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Vaquero auténtico… necesita vaquera Todo el mundo en Thunder Canyon recuerda al rubio vaquero de ojos verdes, anchos hombros y expresión taciturna. No hemos visto sonreír mucho a Cody Overton desde que perdió a su mujer hace años. Pero algo ha ocurrido en Real Vintage Cowboy, la tienda de artículos de segunda mano de Catherine Clifton. Según los rumores, la mayor de las hermanas Clifton ha encontrado el corazón de Cody Overton. ¿Será verdad que esta monada ha devuelto la sonrisa a Cody?
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Seitenzahl: 220
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.
EL CORAZÓN DORMIDO, Nº 81 - Septiembre 2013
Título original: Real Vintage Maverick
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. con permiso de Harlequin persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3538-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
El sonido de su risa se expandió por su cabeza y por su corazón, atravesándole entero. Generando en su interior, como siempre, una sensación de profundo bienestar y de felicidad.
Era una de aquellas mañanas de Montana absolutamente perfectas que pedían a gritos ser apresadas en las páginas de su memoria. Cody Overton trató de absorberla al máximo, consciente de que era importante que lo hiciera.
Muy importante.
Renee y él estaban en la feria de ganado. A Renee le encantaba esa feria. Y, como siempre, el amor de su vida le había convencido para que se subiera en uno de los vistosos caballos del tiovivo. Ella ocupaba el de al lado.
—Esto es un rollo —Cody fingió protestar antes de subir. Como si pudiera negarle algo a Renee—. Al menos podíamos subir a la noria.
Pero Renee no prestó atención a su protesta. A su esposa le encantaba el tiovivo desde siempre, incluso cuando iban juntos al colegio de pequeños. Cody bromeó diciéndole que le sorprendía que no hubiera insistido en que pronunciaran los votos matrimoniales subidos en dos caballos del tiovivo.
Renee se rio y dijo que entonces habrían tenido que esperar a la feria y que ella no había querido esperar más de lo necesario para convertirse en la señora de Cody Overton.
Siempre había sentido la necesidad de vivir la vida al máximo. Él nunca lo había entendido. Hasta que tristemente lo entendió.
—Tal vez si cerramos los ojos y lo deseamos de verdad, el tiovivo vaya más rápido. Venga, Cody, inténtalo. Cierra los ojos y deséalo —le pidió Renee agarrando la punta de la silla del caballo—. ¿No crees en los deseos?
Ya no.
Las palabras resonaron en silencio en el interior de su cabeza a pesar de que el tiovivo empezó a girar cada vez más y más deprisa, tal y como Renee deseaba.
Y a medida que aumentaba la velocidad también lo hacía el sonido de su risa hasta que eso fue lo único que se escuchó, su risa.
Y cada vez giraban más y más deprisa.
Cody trató de mirarla, de mantener los ojos fijos únicamente en su preciosa Renee, pero de pronto no pudo encontrarla, no pudo verla.
Lo único que vio fue un mar de sangre.
Se había marchado.
Se había marchado a los veinticinco años.
El alma de Cody se dio cuenta antes de que lo hiciera su mente.
Trató de gritar su nombre, pero de su boca solo surgió un grito angustiado y gutural.
Cody dio un respingo y se incorporó bruscamente en la cama. Como siempre que tenía aquel sueño, estaba cubierto de sudor y temblaba.
El frío de Septiembre se había colado en su dormitorio gracias a una ventana que había olvidado cerrar, pero él seguía sudando.
Seguía temblando.
Seguía rezando para que no fuera más que un sueño. Para que Renee estuviera todavía viva a su lado.
Alimentando una esperanza impropia de su modo de ser práctico y pesimista, Cody miró despacio hacia la izquierda, hacia el lugar que antes pertenecía a Renee.
Deseó desesperadamente verla ahí.
Pero no la vio. No estaba allí, como él ya sabía.
Hacía ocho años que no estaba allí.
Hacía ocho años que no estaba en ninguna parte porque llevaba ocho años muerta. Otra estadística para los anales del insaciable monstruo del cáncer.
El corazón de Cody llevaba el mismo tiempo muerto.
A veces le sorprendía que todavía latiera, que aún conservara el caparazón que lo mantenía vivo y en movimiento.
Un hombre que no tenía motivos para vivir no debería seguir viviendo, pensó con tristeza.
