatros, películas, parodias y cómics.
De este cantar que, como su nombre lo indica, pertenece a la tradición oral, en este caso, de la literatura medioeval germana, se conservan 37 manuscritos (23 de los cuales son fragmentos), escritos entre el siglo XIII e inicios del siglo XVI. Esta cifra indica cuán popular era ya en esa época El cantar de los nibelungos. De los escritos durante el siglo XIII, se conservan tres manuscritos completos: el de Karlsruhe, (segundo cuarto del S. XIII), el de San Galler (segundo tercio del S. XII) y el de Múnich (último cuarto del S. XIII). Los tres manuscritos, denominados con las letras A, B y C, se diferencian, en primer término, en el número de estrofas (A: 2316, B: 2376 y C: 2439), pero también evidencian variaciones de contenido en las estrofas que comparten. La pregunta por el autor original del cantar no ha encontrado hasta ahora respuesta y probablemente sea algo que jamás se logre dilucidar; aunque entre los expertos existe hoy consenso en que el texto base de El cantar de los nibelungos es la creación de un autor que desarrolló la estructura en dos partes, las motivaciones fundamentales y la forma. A partir de esta estructura base, el texto habría ido modificándose a través de los siglos con los aportes de los diferentes juglares que participaron de su difusión. De hecho, la tradición oral se mantuvo viva, incluso muchas décadas tras la aparición de las primeras versiones escritas.
En el mundo de habla alemana, El cantar de los nibelungos es la obra más antigua sobre el tema que se conoce, aunque podría no ser necesariamente la primera que relatara las aventuras de los nibelungos. Por otra parte, ni estos ni Siegfried son exclusivos de la tradición germana, puesto que existen también diversas variaciones del tema en la literatura en otros países del norte de Europa.
Como todas las sagas, y a diferencia de lo que ocurre con los cuentos de hadas, El cantar de los Nibelungos contiene elementos históricos que pueden ser atribuibles a figuras y sucesos efectivamente existentes. Como en el juego del teléfono, sin embargo, la comunicación de la época estaba sujeta a una serie de circunstancias que atentaban contra la fidelidad de la misma, de manera que con frecuencia lo que queda de los acontecimientos y personajes históricos que sirvieron de inspiración a un relato no es más que una vaga sombra. En el caso concreto del cantar, su segunda parte, con la caída de los burgundios en una época de grandes migraciones, ofrece más referencias históricas que la primera, que con figuras como la invencible Brunhilde, Siegfried el vencedor de dragones, la capa de invisibilidad y el inagotable tesoro de los nibelungos, se acerca más a la mitología germana y a los cuentos de hadas.
La saga combina y entreteje personas, acontecimientos, lugares y motivos sin consideración a una cronología histórica efectiva, y hace convivir aquellos inspirados en la realidad con otros de carácter completamente ficticio. Así, por ejemplo, los tres reyes burgundios, su hermana Kriemhild y su madre Ute tienen su correlato en diversos personajes de diferentes épocas que vivieron a orillas del río Rin en las cercanías de lo que hoy es Mannheim, y donde sigue existiendo la ciudad de Worms, en la que se desarrolla la mayor parte de la primera parte de la saga. Etzel, por su parte, está claramente inspirado en la figura de Atila, el rey de los Hunos, que hacia mediados del siglo V ocupó Europa del Este. En cuanto a Xantes, ciudad de la que proviene Siegfried, se trata también de un lugar efectivamente existente (hasta el día de hoy), no así el propio Siegfried, para el que no existen referencias históricas conocidas.
El cantar de los nibelungos ha acompañado el estudio de la literatura alemana desde sus inicios. La recepción moderna comenzó en el año 1775, cuando se encontró uno de los manuscritos en el castillo de Hohenems en la región de Vorarlberg en Austria. Este texto ha sido ininterrumpidamente desde entonces materia de estudio e instrumento de enseñanza y aprendizaje tanto a nivel universitario como escolar. En 2009 la Unesco la incluyó en su Lista de registro de la memoria del mundo.
Podríamos decir que los cantares de gesta eran una especie de telenovelas de la Edad Media. Y el de los nibelungos tiene todos los ingredientes para convertirse en un éxito de rating en horario nocturno: amor, intriga, sexo, traición, asesinato, luchas de poder…
Formalmente, la historia está dividida en 39 capítulos, que en los manuscritos A y C tienen cada uno un título. A diferencia de lo que la palabra «aventura» podría hacer pensar, no se trata aquí de unidades que den cuenta de eventos excepcionales, vinculados a hechos osados o heroicos con un final más o menos feliz, sino que, de una división más bien formal, pero que tampoco parece tener relación con la transmisión oral del cantar, puesto que las aventuras son de muy diversa extensión.
Cada aventura está formada por estrofas de cuatro versos de arte mayor, con una cesura señalada gráficamente y con rima AA BB al final de los segundos hemistiquios.
Si bien es este un cantar de gesta, género por antonomasia propio de la Edad Media y expresión del ideal y las costumbres cortesanas, en El cantar de los nibelungos persisten algunos elementos propios de la literatura arcaica. Así, por ejemplo, la figura de Brunhilde responde mucho más a la imagen de una valquiria feroz que a la de una dama de una novela artúrica. Siegfried, por su parte, si bien es indiscutiblemente valiente y fuerte, hace uso de la trampa y el engaño en varias situaciones cruciales para el desarrollo de la historia. En Kriemhild conviven también estas distintas tradiciones, y así escoge, en un momento del relato, la vida de la penitencia, para seguir luego el camino de la venganza más despiadada.
Desde el punto de vista del lector moderno, el relato contiene varias inexactitudes e incluso contradicciones argumentales, temporales y espaciales. Hoy diríamos que exhibe serios errores de continuidad. Pero considerando el éxito del cantar en su época (y más allá de ella), aquello no parecía ser un problema mayor para un público que escuchaba la historia en capítulos, en la medida que aparecía el juglar, y que bien podía entre una y otra entrega haber olvidado varios detalles del relato. A nosotros, por el contrario, que tenemos la posibilidad de leer la historia en forma continuada, e incluso de retroceder en las páginas del libro, nos llamará quizá la atención que la famosa capa de invisibilidad, que resulta clave en más de algún pasaje, desaparezca de la historia sin razón ni explicación alguna. O nos preguntaremos, ¿por qué lleva Kriemhild el anillo y el cinturón a Worms cuando no había ninguna necesidad de ello? ¿Por qué Rumold, el cocinero, y Volker, son introducidos en la segunda parte como personajes nuevos, a pesar de que ya los conocemos de la primera parte? Y al llegar a la estrofa 1520, nos confundiremos, porque de allí en adelante los burgundios pasarán a llamarse nibelungos.
