El pez volador - Hipólito G. Navarro - E-Book

El pez volador E-Book

Hipólito G. Navarro

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Beschreibung

Hipólito G. Navarro es uno de los cuentistas más destacados en el panorama actual de la literatura española. Su desbordante imaginación, su humor inteligente, su virtuosismo expresivo y una capacidad de innovación en el género poco común lo han convertido en referente ineludible de la narrativa breve en castellano. Los relatos aquí seleccionados por Javier Sáez de Ibarra ofrecen al lector una magnífica oportunidad para introducirse en el mundo verdaderamente rico, insólito y deslumbrante del autor andaluz. "Cuando parecía imposible crear algo nuevo en el cuento, Navarro reinventa un modelo personalísimo de fabulación. La escritura: lúdica y afilada. Y los asuntos, impredecibles, por las realidades que convocan y por las muchas veces hirientes cuestiones humanas que ventilan". J. Ernesto Ayala-Dip, Babelia "Son tan arriesgados sus planteamientos, tan atrevidos sus modos constructivos, tan irreverente su careo con las convenciones de la escritura, y tan ocurrente su apuesta por perspectivas inauditas…, que la conclusión no se hace esperar: Navarro es uno de esos casos de radical singularidad creadora". Pilar Castro, El Cultural "Un ejemplo contundente de que lo artísticamente decisivo no es lo que se cuenta, sino el modo de contarlo". Ricardo Senabre, El Mundo "Una narrativa excitante que no se somete a ninguna convención; arte del siglo xxii". Javier Calvo, El País

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Hipólito G. Navarro

El pez volador

Antología de cuentos

Hipólito G. Navarro,El pez volador

Primera edición digital: octubre de 2016

ISBN epub: 978-84-8393-586-6

© Hipólito G. Navarro, 2016

© Del prólogo: Javier Sáez de Ibarra, 2008

© De la ilustración de cubierta: National Geographic / Gettyimages®, 2008

© De la ilustración de interior: Sebastián López, 1996

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2016

Colección Vivir del Cuento 1

Nuestro fondo editorial en www.paginasdeespuma.com

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Editorial Páginas de Espuma

Madera 3, 1.º izquierda

28004 Madrid

Teléfono: 91 522 72 51

Correo electrónico: [email protected]

El vuelo del pez

 

Una introducción a los cuentos de Hipólito G. Navarro

 

El cuento es un pez

 

«Pero coño, ¿un pez volador? [...] ¿Cuándo carajo había metido allí un pez volador que con seis docenas de colores diferentes en sus alas le saltó por encima del brazo, para dibujar la sorpresa de un arco iris que deslumbró por un instante el entero recinto del baño cuando más tranquila estaba la tarde?» («Sucedáneo: pez volador»).

 

Este fragmento del primer cuento que escribió Hipólito G. Navarro, según confiesa, resulta la metáfora perfecta de toda su narrativa breve.

Las palabras «malsonantes» indican que su escritura no quiere adscribirse a una estética correcta y convencional; su belleza choca de manera consciente con un estilo «bonito», además de con los temas a que suele ir aparejado. El cuento más clásico y su magisterio quiere estar explícitamente superado aquí.

La larga interrogación caracteriza también un tipo de relato que ofrece más preguntas que respuestas. Nuestro autor renuncia en cada línea a enunciar tesis, recoger observaciones, aconsejar; no encontramos en él esas migajas de filosofía que prodigan otros escritores. Lo cual deja en una posición nueva al lector: no se le expone un significado que debe aceptar, es él quien ha de dar sentido al texto.

El pez de este cuento salta dentro de una bañera muy sucia que el personaje protagonista hace años que no limpia. En la intimidad de un cuarto de baño, nacida del agua y de los detritus –diríamos: de lo más oculto, legamoso y profundo– surge esta bella criatura. Hay un fondo autobiográfico en la obra de nuestro autor: el paso del barro a la brillante carne del pez es el efecto mismo de la creación literaria.

La aparición resulta, con todo, inexplicable: el mismo protagonista no sabe justificarla. En sus relatos, los personajes una y otra vez se encuentran ante hechos que los sorprenden, los conmocionan; pero a los que se enfrentan para tratar de comprenderlos: la historia que se narra es, a menudo, el proceso de una investigación. A los lectores, por tanto, se nos ofrecen acontecimientos insólitos, aunque posibles. Estamos y no estamos en la realidad; dicho de otra manera: sus cuentos presentan del mundo una visión nueva, inverosímil, que brota de la originalidad de la trama, de la ocurrencia de la situación, de la particularidad del personaje. La sorpresa llega de cualquier lado. Y su efecto será que su cuento rompa con la inercia para invitarnos a una experiencia, un desafío, un acertijo sobre lo real que, aunque no solemos frecuentar, nos afectan íntimamente.

