Elogio de la literatura - Zygmunt Bauman - E-Book

Elogio de la literatura E-Book

Bauman Zygmunt

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Beschreibung

Conversación epistolar entre el eminente sociólogo Zygmunt Bauman y el editor y traductor italiano Riccardo Mazzeo sobre la relación "líquida" entre sociología y literatura, entre las ciencias sociales y las artes en general. Según Bauman y Mazzeo, para interpretar nuestra realidad y nuestro mundo es necesario entrelazar literatura y sociología, psicoanálisis y filosofía, antropología y política; disciplinas complementarias que además de compartir argumentos, objetivos y campos de investigación, se alimentan recíprocamente con su compleja red de metáforas y discursos. En este sentido, el libro está repleto de referencias culturales y reflexiones inspiradas en autores como Calvino, Camus, Littell, Proust, Freud, Goethe, Perec o Kundera, que ayudan a entender y explicar el declive de la sociedad, la importancia de la educación, el valor de la libertad, la crisis de paternidad o los riesgos de la tecnología.

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Título original: In Praise of Literature

© 2016 Polity Press

© De la traducción: Albert Berenguer

Corrección y revisión: Júlia Ibarz

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Imagen de cubierta: Giuseppe Arcimboldo, The Librarian, 1527

Primera edición: febrero de 2019, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avda. del Tibidabo, 12, 3.º

08022 Barcelona (España)

Tel. 93 253 09 04

[email protected]

http://www.gedisa.com

Preimpresión:

Editor Service, S.L.

Diagonal 299, entlo. 1ª

08013 Barcelona

eISBN: 978-84-17690-45-8

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.

Índice

Prefacio

1. Las dos hermanas

2. La salvación mediante la literatura

3. El péndulo y el centro vacío de Calvino

4. El problema del padre

5. La Literatura y el interregno

6. El Blog y la desaparición de los mediadores

7. ¿Nos estamos volviendo todos autistas?

8. Metáforas del siglo XXI

9. La arriesgada twitteratura

10. Seco y mojado

11. El atrincheramiento en la «unidad»

12. Educación, literatura, sociología

La frase, «el mundo quiere ser engañado», se ha hecho más realidad de lo que jamás uno podría haber imaginado. La gente no solo, como dice el dicho, cae en la trampa; si ésta les garantiza aunque solo sea la más pasajera satisfacción, desean un engaño que sin embargo les es transparente. Se obligan a cerrar los ojos y expresan su aprobación, en una suerte de desprecio por ellos mismos, de lo que se les impone, a sabiendas del propósito por el que ha sido fabricado. Sin reconocerlo, sienten que sus vidas serían totalmente insoportables en cuanto dejaran de aferrarse a satisfacciones que no son tales.

Theodor W. Adorno, «Culture Industry Reconsidered»,

trad. Anson G. Rabinbach, en The Culture Industry,

Routledge 1991, pág.89

La práctica oficial del humanismo culmina su proyecto en cuanto acusa de inhumanidad a todo lo verdaderamente humano y en modo alguno oficial. Puesto que la crítica arrebata al hombre sus escasas posesiones espirituales, tirando del velo en el que él mismo se contemplaba como un ser benévolo. La ira que en él despierta la imagen desvelada se dirige hacia quienes han rasgado el velo, siguiendo la hipótesis de Helvetius de que la verdad nunca daña a nadie excepto a aquél que la pronuncia.

Theodor W. Adorno, «Culture and Administration»,trad.Wes Blomster, Telos 37, 1978, pág. 106

Debemos reconocer el simple hecho de que lo específicamente cultural es lo sustraído a la desnuda necesidad de la vida. […] La cultura: lo que va más allá del sistema de autopreservación de las especies. […] La sacrosanta irracionalidad de la cultura.

Op. Cit., pág. 94 y sigs.

La realidad material lleva el nombre del mundo del intercambio del valor [mientras que la cultura] se resiste al dominio de ese mundo.

Theodor W. Adorno, Minima Moralia,trad.E. F. N. Jephcott, Verso 1974, pág. 44

Prefacio

El tema de nuestra conversación por carta, reproducida en este texto, es un tema notoriamente (y según algunos esencialmente) polémico: la relación entre la literatura (y las artes en general) y la sociología (o, de forma más general, una rama de las humanidades que pretende ser científica).