Apartó las sábanas y se levantó de la cama a pesar de la oscuridad que todavía envolvía el dormitorio. Sabía que resultaría inútil volver a intentar dormirse. El sueño no regresaría en lo que quedaba de noche. Con suerte volvería a descansar algo cuando volviera a oscurecer.
Aunque probablemente no sería así.
Cody se puso los vaqueros que había dejado en el suelo, avanzó descalzo hacia la ventana y miró hacia fuera.
No había nada que ver, solo la inmensidad que se extendía ante él.
Su rancho.
El rancho de Renee y suyo.
—¿Por qué me has dejado? —inquirió con rabiosa frustración—. ¿Por qué tuviste que irte?
No estaba siendo razonable, pero no tenía ganas de serlo. No le parecía justo haberse quedado allí, tener que enfrentarse cada día a la vida sin Renee después de lo mucho que ella le había llenado. No recordaba un momento de su existencia en el que Renee no estuviera. Su primer recuerdo era ella.
Ocho años y todavía no se había acostumbrado. No lo había aceptado. Ocho años y una parte de él todavía esperaba verla cruzar la puerta, o al lado del horno lamentando haber quemado la cena una vez más.
Nunca le habían importado aquellas ofrendas quemadas. Así era como Cody las llamaba de broma, ofrendas quemadas, y no habría comido otra cosa el resto de su vida si con ello pudiera verla una vez más. Abrazarla una vez más...
Suponía que en cierto modo esa era la raíz de sus sueños. Verla una vez más. Porque eran tan reales que durante un instante Renee estaba viva otra vez. Ojalá pudiera dormir para siempre, pero eso no iba a suceder.
Cody se pasó la mano por el pelo y suspiró. Más le valía vestirse y ponerse en marcha aunque fuera todavía noche cerrada. El rancho no iba a funcionar solo.
—Te echo de menos, Renee.
Su susurro resonó por el dormitorio vacío y por su alma también vacía.
Sucedió demasiado deprisa como para poder pensar siquiera en ello.
En un momento de desesperación porque no le había comprado todavía a Caroline su regalo de cumpleaños, Cody entró en la reformada tienda de antigüedades que hasta hacía unos meses se llamaba Tattered Saddle.
En cuanto entró por la puerta cruzó la tienda a toda prisa justo a tiempo para sujetar a la joven que se estaba cayendo de la escalera.
Sin darse cuenta sintió de pronto entre los brazos las curvas de esa joven.
Olía a lavanda y a vainilla, lo que despertó en él un recuerdo que no fue capaz de identificar. Así fue como lo recordaba cuando más tarde miró hacia atrás y se dio cuenta del modo en que su vida había cambiado drásticamente a mejor aquella fatídica mañana.
Cuando en un principio se acercó al escaparate de la tienda, Cody miró automáticamente hacia dentro. La tienda parecía estar en un estado de semicaos, pero sin embargo resultaba mucho más prometedora que cuando estaba en manos del vejestorio de Jasper Fowler.
Cody recordó haber oído que el anciano no tenía ningún interés en que la tienda fuera productiva. De hecho el lugar no había sido más que la fachada de una empresa para blanquear dinero. En enero se cerró la tienda de antigüedades y quedó relegada a acaparar más polvo del que ya mostraba cuando tenía las puertas abiertas al público.
Lo que le llamó la atención fue ver que el cartel con el nombre de la tienda había sido tachado, pero por el momento no tenía otro. Cody se preguntó si no sería una artimaña para atraer clientes curiosos a la tienda.
Bueno, si ahora tenía un nuevo dueño tal vez eso significara que había antigüedades nuevas y podría encontrar algo para su hermana. Si no recordaba mal, a Caroline le gustaban las antigüedades. Su hermana veía potencial en cosas que para otras personas eran chatarra y querían deshacerse de ellas.
Al menos valía la pena intentarlo, se dijo Cody. Puso la mano en el picaporte y se dio cuenta de que estaba abierta la puerta. Lo giró y entró.
Miró a su alrededor y al instante vio la figura alta y esbelta situada al otro lado de la tienda. Llevaba puesta una falda larga de color pálido y camisa del mismo tono. La mujer estaba precariamente apoyada en el último peldaño de una escalera que no parecía muy estable.
Lo que le llamó la atención no fue que pareciera que estaba a punto de sufrir un accidente cuando estiró el cuerpo para tratar de alcanzar algo situado en el estante más alto, sino que con aquella melena lisa y castaña cayéndole por la espalda y los hombros le recordó por un momento a Renee.
