Rozando el cielo - Mary J. Forbes - E-Book

Rozando el cielo E-Book

Mary J. Forbes

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Beschreibung

Con aquella mujer estaba en las nubes. Jamás se imaginó que un embarazo inesperado, o un apuesto hombre, trastocarían totalmente sus bien diseñados planes. Pero la piloto Lee Tait tenía que centrarse en su negocio, y no podía soportar la idea de volver a sufrir. Ella y su bebé se las apañarían bien solos. Cuando Rogan Matteo, viudo y padre de un niño, conoció a la vivaz Lee, sintió que su malogrado corazón empezaba a sanar. Lo único que tenía que hacer era convencer a la bella mujer de que en la vida a veces merecía la pena arriesgarse.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Mary J. Forbes

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Rozando el cielo, n.º 1835- octubre 2021

Título original: And Baby Makes Four

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-700-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL hombre permaneció observándola a la luz del crepúsculo de aquel día de principios de abril.

De haber estado solo, Lee Tait se habría preocupado. Después de todo, ésa era la tercera vez en tres días que se paraba a observarla. Cada día, ella hacía pequeños ajustes en su Cessna 206, el hidroavión que amarraba en el extremo de la pasarela en curva que bordeaba la caleta de Burnt Bend. Como en anteriores ocasiones, lo acompañaba un niño de unos seis o siete años. El niño tenía el pelo rubio y unos ojos vivarachos que lo observaban todo con gran curiosidad.

A pesar de la presencia del niño, Lee sintió un escalofrío de inquietud por la espalda. ¿Qué querría ese hombre? Se preguntó por qué no continuaba por el camino de la playa, que recorría el paseo marítimo antes de adentrarse de nuevo en el pueblo, situado a unos quinientos metros de la caleta.

A la débil luz del ocaso, parecía un montañero, vestido con pantalones de pana grises, zapatos abotinados de cuero marrón y suéter negro. Salvo por las zapatillas, el niño iba vestido igual que el hombre.

Lee intuyó que debían ser padre e hijo. Como dos gotas de agua, diría su madre si Lee le explicara a Charmaine las extrañas visitas. Pero no se lo contaría.

El niño le dijo algo a su padre en voz baja, a lo que el hombre respondió también en tono quedo. Lee decidió olvidarse de la extraña pareja, se subió al pontón y saltó dentro del aparato para comprobar si todo estaba en regla antes del vuelo del día siguiente.

El otoño pasado, había firmado un contrato de un año con la oficina de corres de Burnt Bend para ocuparse de trasportar correo urgente y paquetes al continente. El servicio diario le aseguraba un salario regular, mientras que las visitas turísticas a la región los fines de semana le ayudaban a mantener su todavía inestable empresa de vuelos charter.

Un día, cuando pudiera permitirse los gastos de combustible, esperaba incluir un servicio de pasajeros programado para los días laborables.

Lee hizo una mueca. Aprovecharse de los pasajeros del único servicio que ofrecía el ferry de Lucien Duvall no agradaría demasiado al viejo cascarrabias.

Pero ella tenía la esperanza de que llegado el momento pudiera hacer algo al respecto.

Mientras paseaba la mirada por el interior de la cabina para comprobar que ningún pasajero se hubiera dejado nada, pensó que el viejo avión era lo único bueno que había heredado de su ex marido. Pero no había seleccionado el mejor aparato de su flota para fastidiarlo, o porque él hubiera dejado embarazada a aquella camarera, hacía ya tres años…

O tal vez sí, tal vez lo hubiera hecho por eso.

Lo cierto era que había escogido el hidroavión de seis plazas para que fuera la piedra angular de Sky Dash, una empresa que llevaba soñando con crear desde los veinte años.

Al ver un folleto de la isla hecho un rebujo debajo del asiento del rincón, Lee recordó al último pasajero con el folleto en la mano y temblando de miedo. Siempre había alguno que lo pasaba mal durante el vuelo.

Se agachó y recogió el folleto.

—Hola —se oyó una voz profunda a sus espaldas.

