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Eran jóvenes, bellas, viudas... y duquesas Genevieve Forster, duquesa viuda de Woollerton, sabía muy bien que tenía que dar un paso hacia adelante y empezar a disfrutar. Después de un matrimonio desdichado, estaba dubitativa, pero, en lo más profundo de su ser, anhelaba que la tentaran... No era de extrañar que a lord Benedict Lucas, con ese aire esquivo y pecaminoso, sus amigos y enemigos lo llamaran Lucifer. No temía escandalizar a la envarada alta sociedad. Además, disfrutaría enormemente mientras sacaba a la luz el lado desvergonzado de Genevieve...
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Seitenzahl: 268
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2013 Carole Mortimer. Todos los derechos reservados.
EL PLACER DEL ESCÁNDALO, Nº 535 - Septiembre 2013
Título original: Some Like to Shock
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3526-9
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Él era bello como un ángel caído, no en vano era conocido entre sus amigos como Lucifer, y ella anhelaba descubrir aquel mundo de sutiles pecados que su amistad prometía. Después de un matrimonio lleno de dolor, Genevieve deseaba más que nada caer en la tentación que él suponía. Si ese mundo de refinados placeres llevará o no al amor verdadero es algo que os «incitamos» a descubrir. Y, para seguir con el leit motiv de la trama, esperamos que «caigáis en la tentación» de leer con avidez esta espléndida novela de Carole Mortimer que tenemos el «placer» de recomendaros. Su nombre es suficiente carta de presentación por si nuestros consejos no os «incitaran».
¡Feliz lectura!
Los editores
Mayo de 1817 en Londres
—¿Puedo llevarte en mi carruaje, Genevieve?
Genevieve se dio la vuelta para mirar al hombre que estaba al lado de ella en lo alto de las escaleras que bajaban de la iglesia de San Jorge, en la plaza Hanover. Los dos habían sido testigos de la boda de unos amigos comunes. Lo que le había sorprendido no había sido el tono, sino la pregunta en sí, ya que su propio carruaje y su doncella la esperaban visiblemente al pie de las escaleras para llevarla a su casa en la plaza Cavendish. Eso además de que ella era Genevieve Forster, duquesa viuda de Woollerton, y él era lord Benedict Lucas, conocido entre sus amigos y enemigos como Lucifer. Había una diferencia social entre ellos y hasta ese momento solo se conocían de vista, por lo que debería haberla llamado por su título y no por su nombre de pila...
—¿Genevieve...?
Sintió un estremecimiento de excitación por la intensidad de su voz ronca, por la mirada de sus enigmáticos ojos negros como el carbón y por la ceja que arqueaba burlonamente bajo el sombrero de copa que se había puesto al salir de la iglesia. Lucifer... Ese nombre le iba como anillo al dedo a ese caballero con un pelo moreno que se ondulaba suavemente sobre el cuello de la levita negra, con una nariz recta y afilada entre unos pómulos bien marcados y con una boca cincelada que, de vez en cuando, esbozaba un gesto de conformidad, pero que, normalmente, apretaba los labios para mostrar un desdén implacable sobre el mentón firme y arrogante.
Lucifer, de treinta y un años, solo era seis años mayor que ella, pero la profundidad de las emociones que se ocultaban tras esos ojos negros y brillantes indicaban que era un caballero mucho mayor que lo que decía su edad. Ella, y toda la sociedad, sabían que eso se debía en parte a la trágica muerte de sus padres hacía diez años. Lucifer los encontró asesinados en su residencia del campo y nunca se encontró al asesino. Quizá por eso siempre iba vestido de negro con inmaculadas camisas blancas, todo ello perfectamente hecho a medida, naturalmente, para realzar sus amplias espaldas, su musculoso pecho, su estrecha cintura y sus largas piernas con botas negras. Era una vestimenta que debería haberle dado un aire sombrío, pero que en él solo aumentaba su aspecto peligroso y esquivo. Aunque, si ella había entendido su oferta, no estaba siendo esquivo al ofrecerle llevarla en su carruaje... Si ella aceptase su oferta, sería coherente con lo que les dijo hacía una semana a Sophia y Pandora, sus mejores amigas.