Una sensación de déjà vu se apoderó de él y durante un instante se quedó sin respiración.
Poniéndose de puntillas, Catherine Clifton, la nueva y decidida dueña de la antigua TatteredSaddlese giró automáticamente al oír la campanita de la puerta de entrada. No contaba con tener ningún cliente hasta la gran reinauguración de la tienda. Eso no sería al menos hasta dentro de un par de días. Seguramente dos semanas. Y eso si se le ocurría un nuevo nombre para la tienda.
—Todavía no estamos abiertos —exclamó Catherine en voz alta.
Lo siguiente que salió de su boca fue un grito involuntario porque había perdido pie en el escalón y tanto ella como la escalera se precipitaban hacia el suelo de madera.
La escalera se estrelló con estrépito.
Catherine, por suerte, no.
La misma persona a la que había echado educadamente de la tienda la salvó de lo que podía haber sido un destino muy doloroso.
Aterrizar en los fuertes brazos de aquel vaquero la dejó sin aire y sin palabras.
Mejor así, porque no le hubiera gustado quedar como una idiota. En aquel momento no era capaz de formular ningún pensamiento coherente. Tenía la cabeza llena de palabras sueltas y de una cascada de sensaciones.
Sensaciones sensuales.
Todo quedó desdibujado al fondo, y Catherine fue consciente al instante del hombre en cuyos brazos había aterrizado. Un vaquero de hombros anchos, ojos verdes y cabello castaño claro la sostenía como si no pesara más que una niña pequeña. Ni siquiera parecía estar haciendo fuerza con los brazos desnudos.
Un cosquilleo recorrió el cuerpo entero de Catherine. De pronto sentía un calor obstinado a pesar de sus intentos de acabar con aquella sensación... y con la reacción que le provocaba aquel hombre.
A pesar de sus esfuerzos en contra, durante un instante pareció como si el tiempo se hubiera detenido, congelando aquel momento mientras la bañaba en una debilitadora sensación de deseo que nunca antes había experimentado. Con la excusa de que aquel vaquero de aspecto duro la había salvado podría haberle besado. Con sentimiento.
Catherine podía visualizarse perfectamente besándole.
El hecho de que fuera un completo desconocido no parecía importarle. El deseo, según acababa de descubrir en aquel momento, no tenía por qué tener sentido.
Sin saber por qué, a Catherine se le ocurrió que aquel hombre parecía un vaquero de los de verdad. De los de antes.
¿Lo sería? ¿O se había golpeado la cabeza sin darse cuenta y estaba alucinando?
Sus miradas se cruzaron durante un instante eterno. Lo único que la llevó a salir del trance fue el fuerte latido de su propio corazón.
—Gracias —murmuró finalmente.
Haciendo un esfuerzo por centrarse y recuperar la compostura, Cody se escuchó a sí mismo decir.
—¿Por qué?
Ella dejó escapar un tembloroso suspiro antes de contestar.
—Por sostenerme.
—Ah —por supuesto, a eso se refería. ¿A qué otra cosa iba a ser? Cody asintió con la cabeza—. Sí. Claro.
Las palabras le salieron una por una. Cada una de ellas contenía un pensamiento sellado. Pensamientos que no podía ni empezar a entender.
Cody se aclaró la garganta y luego se dio cuenta de que todavía estaba sosteniendo a aquella mujer en brazos. Tendría que haberla soltado ya.
No había reaccionado de manera espontánea ante una mujer desde que murió su esposa. Sintiéndose incómodo, la soltó.
—Lo siento.
—No lo sientas —aseguró ella—. Yo no lo siento en absoluto. Si no me hubieras agarrado a tiempo podría haber roto algo. Algún artículo, o peor aún, algún hueso de mi cuerpo.
El vaquero no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza. Y al mismo tiempo empezó a retirarse.
—No era mi intención entrar sin permiso —murmuró a modo de disculpa. Agarró el picaporte con la intención de marcharse.
—No pasa nada —se apresuró a protestar Catherine. No podía echar a alguien que tal vez comprara algo—. Es que todavía no tengo la tienda preparada para recibir a los clientes. Pero puedes quedarte si quieres.
Cody tuvo la impresión de que prácticamente le estaba urgiendo a que se quedara. Y se había colocado entre la puerta y él.
Cody miró a su alrededor pensando en lo que acababa de decirle.
