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El heredero desconocido Lily Beaumont mantuvo un tórrido romance con Nash James, el mozo de cuadras de la propiedad en la que estaba filmando una película sobre una de las dinastías más conocidas del mundo de las carreras de caballos. Nash estaba fingiendo ser un simple mozo de cuadra para vengarse de su rival y padre biológico, Damon Barrington. Pero tendría que encontrar la manera de decir la verdad y conservar a la mujer de la que se había enamorado. La pasión no se olvida Un accidente hizo que el príncipe Lucas Silva olvidara la identidad de su prometida. Ahora pensaba que su fiel asistente, Kate Barton, era su futura esposa. Y ella tenía órdenes de mantener la farsa. Kate llevaba años enamorada de su jefe. Pero las normas de palacio prohibían que los miembros de la realeza intimaran con los empleados, así que Kate sabía que su felicidad no podía durar.
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Seitenzahl: 357
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 478 - Octubre 2021
© 2015 Jules Bennett
El heredero desconocido
Título original: Carrying the Lost Heir’s Child
© 2015 Jules Bennett
La pasión no se olvida
Título original: A Royal Amnesia Scandal
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-963-0
Créditos
Índice
El heredero desconocido
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Epílogo
La pasión no se olvida
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Si te ha gustado este libro…
Aquel varonil aroma, la fuerza de aquellos brazos, el sólido pecho sobre el que reposaba su mejilla… Habría reconocido a aquel hombre en cualquier sitio. Lo había observado cruzar los prados, había hecho el amor con él…
Lily Beaumont logró despertar y se dio cuenta de que no tenía ni idea dónde estaba.
Descansaba en una cama de paja y estaba cobijada en los brazos de Nash James, que la sujetaba por la cintura. ¿Qué había pasado?
–Tranquila. Te has desmayado.
Lily alzó la mirada hacia los hipnóticos ojos azules rodeados de densas pestañas de Nash, que siempre conseguían estremecerla. Ninguno de los hombres con los que había compartido la pantalla le había resultado tan irresistible ni tan misterioso.
¿Se había desmayado? Claro. Iba hacia los establos para hablar con Nash…
Recordar hizo que la cabeza le diera vueltas y se la sujetó con las manos.
–No te muevas, no hay prisa. Todo el mundo se ha ido –dijo él.
Se refería a que el resto de los actores y del equipo de rodaje se habían retirado al hotel o a sus caravanas. Eso la libraría de tener que dar explicaciones del desmayo.
Hacía un par de meses había empezado una película sobre la vida de Damon Barrington, un exitoso criador de caballos y afamado empresario. La propiedad de Barrington se había convertido en su hogar temporal, y pronto, el callado y discreto mozo de cuadra encima de quien descansaba, había llamado su atención.
Casi de inmediato, habían iniciado una relación secreta, que había conducido a aquel momento en el que estaba a punto de dejar caer una bomba en la vida de Nash.
–Nash –alzó la mano hacia la mejilla de este y sintió la familiar aspereza de su corta barba–. Lo siento.
Él frunció el ceño y su hermoso rostro de piel tostada adquirió una expresión preocupada.
–No te has desmayado a propósito.
Lily tragó saliva mirando al hombre cuya belleza lograba que una mujer lo olvidara todo, incluso que llevaba a su hijo en el vientre.
–¿Estás bien? –preguntó él, escrutándola–. ¿Necesitas comer algo?
La mera mención a la comida le provocó náuseas a Lily. Hizo ademán de incorporarse pero Nash le pasó el brazo por los hombros.
–Espera. Deja que te ayude.
Nash la ayudó a alzarse sin separarla de su cuerpo. Con sus fuertes brazos la rodeó por la cintura y Lily tuvo la tentación de buscar en ellos el apoyo que le prestaban. No tenía ni idea de cómo reaccionaría Nash. Ella misma estaba todavía recuperándose del golpe, pero él tenía el derecho de saberlo. En cierto sentido, un bebé no alteraría su vida en la misma medida que la de ella…
Ya había superado situaciones difíciles en el pasado y había rehecho su imagen después de un escándalo público. ¿Cómo actuaría Nash cuando se convirtiera en foco de atención de la prensa?
Lily gimió. Cuando se supiera la noticia, la prensa actuaría como una bandada de buitres y convertirían su vida privada en titulares.
Lily adoraba ser actriz, pero no soportaba la pérdida de privacidad que acarreaba. Ella se enorgullecía de ser una profesional, de hacer su trabajo lo mejor posible y de mantener a la prensa a distancia en la medida de lo posible.
–¿Estás mejor? –preguntó Nash, rozándole la mejilla con su aliento.
Lily asintió al tiempo que retrocedía, y al instante echó de menos el calor de su cuerpo.
A los largo de los últimos meses se había hecho adicta a sus caricias hasta el punto de que lo añoraba en cuanto no estaba a su lado. Debía haberse dado cuenta de que estaba perdiendo la cabeza por aquel hombre. Su pasión la había arrastrado a un universo desconocido. ¿Cómo podía resistirse a un hombre que cuando la miraba parecía poder ver su alma?
Pero todas aquellas noches secretas entregados al placer habían tenido consecuencias que, inevitablemente, los obligaban a asumir que ya no se trataba solo de una relación sexual, sino que tenían que hablar del futuro. Un futuro que jamás hubiese esperado compartir con aquel hombre.