Como eran viudas que acababan de volver a la sociedad después del preceptivo año de luto, deberían encontrar un amante antes de que terminara la Temporada. Había sido una idea casi inmoral por su parte, lo sabía, y dicha más como fanfarronada que como una verdadera intención porque, al fin y al cabo, su matrimonio con Josiah Forster había sido doloroso y humillante y la había dejado con muchos reparos físicos hacia todos los hombres.
—Es muy amable, milord, pero...
—Una mujer tan... atrevida como tú no puede ponerse nerviosa por montarse sola en mi carruaje, Genevieve...
El estremecimiento de excitación dejó paso a otro de alarma al oír la palabra «atrevida» dicha por él. Era exactamente la misma que había empleado ella hacía una semana cuando habló con Sophia y Pandora de encontrar un amante. Ella sabía que uno de los dos mejores amigos de Lucifer había oído la conversación. ¿Se la habría contado? Si lo había hecho, habría sido muy poco caballeroso. Levantó la barbilla y miró a Lucifer con la cautela reflejada en sus ojos azules.
—No sabía que alguna vez hubiese dado motivos para que mi comportamiento pudiese considerarse atrevido, milord.
Tampoco creía que fuese capaz de hacerlo. Una cosa era decirles una bravuconada a sus amigas y otra muy distinta llevarla a cabo. Además, toda la flor y nata de la sociedad hablaba en voz baja de Benedict Lucas, si se atrevía a hablar de él. Era un hombre de pasiones profundas y vehementes, que hacía diez años juró que encontraría a la persona que asesinó a sus padres tardara lo que tardase y que la mataría antes de confiar en la justicia. También era conocido como uno de los mejores tiradores de Inglaterra y como un espadachín muy bueno, habilidades que había perfeccionado durante los años que pasó en el ejército y que indicaban que era perfectamente capaz de cumplir su amenaza.
—¿Ha oído usted otra cosa, milord? —insistió ella al no recibir respuesta de él.
Benedict podría haberse reído porque esa expresión de recriminación y orgullo no encajaba en el hermoso rostro de Genevieve Forster, pero hacía diez años que no se reía ni se divertía con facilidad. Esbozó una sonrisa dura y burlona.
—Nada concreto, Genevieve —él siguió llamándola por su nombre de pila porque había notado que le molestaba—. Sin embargo, estoy seguro de que todavía estás a tiempo de subsanar esa carencia si decides...
Genevieve Forster era una mujer muy hermosa. Los abundantes rizos que asomaban por debajo de su sombrero azul eran como llamas y sus ojos como violetas. Su nariz era un poco chata, sus labios, carnosos y sensuales y su cutis, muy blanco y aterciopelado. Aunque era menuda, casi frágil, el escote de su vestido azul dejaba vislumbrar unos pechos exuberantes.
Sabía que había estado casada durante seis años y que llevaba uno viuda. No tenía familiares masculinos, salvo su hijastro, el duque, un caballero algunos años mayor que Genevieve, y se sabía que no se llevaban bien. Sus dos mejores amigas tenían sendas relaciones sentimentales y él sabía que eso las alejaba de Genevieve. Él nunca había acechado a mujeres desprotegidas, pero una viuda de veinticinco años no podía entrar en esa categoría. Una amistad pública con ella le vendría muy bien, por el contraste, para lo que tenía que hacer durante las siguientes semanas como espía de la Corona y, además, disfrutaría mucho de esa amistad con una mujer tan hermosa y jovial.
—Salvo que, naturalmente, te parezca demasiado atrevido ir conmigo en mi carruaje... —la desafió él con suavidad.
Genevieve se encrespó ante lo que le pareció un insulto a la independencia que había intentado conseguir con mucho esfuerzo desde que se quedó viuda... y tampoco era una joven que se cohibiera fácilmente. Era duquesa y viuda y, como tal, podía hacer lo que quisiera. Además, no le daría al arrogante y burlón Benedict Lucas el placer de que la considerara una cobarde.
—En absoluto, milord —replicó ella con una frialdad gélida—. Si me concedéis un minuto para que despida a mi carruaje...
—¿Y a tu doncella?
Ella se puso un poco más rígida por el nuevo desafío.