La literatura, juntamente con el resto de las artes, y la sociología forman parte de la cultura; las declaraciones y valoraciones arriba citadas de Theodor W. Adorno sobre la naturaleza y el papel de la cultura —como yendo «más allá del sistema de autopreservación» al «rasgar el velo» que los beneficiarios potenciales quieren conservar mediante el autoengaño, al considerarlo benevolente— se aplica a ambos campos de igual forma. Del mismo modo, en nuestra opinión, la literatura y la sociología están conectadas la una con la otra más íntimamente de lo que es común entre los diversos tipos de productos culturales y ciertamente mucho más de lo que sugiere su separación impuesta y motivada administrativamente.

Intentamos discernir y demostrar que la literatura y la sociología comparten el campo de exploración, su materia y sus temas, así como también —al menos en un grado sustantivo— su vocación e impacto social. Como dijo uno de nosotros, al intentar discernir la naturaleza de su parentesco y cooperación, la literatura y la sociología son «complementarias, suplementarias la una de la otra y se enriquecen mutuamente. No están de ningún modo en competición […] ni mucho menos enfrentadas, ni hablan de cosas distintas. A sabiendas o no, de forma deliberada o de facto, persiguen el mismo objetivo, se podría decir que “pertenecen al mismo negocio”».1 Por este motivo, si eres un sociólogo que intenta desvelar el misterio de la condición humana y de este modo desgarrar el velo tejido con prejuicios e insinuaciones de ideas equivocadas auto-elaboradas, «si vas en busca de la “vida real” en lugar de la “verdad” sobrecargada del dudoso y presuntuoso “conocimiento” de homunculi nacidos y criados en probetas, entonces lo mejor que puedes hacer es tomar ejemplo de escritores como Franz Kafka, Robert Musil, Georges Perec, Milan Kundera o Michel Houllebecq». La literatura y la sociología se alimentan mutuamente. También cooperan trazando juntas los horizontes cognitivos de una y de otra, ayudándose a corregir sus errores esporádicos.

Sin embargo, lo que teníamos pensado cuando llevamos a cabo nuestro intercambio no era componer otra reconstrucción de la larga crónica de opiniones académicas cambiantes sobre la multifacética relación entre las artes y las ciencias sociales/humanas, ni tampoco capturar una instantánea de su estado actual. Dirigidas y registradas primariamente desde intereses y preocupaciones sociológicas, nuestras conversaciones no son un ejercicio de teoría de la literatura; menos aún una reconstrucción de su larga y rica historia. En cambio, hemos intentado presentar esta relación en acción: trazar, señalar y documentar las aspiraciones compartidas, las inspiraciones mutuas e intercambiar sobre estos dos tipos de miradas hacia la condición humana… maneras humanas de ser-en-el-mundo, con sus penas y alegrías, potenciales humanos desplegados o bien ignorados, incluso malgastados, perspectivas y esperanzas, expectativas y frustraciones. La literatura y la sociología hacen todo esto (al menos lo intentan y con toda seguridad se les exige que lo hagan) mientras despliegan estrategias, herramientas y métodos distintos, aunque complementarios. Clasificar y ordenar a la literatura entre las artes, mientras que la sociología tiene problemas para ser clasificada entre las ciencias —aunque con éxito incierto—, no puede más que dejar una huella profunda en las opiniones comunes sobre la relación entre ambas y también respecto a las prioridades de quienes las practican. Por esta razón, trazar límites ha sido siempre más atractivo a ambos lados de la supuesta división que construir puentes y facilitar el tráfico entre las fronteras (cosa que, en nuestra opinión, supone mucho más daño a una y a otra que beneficio); mientras que el trabajo de comprobación de los obligatorios carnés de identidad ha atraído más atención y ha absorbido más esfuerzo que dar visados (pocos e infrecuentes) confirmándose así la observación de Frederick Barth de que las fronteras no se trazan por la presencia de diferencias, sino que las diferencias son ávidamente buscadas e inventadas porque se han trazado las fronteras.2 Cada una de las dos clases yuxtapuestas de productos culturales establece exigencias estrictas para todo el que solicite ser incluido: se codifican prescripciones y proscripciones onerosas, rigurosas y severas para salvaguardar la identidad singular y la soberanía territorial de cada identidad. En el plano de la observancia de las normas, el listón se sitúa descorazonadoramente alto para mantener alejados a los solicitantes insuficientemente disciplinados que amenazan con diluir el privilegio de clase a la vez que derriban las fortificaciones fronterizas.