Dándole la espalda, Lily pensó en cómo contárselo, pero no se le ocurría cómo suavizar la noticia de que iba a ser padre.
–Nash…
Él la tomó por los hombros, la hizo girarse y tomó su rostro entre las manos. Antes de que Lily pudiera escapar de su hipnótica mirada, la besó.
Aquella era la esencia de su relación: la pasión, el deseo, la ropa cayendo al suelo al instante.
Que su relación fuera un secreto hacía que sus encuentros fueran mucho más excitantes. ¿Quién iba a imaginar que «la vecina de al lado», como la describían, tenía una faceta salvaje? Quizá lo habían sospechado por un escándalo del pasado, pero desde entonces Lily había recuperado su trono de niña buena. Desde luego que nunca había sido tan apasionada con un hombre. Y mucho menos con el sinvergüenza que la había utilizado y explotado al comienzo de su carrera.
Antes de ser conocida, se había enamorado de otro aspirante a actor que la había engañado filmando sus momentos más íntimos y publicándolos. Después del escándalo, Lily había tenido que luchar para alcanzar la posición que ocupaba en aquel momento.
Nash la abrazó y Lily se entregó al beso inerme, al tiempo que alzaba las manos hasta su sólido pecho.
Nash apoyó la frente en la de ella y susurró:
–¿Seguro que estás bien? ¿Ya no estás mareada?
–Estoy perfectamente –dijo ella, asiéndose a su camisa.
Nash le mordisqueó los labios.
–Te he echado de menos. No aguantaba verte en brazos de Max.
A Lily la recorrió una corriente que se le extendió desde el vientre por todo el cuerpo. Aquella expresión de celos por parte de Nash le gustó más de lo que debería, teniendo en cuenta que su relación era algo pasajero.
–Estábamos actuando –dijo ella–. Se supone que somos una pareja enamorada.
Lily había querido interpretar a la fallecida Rose Barrington desde que supo que se iba a hacer una película sobre el matrimonio. Y tener como protagonista a Max Ford era perfecto. Max y ella eran buenos amigos desde hacía años.
Nash empezó a bajarle el vestido.
–Si no fuera porque Max está casado y con un bebé, pensaría que quiere conquistarte.
La palabra «bebé» devolvió a Lily a la realidad. Tomó las manos de Nash y retrocedió un paso.
–Tenemos que hablar.
–Suena a que quieres romper –dijo Nash, entornando los ojos y forzando una sonrisa–. Ya sé que nunca hemos hablado de exclusividad. No te tomes en serio mi broma sobre Max.
–No pensaba que fueras celoso. Sé bien lo que hay entre nosotros.
–Querida, claro que estoy celoso –Nash la estrechó contra sí–. Ahora que te conozco, no quiero que te toque ningún otro hombre.
–Y yo no puedo pensar cuando tú me tocas –dijo Lily, retrocediendo de nuevo para conseguir mantener la cabeza fría.
Lily se pasó la mano por el cabello, intentando encontrar las palabras adecuadas. Desde que aquella mañana había confirmado que estaba embarazada, había mantenido numerosas conversaciones en su mente, pero en aquel momento, los nervios la consumían.
–Nash…
Este frunció el ceño.
–¿Qué pasa? Si te preocupa lo que vaya a pasar, debes saber que no espero nada de ti.
–Ojalá fuera tan sencillo –musitó Lily, mirando al suelo.
–Lily, dímelo. No puede ser tan grave.
Ella lo miró a los ojos y dijo:
–Estoy embarazada.
Sí era grave. ¿Embarazada? Nash pensó que también él iba a desmayarse. Miró a Lily sabiendo que no mentía. Después de todo, no ganaba nada haciéndolo, no podía interesarle nada que él pudiera ofrecerle. No conocía su verdadera identidad o hasta qué punto aquello podía convertirse en perfecto material para un chantaje.
Para todos, incluida Lily, no era más que un mozo de cuadra. No tenían ni idea de la verdadera razón por la que había aparecido en la propiedad de Barrington.
¿Y en medio de todo eso, un bebé? ¡Qué manera de cerrarse el círculo!
–¿Estás segura?
–Completamente –contestó ella, abrazándose la cintura–. Lo he confirmado esta mañana.
Aquello ponía un freno a sus planes en Stony Ridge Acres. Y en su vida. Nash no tenía nada en contra de los bebés, pero había imaginado que sucedería más adelante, cuando tuviera una esposa.
–No sé qué decir –Nash se pasó la mano por el cabello, que llevaba más largo de lo que acostumbraba.
Lily lo miraba como si esperara que se enfureciera o que negara que el niño fuera suyo.
–Es tuyo –dijo Lily, adelantándose a esa posibilidad.
–Creía que usabas algún método anticonceptivo.
–Así es, pero no son seguros al cien por cien. Supongo que pasó el único día que…
–No usamos preservativo.
Nash recordó la ocasión en la que había olvidado meter uno en la cartera y cómo habían decidido seguir adelante a pesar de ello.
Preguntas, emociones, posibles escenarios se agolparon en su mente. ¿Qué sabía él de la paternidad? Solo sabía cuánto había trabajado su madre para mantenerlo en un austero apartamento sin que jamás se quejara o se mostrara preocupada. Era la mujer más valiente y decidida que conocía. Esas características, que él había heredado, le permitirían seguir adelante. No abandonaría a su hijo, pero debía cumplir su plan.
