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Un matrimonio por el que valía la pena luchar...
Los dos deseaban tener un hijo. Eso y la increíble pasión que se desataba con cada cruce de sus miradas o cada roce de sus manos fue la razón por la que Liam y Rose decidieron casarse. El amor no era parte del trato. Pero un año después, Rose descubrió aterrorizada que, a pesar de su acuerdo, se había enamorado de su marido. No habían conseguido tener el hijo que tanto deseaban y la razón por la que no lo habían hecho amenazaba con separarlos. Hasta que justo antes de Navidad, apareció una preciosa niña a la que habían abandonado a la puerta de su casa y que les dio otra oportunidad de descubrir lo importante que eran el uno para el otro.
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Seitenzahl: 195
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Kate Walker
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El amor llegó en Navidad, n.º 1458 - marzo 2018
Título original: The Christmas Baby’s Gift
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-739-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
CÁSATE deprisa; arrepiéntete despacio».
Rose alzó la cabeza hacia el chorro de la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre su rostro hasta que le entumeció la piel. Y también deseó que pudiera entumecerle los pensamientos.
Pero nada desterraba de su mente la frase incómoda.
«Cásate deprisa; arrepiéntete…».
–¡No!
La palabra escapó de ella en un grito de desesperación y rechazo; cerró la ducha. En el súbito silencio, el sonido de su respiración irregular sonó sobrenaturalmente alto y perturbador. Parecía el sonido de un animal acosado, arrinconado contra un muro… sabiendo que no había escapatoria.
–No… –repitió, con más suavidad en esa ocasión–. Oh, no…
El silencio fue excesivo para ella. Demasiado pesado, inquietante. Debía volver a abrir la ducha para escapar de los pensamientos que la hostigaban.
–¿Rose?
El sonido de otra voz… masculina, profunda y vibrante, le llegó desde la dirección del umbral que conectaba el cuarto de baño con el dormitorio, e hizo que abriera los ojos azules.
Borrosa y distorsionada a través del cristal empañado, apenas pudo discernir la figura alta y poderosa de su marido. Pero no necesitaba verlo con claridad. Su memoria e imaginación podían aportar al instante los detalles que necesitara.
Y esa imaginación bosquejó los rasgos marcados. Los pómulos fuertes, la nariz larga y recta y los brillantes ojos verdes bajo un tupido dosel de pestañas. El pelo lustroso y corto, con la tendencia a rizarse, de una tonalidad entre castaña y cobriza fuego, que hacía que pareciera arder bajo el sol. Y todo eso en el cuerpo compacto y musculoso de un atleta innato, con hombros rectos, pecho ancho, caderas estrechas y piernas largas y potentes.
–¿Estás ahí?
–¿A quién más esperarías encontrar en tu ducha… en tu cuarto de baño?
Su voz no exhibió la fuerza ni el humor que había pretendido, pero luchaba con demasiados sentimientos como para poder controlarla de forma apropiada. Incluso a una distancia de varios metros, saber que Liam se encontraba allí hacía que su piel desnuda le hormigueara.
–Nuestra.
–¿Qué? –sacó la cabeza de debajo del agua para oír con más claridad–. ¿Qué has dicho?
–Nuestra. No mi ducha, sino nuestra. También nuestro cuarto de baño.
Nuestro cuarto de baño. Nuestra ducha.
¿Conocería lo que le hacía oír esas palabras de su boca? ¿Captar el tono levemente posesivo en su voz sensual? ¿Saber que lo que realmente pasaba por su cabeza era que la poseía a ella?
Para el resto del mundo, Liam Farrell podía ser su marido, el hombre con el que se suponía que esa noche de finales de diciembre estaba celebrando el primer aniversario de boda. Pero Rose sabía que la verdad era mucho más complicada. Y eso era lo que llevaba inquietándola unos días.
–¿Quieres que me una a ti?
–¡No! –se puso rígida y el corazón se le desbocó–. ¡No lo hagas!