—Y a mi doncella —concedió ella con la misma frialdad, después de pensarlo unos segundos.
Benedict Lucas le ofreció el brazo para bajar las escaleras. Ella, con el corazón algo acelerado, apoyó la mano enguantada en su musculoso brazo y permitió que él la acompañara a su carruaje, donde él se excusó para dirigirse hasta su cochero para esperarla.
—¿Está segura, excelencia?
May, la doncella de Genevieve desde hacía siete años, miró con los ojos como platos al peligroso y atractivo Lucifer cuando supo que su señora quería volver a su casa en el carruaje de él.
—Sí, estoy muy segura —aseguró Genevieve con una firmeza que no sentía.
May sabía mejor que nadie lo espantoso que había sido el matrimonio de Genevieve con Josiah Forster.
—He oído muchas cosas de ese caballero... —insistió la doncella.
—Gracias, May.
Genevieve también había oído muchas cosas de Lucifer y todas depravadas, pero ¿qué podía hacer cuando la había desafiado tan abiertamente? Podía haber salido corriendo lo más lejos posible... ¡No! No podía ni quería seguir viviendo como tuvo que vivir durante su matrimonio con Josiah, cuando estaba asustada de su propia sombra casi todo el tiempo. Aunque la idea de estar a solas con un caballero le alterara el pulso y le encogiera el estómago hasta tener náuseas. Además, ¿qué podía hacerle Benedict Lucas en su carruaje y a plena luz del día?
—¿Le parece necesario, milord?
Benedict le sonrió mientras bajaba las cortinillas de las ventanas.
—¿No te parece que el sol brilla... demasiado? —le preguntó él en tono burlón.
Ella lo miró detenidamente durante unos segundos.
—Es un poco... fastidioso —concedió ella.
—Efectivamente —Benedict siguió mirándola a los ojos mientras bajaba la última cortinilla—. Así está mucho más agradable.
—Mucho más —añadió ella con una sonrisa fría, aunque el pulso le latía a toda velocidad en la base del cuello—. ¿La boda de hoy le ha sorprendido tanto como a mí?
—No —contestó él tajantemente.
Las confidencias del novio eran confidencias y no iban a dejar de serlo.
—¿Cree que...?
—No.
Genevieve arqueó las cejas doradas y algo rojizas.
—No ha oído mi pregunta.
Él esbozó una sonrisa implacable.
—Ni falta que hace cuando no pienso comentar los asuntos privados de la novia o el novio —replicó él mientras miraba el movimiento de los pechos de ella al tomar aliento—. Tiene un precioso... collar.
—Yo... Gracias. Fue un regalo de boda.
Sus dedos enguantados se dirigieron instintivamente al zafiro del tamaño de un huevo de petirrojo.
—Evidentemente, tu marido tenía un gusto muy refinado —murmuró Benedict—. Tanto por su esposa como por las joyas que le regalaba.
—Puede pensar lo que quiera, Lucas.
Ella lo dijo en un tono duro como el acero. Él la miró con los ojos entrecerrados y captó el rubor de sus mejillas y el brillo de enojo en sus preciosos ojos azules.
—¿Acaso el duque no era un caballero de gusto refinado...? —preguntó él lentamente.
—¡No era un caballero en absoluto! —exclamó ella como si se sintiera ofendida—. Además, le diré, Lucas, que si al invitarme a su carruaje pretendía trabar algún tipo de amistad, ha errado estrepitosamente al sacar el tema de mi difunto marido.
Benedict arqueó las cejas ante su franqueza.
—¿No fue un matrimonio feliz?
—Evidentemente, no.
Genevieve Forster estaba resultando mucho más entretenida de lo que él había podido imaginarse antes de mantener una conversación con ella.
—¿No te pareció que convertirte en duquesa... compensaba adecuadamente las carencias del duque como marido?
—No —el brillo burlón de los ojos de Benedict no mejoró en nada el humor de ella—. Le recomendaría que la próxima vez que se encuentre a solas con una mujer no le hable de su marido fallecido.
—Si te he ofendido...
—No me ha ofendido, milord, estoy aburrida por esta conversación.