–No voy a pedirte nada, Nash –dijo Lily como si no aguantara el silencio–. Pero he pensado que debías saberlo. Depende de ti si quieres o no formar parte de la vida del bebé.
Secretos, bebés ocultos. El destino parecía reírse de Nash, presentándole una encrucijada. Lo que había empezado como un romance se había convertido en algo más profundo, que lo ataba de por vida. No podía seguir pretendiendo ser quien no era, y al mismo tiempo no podía desvelar su identidad.
Quería darles a Lily y a su hijo lo mejor. Aunque ella tenía una desahogada situación económica, él quería tener un papel central en la vida de su hijo. ¿Cómo iba a hacerlo sin que Lily averiguara quién era?
–No voy a dejarte sola, Lily –Nash apoyó las manos en sus hombros–. ¿Cómo te encuentras? Supongo que te has desmayado por el embarazo.
–Estoy bien, aunque con náuseas. Pero es la primera vez que me desmayo –Lily sonrió–. Me alegro de que me hayas recogido.
–Yo también.
Nash la besó en busca del bienestar que siempre le proporcionaba. La atracción que sentía por ella no tenía nada que ver con que fuese famosa o una de las mujeres más hermosas de Hollywood. Lily era natural y él la admiraba por ello, pero además era sexy y la mejor amante que había tenido en su vida. Y su mutuo deseo no disminuía. Lily era tan apasionada, tan perfecta, que nunca se saciaba de ella.
Había intentado dejarla al margen de sus turbios asuntos y mantener la relación a un nivel puramente físico. Sin embargo, era inevitable que averiguara la verdad sobre él. Por eso mismo tendría que posponer el momento y valorar sus distintas opciones cuidadosamente, porque aparte de Lily y su bebé, tenía que tener en cuenta a otra familia.
Retrocediendo, miró a Lily y pensó en lo vulnerable que estaba, y se dio cuenta de que, hiciera lo que hiciera, el desenlace sería el mismo. Una vez Lily supiera quién era, lo rechazaría. Pero no se libraría de él por más que lo odiara, puesto que pensaba formar parte de su vida.
–Vamos a tu caravana para que recojas tus cosas. Quiero que vengas a vivir conmigo.
Lily se cruzó de brazos.
–¿Por qué iba a hacer eso?
–Para que pueda cuidar de ti.
Lily soltó una carcajada.
–Estoy embarazada, Nash, no enferma. Además, ¿cómo voy a explicar que me mudo contigo si nadie sabe que tenemos una relación?
–Me da lo mismo lo que piensen –Nash se encogió de hombros–. Me preocupa tu salud y nuestro bebé.
–A mí sí me importa –prácticamente gritó Lily, bajando los brazos–. La prensa está deseando publicar algo escandaloso sobre mí.
Era cierto que quizá estaba pensando egoístamente, pero aun así, Nash se negaba a que se enfrentara a aquella situación sola. Solo pensar en que su madre había estado en aquella misma posición en el pasado, le ponía un nudo en el estómago.
–Muy bien. Me mudaré yo contigo.
Lily enarcó una ceja y ladeó la cabeza.
–Nash, estoy perfectamente. Solo voy a dormir y trabajar.
–Eso es lo que me preocupa –replicó Nash–. Estás cansada porque trabajas mucho, y más ahora que os acercáis al final de la película.
–No puedo dejar el trabajo.
Los caballos se agitaron a su espalda, el sol proyectaba un resplandor anaranjado por la puerta entreabierta del establo. En aquel escenario de serenidad y calma, Nash sentía una tormenta interior.
–¿Y cuando acabes de rodar? ¿Qué harás?
Nash necesitaba conocer los planes de Lily. Él no estaba preparado para formar una familia, y puesto que vivían en extremos opuestos del país, tendrían que encontrar la manera de participar ambos en la vida de su hijo.
Lily se retiró el cabello del rostro, se alejó unos pasos y suspiró.
–No lo sé, Nash.
Tendrían que decidirlo más adelante. Por el momento, Nash necesitaba seguir con su plan original. Había espiado lo suficiente y averiguado lo bastante como para haber decidido cuál sería su siguiente paso.
Había adoptado una nueva personalidad por razones profesionales y personales. Pero la fundamental era conseguir los caballos de Damon. Eran la última pieza que necesitaba para el establo que llevaba años creando. Y removería el cielo y la tierra para hacerlos suyos.
Observó la expresión preocupada de Lily, su vientre todavía plano, y se dio cuenta de que, aunque la verdad que había acudido a desvelar a Stony Ridge no tenía nada que ver con ella, Lily y el bebé sufrirían las consecuencias.
Todo lo que tenía que hacer era conseguir que Damon le vendiera los caballos, volver a su propiedad y mantener a su hijo en su vida.
Una monumental carrera de obstáculos.
Lily había perdido la batalla a medias. Aunque no se iba a mudar con Nash, este había insistido en acompañarla. Y Lily suponía que pensaba pasar la noche con ella.
Temía que los descubrieran y por eso Nash siempre se iba a los establos al amanecer. Lily no quería que pensara que se avergonzaba de él, pero desafortunadamente, su reputación estaba siempre en peligro por el escándalo que había protagonizado en el pasado.
Nash sabía del vídeo de contenido sexual que se había filtrado a la prensa y de lo obsesiva que era con su privacidad. Como él era también muy celoso de su intimidad, mantener su romance en secreto les había resultado conveniente a ambos.
