Cómo será el pasado - Elizabeth Jelin - E-Book

Cómo será el pasado E-Book

Elizabeth Jelin

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Beschreibung

Este libro es una conversación entre dos personas que, con interés académico y por compromiso político, han dedicado parte importante de su vida profesional a comprender los procesos sociales en los que se construye la memoria pública, las imágenes sobre el pasado, o la función que puede tener el recuerdo en los procesos de reparación del daño hecho por las vulneraciones de los derechos de las personas, sea en regímenes dictatoriales o no. Habla de interrogantes compartidos, de experiencias diferentes aunque convergentes, apunta propósitos, expone temas y relata acciones. Pero no es concluyente en nada porque no es un dictado, son más bien reflexiones y razonamientos ante retos que han aparecido en sus trayectorias. Ante todo, es un diálogo que refleja el giro memorial alternativo al modelo canónico instaurado desde la Segunda Guerra Mundial.

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© De los autores: Elizabeth Jelin y Ricard Vinyes

© De la imagen de cubierta: Vista general del barco francés Winnipeg, 1939.

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición, 2021

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2021

Preimpresión: Fotocomposición gama, sl

ISBN: 978-84-16737-69-7

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.

Ned Edicioneswww.nedediciones.com

«En homenaje al ejemplo del navío Winnipeg, que organizó solidaridades y salvó vidas perseguidas por el fascismo.»

ÍNDICE

Prólogo

Nota editorial

Cómo será el pasado

PRÓLOGO

Este es un libro apacible. El diálogo entre dos personas que, con interés académico y por compromiso político, han dedicado parte importante de su vida profesional a comprender los procesos sociales en los que se construye la memoria pública, las imágenes sobre el pasado, o la función del recuerdo en los procesos de reparación del daño hecho por las vulneraciones de los derechos de las personas, sea en regímenes dictatoriales, o no. Por ese motivo el encuentro entre conocimiento y acción cruza la conversación que tuvo lugar en 2018, pero que con toda probabilidad comenzó hace años, con lecturas recíprocas, congresos y eventos participados o consultas y proyectos compartidos, como el del Diccionario de la Memoria Colectiva, publicado en esta misma editorial en 2018. Pareció interesante aprovechar ambas experiencias en las que se cruzan la mirada política con el examen crítico y la gestión pública en las políticas de memoria, a partir de las experiencias de vida y trabajo en ambos lados del Atlántico —Barcelona y Buenos Aires. El libro trata de todo eso, habla de interrogantes compartidos, de experiencias diferentes aunque convergentes, apunta propósitos, expone temas y relata acciones. Pero no es concluyente en nada porque no es un dictado. Son más bien reflexiones y razonamientos ante retos que han aparecido en nuestras trayectorias, pero también en las de colegas con quienes se hace siempre el camino y que tanto han contribuido al conocimiento de los procesos y políticas memoriales.

Conversamos en Barcelona, a las puertas del verano de 2018. Fiel a nuestro diálogo, el texto expone un temario de preocupaciones clásicas y presentes relativas a la memoria pública que brotaban en nuestra plática y se articulaban las unas con las otras. Así, el libro trata, entre otros asuntos, de la institucionalización de la víctima, de la autoridad de memoria o de la saturación memorial presente, de los límites que tiene la memoria frente a las expectativas que le han sido impuestas, de su conversión en paradigma o su vinculación a los derechos humanos y las consecuencias que han derivado de todo ello. Habla de museos y sus expectativas idealizadas, de su vinculación con la construcción democrática, de inmigrantes, del feminismo, de identidades supuestamente ancestrales o de la invención de una supuesta nación europea en el relato de los nuevos proyectos memoriales de la Unión Europea (UE). Habla de los importantes negocios de empresas especializadas en el tanatoturismo —o turismo de las atrocidades— a costa de prolongar y estabilizar la victimización, y de la equiparación y sus distintas expresiones nacionales. O sea que, al fin y al cabo, es una conversación sobre el poder político cultural expresado en los discursos y acciones relativas a la memoria colectiva, su gestión y los proyectos y políticas públicas que ha generado. Una conversación que sólo pretende pensar y contribuir a comprender el sentido y el efecto de la expansión de los propósitos memoriales a la luz de los últimos veinte años, un tiempo en el que se han erigido monumentos de todo tipo y condición, el pensamiento artístico ha sido estimulado por preguntas relativas al uso de la memoria, se han creado instituciones notables y se han movilizado copiosos recursos económicos, políticos y sociales de todo tipo y contenido. En el mundo académico se han promovido congresos y encuentros, se llevaron adelante proyectos, reflexiones y producciones de toda condición en todas las disciplinas de las humanidades y las ciencias sociales. En ese contexto, nuestra conversación se inserta en un «giro memorial» alternativo al modelo canónico instaurado, al menos, desde la segunda guerra mundial.