El manejo del tiempo también es un poco ambiguo. Si bien en El cantar de los nibelungos hay diversas referencias temporales, y con frecuencia se indica que tal o cual evento duró una determinada cantidad de días, semanas o años, más de una vez nos encontramos con que una misma distancia geográfica es cubierta en más o menos tiempo según lo requiera el argumento. Por otra parte, las referencias temporales entregadas en el relato nos indican que entre el inicio y el final transcurren 37 años; los personajes sin embargo no envejecen. Los guerreros exhiben la misma fuerza y vigor a los veinte que a los sesenta años, el joven Giselher mantiene ese apodo de principio a fin y Kriemhild tiene a su segundo hijo a los cincuenta años.
Pero vamos a la historia en sí. Las dos primeras aventuras están dedicadas a presentarnos a los protagonistas, Kriemhild y Siegfried, y a sus respectivas familias y reinos, en Burgundia y Niderland, respectivamente, para luego pasar, en los dieciocho capítulos siguientes, a relatarnos el viaje de Siegfried a Burgundia; el enamoramiento de los protagonistas (antes de haberse nunca visto); las ayudas que el bravo y bello Siegfried le ofrece a Gunther, rey de Burgundia y hermano mayor de Kriemhild, para ganar la guerra y conseguir mujer; el doble matrimonio de Siegfried con Kriemhild y Gunther con Brunhilde; la rivalidad entre las cuñadas; la traición y el asesinato de Siegfried y el duelo de Kriemhild.
Junto al relato propio de los hechos, el autor se detiene constantemente a darnos cuenta de las diversas ritualidades que rodeaban la vida en la Edad Media y en el devenir de las cortes. También está muy presente el pensamiento cristiano, aunque su función es más bien decorativa. El epíteto es también un elemento fundamental del relato, siempre en tono superlativo. Las mujeres son bellas, hermosas, nobles, magníficas, regias; los hombres, además de aquello, son bravos, valientes, soberbios. Los ropajes son los más increíbles que jamás se haya visto; los escudos, los más anchos; las espadas, las más afiladas; los regalos, los más generosos. Y así, cosa tras cosa.
La segunda parte se inicia con la aventura 21 y termina con la 39. Aquí, los viajes tienen una importancia central. Primero el que hace Rüdiger desde Bechelaren a Worms para pedir la mano de Kriemhild en nombre del rey Etzel. Luego el de retorno con la reina convertida en prometida, y por último, el de los burgundios al reino de los hunos para visitar a Kriemhild. Los últimos diez capítulos transcurren en el reino de Etzel y son una seguidilla de batallas y escaramuzas que conducen a un sangrento final. Tampoco acá faltan las descripciones de los ritos cortesanos ni los superlativos.
Podría decirse que la figura central de la historia es Kriemhild, en la medida que ella está presente a lo largo de todo el relato y que es pasiva o activamente quien motiva parte importante de los acontecimientos, desde el viaje inicial de Siegfried a Worms hasta la caída de los burgundios, y quien articula las diversas líneas del relato. Sin embargo, y a pesar de su ausencia física a partir de la aventura 17, es Siegfried el gran héroe del cantar, que se ha erigido además, a lo largo de los siglos, en emblema del valor y la bravura germana, siendo incluso destacado como símbolo entre los defensores de la supremacía aria. Lo anterior, a pesar de que Siegfried, si bien era en extremo valiente y fuerte, aparte de hermoso, se valía, como señalamos anteriormente, sin problema del engaño para lograr sus propósitos.
Está a la mano preguntarse qué trasforma esta historia de caballeros heroicos y valientes y bellas y nobles princesas en un relato de venganza y odio. Muchos verán el punto de inflexión en la rivalidad entre Kriemhild y Brunhilde, y efectivamente el conflicto entre ambas princesas pone en movimiento una serie de eventos que se van encadenando hasta llevar la historia a su trágico desenlace. Sin embargo, esta rivalidad que parece nacer de la nada tiene su origen en decisiones de los caballeros, de las cuales el mundo femenino es marginado. La más más gravitante ocurre cuando Gunther y Siegfried viajan a intentar conquistar a Brunhilde y este último se presenta como vasallo del rey burgundio, para poder llevar a cabo su plan de conquista y ejecutar las artimañas que les permite cumplir con el objetivo de vencer a Brunhilde y ganarla como esposa para Gunther. Esa mentira, más otras varias que se van sumando en el camino, son las responsables del conflicto entre las reinas y el deseo de venganza de Kriemhild.
¿Y los nibelungos? Bueno, podría decirse que están en todas partes y, a la vez, en ninguna. En la saga misma, son personajes más bien secundarios: un pueblo de enanos que Siegfried se encuentra en uno de sus viajes, mucho antes de llegar a donde los burgundios, al que somete tras matar a sus príncipes (y a otros setecientos guerreros), haciéndose por esa vía de un tesoro inconmensurable, de la capa de invisibilidad y de la espada Balmung. ¿Por qué, entonces, el libro se llama El cantar de los nibelungos? Bueno, la respuesta a esto no es tan simple ni tan unívoca, porque nadie sabe con exactitud quiénes eran los nibelungos. Debemos tener en cuenta que aun cuando el libro haya sido escrito hacia el siglo XIII, su historia transcurre algunos siglos antes, en plena época de las grandes migraciones, un periodo que hoy día llamaríamos muy líquido en términos de la composición de la población en Europa. El escenario geográfico de nuestra historia estaba habitado por diversas tribus francas, entre ellas los salios, los téncteros y los usípetes, por nombrar solo algunas. Si revisamos otras sagas, tanto alemanas como nórdicas, que se alimentan del mismo material que el cantar, encontraremos a los nibelungos siendo, en algunas, vasallos de Gunther y, en otras, de Siegfried. Tampoco la denominación es siempre idéntica. Así, en el poema épico Waltharius se habla de los franci nebulones para referirse a los nibelungos, nombres ambos que derivan del vocablo latín nebula, es decir niebla. Como ven, intentar aclarar quiénes fueron los nibelungos no es tarea fácil. Entre los historiadores hay consenso en que la denominación alude en términos generales a los francos. Ahora, como parte de los francos vivía al lado de los burgundios, no es improbable que el término se extendiera a los vecinos, lo que explicaría la superposición entre ambos pueblos en la segunda parte del cantar, y el nombre mismo de la saga.