Al darse la vuelta, Lee se golpeó en la cabeza contra el techo de la cabina.

No les había oído acercarse, y en ese momento el niño y él estaban en el viejo muelle, mirándole el trasero embutido en un mono verde militar, mientras se inclinaba sobre el asiento.

Ignoró el calor que le subió por el cuello mientras se daba la vuelta para sentarse en el asiento del piloto.

—Hola —respondió Lee, como si los viera por primera vez.

Debía ser simpática, porque aquel hombre bien podría ser un futuro cliente.

El desconocido la miró con humor.

—¿Es usted la segunda Amelia Earhart?

—Soy Lee Tait —afirmó ella, un poco molesta de que el tipo se hubiera enterado del mote que los lugareños le habían puesto desde que le habían dado la licencia de piloto, hacía ya quince años.

—Disculpe señorita —entrecerró los ojos con aire pensativo y le tendió la mano—. Encantado de conocerla, capitán Tait.

Ella le dio la mano y sintió su apretón firme, además de un cosquilleo en el brazo.

—No es necesario disculparse —dijo ella, que estaba acostumbrada al mote—. ¿Y usted es…?

Él sonrió.

—Rogan Matteo.

—Rogan —el nombre le resultó agradable al oído.

Sin embargo había algo… Ese nombre le sonaba de algo…

Rogan tenía los ojos grises, la mirada serena y un pelo negro como el azabache. Aunque tenía un suave acento del sur, la expresión de su rostro no revelaba una vida fácil. Tenía las facciones fuertes, la nariz demasiado como para ser considerada atractiva, la mandíbula cuadrada y los pómulos altos, como si fuera de ascendencia española. No era guapo, y sin embargo resultaba atractivo.

Lee bajó de un salto del avión para disimular el extraño nerviosismo que la invadía de pronto. En el muelle comprobó que el hombre era más alto de lo que había pensado, y que podría apoyar la cabeza sobre su pecho fácilmente…

Lee apartó esa imagen de su pensamiento, cerró la puerta del hidroavión y recogió la caja de herramientas.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor Matteo? —le preguntó mientras recorría con la mirada la hilera de pintorescas tiendas y puestos de comida que se alineaban al final de la pasarela.

—Tengo entendido que vuela diariamente al continente.

—Trasporto el correo urgente de la isla de lunes a viernes.

—¿Y lleva pasajeros en esos viajes?

—A veces, pero depende del destino y del horario. Si llevo el correo y vamos en la misma dirección y coincide también la hora, no me importa llevar pasajeros.

—¿Y a otras horas del día?

Ella se quedó en silencio un momento. El niño le daba la mano a su padre.

—No me importaría —respondió— mientras pueda regresar a tiempo para llevar el correo, si acaso tengo que hacerlo.

—Entiendo.

Matteo desvió la mirada hacia el horizonte, donde en ese momento el sol se ocultaba dejando un rastro rojizo en la superficie del mar. Entonces miró a su hijo y su mirada se suavizó.

—Dentro de más o menos una semana tengo que viajar a Renton, capitán Tait, durante tres o cuatro días, como mucho. Mi hijo va al colegio aquí, así que tengo que estar de vuelta a tiempo para recogerlo.

—¿Y qué tiene de malo el ferry de Lu? —le preguntó.

Dejaría que Lucien Duvall se llevara al hombre en su taxi de agua con plaza para sesenta personas. Hacía tres viajes diarios.

—Al ferry no le pasa nada, pero usted para en Renton, y eso significa que puedo ir a pie al trabajo. Lu amarra en Seattle, sale a las siete y media de la mañana y regresa a las cinco y media. Su horario de las ocho y las tres es mucho más conveniente para mi hijo —miró de nuevo al chico— y para mí.

Para su hijo y para él… ¿Entonces, la madre del niño viviría en otra parte? Sin saber por qué, la idea de que hubiera una mujer en el horizonte le decepcionó.

—Estoy dispuesto a pagar el precio habitual —dijo Matteo.

Incapaz de controlar su sorpresa, Lee pestañeó repetidamente.