—A mí me parece que está bien —le dijo—. De hecho está mucho mejor que cuando el anciano era el dueño.
Catherine estaba deseando sacar a relucir la mejor cara de la tienda para atraer a la clientela en lugar de las miradas de compasión o de desprecio que recibía antes de que ella la comprara. Cuando el antiguo dueño secuestró a Rose Traub, la gente de Thunder Canyon había evitado la tienda. Y por lo que Catherine había oído, antes de eso, la clientela era casi tan vieja como las antigüedades que se vendían allí. También quería cambiar aquello. Quería que todos los grupos de edad tuvieran una razón para pasarse por ahí.
Fowler ya no estaba a la vista porque le habían enviado a prisión, y Catherine quería tomarse la tienda como un proyecto, algo que le perteneciera a ella exclusivamente. Tras una vida entera al servicio de los demás, cuidando de una familia de ocho miembros y colocando los deseos de los demás por delante de los suyos, tenía la sensación de que el tiempo y la vida se le escapaban entre las manos. Tenía que buscar su propio camino antes de levantarse una mañana y descubrir que ya no era joven, que ya no podía agarrar el trozo de tarta que la vida podía ofrecerle.
Ya que aquel vaquero tan sexy parecía conocer cómo era la tienda antes de que ella se hiciera cargo, le preguntó con naturalidad:
—¿Venías mucho por aquí cuando el señor Fowler era el dueño?
—No —confesó él con sinceridad. Las antigüedades nunca le habían resultado interesantes. Y ahora tampoco, pero sabía que a su hermana le gustaban—. Pero cuando estaba en el pueblo me pasaba por aquí y le echaba un vistazo.
La curiosidad era en parte responsable de ello. Tal vez no lo pareciera, pero Cody tenía por costumbre fijarse siempre en todo lo que le rodeaba. Eso evitaba que le pillaran con la guardia bajada... como le había pasado cuando Renee se puso enferma.
—Ah —murmuró Catherine. De acuerdo, la tienda no tenía ningún atractivo para él, al menos antes. Pero había entrado allí aquella mañana. Estaba claro que algo había cambiado—. Bueno, ¿y por qué has venido hoy?
Catherine miró hacia atrás para ver si había algún objeto poco habitual que hubiera podido llamar la atención del vaquero. Pero no encontró nada extraño.
Cody no estaba muy seguro de qué quería saber aquella mujer, pero solo podía decirle la verdad.
—Estoy buscando un regalo para mi hermana. Dentro de poco es su cumpleaños y tengo que enviarlo por correo lo antes posible para que llegue a tiempo.
De acuerdo, al parecer no se estaba explicando con claridad, pensó Catherine. Volvió a intentarlo una vez más.
—¿Por qué aquí? —insistió—. ¿Por qué no has ido al centro comercial? Allí hay muchas tiendas.
Y muchas más cosas que escoger.
La expresión que cruzó como un rayo por el rostro del vaquero le hizo saber qué pensaba exactamente de los centros comerciales.
Pero cuando finalmente habló lo hizo en un tono mesurado y pensativo.
—No he pensado mucho en ello —reconoció—. Supongo que he venido aquí porque quería regalarle a Catherine algo auténtico, algo que no esté fabricado en serie. Algo que no esté en todas las tiendas del país —se explicó Cody.
Volvió a mirar a su alrededor, pero se dio cuenta de que le suponía un gran esfuerzo apartar la mirada de la nueva dueña de la tienda. Vista de cerca, la parlanchina joven no se parecía en realidad a Renee, pero había algo en ella, una chispa que le recordaba a su fallecida esposa.
Tanto que aunque se dijo que debería marcharse, siguió en la tienda.
—Las cosas de esta tienda son... —no terminó la frase. Estaba buscando la palabra exacta. Le costó trabajo. Cody Overton era eminentemente un hombre de acción, no de palabras.
Catherine ladeó la cabeza esperando a que terminara la frase. Al ver que no lo hacía se ofreció a acabar por él.
—¿Antiguas?
—Reales —dijo finalmente. Aquella palabra describía mejor lo que estaba buscando—. Y sí, antiguas también —reconoció—. Pero eso no tiene nada de malo siempre y cuando no estén cayéndose a pedazos.
Catherine sonrió. Le gustaba su filosofía. En cierto modo embonaba con la suya.
Y en ese instante se le ocurrió una idea.
