El fin de los sueños - Mary J. Forbes - E-Book
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El fin de los sueños E-Book

Mary J. Forbes

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Beschreibung

¿Sería posible encontrar el amor de su vida... dos veces? Ginny Franklin había regresado a su pueblo de Oregón viuda y con el corazón roto. Roto, igual que el hogar que había abandonado años atrás. Roto, como su matrimonio con Luke Tucker, su primer esposo... y su primer amor. Pero esa vez, a Ginny la acompañaban los dos hijos que había tenido con otro hombre y a los que adoraba. No tenía nada que perder y nada que ganar. Excepto a su exmarido. Luke había abandonado a su esposa para dedicarse por entero a su carrera, y llevaba años lamentando su decisión. Ahora la mujer a la que no había podido olvidar había vuelto... con la familia que ella siempre había deseado. Una familia que Luke esperaba pudiera ser la suya algún día.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Mary J. Forbes

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El fin de los sueños, n.º 5 - mayo 2017

Título original: Twice Her Husband

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Este título fue publicado originalmente en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9737-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

West Virginia

Finales de abril

 

GINNY enterró las cenizas de su marido en sus amadas montañas Allegheny. «Polvo somos y en polvo nos convertimos. Adiós para siempre, amado Boone», pensó ella. Quería tirarse al suelo y llorar. Echaba mucho de menos a aquel médico tan extraordinario que la había salvado cuando ella creía que su vida no tenía sentido.

Aunque habían vivido los últimos once años en Charleston, él había organizado todo para que ella regresara al pueblo de Oregón donde ambos se habían criado con veintitrés años de diferencia: Misty River. Él había hecho reconstruir la casa que había sido de su familia.

–Llévate a nuestros hijos de este lugar al que ya no pertenezco, Ginny. Estaré con vosotros allá donde estéis –le había dicho él desde la cama del hospital, haciéndola llorar.

Ella iba a cumplir su deseo. Pero antes habían querido despedirlo de la mejor forma.

Alexei, su hijo de diez años, caminaba al lado de Ginny mientras ella llevaba a Joselyn, de dieciséis meses, apoyada en la cadera y cargaba con una mochila en el hombro contrario. Caminaron hasta llegar al lugar preferido de Boone en las montañas, un arroyo donde se detenían siempre que paseaban por el monte. A él le encantaba la Naturaleza y en aquel momento tan duro los niños necesitaban compartir la paz de aquel lugar con su padre por última vez antes de la confusión de la mudanza.

Habían planeado aquella ceremonia privada en casa. Alexei cavó un hoyo en la tierra para enterrar las cenizas de su padre, pusieron dentro unas cartas que cada uno le había escrito y, juntos y con mucha ternura, vertieron sobre ellas las cenizas y las cubrieron con la tierra. Luego plantaron lirios de los valles encima y rodearon el lugar con piedras.

Ginny supo que nunca regresaría a aquel lugar. «Descansa en paz, querido Boone. Te llevaré siempre en mi corazón», pensó.

Y con Joselyn en brazos y Alexei de la mano, Ginny regresó al camino y a su coche.

Capítulo 1

 

Misty River, Oregón

Diez días después

 

EN EL supermercado, Luke se fijó en la mujer que elegía unos plátanos. ¡Era Ginny, su exmujer! Hacía más de once años que no la veía. Seguía igual que siempre: era menuda, de nariz recta, pómulos marcados y hoyuelo en la mejilla.

Luke sintió que el corazón se le aceleraba. Dio un paso hacia ella, dispuesto a llamarla.

Entonces un niño rubio se acercó a ella.

–Mamá, ¿podemos hacer hamburguesas esta noche en la barbacoa del jardín?

Luke sintió una ola de adrenalina al ver que ella acariciaba el pelo del chico.

–Dijimos que íbamos a cenar espaguetis boloñesa.

–Es verdad –dijo el niño y se dirigió al bebé sentado en el carro junto a ellos–. ¿A quién voy a comerme yo ahora mismo, Josie?

La pequeña rio al ver que el chico se abalanzaba sobre ella.

–Alsei, no –dijo entre risas agarrándolo del pelo y tirándole de él.

–Vamos, déjala tranquila –le advirtió Ginny al niño mientras echaba unos plátanos en el carro.