Temporalmente o no, una semana de vuelos de ida y vuelta le costaría su dinero. O bien él o bien su empresa tenía dinero. Lee prácticamente conocía a los menos de dos mil habitantes de la isla, aunque fuera de vista, y sabía que aquél era forastero. Además, debía de tener dinero. Sin duda sería otro de los ricos que llegaban a Firewood Island buscando un pedazo de «naturaleza» mientras se construían una mansión con vistas al mar.

Aunque en parte la idea le inquietara, el lugar donde aquel hombre construyera o no su casa no tenía que ver con su turbación. La mera presencia, la voz de aquel hombre, conseguían que se le acelerara el pulso.

Echó a andar hacia el apartamento que había alquilado sobre Art Smarts, una pintoresca tienda que satisfacía los caprichos artísticos de la comunidad isleña.

Matteo le quitó de la mano la pesada caja de herramientas.

—¿Lleva también el mantenimiento de su avión? —le preguntó él.

—Sí, lo hago a diario —Lee se dijo si Matteo sería siempre tan caballeroso como en ese momento con ella.

—¿Entonces, también es mecánico? —añadió con ese musical acento del sur.

—Oficialmente no, pero he aprendido algunas cosas de los aviones en todos estos años.

La mayoría de su ex, que era dueño de una compañía de vuelos charter.

—No se preocupe, señor Matteo —continuó ella, apartando automáticamente a Stuart Hershel de su pensamiento—. Dos veces al año me lo revisa un mecánico profesional.

Se detuvo de nuevo y le quitó la caja de herramientas. Le molestaban sus preguntas, y no le hacía nada de gracia lo que aquel extraño le hacía sentir.

—Creo que podría ayudarle —continuó ella—. Pero no seré responsable de que llegue a tiempo al trabajo. Si algo va mal y voy tarde, usted llegará tarde. Y lo mismo al contrario, si algo le retiene allí, yo no le esperaré.

Él levantó la mano.

—Lo comprendo. Pero he comprobado su historial de vuelo y he visto que desde que la contrató la oficina de correos hace siete meses no ha fallado ni un solo día, ni tampoco en sus otros trayectos —sonrió de medio lado—. Soy abogado, señorita Lee. La investigación exhaustiva es parte de mi trabajo.

Un abogado que la había investigado. ¿Qué más sabría de ella? De nuevo sintió aprensión. Llevaba tres años en su ciudad natal, adonde había ido para huir de un pasado que no la dejaba dormir de noche.

Matteo sacó una tarjeta de un bolsillo del pantalón.

—Llámeme cuando quiera, y haremos el programa. Hasta las once no me suelo acostar.

Lee estudió las letras impresas de la tarjeta: Rogan Matteo, Despacho de abogados de Matteo y Matteo. Era una dirección en Renton, donde ella amarraba a veces el hidroavión. ¿Trabajaría con su esposa?

—La semana que viene tendré las tarjetas nuevas, pero el número de móvil será el mismo.

—Claro —dijo ella.

Con la intención de llegar a su apartamento lo antes posible, Lee apretó el paso para apartarse un poco de la fuerza de su magnetismo. Tenía que reconocer que parecía un buen tipo, pero los abogados siempre daban esa impresión; cuando estaban del lado de uno, claro estaba.

—Gracias —concluyó él—. Por cierto, he alquilado una cabaña en The Country Cabin hasta que nos terminen la casa nueva.

El negocio de su hermana.

—Lo sabía —murmuró Lee.

Kat dirigía la hostería más pintoresca, limpia y económica de toda la isla.

Así que Rogan Matteo no sólo se había pasado la mayor parte de la semana investigándola a ella, sino que además se había instalado en casa de Kat.

Como era domingo, en un par de horas iría a cenar a casa de su hermana Kat y se enteraría también de algunas cosas del abogado y de esos dólares que quería repartir como el que repartía caramelos en Halloween, dólares que Lee utilizaría para asegurarse de que su avión seguía volando diariamente.

Lo que no quería pensar era por qué sentía un cosquilleo en los dedos cada vez que Rogan Matteo se acercaba a ella.