Las diferencias de «métodos» de procesamiento, al igual que los puntos en los que las investigaciones sobre literatura y ciencias sociales, respectivamente, se sienten autorizadas a decir que han alcanzado su objetivo, son muchas y diversas, por supuesto.3 Sin embargo, dos de las diferencias son, por lo que a nosotros respecta, centrales para esta distinción entre las dos formas de investigación de la condición humana, y al mismo tiempo también lo son para su complementariedad. Esta dualidad fue captada de forma espléndida por Georgy Lukács en su estudio de 1914: «El Arte siempre dice “¡Y sin embargo!” a la vida. La creación de formas es la confirmación más profunda de la existencia de una disonancia […] La novela, al revés que otros géneros cuya existencia reside en la forma acabada, se presenta como algo en proceso de devenir».4 Debemos añadir que gran parte —quizás la mayoría— de los estudios sociológicos pertenecen a la familia de estos «otros géneros»: su objetivo es la completud, la conclusión y el cierre. Comprometida en su tarea, está dispuesta a saltarse, a relegar a los márgenes o borrar como anomalías idiosincráticas irrelevantes todo lo singularmente personal —o subjetivo— como si fuera algo estrafalario, aberrante y poco convencional. Intenta mostrar lo uniforme y lo general, elimina lo peculiar y distinto como algo pintoresco y anómalo. Lukács insiste, no obstante, en que esto no puede ser de otra manera y «que la forma exterior de la novela» es «esencialmente biográfica». Advierte de entrada que «la fluctuación entre un sistema conceptual que nunca puede capturar la vida y la complejidad de la vida que nunca puede llegar a la completud es algo inmanentemente utópico».

De esta forma nos enfrentamos, por un lado, con el establecimiento social heteronómicamente orgánico y endémicamente disonante de la vida individual y, por otro lado, con el esfuerzo del individuo, sincero pero condenado de antemano, por hacer surgir una totalidad coherente a partir de una vida fragmentada, una trayectoria firme a partir de una serie de giros y vuelcos biográficos propios de una veleta. Lo primero induce a la falacia de imputar una lógica y una racionalidad a una condición ilógica e irracional; lo segundo causa el error de ver una hazaña autoimpulsada y autoguiada en una serie de tira y afloja inconsistentes y disparatados. Uno de estos peligros es endémico a la sociología, el otro a la escritura de novelas. Ni la sociología, ni la literatura, pueden vencer las amenazas que las acechan por su cuenta. Pueden, no obstante, evitarlas o derrotarlas, si —y solamente si— unen sus esfuerzos. Y es precisamente su diferencia lo que les da la posibilidad de vencerlas, unidas bajo la bandera de la complementariedad. Por citar a Milan Kundera y su forma concisa y convincente de explicarlo: «el fundador de la era moderna no sólo es Descartes sino también Cervantes. […] Si es verdad que la filosofía y la ciencia se han olvidado del ser del hombre, es aún más claro que con Cervantes tomó forma el gran arte europeo, basado, nada más y nada menos, que en la investigación de este ser olvidado».5 Y citemos también su caluroso apoyo a la afirmación de Hermann Broch de que «la única razón de ser de una novela es descubrir lo que sólo una novela puede descubrir». Nosotros añadiremos: sin este descubrimiento, la sociología podría convertirse en un caminante cojo.