Los ojos le brillaron al mirar al vaquero que le había enviado el destino. Pensó que aquel podía ser uno de aquellos accidentes felices de los que la gente siempre hablaba.
Pero primero tenía que retroceder.
—Lo siento, he olvidado por completo las buenas maneras. Me llamo Catherine Clifton —le dijo extendiendo la mano—. Soy la nueva dueña —añadió sin necesidad.
Cody le miró la mano durante un instante, como si no supiera si estrecharla o no. No era un hombre precisamente sociable.
Pero había algo en aquella mujer que le atraía. Deslizó la mano en la suya.
—Cody Overton —se presentó.
Él observó con muda fascinación cómo la sonrisa de Catherine le nacía en los ojos antes de bajarle a los labios.
—Encantada de conocerte, Cody Overton —afirmó ella—. Eres mi primer cliente.
—Todavía no he comprado nada —se vio obligado a señalar él.
Catherine no pudo evitar pensar que aquel hombre era muy riguroso con la verdad. Eso le gustaba. Le vendría bien contar con alguien así, alguien que le dijera la verdad pasara lo que pasara.
Se detuvo un instante, preguntándose cómo reaccionaría aquel hombre ante lo que estaba a punto de proponerle.
Pero quién no se arriesga no gana.
Catherine se sentía bien. La chispa de sus ojos color chocolate se hizo más brillante.
—¿Cuántos años tienes, Cody? —quiso saber.
La pregunta le pilló completamente desprevenido. La última vez que le preguntaron la edad de aquel modo era un adolescente que quería comprar unas latas de cervezas. Miró a la mujer preguntándose qué buscaba.
—Si tienes pensado preguntarles a tus clientes la edad, no creo que vengan muchas mujeres en cuanto se corra la voz —y todo el mundo sabía que era a las mujeres y no a los hombres a quienes les gustaban los muebles antiguos.
—No me importa su edad —protestó Catherine—. Quiero decir, sí, pero no —se detuvo en seco al darse cuenta de que se estaba liando otra vez con las palabras. Aspiró con fuerza el aire y contraatacó—. Estoy tratando de atraer a un cierto grupo de edad... más dinámico.
Pero lo que acababa de decir tampoco le sonó bien.
—Voy a empezar otra vez —aspiró con fuerza el aire y se detuvo un segundo antes de lanzarse de nuevo—. Lo que quiero es atraer a un tipo de clientela más joven que el que suele acudir a este tipo de tiendas. Así que he pensado que si pudieras darme tu opinión sobre algunos artículos me ayudaría a mejorar las ventas cuando abra.
Aquella mujer le resultaba todavía más incomprensible que antes.
Qué diablos, si estaba tratando de averiguar qué atraería a tipos como él no tenía más que mirarse al espejo. Porque por mucho que le confundiera cada vez que abría la boca, la nueva dueña de la tienda era muy agradable a los ojos. Si se quedaba en el umbral de la puerta o cerca del escaparate, con eso bastaría para que los hombres se acercaran con el propósito de comprar.
Pero tenía curiosidad por saber si había algo más de lo que estaba sugiriendo, así que le preguntó:
—¿Por qué quieres saber mi opinión? —era un hombre de gustos simples, y si por él fuera nunca habría puesto un pie allí.
Catherine no le respondió con lo obvio: que había algo absolutamente fascinante en aquel vaquero atrapado en el tiempo que había entrado en su tienda justo a tiempo de evitar que se rompiera algo. Por el contrario, le dijo algo con lo que ambos podrían vivir.
—Porque lo que te guste a ti será lo que le guste a la gente de tu arco de edad.
Cody nunca se había considerado como los demás. No es que se creyera especial, solo... diferente. Los objetos que al parecer les gustaban a los hombres según los anuncios no le interesaban en absoluto. Era un hombre de campo, un tipo sencillo que nunca había necesitado sentirse parte del grupo ni unirse a nada.
Se encogió de hombros y finalmente respondió a la primera pregunta que le había hecho.
—Tengo treinta y cinco años.
Aquello era lo que le había calculado, pensó Catherine triunfal.
—Perfecto —dijo en voz alta conteniéndose para no aplaudir—. Eres justo lo que busco. En el sentido empresarial —se apresuró a añadir por si acaso se había llevado la impresión equivocada.
No quería que pensara que estaba intentando ligar con él. No quería espantar a aquel vaquero.