En cualquier caso, deberíamos advertir que este libro no es ni quiere ser un texto académico, pero sí un texto de lectura amable para estudiantes y colegas, para militantes y dirigentes políticos, para técnicos culturales o para cualquiera que se interese, sea cual sea su motivo, por la gestión del pasado.

* * *

Mientras ordenábamos la conversación que ha dado lugar a la edición del presente libro, se cumplían ochenta años del viaje que inició el navío mercante Winnipeg desde Burdeos (agosto de 1939) hasta Valparaíso (septiembre de 1939), para trasladar a más de dos millares de exiliados y exiliadas de la II República perseguidos por la victoria fascista en España. El proyecto ético del Winnipeg movilizó solidaridades de todo tipo: del gobierno del Frente Popular chileno presidido por Aguirre Cerda, de los intelectuales que movilizó Pablo Neruda —alma del proyecto— y de las asociaciones solidarias con la causa republicana en Uruguay, Argentina y Chile. Sin ellas, sin las organizaciones solidarias francesas, sin la inestimable ayuda de la iglesia cuáquera, aquel buque legendario jamás habría sido fletado. El Winnipeg simboliza lo mejor de la solidaridad entre humanos en tiempos difíciles. En el ochenta aniversario de su viaje dedicamos este texto a la memoria de quienes hicieron posible el proyecto de salvación, a sus tripulantes y a todos los protagonistas de aquel exilio, que gracias a la solidaridad tuvieron la posibilidad de rehacer sus vidas.

ELIZABETH JELIN / RICARD VINYES

NOTA EDITORIAL

Esta conversación tiene lugar en un momento de cuestionamiento y cambio en las maneras de decir y de escribir. 

Se trata de una búsqueda de maneras de decir inclusivas, que superen el sexismo que excluye y margina.

Vivimos en medio de la efervescencia y la turbulencia que este tema despiertan. Nada está resuelto y menos aún, consensuado o cristalizado.

Entre las alternativas de modos de escribir, Elizabeth Jelin opta por poner una «x» en las palabras que refieren a personas de distinto género.

Ricard Vinyes ha optado por elaborar un lenguaje inclusivo que combina distintas opciones no sexistas, tanto gramaticales como de vocabulario.

Esta conversación tuvo lugar en mayo de 2018 y su publicación fue retrasada hasta este año por la pandemia acontecida en el 2020, no obstante, la validez de sus contenidos sigue vigente hasta ahora.

CÓMO SERÁ EL PASADO

RICARD VINYES: La memoria es un espacio de poder, un instrumento de adquisición de sentido y legitimidad en constante relación con el poder y sus distintas declinaciones. Por eso la pregunta por el poder es crucial para comprender los procesos sociales en los que se construyen las imágenes contemporáneas del pasado a las que llamamos memoria. La respuesta nunca muestra seres autárquicos, quietos y confinados en una comunidad, clase, nación, o grupo, sino personas en trato constante con el exterior, con el dominio y sus distintas expresiones de dependencia, subordinación o emancipación. Llevo años interesado en los mecanismos y recursos que han utilizado y utilizan las clases subalternas para comprender el mundo que habitan y el sentido de la vida que llevan, aspiran o sueñan, y me atrevería a sostener que su confianza o desolación halla respuesta en los relatos heredados, modificados o construidos.

A lo largo de la historia la transmisión y circulación de esos relatos e imágenes ha contribuido a generar sus relaciones con el poder. El pasado —al que se refieren la memoria y la historia con protocolos distintos— aparece como un vínculo excepcional entre legitimidades —qué es justo y qué no lo es. Con el pasado se construye la legitimidad de las conductas y se dota de sentido las decisiones. Mijaíl Bajtín tiene páginas espléndidas al respecto cuando describe la forma en que las clases bajas del Renacimiento se relacionaron con el poder a través de la fiesta de carnaval descrito en la obra de Rabelais Gargantua y Pantagruel. El interés y preocupación por el pasado procede de la necesidad de adquirir sentido en la vida contemporánea, y una de las formas para capturar ese pasado y ordenarlo son la memoria y la historia.