Consideramos que la relación en cuestión lleva todas las marcas de una «rivalidad entre hermanas»: mezcla de cooperación y competición, algo esperado entre entidades que están condenadas a perseguir objetivos similares mientras son evaluadas, juzgadas y reconocidas o se les niega el reconocimiento debido a resultados distintos, aunque comparables. Las novelas y los estudios sociológicos surgen de la misma curiosidad y tienen objetivos cognitivos similares; al compartir parentesco y un parecido familiar palpable e indiscutible, observan los avances mutuos con una mezcla de admiración y celos llenos de camaradería. Los escritores de novelas y los escritores de textos sociológicos, del primero al último, explotan el mismo tema: la vasta experiencia humana del ser-en-el-mundo que, citando a José Saramago, «es testigo del paso por el mundo de hombres y mujeres que, debido a buenas o malas razones, no sólo han vivido, sino que han dejado una huella, una presencia, una influencia que, puesto que ha sobrevivido hasta hoy en día, continuará afectando a las generaciones futuras».6

Los escritores de novelas y los de textos sociológicos comparten hogar: es lo que los alemanes llaman die Lebenswelt, el «mundo vivido», el mundo percibido y reciclado por sus residentes (sus auctores, es decir, sus actores y autores al mismo tiempo) para formar la sabiduría del «sentido común», re-moldeado en el arte de la vida que se refleja en sus prácticas. A sabiendas o no, voluntariamente o sólo de facto, ambas están inmersas en una suerte de «hermenéutica secundaria o derivativa»: una reinterpretación de entidades que son resultado de interpretaciones precedentes; realidades formadas por esfuerzos interpretativos de los hoy polloi y almacenadas en su doxa (sentido común: ideas con las que uno piensa, pero piensa poco —o nada— sobre ellas).

Muchas veces en el pasado, los escritores de novelas —así como también otros artistas visionarios— fueron los primeros en señalar y examinar los incipientes cambios de rumbo o nuevas tendencias, los desafíos con los que sus contemporáneos se enfrentaban y que tenían dificultades para solucionar; los novelistas conseguían identificar y capturar los nuevos cambios en un estadio en el que, para la mayoría de sociólogos, serían indetectables o ignorados y desatendidos debido a su marginalidad y la atribución, aparentemente irrevocable, de estatus minoritario.

Hoy nos encontramos frente a un fenómeno similar. Una vez más en la historia de los tiempos modernos, los novelistas se unen a los cineastas y a los artistas visuales en la vanguardia de la reflexión, del debate y de la consciencia pública. Son pioneros en dilucidar la nueva condición de los hombres y mujeres en la cada vez más desregulada, atomizada, privatizada sociedad de consumidores: la gente se espabila bajo la tiranía del momento, condenada a llevar una vida apresurada y a unirse al culto a la novedad. Exploran y retratan felicidades transitorias y depresiones, miedos, indignaciones, disensiones duraderas e intentos ambiguos o sinceros, pero incompletos, de resistencia: acabados en victorias parciales o (esperemos que temporalmente) en derrotas ostensibles. Despierta, inspirada y espoleada por todo ello, la sociología hace todo lo posible por reciclar sus observaciones en forma de declaraciones llenas de autoridad, basadas en un estudio sistemático sine ira et studio (sin ira ni mucho entusiasmo). El estudio de este proceso nos sirve como clave para desvelar el patrón de la relación e interdependencia mutua entre dos culturas, artística y científica; y también valorar en cada uno de estos socios qué parte de su progreso se debe al estímulo, la iluminación, la motivación y el animus aportado por el otro.

Para concluir el mensaje que hemos intentado transmitir en esta conversación: los novelistas y los escritores de textos sociológicos quizás exploren este mundo desde puntos de vista distintos, buscando y produciendo tipos distintos de «datos» pero, sin embargo, sus productos llevan las marcas de un origen, sin duda, común. Se alimentan mutuamente, y dependen los unos de los otros para sus proyectos y descubrimientos, así como en los contenidos de sus mensajes; revelan la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de la condición humana tan sólo cuando están una en compañía de la otra, atenta cada una a los descubrimientos de la otra, en un diálogo continuo. Sólo juntas, pueden elevarse para superar la difícil tarea de desenredar el complejo tejido de la biografía y la historia, así como de la sociedad y del individuo: esta totalidad a la que cada día damos forma mientras ella, a su vez, nos da forma a nosotros.