Ella levantó la cortinilla que tenía al lado y miró hacia la calle. Él se quedó en silencio unos segundos que le parecieron eternos y se dio cuenta de que nunca se había encontrado con una mujer como Genevieve Forster, y, aunque siempre era discreto, había conocido íntimamente a unas cuantas mujeres durante los últimos doce años. Mujeres a las que había deseado físicamente, pero a las que no había querido conocer en ningún otro sentido, y mucho menos había querido conocer los detalles privados de sus vidas.
Sus intenciones con Genevieve Forster habían sido igual de desapasionadas. Había querido aprovechar su amistad con ella como excusa para aparecer en sociedad, igual que había hecho otras veces.
Siempre evitaba acudir a bailes o fiestas y solo aceptaba alguna de esas invitaciones cuando tenía que hacerlo como agente de la Corona. Era enojoso que Genevieve Forster expresara tan claramente su falta de interés por esa amistad, pero también era bastante intrigante.
—¿No puedo redimirme de alguna manera? —intentó congraciarse él.
Ella se volvió para mirarlo con el ceño levemente fruncido.
—Le diré que estuve casada durante seis desdichados años y que he pasado el último año de luto por un marido al que despreciaba con toda mi alma. Por lo tanto, en el futuro solo busco diversión y aventuras.
Él sabía que la diferencia de edad entre el duque y ella era muy grande, pero no sabía las circunstancias del matrimonio entre Genevieve y Josiah Forster. Ya las sabía, pero no podía evitar preguntarse por qué había sido un matrimonio tan infeliz.
—¿Crees que no puedo ofrecerte diversión y aventuras?
—Es posible que cierto tipo de aventura, sí —reconoció ella en tono comedido—. Al fin y al cabo, le conocen como el peligroso y esquivo Lucifer.
—¿De verdad? —preguntó él con las cejas arqueadas.
—Claro —ella asintió burlonamente con la cabeza—. Sin embargo, ¿diversión...? No, no lo creo, milord —replicó ella con una sonrisa fría y casi despectiva.
Benedict se sintió más molesto todavía por ese rechazo tan directo.
—¿Cómo puedes estar tan segura si haber estado en mi compañía?
—Estoy con usted en su carruaje, milord.
Ella lo miró con arrogancia.
—¿Y?
—He tenido tiempo suficiente para comprender que somos tan distintos que no congeniaríamos.
La impotencia que sentía Benedict por la conversación y por esa mujer aumentaba cada minuto que pasaba.
—¿Asistirás esta noche al baile de lady Hammond?
Ella se encogió de hombros con elegancia.
—Todavía no he decidido si asistir o cenar en privado con el conde de Sandhurst.
—¿Estás pensando en cenar con Charlie Brooks? —preguntó él inclinándose hacia delante.
Los ojos azules de ella adoptaron un gesto defensivo ante el evidente desdén de él.
—El conde no solo es encantador y amable, también es guapo como un dios griego.
El conde de Sandhurst era todo eso, pero también era famoso por ser uno de los mayores libertinos de Londres, algo que encajaba perfectamente en sus planes de entregarse a la diversión y las aventuras después de haber estado casada con un hombre que carecía de esas virtudes, un hombre al que despreciaba, según ella había dicho claramente. ¿Su enojo con Sandhurst podría deberse a que ella le había dicho que no congeniarían? Era posible, reconoció él con fastidio. ¡Qué lo rechazaran por un mamarracho como Charlie Brooks!
—Tengo una cita a última hora de la tarde, pero los dos podríamos cenar juntos por la noche si eso es lo que te parece que podría ser divertido y aventurado —ofreció él casi sin darse cuenta.
—No, pero gracias por ofrecérmelo —rechazó Genevieve sin inmutarse.
—¿Puede saberse por qué? —estalló él.
—Entre otras cosas, porque no me gusta que me digan que seré la segunda cita.
—¡Es una cita de trabajo!
Ella volvió a encogerse de hombros.
—Entonces, le deseo más suerte con esa cita que la que ha tenido conmigo.
—¡Estás siendo irracional! —exclamó Lucifer mirándola con rabia.
Genevieve lo miró con lástima.
—Estoy segura de que habrá muchas mujeres que agradecerán su interés, milord, pero habiendo pasado tan poco tiempo desde mi desdichado matrimonio, creo que necesito algo más... romántico que lo que parece ofrecerme.
