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Emigrar se está convirtiendo hoy para millones de personas en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que superan la capacidad de adaptación de los seres humanos. Estas personas son las candidatas a padecer el Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico y Múltiple o Síndrome de Ulises (haciendo mención al héroe griego que padeció innumerables adversidades y peligros lejos de sus seres queridos). El conjunto de síntomas que conforman este Síndrome constituyen hoy un problema de salud mental emergente en los países de acogida de los inmigrantes. El Síndrome de Ulises se caracteriza, por un lado, porque la persona padece unos determinados estresores (adversidades, dificultades) y, por otro lado, porque aparecen un amplio conjunto de síntomas psíquicos y somáticos que se enmarcan en el área de la salud mental (ámbito que es más amplio que el de la psicopatología).
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El síndrome de Ulises
©Joseba Achotegui, 2020
Cubierta:© Cristóbal Toral,Ensamblaje con objetos, 2006 (252×392 cm). Técnicamixta.
Corrección:Carmen de Celis
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2020
Primera edición: septiembre, 2020
Preimpresión: Moelmo SCP
www.moelmo.com
eISBN:978-84-16737-95-6
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares delcopyrightestá prohibida al amparo de la legislación vigente.
Ned Ediciones
www.nedediciones.com
Índice
Introducción. La deshumanización de la migración
Primera parteEstrés y duelo migratorio en el mundo de hoy
La migración como fenómeno natural ligado a las leyesde la evolución
Viejas y nuevas migraciones
Los inmigrantes de finales del siglo pasado
Los inmigrantes en situación extrema de hoy
Paradojas de la migración actual
Segunda parteLaOdisearevisitada: ¿por qué síndrome de Ulises?
Dignificar y acercar la figura del inmigrante
La fuerza evocadora de laOdisea
Los padecimientos de Ulises
Separación de la familia
Sentimiento de fracaso y miedo
Ausencia de redes de apoyo social
Tristeza y llanto
Confusión y fatiga
Interpretación cultural de los sufrimientos
Las capacidades de Ulises, el héroe resiliente
Ecos de laOdisea. Otras visiones
Homero, un gran psicólogo del alma humana
El retorno al humanismo griego
Consideraciones finales sobre laOdiseay el síndrome de Ulises
Tercera parteUn cuadro reactivo de estrés que se ubica en el área de la salud mental
Influencia de la vulnerabilidad y los estresores en la salud mental
Estresores y vulnerabilidad en el síndrome de Ulises
Los inmigrantes resilientes
La perspectiva biopsicosocial
Los Social Bound Syndromes
Aspectos epistemológicos del diagnóstico en salud mental
Aplicación de la navaja de Occam
Los prejuicios en el diagnóstico
La perspectiva de Foucault: los sin papeles como nuevocolectivo a disciplinar
El concepto de síndrome en el contexto actual
El síndrome de Ulises como cuadro reactivo de estrés, no como enfermedad
Análisis del síndrome de Ulises desde la perspectiva del DSM-V
Dos metáforas
Objeciones al síndrome
Epidemiología y pronóstico
Intervenir preventivamente
Estrategias de prevención
Humanizar la migración
El dilema ético ante las migraciones del sigloxxi: el dilema de Javert
Utilización del concepto de síndrome de Ulises
Introducción a la escala Ulises de adversidades en la migración
Justificación de la escala
Objetivos de la escala
Características de la escala
Cuarta parteEl síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple: estresores y sintomatología
Descripción de los estresores
La soledad forzada
El fracaso del proyecto migratorio
La lucha por la supervivencia
El terror, el miedo, la indefensión