Zygmunt Bauman y Riccardo Mazzeo

Notas:

1. Bauman, Z., Hviid Jacobsen, M., y Tester, K., What Use Is Sociology? Conversations with Michael Hviid Jacobsen and Keith Tester, Polity, 2014, págs. 14-17.

2. Barth, F., Ethnic Groups and Boundaries: The Social Organization of Culture Difference, Universitetsforlaget, 1969.

3. Sobre el pedigrí y fase actual de las dos [culturas] opuestas todo en un mismo sitio véase el artículo informativo y revelador de Stefan Collini «Leavis v. Snow: The “two cultures” bust-up 50 years on», publicado en Guardian el 16 de agosto de 2013.

4. Aquí citado a partir de Georg Lukács, The Theory of the Novel, trans. Anna Bostook (The Merlin Press, 1971), págs. 72-3, 77.

5. Milan Kundera, L’art du roman (Gallimard, 1968); aquí citado a partir de The Art of the Novel, trans. Linda Asher (Faber & Faber, 2005), págs. 4-5.

6. José Saramago, The Notebook, trad. Amanda Hopkinson y Daniel Hahn (Verso, 2010), pág. 13.

1 Las dos hermanas

RICCARDO MAZZEO:Has explicado claramente por qué motivos la literatura es tan importante para la sociología, hasta el punto de considerar a ambas disciplinas como «hermanas»: cierto, ambas se dedican a desgarrar constantemente el velo de la pre-interpretación7 —en palabras de Milan Kundera— como se ve en la obra Don Quijote,de Cervantes.

Para dar cuenta de la complejidad y de la infinita variedad de la experiencia humana tal y como se vive y percibe, los individuos no pueden ser reducidos a homunculi, identificados y descritos como modelos y estadísticas, como datos y hechos objetivos. La misma naturaleza de la literatura es ambivalente, metafórica y metonímica. Puede explicar la solidez y fluidez, así como también la homogeneidad y pluralidad, la uniformidad e incluso la naturaleza «agria, dura y crujiente»8 de nuestras existencias. No sólo nos faltan las palabras para decir quiénes somos y qué queremos, sino que también nos alimentan, atiborran y saturan con palabras que son tan vacías como carentes de vida pero cuyo relucir nos atrae y seduce: las palabras comunes que son repetidas por parte de las sirenas de la fama, usadas para los increíbles nuevos dispositivos de alta tecnología y los últimos productos imprescindibles e irresistibles que nos permiten ocupar un lugar en la sociedad tal como se espera de nosotros.

Así pues, «si quieres cooperar con tus lectores en su deseo (consciente o no) de encontrar la verdad de su propia forma de ser-en-el-mundo y aprender sobre las alternativas ignoradas, abandonadas o escondidas, aún por explorar», es esencial que la sociología y la literatura trabajen juntas para aumentar nuestra capacidad de juzgar y revelar la autenticidad oscurecida por los velos que nos rodean y proporcionarnos la libertad de guiarnos por nuestras necesidades.9

He pensado en llamar a esta nueva serie de conversaciones, Hermana literatura (aunque el título acabe siendo Elogio de la Literatura, visto lo visto, no muy distinto de mi idea original) en reconocimiento a las consideraciones de tu último libro, cuyo objetivo está resumido más arriba y que se encuentra en el corazón de todo tu trabajo sociológico, que siempre se ha alimentado de la literatura. También está un poco inspirado, en parte, en dos libros escritos por amigos míos que han intentado, de distintas formas, demostrar lo extraordinaria que es la literatura para dar sentido a nuestras existencias y a los acontecimientos de nuestro tiempo que vivimos juntos.10

Naturalmente, la idea del título original también se debe, en parte, a mis propias inclinaciones, ya que me gradué hace mucho tiempo con una tesis sobre el Edipo de Marcel Proust y quería ir a París a estudiar con Lacan. Tuve que conocer tu trabajo a principios de los años 1990 para que pudiera mejorar mi consciencia y mi punto de vista sobre la sociedad, sin perder de vista a los individuos que la componen.

Así que me gustaría que prosiguieras tus esclarecedoras reflexiones sociológicas principalmente como un autor narrativo, por supuesto, pero también usando el psicoanálisis u otras ciencias humanas, porque las divisiones que separan estas disciplinas son de todo menos impermeables.