—¡Romántico!
Él la miró como si se hubiese vuelto loca. Ella miró por la ventanilla.
—Creo que hemos llegado a mi casa, Lucas —lo miró inexpresivamente y recogió su bolso de mano para bajarse del carruaje—. Gracias por el paseo, milord, ha sido muy... revelador.
Él frunció el ceño sombríamente.
—Hay muchas formas de divertirse, Genevieve, y creo que si lo pensaras bien, te darías cuenta de que... las conozco mucho mejor que Sandhurst.
Ella arqueó las cejas.
—Es posible que algún día me plantee la posibilidad de comparar quién las conoce mejor, pero hoy, no.
Lucifer siguió frunciendo las cejas.
—Estás siendo muy ingenua si crees que alguien como Charlie Brooks se conformará con diversión y aventuras.
Genevieve estaba divirtiéndose en ese momento. Era muy joven cuando se casó con Josiah Forster y no había tenido muchas ocasiones de coquetear, pero, aun así, estaba completamente segura de que había despertado el interés de Benedict Lucas al no sentirse atraída por su belleza sombría y amenazadora. Efectivamente, podía ser tan ingenua como había dicho él en cuanto a los caballeros de la alta sociedad, pero no era tonta y sabía que un hombre como él no habría encontrado estímulo en una conquista tan fácil como la que se había imaginado que sería ella. Se maravilló al darse cuenta de que era muy emocionante haber despertado el interés de un caballero tan peligroso y esquivo... Se encogió de hombros.
—Como he dicho, quiero que me... cortejen un poco antes de plantearme siquiera la posibilidad de que un caballero se convierta en mi amante.
—Sandhurst...
—...me mandó flores y bombones esta mañana. Además de una tarjeta muy bonita —añadió ella con una sonrisa al recordarlo.
—¡Solo porque espera engatusarte y acostarse contigo esta noche!
—Lo sé, naturalmente —reconoció ella inclinando la cabeza con frialdad—, pero que Sandhurst espere que la noche acabe así no quiere decir que vaya a conseguirlo.
¿Se había sentido alguna vez tan impotente y enojado con una mujer? No lo recordaba. Además, muy pocas veces había expresado algún tipo de emoción intensa. Las sentía, claro, pero prefería no revelárselas a los demás.
—No veo qué tiene de romántico que Sandhurst te encandile con flores, bombones y tarjetas muy bonitas...—él hizo una mueca de disgusto—...solo porque espera acostarse contigo en cuanto hayáis terminado de cenar.
Genevieve lo miró con un gesto burlón.
—¿No habría esperado lo mismo de mí si hubiese aceptado encontrarme con usted en el baile de lady Hammond y, encima, no habría recibido ni flores, ni chocolate, ni una tarjeta muy bonita?
Él resopló con impaciencia.
—Si fuese así, por lo menos habría sido sincero.
Ella volvió a mirarlo con lástima.
—Quizá, demasiado...
—¡Eres una mujer increíblemente ofensiva, Genevieve!
Ella dejó escapar una risa de sorpresa.
—Eso sí que es sinceridad, Benedict.
Él la miró con un brillo en los ojos negros y sacudió la cabeza con fastidio.
—Me encontrarás esta noche en el baile de lady Hammond si quieres.
Ella inclinó la cabeza con frialdad otra vez.
—Tendré en cuenta su amable oferta. Ahora, si no le importa...
Ella miró hacia la puerta del carruaje y Benedict tuvo que bajarse y ofrecerle la mano para ayudarla. Ella, cuando estuvo a su lado, volvió a inclinar la cabeza antes de darse la vuelta y subir con elegancia los escalones que llevaban a la puerta de su casa, que se abrió inmediatamente para que entrara y se cerró con firmeza detrás de ella.
Benedict se dio cuenta de que ni siquiera había vuelto la cabeza hacia él...
—¿Te ha molestado Sandhurst de alguna manera?
Benedict se dio la vuelta y arqueó las cejas al hombre bajo y fornido que se había acercado a él junto a la concurrida pista de baile de lady Hammond.
—¿Por qué crees que me ha molestado?