El pez irreverente que surge con fuerza es, al mismo tiempo, hermoso: deslumbra con sus colores en la tranquilidad de la tarde. El cuento quiere la perfección en todos sus niveles: la composición, la sintaxis, la creatividad verbal, la inventiva; su brillo rehúsa la tonalidad gris de lo ordinario y sus costumbrismos; su color desplegado es novedad, originalidad, fantasía.

Pero ese salto y su vuelo duran sólo un momento, por eso mágico. Brinca desde el agua, se deja ver en el aire y se oculta, regresa al silencio. Un instante de distracción y lo hemos perdido. La narración breve, muy especialmente la de Navarro, se sostiene en una tensión que exige del lector una atención máxima, ya que un nombre, un adjetivo, la construcción de una frase o una referencia dicha como de pasada pueden resultar decisivos. Su prosa rigurosa ha de leerse con el mismo rigor con que se escribió.

El cuerpo, del fondo turbio, emerge limpio; el agua se cambia por aire, la aleta se vuelve ala; el pez sale de un medio y se introduce en otro, huye de su condición: es un pájaro durante un instante. El cuento se hace poesía y música, exhibición y grito, maravilla en movimiento. La impresión de su vuelo súbito queda flotando como una pregunta contra esa tarde serena y dominante. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sido? ¿Qué nos ha quedado temblando tras su lectura? Bajo una explosión de belleza, su pirotecnia verbal, su extraordinaria exhibición de talento narrativo y poético, ¿qué ha sucedido?

 

 

Quién es Hipólito G. Navarro

 

Hipólito González Navarro, que había nacido en Huelva en 1961, se marcha a Sevilla a los dieciocho años para estudiar la carrera de Biología, que dejará inconclusa. En esa ciudad, en la que vive desde entonces, empieza a escribir relatos deslumbrado por la lectura de Poe, Beckett, Kafka y Cortázar. Su pasión por la música (el jazz), su vida primero de estudiante, y enseguida de trabajador (como cuidador de enfermos, camarero, ayudante de electricista o corrector de pruebas en una editorial), el ambiente de los bares, los escarceos amorosos, la vida familiar, las tertulias literarias, la experiencia de un mundo abigarrado y fantástico, la formación de una familia y la paternidad nutren los textos que escribe febrilmente en la década de los ochenta.

Una pequeña editorial andaluza, Don Quijote, publica sus primeros relatos: El cielo está López (1990) y, vista su buena acogida entre los lectores, Manías y melomanías mismamente (1992). Desde 1994 a 2001 crea y dirige la revista Sin embargo, dedicada en exclusiva a este género, donde da espacio a escritores jóvenes, algunos muy reconocidos ahora. Más adelante, aparecen dos nuevos libros; El aburrimiento, Lester (Anaya & Mario Muchnik, 1996) marca un hito entre los cuentistas, que descubren en él un ejemplo de libertad y originalidad para la narrativa breve. Le sigue Los tigres albinos (Pre-Textos, 2000). Ese mismo año publica su única novela: Las medusas de Niza (Algaida, 2000). Además, por esos años lleva su creación a la prensa: en Diario de Sevilla saca su columna «Atajos para un rodeo» (1999-2001), que combina crónica y cuento; y en El Día de Córdoba, su sección: «La contra». Finalmente, en el volumen Los últimos percances (Seix Barral, 2005) –que obtuvo el prestigioso Premio Mario Vargas Llosa NH (2006) al mejor libro del año– reúne sesenta y siete relatos: sus dos últimos libros completos, una selección personal de otros anteriores y algunos inéditos.

Su obra se encuentra en numerosas antologías y ha sido traducida a varias lenguas. Él mismo es invitado a conferencias, entrevistas, presentaciones de libros o jurados de premios, estimado como uno de los mayores entendidos en el relato breve y por la libertad, la ausencia de presunción, la inteligencia y el buen humor con que interviene. Pero, sobre todo, Hipólito G. Navarro es un escritor original dotado de un estilo inconfundible, que abre un camino para la imaginación en el cuento del siglo que ha empezado.