En tu último libro, ¿Para qué sirve la Sociología?,11 te esfuerzas por subrayar desde el primer capítulo la importancia primordial de usar las palabras adecuadas para describir la realidad. Por ejemplo, señalas que, en tu forma particular de ver la sociología como una conversación con la experiencia humana, el inglés [y también el español] es un obstáculo porque no tiene dos palabras distintas para describir «experiencia». Éstas sí que existen en Alemán: Erfahrung, referida a los aspectos objetivos de la experiencia, y Erlebnis, referida a los aspectos subjetivos de la misma.

La tarea de un sociólogo, con la imaginación suficiente para completarlas, es expandir el alcance de las Erlebnisse y sacar a la gente de sus caparazones («como barcos en su pecera / siguen su melodía», por usar palabras de Mario Luzi)12 para que se dé cuenta de que muchas de las experiencias que vive individualmente como si fueran únicas, de hecho, están socialmente generadas y pueden ser manipuladas (sustituyendo «con el objetivo de» por «debido a»). El sociólogo debe expandir su mirada sometiendo las Erfahrungen a una evaluación similar. Estas experiencias objetivas son como el mercado que, como clarifica Coetzee, no ha sido creado por Dios o por el Espíritu de la Historia, sino por nosotros mismos, los humanos, y por lo tanto es susceptible de «ser construido y deconstruido de una manera mucho más aceptable»13 Estas experiencias pueden, a su vez, ser modificadas tomando una postura más crítica y activa. A veces todo puede avanzar partiendo de una comprensión auténtica de las palabras que usamos para describir nuestra vida y el mundo que nos rodea.

Tengo la impresión de que las palabras en nuestro moderno mundo líquido están bajo una presión cada vez mayor. Como señalas, no es sólo que su número disminuya, sino que también se están acortando y se las reduce a series de consonantes en los mensajes electrónicos que hoy son, cada vez más, el medio principal de comunicación. Pero, incluso las palabras que siguen siendo pronunciadas por entero, tienden a diluirse en un área similar y a ser elegidas por razones emocionales-hedonistas. Haciendo zapping en la televisión entre los canales dirigidos a los jóvenes, como la MTV, M20 y la DJ Television, el aspecto visual más chocante son las imágenes de cuerpos semidesnudos, masculinos y femeninos, que representan escrupulosamente una variedad de grupos étnicos para asegurarse de que se respeta la corrección política. Por su parte el oído capta la incesante repetición de algunas palabras clave: fiesta, bailar, sexo, beber, noche, diversión. La música pop siempre ha tratado sobre el amor, en particular el infeliz, para que la gente corriente pueda identificarse fácilmente con las letras corrientes. Si unos alienígenas vieran la TV para «jóvenes» de hoy en día y observaran esas escenas, pensarían que los terrícolas no hacen otra cosa más que bailar, emborracharse y tener sexo, principalmente por la noche, en un frenesí extravagante y sin control. Obviamente, si tenemos en cuenta la naturaleza precaria y la carestía de oportunidades en las vidas de nuestros hijos, las pruebas del delito proporcionadas por la televisión son peores que una antífrasis, es algo completamente engañoso.

El vocabulario de la juventud ha quedado impregnado de otra enfermedad no menos peligrosa: la expansión incesante de frases simplificadas hasta la médula, preparadas para que todo el mundo pueda cantarlas o descifrarlas incluso cuando su conocimiento del inglés sea modesto. Sería ciertamente una consecuencia positiva si todos los no anglófonos fueran capaces de dominar el vocabulario básico de lo que se ha convertido en el «lenguaje de comunicación», pero la terminología de las letras de estas canciones es peor que básica, es tan pobre y marchita que se ha convertido en una especie de verbalización de grado cero, igual de monótona que compartimentalizada con palabras diseñadas para penetrar en el tejido mental de los niños, invadir su imaginación, colonizar sus gustos y preferencias, y dictar la dirección de su placer. Desde hace algunos meses, cuando sale una nueva canción —como «Roar», de Katy Perry o «Bonfire Heart», de James Blunt— durante varias semanas el video muestra sólo la letra de la canción en lugar de las imágenes. Esto es para garantizar una experiencia como del karaoke, para que todo el mundo pueda aprender la letra de forma fácil y rápida. Únicamente cuando la hayan aprendido, la alegre andanada verbal de banalidad dará paso a las imágenes, que contienen varios grados de lascivia, de comicidad arriesgada en «Roar» de Katy Perry, y que protagoniza un motociclista bienintencionado en el video de «Bonfire Heart». Aparte del tono edulcorado y pasteloso de los mensajes de estas canciones —o, como ocurre en otros casos, la carga erótica enérgica y desenfrenada— lo más chocante es la erosión, la retirada y la dilución del lenguaje.