Él lo preguntó casi a gritos para que pudiera oírlo por encima de las risas y conversaciones de los casi trescientos integrantes de lo más granado de la sociedad que se amontonaban en el salón de baile.
—Porque llevas veinte minutos mirándolo con cara de muy pocos amigos.
Lord Eric Cargill, conde de Dartmouth y padrino de Benedict, se rio con ironía. Benedict dio la espalda a las parejas que bailaban.
—Solo intentaba entender en qué podía parecerse Sandhurst a un dios griego —replicó él lenta y pensativamente.
—Ah...
El conde, sin salir de su asombro, arqueó las cejas grises todo lo que dieron de sí. Benedict sonrió como si se riera de sí mismo.
—No porque tenga un interés personal, como comprenderás.
—Ah... —el anciano suspiró con alivio antes de sacudir lentamente la cabeza—. No, me temo que no comprendo nada.
—Da igual.
Benedict no pensaba reconocer que el motivo de su interés era la mujer que estaba bailando entre los brazos del otro hombre.
El conde lo miró un rato con los ojos entrecerrados antes de desechar el asunto.
—Si hubiese sabido que ibas a venir esta noche, no me habría molestado en venir yo.
Había sido coronel del ejército durante muchos años y en ese momento era el espía jefe de la Corona, bajo la tapadera de un puesto ministerial de poca categoría, pero le gustaban los bailes de sociedad tan poco como a Benedict.
—Pero también habrías privado a mi tía Cynthia del placer de venir —replicó Benedict en tono burlón.
El conde y la condesa, que desgraciadamente no habían tenido hijos, lo habían adoptado cuando murieron sus padres.
—Sí, hay que tener eso en cuenta —el conde se rio con un brillo en sus ojos marrones—, pero, aunque luego espero disfrutar con sus manifestaciones de gratitud, no sé si compensan las horas de aburrimiento que he pasado en cumplimiento del deber —él volvió a entrecerrar los ojos mientras miraba a las parejas que estaban bailando—. ¿Quién es esa preciosa joven que está bailando con Sandhurst?
—Creo que es la duquesa de Woollerton.
Benedict no tuvo que darse la vuelta para saber quién era esa preciosa joven.
—No sabía que Forster se hubiese casado... —comentó Eric Cargill mirándolo fugazmente.
—Quizá hubiese tenido que decir la duquesa viuda —se corrigió Benedict.
El conde volvió a arquear las cejas.
—¿Esa joven tan bella es la esposa que Josiah Forster encerró en el campo desde el momento en el que se casó y se acostó con ella?
Benedict hizo una mueca ante la crudeza de la pregunta de su tío.
—Eso parece...
—No tenía ni idea... —murmuró el anciano en tono complacido.
—Deberías salir más y codearte con la sociedad.
Su padrino hizo un gesto de disgusto.
—Me he ocupado de contar con el servicio de gente como tú para no tener que hacerlo.
Benedict se alistó en el ejército poco después de que asesinaran a sus padres y descargó su ira y desesperación contra los ejércitos de Napoleón, hasta que el corso estuvo a buen recaudo en la isla de Elba; al menos, toda Inglaterra creyó que no podría escaparse. Volvió brevemente al ejército cuando Napoleón se escapó y hasta que volvieron a derrotarlo y enviarlo a la remota isla de Santa Helena. Entonces, se dio cuenta de que su inquietud no se adaptaba a la tediosa vida de civil. Su padrino le ofreció trabajar para él como agente de la Corona y eso le ayudó a sofocar en parte esa inquietud durante los dos últimos años, pero no completamente. No la sofocaría completamente hasta que supiera quién había asesinado a sus padres y le hubiera dado el trato que se merecía. Algo que podía seguir investigando de forma privada y sin que nadie lo sospechara gracias a su puesto como agente del conde de Dartmouth.
Excepto cuando se trataba de asistir a veladas como esa, cuando solía utilizar su interés por una mujer concreta para disimular el motivo real de su presencia allí. Aunque le espantaba el gentío de esos festejos, agradecía que fuesen la ocasión perfecta para dar o recibir información.