ELIZABETH JELIN: Son varios los temas a los que hay que aludir cuando hablamos de memorias colectivas, sociales o históricas. Las memorias son procesos subjetivos e intersubjetivos, anclados en experiencias, en «marcas» materiales y simbólicas y en marcos institucionales. Esto implica necesariamente entrar en la dialéctica entre individuo/subjetividad y sociedad/pertenencia a colectivos culturales e institucionales. Las memorias, con sus recuerdos, silencios y olvidos, son siempre plurales, y generalmente se presentan en contraposición o aún en conflicto con otras. Lo que importa es el rol activo que tienen quienes participan en esas disputas o luchas por el pasado —para usar el título de mi libro reciente.1

Las disputas por los sentidos del pasado en la esfera pública son siempre luchas por el poder. Se trata de intentos de promotorxs y «emprendedorxs» de que SU verdad sea aceptada socialmente, frente a versiones alternativas que refieren a los mismos acontecimientos del pasado desde otros lugares, con otros énfasis, a menudo en contraposición y conflicto. Además de la multiplicidad existente en cada momento histórico, los sentidos del pasado, los silencios y olvidos históricos, así como el lugar que sociedades, ideologías, climas culturales y luchas políticas asignan a la memoria, se construyen y reconstruyen a lo largo del tiempo, en función de las disputas por el poder en los escenarios socio-políticos de cada momento o período. De ahí la necesidad de «historizar la memoria».

La «historicidad de las memorias» refiere al hecho de que, aunque se trate de un «mismo» pasado, las interpretaciones y sentidos van transformándose en distintos escenarios y momentos, a partir de la intervención de nuevxs actorxs y de cambios en las posturas de lxs viejxs. Cada presente echa nueva luz y nuevos puntos de mira para encarar ese pasado.

Esta historia de las memorias refiere también a otros devenires, otras temporalidades. Está la temporalidad histórica, la sucesión de procesos y acontecimientos en el ámbito político, económico, social, cultural. En la dinámica de ese devenir, se tejen y retejen memorias del pasado. Los acontecimientos de cada presente histórico despiertan pasados que pudieron estar dormidos y silencian otros —pensemos en la visibilidad que adquiere en las últimas décadas el protagonismo histórico de las mujeres en diversos campos, producida por la lucha de los movimientos feministas que llevan a reescribir la historia y a descubrir protagonistas ocultas y olvidadas en las historias oficiales.

Hay una tercera temporalidad que importa: la de la transformación de los paradigmas científicos y las conceptualizaciones. Hace cincuenta años no había un concepto de memoria social ni de su relación con la historia como lo hay ahora, ni un campo de estudios sobre memorias. Y algo similar ocurría con cuestiones de género —no existía el concepto, recién se avizoraba la teorización sobre el tema. Esta temporalidad académica transforma los encuadres y los marcos interpretativos para entender la realidad.

Y hay una temporalidad biográfica, asociada a la trayectoria personal. Como personas comprometidas con la realidad social que vivimos (y como investigadorxs), acumulamos experiencias y saberes, revisamos posturas, «descubrimos» nuevas aristas, hacemos nuevas preguntas. O nos aferramos a visiones que resultan antiguas u obsoletas a los ojos de las nuevas generaciones. Este cambio biográfico, a su vez, se entreteje con lo que nos transmitieron nuestras madres y padres. A veces me pregunto cómo analizaría yo los fenómenos que estudio en el tiempo y el lugar en que vivió mi madre, en tiempos y experiencias diferentes, guiada por otras inquietudes e interpretándolos con otros conceptos.

Estas cuatro temporalidades no se desarrollan al mismo ritmo, de manera armoniosa o sincrónica. Puede haber convergencia e interpenetración en un momento dado; es más frecuente encontrar desfasajes y asincronías, inevitables —y a menudo bienvenidos— anacronismos, entrelazamientos diversos que, a su vez, provocan nuevas perplejidades y preguntas. Reconocer esta multiplicidad es ingresar de lleno a un campo en el que reina la complejidad y hay pocas o ninguna fórmula que indique cómo trabajar con estas temporalidades de manera sistemática.

En realidad, la dinámica de la memoria social —los recuerdos, los olvidos, los silencios— ocurre en diversos niveles: desde el subjetivo individual hasta la escala global. A menudo hacemos comparaciones entre lo que pasa en un lugar y en otro, y allí generalmente nos referimos a países o naciones: «en Brasil tal cosa; en España tal otra...» No siempre es el nivel de análisis adecuado, ya que hay fenómenos locales o personales, y otros globales. Pero no se trata solamente de proponer estudios en los distintos niveles o escalas, sino de la necesidad de mirar las interrelaciones, entrelazamientos, influencias y determinaciones entre ellos, ya que es de esperar múltiples puntos de ruptura, de hiatos y de situaciones conflictivas entre actores y escenarios en estos distintos niveles. Los estudios de comunidades territorialmente localizadas muestran las brechas entre las memorias locales y los relatos nacionales. A su vez, los sentidos del pasado socialmente disponibles y aceptados pueden entrar en colisión con las interpretaciones de personas concretas, cuya subjetividad está cruzada por múltiples fuerzas y experiencias únicas.