 

 

El pez risueño

 

Lev Tolstoi habló de la literatura como «alta seriedad». El arte de la escritura no se define sólo por el cuidado de la forma, sino también por su preguntar acerca de la condición humana. Creo que la profundidad salva al género del cuento de su peligro mortal: la frivolidad, lo inane. En palabras del crítico Ernesto Ayala-Dip: «El mercado que aprieta y una desmedida falta de autoexigencia hace muchas veces que el cuento adquiera cierta forma de viñeta apañadita, pero nada más»*. Las pocas páginas de un cuento pueden, sin embargo, encaminarse a lo hondo, y una de las maneras consiste en el humor.

Navarro ha declarado que escribir fue para él la prolongación creativa de contar chistes. Sus historias casi siempre son humorísticas, las situaciones que plantea, las acciones y reacciones de los personajes, la original manera de narrar divierten, suscitan la sonrisa o la carcajada a sus lectores. Al mismo tiempo, refieren siempre alguna contrariedad: los protagonistas se enfrentan a situaciones difíciles, peligrosas, incluso duras. Sus deseos no se cumplen, sus expectativas fracasan, sus victorias son ambiguas; muchos de sus relatos tienen un final amargo, si no agridulce. Y, no obstante, disfrutamos con ellos. En su célebre estudio sobre la risa, Henri Bergson había dicho que el ser humano se solaza con la adversidad –como ante ese hombre que persigue su sombrero rodando por la calle–. El malestar, la insatisfacción, el dolor, pueden coincidir con el humor; he ahí la paradoja. Más aún, siguiendo a Freud, un relato cómico, un chiste, suele ocultar un conflicto. El humor alivia la tensión y permite, así, soportar lo que nos preocupa o nos asusta y encararnos con ello.

Hipólito G. Navarro como Kafka, Mrozek, Beckett o Monterroso (por citar nombres que él aprecia) puede inscribirse en la tradición de escritores que, con el tono o los ingredientes aparentemente ligeros de la comedia, plantean cuestiones fundamentales de la vida humana. El pez de sus cuentos se sumerge en esas aguas profundas para rastrear lo que somos, recogiendo experiencias como el miedo a la soledad, la tensión insoportable del deseo sexual, la necesidad de ser amado, el afán por el triunfo y el reconocimiento, la violencia que padecemos y uno mismo ejerce, las tristezas de la carencia, la angustia de elegir ante la incertidumbre del destino, el paso del tiempo como degeneración y pérdida, el miedo a la muerte... La riqueza argumental de este autor hace que la relación sea amplísima. Ese pez suyo va descendiendo línea a línea y nos invita amablemente a seguirlo hasta el fondo de la verdad. Sus personajes, nuestros hermanos, nos guían.

Quisiera añadir algo más aquí. Podemos asomarnos al primer cuento, «Meditación del vampiro», para entender el oficio del cuentista: observa, deja pasar el tiempo de los otros, se maravilla con la belleza del mundo, aguarda con calma, antes de emprender su vuelo. También de esta manera cabe leer «Penúltimo aprendizaje», ¿quién es ese personaje desvalido?, ¿por qué se queda fuera del grupo? ¿No será el precio que ha de pagar el que narra, aunque sufra por ello? Hay un eco del albatros-poeta de Baudelaire en esa ave que sobrevuela la tierra antes de declarar lo que ve.

 

 

Inmersiones

 

Esta antología quiere servir de presentación de Hipólito G. Navarro a los lectores que no han tenido la fortuna de leerlo; toma su título del relato «Sucedáneo: pez volador», y se divide en tres secciones que, siguiendo los movimientos de ese pez metafórico, se adentra en su particular mundo literario.

Si nos sumergimos en las aguas más profundas de sus cuentos, veremos que muchos plantean un mismo drama: el esfuerzo por la satisfacción de un deseo. Sus personajes saben con claridad lo que quieren, no lo discuten ni se engañan a sí mismos; por el contrario, experimentan su anhelo con tensión, incluso con violencia: «un deseo apretado que iba acumulando durante todo el día y toda la noche y que reventaba furioso y feliz en ese instante verdaderamente enloquecedor» («Plano abatido»). Dominados por el ansia, les urge su cumplimiento que esperan como una liberación. Sin embargo, algunos de ellos pierden la fuerza, se quedan en el proyecto de lo que podrían hacer y se consuelan sólo imaginándolo. En ese mundo de los deseos perdidos acaba su historia.