Factores que potencian los estresores
Multiplicidad
Cronicidad
Ausencia de control sobre los estresores
Intensidad y relevancia de los estresores
Déficits en la red de apoyo social
Vivencia del estrés aculturativo en condiciones extremas
Conversión de los síntomas reactivos en estresores
La inadecuada intervención del sistema sanitarioy psicosocial
Sintomatología del síndrome de Ulises
Sintomatología del área depresiva
Sintomatología del área de la ansiedad
Sintomatología del área confusional
Sintomatología del área psicosomática
Interpretación cultural de la sintomatología
Quinta parteDiagnóstico diferencial del síndrome de Ulises con los trastornos mentales
Diagnóstico diferencial con los trastornos depresivos
Diagnóstico diferencial con los trastornos adaptativos
Diagnóstico diferencial con el trastorno por estrés postraumático
Alteración de las reglas de diagnóstico
Errores clínicos
Riesgos del sobrediagnóstico
Diagnóstico diferencial con la psicosis
El infradiagnóstico del alcoholismo
Sexta parteAnálisis de casos
Descripción de casos de inmigrantes con síndrome de Ulises
Alexis
Juan
Idrissi
Descripción de casos de inmigrantes con trastornos mentales
Pedro: trastorno obsesivo-compulsivo
Luis Alfonso: trastorno adaptativo
Javed: psicosis paranoide
Bibliografía
A Mourat, a Aicha, a Juan, a Idrissi, a Javed, a Carolina, a Habiba, a Wafa, a Alexis... y a tantos otros Ulises del siglo xxi a los que he tenido el privilegio de conocer, en agradecimiento a los valores humanos que me han transmitido. Que este libro sirva como un pequeño homenaje de admiración a su enorme coraje, generosidad y fidelidad a los suyos como el Ulises de la Odisea.
IntroducciónLa deshumanización de la migración
Cíclope, ¿me preguntas mi ilustre nombre? Pues voy a decírtelo. Mi nombre es Nadie. Nadie me llaman siempre mi madre, mi padre y todos mis camaradas.
Odisea, canto IX, página 202
Quisiera comenzar este libro señalando que, al hacer referencia a la migración, se tiende con frecuencia a prestar atención de modo preferencial —cuando no exclusivo— a los aspectos demográficos, sociológicos y económicos de este fenómeno, descuidándose habitualmente el abordaje de los aspectos emocionales, humanos, que son tan importantes o más que los anteriormente citados. Yendo aún más lejos, incluso podríamos llegar a decir que «la migración» como tal no existe; lo que en realidad hay son personas que emigran, emigrantes. La migración es básicamente un constructo, por interesante que resulte. Consideramos, por tanto, que hay una tendencia a desvalorizar los aspectos humanos de la migración, el lado psicológico, la psique (el alma). Porque no todo son gráficas, tablas (aunque sean de color) o algoritmos. Es importante acercarse al «corazón» del protagonista de la migración: el inmigrante.
Hace casi 4000 años, otras civilizaciones fueron más sensibles que la nuestra a los sufrimientos de estas personas y plasmaron en la figura de Ulises el mito imborrable del desplazado, el viajero que no logra llegar a su destino y naufraga una y otra vez en la soledad, el miedo y la adversidad.
A veces, cuando oigo ciertos discursos acerca de los inmigrantes, aunque estén cargados de buena voluntad, no puedo dejar de preguntarme de qué están hablando: ¿de datos sobre tráfico de contenedores, de mercancías, de sacos de patatas que se traen y se llevan... o de movimientos de personas, de seres humanos? Estos planteamientos no son casuales, sino que forman parte de una tendencia creciente a la deshumanización, muy patente en nuestra sociedad y que nos arrastra a todos. Este tema se relaciona con la polémica sobre el humanismo de Heidegger, Sloterdijk y Habermas, entre otros.