Fue el silencio de él lo que reveló su cambio de humor. La quietud de la figura borrosa vista a través del cristal empañado reveló mucho más que cualquier cosa que hubiera podido manifestar.
–Quiero… quiero decir que ya voy a salir.
Fue la idea de que hiciera lo que había dicho lo que sobrecargó sus pensamientos, lo que le puso el cuerpo tenso y la piel del color de la sangre y que nada tenía que ver con el calor de la ducha. Bajo el agua, el cuerpo ya encendido le hormigueó con expectación sensual por el placer que se había convertido en una parte peligrosa de su vida.
–Muy bien. Sal, entonces.
A través del cristal percibió que él alargaba la mano hacia la enorme toalla y supo que no tenía excusa para no hacer lo que él decía, para prolongar la espera.
–Rose… Rose…
¡No se equivocaba! En la voz había un tono ominoso que la impulsó a cerrar el grifo y a echarse el pelo hacia atrás.
¿Cómo podía encararlo en ese momento? Se dijo que solo había una manera. A la de él. Tal como había sido desde el comienzo del matrimonio. Del modo en que sabía que le gustaba a Liam, porque así se lo había expuesto abiertamente cuando más que declararse, le había propuesto una empresa conjunta. Pero durante los últimos meses, ella había comprendido que no podía continuar con los términos originales del acuerdo, y se había afanado en encontrar una forma de planteárselo.
«Cásate deprisa; arrepiéntete despacio». Al abrir la puerta del cubículo de la ducha, la frase volvió a reverberar en su mente. Pero la desterró con todas las fuerzas que pudo acopiar y exhibió la sonrisa que sabía que él esperaría de ella mientras rezaba para que ocultara la verdad.
«Cásate deprisa; arrepiéntete despacio».
Las palabras la habían hostigado todo el día. Había despertado con ellas en la mente y desde entonces no había sido capaz de cancelarlas.
Suponía que era inevitable que ese día, el primer aniversario de su precipitada boda, sacara semejantes pensamientos a la superficie. Pero la verdad era que no había esperado un remordimiento tan intenso.
Aquella boda, justo cuatro días antes de la última Navidad, había parecido la respuesta a muchas plegarias, a muchos problemas.
–Rose, maldita sea, ¿vas a salir de ahí o tendré que ir a…?
Las palabras se evaporaron en su lengua cuando la puerta se abrió para dejar salir a su esposa.
Volvió a preguntarse si necesitaba saber cómo o por qué se había atrapado en ese matrimonio. Pero le bastaba mirarla para obtener la respuesta.
En silencio maldijo su cuerpo por la reacción instantánea al ver la aparición física de Rose. Solo tenía que mirarla para desearla con una fuerza y un apetito próximos a la agonía física. La contracción que experimentó por debajo del cinturón fue tan brusca y salvaje que tuvo que contener una exclamación de protesta.
–¿O vendrás para… qué?
¿Sabría lo que le hacía ver su forma exuberante expuesta de forma tan abierta, revelando los pechos altos y plenos, la caja torácica y la cintura estrecha, las líneas largas y suaves de las caderas y de los muslos, los tobillos y los pies delicados?
¡Desde luego que sí! No podía ser ajena a ello. Todas las noches en la cama veía y sentía los resultados del impacto que surtía en él. Era eso lo que los había unido en primer lugar. Lo que los había empujado a ese imprudente matrimonio.
Puro y simple sexo. Aunque en ese momento en sus pensamientos no había nada puro.
–¿Liam?
Adrede él esbozó una sonrisa perversamente provocativa y la recorrió con la vista.
–¿Tienes que preguntarlo? Sabes lo que habría sucedido… Si me hubiera unido a ti en la ducha, no habrías sido capaz de salir. Aún estaríamos ahí dentro, disfrutando de un sexo salvaje y apasionado.