Frente a estos, la inmensa mayoría de sus personajes son activos: ponen todo su empeño en conseguir lo que quieren y, si algo falla, vuelven a intentarlo incluso con más ímpetu. Ahora bien, leemos cómo topan casi siempre con circunstancias adversas que los hacen fracasar. Su lucha resulta en balde. Lo curioso es que su derrota pocas veces se debe a la voluntad contraria de otro personaje; viene de algo así como un poder superior, un entramado de relaciones, causas y efectos entre los que se encuentran que malogran sus propósitos. Creo que resulta interesante relacionar aquí la obra de nuestro autor con las parábolas de Kafka, donde los personajes padecen el rigor de un orden desconocido e implacable; o las situaciones límite en que tratan de sobrevivir los de Beckett. Ambos escritores han revelado magistralmente la impotencia de la existencia humana. Pero yo diría que mientras en el primero asistimos al poder de un orden previo e inalcanzable (la ley), y en el segundo a la falta de consistencia de lo que existe (el vacío), en Navarro damos con una experiencia particular: lo viscoso. Ese orden dominante no preexiste a las acciones de los personajes, se manifiesta justamente cuando estos las emprenden: como si cada vez que intentaran un movimiento, quedasen enredados en el seno de un cuerpo o un organismo pegajoso en el que se hallaran inmersos**.

La niña de «Mi mamá...» está sometida a un mundo de adultos que no entiende; los propósitos de los chicos en «Las notas vicarias» se truncan ante un cambio que, paradójicamente, parecía beneficiarlos; el obrero de «Inconvenientes...» tiene vedado el acceso a un orden que lo supera. Ninguno renuncia a sus deseos, luchan, se esfuerzan, se rebelan; pero sus actos no vencen la resistencia del mundo real en que se hallan, y sucumben.

Muchos de los personajes de Hipólito G. Navarro utilizan la violencia: unos, para resarcirse de su frustración con la explosión de ira o la venganza; otros para alcanzar su propósito. Se diría que es esperable; sin embargo, este autor nos obliga a mirar más allá: nos muestra cómo los deseos satisfechos a la fuerza no proporcionan alegría; al contrario, implican siempre un alto precio que ha de pagar precisamente el que cree haber triunfado. Así ocurre que, al final, algo no termina de encajar del todo, alguien resulta dañado, la felicidad se escapa, la victoria sobre la resistencia que impedía el deseo resulta en realidad un fracaso.

Pero si la consecución de lo querido resulta tan perniciosa como su pérdida se diría que no hay salida. ¿Qué sugiere el autor, que la dinámica del querer es, en definitiva, una trampa?, ¿que imponer el propio deseo nos hace desgraciados? Y, sin embargo, nada más lejos de los personajes que renunciar al objeto de los sueños o rendir la voluntad; no encontramos en ellos la alternativa de una actitud resignada o estoica; sus mentes, sus cuerpos se mueven siempre hacia adelante, hasta el límite. Por ejemplo, podemos leer el cuento titulado «¿El tren para Irún, por favor?» –terrible en su comicidad– como el inacabable debatirse de un hombre por comprenderse a sí mismo; el lector entiende que ese esfuerzo lo destruye, pero que no concluirá mientras no encuentre una respuesta.

Los relatos de Hipólito G. Navarro, bajo el brillo de su humorismo, se dirigen al hondo secreto de la identidad y el deseo de las personas. Algo trágico nos circunda, parece decirnos; ahora bien, ¿cabe alguna solución? ¿Es posible vivir alguna clase de dicha que no dañe a otros ni se vuelva contra uno mismo? Quede la pregunta abierta por ahora.

 

 

Saltos

 

El estilo de un escritor es como una caja, le permite meter unas cosas y no otras: en una estrecha caben estupendamente unos palos de golf, pero no una cacerola; en un sombrerero entra el sombrero, pero a la raqueta le sobra el mango. El estilo conforma el contenido, le permite aparecer y discurrir o lo obstaculiza.

El arte de Hipólito G. Navarro puede calificarse de barroco. Lo barroco no entendido como ornamento, y en esa medida prescindible, sino como lo que consiente la reunión de lo múltiple, complejo, contradictorio, dinámico, tenso, violento, dramático, exagerado, extremo. Es decir, aquel estilo que convulsiona su opuesto: lo clásico, el cual ejerce la reducción de la experiencia a una forma medida, serena, ordenada y pulcra. El espíritu barroco vive en la confusión, y brilla en la medida en que quiere retener en sus expresiones la mayor cantidad posible de realidad, la cual se le antoja esencialmente densa.

