El Viaje en Tren 2 - Cinque Terre - un relato corto erótico - Barbara Nordström - E-Book

El Viaje en Tren 2 - Cinque Terre - un relato corto erótico E-Book

Barbara Nordström

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

Clara está muy entusiasmada por las vacaciones que le esperan con su amiga Minna. El plan es atravesar Europa en tren y tumbarse junto a la piscina para beber rosé en la casa de los padres de Minna en el Sur de Francia. Desgraciadamente Minna cancela el viaje en el último minuto. Clara se siente engañada y no sabe qué hacer. ¿Será mejor quedarse en casa? El billete de tren ya está pagado y al final ella decide recorrer Italia por su cuenta para explorar Venecia, Cinque Terre y Roma.Terminará siendo un viaje cultural y sensual que Clara jamás olvidará.Esta es la segunda entrega de la serie El Viaje en Tren.-

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Seitenzahl: 51

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Barbara Nordström

El Viaje en Tren 2 - Cinque Terre - un relato corto erótico

Translated by Javier Orozco Mora

Lust

El Viaje en Tren 2 - Cinque Terre - un relato corto erótico

 

Translated by Javier Orozco Mora

 

Original title: Togrejsen 2 - Cinque Terre

 

Original language: Danish

 

Copyright © 2020, 2021 Barbara Nordström and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726626681

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Abrí los ojos. Yacía sobre una cama suave de sábanas blancas en una habitación que no me  era familiar. El sol entraba a raudales por las delgadas cortinas verdes. Cerré los párpados de nuevo, recordando dónde estaba y cómo había llegado ahí.

Llevaba meses fantaseando con un hombre de pelo oscuro y manos elegantes, alguien de un país distinto y más cálido que mi natal Dinamarca. Mi fantasía se había vuelto realidad, incluso respondía al nombre de Sandro. Estábamos tendidos en la cama de uno de los dormitorios de su apartamento de dos pisos en un edificio antiguo de Venecia. Mis anhelos se habían cumplido pues un apuesto hombre de largas pestañas, piel trigueña y un mechón oscuro sobre su frente, dormía a mi lado. Su respiración era tan pesada que no estaba lejos de poder clasificarse como de ronquido.

Me incorporé con mucho cuidado aunque sin evitar despertarlo, pues una de sus manos de dedos esbeltos tomó la mía. Sus ojos seguían cerrados, pero en la curvatura de sus labios se asomaba ya una mueca. Sonrió ampliamente y en ese instante descubrí que uno de sus colmillos se torcía ligeramente. Ese pequeño defecto en la hilera perfecta de perlas blancas lo hacía aún más atractivo. Esa fisura en la de otro modo casi perfecta fachada, lo volvía suave y accesible. Me atrajo hacia él y besé sus suaves labios, fue una caricia gentil, dos bocas que se habían descubierto la noche anterior se encontraban de nuevo reconociéndose mutuamente.

La mano que él tenía libre descendió por el contorno de mis glúteos. En su garganta surgió un sonido, algo así como un gruñido profundo o un suspiro ronco. Yo también suspiré dejando que mi cuerpo se fundiera sobre el suyo. Con una mano en cada una de mis nalgas me atrajo hacia él, ambos estábamos desnudos y supe que su cuerpo me deseaba. Apenas me fue necesario levantar las caderas para sentarme en su miembro. El vestigio del descanso nocturno aún conservaba mi cuerpo blando y receptivo. Comencé a mecerme sedosamente de atrás a adelante. El gozo crecía lentamente en mí como una ola que alcanza la orilla desde algún lugar remoto del océano. La corriente me atrapó dirigiéndome a una zona dentro de mí, donde lo único que pude sentir fue un hormigueo ígneo. Era una sensación tejida de descargas que se filtraban por mis entrañas, a través de mis muslos y ascendían por mi vientre, mi pecho, hasta alcanzar mi cara. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos respirando profundamente, hasta la base de mis pulmones. Luego no escuché nada más, excepto el torrente de aire que salió de mis pulmones cuando la tensión se liberó en el punto álgido del placer. Sandro se aferró a mis caderas moviéndose con vigor de arriba a abajo hasta alcanzar su clímax. Después sus brazos cayeron exangües a sus costados.

Permanecí sentada sobre él observando su hermoso rostro ahora relajado, su tórax y el abdomen plano y firme. Su ombligo era un óvalo perfecto y las líneas diagonales de los huesos de la cadera surcaban un camino hacia su entrepierna. Era apuesto y lucía cómodo en su propia piel de una manera que solo he visto en algunos hombres jóvenes. Se había entregado sin reservas al placer, cesando sus pensamientos para labrarse solamente en carne y lujuria. Mientras contemplaba su rostro, sus pestañas aletearon y abrió los ojos. Intercambiamos una sonrisa un tanto tímida, como de adolescentes que han revelado demasiado (y muy pronto) sobre sí mismos.

Usó sus manos para retirarme de su cuerpo. Me tumbé tirando de la sábana sobre mis senos, pero él la retiró para colocar una mano en mi seno y le dio un apretón. No usó fuerza, fue más bien breve y firme, suficiente para que pudiera sentirlo. Luego, lanzando ágilmente sus piernas más allá del borde la cama, se puso de pie. Se colocó junto a la ventana y abrió las cortinas. La luz golpeó un costado de su cuerpo, el juego de luces y sombras resaltó el contorno de sus músculos.

Del otro lado de la ventana el cielo tenía un color lechoso, el sol no lograba atravesar el agudo calor del día que se estaba gestando. Me recosté boca abajo siguiendo a Sandro con la mirada mientras él caminaba por la habitación. El sonido de los chorros del agua delataron que estaba en el baño. Apoyé la mejilla en la almohada y cerré los ojos, olía a detergente y sentí un rastro de perfume que no era la fragancia cítrica que usaba Sandro.

El aroma me hizo abrir los ojos y me puse a observar la habitación, que no revelaba si aquí también vivía una mujer. La cómoda estaba pintada con un verde mate, la colcha –ahora tirada en el suelo– era blanca. La única imagen que colgaba de la pared era un dibujo en tinta de uno de los pequeños puentes de piedra de la ciudad. Ninguna pista revelaba para quién estaba decorada la habitación. Me levanté y envolviéndome en la sábana, abrí la puerta que daba a la terraza exterior, vi las copas de vino que dejamos ahí la noche anterior y también las sandalias que olvidé bajo el amplio camastro.