Cody se quedó mirando a aquella exuberante mujer durante un largo instante. Sinceramente, dudaba mucho ser la clase de hombre que ninguna mujer buscara, al menos ya no. En el pasado sí. Hubo un tiempo en el que estaba deseando vivir, ser el mejor marido posible, el mejor padre. Un tiempo en el que recibía cada día con esperanza pensando en todo lo que tenían por delante Renee y él.
Pero todo cambió cuando Renee murió. Todo lo que pudiera tener para ofrecer en una relación normal había muerto y estaba enterrado junto a su mujer. Estuvo a punto de decirle a Catherine que se había equivocado al seleccionarle, pero se dio cuenta de que nada podía detener a aquella mujer. Tenía fuego dentro de ella, y si no se andaba con cuidado, ese fuego podría quemarles a ambos.
Sin embargo, pensó que no tendría nada de malo seguirle el juego. Sin duda ella encontraría sus respuestas aburridas, pero hasta que llegara aquel momento podía tomárselo como una distracción. Dios sabía que siempre estaba buscando algo nuevo para distraerse. Algo que bloqueara sus oscuros pensamientos para no tener que pensar en el vacío de su existencia.
Habían pasado ocho años y nada había cambiado. Seguía viviendo como un robot, poniendo un pie delante de otro.
—Perfecto no sé —dijo finalmente con una carcajada amarga que le resonó por todo el pecho—. Pero si puedo ayudarte, adelante.
Aunque parecía imposible, los ojos de Catherine brillaron todavía más. Le recordaron a una taza humeante de café caliente en un frío día de invierno.
—¿De verdad? —Catherine entrelazó las manos como si él fuera un genio que hubiera salido de una lámpara para concederle tres deseos.
Cody se encogió de hombros.
—¿Por qué no? —preguntó. Aunque una parte de él le susurró que acababa de dar el primer paso hacia una cornisa muy estrecha.
Un paso que podría llevarle a caer al abismo.
Y cómo va esto exactamente? —preguntó Cody tras un instante.
Normalmente no era un hombre curioso, pero en este caso tenía que admitir que aquella mujer había despertado la poca curiosidad que tenía—. ¿Vas a mostrarme fotos de las cosas que tienes pensado vender en la tienda?
Antes de que ella pudiera responder, a Cody le pareció justo informarla de algo.
—Creo que deberías saber desde ahora que no me interesan los muebles viejos y rotos.
Por lo que a él se refería, los muebles no tenían que ser elegantes, solo funcionales... y que no parecieran sacados del vertedero.
Catherine se rio.
—Eso está bien, porque a mí tampoco.
Todavía no tenía claro qué enfoque quería darle a la tienda. Catherine se preguntó si sería un error reconocerlo ante aquel vaquero. ¿Pensaría peor de ella? ¿O se tomaría su indecisión como algo típicamente femenino? Si ese fuera el caso le molestaría.
La expresión de Cody mostraba sorpresa. Miró a su alrededor. Todo lo que había en la tienda era más viejo que él. Si no fuera porque Caroline sentía debilidad por aquel tipo de cosas, le habrían parecido chatarra pura.
Si aquella mujer pensaba de verdad lo mismo que él la pregunta era inevitable.
—Entonces, ¿qué haces en esta tienda?
—Cambiar su imagen —respondió Catherine sin vacilar.
¿Cómo iba a lograr algo así con el material que tenía?
—¿Para convertirla en qué? —quiso saber Cody.
—En una tienda que vende objetos vintage, ya sea ropa, libros, muebles o lo que sea.
Cody se echó el sombrero Stetson hacia atrás con el pulgar y observó los objetos que tenía más cerca.
—¿Qué diferencia hay entre una antigüedad y algo clasificado como vintage?
A Catherine le pareció una pregunta fácil.
—Sobre todo el precio —respondió con una sonrisa.
Cody tuvo que admitir que tenía una sonrisa preciosa. Pensó en sus palabras y luego asintió. Estaba dispuesto a aceptar aquella respuesta. Pero había algo más.
—Todavía no has respondido a mi primera pregunta —le recordó—. ¿Qué quieres de mí?
«Se me ocurren diez cosas al instante», pensó Catherine. Pero se limitó a responder:
—Quiero utilizarte para hacer un estudio de mercado.
Cody soltó una breve carcajada.
—El único mercado que conozco es al que voy a comprar huevos, leche y pan.
Aquel no era el mercado al que ella se refería.
—Piensa en grande —le animó.
—De acuerdo. También compro el pollo ahí.