 

 

Rogan tapó a su hijo con la manta y lo besó en la frente.

—Hasta mañana, Dan.

Después de volver del muelle, del baño, de cenar y de contarle un cuento, era hora de irse a la cama.

—Buenas noches, papi —Danny bostezó antes de volverse hacia la pared.

Rogan apagó la lámpara de la mesita de noche y fue a salir de la habitación.

—¿Papá? —dijo Danny—. ¿Es verdad que vas a volar en el avión de esa señora?

Rogan volvió a la cama y se sentó junto a su hijo.

—Sí, cariño, así es. No me gusta que estés tanto tiempo con la cuidadora después del colegio.

Lo que no le dijo fue que no le gustaba que pasara tanto rato con una extraña, aunque la mujer en cuestión fuera una persona respetable y llevara toda la vida cuidando niños a la salida del colegio.

Pero Daniel era el único hijo que le quedaba. Rogan había dedicado demasiadas horas a su profesión cuando Darby y la pequeña Sophie aún vivían. Entonces jamás habría imaginado el error que cometía, pero ya sabía que no lo volvería a cometer.

—Pero… ¿no tienes miedo, papá? —susurró Danny.

Rogan le apretó la mano a su hijo.

—¿Quieres que te diga la verdad?

Danny asintió.

—Un poco —reconoció—. Pero no puedo dejar que eso me impida ir a trabajar, o montarme en un avión. Danny, hay cosas que nos dan miedo, pero no podemos dejar que nos controlen de ese modo. Con la señora Tait me voy a ahorrar mucho tiempo.

Y quería demostrarle que había que superar los miedos, que uno no tenía por qué pasar el resto de su vida con miedo.

—¿Y su avión es seguro?

—Sí que lo es. Ella hace el mantenimiento diario.

Pero a Rogan se le encogió el estómago sólo de pensarlo. Cada día le daba gracias a Dios por el dolor de oídos que le había impedido a Danny subirse al fatídico avión. ¿Por qué no había hecho caso de la intuición de Darby? ¿Por qué había presionado a su esposa para que hiciera ese viaje a Forks para celebrar el sesenta cumpleaños de su madre?

El día había amanecido nublado. Darby le había dicho que tenía un mal presentimiento, pero él le había asegurado que todo iría bien, que llegaría antes del almuerzo y que en unas horas hablarían por teléfono.

Sophie, su hija de ocho años, y su esposa nunca habían llegado a Forks. Por eso había emprendido acciones judiciales en contra de la compañía aérea.

Le acarició la cabeza a su hijo.

—Ya hemos hablado de este tema, ¿verdad? Papá va a abrir su despacho aquí en la isla. Así no tendré que marcharme ya de casa, y cuando esté en el despacho, estaré a un paso de tu colegio. Sólo voy a volar con el capitán Tait unos días de esta semana y a lo mejor la siguiente. Sólo hasta que el tío Johnny y yo arreglemos todo en la antigua oficina.

—¿Por qué el tío Johnny no puede mudarse aquí?

Rogan suspiró.

—Porque a él le gusta vivir en la gran ciudad.

Aunque Johnny jamás lo reconocería, Rogan estaba convencido de que la ajetreada vida de la ciudad era la marca de rebeldía de su hermano pequeño, una etiqueta que sus padres le habían colgado con quince años.

El niño acomodó la cara sobre la almohada.

—¿Me prometes que volverás?

—Te lo prometo.

—A lo mejor mamá no volvió porque no me lo prometió.

—Ay, Danny. Nadie espera que ocurran cosas malas.

Siempre le ocurría a otras personas.

—¿Entonces estaría viva si lo hubiera prometido?

—No, mi niño. Las promesas no impiden que pasen cosas malas.

—Pero tú acabas de prometerme algo.

—Échate a un lado, ¿vale? —Rogan se tumbó a su lado—. Las promesas son una especie de acuerdos, quiere decir que harás lo posible por cumplirlas. Pero de vez en cuando pasan cosas… y los acuerdos se pierden.