Luke dio un paso atrás; no era más que un extraño contemplando a la familia de Ginny, contemplando un tipo de vida que él había rechazado. Se alejó de allí a toda velocidad.

¿Qué estaba haciendo ella en Misty River? Seguramente estaría de vacaciones con su familia y se habían detenido a hacer algunas compras.

Así que ella tenía una familia, un marido. ¿Por qué le molestaba tanto eso?, se preguntó Luke. Virginia Ellen Keegan no había sido su mujer desde hacía más de diez años.

«Pero podría haberlo sido». Ese pensamiento se coló punzante en su mente, como una puñalada.

Él se metió en su coche y se quedó allí sentado, mirando por la ventanilla. Ginny… Cerró los ojos y volvió a verla, volvió a escuchar su voz. Era una extraña y al mismo tiempo alguien totalmente familiar.

Él no había podido olvidarla.

 

 

El viernes por la mañana, Ginny acudió con Joselyn a hablar con la profesora de Alexei, la señora Choll. Ginny quería asegurarse de que su hijo no iba a ser aislado de los demás una vez más a causa de su disgrafía. Pocos profesores conocían la palabra y menos aún el trastorno que identificaba, un proceso enrevesado que sucedía en el cerebro de los niños afectados. Hasta el momento, los profesores que ella había encontrado reconocían el problema, pero se lo trasladaban a un colega especializado en trastornos del aprendizaje y, en consecuencia, a Alexei lo separaban de sus compañeros de clase.

La señora Choll estaba esperando en la clase de quinto de primaria. A Ginny le gustaron enseguida sus ojos y su sonrisa amigables. Después de los saludos, Ginny se sentó con Joselyn en su regazo y la profesora le dio papel y lápices de colores a la pequeña.

–Alexei lo ha hecho bastante bien esta semana –comentó la señora Choll–. Ya tiene algunos amigos, cosa que facilita la transición. Le encantan las Matemáticas y es muy hábil en expresión oral. Pero, tal y como hemos hablado por teléfono, necesita trabajar mucho más sus habilidades de escritura. Tenemos un ordenador portátil que quizás él quiera usar…

Ginny esbozó una sonrisa forzada.

–Él no quiere ser distinto a los demás –la interrumpió–. Prefiere escribir a mano siempre que sea posible… siempre que a usted no le importe descifrar lo que él ha escrito, claro.

La señora Choll sonrió.

–Si hace falta, le pediré que me lea lo que ha escrito. Y me quedaré con él un rato después de clase todos los días para enseñarle trucos que hagan su escritura más legible. ¿Cree usted que él querrá hacerlo?

–Lo hará –respondió Ginny y se puso en pie con Joselyn en brazos–. Gracias por darnos una oportunidad tanto a Alexei como a mí. Él odia que lo aíslen de los demás.

La señora Choll también se puso en pie.

–Lo comprendo. A menos que sea absolutamente necesario, intento no separar a mis alumnos. ¿Qué le parece si empezamos el próximo lunes después de clase? Venga a recogerlo a las tres –dijo la profesora estrechando la mano de Ginny–. Le prometo que haré todo lo que esté en mi mano, señora Franklin.

–Gracias –dijo Ginny aliviada y sonrió tímidamente–. Por cierto, ¿conoce alguna niñera de confianza?

–Claro, Hallie Tucker. Es maravillosa con los pequeños. Y es la sobrina del jefe de policía. ¿Quiere que le dé su teléfono?

 

 

La idea de llamar a casa de su antiguo cuñado y hablar con la chica que una vez había sido su sobrina ponía a Ginny un poco nerviosa. Pero necesitaba una buena niñera y Hallie tenía muy buenas referencias.

La alegría con la que la chica saludó a Ginny cuando la reconoció aplacó algo su aprensión. Y además Ginny se dio cuenta de lo mucho que les gustó Hallie a los niños cuando se presentó en su casa después de comer.

–Pórtate bien –le dijo Ginny a Alexei.

Besó a Joselyn y luego se apresuró a su coche, una ranchera de segunda mano, el único vehículo que había encontrado que podía permitirse pagar.

–Estaré de regreso para las cuatro y media, las cinco a lo sumo –añadió.

Su principal tarea era pasar por el supermercado, lo demás podía esperar al fin de semana.