Los cuentos de nuestro autor están imbuidos de ese espíritu. A menudo, el relato presenta una estructura difícil: empieza en medio de la acción, se fragmenta, salta en el tiempo o de la visión de un personaje a otro, adelanta acontecimientos que se desvelan más tarde, adopta un final abierto... Todo esto no ocurre por mero capricho experimental, aunque siempre hay algo de juego en ello, sino que indica un peculiar modo de entender-enfrentarse al mundo, al que quiere ser fiel. La sintaxis es rica sin necesidad de recurrir a oraciones interminables. El vocabulario no se escoge por petulancia (aunque a Navarro le gusta citar los nombres científicos de animales y plantas); sin embargo combina los niveles lingüísticos: lo culto y lo coloquial, lo técnico y lo poético, de manera que trastoque el «bien decir» que se espera de «lo convencional literario».

Ahora bien, su barroquismo se manifiesta fundamentalmente en su asombrosa creatividad verbal. Así, por ejemplo, emplea con abundancia metáforas (y, en cambio, apenas comparaciones); en especial, una metáfora «desplazada» que, ligada a un término, alude en realidad a otro: «las cáscaras del aburrimiento de pipas de girasol de las parejas» («Base por altura...»). Juega con los adjetivos, que pueden aludir a las causas o las consecuencias de los nombres a los que califican. Inventa neologismos y greguerías. Recrea expresiones conocidas dándoles nuevos sentidos. Utiliza de forma original las personificaciones, casi siempre con humor, que participan de su visión de la realidad como organismo. El estilo, en fin, se vuelve tanto más complejo cuanto más libre es la imaginación para disponer de la lengua en invenciones que la misma lengua sugiere. Su relato «El aburrimiento...» resulta un ejemplo logrado de creación verbal, donde observamos el rastro fecundo de la escritura automática surrealista. En su nombrar dispara propuestas de sentido y experiencia en múltiples direcciones.

El pez del cuento goza saltando, liberándose de la lógica de la lengua habitual, inventando posibilidades sin fin. Entonces sucede: la fuerza del estilo barroco, así como permitía recoger de una vez los contrastes, las paradojas, las contradicciones o iluminar dimensiones que permanecían latentes en el decir y el hacer acostumbrados, puede también originar realidades. Esa experiencia de la imaginación al mando que actúa por medio del lenguaje verbal es una experiencia gozosa del creador que contagia al lector mismo. Con esa especial alegría se pueden leer cuentos como «Sucedáneo: Pez volador», «A buen entendedor», «Con los cordones desatados...».

 

 

Vuelo

 

Hipólito G. Navarro abandonó la carrera de Biología; en charlas, conferencias, incluso en las solapas de sus libros, donde otros citan sus méritos, él se denomina «biólogo interruptus». Además de un estupendo chiste, permite entender un aspecto fundamental de su obra: la importancia de la actitud científica, sin embargo insuficiente. La apreciamos en sus personajes que, en medio de sus dificultades, miden, calculan, tratan de averiguar qué son las cosas, definen conceptos, formulan hipótesis: emplean su racionalidad convencidos de que ese saber les ayudará a entender lo que ocurre y conseguir lo que buscan. Por eso la trama de muchos cuentos se organiza como el intento de resolución de un enigma planteado en las primeras líneas.

Ahora bien, esa confianza en el conocimiento se derrumba enseguida ante dos limitaciones. De un lado, el personaje que investiga no posee toda la información, lo que lo convierte en víctima de su ignorancia y de la acción de otros (como en «Las especies protegidas»). Pero, además, sucede que el objeto de su investigación es inescrutable, cambia de forma, se escapa: cuanto creía conocer de él se vuelve engañoso y no se deja definir: «la figura cambiante que ofrece la pared en su deterioro es monja primero, mi abuela retratada en sepia después, luego una serie de abultamientos y descalabros inexplicables, fetos, barrigas hinchadas, gestación de ideas que se arremolinan unas detrás de otras sin dar lugar a algo claro y definitivo» («En el fondo de la memoria», Maníasy melomanías mismamente, 150).