Debo señalar que no estaba en lo absoluto en nuestros planes la traducción de El cantar de los nibelungos. Y si el proyecto terminó en nuestro escritorio, fue obra más bien de la casualidad. Jorge Fondebrider, editor de la colección en que se publica este libro, nos puso dos pies forzados antes del inicio de la traducción, uno que lo hacía todo más complicado y el segundo que facilitaba, en un sentido al menos, el trabajo: la traducción debía hacerse desde el original (escrito en alto alemán medio, ancestro del alemán moderno, que se habló entre 1050 y 1350) y debíamos prescindir de la rima.
Lo primero suponía hacer dos traducciones en una. Primero había que desentrañar el alto alemán medio para entender el texto dentro del alemán y luego había que hacer la traducción propiamente tal al castellano. La primera etapa quedó en manos de Sven Olsson, que –premunido de diversas herramientas, entre las que se contaban la edición de la editorial Reclam (2010), que contiene el texto original (en la versión del manuscrito de San Galler) con una traducción descriptiva en alemán moderno estrofa por estrofa de Siegfried Grosse, y la traducción en verso de Karl Simrock, publicada en 1868– descifró el original y «vació» el texto al castellano.
Y aquí entraba en escena el segundo desafío y la segunda traductora, Pola Iriarte. Prescindir de la rima del original era, sin duda, la decisión correcta, puesto que de otra manera tendría que haber sido esta traducción la tarea que nos ocupara hasta el fin de nuestros días, o tendríamos que haber hecho demasiados ajustes para encontrar la rima, perdiendo fidelidad con el original, que es precisamente lo que ocurre con la traducción al alemán moderno de Simrock. Pero la rima en un cantar (y no solo en un cantar) no es un simple capricho del poeta o una moda de época, sino una herramienta que ayuda a dotar al texto de ritmo y musicalidad, características básicas de un relato pensado para su recitación. Es decir, que si no reproducíamos la rima original AABB, de alguna manera teníamos que lograr darle musicalidad al texto en español. Y esto fue lo más difícil. En algunos casos nos acompañó la suerte, y fueron apareciendo naturalmente algunas rimas entre dos versos o entre los dos hemistiquios de un mismo verso; en otros, tuvimos que luchar largamente para encontrar el vehículo del ritmo, y en más de alguno, por más vueltas que le dimos, tuvimos que rendirnos sin poder lograr el resultado esperado. Confiamos en que sean los menos.
En relación a los nombres de personajes, optamos por mantenerlos en el original, prescindiendo de sus traducciones, incluso en el caso de aquellos más conocidos, como los de Siegfried (o Sigfrido) y Kriemhild (o Krimilda). En el manuscrito, muchos de los nombres aparecen escritos de diferentes maneras a lo largo del relato. Así, Hagen es a veces Hagene; Siegmund, Sigismund o Sigmunt; Siegelint, Siegelinde o Sieglind, por nombrar solo algunos. En la traducción nos quedamos con la versión más recurrente.
A nivel léxico tuvimos que tomar también algunas decisiones, motivadas fundamentalmente por el objetivo de que este texto resulte ameno y atractivo en su lectura en español, incluso para personas que nunca hayan oído hablar de los nibelungos o de Siegfried. En el alto alemán medio existían notoriamente menos palabras que en los idiomas modernos, de manera que algunos vocablos designaban una gran cantidad de conceptos asociados para los cuales hoy existen múltiples palabras. Un ejemplo de ello es el sustantivo Minne (y los adjetivos y adverbios derivados del mismo), que durante la baja y alta Edad Media denominaba de manera muy general la inclinación mental y emocional de las personas hacia un otro, ya fuera Dios u otra persona, abarcando, en este último caso, relaciones de naturaleza social, caritativo, amistoso, erótico o sexual. Es decir, cada vez que aparecía la palabra Minne, había que decidir si en ese caso concreto se trataba de amor, afecto, piedad, deseo, cariño… Otro ejemplo interesante a nivel léxico es el de la palabra vriunde, que es claramente la antecesora del vocablo alemán actual Freunde que significa amigos, sin embargo, en el contexto de las estructuras sociales del Medioevo se refería genéricamente a personas con las que se tenía alguna relación de deber vasallático, y en castellano, corresponde a familia, si vivían en el entorno doméstico directo del señor, y a amigos si este no era el caso.
En esto podríamos detenerlos un rato muy largo, porque los ejemplos son muchos. También hay casos en que se trata de instituciones propias del medioevo germano y que por lo tanto no tienen correlato en el idioma castellano, o conceptos que están profundamente amarrados a formas de relaciones sociales o imaginarios de mundo hace mucho tiempo desaparecidos.
En fin, que esta traducción tuvo algo de cruzada, no religiosa sino idiomática y literaria, que implicó una inmersión profunda en los inicios de la literatura alemana y la prehistoria de la lengua, y en la que tuvimos tiempo suficiente para aprender mucho, frustrarnos un montón de veces, desesperarnos con tanto superlativo, sorprendernos de cuán distinta era entonces la vida humana, constatar que en lo relativo a las mujeres no era tan diferente, y soñar con que alguna vez veríamos el libro impreso.
C1 Las viejas historias nos cuentan abundantes maravillas, de héroes admirables, de colosales hazañas, de fiestas y de alegrías, de llantos y de lamentos de combates de caballeros, oirán ahora portentos.
1 En el reino de Burgundia, vivía una joven noble, de una belleza tal, que no había en el mundo igual, su nombre era Kriemhild y tan bella llegó a ser, que muchos caballeros por ella, su vida vieron perder.
2 Estaba bajo cuidado de tres nobles y ricos reyes, dos respetados guerreros, de nombre Gunther y Gernot, y un magnífico valiente, el joven Giselher, la joven era su hermana, la habían de proteger.
3 Eran hombres generosos y de nobiliaria estirpe, admirables guerreros de osadía sin igual en las tierras de Burgundia, que era el nombre de su reino. Muchos portentos harían también en el reino huno.
4 En Worms, a orillas del Rin, se asentaban con su huestes. Orgullosos caballeros de su reino los sirvieron, honrados de tal honor, hasta el final de sus días, cuando por el odio de dos princesas miserablemente murieron.
5 Ute era el nombre que usaba su poderosa reina y madre. Dankrat el de su padre, que al momento de morir, habíales dejado herencia. Un hombre de gran coraje, que ya desde su juventud fama abundante tenía.
6 Los tres reyes, como he dicho, eran fuertes y atrevidos, y sus súbditos, los mejores guerreros que se ofrecían. De ellos se relataba su brío y su valentía, mostrando en cada combate impresionante osadía.