Cuarenta y cinco minutos después, con el maletero del coche lleno de alimentos, Ginny se paseó con el coche por la calle principal para ver qué tiendas había. Le llamó la atención una de papel para las paredes y se detuvo delante. Se acordó de Boone, que prefería las paredes pintadas a empapeladas.

Boone… Ese día habría cumplido sesenta y tres años. Ginny y él se llevaban más de veinte años de diferencia, pero eso nunca había sido un problema. Ella se había enamorado de su ternura. Boone era un hombre deportista, dulce y cariñoso, con un gran instinto paternal; lo había pasado mal cuando el bebé de ella, a los once días de nacer, había perdido la batalla contra sus pulmones poco desarrollados.

Ese bebé había sido fruto de su primer marido, Luke Tucker. Y él nunca había conocido su existencia.

La noche que Robby había sido concebido, Luke y ella estaban en pleno proceso de divorcio. Él había acudido al apartamento de ella para suplicarle y ella había llorado por las ilusiones que no se habían cumplido. El problema era que Luke había temido fallar: en su trabajo, en la vida y, la mayor de las ironías, en su matrimonio.

Aquella noche él se había convertido en padre. Ginny no había sabido que estaba embarazada hasta que se había mudado a West Virginia, lo más lejos posible de Luke y de la vida que habían tenido juntos. Durante siete meses ella se había debatido sobre contárselo o no. Tras ocho años de matrimonio, Ginny comprendía y perdonaba las ambiciones y temores de él, sus remordimientos y excusas, pero no quería volver a sufrirlos. Y tampoco quería que su hijo tuviera que soportar a un padre ausente volcado en su carrera.

Así que había mantenido el secreto y había dado a luz sola.

Durante dos semanas de agonía y preocupación, el médico de Robby había sido Boone Franklin, el jefe de pediatría del hospital. Él había sido su descanso, su alma redentora.

Un día como ese, en el cumpleaños de Boone, ella lo hubiera despertado con un beso y quizás, si era suficientemente pronto, habrían hecho el amor sin prisa. Ginny inspiró hondo. Hacía mucho tiempo que no practicaba sexo. No estaba desesperada, pero algún día, cuando los niños fueran un poco mayores, cuando ella tuviera unos ingresos estables y ahorros en el banco, quizás esa intimidad volviera a existir en su vida.

Compró un papel de margaritas para la cocina. Quería que fuera un lugar acogedor, como había sido la cocina de la casa con Boone. Él decía que el color sanaba. Aunque a él no lo había sanado.

Ginny salió de la tienda con el rollo de papel bajo el brazo y parpadeó ante el sol poniente. Era hora de regresar a casa, con sus dos hijos y su soledad. Cómo echaba de menos a Boone…

Ginny salió de entre dos coches aparcados a cruzar la calle. Un sonido de frenos sobre el asfalto la hizo girarse. ¡Un coche se abalanzaba sobre ella!

El rollo de papel saltó de sus brazos como si estuviera vivo. Su cuerpo cayó sobre el asfalto. Le dolían la espalda y la cabeza.

Lo último que vio fue el dibujo de un neumático.

 

 

«¡Ginny, Dios mío!».

Luke salió corriendo de su coche y se acercó rápidamente a la mujer que estaba tendida en el suelo a meros centímetros de su neumático. La pierna derecha de ella hacía un quiebro antinatural. Ella tenía los ojos abiertos y la mirada perdida. Luke acercó la mano a su cuello para comprobar si tenía pulso. Ahí estaba, débil pero a buen ritmo bajo aquella piel tan suave. «Por favor, que no sea nada», rogó él mientras le apartaba el pelo del rostro.

Si él no hubiera estado recorriendo el pueblo buscando ansiosamente el coche de ella, ella no estaría tirada sobre el asfalto. Si él hubiera dejado que el pasado se quedara en el pasado…

Se fue congregando una pequeña multitud.

–¿Está bien? –preguntó alguien–. ¿Quién es?

«Mi esposa», quiso gritar Luke. «¡Llamen a una ambulancia, necesita un médico!».

–Es Ginny Franklin, acaba de estar en mi tienda comprando papel para la cocina –respondió la dueña de la tienda.

–¿Franklin? ¿Tiene algo que ver con Deke? –inquirió un hombre.