La existencia de un riesgo de deshumanización en nuestra sociedad es una de las razones por las que hemos utilizado el nombre de Ulises para el síndrome que describimos en este libro, en un intento de volver a las raíces del humanismo griego y de rehumanizar la migración. Hay que ponerse en la piel de esas personas y mirarlas a los ojos, sobre todo a aquellas que están viviendo situaciones extremas. Eso, obviamente, es más duro: los números producen menos ansiedad que las miradas. No quisiera que este comentario se interpretara como una crítica a una valiosa línea de estudios e investigaciones sobre la migración, sino al hecho de que estos estudios no se complementen con el aspecto humano del sujeto, que no debemos olvidar. La migración no se agota en el número, en cuántos son. Lo más importante es saber quiénes son. Existe el peligro de reificar (y deificar) los datos. No negamos su valor, pero debemos intentar ir más allá.
Las relaciones entre el estrés social y la salud mental constituyen un tema cada vez más importante en la investigación y en la atención clínica (mobbing, burnout, etcétera), pero, si existe un área en la que los estresores psicosociales poseen una dimensión cuantitativa y cualitativamente relevante y difícilmente discutible desde la perspectiva de sus relaciones con la salud mental, esa área es la de las migraciones del siglo xxi.
Emigrar se está convirtiendo para millones de personas en un proceso que posee unos niveles de estrés tan intensos que superan la capacidad de adaptación de los seres humanos. Estas personas son las candidatas a padecer el síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple o síndrome de Ulises (haciendo mención al héroe griego que sufrió innumerables adversidades y peligros lejos de sus seres queridos). El conjunto de síntomas que conforman este síndrome constituyen hoy un problema de salud mental emergente en los países de acogida de los inmigrantes.
En este libro se postula la existencia de una relación directa e inequívoca entre el grado de estrés límite que viven estos inmigrantes y la aparición de su sintomatología: la persona padece determinados estresores (adversidades, dificultades) que se manifiestan en un amplio conjunto de síntomas psíquicos y somáticos, enmarcados en el área de la salud mental (ámbito más amplio que el de la psicopatología).
En la primera parte se aborda el tema de la migración y la salud mental. Se plantea la pregunta que constituye la raíz de este texto: si los humanos somos buenos emigrantes, ¿por qué emigrar nos afecta tanto en la actualidad? La paradoja surge del hecho de que si la migración es un fenómeno natural ligado a las leyes de la evolución, hasta el punto de que se señala que la capacidad de emigrar es una de las señas de identidad de nuestra especie, ¿por qué ahora resulta tan difícil? Como se irá mostrando a lo largo del libro, la respuesta se basa en las terribles circunstancias en las que se está viviendo hoy la migración. Se comparan los datos que poseemos de nuestras propias investigaciones sobre la salud mental de las migraciones de las últimas décadas del siglo pasado con los datos sobre las migraciones en situación extrema de hoy.
En la segunda parte se expone la razón por la que se denominó síndrome de Ulises al síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple. Se hace referencia a las odiseas de ayer y de hoy, a los padecimientos de los inmigrantes en situación extrema —soledad, tristeza, indefensión—, comparándolos con los del héroe griego. Los especialistas en la Odisea la consideran una poesía de inmigrantes, por lo que la expresión «mi nombre es Nadie» resume perfectamente la pérdida de identidad, autoestima, integración social y salud mental.
En la tercera parte se analiza el cuadro reactivo de estrés en el área de la salud mental: los aspectos epistemológicos del diagnóstico en salud mental, el concepto actual de «síndrome», el dilema ético ante las migraciones del siglo xxi, etcétera. Se presenta el síndrome de Ulises como cuadro reactivo de estrés desde la perspectiva del DSM-V, así como la escala que evalúa las adversidades en la migración y sus consecuencias en la salud mental.