7 Hagen de Tronje era uno, otro era el diestro Dankwart, que era hermano del primero; se sumaban Ortwin de Merz; los dos margraves también, de nombre Gere y Eckewart, y Volker de Alzeye, con su fuerza superior.
8 Rumolt, el cocinero, era un magnífico hombre; Sindolt y Hunolt también, eran vasallos del reino, y tenían a su cargo la corte con su esplendor. Había muchos hombres más que no alcanzaría a nombrar.
9 Dankwart era el caballerizo, además de su sobrino, Ortwin de Metz, por su parte, era senescal del rey, Sindolt, el copero, era un hombre extraordinario, y Hunolt, el camarero. El prestigio de la corte sí que sabían cuidar.
10 Del renombre de la corte, de su fuerza sin igual, de su inmensa dignidad y de la hidalguía tal, que durante toda su vida cultivaron los señores, de ello nadie podrá dar cuenta a cabalidad.
11 Soñó Kriemhild una noche en medio de aquel esplendor, que amaestraba a un halcón salvaje, bello y poderoso, al que dos águilas suyas mataban sin compasión. Nada en el mundo le había provocado más dolor.
12 A donde Ute, su madre, fue la joven con el sueño, no pudo darle a su hija lectura más auspiciosa: «El halcón que tú amaestras no es otro que un hombre noble, pero Dios no lo protege, y habrás de perderlo pronto».
13 «¿Por qué me habla usted de hombres, muy querida madre mía? Del amor de un guerrero, pretendo yo prescindir. Es mi voluntad mi belleza hasta la muerte tener, por el amor de un hombre no la quiero yo perder».
14 La madre le dijo entonces: «No me contradigas tanto». «Si habrás de tener bienestar, será el amor de un hombre el que te lo habrá de dar. Serás una mujer hermosa, si Dios te concede buen caballero por esposo».
15 «Deje ahí sus palabras, querida madre mía. Muchas son las mujeres que nos dan a conocer que el amor sufrimiento trae consigo por doquier. Evitaré ambos, y así me voy a proteger».
16 Kriemhild en su corazón renunció a sentir amor. Y en esa renuncia suya largo tiempo viviría, sin conocer a nadie que despertara su afecto. Mujer de un valiente guerrero con orgullo después sería.
17 Era aquel mismo halcón que la visitó en el sueño que su madre interpretó. ¡Con qué odio se vengaría de esos cercanos parientes que lo habrían de matar! ¡Por esa, su sola muerte, cuántos hombres morirían!
18 En Niderland había nacido el hijo de un noble rey Siegmund se llamaba su padre y Siegelint, su madre. Creció en una ciudad poderosa y también muy conocida que en Baja Renania estaba y que Xante se llamaba.
19 El diestro guerrero en cuestión llevaba por nombre Siegfried. Con indomable bravura, visitó este muchos reinos. Su fuerza también lo llevó a muchas tierras lejanas. ¡Y cuántos selectos guerreros conocería en Burgundia!
20 De sus épocas mejores, cuando era él un joven mozo, de Siegfried se iban contando hazañas innumerables: de cómo crecían su fama y su belleza día a día. Por eso, muchas mujeres, su amor se diputarían.
21 Lo educaron con el esmero propio de su dignidad, pero el muchacho traía consigo muchas virtudes. Para el reino de su padre era como una estrella, destacando siempre en todo aquello que acometiera.
22 Llegó a tener él edad para frecuentar la corte. A las gentes les gustaba ver que él se hiciera presente. Las mujeres deseaban que siempre estuviese allí. Él era muy estimado y bien que se daba cuenta.
23 Nunca le permitieron salir solo a cabalgar. lujosos ropajes, Siegmund y Siegelinte le hacían llevar. Su educación la entregaron a sabios de gran renombre. Así Siegfried se ganó a su reino y a sus gentes.
24 El momento había llegado de aprender a portar armas. Tenía de sobra todo lo que allí se requería. Llegaba también la edad de cortejar a las damas, que a la atención de Siegfried muy honradas respondían.
25 Su padre, el rey Siegmunt, les comunicó a sus vasallos que quería celebrar con los amigos queridos. La noticia se expandió a otros reinos de otros reyes. Caballos y buenos aperos fueron, muchos, obsequiados.
26 A todo quien se encontró y que en atención al linaje, habría de ser investido, es decir, nobles donceles, se lo invitó a asistir a la celebración del reino. Todos ellos recibieron junto al joven sus espadas.
27 De la fiesta de la corte se pueden contar maravillas. los dos, Siegmund y Siegelinte, se granjearon aquel día gran prestigio con obsequios que ofrecieron por doquier. Por eso, muchas personas al reino fueron a ver.
28 Eran cuatrocientos los donceles que iban a recibir armas junto a Siegfried ese día. Muchas jóvenes hermosas trabajaron con afán, porque lo querían bien. En oro, piedras preciosas estas damas engarzaron,
29 para fijarlas con cintas a las regias vestimentas de los orgullosos guerreros, pues así debía ser. El rey mandó a hacer asientos para los varios valientes, en esa noche de solsticio que Siegfried fue caballero.
30 Muchos donceles ricos a la catedral entraron, también caballeros nobles. Los veteranos debían servir a la novatada, como también los sirvieron a ellos en algún día. Se divirtieron mucho, y disfrutaron aquello que con sus ojos veían.
31 En honor a Dios, por cierto, se celebró entonces misa. Luego se armó entre las gentes un gigantesco alboroto cuando siguiendo el ritual se los nombró caballeros. Todo con tanto boato, como nunca más ocurrió.
32 Corrieron uno tras otro hacia los caballos ensillados en la corte de Siegmund. El torneo hacía tal ruido que resonaba en palacio y también en el salón. Los bravos caballeros armaron alegre alboroto.
33 Chocaban unos con otros novatos y veteranos. Al destrozarse las lanzas, hacían vibrar el aire y las astillas saltaban desde las hidalgas manos legando incluso a palacio. Nadie escatimaba empeño.
34 Pidió terminar el rey, se llevaron los caballos. Ya despejado el lugar, veíanse umbos rotos, y sobre el pasto esparcidas variadas piedras preciosas que el choque de los escudos había hecho saltar.
35 Los huéspedes se sentaron allí donde se les dijo. La comida, opulenta y noble, ayudó a alejar el cansancio, así como finos mostos servidos en profusión. Abundaron los honores a paisanos y forasteros.