–No lo sé. Pero lleva un par de semanas viviendo en la vieja casa de los Franklin.

–Pues será mejor que tenga cuidado –comentó otro hombre–. Ese lugar está embrujado.

–Esta primavera cuando estuvieron restaurando la casa, mi marido les rehízo el tejado –intervino una mujer–. Dijo que nadie ha querido alquilar el lugar por lo que sucedió en esas tierras. Seguramente por eso el lugar lleva abandonado cuarenta años.

–¿Alguien ha llamado a una ambulancia? –les espetó Luke irritado.

–Está de camino, Luke –respondió Kat, la cocinera y dueña de La cocina de Kat–. He llamado en cuanto he visto lo que ha sucedido a través de la ventana. No ha sido culpa tuya, cariño. Ella salió de repente a la calzada de entre dos camionetas, sin mirar. Debía de estar preocupada con algo para no haber prestado atención.

La ambulancia se detuvo junto a ellos. En pocos minutos, Ginny estaba rumbo al hospital.

Una mano se posó en el hombro de Luke. Era Jon, su hermano y el jefe de policía de Misty River.

–Ella salió… salió… Jon, es Ginny –le dijo Luke pasándose una mano temblorosa por el cabello.

Los dos hermanos se miraron el uno al otro durante unos instantes. Luego Jon asintió.

–¿Quieres que te acerque al hospital?

–No –respondió Luke y suspiró–. Estoy bien. Si necesitas una declaración…

–Más adelante –le dijo Jon despidiéndose de él con la mano.

Más adelante, cuando ella estuviera recuperada. Si se recuperaba.

 

 

El médico quería que ella se quedara hasta la noche y quizás que incluso durmiera en el hospital para asegurarse de que el golpe en la cabeza no tenía consecuencias. Ella no podía permitirse pasar la noche en el hospital, no tenía dinero para pagárselo. Boone había consumido casi todos sus ahorros en la enfermedad de su primera esposa. Luego el cáncer de él había puesto en peligro su seguro médico y había fulminado casi todos los ahorros de Ginny. En los últimos meses, cuando él supo que no regresaría a su casa, ella la había vendido para pagar las deudas y se había mudado a un dúplex de alquiler. Irónicamente, Boone había restaurado la casa de él en Oregón, sin que ella lo supiera, con el dinero que habían ahorrado para pagarle los estudios a Alexei.

Aquella había sido su peor discusión y la última.

–Quiero que estés a salvo –había dicho él.

–¿De qué?

–De lo que pueda suceder.

¿Había sido una premonición? Pero él no había tenido en cuenta que ella cruzaría la calzada sin mirar. «Eres una estúpida», se dijo a sí misma.

Esa noche quizás sus hijos pasaran la primera noche sin su padre ni su madre. Estaban con Hallie, pero acababan de conocerse y ella no era su madre. Ginny se imaginó los lloros de Joselyn. ¿Alexei se encerraría en su habitación con su música, como había hecho mientras el cáncer consumía el cerebro de Boone?

Ginny contempló la escayola en su pierna derecha elevada con poleas para que la sangre circulara bien. El médico había dicho que era una bonita fractura limpia. ¿Cómo podía decirse que una fractura era bonita y limpia? ¿Era igual que un tumor cerebral bonito y limpio? Esas palabras no aplacaban el dolor ni el miedo.

Se abrió la puerta de su habitación y lo único que vio Ginny fue un enorme ramo de flores. Entonces un rostro asomó por un lado. A Ginny le dio un vuelco el corazón.

–¡Luke! –exclamó como si hubiera visto un fantasma en lugar de a su exmarido.

–Hola, Ginny, ¿cómo estás?

«Perpleja», pensó ella sin lograr articular palabra.

–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó ella al fin.

–Hacerte una visita –respondió él y dejó el ramo en una mesa junto a la cama.

Ginny lo observó sin disimulo. Él tenía los hombros aún más anchos que antes, seguía llevando trajes caros a medida y comenzaba a tener las sienes plateadas.

Él se guardó las manos en los bolsillos y la miró con los mismos ojos grises que la habían enamorado a los diecisiete años.

Ginny intentó dejar a un lado su confusión.

–¿Cómo sabías que estaba aquí?

Él observó la pierna escayolada.