Después de todo, era lo que esperaba que dijera. Lo que siempre había dicho durante esos trescientos sesenta y cinco días de su vida de casados. Si hubiera dicho algo diferente en ese momento, habría sacudido los cimientos de su relación. Y eso sería peligroso. Haría que ella sospechara que las cosas habían cambiado, que ya no eran lo que parecían.
Y era algo que todavía no estaba preparado para reconocer ante sí mismo, y menos ante ella.
–Aún estamos a tiempo.
La invitación brilló en los ojos de ella, iluminando sus profundidades azules, y una sonrisa tentadora curvó la plenitud de su boca.
–Si tú quieres…
Se sintió tentado. Ella estaba totalmente relajada en su desnudez. Alta y orgullosa, impasible ante el hecho de que no tenía nada encima mientras él se hallaba completamente vestido con un elegante traje gris que había llevado para una reunión de negocios ese día.
Pero sabía que era hermosa. Bellísima a ojos masculinos. A ojos de cualquiera.
–Pero tendrás que quitarte ese traje. No querrás estropearlo…
La provocación fue excesiva. La sangre se le encendió. Jamás había sido capaz de resistirse a ella. No podría hacerlo en ese momento.
Durante unos segundos estuvo a punto de aceptar el ofrecimiento. Los hábitos del año anterior casi lo atenazaron antes de disponer de tiempo para reconsiderarlo. Hasta se aflojó el nudo de la corbata… pero la realidad lo alcanzó como una patada en las costillas y lo obligó a reflexionar.
–Quizá sea mejor que no…
Intentó sonar relajado, indiferente incluso, pero dudó de su propia capacidad de convicción. Entonces vio el cambio en la expresión de ella, las sombras que nublaron sus ojos, y supo que había tenido más éxito del esperado.
Sin embargo, ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.
–Toma… –extendió la toalla blanca y se forzó a relajar las manos que la sostenían–. Será mejor que te cubras.
Los hermosos ojos de ella proyectaron reproche. Un reproche que él sabía que plasmaría en palabras. Si algo había aprendido de su esposa en el último año, era que no esquivaba las cuestiones. Si se sentía enfadada, decepcionada o insatisfecha, lo manifestaba. Pero, para su sorpresa, se mordió el labio y un leve temblor recorrió su forma esbelta.
–Tienes frío.
Una única gota de agua escapó de la oscuridad de su cabello y abrió un lento y delicado sendero por la superficie cremosa de su piel. Se deslizó por la curva de un pecho adorable, tocó la punta rosada y durante un segundo devastador colgó del pezón.
Una vez más, el deseo le encendió las entrañas. Tragó saliva y habló con celeridad, la voz más áspera de lo que había esperado.
–¡Vamos, Rose… no te quedes ahí! Cúbrete con esta toalla y sécate.
Ella avanzó sin titubeos, sin protestas.
La toalla envolvió con facilidad su silueta esbelta. Liam pensó que esa esbeltez era parte del problema. Parte de lo que socavaba el matrimonio que habían construido juntos. Se suponía que Rose no debía estar tan esbelta como cuando se casaron. Los hijos habían sido una parte importante de su acuerdo… y un año más tarde, no había rastro alguno de que un bebé estuviera de camino.
–Gracias… ya estoy bien –se obligó a decir. Tenía que decir algo para llenar el silencio incómodo que había caído. Pero, desde luego, no había sido el frío lo que la había hecho temblar, sino sus pensamientos inquietantes–. Será mejor que vaya a secarme el pelo o nunca estaré lista.
La facilidad con que la dejó ir solo incrementó la confusión y la incomodidad mental que sentía. Había estado preparada para una discusión, al menos para alguna clase de protesta. Ese no era el Liam que conocía tan bien.
Había imaginado que intentaría besarla, abrazarla. Afirmar una vez más la poderosa atracción sexual que siempre había ardido entre ellos. La misma atracción que le hacía palpitar todo el cuerpo con solo oír la voz de él. Y había estado preparada para encararlo.
Pero no esa extraña y casi fría indiferencia.
