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De los 10 textos que Rousseau escribió en el libro titulado Ensoñaciones de un paseante solitario, para esta obra se seleccionaron cuatro: el primero, el segundo, el cuarto y el quinto. Escritos en una prosa reflexiva y poética, estos textos transitan entre el ensayo, la narración íntima y la autobiografía. Según el autor, su propósito es "hacer un registro fiel de sus paseos solitarios y de las ensoñaciones que los llenan" pero lo más destacable de ellos es que exponen temas universales de la filosofía como la relación entre verdad y justicia, la conquista de una libre soledad, la belleza fantasmagórica de ciertas ilusiones e ideas, o el constante desafío socrático de conocerse a uno mismo.
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Cuatro ensoñaciones de un paseante solitario
colecciónPequeños Grandes Ensayos
Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCoordinación de Difusión CulturalDirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
Cuatro ensoñaciones de un paseante solitario, de Jean-Jacques Rousseau. Prólogo y traducción de Camilo Rodríguez. La obra Cuatro ensoñaciones de un paseante solitario, de Jean-Jacques Rousseau fue publicada originalmente por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM, en 2022, bajo su colección Pequeños Grandes Ensayos fundada por Hernán Lara Zavala y dirigida por Álvaro Uribe. El cuidado editorial estuvo a cargo de Odette Alonso y Alejandro Soto Valladolid; y la formación de Inés P. Barrera. Coordinación editorial: Elsa Botello López. Esta edición de un ejemplar (398 Kb) fue preparada por la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. La coordinación editorial estuvo a cargo de Camilo Ayala Ochoa. La producción y formación fueron realizadas por Brenda Hernández Chávez. Primera edición electrónica en formato epub: 7 de julio de 2022. D. R. © 2022 UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Ciudad Universitaria, 04510, Ciudad de México, México. Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorialwww.libros.unam.mx ISBN: 978-607-30-6271-8 Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización escrita de su legítimo titular de derechos. Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hecho en México.
Aparte de la invaluable sabiduría y profundidad meditativa que alberga este libro, la actual situación sanitaria le otorga un nuevo aura de sentido. Antes de morir, Jean-Jacques Rousseau escribió éste, su último texto de largo aliento, durante un confinamiento de casi dos años (de 1776 a 1778) en el castillo de Emernonville, una comuna al noreste de París. El filósofo se refugiaba de los perseguidores que le trajo la publicación de Emilio en 1772, pues el Parlamento de París había condenado el libro y decretado su arresto. Debido a su muerte, el décimo capítulo (que escribió bajo el nombre de Paseos) quedó inconcluso, pero creemos que la esencia de sus agudas formulaciones se encuentra en la selección que el lector tiene ahora en sus manos.
No deja de asombrar que la soledad y el encierro hayan sido incidentes constantes en la vida de Rousseau. En Las confesiones, recuerda su experiencia de 1743 como tripulante de una falúa que se dirigía de París a Venecia en tiempos de la peste de Messina, una terrible epidemia que mató entre 40 000 y 50 000 personas. A causa de la situación se vieron forzados a atracar en el puerto de Génova, donde las autoridades les dieron dos opciones a los pasajeros: podían pasar una cuarentena de 21 días a bordo del barco, disfrutando de las provisiones enviadas por el gobierno genovés, o bien podían refugiarse en el lazareto, un pequeño hospital abandonado que estaba a corta distancia del puerto pero carecía de muebles o abrigo alguno, pues habían sido quemados tras la emergencia sanitaria. Para fortuna de las letras y el pensamiento humano, Rousseau tomó sus pertenencias, se improvisó una almohada y varias frazadas con su ropa y se aventuró al hospital.“El calor insoportable, la cercanía de la embarcación, la imposibilidad de caminar en ella y las alimañas que pululaban, me hicieron preferir a toda costa el Lazareto”, escribió. Sus días libres los pasó escribiendo, leyendo y caminando por el cementerio de los protestantes. Solo él y unos pocos tripulantes habían tomado la decisión que les salvó la vida, porque el resto se contagió de la enfermedad y falleció.
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Escritas en una prosa reflexiva y poética, Las ensoñaciones están divididas en Paseos y Caminatas, que transitan entre el ensayo, la narración íntima y la autobiografía. Es una obra libre: no se trata aquí de confesiones o de un tratado filosófico. Rousseau habla sin tapujos porque, sugestionado por el supuesto desprestigio en el que había caído y desprovisto de la presión social que experimentó antes, no le importa ya si la obra llegara a un público o no. Esto no impide que se consagre con mayor fervor a la obra, pues de hecho decide abandonar la copia de partituras, oficio que le procuraba mayor cantidad de ingresos, y se entrega de lleno a dos actividades esenciales: la escritura de sus reflexiones solitarias, y la botánica, el cuidado de plantas. No es casual que en el fondo de ambos ejercicios se esconda una voluntad romántica, una comunión entre el individuo y la naturaleza, tan celebrada años más tarde.
A juzgar por las palabras del propio autor, con su obra pretende “hacer un registro fiel de sus paseos solitarios y de las ensoñaciones que los llenan”, pero logra más. Hay un doble espectro, pedagógico y privado, en sus palabras: si bien provienen del fondo de su mente, de la dulce libertad de “conversar con su propia alma”, son ejemplares y aptos para cualquier público, como los ensayos de Michel de Montaigne, pues exponen temas universales de la filosofía como la relación entre verdad y justicia, la conquista de una libre soledad, la belleza fantasmagóri- ca de ciertas ilusiones e ideas, o el constante de- safío socrático de conocerse a uno mismo y aprender a disfrutar dicho camino.