–Vivo en Misty River. Tengo un bufete al final de la calle donde tú… donde yo… Ginny, era mi coche.

La conmoción invadió a Ginny. Nadie le había dicho quién era el conductor del accidente y ella tampoco lo había preguntado. Cerró los ojos.

–Lo siento –se disculpó ella.

–No –dijo él cubriendo la mano de ella con la suya–. Ha sido culpa mía. Debería haber prestado más atención.

A Ginny se le escapó una amarga carcajada. Sacó su mano de debajo de la de él.

–De acuerdo, así que estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo. Como siempre.

–Ginny…

Ella abrió los ojos y lo contempló mientras él observaba la pierna escayolada. Vio que él tragaba saliva y se metía las manos de nuevo en los bolsillos.

–Lo siento –repitió ella–. Eso no venía a cuento. Ha sido innoble por mi parte.

–Tienes todo el derecho –dijo él y sonrió levemente antes de volver a ponerse serio.

–El médico dice que seguramente estará curada en seis semanas –le informó ella–. Solo es una fractura limpia en la tibia, justo encima del tobillo.

–«Solo», de acuerdo.

–No es tan grave como parece, Luke –señaló ella forzando una sonrisa–. No estoy muriéndome. Esta noche me darán el alta.

O al menos eso era lo que ella esperaba.

–¿Quién está con tus hijos?

¿Cómo sabía él que ella tenía hijos?

–Están con una niñera. De hecho, están con tu sobrina, Hallie.

–Es una buena chica. No encontrarás a nadie más responsable que ella. La llamaré. O si no… ¿dónde está tu marido? ¿No debería estar aquí?

Ginny miró las flores, coloridas y alegres.

–Mi marido está muerto.

Luke se pasó la mano por el cabello.

–Lo siento. Quiero decir… Dios, no sé lo que quiero decir.

–Sucedió hace tres meses.

–¿Fue repentino?

–Supongo que seis meses de cáncer es repentino según como se mire.

Él le sostuvo la mirada no supo durante cuánto tiempo.

–No voy a decir que lo entiendo porque no es así, pero sí te digo que tú y tu familia contáis con mi más sentido pésame. Si hay algo que pueda hacer…

–Gracias, pero no.

Se quedaron en silencio. El carro de la comida pasó por delante de su puerta.

–He oído que estás viviendo en la propiedad del viejo Franklin –comentó Luke.

–Es cierto.

–¿Por qué?

«Porque Boone lo quería así».

–Porque son las tierras de mi esposo… lo eran.

–Quiero decir que por qué has regresado a Misty River.

–Boone quería que los niños conocieran sus raíces. Los dos nacimos aquí. ¿Y tú por qué estás aquí y no en Seattle?

Allí había obtenido más logros en su profesión que en su matrimonio.

Luke acarició una flor.

–Me marché de Seattle después de que nos divorciáramos. Las cosas… no iban bien –respondió él y dejó la flor–. ¿Te han dado de comer?

–Solo suero y los analgésicos.

Él se giró hacia la puerta.

–Te traeré algo de La cocina de Kat. Sigue preparando la mejor comida del pueblo. ¿Te apetece algo en particular?

Ginny no pudo evitar reírse. Luke seguía siendo el mismo, siempre dispuesto a transformar lo incómodo en algo alegre. Era un excelente abogado por el trato que daba a la gente.

–¿Sigue teniendo ensalada de espinacas y pan focaccia?

–Aún es tu comida favorita, ¿eh? –preguntó él con una sonrisa y se marchó.

Ginny se recostó en la cama y contempló de nuevo el ramo de flores. No le había dado las gracias a Luke por haberle iluminado la habitación. Habían pasado doce años y él aún recordaba sus flores preferidas y su comida preferida.

«¿Qué más no has olvidado, Luke?». Al recordar la expresión del rostro de él al entrar en la habitación, Ginny temió plantearse la respuesta.

Capítulo 2

 

Luke entró con la vieja ranchera en la propiedad de los Franklin. El camino estaba allanado por las cuadrillas de obreros que habían estado entrando y saliendo toda la primavera de allí. La casa estaba ahora remodelada y reluciente, con ventanas nuevas y el techo y el porche reconstruidos.