Algo no encajaba. Algo de lo que había sido consciente durante días, como el dolor palpitante de una muela que necesita un empaste y no deja de molestar.
Rezó para que no hubiera adivinado lo que empezaba a sentir.
–¿Qué sucede?
La pregunta fue tan inesperada, que se sobresaltó como una gata asustada al ir descalza sobre la mullida alfombra de color bronce hacia el tocador.
–¿Suceder? ¿A qué te refieres? –preguntó con voz entrecortada, y la mano que recogió el cepillo para el pelo no estaba muy firme–. ¿Qué va a suceder?
–No lo sé. Dímelo tú.
–Liam, no pasa nada.
La respuesta de él fue un sonido inarticulado de incredulidad escéptica.
–¡De acuerdo!
Impetuosa, ella giró en redondo para encararlo, y al encontrarse con la fuerza de esos brillantes e impactantes ojos verdes deseó no haberlo hecho.
–De acuerdo –repitió, en esa ocasión con menos vehemencia–. Como es evidente que no me crees, ¿por qué no me dices tú qué sucede? ¿Por qué no me explicas qué te ha impulsado a formular esa pregunta en primer lugar?
Él se encogió de hombros con indiferencia controlada, pero sus ojos mostraron una intensidad de láser. Rose se movió incómoda bajo ese escrutinio, sintiendo como si le hubieran quitado una capa protectora y la hubieran dejado en carne viva y vulnerable.
–Jamás habría pensado que justo hoy te ibas a sentir contenta y relajada, que esperarías la fiesta de esta noche con entusiasmo y expectación. De hecho, te encuentro distante y nerviosa…
¿Ella estaba distante? ¿Acaso no se daba cuenta del comportamiento que él había exhibido en los últimos días? Difícil, inabordable, justo cuando más había necesitado tratar de hablar con él.
–Y si estoy distante, tal como tú dices… ¿se te ha pasado por la cabeza pensar que puede deberse a la fiesta de esta noche?
Él emitió otro sonido de incredulidad, en esa ocasión acompañado de un movimiento orgulloso de cabeza.
–¡Vamos, cariño! Sabes que eso no es verdad… sé que no puede ser verdad.
–¿Por qué no?
–Tú lo sabes.
–Dímelo tú.
Liam se apartó de la puerta y cruzó el cuarto para situarse junto a ella.
–Nunca te he visto nerviosa… ni siquiera inquieta por cualquier acontecimiento social. Nada te desconcierta. Y menos esta noche.
–No –Rose movió la cabeza.
–¿No? –la voz recuperó ese tono escéptico–. No, nada te desconcierta.
–No sé por qué piensas que debería resultarme fácil esta noche.
–¿Y por qué diablos no?
Era evidente que él empezaba a mostrar síntomas de perder la paciencia.
–No puede haber nada esta noche que deba preocuparte –añadió.
–¿Oh, no?
–No… Es un acontecimiento feliz. Conoces a todos los invitados… familia y amigos. Vendrán para ayudarnos a celebrar…
–¡Es eso! –interrumpió ella, incapaz de contener las palabras.
El doble sentido de ese «acontecimiento feliz» era más de lo que podía soportar. Sabía qué «acontecimiento feliz» había esperado Liam para esa fase de su matrimonio. Se suponía que ya debería estar embarazada. Era lo que ambos habían querido desde el principio. Lo que ella aún quería, pero no del modo en que había pensado en un principio.
–¿Qué? –frunció el ceño confuso, impaciente–. Rose, no eres coherente.
–Quizá porque nada de esto es coherente.
Comenzó a cepillarse el pelo con movimientos bruscos y nerviosos. Las cerdas se atascaron en algunas partes enredadas, pero eso no la frenó, y continuó con una mueca.
–¿Qué diablos…?
Alargó el brazo y le detuvo la mano, con un apretón tan fuerte que ella no pudo hacer otra cosa que someterse a su control.