36 Ocupados unos de ellos en constante entretención, otros viajeros había que no tenían descanso. Bregaban para obtener regalos que había muchos. Así, el reino de Siegmund se llenó entero de elogios.
37 Al joven Siegfried el Rey, entonces lo mandató, igual que había hecho él antes, a entregar tierras y burgos. A los noveles caballeros, mucho les repartió. Felices de la fortuna que hasta el reino los llevó.
38 La fiesta se extendió, así, hasta el séptimo día. Siegelint, la poderosa, siguiendo la antigua usanza, repartió mucho oro rojo por amor al noble hijo. Fue muy fácil conseguirle el cariño de la gente.
39 Al final no había nadie que no tocara algún don. Como polvo, de las manos, caían caballos y ropas. Como si aquel día fuese el último de sus vidas. Nunca se había visto gentes tan generosas.
40 Con grandes alabamientos se disolvió al fin la fiesta. Los señores poderosos declararían después querer que se convirtiera el joven en su señor. Pero ese no era el anhelo del magnífico Siegfried.
41 Mientras Sigmunt y Siegelinte siguieran aún con vida, el joven y amado hijo la corona no quería. Pero en la defensa del reino, allí no descansaría, el bello y valiente guerrero peligros combatiría.
42 Siegfried no había tenido nunca una pena de amor. Un día escuchó el señor a alguien contar la historia de una doncella burgundia de incomparable hermosura. Ella le daría alegrías y dolor le traería.
43 Su indescriptible belleza era muy bien conocida. Al mismo tiempo también, los héroes bien sabían que la doncella en cuestión noble educación tenía. Numerosos forasteros al reino de Gunther venían.
44 Ella vio a muchos valientes que pretendieron su amor. Pero ninguno de ellos, sentía en su corazón, era aquel al que quería transformar en su señor. Todavía estaba lejos aquel al que aceptaría.
45 El hijo de Siegelinte un gran amor anhelaba. A los demás pretendientes, el viento se los llevó. A una mujer tan bella, él la podría ganar. Y, así, más tarde Kriemhild sería la mujer de Siegfried.
46 Su familia y sus vasallos le ofrecieron buen consejo: si lo que quería tener era un amor duradero, a alguna dama a su altura él debía pretender. Siegfried, el valiente, dijo: «Desposaré a Kriemhild,
47 la bella doncella esa del reino de los burgundios, por su infinita hermosura. Yo lo sé perfectamente: Cualquier poderoso monarca que se quiera desposar, el amor de tan magnífica reina intentará conquistar».
48 A oídos del rey Siegmund la historia esta le llegó. Su gente la comentaba y fue así que se enteró del deseo de su hijo, ¡ay cómo lo atribuló!, de pretender justamente a esta muy bella doncella.
49 También lo supo Siegelinte, la esposa del noble rey. No pudo sino temer por la vida de su hijo, ya que conocía a Gunther lo mismo que a sus vasallos. Comenzaron los intentos por hacerle desistir.
50 Entonces habló Siegfried: «Escúcheme, padre querido, prefiero yo renunciar al amor de nobles damas, si no puedo pretender a aquella que mi alma ama. Cualquiera que se opusiera sería mal consejero».
51 «Si no vas a desistir», contestó al instante el rey, «tu decisión acepto con todo mi corazón, y te ayudaré a ir hasta el fin con todo lo mejor que pueda, pero el rey Gunther dispone de muchos buenos vasallos.
52 Incluso si no estuviera más que el valiente Hagen, cuya altanería puede transformarse en arrogancia, al punto que me hace temer nos inflijan sufrimiento, si queremos cortejar a tan sublime doncella».
53 «¿Y eso por qué nos preocupa?», fue la respuesta de Siegfried. «Aquello que por las buenas no pueda yo conseguir, estoy dispuesto a obtenerlo con la fuerza de mi mano. Sé que arrebatarles puedo la gente y también la tierra».
54 Siegmund, el soberano, dijo: «Tus palabras me atribulan, porque si de ellas tuvieran noticia a orillas del Rin, jamás te permitirían penetrar en esas tierras. Yo de antiguo los conozco tanto a Gunther como a Gernot.
55 Nadie podrá con violencia conseguir a esta doncella, eso lo sé con certeza», fue lo que dijo el rey Siegmund. «Pero si cabalgar a esas tierras con guerreros tú deseas, podemos rápidamente llamar a nuestros amigos».
56 «No es esa mi pretensión», dijo Siegfried de inmediato, «no quiero marchar al Rin seguido de mil guerreros, cual si fuera una campaña. Nada me gustaría menos que conseguir por la fuerza a esa bella zagala».
57 Sé que podré conquistarla solo con mis acciones. No quiero más que doce hombres para ir hasta su reino. Para esta empresa le pido que me brinde usted su ayuda». A los hombres ataviaron con pieles grises y de colores.
58 También escuchó Siegelinte, la madre, de sus propósitos. No pudo evitar temblar por su muy querido hijo. Temiendo perderlo a manos de las huestes del rey Gunther, la noble reina irrumpió en desconsolado llanto.
59 Pero Siegfried, el señor, fue entonces a donde ella y mirándola a la madre, le habló con gran gentileza: «Mi señora, por favor, no llore por causa mía. No habrá temor que me embargue frente a guerrero ninguno.
60 Y ayúdeme con el viaje al reino de los burgundios, a que yo como mis hombres contemos con atavíos que podamos vestir con orgullo nosotros los caballeros. Por ello yo le daría mi agradecimiento sincero».
61 «Ya que renunciar no quieres», dijo la señora Siegelinte, «a ti, mi único hijo, te ayudaré con tu viaje, con los mejores atuendos que nunca se hayan lucido. Nada les faltará de aquello, ni a ti ni a tus elegidos».
62 El joven Siegfried entonces, le dio gracias a la reina y dijo: «No quiero más que doce hombres conmigo. A todos ellos habrá que tomarles las medidas. Tengo tantos deseos de saber cómo está Kriemhild».
63 Varias noches y otros días trabajaron las mujeres, no se dieron ni un respiro ni permitieron descanso, hasta terminar de Siegfried los atuendos necesarios. Por razón ninguna él quería desistir del viaje.
64 Su padre mandó a adornar el caballeresco atuendo, con el que abandonaría Siegfried las tierras del rey Siegmund. Se le entregaron al hijo armaduras muy brillantes, más yelmos muy resistentes y escudos bellos y anchos.
65 Se iba acercando el día de la partida a Burgundia. Entre hombres y mujeres cundió la preocupación, de si algún día verían regresar a los viajeros. Cargaron los animales con armas y vestimentas.