Afortunadamente, el servicio de seguridad mantenía a distancia a la prensa, pero aun así, Lily estaba siempre alerta.
–Relájate –Nash le apretó la mano–. Nadie puede vernos en la oscuridad.
Aunque era verdad, Lily se sentía más segura en la buhardilla sobre los establos de Nash que caminando hacia su caravana en el silencio de la noche.
Antes de descubrir que estaba embarazada, Lily había decidido hablar con Nash sobre sus sentimientos, que se habían hecho más profundos de lo que había calculado. Habían acordado que lo suyo era solo algo físico y temporal, pero su corazón se había visto implicado. Aquel no era el momento de hablarlo. No quería que Nash pensara que quería un marido para evitar el escándalo del bebé.
Tenía que admitir que le había conmovido lo protector que se había puesto en cuanto supo la noticia. Desde el primer momento le había gustado que irradiara poder y autoridad. Su padrastro también había sido un hombre con poder, que usaba su dinero para conseguir lo que quería. Nash era distinto. Por eso lamentaba que se encontraran ante un compromiso de por vida cuando apenas se conocían. Una cosa era que fueran compatibles en la cama y otra, que su relación pudiera funcionar en el mundo en el que ella vivía.
Cuando entraron en la caravana, Nash cerró la puerta con llave. El reducido espacio hacía que Nash resultara más corpulento y dominante de lo que era, y un escalofrío de deseo recorrió a Lily al ver que la miraba con una expresión que había aprendido a reconocer.
–Deberíamos hablar –empezó, consciente de que al aceptar que la acompañara había perdido el control de la situación–. No quiero que creas que te he querido atrapar.
–Ya lo sé –Nash se acercó a ella hasta que sus torsos se rozaron–. También sé que te deseo. Saber que estás embarazada no ha hecho que eso cambie.
Bastaba una mirada de Nash para que Lily dejara de pensar y todo su cuerpo despertara. Y sabía que ella le devolvía una mirada igualmente apasionada.
–No deberíamos hacer esto –dijo Lily cuando Nash empezó a bajarle el top elástico del vestido.
–Puede que no –dijo Nash sin detenerse–, pero no puedo contenerme –atrapándola con la mirada, concluyó–: A no ser que te avergüences de que el mozo de cuadras esté en tu caravana.
Lily posó sus manos sobre las de Nash.
–Jamás te he hecho sentir que me avergonzara. Lo único que me importa es que seamos discretos. No te oculto nada más.
Lily creyó ver que el rostro de Nash se ensombrecía, pero solo duró una fracción de segundo.
–No puedo resistirme a ti –susurró Lily–. ¿Cómo es posible que la atracción siga siendo tan fuerte?
Nash le besó el cuello y ella echó la cabeza hacia atrás. Adoraba la corriente que la recorría en cuanto sentía el cosquilleo que le provocaba su barba.
–Porque la pasión es una emoción muy fuerte –dijo él, ascendiendo por su cuello hacia su boca–. Y lo que hay entre nosotros es demasiado poderoso como para ponerle nombre.
En segundos, le bajaba el vestido hasta el suelo y Lily lo retiraba con un pie al tiempo que Nash le quitaba el sujetador y las bragas.
Luego se quitó la camiseta y la tiró al suelo. Sus músculos cincelados bajo un suave vello oscuro no se conseguían en un gimnasio; eran los músculos de un hombre de campo.
–Me encanta cómo me miras –masculló él a la vez que la levantaba por la cintura y la llevaba hacia la cama.
Después de dejarla, empezó a quitarse el cinturón. Lily se preguntó si no debían estar hablando del bebé, del futuro, pero en cuanto él se echó sobre ella, amoldándose a la perfección a su cuerpo, dejó de pensar para solo sentir.
Nash tenía razón, la palabra pasión no describía adecuadamente la intensidad de lo que compartían. Nunca habían pensado más allá de eso. Pero lo cierto era que Lily habían acabado sintiendo algo por Nash que no creía que volviera a sentir por ningún otro hombre. Aun así, no sabía si podía confiar en unas emociones que brotaban de una relación secreta.
Dándose por vencida y abandonando cualquier intento de racionalidad, Lily recorrió la espalda de Nash con las manos al tiempo que él se colocaba entre sus muslos. Al penetrarla, reclamó su boca y ella se rindió. Cada instante con aquel hombre le hacía sentir cosas que no había sentido antes.
Nash le cubrió los senos con las manos y ella se arqueó contra ellas. En un instante su centro respondía, endureciéndose a medida que Nash se movía en su interior.
Tras seguirla adonde ella lo condujo, y una vez sus cuerpos dejaron de temblar, Nash la acomodó bajó las sábanas y contra su costado.
–Descansa, Lily –dijo, apagando la luz–. Mañana hablaremos.
¿Creía que iba a convencerla de que se mudase con él? Aunque aquel estilo autoritario le resultara excitante, Lily no pensaba dejar que Nash tomara todas las decisiones. Ella seguía al mando de su vida. Y aunque Nash le gustara mucho, en unas semanas acabaría la película y ella volvería a Los Ángeles.
¿Qué opciones tenían?
Al salir de la caravana de maquillaje, vio a su nuevo agente salir de una de las casas de los Barrington. Ian había acudido al rodaje para convencerla de que firmara con su agencia, y lo había conseguido. Pero además, se había enamorado de Cassie, una de las guapas hermanas Barrington.