—¿Como cuando el avión de mamá y Sophie se chocó contra esa montaña?

—Sí —Rogan cerró los ojos para mitigar la intensidad del dolor—. Más o menos.

—¿Y entre la isla y Renton hay montes también?

El monte Reiner.

—No vamos a volar sobre ninguno.

—Vale —respondió el niño en voz baja.

—¿Quieres dormir ya, cariño?

—Mmm… Buenas noches, papá.

—Buenas noches, tigre.

Rogan se levantó de la cama, dejó la puerta entornada y se dirigió al salón de la cabaña. Antes de salir al pequeño porche se puso un chaleco forrado de lana. Más allá de los árboles, el océano susurraba en la orilla con el ritmo de un péndulo.

Le agradaba la cabaña y también el bosque que los separaba del edificio principal de estilo victoriano. Allí podía pensar sin que lo interrumpieran otros huéspedes o la dueña del establecimiento, Kat O’Brien, que vivía con su hijo. Y no porque no le gustara la madre viuda. Le gustaba. Kat le había hecho un buen precio para las dos semanas que se alojarían allí hasta que terminaran de renovarle la casa de labranza que había comprado.

Al pensar en el edificio de casi cien años situado a unos dos kilómetros de la ciudad, Rogan sonrió. Desde luego era una casa de labranza. Mucho tiempo atrás había sido una granja de ganado lanar de sesenta acres. En el presente, la propiedad constaba de quince acres que incluían la casa y un establo muy viejo donde vivía una yegua con un potrillo de tres semanas.

Cuando había llevado a Danny a ver a los caballos, se había terminado de decidir. Nada más ver al potrillo retozando junto a su madre, Danny se había enamorado de él y había dicho que quería vivir allí y cuidar del potrillo todos los días.

Después de llorar a mares y de lamentarse por la muerte de su esposa y su hija, Rogan no había sido capaz de negarle nada al niño, ni siquiera aquella casa. De modo que la había comprado, y había contratado al constructor de la isla, Zeb Jantz, para que hiciera las reparaciones necesarias para hacer de la casa un lugar habitable. Después se había mudado de Renton a aquella cabaña para poder meter a Dan en el colegio mientras vigilaba las obras de su casa.

Pero en ocasiones como ésa, cuando su pequeño le preguntaba por el accidente de Darby, Rogan sólo quería retroceder en el tiempo al momento exacto en el que había reservado el vuelo charter a Forks, o al momento en que había oído a Darby expresar su premonición. Así podría cancelar el vuelo y decirle que se quedara en casa.

Le diría lo mucho que la amaba, una vez más.

Se rascó las mejillas cubiertas de pelusa y se sentó en una de las sillas de mimbre del porche. El salitre del mar flotaba en la brisa, y las estrellas tachonaban el cielo como cristales machacados.

No sabría decir el tiempo que pasó allí sentado, escuchando, esperando no sabía qué, pero el pitido del móvil lo sacó de su ensimismamiento. Era un mensaje de su hermano de Renton, donde Rogan había vivido con Darby y había montado el despacho con su hermano.

Su hermano le decía que tenía que hablar de un caso con él y le pedía que estuviera al día siguiente en la oficina a las nueve.

Eso significaba que tendría que ponerse en contacto con Lee Tait de inmediato para volar con ella mucho antes de lo planeado, antes de tener al menos unos días para hacerse a la idea. Porque para él volar sería una experiencia horrible.

Le escribió un mensaje a su hermano preguntándole si podría llamarle en ese momento, pero su hermano respondió diciéndole que estaba reunido y que lo vería al día siguiente.

Rogan imaginó que con alguna rubia alta y delgada.

Se lo pensó un momento y le envió otro mensaje diciéndole que le llamaría a las nueve. No quería montarse en un avión tan rápidamente.

Pero Johnny le respondió instándole para que estuviera allí a esa hora.

Rogan se quedó mirando el mensaje antes de cerrar el teléfono con un suspiro de resignación. Esperaba al menos que Johnny le diera una buena noticia en relación con el pleito que iban a presentar en contra de la compañía de vuelos charter que había matado a su familia.