66 Los rocines eran bellos, sus arreos de oro rojo. Nadie hubiera podido tener mejores razones para sentirse confiados que Siegfried y los hombres suyos. Y entonces pidió permiso para partir a Burgundia.
67 Tristes, el rey y su esposa, ambos se lo concedieron. Siegfried amorosamente los consoló a los dos. Les dijo: «Escúchenme bien: No deben llorar por mi causa. Nunca jamás, por mi vida, temor deberán tener».
68 Pesar entre los paladines y llanto entre las mujeres. Con acierto, me parece, sus corazones supieron, que habrían de ver la muerte muchos en la travesía. Razón para el lamento había, y motivos verdaderos.
69 Al séptimo amanecer, cabalgan ya los valientes por la ribera de Worms, vistiendo sus cuerpos todos con sus ropas de oro rojo y en magníficas monturas. A paso constante avanzaban los rocines de los héroes.
70 Sus escudos eran nuevos, anchos y además brillantes, y sus yelmos, todavía, eran aún más hermosos. Así Siegfried, el valiente, al reino de Gunther iba. Jamás se había visto un héroe con tanto esplendor vestido.
71 Las puntas de las espadas llegaban hasta las espuelas. Afiladas azagayas portaban los escogidos. Siegfried llevaba consigo una de dos palmos de ancho cuya hoja era de un filo que despertaba pavor.
72 Sosteniendo entre sus manos aquellas doradas riendas, y con arneses de seda, entraron todos al reino. Las gentes los observaban do quiera que ellos pasasen y muchos hombres de Gunther los salieron a encontrar.
73 Los ansiosos paladines, caballeros y escuderos, se acercaron al señor, como indicaba el deber, recibieron a los huéspedes en las tierras de su amo, tomando de ellos corceles y los escudos también.
74 Los rocines se quisieron llevar para su descanso, pero Siegfried, el valiente, se apuró a poner reparo: «Dejen ahí los caballos para mí y para mi gente. Pronto seguiremos viaje. Esa es nuestra pretensión.
75 Si alguien tiene información, entonces que no me la oculte. Que me diga de inmediato dónde lo puedo encontrar al poderoso Gunther, digo, de los burgundios el rey». Entonces, le dijo uno que lo sabía muy bien:
76 «Si quiere encontrar al rey, ello no es cosa difícil. En el gran salón de allá, lo vi que estaba hace un rato, él junto a sus valientes. Dirijan allá sus pasos, y lo encontrarán rodeado de hombres extraordinarios.
77 Al rey ya le había sido dada la información de tan valientes caballeros que al país habían llegado, con brillantes armaduras y magníficos ropajes, y que en Burgundia hasta ahora nunca nadie había avistado.
78 El rey quería saber de dónde venían ellos, los soberbios caballeros vestidos con tanto brillo, y con tan buenos escudos, nuevos además de anchos. Que nadie se lo contara, mucho a Gunther contrarió.
79 Al rey consejo le dio, el señor Ortwin de Metz que de poderoso y valiente tenía fama de más: «Ya que no los conocemos, mande usted a buscar a mi tío Hagen de Tronje, para que los vaya a mirar».
80 Él conoce bien los reinos y las tierras extranjeras. Si conociera a estos hombres, ya nos lo hará saber». El rey lo mandó a buscar, a él junto a sus vasallos. Entraron con boato a la corte montados en sus caballos.
81 «Qué necesita de mí, mi rey», preguntó Hagen. «Han llegado hasta mi casa caballeros forasteros, que nadie de aquí conoce. Si usted los hubiera visto, señor Hagen, yo le pido, dígamelo con franqueza».
82 «Lo haré», contestó Hagen, yendo hacia la ventana y dirigiendo su vista hacia los huéspedes regios. Mucho le gustaron, dijo, sus pertrechos y vestidos, pero jamás los había visto en el país de Burgundia.
83 De donde sea que ellos hubieran venido hasta el Rin, los guerreros eran señores o emisarios de los mismos. Eran bellos sus caballos y muy buenos sus ropajes. Vinieran de donde vinieran, de buen talante ellos eran.
84 «Me atrevería a decir», así siguió hablando Hagen, «a pesar de no haber visto jamás al valiente Siegfried, me atrevería a pensar, y no creo equivocarme, que es él aquel caballero que con tal majestad se pasea.
85 Siegfried trae novedades aquí a nuestro país. A valientes nibelungos su brazo ya derrotó, a Schilbung y Nibelung, de un rey muy rico sus hijos. Desde entonces su fuerza es gran fuente de prodigios.
86 Una vez cuando este héroe salió solo en su caballo, fue así que me lo contaron, al pie de una montaña y rodeando un gran tesoro a unos bravos encontró. Antes de verlos allí, él no los conocía.
87 El tesoro de los nibelungos había sido extraído de una cueva en la montaña. Oigan ahora la historia de cómo los nibelungos lo querían repartir. La escena extrañó a Siegfried, que miraba todo aquello.
88 Se acercó al fin a tal punto, que pudo ver a los héroes, y los héroes lo vieron. Uno de ellos habló: «Ahí viene el poderoso Siegfried, héroe de Niderland». Muchas historias raras con los nibelungos vivió.
89 Cordiales Schilbung y Nibelung, al caballero acogieron. Tras ponerse ellos de acuerdo, le pidieron los dos príncipes que repartiera el tesoro. Siegfried primero no quiso, pero fue tal la insistencia que al fin el héroe aceptó.
90 Vio tantas piedras preciosas, eso dice el relato, que ni siquiera en cien carros se podían transportar. De los nibelungos, el oro, era todavía más, y Siegfried ese tesoro lo tenía que asignar.
91 A cambio de su trabajo, una espada le ofrendaron. Pero el servicio esperado no se cumplió finalmente. Aquello que el héroe Siegfried había de realizar no pudo ser completado causando su indignación.
92 Los príncipes entre sus amigos, tenían a doce bravos que eran gigantes poderosos, pero de nada sirvieron. Siegfried estaba furioso y los mató con sus manos. Más tarde derrotaría a setecientos guerreros
93 con la extraordinaria espada, que se llamaba Balmung. Fue tan grande el temor que muchos guerreros jóvenes sintieron ante la espada y el bravo que la empuñaba, que le entregaron a este sus tierras y sus castillos.
94 A los dos poderosos reyes, también los mató su mano. Alberich, sin embargo, logró ponerlo en apuros. El hombre quería vengar la muerte de sus señores, pero hubo de medirse con la gran fuerza de Siegfried.