Todavía le escocía que Genevieve hubiese rechazado tajantemente ser su motivo de interés. Sobre todo, cuando llevaba una hora teniendo que observar la más que evidente persecución de Sandhurst y las risas de ella ante los halagos de él, que, sin duda, serían más que toscos.
Genevieve era como un sueño con su vestido de color crema con encaje, las perlas que adornaban sus rizos rojizos, los ojos azules como el mar y los labios rosados que contrastaban con su cutis blanco como la nieve. Más perlas le rodeaban el delicado cuello y el vestido permitía ver sus hombros desnudos.
—...todavía no he visto ni rastro del conde de Sevanne... Benedict, ¿estás escuchándome?
Benedict dejó de observar a Genevieve, que bailaba elegantemente con Sandhurst, y vio que el conde lo miraba con el ceño fruncido. Hizo un esfuerzo para dejar a un lado la belleza de Genevieve Forster y aparentó concentrarse en el conde francés, quien era el motivo para que Dartmouth y él estuvieran allí. Era posible que Napoleón se hubiese doblegado, pero no había motivos para pensar que lo haría para siempre. Además, no era el único enemigo de Inglaterra. Efectivamente, solo aparentó concentrarse en la conversación de su tío porque su atención se dirigía de vez en cuando hacia Genevieve, sobre todo, cuando Sandhurst y ella dejaron la pista de baile y fueron a buscar un refresco... o, conociendo a Sandhurst, una de las salas más discretas de lady Hammond para ahondar su... cortejo.
Genevieve, quien hacía unas horas le había comunicado a Charles Brooks que había decidido asistir al baile de lady Hammond en vez de cenar a solas con él, había notado la mirada de Lucifer clavada en ella desde que llegó. Razón de más, se dijo a sí misma, para estimular y aceptar las tenciones de Charles Brooks, quien había llegado justo después de Lucifer y había acudido a su lado inmediatamente para empezar a coquetear descaradamente con ella. Un coqueteo que no le gustó lo más mínimo a Lucifer a juzgar por el brillo de sus ojos y por cómo apretaba los dientes mientras la observaba disimuladamente. Hacía años que no se sentía tan exultante por la emoción. Si se había sentido alguna vez...
Josiah Forster, casi cuarenta años mayor que ella, la pretendió durante la primera Temporada de su vida y su hermano estuvo encantado de aceptarlo en nombre de ella. Era un duque y ella sería duquesa, argumentó Colin cuando Genevieve protestó por la idea de casarse con un hombre tan mayor.
Fue una boda de cuento de hadas y toda la flor y nata de la sociedad acudió a presenciarla. Si Genevieve tembló por la idea de convertirse en la esposa del obeso y mayor duque de Woollerton, nadie se dio cuenta mientras flotaba por el pasillo de la iglesia con su vestido de satén y encaje, ni durante la recepción posterior, cuando estuvo al lado del duque y saludó a todos los invitados con una sonrisa.
Sin embargo, una vez en el carruaje que la llevaba a la residencia de Woollerton en Gloucestershire, los nervios se adueñaron de ella al pensar en la noche que se avecinaba. Una noche que fue exactamente igual que la pesadilla que ella había temido que podía ser. Josiah no tuvo consideración ni a su juventud ni a su falta de experiencia.
Se estremeció al recordar los horrores que sufrió aquella noche y que solo fueron el principio de unos años aterradores de reclusión como esposa de Josiah Forster. Una prisión de la que solo escapó cuando él murió.
Por lo tanto, esa era la primera Temporada de la que podía disfrutar desde hacía siete años y estaba dispuesta a disfrutar cada segundo. ¿Qué mejor manera de disfrutar había que saber que el interés de Charles Brooks, guapo, rubio y con ojos azules, además de ser halagador en sí mismo, irritaba sobremanera al desdeñoso, distante y tentadoramente perverso Lucifer, quien era moreno y tenía los ojos negros? Era embriagador ser el centro de atención para dos caballeros tan apuestos, después de haber pasado tantos años recluida en el campo de Gloucestershire. Su marido había vigilado su tiempo y sus actos con la atención de un halcón a punto de caer sobre su presa y la había castigado adecuadamente si no hacía exactamente lo que él quería. Incluso en ese momento, se estremecía de repulsión al acordarse de la noche de bodas. Dejó a un lado esos recuerdos inmediatamente y volvió a concentrarse en las atenciones de Charles Brooks, mucho mejor recibidas. Él le ofreció una copa de champán y sus elegantes dedos le acariciaron levemente la mano enguantada.