En la cuarta parte se describe con mayor detenimiento el síndrome de Ulises. En primer lugar, se estudian los estresores más relevantes desde la perspectiva de la salud mental: la soledad por la separación forzada de los seres queridos, la ausencia de oportunidades y el fracaso del proyecto migratorio, la lucha por la supervivencia, y el terror, el miedo y la indefensión. Es importante señalar que hay una serie de factores que potencian los estresores, como la multiplicidad, la cronicidad, la ausencia de control sobre la situación y los fuertes déficits en la red de apoyo social. Los propios síntomas reactivos acaban convirtiéndose en estresores. Por su parte, la inadecuada intervención del sistema sanitario y psicosocial —por desinterés, desconocimiento, racismo o errores en el diagnóstico— confunde este cuadro reactivo de estrés con una depresión, un trastorno adaptativo o una enfermedad orgánica, y pone en marcha tratamientos inadecuados que se convierten en nuevos estresores para los inmigrantes. En relación con la sintomatología del síndrome de Ulises, se señala que pertenece a diferentes áreas —depresiva, de la ansiedad, psicosomática y confusional— y que puede ser interpretada culturalmente.
En la quinta parte se realiza un acercamiento al diagnóstico diferencial del síndrome con relación a los trastornos depresivos, adaptativos, por estrés postraumático y psicóticos. Se recalca que el síndrome de Ulises pertenece al área de la salud mental, no al área de la enfermedad mental, ya que es un cuadro reactivo de estrés, un duelo extremo, una situación de crisis que en algunos casos puede ser la antesala de la enfermedad. Se muestra cómo la regularización de 2005 en España dio lugar a que el cuadro desapareciera cuando dejaron de actuar sobre los inmigrantes los estresores extremos que lo habían provocado.
En la última parte se presentan algunos casos de inmigrantes con síndrome de Ulises y otros con trastornos mentales, y se analiza el diagnóstico diferencial. Se señalan también sucintamente los planteamientos acerca de la intervención desde la perspectiva de la prevención.
Primera parte Estrés y duelo migratorio en el mundo de hoy
La migración como fenómeno natural ligado a las leyes de la evolución
Pero el hombre no es un árbol: carece de raíces, tiene pies, camina. Desde los tiempos del homo erectus circula en busca de pastos, de climas más benignos [...]. El espacio convida al movimiento.
Juan Goytisolo
En el año 2003, la revista Science señalaba que los humanos somos una especie muy bien dotada para la migración. Es más, esta capacidad migratoria y las habilidades para adaptarnos a los diferentes ambientes constituirían una de las características distintivas que poseemos como especie y contribuirían a explicar nuestro éxito evolutivo. Este dato es fácilmente comprobable. En los poco más de 100.000 años que llevamos fuera de nuestra cuna africana, los seres humanos hemos sido capaces de adaptarnos a todos los hábitats del planeta Tierra, por extremos que fueran. Hoy habitamos desde los desiertos más inhóspitos imaginables (pensemos, por ejemplo, en los tuaregs) hasta las zonas polares más extremas (inuits, siberianos), las selvas más impenetrables (los yanomanis del Amazonas), o las islas más remotas y aisladas (los habitantes de la isla de Pascua, en la Polinesia). No cabe duda de que, en cuanto los medios tecnológicos lo permitan, viajaremos por el espacio tan lejos como podamos. Desde la perspectiva evolucionista se indica que nuestra gran diversidad genética —asociada a la facultad para combinar eficazmente cooperación y competición social— favorece que siempre haya alguien dispuesto a ir hasta el límite, a ir más allá.
De hecho, la tendencia a emigrar, a ocupar el espacio disponible, se desprende de la segunda ley de la termodinámica, que establece que todo tiende a expandirse e incrementar su entropía.
Los humanos descendemos de seres que a lo largo de la evolución han emigrado exitosamente en numerosas ocasiones, por lo que poseemos una gran capacidad para adaptarnos a los cambios migratorios. La movilidad de nuestra especie ha constituido más la norma que la excepción. De hecho, los primates humanos, los homínidos, somos un conjunto de especies emigrantes.