95 El enano era fuerte, mas no lo suficiente. Como dos leones fieros corrieron hacia la montaña, allí Siegfried le quitó a Alberich su capa de invisibilidad. Con ello, Siegfried, el terrible, se apoderó del tesoro.
96 Los que osaron combatir terminaron muertos todos. Mandó a llevar el tesoro al mismo lugar aquel de donde los Nibelungos lo habían hecho sacar. El fuertísimo Alberich fue nombrado centinela.
97 Tuvo que jurarle a Siegfried servirle como vasallo. Alberich estaba dispuesto a aceptar lo que fuera». Así contó Hagen de Tronje: «Esa es la hazaña de Siegfried. Nunca antes un guerrero tal poder había ganado.
98 Sé más cosas sobre él, cosas que me han contado. Este héroe mató a una serpiente dragón. Se bañó luego en su sangre que le encalleció la piel. No hay arma que la penetre, como se ha visto mil veces.
99 Recibiremos al señor de la manera mejor, para no ganarnos el odio de este joven caballero. Es tanta su osadía que habremos de estimarlo. Ya ha obrado con su fuerza numerosas maravillas».
100 Entonces dijo el rey poderoso: «Razón me parece que tienes, observa cuánta hidalguía y poco temor al combate exhibe el valiente hombre lo mismo que sus guerreros. Deberíamos ya bajar al encuentro de los caballeros».
101 «Puede hacerlo», dijo Hagen, «sin temer deshonra alguna. Es de linaje noble, hijo de un poderoso rey. Y por su talante, yo creo, por Cristo nuestro Señor, lo que lo trajo aquí no ha de ser cosa menor».
102 Entonces dijo el rey burgundio: «Démosle la bienvenida. Es hombre noble y valiente, como ya de ello me he impuesto, también en nuestro país sabremos honrar aquello». Y así, el señor Gunther fue al encuentro de Siegfried.
103 El rey y sus hombres hicieron del huésped recepción tal, que no se pasó por alto regla de cortesía ninguna. El apuesto hombre se inclinó en signo de agradecimiento por haber sido recibido con tanta amabilidad.
104 «Quisiera que me contara», así lo declaró el rey, «¿desde dónde vino usted, noble Siegfried, a este reino, o cuál es su propósito en Worms a orillas del Rin?». Contestó el huésped al rey: «No es mi intención ocultárselo.
105 En el reino de mi padre muchas gentes me contaron que en estas tierras vivían, y vine a verlo yo mismo, los más valientes guerreros que un rey nunca ha reunido. Lo dijeron y dijeron, y es por ello que he venido».
106 He escuchado, además, hablando de su persona, que jamás se ha visto rey tan bravo ni tan valiente. En muchos y varios reinos, de eso habla mucho la gente. Y quiero ver con mis ojos si todo aquello es verdad.
107 También yo soy un guerrero y debería llevar corona. Ay, cuánto me gustaría que de mí los dichos digan que es lo justo que gobierne al reino como a sus gentes. Mi honor y mi vida daré en el empeño por ello.
108 Ya que usted es tan valiente, como a mí me lo han contado, quitarle sus posesiones es lo que tengo pensado. Les guste o no les guste, lo haré usando la fuerza. Todo, tierras y castillos, a mi poder pasarán».
109 El rey quedó muy extrañado, tanto como sus vasallos, del reclamo que ellos todos acababan de escuchar: que el propósito de Siegfried era quitarle el reino. Los guerreros escucharon y al instante enfurecieron.
110 «¿Por qué habría de merecer», dijo Gunther, el caballero, «la pérdida por la fuerza a manos de un adversario de aquello que defendió mi padre con tanto honor y por tantos años? Menuda expresión de caballería sería la nuestra, si lo aceptáramos».
111 «No estoy dispuesto a ceder», contestó Siegfried, el bravo. «Si bajo tu poder el reino no puede conservar la paz, yo gobernaré sobre todo. Y las tierras de mi herencia, si tu fuerza me derrota, quedarán en tu poder.
112 Tu herencia como la mía tienen el mismo valor. Si uno de los dos, tú o yo, resultara vencedor deberán todos servirle, las tierras y también las gentes». Hagen y Gernot, los dos, se opusieron de inmediato.
113 «No es la pretensión nuestra», dijo Gernot al instante, «conquistar las tierras suyas, ni que haya gente muerta a manos de los guerreros. Las nuestras son tierras ricas, que nos sirven en derecho, y no hay más dueños que estos».
114 Lo escoltaban sus amigos con iracundo talante. Entre ellos también estaba, Ortwin de Metz, por supuesto. «¡Cuánto me contrarían, dijo, estas conciliaciones! Siegfried lo ha desafiado sin mediar motivo alguno.
115 Si usted y sus hermanos no opusieran resistencia, y aun si Siegfried trajera todo un ejército real, yo me atrevería a luchar, para que el valiente hombre con razón desistiese de su gran impertinencia».
116 Esto enfureció mucho al héroe del Niderland. «Que tu mano no se atreva», dijo, a oponerse a la mía. Yo soy un poderoso rey, tú solo eres un vasallo. Ni con doce de los tuyos tú derrotarme podrías».
117 Ortwin de Metz, en respuesta, clamó ya por las espadas, con la dignidad de ser, de Hagen de Tronje, sobrino. Que éste guardara silencio, lo molestó mucho al rey. Entonces habló Gernot, el orgulloso y valiente, para evitar lo peor.
118 Le dijo a Ortwin sin dudar: «Calme su rabia mejor. El señor Siegfried aún nada ha hecho en nuestra contra que no sea dirimible usando la cortesía. Siga usted mi consejo. Y lo ganamos de amigo, que nos convendría más».
119 Tomó Hagen la palabra: «A todos los hombres tuyos nos causa un pesar inmenso que él haya venido al Rin con ánimo belicoso. No debería haberlo hecho. Mis señores no lo hubiesen ofendido de esta forma».
120 A ello, el fuerte Siegfried contestó con lo siguiente: «Si le ofende, señor Hagen, lo que dicen mis palabras, con gusto le mostraré cuán violentas quieren ser en tierras de los burgundios estas manos que aquí ve».
121 «Yo me encargaré de impedirlo», replicó Gernot sin demora. A todos los caballeros, al punto les prohibió proferir desacato alguno que ofender al huésped pudiera. Entonces, comenzó Siegfried a pensar en su Kriemhild.