—Por nosotros, mi querida Genevieve.
Los ojos de él dejaron escapar un destello mientras chocaba su copa con la de ella.
—Un sentimiento absolutamente inadecuado, Sandhurst.
Benedict Lucas lo dijo lenta y desdeñosamente mientras le quitaba la copa a Genevieve y la dejaba en la bandeja que llevaba uno de los lacayos de lady Hammond.
—Creo que es nuestro baile, Genevieve.
Él la miró con las arrogantes cejas arqueadas y un brillo desafiante en los ojos. Decir que Genevieve se quedó atónita por su interrupción era decir poco. Además, estaba furiosa por su atrevimiento al quitarle la copa de esa manera, tanto que se planteó rechazar su invitación. Ni siquiera la había saludado esa noche, ¿cómo podía decir que ese era su baile?
Benedict, que había captado el dilema que expresaban los ojos azules de Genevieve, la agarró con firmeza del brazo y la alejó del otro hombre. Algo que ella no aceptó e intentó zafarse de él.
—¿Cómo se atreve, Lucas?
—Me atrevo porque Sandhurst ha echado algo en tu champán para que... cedas más fácilmente a sus atenciones —contestó él mientras seguía andando hacia el salón de baile.
Ella se quedó pálida y giró la cabeza hacia Sandhurst, quien los miraba con el ceño fruncido.
—¿Qué ha dicho?
Benedict la miró con enojo y con los ojos entrecerrados.
—Bastará con un «gracias por su oportuna intervención, milord».
—Está diciendo un disparate.
Ella también lo miró con enojo y tuvo que acelerar el paso para no tropezarse.
—¿De verdad? —preguntó él sacudiendo la cabeza con desdén.
—Desde luego —contestó ella con las mejillas sonrojadas por la ira—. Que yo prefiera las atenciones de un hombre tan galante como Sandhurst no es motivo para... —se calló al oír el resoplido de Benedict—. ¡Es evidente, a juzgar por su comportamiento, que usted no es un caballero en absoluto!
—Y tú, mi querida Genevieve, has demostrado esta noche que estás en pañales en lo que se refiere a hombres como Sandhurst. Cuando te hubieras bebido el champán y la poción hubiese surtido efecto, habrías estado dispuesta, deseosa incluso, de retirarte a algún sitio más íntimo para acceder a cualquier depravación que tuviera pensada Sandhurst.
Ella se quedó boquiabierta.
—Dice estas cosas tan perversas de Sandhurst solo para asustarme o, más probablemente, para intentar que tenga un concepto más elevado de usted.
—Dudo mucho que puedas tener un concepto más bajo de mí —replicó él con los labios muy apretados.
—¡Estoy segura de que podría conseguirlo! —exclamó ella llevada por la furia.
—Tampoco lo dudo —aseguró él con una sonrisa seria.
Ella asintió con la cabeza y los rizos pelirrojos le oscilaron en la nuca.
—Además, ¿cómo conoce esas pociones si no es porque las ha usado?
Él soltó lentamente la respiración, apretó la mandíbula, se detuvo en el oscuro pasillo y se dio la vuelta para mirar con furia a Genevieve.
—Le aseguro, señora, que jamás he tenido que emplear esas tretas rastreras para que una mujer se acueste conmigo.
Ella levantó la barbilla y lo miró a los peligrosos y resplandecientes ojos.
—¿Por qué cree que Sandhurst sí lo hace cuando...?
—Es tan guapo como un dios griego —terminó Benedict con desprecio—. Estoy de acuerdo, Genevieve. No debería necesitarlo, pero, desgraciadamente, tu dios griego está cansado de conquistar y esos bombones y flores que recibiste habrían sido sus primeras y últimas galanterías. Sandhurst prefiere que su cortejo sea menos... prolongado y que la mujer quiera acostarse con él lo antes posible... y con algunos de sus menos apetecibles amigos para poder mirar y divertirse un poco más.