Saludó con la mano y fue hacia Lily a la vez que esta se decía que tendría que explicarle pronto su situación, puesto que Ian le había hablado de varios guiones a los que quería que echara un ojo. Era una lástima que en ninguna de las películas quisieran a una heroína embarazada.
–¿Tienes un segundo? –preguntó él.
–Claro. No tengo que pasar por vestuario hasta dentro de un rato.
–Ayer me llegó un gran guion –Ian sonrió–. Sé que solo hemos trabajado juntos unas semanas, pero me has dicho que quieres probar algo más arriesgado de lo que te has hecho hasta ahora. ¿Es así?
–Depende del papel y de quién sea el productor –dijo Lily, encogiéndose de hombros.
–¿Qué te parecería hacer de una corista que además es madre soltera?
Lily se quedó paralizada.
–Eso sería muy distinto a lo que he hecho hasta ahora.
¡Qué increíble coincidencia! Para cuando empezaran a rodar, su figura no sería la misma. Y en cuanto a ser madre soltera… Nash había dicho que no la abandonaría, pero quizá cuando fuera plenamente consciente de lo que ello implicaba…
–¿Lily, estás bien? –preguntó Ian con gesto preocupado–. Te aseguro que el guion es muy bueno. Aiden O’Neil será el protagonista masculino.
Aiden era un gran actor y una magnífica persona, y trabajar con él sería un placer. Pero ¿cómo iba a comprometerse a un papel que, con toda seguridad, exigiría horas de ejercicio para poner su cuerpo en forma?
Lily miró por encima del hombro de Ian y descubrió a Nash, que los observaba desde el establo.
Ian se giró y volvió a mirar a Lily.
–No sé por qué seguís escondiendo lo que hay entre vosotros.
–¿Disculpa? –dijo Lily, alarmada.
–No voy a decir nada –comentó Ian, sonriendo–, y quizá nadie más se haya dado cuenta.
–¿Qué crees saber?
–Os vi un día abrazados. No dije nada porque sé lo celosa que eres de tu intimidad y porque pensé que no era asunto mío lo que hicieras en tu tiempo libre.
Lily pensó que era afortunada de que los hubiera visto Ian. Como ella, su agente querría evitar cualquier noticia que pudiera perjudicarla.
–Para serte sincera, no sé qué hay entre nosotros. Pero preferiría que quedara entre tú y yo.
Ian sonrió
–No te preocupes, Lily, tu secreto está a salvo conmigo.
Lily pensó que tenía más secretos, pero no quería compartir el del embarazo hasta hablar con Nash. Era difícil plantearse qué tipo de relación podían establecer cuando ninguno de los dos estaba preparado para algo permanente.
–¿Seguro que estás bien? –preguntó Ian.
Dedicándole una de sus mejores sonrisas, Lily se volvió hacia la caravana de vestuario.
–Perfectamente. Deseando poder relajarme en cuanto terminemos el rodaje.
–Muy bien, cuando tengas un momento, ven a verme para que te dé los guiones –Ian la acompañó–. También tengo un papel de ciencia ficción, que implica mostrar mucha piel: las mujeres solo llevan la parte de arriba de un biquini y una falda muy corta.
Lily tuvo que reprimir un quejido. Acababa de descubrir que estaba embarazada y ya se encontraba en la posición de elegir entre su carrera y su vida privada.
¿Cómo podría compaginar las dos cosas una vez naciera su bebé? Cuando la gente supiera que estaba embarazada, no podría seguir ocultando su relación con Nash, ni esconder de él sus sentimientos. Pronto, su relación, fuera la que fuera, estaría expuesta al público.
Lily temía tener por delante una carrera cuya meta fuera un corazón roto.
Había pasado la media noche y Lily no había ido a verlo.
Nash apagó la luz y cruzó la propiedad hacia la caravana de Lily, diciéndose que solo quería asegurarse de que estaba bien porque se negaba a admitir que cada vez sentía algo más profundo por ella.
Antes de llamar a la puerta se aseguró de que no había nadie en las inmediaciones. Al no recibir respuesta, probó a abrir y descubrió, sorprendido, que estaba abierta.
–Deberías cerrar con llave –dijo, entrando–. Podría haber entrado cualquiera.
Lily estaba sentada en la mesa, rodeada de papeles. Cuando alzó el rostro, las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Nash cruzó el pequeño espacio, aterrorizado.
–Lily, ¿qué pasa? ¿Es el bebé?
Ella se pasó las manos por su largo cabello negro y sacudió la cabeza.
–No, no. El bebé está bien.
Nash sintió un alivio momentáneo, pero algo no iba bien. Nunca había visto a Lily tan angustiada.
–Entonces, ¿qué es? –preguntó Nash, sentándose a su lado en el estrecho banco.
–Todo esto –dijo ella, indicando con la mano los papeles–. Tengo delante el futuro de mi carrera, y no sé qué hacer. Me encuentro en una encrucijada, Nash, y estoy asustada.
Nash la estrechó en sus brazos. Había llegado a acostumbrarse a sentir el menudo cuerpo de Lily contra el suyo. A lo que no estaba acostumbrado era a consolar a una mujer, o a hablar de sentimientos más allá de los superficiales. Odiaba sentirse fuera de su terreno. Y aún odiaba más correr el riesgo de ser descubierto cuando todavía no estaba preparado.