La hiper-simplificación del lenguaje encuentra su eco en la hiper-simplificación de la música, como se quejaba poéticamente Milan Kundera en un libro traducido del checo en 1978, El libro de la risa y del olvido.14 El escritor se sentía estimulado ante las innovaciones dodecafónicas de Schönberg, quien consiguió repensar la música de forma audaz, pero lo que vino después fue un desierto creativo que, en lugar de ser silencioso, vierte sin cesar música kitsch por doquier:

Schoenberg murió, Ellington murió, pero la guitarra es eterna. La armonía estereotipada, la melodía banal, el ritmo tan insistente como monótono, esto es todo lo que le queda a la música para toda la eternidad de sonidos. Todo el mundo puede sentirse unido por las simples combinaciones de notas, porque es como si todos estuvieran gritando alegremente: «¡Estoy aquí!». No hay comunión más unánime y placentera que la existencia simple y compartida. En este mundo, los árabes pueden bailar con judíos y los checos con los rusos, los cuerpos se mueven al ritmo de las notas, embriagados por la consciencia de existir. Por este motivo no hay obra de Beethoven que haya sido vivida con tanta pasión colectiva como los éxitos musicales producidos en masa para una guitarra.15

Pasa lo mismo con las palabras: han quedado reducidas a una masa de eslóganes de usar y tirar. El declive progresivo del medio más importante para articular nuestra visión del mundo sin ser rehenes de las ideas comúnmente admitidas es algo realmente terrorífico.

¿Cómo podemos liberar el lenguaje de las garras de esta espiral que nos arrastra hacia una Tierra de los Juguetes mortal y traicionera?

ZYGMUNT BAUMAN:Ya sean Katy Perry o Marcel Proust y Lacan, quienes tendrían algo importante que decir sobre las premisas inconscientes de sus consciencias —o tú y yo,junto con todos sus oyentes y lectores— cualquier cosa que veamos, que pensamos que vemos o creemos ver, así como cualquier cosa que hagamos, en consecuencia, está tejida en el discurso.

«Vivimos en el discurso como peces en el agua», dice David Lodge en su última novela por boca del héroe Desmond Bates, un hombre con muchos defectos, pero un lingüista de un conocimiento y un sentido del lenguaje y la habla más bien impecables (dos conceptos acuñados por Ferdinand de Saussure y elaborados por Claude Lévi-Strauss, para denotar, respectivamente, el sistema de lenguaje y sus usos):16

Los sistemas legales son discurso. La diplomacia es discurso. Las creencias del gran mundo de las religiones son discurso. Y en un mundo cada vez más alfabetizado y con medios de comunicación verbal que se van multiplicando —radio, televisión, internet, publicidad, packaging, además de libros, revistas y periódicos— el discurso ha llegado a dominar cada vez más incluso los aspectos no verbales de nuestras vidas.

Cierto; nos alimentamos de discurso, bebemos discurso, vemos discurso, «incluso tenemos sexo representando los discursos de las novelas eróticas y de los manuales sexuales», concluye Bates. Y,por otra parte, Riccardo, Lodge confirma tu observación de que «la música pop siempre se ha basado en descripciones del amor […] para que la gente ordinaria pueda identificarse fácilmente con la letra ordinaria», cuando añade que el profesor Bates dejó caer una referencia al sexo en su citado discurso de bienvenida a los alumnos de primer año para «captar la atención hasta del más aburrido y escéptico de los estudiantes».