Pero no tenía por qué mirarlo. No quería leer lo que podía haber en su rostro, de modo que mantuvo la vista clavada en la alfombra.
–Rose, cariño, ¿vas a explicarme qué pasa por esa deliciosa cabeza? ¿Qué te molesta… y por qué?
Ese «cariño» era demasiado. Lo empleaba de forma casual, con facilidad, sin siquiera pensarlo. Para él no era más que una palabra a intercalar en una conversación. Era lo que la gente esperaba que un marido le dijera a su mujer.
Y sabía que jamás reflexionaba en el efecto que podía tener sobre ella. Que ni por un momento consideraba cómo podría sentirse ella al oír ese término en apariencia cariñoso y saber que no tenía lugar en su matrimonio.
Porque el amor no formaba parte de la relación que mantenía con Liam.
Al menos, así había sido en un principio. El acuerdo era un matrimonio de conveniencia de comienzo a fin. Sin ninguna emoción. O al menos así se suponía que tendría que haber sido.
Pero ya no. Las cosas habían cambiado. Tanto, que ya no estaba segura de poder continuar con el matrimonio tal como había decidido un año atrás. No a menos que las cosas cambiaran de un modo que parecía imposible.
La situación empeoraba con cada día que pasaba. No había sido capaz de seguir las pautas establecidas en el momento de aceptar ese matrimonio de conveniencia. No, había cometido el peor pecado de todos.
Se había enamorado total, imprudente, ciega e irremediablemente de su marido de conveniencia. Y ese amor era lo último que él quería de ella.
Y tener la certeza de eso la había llevado a tomar una decisión desesperada. Durante los últimos meses, había adoptado medidas activas para cerciorarse de no concebir el bebé que Liam tanto deseaba, aunque esa determinación casi le había partido el corazón.
NO ME llames cariño! ¡No me gusta!
Fue con lo que más se atrevió a expresar los pensamientos vertiginosos que pasaban por su cabeza y el dolor que le quemaba el corazón.
–Me acabo de enterar ahora mismo… pero perfecto. ¿Es eso lo que te molesta?
–¿Qué? No, claro que no.
–Entonces, ¿te importaría explicarme de qué se trata?
El modo en que soltó las palabras no le dejó ninguna duda de que el control que había podido tener sobre su genio empezaba a evaporarse. Bastaría una vacilación más, otro intento de esquivar el tema, para que lo perdiera por completo.
–Es… es esta fiesta… –lo intentó otra vez.
–¿Qué pasa con la fiesta?
–No estoy segura de que sea… correcto.
–¿Correcto? –era obvio que se trataba de la última palabra que había esperado–. ¿Correcto? –repitió confuso–. ¿Qué tiene de malo?
–Nada. Es que no estoy segura de que sea correcto que nosotros lo celebremos de esta manera. No… escucha… –añadió con rapidez al ver que respiraba hondo para replicarle–. Es el primer aniversario de nuestra boda.
–Hecho del que soy bien consciente.
La ironía de su tono la encogió, pero se obligó a continuar.
–Pero no fue exactamente el tipo de boda que celebra la mayoría. La nuestra jamás fue esa clase de unión y nunca lo será –aunque sí había soñado con que pudiera serlo, y ahí radicaba el problema. Había soñado con amor y felicidad eternos, y esos sueños habían sido más poderosos que su anhelo de ser madre. Pero Liam solo la quería como madre de sus hijos–. Sin embargo, hemos invitado a un montón de gente. A mi familia… a tu abuelo… a los amigos…
–Querían venir. Además, es Navidad, y a todo el mundo le encanta una fiesta en Navidad.
Liam se mostraba obtuso adrede. En ese momento ya debería de saber a qué se refería exactamente. No tendría que deletreárselo.
Pero al parecer no le dejaba otra opción.
–Querían venir a ayudarnos a celebrarlo. Sin embargo, no conocen la verdad. No saben que nuestro matrimonio no es más que un acuerdo de negocios y no la unión de amor que ellos creen. Considero que no tenemos el derecho a instarlos a celebrar algo que es poco más que una mentira.