Pero por encima de todo, odiaba mentir a Lily. No se merecía verse atrapada en aquella telaraña de engaños y mentiras, pero su embarazo lo convertía en inevitable. El plan estaba en marcha, y él no se iría sin los caballos, ni antes de revelar su identidad a Damon Barrington.
Pero Lily y su hijo se habían convertido en su preocupación inmediata. Hasta entonces todo había sido tan sencillo… Pero en el futuro inmediato, la vida de Lily estaría condicionada por su bebé y él tenía que hacer lo posible para que todo fuera lo mejor posible. Y no tenía ni idea de cómo conseguirlo.
La angustia lo asaltó al imaginar lo parecido que habría sido el proceso de su madre. Pero ella había estado sola. Él nunca permitiría que Lily sintiera que no tenía nadie en quien apoyarse ni que tuviera que batallar como madre soltera, haciendo malabares con su carrera y su bebé. Un bebé que también era suyo y al que él no iba a abandonar. ¿Amaba a Lily? No. Él no creía en el amor. Pero tenía que asegurarse de que, una vez averiguara la verdad, Lily no lo rechazara ni se negara a verlo.
Nash sabía que Lily despreciaba a los mentirosos, sabía que un hombre la había traicionado en el pasado. Tendría que confiar en que viera que las circunstancias eran muy distintas.
–¿Qué tienen esos papeles para haberte disgustado tanto? –preguntó.
Lily reposó una mano en el muslo de Nash.
–Son guiones que me ha dado Ian para la próxima película. Está encantado porque es la primera que vamos a hacer juntos, pero no voy a poder hacerla hasta que tenga el bebé, y eso si recupero la figura. Hollywood es muy cruel con los kilos de más.
Nash calló su opinión sobre la absurda idea de belleza de Hollywood.
–¿Por qué no le dices a Ian que no te gustan?
Pensativa, Lily trazó un dibujo con el dedo en el pantalón de Nash.
–Tengo que contarle lo del bebé. Mi carrera debe pasar a un segundo plano. Solo confío en poder retomarla.
Nash sonrió y le retiró un mechón del rostro.
–No creo que esto sea el fin de tu carrera. Y seguro que Ian lo entiende.
Lily se frotó el rostro con las manos.
–Esta es mi vida. No sé hacer otra cosa. No tengo ni idea de cómo hacer de madre.
Lo mismo que Nash sabía de ser padre.
Lily se puso en pie y sacó una botella de agua del frigorífico. Nash la observó y lo invadió un primitivo sentimiento de protección. En aquella mujer sexy y vibrante pronto se manifestarían los signos de su romance secreto.
–No te tortures, Lily. Es mejor que te relajes.
Ella lo miró con fiereza.
–No necesito que vengas aquí a decirme cómo debo reaccionar. Mi vida es mía, Nash. Puede que tú seas el padre, pero tengo que tomar decisiones. No quiero…
Lily apartó la mirada y se mordió el labio. Nash vio un par de lágrimas asomar a sus ojos.
–No quieres que se entere la prensa –concluyó él por ella.
Lily asintió sin mirarlo. Nash fue hasta ella por detrás, la tomó por los hombros y la reclinó sobre su pecho.
–No se van a enterar, Lily –le rodeó la cintura con los brazos y descansó las manos en su vientre–. No permitas que empiecen los rumores. Seguro que tienes programadas varias entrevistas. Da la noticia tú y los dejarás desarmados.
Lily se giró en sus brazos y parpadeó para librarse de las lágrimas.
–Puede que eso sea lo mejor. Pero antes tengo que decírselo a mi madre.
Lily y Nash nunca habían hablado de sus respectivas familias porque era lo que uno hacía cuando estaba construyendo una relación y, hasta entonces, ellos solo habían estado pasándolo bien, sin pensar en el futuro. Sin embargo, el futuro les había tomado la delantera con un golpe de realidad e, inevitablemente, los deslizaba hacia el terreno de lo personal, que Nash debía evitar por todos los medios.
Lily podía hablar cuanto quisiera de su madre, pero él no revelaría nada.
–¿Tú madre también vive en Los Ángeles?
–No. Vive en Arizona, en su propio apartamento dentro de una comunidad acondicionada para personas mayores –Lily se cruzó de brazos y continuó–: Nadie sabe dónde está porque no quiero que la prensa la acose.
Que Lily protegiera a su madre era un motivo más para que Nash se sintiera próximo a ella. Él haría cualquier cosa por la suya. Ella era la única razón por la que mantenía su identidad en secreto en lugar de irrumpir en casa de Damon y poner todas las cartas sobre la mesa.
Una parte de él habría preferido enfrentarse al pasado directamente para poder dejarlo atrás, pero el deseo de proteger a su madre había sido mayor y le había hecho actuar con cautela.
La ironía de sus circunstancias era asombrosa. Él había sido un hijo secreto y Lily esperaba un hijo que, por el momento, debía permanecer en secreto.
–¿Vas a ir a ver a tu madre en cuanto acabe el rodaje? –preguntó.
Necesitaba que Lily se marchara para que no fuera testigo del momento en el que confesaba todas las mentiras que había dicho desde que la conocía. Aunque no pudiera impedir que finalmente lo supiera todo, al menos podía intentar suavizar el golpe.