122 «¿Luchar de que serviría?», siguió diciendo Gernot, Muchos héroes probablemente encontrarían la muerte, no habría honra para nosotros, ni beneficio hacia usted». A eso replicó Siegfried, hijo del rey Siegmund:
123 «¿Por qué está dudando Hagen, lo mismo que el bravo Ortwin, que no se lanza en combate con esos amigos suyos que entre los burgundios tiene, que tantos y tantos son?». Se abstuvieron de dar réplica, siguiendo el consejo de Gernot.
124 «Sea usted muy bienvenido», le dijo el hijo de Ute, «usted y los hombres suyos que lo acompañan de escolta. Yo y los míos nos declaramos de esta forma a su servicio». Luego, a los huéspedes todos se les sirvió el mejor vino.
125 Y añadió el soberano: «Todo lo que poseemos, si lo piden con honor, está a su disposición, y habremos de compartirles la vida y la posesión». Estas palabras lograron a Siegfried apaciguar.
126 Mandose a guardar entonces aperos y pertenencias. Y se buscó alojamiento, hasta encontrar el mejor. A los hombres de Siegfried no les faltó confort. Desde aquel día en Burgundia al huésped se lo apreció.
127 Grandes honores le dieron en las jornadas siguientes, miles de veces más que de contarles pudiese. Su fuerza le fue aplaudida y les invito a creerme, que no vi persona alguna que no haya podido admirarle.
128 El rey y también sus hombres con juegos se entretuvieron. No importa lo que emprendieran, él era siempre el mejor. Nadie podía igualarlo, porque tal era su fuerza, lo mismo si era una piedra o una lanza que arrojó.
129 También había en la corte momentos de esparcimiento en que apuestos caballeros con las damas alternaban, el héroe de Niderland aquí igualmente brillaba. Él sus pensamientos tenía puestos en un elevado amor.
130 A aquello que le invitaran, él siempre estaba dispuesto. Y a la encantadora joven, siempre en su mente llevaba. Y así lo llevaba ella, a la que aún no veía pero que, de él en secreto, siempre hablaba maravillas.
131 Cada vez que los jóvenes, caballeros y vasallos, en el patio de la corte en torneos se medían, Kriemhild, la orgullosa reina, lo miraba por su ventana, y mientras ello ocurría, en nada más se ocupaba.
132 Cuánto se hubiese alegrado de saber que lo veía aquella cuya imagen clara en su corazón llevaba. Si sus ojos la hubiesen visto, creo saberlo muy bien, nada más en el mundo habría deseado él.
133 Siempre que junto a los héroes en el patio se ocupaba, como aún la gente hace para su entretenimiento, era el hijo de Siegelinte a tal punto adorable, que de muchas mujeres el corazón conquistaba.
134 Él por su parte pensaba: «¿Cómo podré yo lograr que mis ojos por fin vean a esta muy noble mujer, que ahora y desde hace tiempo mi corazón tanto ama? Todavía no la conozco y eso me pone triste».
135 Cuando los poderosos reyes por el reino iban de viaje, iban también los guerreros que a ellos los escoltaban. Siegfried con ellos se iba y ella se afligía mucho. También él no pocas veces sufrió por cuanto la amaba.
136 Así, esta es la verdad, vivió él entre los señores, en el reino de Burgundia, hasta completar un año, sin haber podido ver a su doncella adorada, que tanto amor le daría y también tanto dolor.
137 Al reino de Gunther llegaron noticias inesperadas, llevadas por mensajeros venidos de tierras lejanas, por desconocidos guerreros de abominables propósitos. Al escuchar el mensaje quedaron muy contrariados.
138 Aquí se los nombro a los dos: Liudeger, era uno de ellos, un poderoso príncipe de un reino llamado Sajonia; el otro era el rey Liudegast, de Dinamarca soberano. Habían sumado a su viaje a un cortejo extraordinario.
139 Al reino de Gunther un día sus mensajeros llegaron, eran sus enemigos quienes los habían mandado. A los desconocidos hombres se les preguntó el cometido y se los mandó de inmediato a la corte a ver al rey.
140 Los recibió amablemente y les dijo : «¡Bienvenidos! Y ahora, háganme saber quién es el que los envía. Puesto que aún no me he impuesto yo de tal información». Pero los mensajeros temían la furia del valiente Gunther.
141 «Si nos permite, señor, que le demos el mensaje que hemos venido a entregar, no guardaremos silencio, y le daremos los nombres de quienes nos han enviado: Liudegast y Liudeger, que invadir su país quieren.
142 Su furia usted se ha ganado. Según se nos ha informado, estos señores, los dos, por usted sienten gran odio. Quieren invadir Worms a las orillas del Rin. Con muchos guerreros cuentan, dese aquí por avisado.
143 Dentro de doce semanas, emprenderán su periplo. Si tiene buenos amigos, apúrese en avisarles, que vengan para ayudarle a proteger burgos y tierras. Aquí se destrozarán muchos escudos y cascos.
144 Si negociar quisiera, pues hágaselos saber. Así evitará que lleguen a su reino aquellas tropas de tales enemigos bravos que gran pesar causarán, y matarán además a muchos buenos caballeros».
145 «Les pido que me den un tiempo», fue lo que dijo el buen rey. «para pensar en todo ello, y ya les diré mi dictamen. Si logro encontrar vasallos, nada les ocultaré. Con pesar a mis amigos la noticia les daré».
146 Gunther el poderoso se sentía acongojado. En secreto la noticia llevaba en su corazón. A Hagen mandó a buscar, junto a otros de sus hombres, y a Gernot también en breve lo hizo venir a la corte.
147 Llegaron los hombres mejores que allí se pudo encontrar. «Hay quienes están planeando, invadir el reino mío con un poderoso ejército, hagan suya esta amenaza». Replicó el valiente Gernot, orgulloso caballero:
148 «Pues aquello impediremos blandiendo nuestras espadas. Aquellos que deban morir, morirán en la batalla. Pero esa razón no es para que olvide mi honor. Que nuestro enemigo sea en el reino bienvenido».
149 Hagen de Tronje intervino: «No lo creo buena idea. Liudegast y Liudeger son demasiado arrogantes. No es posible reunir fuerzas en tan pocos días. ¿Cuándo podría contarle a Siegfried usted la noticia?».
150 Llevaron a los mensajeros a un albergue en la ciudad. Por muy enemigos que fueran, Gunther, el poderoso pidió que los atendieran –fue correcta decisión– hasta tener claridad de quiénes de sus amigos lo habrían de secundar.
151 El rey estaba sumido en la congoja y pesar. Y fue así como lo vio un valiente caballero, que no tenía noticia de cuánto había ocurrido.