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Quiero contaros la curiosa historia de un niño que siempre decía que sí para tener muchos amigos... y que, sin embargo, no tenía amigos por que siempre decía que sí. ¿Queréis que os cuente la historia de ese niño, que se llamaba Manolito? Si no queréis que os la cuente, ya podéis dejar de leer e iros a jugar a otra parte. Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo. Primera entrega de las aventuras fantásticas y humorísticas del Mago Sí, una de las primeras series infantiles del aclamado autor Andreu Martín.-
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Seitenzahl: 32
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Andreu Martín
Illustraciones de Francesc Rovira
Saga
El niño que siempre decía sí
Copyright © 1991, 2021 Andreu Martín and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726962321
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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Quiero contaros la curiosa historia de un niño que siempre decía que sí para tener muchos amigos...
Y que, sin embargo, no tenía amigos porque siempre decía que sí.
¿Queréis que os cuente la historia de ese niño, que se llamaba Manolito?
Si no queréis que os la cuente, ya podéis soltar el libro e iros a jugar a otra parte.
Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo.
(Ésta es una historia muy divertida, de líos y enredos.
Os propongo que, para no perder comba, os juntéis unos cuantos amigos y cada uno siga la pista de cada personaje en todo momento.
Así, uno de vosotros se responsabilizará de Manolito, otro, del profesor Torrecilla, otro, de su esposa Carmelita, otro, de Zote y su pandilla de gamberros, y otro, del comisario Horacio Manodura.
En cualquier instante, cualquiera de vosotros deberá responder a la pregunta:
«¿Dónde se encuentra ahora tu personaje?»
Y el que no pueda responderla, pierde. Adelante con los faroles.)
Dedicado a todos los niños
que quisieran ser
un poco menos obedientes
de lo que son.
Manolito era un niño muy obediente, muy amable, muy cordial, y las personas mayores estaban encantadas con él.
Si una señora le daba un caramelo, mamá le decía: «Manolito, di gracias a la señora», y Manolito decía: «Gracias».
«Manolito, di buenas tardes», y Manolito: «Buenas tardes».
«Manolito, ¿qué se dice?» Manolito siempre sabía lo que tenía que decir.
Venía una señora: «Hola, guapo, ¿cómo te llamas?» Y Manolito decía: «Manolito».
Si le hacían preguntas difíciles, Manolito ya no sabía responder. Por ejemplo, si un vendedor de helados le decía: «¿De qué quieres el helado?», él nunca encontraba la respuesta adecuada. De fresa, de turrón, de naranja, de pasta dentífrica (o sea: de menta), todos le gustaban y no sabía con cuál quedarse. De manera que mamá tenía que ayudarlo, ya fuera absteniéndose de comprarle helados, ya fuera preguntándole: «¿Quieres un helado de manzana?», y él sólo tenía que responder: «Sí», y tan contento.
Siempre decía que sí y las personas mayores le querían mucho.
Pero los otros chicos, sus compañeros de cole, ya no le querían tanto.
No les gustaba que continuamente diera la razón a los adultos, ni que fuera tan amable y tan educado a todas horas. Como ya habréis observado, los adultos se creen que lo saben todo, y se pasan la vida dictando lecciones y diciendo a la gente lo que tienen que hacer. Sólo les falta que venga alguien como Manolito, diciendo a todo que sí y haciendo que se crean que son los Amos del Universo. De vez en cuando, a los adultos hay que llevarles la contraria, hay que demostrarles que se han equivocado, o que no te apetece hacer lo que piden. No por nada: sólo para ponerlos en su sitio, para que no se acostumbren mal.
Comprenderéis que un niño como Manolito, haciendo constantemente la pelota a los mayores, era como un traidor a la causa infantil, una especie de espía infiltrado del cual nadie podía fiarse.
Y no era eso lo peor.