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Éste es el cuento de un niño que solamente tenía un hermano y eso ya le parecía demasiado... y un buen día decidió regalárselo a unos ladrones. ¿Queréis que os cuente la historia de este niño, que se llamaba Valentín? Si no queréis que os la cuente, ya podéis dejar de leer e iros a jugar a otra parte. Si la queréis conocer, tendréis que seguir leyendo. Una nueva aventura del Mago Sí, en la que los más pequeños de casa descubrirán el valor de la familia y de la amistad de quien tienes más cerca: tu propio hermano.-
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Seitenzahl: 38
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CUENTOS DE SÍ
La canción del Mago Sí
Éste es el cuento de un niño que solamen-
te tenía un hermano y eso ya le parecía de-
masiado...
...y un buen día decidió regalárselo a unos
ladrones.
¿Queréis que os cuente la historia de este
niño, que se llamaba Valentín?
Si no queréis que os la cuente, ya podéis sol-
tar el libro e iros a jugar a otra parte.
Si la queréis conocer, tendréis que seguir le-
yendo.
Andreu Martin
Ilustraciones de Francesc RoviraMúsica de Saki
Saga
A Juanjo y Alex,y a Neus y a Ferrán,y a Ferrán y a Marta,y a Laura y a Joana,y a Nerea y a Laia,y a Laia y a Paula,y a todos esos paresde hermanos que,inevitablemente,habrán tenido que experimentarsentimientos parecidosa los de Valentín.
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EL NIÑO QUE TENÍA MUCHO HERMANO
El caso es que, una noche, los ladrones
entraron en casa y se lo llevaron todo, todo,
todo.
Y «todo, todo, todo», en casa, quería decir
muchas cosas, porque mis padres habían ido
a un concurso de la tele, de ésos donde ga-
nas mucho dinero, y hasta un coche y todo,
si sabes contestar preguntas sobre una ma-
teria determinada.
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Mis padres saben mucho de onomástica,
que es la ciencia que estudia los nombres pro-
pios, y casi acertaron todas las preguntas que
les hicieron.
No llegaron a ganar el coche porque no sa-
bían que el nombre de Vanessa se lo inventó
Jonathan Swift (el autor de Los viajes de Gu-
lliver) cuando escribió su novela Cadenus y
Vanessa, en 1714.
Fallaron, sí, esta pregunta, pero adivinaron
otras muchas, y ganaron esta casita en que
vivimos, que no está nada mal, y un sinfín de
aparatos complementarios, desde una lava-
dora de ropa hasta el secador del cabello, pa-
sando por el microondas, la bicicleta estática
y el esterilizador de biberones.
Los ladrones debieron de ver el programa
en la tele y se percataron de que, entre to-
dos los premios, no había ningún sistema de
alarma antirrobos, y se dijeron: «Ésta es la
nuestra».
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EL NIÑO QUE TENÍA MUCHO HERMANO
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Y nos estuvieron espiando días y días has-
ta que vieron que mis padres salían a cenar
con unos amigos y que Toniete y yo nos que-
dábamos solos con la abuela, y pensaron: «o
ahora o nunca», y entraron por la ventana del
water de abajo.
Poner a la abuela para que nos vigilase no
era una idea demasiado acertada, por parte
de mis padres. La abuela era una señora ma-
yor y gorda que parecía muy despierta y acti-
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EL NIÑO QUE TENÍA MUCHO HERMANO
va de día, cuando sacudía el polvo y charla-
ba con las vecinas, pero de noche, en cuanto
se sentaba a digerir la cena ante el televisor,
se le cerraban los ojos irremisiblemente, se
le caía la cabeza a un lado y se ponía a ron-
car de tal manera que la vidriera del salón ha-
cía «prrrr, prrrr».
Cinco minutos después de que mis padres
hubieran salido de casa, los ronquidos de la
abuela ya estaban despertando a los vecinos,
y podíais soltar todas las ollas de la cocina,
con el estrépito espantoso que eso supone,
que a la buena mujer ni siquiera se le altera-
ba el ritmo de la respiración.
(Y puedo decirlo porque lo probé.)
De manera que se presentaron en casa los
dos ladrones y pusieron manos a la obra sin
obstáculos. Desenchufa por aquí, corta cables
por allí, empaqueta, transporta, amontona,
iban trabajando sin prisas, acumulando apa-
ratos en el recibidor.
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Yo, que me había despertado en cuanto hi-
cieron el primer ruidito, los espiaba desde mi
habitación, muerto de miedo.
Curiosamente, uno de los ladrones se llama-
ba Claudio y cojeaba y el otro se llamaba Blas
y tartamudeaba.
Y digo «curiosamente» porque debéis saber
que Claudio es un nombre que viene del latín
y significa «cojo», y Blas viene de la palabra
latina «blaesus», que quiere decir «tartamudo».
A Claudio parece ser que, precisamente, le
apodaban «el Cojo».
A Blas le llamaban «el Mocos».
—«Mocos», lleva estas cajas ahí, que yo no
puedo.
—¡No me llames «Mocos»! — protestaba él—.
¡Sabes que no me gusta!
—Está bien, «Mocos», perdona, «Mocos», no
volveré a decirlo, «Mocos».
«El Mocos» rezongaba.