El campo de investigaciones sobre memorias llama a relacionar el plano de las iniciativas y decisiones institucionales con los patrones culturales de sentido y con la subjetividad de los actores. Este abordaje trasciende los marcos habituales de cualquiera de las disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades. No se trata solamente de entablar «diálogos interdisciplinarios», sino de abordar el fenómeno en su complejidad, que involucra distintos planos de manera simultánea y entrelazada. Abordar el tema requiere poner en el centro aagentes socialesque desarrollan sus estrategias en escenarios de lucha, de confrontación, de negociación, de alianzas, de intentos de ganar poder e imponer sus prácticas frente a otros. El modelo de la acción social implícito en este tipo de análisis retoma temas clásicos de las ciencias sociales como la construcción de la autoridad y la legitimidad social, incorporándolos junto a una temporalidad que no es simplemente cronológica —en tanto entran en juego experiencias pasadas y horizontes de expectativas futuras— y con una consideración explícita de los sentimientos, los afectos y la subjetividad de esos actores. Además, la consideración de los escenarios de la acción implica la presencia y la referencia constante a la «alteridad», a otrxs frente a quienes orientamos nuestra acción. No hay acción social sin unx otrx. Esto puede ser un principio muy antiguo, pero quizás tenga sentido reiterarlo de vez en cuando, en un mundo en que nos quieren hacer creer que hay «una única solución» a nuestros problemas, un único modelo, y que todxs tenemos que tratar de acercarnos a él.

Mirar las prácticas sociales de memoria involucra acercarse a formas y fechas de conmemoración, a marcas territoriales e institucionales como monumentos, memoriales y museos, a archivos, a la producción artística y científica, a los relatos y testimonios, todos ellos traspasados por una cuestión que me parece central, y es algo en lo cual vos, Ricard, has estado y estás muy activo, las disputas por las políticas públicas de memoria.

RV: Ahora sí, claro, desde que acepté el Comisionado de Programas de Memoria en el gobierno de Barcelona, sí.

EJ: Antes también.

RV: Sí es cierto me interesaba.

EJ: Te interesaba. Pero estás muy metido en la gestión, la elaboración de estrategias, la búsqueda de aliados... O sea, la elaboración de políticas de memoria y el lugar de las memorias en la política. Yo vengo del campo de trabajo de los movimientos sociales, donde la cuestión se plantea quizás de otra manera: se trata de actores sociales colectivos que se expresan, reclaman y cuestionan los límites del sistema socio-político existente, a partir de demandas que a menudo parecen ser muy puntuales y específicas. Cuando el movimiento de derechos humanos en Argentina pedía «ni olvido ni perdón» estaba pidiendo salidas diferentes a las que se habían desarrollado en otros países (no a las amnistías, no a los pactos) pero también estaba reclamando una refundación del orden jurídico institucional: un rechazo y un fuerte «no a la impunidad», expresión que cobró amplio sentido y aceptación en el momento de la transición, en los años ochenta. La acción y la fuerza de ese movimiento incidió en crear el espacio para la intervención en las políticas públicas de memoria ligadas a la dictadura de los años setenta y ochenta del siglo pasado. Por supuesto, el accionar del movimiento no es lineal ni unívoco. Hay voces más autorizadas y legitimadas que otras, se incorporan nuevxs protagonistas, se disputan liderazgos y se establecen jerarquías. En Argentina, en el momento de la transición posdictatorial, la centralidad la tuvieron los familiares de las víctimas, especialmente las Madres, y luego se sumaron las voces de lxs sobrevivientes de la represión estatal, englobadxs ambxs (víctimas directas y familiares) en la categoría «afectadxs directxs». Para el activismo del movimiento de derechos humanos, quienes no entramos en esas categorías teníamos menos legitimidad para la acción. Podíamos —seguimos pudiendo— «acompañar», pero lxs protagonistas centrales son otrxs. Como en todo movimiento social, no hay homogeneidad sino diversas fuerzas sociales que, dentro de un objetivo muy general compartido, elaboran propuestas, estrategias y alianzas diversas. A menudo el diálogo se torna difícil hacia adentro y tomas conciencia de las brechas entre lxs propixs activistas del movimiento de víctimas. Hay muchas fisuras allí.

RV