Más de 20 oleadas de homínidos abandonaron África en los últimos cinco millones de años: primero, el grupo de los Australopitecus, que vivieron hasta hace dos millones de años, y después, ya dentro del género Homo, el Homo habilis, el Homo ergaster, el Homo erectus y, finalmente, nuestra especie, el Homo sapiens sapiens. Mientras que los primates no humanos han permanecido en los mismos hábitats cálidos de los que provenimos todos los primates, los primates humanos, los homínidos, especialmente el Homo sapiens sapiens, en apenas unas 7500 generaciones hemos llegado a ocupar todos los hábitats del planeta.
Es cierto que los primates no humanos (gorilas, chimpancés, etcétera) se parecen mucho a nosotros, en ocasiones incluso demasiado para nuestro narcisismo: podemos verlos en actitudes pensativas, casi filosóficas; sabemos que establecen fuertes vínculos y tienen duelos similares a los nuestros (las fotos de una gorila de un zoológico de Alemania que no quería separarse de su cría muerta dieron la vuelta al mundo); incluso se ha descrito que poseen sentido del humor, y hasta les gusta gastar bromas pesadas, como a algunos humanos. Sin embargo, entre los aspectos que los diferencia de nosotros está el de emigrar: los primates no humanos no se han lanzado a explorar y colonizar el planeta como nosotros.
Así, esta historia, nuestra historia como especie Homo sapiens, comienza hace poco más de 100.000 años en algún lugar de Kenia, en el África oriental. Unas 7000 generaciones nos separan a la mayoría de los humanos, que hoy vivimos en los cinco continentes, de la Eva africana, nuestra madre común, tal como demuestran los estudios del ADN mitocondrial que heredamos de nuestras madres. Al mismo resultado llegan los análisis del cromosoma Y masculino.
Lo que podríamos denominar «naturaleza humana» posee valiosos elementos que nos posibilitan emigrar con éxito. Los más importantes son:
1. El desarrollo cognitivo y emocional, que nos permite manejar información muy compleja.
2. La estructura social, que combina cooperación y competición de modo muy eficiente.
3. La excelente capacidad de motilidad, sobre todo en desplazamientos largos, dada nuestra extraordinaria capacidad de transpiración que nos permite caminar o correr largo rato sin ahogarnos (no vamos con la lengua fuera).
4. Una buena capacidad de orientación temporal y espacial, aunque, en este aspecto, otras especies nos superan con claridad.
Todo ello nos ha permitido ir allá donde había mejores posibilidades de supervivencia y reproducción.
Como señalan Crawford y Campbell (2012), los estudios genéticos muestran que los pioneros en emigraciones, las primeras personas en emigrar de un grupo (los denominados primary migrants), tienen un funcionamiento dopaminérgico activo que se ha relacionado con la expresión de los genes DRD2 y DRD4. También poseen rasgos de personalidad asociados a una fuerte motivación y una búsqueda de logros (Boneva y Frieze, 2001; Silventoinen et al., 2008).
Emigrar es una actividad ligada a la evolución: la vida se abre camino. Para un biólogo, la migración no es un tema tan misterioso como puede parecernos a los profanos de esta área del conocimiento, sino una materia más de su temario. La migración intervendría en la evolución a través del concepto de deriva genética, el denominado efecto fundador, que explica por qué los grupos que emigran —dado que poseen un patrimonio genético particular y distinto al de la sociedad de origen, y se hallan sometidos a presiones ambientales diferentes al vivir en otro lugar— constituyen, al cabo de pocas generaciones, otros grupos con características propias.
Los tres pilares de la evolución serían los siguientes:
1. La mutación. Continuamente surgen nuevas variantes genéticas de lo que existe. La mayoría son neutras y no aportan beneficios, tal como demostraron las investigaciones de Kimura (1983).
2. La migración. Permite agrupar genes a través del mecanismo conocido como «deriva genética», de modo que al reproducirse entre sí dan lugar a variaciones respecto del grupo inicial.