Alzó la vista al cielo, sabiendo que no conciliaría el sueño si no evitaba pensar en la tragedia.

Aspiró hondo para relajarse. A trescientos metros, el sonido del mar le devolvió al encuentro de unas horas antes con Lee Tait.

Sus encantos femeninos le sorprendían. Le gustaba su larga cola de caballo y esos ojos verdes, tan verdes como los brotes de las hojas de la granja…

Las pecas que salpicaban su nariz le gustaban todavía más. A cierta distancia parecía pálida y delgada, pero de cerca su tez brillaba como los rayos de la puesta de sol, y su cuerpo era esbelto como un sauce.

Pero lo que más le había sorprendido era el deseo que le había pellizcado en la entrepierna cuando ella había pronunciado su nombre con voz ronca y sensual.

Sintió vergüenza. ¿Cómo podía pensar en otra mujer, cuando Darby había sido el amor de su vida durante diecisiete años? Nadie podría sustituirla jamás.

Aspiró hondo mientras se sentaba de nuevo en la mecedora. Estaba tan cansado. Cansado de estar solo, de llorar, de querer retroceder en el tiempo. Tenía que rehacer su vida, tanto por Danny como por él mismo. De nada servía llevar aquella existencia monacal.

Y Johnny tenía razón, la solución no estaba en esconderse en una isla. Porque por mucho que lo intentara, los recuerdos lo perseguían fuera a donde fuera. Pero mal o bien, había tomado una decisión, y a la semana siguiente se lanzaría en su nueva empresa en la isla. Pero primero tenía que convencer a la preciosa Lee para que al día siguiente lo llevara en su pequeño hidroavión.

Miró hacia la casa principal. Tenía su número porque lo había copiado de la página web de Sky Dash. Podría llamarla, salvo que hacía un par de horas la había visto llegar en su Jeep al hostal. Otra sorpresa. ¿Viviría también allí?

Podría llamar a recepción para que le pusieran con su habitación, o podría hablar con ella por la mañana cara a cara, y ponerle en la mano un fajo de billetes que no podría rechazar.

Por primera vez en varios años el corazón empezó a latirle con fuerza.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

KAT, la hermana de Lee, cortó un pedazo de tarta y lo puso en un plato.

—No puedo creer que me rechaces un trozo de pastel de manzana —protestó.

Habían cenado y recogido la cocina, y estaban sentadas en el salón del hostal, mientras el hijo de Kat terminaba de hacer los deberes en su cuarto.

—¿Te encuentras mal?

Lee se encogió de hombros.

—Últimamente estoy desganada.

Hacía más o menos un mes que se mareaba de vez en cuando, pero lo achacaba a cualquier enfermedad, desde una gastroenteritis hasta una intoxicación leve por algún alimento en mal estado…

No recordaba cuándo había pasado la gripe por última vez; pero sabía perfectamente que la última vez que se había mareado así había sido hacía cinco años, cuando se había quedado embarazada, pero sabía que no estaba embarazada. Habría pillado algún virus de alguno de los pasajeros de los fines de semana, o de Blake, el hijo de Kat. ¿No había faltado un par de días al colegio la semana anterior por un virus?

Por supuesto que era la gripe… Oliver y ella habían tenido mucho cuidado.

—Eh —Kat la miró con seriedad—. ¿Estás bien?

—Estoy bien. Estaba pensando en Oliver.

Y en la posibilidad de estar embarazada. Se le formó una bola en el estómago. ¿Y si lo estuviera…? No. No quería ni pensarlo. ¿Cuántos años lo había intentado con Stuart y habían fracasado? Debía de haber sido porque tenía una menstruación irregular. Y eso era lo que le pasaba también en ese momento.

Kat dejó el tenedor en la mesa.

—Su muerte te ha afectado más que el divorcio de Stuart.

—Sí —reconoció Lee.

—Eso es porque Oliver era tu mejor amigo desde que ibais al colegio. Os conocíais hacía muchos años.