–Necesito pensar –Lily suspiró–. Tengo que encontrar un médico. Lo lógico sería que fuera en Los Ángeles, pero no voy a volver hasta dentro de un tiempo.
–Yo te conseguiré uno –al ver que Lily lo miraba con escepticismo, Nash añadió–: Conozco a gente en la zona. Necesitas que te hagan un chequeo antes de ver a tu médico.
–Basta con que me des un nombre –dijo Lily–. Va a ser imposible que me vean entrar en una clínica sin que se extiendan los rumores.
La mente de Nash trabajaba a toda velocidad. Si decía demasiado, Lily se daría cuenta de que algo no se correspondía con su supuesta identidad y empezaría a sospechar. Debía seguir creyendo que era un simple mozo de cuadra.
–Podemos hacer que un médico venga a verte –sugirió–. Es fácil conseguir el silencio de alguien con dinero.
Lily abrió los ojos desmesuradamente.
–No pienso comprar el silencio de nadie. Yo sé bien cómo funcionan estas cosas, Nash. Solo necesitamos a alguien discreto.
Por su tono, Nash dedujo que Lily no quería que gastara dinero en ella porque no tenía ni idea de lo saneadas que estaban sus cuentas.
–Ya me ocupo yo. Tú no te preocupes de nada –dijo con firmeza.
Lily apoyó el hombro en la pared y lo miró fijamente.
–Eres un hombre sorprendente –dijo–. Por un lado pareces despreocupado y tranquilo, y por otro, práctico y organizado. No sé cuál de los dos es el verdadero Nash.
–¿Cuál de los dos crees que soy? –preguntó, obligándose a permanecer relajado.
Lily se encogió de hombros.
–No lo sé. Pero pareces más… poderoso y sereno respecto a lo del niño de lo que había esperado.
Nash dio un paso hacia ella y, tomándola por la cintura, dijo, insinuante:
–¿Quieres decir que en la buhardilla no me encontrabas suficientemente poderoso?
Lily apoyó la mano en su pecho.
–Claro que sí, pero no usabas un tono tan serio.
Nash bajó la mirada a sus labios y la volvió a sus ojos.
–Te aseguro que soy muy serio cuando se trata de alguien que me importa.
El temblor que sacudió a Lily reverberó en el cuerpo de Nash. Si no podía decirle nada de su vida real, al menos conseguiría usar su influencia para mantenerla cerca y asegurarse de que ella y su bebé estaban bien. Toda su vida estaba en juego.
Pero aunque Nash supiera que lo tenía todo en su contra, estaba decidido a salir victorioso y conseguirlo todo: los caballos, una familia y su bebé.
–¿Cómo que no han aceptado la oferta? –Nash se había asegurado de que estaba solo cuando había visto que llamaba su asistente–.¿Qué hay que hacer para que me los venda? –preguntó en un susurro.
–Esa es la cuestión –contestó su asistente–. Puede que se los venda a otro comprador.
Nash sabía bien a lo que se refería. Damon y él llevaban un par de años compitiendo en la industria ecuestre. Por eso había negociado a través de su asistente y entre medias se había dejado crecer la barba y el pelo para poner en marcha su plan. Aun así Damon había rechazado todas sus ofertas, y eso que la última había sido exorbitante.
–Deja que piense en algo –dijo, volviendo hacia el establo–. Luego te llamo.
Al girar la esquina, el sol le cegó y tuvo que bajarse el ala del sombrero. Tenía que conseguir que Damon le vendiera los caballos. Él no aceptaba una negativa por respuesta.
Tomó la horqueta y fue a limpiar los compartimentos del fondo del establo. Tessa y Cassie se habían llevado dos de los caballos, lo que le dejaba un tiempo a solas para pensar.
Clavó la horqueta en un fardo de paja y lo cargó en la carretilla. Echaba de menos trabajar en sus propios establos y con sus caballos, pero su mozo de cuadra estaba ocupándose de ellos y era un hombre de confianza.
Solo su asistente sabía dónde estaba y que estaba espiando a Barrington. Pero ni siquiera él estaba al tanto del secreto que Nash ocultaba. Nadie lo sabría hasta que llegara el momento de desvelarlo.
Si Damon ya lo odiaba, ¿cómo reaccionaría cuando supiera la verdad?
Para cuando terminó de limpiar el primer compartimento, el sudor le corría por la espalda. Nash se retiró el sombrero para quitarse la camiseta, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón y volvió a cubrirse la cabeza. No se quedaba con el torso desnudo habitualmente, pero aquel día el calor era insoportable.
Solo le quedaba barrer el pasillo central, y aunque era un trabajo menor, volvió a sudar copiosamente. Sacó la camiseta del bolsillo y se secó la frente.
–¿Te has planteado alguna vez hacer de modelo para un calendario?
Nash se volvió y vio al objeto de sus deseos en la entrada al establo. El sol arrancaba destellos a su cabello y resaltaba sus sensuales curvas.
–¿Qué haces aquí?
–¿Has visto a Cassie?
–Ha salido a montar –Nash fue hacia Lily. Era un imán al que no podía resistirse–. ¿Estás bien?
–Sí. Estoy en un descanso y quería preguntarle una cosa.
–¿Te importaría ser más precisa? –preguntó él, cruzándose de brazos.
–Quiero saber qué médico la atendió durante su embarazo –susurró Lily.