–¿Una mentira?
De algún modo, había tocado un punto débil en él, uno que no le gustaba. La expresión se tornó sombría y con movimiento brusco le quitó el cepillo de la mano y lo arrojó a un lado, sin importarle que cayera a la alfombra.
Unos dedos duros se cerraron en sus brazos y la acercaron a él. Tanto que se vio obligada a alzar la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Sabía que podría besarlo y lograr que su humor se suavizara. Al menos siempre había podido conseguirlo en el pasado. Pero en ese momento, después de los instantes de incomodidad en el cuarto de baño, no creyó que debiera correr ese riesgo. La idea de otro rechazo era más de lo que podía soportar.
Además, hacía meses que su conciencia la atribulaba. Al mencionar una mentira, realmente había querido aludir a su reciente comportamiento, a la culpable verdad que ocultaba.
–Una mentira –repitió Liam en voz más baja–. Este matrimonio no es una mentira, cariño. Es exactamente lo que nosotros queríamos. Lo que hicimos de él… y eso lo convierte en mucho más honesto que la mayoría.
–Pero… –intentó intervenir Rose con valor, pero él la soslayó.
–Créeme, hay muchos que comienzan creyendo que su amor es para siempre y que ni siquiera llegan a cumplir un primer aniversario. Muchos se quiebran al llegar al primer obstáculo. Dejan de estar enamorados con tanta celeridad como se enamoraron. Una crisis y se acabó. Se odian y no quieren volver a verse. De modo…
En algún momento había cometido un peligroso error. Jamás debería haberse acercado tanto. Jamás debería haberla sujetado de esa manera. Pegado a ella como si fueran una sola persona, sintiendo la suavidad de sus pechos contra el torso y sus muslos contra las piernas. La fragancia limpia y tentadora de su piel se enroscó por el interior y le llenó la cabeza de deseo.
Todo su cuerpo estaba en llamas. Tan encendido que debía agradecer que el grosor doble de la toalla sirviera como aislante entre el cuerpo de ella y su calor. La exigencia inflamada de su deseo se pegaba con urgencia contra la cuna que eran las caderas de Rose.
Tragó saliva para mitigar la sequedad de la garganta y volvió a intentarlo.
–De modo… que lo que tenemos vale la pena ser celebrado.
–Pero…
–¡Pero nada! ¡Lo que tenemos es lo correcto para nosotros! Y eso es lo único que importa en un matrimonio. Que las dos personas involucradas en él obtengan lo que quieren de dicha unión. Que los haga felices…
Un súbito y desagradable aguijonazo de su conciencia estuvo a punto de frenarlo, pero controló la incomodidad y continuó, rezando para que ella no hubiera notado su titubeo. No había ningún problema. Esas cosas requerían tiempo.
–Celebramos un año juntos… sin importar las circunstancias. Esa es la verdad.
Un movimiento súbito del hombro de ella lo distrajo, atrayendo sus ojos de forma irresistible a la suavidad redondeada de la piel desnuda. Al instante sus pensamientos olvidaron la cuestión que quería expresar y se centraron en elementos más sensuales e invitadores.
–La verdad es… –comenzó Rose, pero él no la escuchaba.
El hombro era demasiado tentador. La piel tan suave, tan delicada. No pudo resistir alzar una mano para tocarla, acariciarle la curva y sentir cómo los músculos se tensaban levemente, temblaban.
–¿La verdad, cariño?
Liam aún no había logrado controlar el modo en que esa mujer lo hacía sentirse. La increíble inmediatez de la respuesta que provocaba en él, el calor instantáneo y ardiente de la excitación que lo dominaba nada más tocarla.
–Oh… esta es la verdad… –bajo la cabeza y pegó los labios en el borde del hombro, donde comenzaba el brazo, y oyó el involuntario murmullo de placer de Rose–. Esta… y esta…