Luke acercó el coche a la puerta principal y se detuvo junto al vehículo de su hermano pequeño. Le costaba creer que la hija de Seth, Hallie, ya tuviera edad para conducir. Se quedó allí sentado unos momentos, agarrando fuertemente el volante y contemplando la casa.

«Estás aquí por los hijos de Ginny», se dijo. «Se lo debes».

Él le había prometido a Hallie que la ayudaría con los niños, lo cual significaba darles de comer, bañarlos, contarles cuentos antes de irse a dormir… y pasar la noche allí si a ella no le daban el alta.

Significaba actuar como un padre.

Sintió un sudor frío.

¿Por qué se había ofrecido a aquello? ¿Por qué no le había dicho a Ginny que contratara a una mujer de confianza para sustituir a Hallie cuando ella se fuera a casa por la noche? Él no estaba hecho para hacer de enfermero, de niñera y mucho menos de padre. Maldición, Ginny se había divorciado de él porque él no había querido hijos y ella ansiaba tenerlos.

Se abrió la puerta de la casa y un niño se lo quedó mirando. Era el hijo de ella, tenía un nombre que sonaba a ruso… Alexei, sí.

Luke se bajó del coche y lo saludó con la mano.

–Hola, Alexei.

El niño se acercó al borde de las escaleras. Un cachorro de labrador salió de la casa y se colocó al lado del niño.

–¿Quién es usted? ¿Por qué conduce el coche de mi madre?

«Porque no podía soportar la idea de venir aquí en mi Mustang después de haber estado a punto de atropellar con él a Ginny», pensó él.

–Tu madre me ha pedido que traiga a casa la compra y que hable contigo… Hola, Hallie.

La sobrina de Luke, de dieciséis años, salió de la casa con el bebé en brazos que Luke había visto en el carro de la compra la otra vez.

–Hola, tío Luke. ¿Cómo está Ginny?

–Lo está haciendo muy bien. Estará en casa en unas horas –dijo, esperando que fuera cierto.

–¿Por qué no puede venir ahora a casa? –gruñó Alexei.

Hallie le puso una mano sobre el hombro.

–Ya hemos hablado de eso –le dijo con tranquilidad–. Tu madre se ha dado un pequeño golpe en la cabeza y el médico quiere asegurarse de que está bien.

–Lo estará, ¿verdad? –preguntó el chico a Hallie y Luke advirtió su temor.

–Seguro –afirmó Hallie con rotundidad.

–Sin ninguna duda –añadió Luke esperanzado.

El niño se giró hacia él y lo miró acusador.

–¿Entonces por qué se ha traído su coche del hospital?

–Ella ahora no puede conducir –respondió Luke afablemente–. Y tenía cosas de la compra que necesitan ir a la nevera. ¿Quieres ayudarme a llevarlas a la cocina?

–¿Papá? –preguntó el bebé señalando a Luke.

–No –respondió Alexei bajándole la mano–. Ése «no» es papá.

La pequeña se removió inquieta en los brazos de Hallie intentando acercarse a Luke.

–¡Papá!

–No, Josie –repitió su hermano–. No es papá.

Pero la pequeña volvió a gritar y llorar mientras pataleaba con tanta fuerza que estuvo a punto de caerse de los brazos de Hallie. Sin pensar en lo que hacía, Luke la tomó en brazos.

–Ya está, tranquila –le dijo dándole palmaditas en la espalda.

Joselyn se agarró a él con desesperación. Le estaba clavando las uñas con tanta fuerza que iba a dejarle marca. Y pesaba más de lo que él creía. Era un montoncito cálido y sudoroso.

–Yo no soy tu papá, Joselyn –le dijo él suavemente–. Pero si así te quedas tranquila, te sostendré en brazos, ¿de acuerdo?

La pequeña apoyó la cabeza en su hombro y relajó su abrazo. Destilaba dulzura e inocencia. Luke se asustó de pronto, ¿y si se le caía al suelo o si la agarraba demasiado fuerte? Él no sabía nada de bebés, nunca había querido saber.

Hallie rio.

–Relájate, tío Luke –le dijo con una sonrisa mientras acariciaba el pelo de la pequeña–. Parece que ya tienes una amiga para toda la vida.

–No, no la tiene –intervino Alexei desafiante y se metió en la casa con el cachorro detrás.

Segundos más tarde se oyó un portazo.

–¿Qué le ocurre? –preguntó Luke.