3. La selección natural. Da lugar a que sobrevivan fundamentalmente aquellas formas de vida que se adaptan al medio.
En la naturaleza se dan ejemplos prodigiosos de capacidad migratoria (Sciences et Avenir, 2005):
• El charrán ártico, un pequeño pájaro que viaja cada año 65.000 kilómetros, del polo norte al polo sur; dada su fisiología, necesita siempre la luz solar.
• Las ocas, que en su ruta migratoria cruzan anualmente la cordillera del Himalaya a una altura de más de 9000 metros. Algunos pilotos se han cruzado con ellas a 11.000 metros de altitud y a 50 grados bajo cero.
• El colibrí de cuello rubí, el pájaro más pequeño que realiza una ruta migratoria. Solo pesa tres gramos.
Con referencia a los humanos, hay que tener en cuenta que las migraciones representan una parte muy importante de nuestra memoria colectiva, de nuestra historia, de nuestros referentes, del imaginario común de la humanidad: pensemos en la Hégira, en los viajes de Abraham y Moisés, que constituyen un símbolo de profunda transformación y tienen una dimensión espiritual.
Las migraciones son uno de los grandes motores de la historia. Naturalmente, hay muchos tipos de emigración: como colono, como esclavo, como trabajador, etcétera. En el siglo xxi se emigra con frecuencia como clandestino.
De todos modos, en el mundo actual, con la enorme mejora de las comunicaciones, se han polarizado las condiciones en las que se produce la migración y nos hallamos ante dos grandes tipos de inmigrantes en situación opuesta:
1. Los ricos, que viven una migración incomparablemente mejor que la de épocas anteriores: pueden ir a su país de origen cuando les plazca, en pocas horas, o traer a los familiares a su lugar de residencia; no se pierden ningún acontecimiento o festejo familiar. Nunca emigrar había sido tan fácil.
2. Los inmigrantes en situación extrema, a los que las leyes impiden traer a su familia, que no pueden regresar dado lo difícil que resulta llegar aquí, que han de realizar auténticas odiseas para llegar a su destino en un mundo lleno de vallas y muros, a los que se les niegan todas las oportunidades, se les acosa, se les persigue. Nunca emigrar había sido tan difícil.
Viejas y nuevas migraciones
No es lo mismo emigrar en barco,
en condiciones difíciles,
que emigrar en patera,
en condiciones extremas.
Tal como hemos indicado en el apartado anterior, aunque la migración es un fenómeno tan antiguo como la humanidad —junto a la mutación y la selección natural, es uno de los motores de la propia evolución—, y la historia de las migraciones forma parte de la propia historia de la humanidad, cada migración posee características específicas y en los últimos años se ha percibido claramente un cambio de las circunstancias en este contexto. Las migraciones del siglo xxi se producen en condiciones muy difíciles, tal como describe el síndrome de Ulises.
Basándonos en las investigaciones que efectuamos en la década de 1980 en la Fundació Vidal i Barraquer de Barcelona, hemos podido comparar la salud mental de los migrantes de la segunda mitad del siglo xx con la de los actuales. De esta comparación ha surgido el planteamiento del síndrome de Ulises, al constatar hasta qué punto han empeorado las circunstancias de las nuevas migraciones. Este cambio puede apreciarse fácilmente si comparamos dos fotos de distintas épocas: la foto de un grupo de emigrantes españoles de la década de 1960 despidiéndose de sus familiares para ir a América en un barco, cantando, emocionados ante la nueva vida llena de retos y oportunidades que tienen por delante, proyectando «hacer las Américas»; y una foto de los nuevos emigrantes llegando en patera a nuestras costas, exhaustos, hambrientos, asustados.
Solo con comparar estas dos imágenes está todo dicho: no es lo mismo emigrar en barco que en patera; no es lo mismo emigrar en condiciones difíciles —porque al emigrante nunca le han regalado nada— que hacerlo en condiciones extremas. Por supuesto, ni todo el mundo emigraba antes en barco, ni todo el mundo llega ahora en patera, pero el barco ha sido siempre una imagen prototípica de la migración, mientras que la llegada en patera constituye el único momento en el que esta migración es visible. Después los migrantes se convierten en invisibles, son los nadie, como Ulises en la Odisea.