«Sin dar lugar a algo claro y definitivo», porque nada lo es en este mundo proteico. ¿Qué podemos decir de algo si no deja de moverse y transformarse? ¿Qué conocemos en realidad? Navarro plantea uno de los rasgos definitorios de nuestra actual condición histórica: la relatividad de nuestro saber. Este hecho, que puede resultar muy cómico en algunos cuentos, se vuelve dramático cuando afecta a las preguntas existenciales; como con el personaje de «¿El tren para Irún...?»: «¿soy yo un río de proyectos que se ahogan? (...), ¿soy un hijo? ¿soy? (...), ¿yo estoy vivo aún? (...), ¿soy una carga?».

De manera que la deseada, la necesaria racionalidad, no alcanza su objetivo y fracasa: ni proporciona un conocimiento firme, ni previene de los peligros, ni asegura la supervivencia. Los personajes quedan sumidos en la incertidumbre: «Es verdad y es mentira, no sé nada y lo sé todo (...). He sido incapaz de comprender, de saber», confiesa el narrador de «Plano abatido». Los narradores de nuestro autor suelen compadecerse de las criaturas más perdidas, en tanto dedican burlonas alusiones a científicos, críticos, sabios, pensadores...

¿Hay alguna salida? Este pez de los cuentos que conoce el fondo y gusta de hacer cabriolas, ¿no alcanzará una posibilidad para sostenerse en la dicha?

Y se encuentra, sí, en algunos de los relatos, la posibilidad de vivir con cierta felicidad en un mundo incomprensible y hostil. Consiste en trascender aquello que parecía más fiable: la urgencia de cumplir el deseo a cualquier precio y la seguridad debida al conocimiento; pues ambos han resultado incapaces de colmar ese anhelo de plenitud.

En los cuentos de esta sección, vemos que la alegría llega a una clase especial de personajes: el que ama más allá de su interés, el que se arriesga y obtiene una victoria aunque sea moral, el que perdona a su enemigo, el que ríe incluso en las situaciones difíciles, el que se acepta a sí mismo, el que rompe con sus ataduras y se atreve a vivir. Estos se liberan de ese entramado viscoso de violencia al que se hallaban sujetos, y alcanzan una cierta manera de felicidad.

El último cuento aquí recogido, «Sucedáneo: pez volador», es una explosión de todas las cualidades que constituyen un modo de vida diferente: la salvaguarda del espacio y el tiempo personales, el reconocimiento de la propia singularidad, la imaginación libre, el gozo del compartir, la desinhibición, la dislocación de las jerarquías, la aceptación del propio cuerpo, la admisión de la vida en todas sus formas, la apertura a la sorpresa, el contagio del buen humor. Este maravilloso relato –como «Con los cordones desatados...»– escenifica el poder de seducción que tiene para los demás una personalidad auténtica; pues sólo ella vence el mimetismo negativo de la sociedad para abrir un espacio humano y fraterno. En el poderoso símbolo del barro y del agua de la bañera entendemos el cieno en donde la vieja existencia se pudre para que renazca la nueva.

Sí, verdaderamente, el pez que nadaba ha saltado, surca el espacio y deja que contemplemos la belleza magnífica de su vuelo.

 

 

El lugar de Hipólito G. Navarro

 

Creo que la obra de Hipólito G. Navarro reclama los tributos de la crítica especializada, que no son sino un estudio que explicite la potencia de sus textos y su inclusión en la tradición literaria. Tal pretensión ha de sonar ilusoria, tratándose sólo de un escritor de cuentos, pero a ella quiero contribuir con unas reflexiones finales.

 

a) Hipólito G. Navarro y el «cuento convencional».

Varios estudiosos, aun reconociendo que no existe un estudio en profundidad sobre el cuento español, coinciden en acusarlo de inmovilismo. Fernando Valls, por ejemplo, considera que en nuestro país «más bien se ha cultivado el relato realista y costumbrista, y muy poco lo que podemos denominar como cuento literario moderno». Además, se lamenta de que «haya sido en España el género de trayectoria más conservadora y donde más tarde se ha producido la evolución temática y técnica»***.

En su corta vida como género se ha enriquecido con numerosas innovaciones; sin embargo, parece predominar tanto en la creación como en la recepción un tipo de cuento que, más que realista –pues realismos hay muchos–, podemos llamar «convencional». Creo que cabe identificarlo en estos rasgos: un argumento inspirado en la vida cotidiana, una trama lineal, un narrador fiable (no problemático), unos personajes reconocibles, un uso funcional de la lengua, un tono cordial (ya sea ocurrente, sentimental o moralizador), un discurso afirmativo de los valores dominantes y una intención lúdica.