Otro detalle reitera la idea de que este libro parece hecho a la medida de nuestra época: su visionaria formulación de la isla como símbolo del paraíso y del recogimiento individual. Aquí Rousseau va más allá del famoso motivo del romanticismo alemán que propugnaba el irrefrenable deseo del sujeto de fundirse con el mundo (“el Uno y el Todo”); también abraza la idea —luego retomada por el existencialismo— del goce de la existencia personal sin vincularla a otra que la fundamente o sea su razón de ser.
Así pues, a través de las páginas el filósofo redescubre el aislamiento. Al recordar su estancia de casi dos meses en la isla suiza de Saint Pierre (relatada en el quinto paseo), rebasa una lectura superficial de la soledad como estado de desprotección, carencia o pobreza, y entiende que esas facetas también abren un espacio que, orientado con sinceridad y ecuanimidad, nos puede liberar de nosotros mismos, de las aprehensiones del ego y de las torpezas a las que conllevan las malas compañías.
Para bien y para mal, “la soledad es el único árbitro insobornable”, solía recordar el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila, con quien Rousseau habría convenido tanto más cuanto la verdadera soledad implica un estado meditativo donde no hay excusas que valgan para evitar la irreductible relación cara-a-cara con uno mismo: ni las labores cotidianas, ni los fantasmas del pasado o del futuro. Por eso, a fin de cuentas, Las ensoñaciones constituyen un oportuno compendio de reflexiones sobre la construcción de esa isla que es el yo y recuerdan la historia de Robinson Crusoe, que por accidente llegó a la isla donde aprendería a vivir solo, o la de Sancho Panza, que añoraba regentar su propia ínsula y cuando le fue otorgado su gobierno, demostró ser un dirigente justo porque, como si se tratara de su propia humanidad, aplicaba la siguiente máxima: “En caso de duda, misericordia”.
De los diez paseos que Rousseau escribió en el original, ofrecemos la traducción del primero, el segundo, el cuarto y el quinto en un español más cercano al lector de Latinoamérica. La edición francesa de base fue la de Gallimard en la colección Folio, impresa en 1972, introducida por Jean Grenier y anotada por Silvestre de Sacy.
Camilo Rodríguez, marzo de 2021.
Aquí estoy entonces,1 solo en la tierra, sin más hermano, prójimo, amigo ni compañía que yo mismo. El más sociable y el más cariñoso de los humanos ha sido proscrito por un acuerdo unánime. Buscaron en los refinamientos de su odio qué tormento podía ser más cruel para mi alma sensible y con violencia cortaron todos los vínculos que me unían a ellos. Habría amado a los seres humanos a pesar de ellos mismos. Sólo dejando de serlo pudieron librarse de mi cariño. Ahí están ahora, extraños, desconocidos, al fin inexistentes para mí, pues así lo quisieron. Pero yo, desprendido de ellos y de todo, ¿qué soy? Es lo que me queda por buscar. Por desgracia, esa búsqueda debe ir precedida de un vistazo a mi posición. Es una idea por la cual debo pasar necesariamente para llegar de ellos a mí.
Desde hace más de 15 años que estoy en esta extraña posición, aún me parece un sueño. Sigo imaginando que una indigestión me atormenta, que duermo un mal sueño, y que despertaré muy aliviado de mi pena al encontrarme con mis amigos. Sí, no hay duda, debo de haber dado, sin percatarme, un salto de la vigilia al sueño, o más bien de la vida a la muerte. Zafado, no sé cómo, del orden de las cosas, me he visto arrojado a un caos incomprensible del cual no percibo nada de nada; y cuanto más pienso en mi situación presente, menos puedo comprender dónde estoy.
¡Ay! ¿Cómo habría podido prever el destino que me esperaba? ¿Cómo lo puedo concebir aun hoy, que estoy entregado a él? ¿Acaso hubiera podido suponer, con mi sentido común, que un día yo, el hombre que era, el mismo que soy to- davía, pasaría, sería considerado sin la menor duda un monstruo, un envenenador, un asesino, que me convirtiría en el horror de la raza humana, el juguete de la plebe, que el único saludo que recibiría de los peatones sería escupir sobre mí, que toda una generación se divertiría, en unánime acuerdo, en enterrarme vivo?2 Cuando esta extraña revolución tuvo lugar, tomado por sorpresa, quedé trastornado al principio. Mis agitaciones, mi indignación, me sumieron en un delirio que no ha tomado menos de diez años en calmarse, y en ese intervalo, cayendo de error en error, de falta en falta, de tontería en tontería, con mis imprudencias he proporcionado a los directores de mi destino otras tantas herramientas que ellos usaron hábilmente para fijarlo sin vuelta de hoja.
Durante mucho tiempo me he debatido tan violenta como inútilmente. Sin destreza, sin arte, sin disimulación, sin prudencia, franco, abierto, impaciente, irascible, al debatirme no hecho más que atarme más y darles sin cesar nuevos pretextos que no se cuidaron de despreciar. Sintiendo, al fin, todos mis esfuerzos inútiles y atormentándome sin provecho, tomé el único partido que me quedaba por tomar: someterme a mi destino sin forcejear contra la necesidad. Encontré en esta resignación el desagravio de todos mis males por la tranquilidad que me procura y que no podía aliarse al continuo esfuerzo de una resistencia tan dolorosa como infructuosa.