En mi caso, puedo explicar, además, que he visto con mis propios ojos las dos situaciones que acabo de describir. De niño acudí varias veces a despedir a familiares que marchaban a América. Recuerdo perfectamente los cánticos, las despedidas en el puerto de Bilbao o en el de Santander. Recuerdo hasta las hermosas canciones en vasco y castellano que cantábamos. Y también he podido ver con mis propios ojos la llegada de los nuevos inmigrantes en pateras a nuestras costas: hombres, mujeres y niños asustados e indefensos llegar a Tarifa, en la costa de Cádiz, o al faro de la Entallada, en la isla de Fuerteventura. He vivido las dos experiencias emocionales y puedo decir con claridad que son radicalmente diferentes.
Los inmigrantes de finales del siglo pasado
Los tiempos cambian. Las migraciones de la segunda mitad del siglo xx, que pudimos estudiar en su etapa final, son las de otra época de nuestra historia. Era la España de la Lambretta, el tricornio, el sidecar y la sotana. Era una sociedad muy diferente de la actual, cercana a una teocracia: baste decir que cada día se interrumpía la programación de Radio Nacional para rezar el ángelus, o que en Semana Santa no se abrían los cines y las emisoras de radio solo podían emitir música religiosa. España era un país aislado: apenas había extranjeros. La única expresión transcultural era el Domund, el Domingo Mundial de las misiones católicas. Como no había extranjeros ni minorías, los niños se disfrazaban de asiáticos, de africanos o de nativoamericanos. Apenas había entrado nadie en España desde la Edad Media, pero, eso sí, se expulsó en masa a judíos, musulmanes e ilustrados. En el siglo xx emigraron más de seis millones de españoles, el 80% a América.
No solo España ha sido un país de emigrantes; toda Europa ha sido un continente de emigrantes. Se calcula que, entre los siglos xviii y xix, más de 70 millones de europeos marcharon a América. En Italia existe incluso una orden religiosa, los scalabrinianos, creada para ayudar material y espiritualmente a los millones de migrantes italianos. Y, como suelen señalar los latinoamericanos con un punto de amargura ante el cúmulo de obstáculos con los que se encuentran ahora para emigrar, «que se sepa, nadie les pidió un visado», al contrario de lo que se hace actualmente con ellos en Europa.
La imagen de las migraciones de la segunda mitad del siglo xx es la de hombres y mujeres cargados con maletas, muchas veces de cartón, atadas con cuerdas. Aquella fue una etapa de grandes movimientos humanos. De todos modos, esa migración ha sido negada; parece que nunca hubiera existido. Las personas que emigraron del sur al norte de España se dejaron la piel trabajando, aunque apenas se ha reconocido que sin su esfuerzo no habríamos conseguido el desarrollo actual. No obstante, a diferencia de lo que ocurre con las migraciones actuales, podían traer a la familia, se les dieron oportunidades de progreso y funcionó el ascensor social: la mitad de mis alumnos de la Universidad de Barcelona tienen apellidos castellanos. Esto es una muestra del éxito de la integración social en Catalunya. El reto está ahora en las nuevas migraciones, que llegan en un contexto mucho más difícil y no pueden progresar, no pueden tomar el ascensor social. Los últimos datos indican que tan solo el 1,5% de los hijos de estos inmigrantes llegan a la universidad. Es una cifra terrible que presagia, en los próximos años, una enorme fractura social si no se pone remedio pronto a esta injusticia.
A veces parece que se culpabiliza al emigrante por emigrar y se considera que ha de someterse a todo, en una especie de castigo bíblico que prima el modo de vida sedentario, que penaliza el movimiento, al contrario de lo que expresa el texto de Goytisolo con el que iniciamos el primer apartado.