–Yo sé quién es y he concertado una cita –Nash había recurrido a su asistente para que hiciera las averiguaciones precisas–. Iba a decírtelo esta noche.
Lily observó su torso con expresión de deseo y él susurró:
–Si sigues mirándome así, la gente va a saber más de lo que queremos.
Lily alzó la mirada al instante.
–No puedo ni pensar cuando te veo –masculló, bajando de nuevo la mirada a su pecho desnudo–. Gracias por arreglar lo del médico. ¿Cuándo viene?
–El jueves. Es una mujer.
–Fenomenal. Se supone que es el día que terminamos el rodaje.
–Hemos quedado en mi casa. Si alguien la ve prensará que viene a visitarme a mí.
–Ya veo que lo tienes todo controlado –dijo Lily, sonriendo–. Por esta vez te perdono, y si estuviéramos solos te demostraría lo agradecida que estoy.
Nash maldijo su cuerpo por reaccionar automáticamente.
–Cuando estemos solos te dejaré que me lo demuestres –musitó.
Al principio, tener que esconderse había sido divertido y excitante. Todavía seguía siéndolo, pero también había contribuido a que apenas supieran nada el uno del otro. Él solo había estado pendiente de enfrentarse a su pasado y de asegurarse el futuro. Pero el futuro había cambiado drásticamente.
Lily era una mujer excepcional, pero eso no le hacía sentirse preparado para sentar la cabeza y formar un hogar. Una cosa era que hicieran una gran pareja en la cama y otra, la realidad del día a día.
–Hola, Lily.
Nash se volvió y vio a las dos hermanas Barrington entrar en el establo con sus caballos.
–Hola Cassie, Tessa –saludó Lily, rodeando a Nash para ir hacia ellas–. Tenía un descanso y he venido a veros.
Nash continuó con su tarea acompañado por el murmullo de fondo de las risas de las tres mujeres de su vida… aunque dos de ellas no tuvieran ni idea de hasta qué punto estaban relacionados.
Estaba metido en un buen lio y tenía que encontrar la manera de seguir adelante con sus planes antes de que le estallaran en las manos. Por más que le costara admitirlo, había llegado a sentir afecto por aquella familia. Había conocido a las dos hermanas y había visto el cariño con el que su padre las trataba. Los unían vínculos estrechos de amor y respeto, pero una vez venciera a Damon no estaba seguro de qué posición ocuparía él en el árbol familiar.
Empezar la mañana vomitando era espantoso. Era el último día de rodaje y Lily habría querido meterse en la cama.
Llegaba quince minutos tarde a la sesión de maquillaje y peluquería, algo raro en ella, que se enorgullecía de ser siempre puntual. Para ella su tiempo no era más valioso que el del resto de los profesionales.
Se puso gafas de sol para ocultar las ojeras y fue hacia la caravana. Pero tenía la mente ocupada por el bebé y por la creciente preocupación que sentía porque cada vez le resultaba más natural pensar en Nash y en ella como una pareja.
Lo malo era que no solo su mente, sino también su corazón, se inclinaban a favor de esa posibilidad. La reacción de Nash ante la noticia del bebé daba pruebas de una fortaleza mental y de un sentido de la responsabilidad que estaba aumentando la atracción que sentía por él. Era un hombre de muchas facetas y ansiaba conocerlas todas.
¿Querría también él conocerla mejor? ¿Podría soportar la vida pública a la que ella estaba expuesta? El cielo plomizo y la amenaza de lluvia eran un reflejo de su estado anímico. Aunque le emocionaba saber que una vida crecía en su interior, estaba harta de sentirse en una permanente montaña rusa.
–Venía a buscarte –dijo Ian, dándole alcance–. ¿Estás bien?
Lily tenía los ojos irritados por las lágrimas. ¿Estaba bien? La respuesta era «no». Estaba embarazada de un hombre al que apenas conocía, pero del que se estaba enamorando, y no tenía ni idea de cómo manejar las emociones que la dominaban.
–No me encontraba bien a primera ahora.
Ian la tomó por el codo suavemente para detenerla.
–Estás pálida. ¿Seguro que te encuentras mejor?
Lily se sorbió la nariz.
–No, pero se me pasará.
Ian frunció el ceño, miró alrededor para asegurarse de que no los oían, y dijo:
–¿Le ha pasado algo a tu madre?
–No, está perfectamente.
Lily deslizó los dedos por debajo de las gafas para secarse las lágrimas que empezaban a rodar por sus mejillas.
–Si estás enferma podemos retrasar la escena.
Lily no necesitaba horas, sino semanas o meses. Pero para entonces parecería una ballena y no podría interpretar a Rose Barrington.
Sacó un pañuelo y se sonó la nariz
–¿Tiene algo que ver con Nash? –preguntó Ian en un susurro.
Lily estalló en una histérica carcajada y no pudo contener el llanto. Ian debía pensar que había cometido un grave error al querer convertirse en su agente, así que Lily optó por decir la verdad en lugar de dejar que creyera que se había vuelto loca.
–Estoy embarazada.
Ian abrió los ojos desorbitadamente antes de darle un afectuoso abrazo.
–Asumo que es de Nash.
–No lo sabe nadie –dijo ella.
–¿Por eso no me has dicho nada de los guiones?
Lily asintió con la cabeza.
–No tengo ni idea de cómo será el embarazo ni de qué voy a hacer cuando nazca el bebé.